sábado, marzo 29, 2014

MÁLAGA LA BELLA



            Fue Manuel Machado, que como su hermano Antonio había heredado el amor hacia el folclorismo que les legó su padre, Antonio Machado Álvarez, Demófilo, quien escribiese aquello de Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor. ¡Qué bella forma, le comento a Zalabardo, de manifestar la fusión que tantas veces hallamos entre lo culto y lo popular!
            Este perderse en eso que se llama el acervo popular, lo que es de todos sin que nadie se lo pueda apropiar, se da no solo en el folclore, en esas coplas a las que alude Machado. A veces lo encontramos en otras expresiones más comunes. El otro día, durante el desayuno, Elena planteó la duda sobre el origen de la denominación Málaga la bella. A ninguno se nos escapaba que en su poema Andalucía, Manuel Machado acuñó aquello de Málaga cantaora; ¿pero de dónde procedía lo de Málaga la bella?
            Lo primero que se me vino a la cabeza fue una de las últimas grabaciones de Enrique Morente, Adiós Málaga, que el Ayuntamiento declaró en sesión solemne patrimonio cultural de la ciudad, es decir, especie de himno extraoficial.
            Cuando llegué a casa, hablé con Zalabardo sobre el tema y decidimos tirarnos a la piscina de la búsqueda de los orígenes. Pensé primero en Alfredo Arrebola, compañero en la Facultad de Letras de Granada, cantaor él mismo, y profesor de la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Málaga. Encontré el texto de una conferencia suya en la que, hablando de las malagueñas, el cante, no las mujeres, decía: Por este solo cante pudo merecer Málaga el apelativo machadiano de Málaga cantaora. Y como Málaga la bella fue bautizada por la copla popular. Esta frase me abría la puerta a la creencia de ese origen popular, de que el apelativo proceda de alguna letra del flamenco.
            Pero había que asegurarse; nunca se puede dar algo por definitivo así como así. ¿Sería posible rastrear alguna raíz culta? Y, de acuerdo con el refrán, al primer tapón, zurrapas, que ya Covarrubias explica que se dice de cuando, en la primera ocasión, se descubre la poquedad o flaqueza de algo. Quiero decir que, siguiendo un orden cronológico, nos encontramos lo siguiente:
            Salvador Rueda, malagueño de Benaque (1857-1933), en un libro llamado Cantos de la vendimia (1891), incluyo las fechas no por erudición, sino por necesidad del propósito, dio entrada a un poema titulado Málaga (subtitulado Copla popular), en el que unos versos dicen:
Esta es Málaga la bella,
paraíso en que nací,
entre sus luces viví
y mi ser formose en ella.
            Rubén Darío compuso Tierras solares en 1904 (yo poseo una bella edición de 1920) y, en el capítulo dedicado a Málaga, escribe: Esta es la dulce Málaga, llamada la bella, de donde son las famosas pasas, las famosas mujeres y el vino preferido para la consagración.
            Y, por último, Valle-Inclán, en Luces de bohemia, de 1920, pone en boca de Don Filiberto, redactor jefe de El Popular, la siguiente frase: …cuando me premiaron en los Juegos Florales de Málaga la Bella…
            Bien, vamos con las raíces populares. Empiezo con la principal. En un trabajo titulado Almería en la historia del flamenco, firmado por Antonio F. García Rodríguez y publicado por el Centro Virtual Cervantes, se habla de que Don Antonio Chacón (Jerez de la Frontera, 1869-1929), cantaor que se hizo famoso por su interpretación de las cartageneras, granaínas y malagueñas, y creador de un estilo peculiar de cantar estas últimas, llevaba en su repertorio una malagueña que había sido compuesta por El Ciego de la Playa (Francisco Giménez Belmonte, almeriense, cantaor, tocaor y trovero, nacido en 1864 y muerto en 1925 que decía así:
Corte.
¡Viva Madrid que es la Corte!
¡Viva Málaga la bella!
Y para puertos bonitos,
Barcelona y Cartagena.
            Es muy difícil encontrar grabaciones de Chacón. En YouTube hay algunas y debe estar la que digo, aunque soy incapaz de encontrarla. Sin embargo, podéis oírla, junto con otras, en en una página llamada Quejío flamenco. Don Antonio Chacón (http://pedelgom.blogspot.com.es/2009/05/don-antonio-chacon-y-la-malaguena.html)
            Aún más: En el trabajo firmado por Mariví Verdú y Francisco Barrabino titulado Malagueñas de fiesta, se cita la que ellos consideran malagueña más popular, más clásica y que no han visto publicada nunca. Es esta:
¡Adiós Málaga la bella;
adiós Málaga que sí!
Tierra donde yo nací,
para todos fuiste madre
y madrastra para mí.
¡Adiós Málaga la bella!
¡Adiós Málaga la bella!
            No obstante, esta malagueña es pieza clave en la zarzuela ¡Adiós Málaga la bella!, que compusieron José Carlos Cabas y Antonio Sáenz y que se estrenó en 1904. Posterior, pues, al poema de Rueda.
            Por último quiero citar una copla cuya datación desconozco. Es un verdial de estilo de los Montes que dice así:
Viva Málaga la bella
y vivan los verdiales,
que cuando baila mi niña
hasta el mismo sol que sale
se va muriendo de envidia.
            Y, en vista de todo, concluyamos: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Fue Salvador Rueda, lo digo por las fechas, quien acuñó la expresión Málaga la bella y luego otros la hicieron suya o fue el poeta de Benaque quien la tomó de los orígenes inciertos de la música popular? En cualquier caso, parece constatarse lo que decía Manuel Machado: una vez que el pueblo las canta, nadie sabe quién fue el autor de la copla. Ni falta que hace.
            Le digo a Zalabardo que me ha salido un apunte algo extenso, pero confío en que se me puede disculpar.

domingo, marzo 23, 2014

¿SABIOS O EXPERTOS? (CON UN INCISO SOBRE SENDERISMO)



            Confieso a Zalabardo que con frecuencia me repito, que vuelvo una y otra vez sobre asuntos trillados que, para un profesional de la información deberían ser cosa sabida. Pero resulta que no es así, que da uno una patada en el suelo y surgen como setas en otoño ataques flagrantes a nuestra lengua. Y, ante tal situación, no puedo callar, por lo que levanto la voz a sabiendas de que no va a ser oída (a lo mejor oída sí, aunque seguro que no escuchada).
            Entonces Zalabardo, que es lógico como el que más, me suelta: Y si sabes que va a ser así, ¿por qué no te quedas callado y adoptas la actitud de quien oye llover, dejando que todo fluya sin ponerle trabas?
            Ante tal sugerencia, me rebelo y me digo que uno, dos, doscientos o los que sean que dejan a diario su firma en los periódicos, no tienen derecho a volver locos al personal con su dejadez o con su ignorancia. Me paro y pienso que es muy fuerte la palabra que he escrito; pero la dejo, aun inclinándome por una corrección (que no retractación) del término. Y en lugar de ignorancia, escribiré negligencia. Pues no sé si es peor la ignorancia que el empecinamiento en no salir del error.
            Hoy, ya ayer, leía en la portada de El País el siguiente titular: Montoro descarta la subida del IVA que reclamó el comité de sabios. Pero en páginas interiores titulaba: Montoro desoye a los expertos. Por las mañanas, una de las primeras cosas que hago es repasar la prensa en Internet. Y el mismo periódico, en su edición digital decía: Montoro deja en papel mojado la reforma fiscal de los expertos, con el siguiente subtítulo: Descarta subir el IVA, el corazón de la propuesta del comité de sabios.
            Tanto por la mañana, temprano, cuando aún ni casi me había despertado, como por la tarde, cansado de la caminata que me di entre Torrox y Nerja por la sierra (siguiendo, aunque está muy deteriorada, la antigua Cañada de Málaga a Motril), me surgió la misma pregunta: ¿es lo mismo un sabio que un experto? Y aquí va el inciso. Los tiempos modernos respetan poco o nada las antiguas veredas, los caminos tradicionales. Cultivos, construcciones, autovías, arrasan todo. Y, en lo poco que queda, los coches se meten sin reparo. Vimos un sapo y un camaleón aplastados por las ruedas de sendos coches. Cada día es más difícil andar por el campo.¿No son los culpables más expertos que sabios?
            Vuelvo al tema del apunte. Lo primero que hice fue levantarme a consultar el DRAE. Y encontré que sabio se define en principio como ‘que posee sabiduría’ y a continuación ‘persona que posee conocimientos extensos y profundos o que se dedica al estudio o a la investigación con resultados extraordinarios’. Por su parte, experto es definido como ‘práctico, hábil, experimentado’. La verdad es que no quedé convencido con definiciones que me parecían algo vagas. Entré en la página de Fundéu y me encontré la respuesta a una consulta realizada en octubre de 2007 sobre la expresión comité de sabios. La opinión de esta Fundación es que se trata de un calco del francés comité des sages que, en nuestra lengua debería traducirse como comité de expertos.
            Di un nuevo paso en la indagación sobre la diferencia entre una y otra palabra. Acudí a la fuente y visité el Dictionaire de la Academia Francesa. Allí consulté dos términos: sage, que, traduzco, significa ‘prudente, circunspecto, juicioso, que tiene sentido justo de las cosas’. Pero también encontré savant. Y esta palabra puede tener varios sentidos diferentes, de los que me quedo con dos: por un lado ‘que sabe mucho en materia de erudición o de ciencia’; lo acompaña este ejemplo: C’est un homme fort savant, que traduciríamos como ‘es un hombre muy sabio’; pero, por otro lado, significa ‘que está bien informado en algún asunto, que es hábil en alguna cosa’. Para este segundo caso, los ejemplos son: Où avez-vous appris cela? Vous êtes bien savant y Cet homme est trop savant dans l'art de feindre pour être cru sur sa parole,  que traduciríamos, respectivamente, como ‘¿Dónde has aprendido eso? Eres bastante experto’ y ‘Este hombre es experto en el arte de fingir para que sus palabras sean creídas’.
            Vemos, pues, que savant, en español puede servir para sabio y para experto. ¿Por qué entonces los franceses hablan de comité des sages y no de comité des savants? Creí hallar la respuesta en otros diccionarios españoles que, en algunas cuestiones, están más al día que el de la Academia, que ahora presume del lanzamiento de su nueva edición.
            Para sabio, María Moliner usa esta definición: ‘persona que posee conocimientos extensos y profundos o que se dedica al estudio o la investigación con resultados extraordinarios’. Y Manuel Seco define: ‘Que tiene conocimientos científicos extraordinarios’ y ‘Que tiene un profundo conocimiento de las cosas, especialmente adquirido por la meditación y el estudio’.
            María Moliner define un experto como ‘Persona entendida en una cosa’, mientras que Manuel Seco dice ‘que tiene grandes conocimientos o competencia en una materia’.

           Leídas estas definiciones, que considero más claras que las del DRAE, me queda la convicción de que lo que los franceses llaman un sage, es lo que estos diccionarios consideran un experto, que nunca deberá confundirse con un savant, es decir, un sabio. Y las personas que asesoran a Montoro, o a cualquier otro político, en determinadas cuestiones, siempre muy concretas, son a mi entender, expertos en esa materia, sin negar que alguno de ellos pudiera ser, también, sabio.
            Con todo ello, le digo a Zalabardo, tengo la convicción de que en nuestros medios seguiremos comprobando cómo se habla de comités de sabios porque, como el árbol de aquella antigua fábula, toda mala costumbre echa raíces tan profundas que, si no llegamos a tiempo, resulta casi imposible de arrancar.
           

domingo, marzo 16, 2014

INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN (A PROPÓSITO DE CADÁVER)




           Si me ofrecieran verme cara a cara con un escritor de nuestra antigüedad, le digo a Zalabardo, creo que elegiría echar un rato de charla amistosa con Gonzalo de Berceo. El riojano, comento a mi amigo, debió ser un hombre humilde que no presumía de su arte ni sus conocimientos (quiero escribir en la lengua que el pueblo habla, pues como no soy hombre de letras, no me considero capaz de hacerlo en latín, confiesa). Fue respetuoso con sus fuentes de información y no inventaba nada, según vemos en la historia del sacristán impúdico recogida en los Milagros de Nuestra Señora (vivía en un convento del que no os puedo decir el lugar, pues no lo sé). O como acepta en un episodio de la Vida de Santo Domingo de Silos cuyo final deja en suspenso (no sé cómo salió porque al libro en que lo leo le faltan unas hojas y sería locura decir lo que no sé).
            Berceo, bien mirado, era lo que hoy llamamos un comunicador. Divulgaba, vulgarizaba, en el buen sentido del término, historias en un periodo en el que había tantos iletrados. Finalmente, era un hombre de humor ya que, como premio a su labor, poca recompensa pedía (creo que lo que hago bien vale un vaso de buen vino).
            Transmito esta reflexión a Zalabardo después de leer en la edición digital de un periódico una breve noticia sobre el hallazgo en Málaga, en el interior de un automóvil, de los restos de una mujer desaparecida hace cinco meses. Siendo tan trágico y macabro el contenido de esas apenas doce líneas, en los foros, los lectores se sintieron inclinados a comentar más aspectos de forma que el propio contenido. Indudablemente, algo fallaba.
            El redactor, anónimo, pues la noticia estaba firmada por la redacción de Sevilla, escribía, entre otras cosas, lo siguiente: La descripción del coche se corresponde con la de una mujer de 28 años desaparecida. Supongo, está claro, que la descripción del coche coincidiría con la del coche de la pobre mujer fallecida, no con ella.
            Pero es que, aparte de la defectuosa redacción, el texto se mostraba descuidado en la documentación. Se afirmaba que el vehículo apareció en una zona llamada Las Erizas, descampado situado al final de la Avenida James Bowles. Empecemos por aclarar que en Málaga no hay ninguna avenida llamada así (sí la hay en Grahamstown, ciudad sudafricana que desconozco tanto como ignoro quién pudo ser ese señor que le dio nombre). En Málaga, en cambio, hay una avenida Jane Bowles, escritora norteamericana nacida en 1917, que vivió sus últimos años en nuestra ciudad, donde murió en 1973. Está enterrada en el cementerio de San Miguel. Y Las Erizas no es un descampado al final de dicha avenida, que pertenece a la barriada de Las Virreinas, sino que se encuentra bastante más arriba, después de haber cruzado al otro lado de la Ronda del Oeste. No hay más que consultar los propios mapas de los distritos de la ciudad que incluye el Ayuntamiento en su página web. Aparte de que, en alguno de mis cotidianos paseos, he andado por allí.
            Pero una de las cuestiones que me atrajeron fue la discusión en torno a si es posible o no hablar del cadáver de una persona. Primero, aviso a Zalabardo, hay que plantear  una cuestión general. Se lee en muchos sitios (de los que no escapa la propia Wikipedia) que cadáver es el acrónimo de una inscripción que los romanos colocaban en muchas tumbas: caro data vermibus, es decir, ‘carne que se entrega a los gusanos’. Lo peor es que, con toda inocencia, o ignorancia, tal etimología se atribuye a San Isidoro. Lo cual es totalmente falso porque el santo sevillano no escribió nunca tal cosa; lo que escribió, si alguien se molesta en leerlo es: cadaver nominatum a cadendo, quia iam staret non potest, es decir (más o menos), ‘el nombre cadáver procede de cadendo (“cayendo”), debido a que ya no puede estar de pie’. Esto prueba que San Isidoro hacía derivar el término del verbo latino cadere, ‘caer’. Este verbo, a su vez, procede de una raíz indoeuropea kad-, ‘caer’, de la que también surgen caduco, ‘que va a caer’, casual, ‘fortuito’, ocaso, ‘caída del sol’, occidente, ‘lo que está en el ocaso’ y bastantes más.

           En segundo lugar, imitando a Berceo, dejemos la corteza, en el meollo entremos. ¿Qué significa cadáver? Encuentro la palabra por vez primera en el diccionario español-francés de Francisco Sobrino definida como ‘cuerpo muerto’. El Diccionario de la Academia de 1729 dice: ‘El cuerpo muerto. En castellano comprende solo el del hombre’. En 1780, la definición queda reducida a ‘el cuerpo muerto del hombre’. No obstante, Terreros y Pando, en su Diccionario de 1786 ya lo define como ‘un cuerpo muerto’. La Academia modifica su definición en 1873 y dice que es ‘el cuerpo muerto’ para, a partir de 1884 y hasta nuestros días, decir simplemente que cadáver es ‘cuerpo muerto’. Debería bastar, pero acudamos al de María Moliner, que es el más explícito: Cuerpo muerto. En lenguaje corriente, se aplica solo a personas; podría decirse el cadáver ‘del burro’ o ‘del pájaro, pero la expresión usual es ‘el cuerpo del burro o del pájaro muerto’. Es decir que cualquier cuerpo de un animal, racional o no, muerto puede ser llamado cadáver, aunque, como decía García de la Concha recordando a Nebrija, el tiempo es maestro. También es esto de la lengua. El uso hace que cadáver se entienda más como referido a persona, aunque nada impide que se aplique a cualquier otro cuerpo muerto.

domingo, marzo 09, 2014

ESTAR ALIÑAO



            Muy pocas veces nos sentamos juntos ante el televisor Zalabardo y yo si no es para ver un partido de fútbol. La verdad es que, tanto él como yo, vemos cada día menos la televisión. Las programaciones no levantan mucho entusiasmo que digamos.
            Pero, un día, algo nos llamó la atención. Fue un anuncio breve, a veces pienso si no fue una ilusión (pues no lo hemos vuelto a ver más). Sí he encontrado otros parecidos en Internet; pero ya se sabe, ese es otro mundo. En televisión uno esperaría (aunque me consideren iluso) más seriedad. En resumidas cuentas, el susodicho anuncio solicitaba el envío a un determinado teléfono del siguiente mensaje: nombre – amor – nombre de tu pareja. Tras este simple proceso se recibiría una respuesta con el grado de afinidad existente entre los dos.
            Zalabardo me preguntaba si aún quedan incautos, ignorantes, que se dejan arrastrar por tales engaños. Le respondo que el inocente es él si cree lo contrario.
            Y le conté la anécdota que viví, de primera mano, cuando hacía la mili, es decir, ayer mismo. Estaba destinado en la Caja de reclutamiento (nombre que, por cierto, se remonta al siglo xvi), organismo que se encargaba de la clasificación, inscripción y sorteo de los mozos para el servicio militar así como control de reservistas. Para los tiempos que corrían, era un destino en verdad apetecible. A lo que iba, todo aquel que creyera disponer de una causa eximente que lo librase del servicio militar debía presentarla ante el tribunal competente. Pues bien, un joven se presentó alegando que él no podía ir a la mili porque estaba aliñado.
            ¿Puede alguien imaginar la reacción de los miembros de un tribunal militar de los de entonces ante tal excusa? Porque aquel cándido muchacho no pretendía convencer a nadie de estar aderezado (condimentado como una vulgar ensalada o adobado como un pescado). Lo que el buen mozo pretendía demostrar es que su novia lo había sometido a un sortilegio amoroso y no podía separarse de ella, pues ese es, en nuestra tierra andaluza, uno de los significados de aliño. Creo que en varios lugares de América llaman a lo mismo amarre. Algo parecido expresa el término ligazón, empleada por Valle-Inclán como título de una de sus piezas.
           Antonio Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz (1934-1980), afirma que aliñar es ‘preparar con bebedizos a una persona’; que aliño es ‘bebedizo, pócima, tósigo’; y que se llama aliñado al ‘marido abobado, a quien su mujer dio un filtro para que no note sus liviandades’. Juan Cepas se limita, en su Vocabulario popular malagueño (1972), a decir que aliño es un ‘bebedizo amoroso’. Paco Álvarez Curiel, compañero y amigo, dice en su Vocabulario popular andaluz (1991) que aliñar es ‘encantar, trastornar con un bebedizo’. Y José Mª de Mena, en El polémico dialecto andaluz (1986), se muestra más explícito: En Córdoba y Sevilla existía la costumbre y todavía en algún pueblo queda, de que la mujer celosa, para asegurarse la fidelidad de su marido, le daba ocultamente, sin que él se diera cuenta, mezclándoselo al café o al vino, un aliño, hecho con hierbas como la mandrágora, el beleño y otras, anafrodisiacas, con el fin de que no lo atrajeran otras mujeres. Naturalmente que el pobre hombre aliñado no se iba con otras, pero se quedaba atontado e impotente. De aquí que de un hombre atontado (quizás por una congestión cerebral u otra causa) suele decirse que está aliñado, y desde luego con fundamento si es un hombre todavía joven y casado con mujer celosa.
            Pero el aliño no lo daban solo las esposas celosas. También lo utilizaban algunas mujeres temerosas de que sus novios, que habían de pasar (entre el centro de instrucción y el cuartel) dos años alejados de su residencia, las olvidasen por otras. Pero José Mª de Mena, al hablar de los ingredientes, calla es uno fundamental de dicho aliño; porque la disminución del apetito sexual en la milicia se conseguía, según es fama, y según costumbre impuesta, según he leído en alguna parte, por las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial, aportando una suficiente dosis de bromuro en el desayuno. Para que el aliño del que hablamos fuese de verdad efectivo y el hombre quedara atado por vida a la mujer que no quería perderlo, debía llevar, aparte de lo ya dicho, unas gotas de la sangre menstrual de la enamorada celosa.
            En lo que Mena tiene toda la razón es en que tal costumbre tuvo como consecuencia que a cualquier persona que presentase aspecto distraído, bobalicón o ensimismado, se le dijese que parecía estar aliñado, por los negativos efectos que tal pócima provocaba en ocasiones.
            ¿Tiene alguien curiosidad por saber la decisión del tribunal militar ante aquella petición? Pues eso, que el aliñado fue enviado de inmediato, como todo quisque, al campamento de reclutas de Obejo, en la sierra cordobesa, a “cumplir sus deberes para con la patria”, y en donde, se le dijo, “se se anularía cualquier aliño y saldría hecho un hombre de verdad”.