viernes, noviembre 28, 2008


APARIENCIAS ENGAÑOSAS

Bien es verdad lo que suele decirse de que las apariencias engañan y no debemos emitir juicios precipitados. Zalabardo me lo repite a cada momento y, aunque procuro hacerle caso, lo cierto es que en bastantes ocasiones me precipito. Sirva de ejemplo la anécdota sucedida el fin de semana pasado. Estábamos en Istán por el mero hecho de dar un paseo. Sabéis que me gusta el senderismo y que salimos con frecuencia. Pero este sábado del que hablo, una de las personas del grupo no se encontraba muy en condiciones y decidimos limitarnos a un recorrido breve. Por la mañana caminamos en dirección al nacimiento del río Molinos por el que llaman Paseo de los Chaparros, lo que aprovechamos para coger un puñado de bellotas, que estaban muy en sazón. El nacimiento se encuentra en el primer tramo del camino que une Istán con Monda y daba gusto ver la cantidad de agua, clara, dulce y fresca, que manaba entre las peñas. Este nacimiento recuerda un poco al del río Genal, en Igualeja.
Después de comer, nos dirigimos por el Paseo de los Laureles hacia el mirador de las Herrizas y, desde allí, bajamos hasta la cola del Embalse de la Concepción, que retiene las aguas del río Verde. Pero, entre uno y otro paseo, aprovechamos para comer, que era la primera idea que nos había conducido a Istán, pueblo blanco y limpio como pocos. Preguntamos y nos recomendaron el restaurante El Barón; no fue mala recomendación, pues disfrutamos de unas berenjenas rellenas y unos lomos de bacalao que estaban realmente ricos.
Parece mucho exordio este para el asunto de hoy, pero confío en que no aburra. La cosa fue que, en el restaurante, entró una pareja de mediana edad y ocupó una mesa junto a la nuestra. Se les acercó el camarero, revisaron la carta e hicieron su petición. El camarero les sirvió unas cervezas, unas aceitunas y el pan. Entonces, no habían transcurrido ni cinco minutos, los dos se levantaron de manera precipitada, pagaron las cervezas que apenas habían consumido y salieron con muchas prisas. Después de que salieran, el camarero hizo, con intención de que lo oyéramos, un comentario irónico: "Por lo visto, le habrán parecido caros los platos". La cosa podía haber quedado ahí, pero nosotros no resistimos la tentación de imaginar teorías, a cual más peregrina, de lo sucedido. Sin embargo, apenas veinte minutos después, ambos reaparecieron y volvieron a ocupar el lugar de antes. Ni que decir tiene que nos corroía la curiosidad. Y, como ya digo que estábamos mesa con mesa, pudimos oír la explicación que dieron al camarero: se habían dado cuenta de que habían perdido las llaves de su casa y decidieron salir con urgencias a buscarlas. Y las encontraron. Tras eso, comieron con toda tranquilidad. El camarero se podía haber evitado su cáustico comentario y nosotros todas las teorías que montamos sobre el caso.
Con los pronombres personales átonos españoles pasa también que las apariencias nos engañan y los utilizamos mal, en ocasiones, no tanto por desconocimiento cuanto porque interpretamos mal su función. Sobre todo pasa lo que digo con los de tercera persona (lo, la, le y sus plurales). Creo que es porque como estos pronombres anticipan algo que aún no se ha dicho o reproducen algo que ya apareció antes, muchas veces los desligamos de su referente y ya metemos la pata. Por ejemplo, el camarero, según cuento arriba, dijo: *le habrán parecido caros los platos; como su referente es a ellos, debería haber dicho les habrán parecido caros los platos, que es lo correcto. Pero, en estos caso, se tiende a usar el pronombre en singular.
Alguien podría achacar el error a la, previsible, poca formación lingüística del camarero. Pero mira por dónde, yo mismo, y eso que reviso detenidamente lo escrito para evitar precisamente faltas de tal calibre, escribí el otro día: *la amistad y el cariño la derivan de otras fuentes, con lo que la concordancia la hago con amistad, con descuido de que los referentes son dos, amistad y amigo y, por ser cada uno de un género, y aun yendo ambos en singular, la concordancia debe ser en masculino plural: la amistad y el amigo los derivan de otras fuentes. En la crónica de la reciente final de la copa Davis de tenis se podía leer: *a su carrera, quizás también a sus compañeros, le ofreció Verdasco el triunfo obtenido; otra vez los referentes son dos, carrera y compañeros, por lo que se debería haber usado les. Y, hoy mismo, hace un rato, en una información sobre el socavón del metro sevillano que se ha engullido un quiosco, se lee: *el accidente que estuvo a punto de costarle la vida a una mujer y a su hija. Nuevamente vemos que se debería haber escrito les.
Descuido de prisas periodísticas, dirá alguien. No estoy tan seguro porque incluso en textos tan cuidados como los literarios se dan más de dos y más de tres casos de estos. Y en el lenguaje coloquial, construcciones del tipo *le dije de inmediato a mis amigos son frecuentes. Me dice Zalabardo que si nosotros caemos en el error con el complicado sistema de los pronombres personales en nuestra lengua (es la única categoría que conserva el esquema de la declinación latina, con formas diferentes según el género, el número y la función), qué harán los extranjeros cuando se enfrentan a él. Pues tiene razón.

lunes, noviembre 24, 2008


¿AL ENEMIGO, NI AGUA?
Hace días que vienen apareciendo en los medios informaciones, análisis y opiniones sobre nuestro sistema educativo. El último informe de la OCDE supone un serio toque de atención sobre la situación en ese campo y deja ver que nos hallamos, desgraciadamente, a la cola de Europa. Otro día, en una entrevista, Fernando Reimers, experto en educación y evaluación, catedrático en Harvard, denuncia que es preocupante que España tenga un 30% de fracaso escolar. Y, ayer mismo, leía un editorial de El País sobre el asunto en el que se instaba a dejar los planteamientos partidistas y obtener un consenso para solucionar el problema. Entre otras cosas, decía que bastaría con que los partidos que gobiernan en la capital y en las distintas autonomías dejaran de zarandear la educación con vistas a obtener ventajas electorales; y terminaba diciendo: Hay pocos asuntos de importancia estratégica que exijan una colaboración leal entre las fuerzas políticas. La educación es uno de ellos [...] Parece llegado el momento de cooperar sin reticencias para conseguir jóvenes mejor formados.
Y, mientras, nosotros tirándonos los trastos a la cabeza. Miremos el conflicto entre dos profesores universitarios que ha concluido con que uno de ellos, el poeta Luis García Montero, ha decidido abandonar la Universidad granadina. O la polémica, agria, que, muy a mi pesar, se organizó con uno de los apuntes recientes de esta agenda. En él, el núcleo no era otro sino plantear exactamente lo mismo que El País recogía ayer. Pero hubo quien quiso poner el énfasis en otro aspecto que para mí no era más que una mera anécdota.
Le pregunto a Zalabardo por qué hemos de estar así tan a menudo, dando importancia a lo que nos separa y despreciando lo que nos une. Y Zalabardo me responde que la polémica de que me quejo no es más que una pequeña muestra de la falta de ecuanimidad de la que pecamos, de nuestra casi constante propensión a polarizarlo todo. La dificultad de la ecuanimidad, de la imparcialidad de juicio y de criterio, la vemos, continuaba diciendo Zalabardo, en el modo en que aceptamos las críticas, o mejor, en el modo en que nos negamos a asumirlas (y sálvese quien pueda). Porque lo más grave no es que nos cueste aceptarlas, sino que demos en el pensamiento de que quien nos critica ha de ser, por fuerza, enemigo y lo hace por la inquina que nos tiene. Se nos hace difícil asumir que una persona de la que no nos separen insalvables divergencias pueda estar sujeta a nuestra crítica, y a la inversa. Me parece que entre nosotros está muy extendido eso de que quien no está conmigo está contra mí. No hay más que pensar, por ejemplo, en algunas tertulias de radio y televisión.
También sucede que en ocasiones tendemos a dolernos del otro, sentimos que lo suyo pueda ser mejor que lo propio (aunque no lo sea), lo que nos impide emitir juicios imparciales. Todo ello se manifiesta de numerosas y variadas formas. Adoptamos una constante guardia frente a quienes nos rodean (por lo que hacen, por lo que dicen, por lo que son). Basta que alguno exponga un argumento, da igual el asunto, para que surjan por doquier quienes traten de echarlo por tierra. Bastaría que yo dijese, por ejemplo, que mientras escribo estoy escuchando música de los Beatles para que alguien saltara agriamente con que donde se ponga la de los Rolling Stones que se quiten las demás. Y esto, no ya por dar valor a lo propio, sino por derribar lo del contrario. Pensemos, si no, en una figura como la de Adolfo Suárez; costaría encontrar a alguien que hiciera tanto (y no olvidemos de dónde venía) por normalizar la vida política de nuestro país en aquellos momentos tan difíciles como los albores de la transición. Pues aun así le dieron tortazos (y hay quien se los sigue dando) a diestro y siniestro, y nunca mejor dicho, porque le sacudieron estopa tanto los de la izquierda como los de la derecha, y acabó por ser abandonado y repudiado por los del centro, que se supone que eran los suyos.
Somos propensos, casi sin remisión, a la polarización, a colocarnos en posiciones antagónicas. No sé si el grito de "al enemigo, ni agua" lo habremos inventado nosotros, pero aunque no, se diría que va bien con nuestra personalidad, que podría definirnos. Un enemigo que nos lo creamos, incontables veces, de forma artificial y, por cierto, de manera bastante desahogada. Y con esas alforjas es difícil mantener los platillos de la balanza en equilibrio, el fiel en la vertical.
Cuando hablo de esto con Zalabardo, coincidimos en que tendría que ser normal aceptar la disparidad de opiniones, de puntos de vista, de defensa de sistemas de valores contrapuestos; eso no debe impedir la convivencia. Yo lo vi así la noche del viernes pasado. Lo malo es cuando, una vez conformada nuestra opinión, adoptado nuestro punto de vista, establecido nuestro sistema de valores, pretendemos imponerlos sobre los demás. Con lo fácil que sería, debería serlo, una relación pacífica con los demás en lugar de liarnos continuamente a garrotazos.
Ahora estaría bien que sonara Imagine, de John Lennon: Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz.

viernes, noviembre 21, 2008


SOBRE ETIMOLOGÍAS Y SENTIMIENTOS
La etimología es una ciencia curiosa, atractiva y bonita. Ya sé que utilizar este adjetivo revela una actitud que puede ser cualquier cosa menos científica. Pero en esta agenda nunca hemos pretendido hacer ciencia sino trasladar hechos, comunicar emociones y opiniones, según los casos. Pero sigamos con la etimología. Para los antiguos, me refiero al periodo clásico, la etimología era la búsqueda del sentido 'verdadero' de las palabras porque ayudaba a averiguar la verdadera naturaleza de estas. Por supuesto, se partía de la opinión de que la forma de una palabra corresponde efectivamente y de manera natural a los objetos que designa. De esta manera, Platón podía explicar el nombre del dios Dionisos diciendo que procedía de didus ton oinon, 'el que da el vino'. Los latinos hacían derivar la palabra cadáver de ca(ro) da(ta) ver(mibus), 'carne dada a los gusanos'. San Isidoro, cuyas etimologías son las que más gustan a Zalabardo, hacía derivar la palabra amigo (volveremos sobre ella) de a(ni)mi cus(tos), 'el guardián del alma' o rey de re(cte) (a)ge(re), porque conduce con rectitud.
Ya en la Edad Media, la etimología era una búsqueda basada en la opinión de que todas las lenguas procedían de otra determinada que era la original; muchos decían, e incluso demostraban, que esta primera lengua era la hebrea. Pero en los tiempos modernos la etimología no se mueve por caminos tan sutiles, sino mucho más apegados a lo terrenal. Por eso, y aunque hay muchas tendencias, se limita a explicar la formación de las palabras a partir de la tesis de que estas están constituidas por unidades más recientes que se remontan a otras anteriores ya conocidas. Así, podemos decir que abordar se explica, en español, por la existencia de borde. El término anterior al que se remonta una palabra actual recibe el nombre de étimo.
Claro que la etimología no se para solo en esto. También nos puede ayudar a establecer las dependencias o relaciones de unas lenguas con otras, a constituir las llamadas familias de lenguas, es decir, aquellos grupos de lenguas que se han desarrollado a partir de un mismo origen. Y por eso se habla de la familia indoeuropea, de la camito-semítica, de la fino-ugria, etc. Y también nos ayuda, a veces, a comprender algo del espíritu de las diferentes lenguas. Porque las lenguas, incluso las de una misma familia, eligen caminos muchas veces difíciles de entender y explicar para decidir qué étimo ha sido el elegido como punto de arranque de las palabras que expresan un determinado concepto.
Veamos un ejemplo. Las lenguas de la rama románica y las de la rama germánica, ambas indoeuropeas, no se remontan al mismo origen para las palabras que expresan la noción de 'amor'. Así, hay una raíz indoeuropea, amma-, 'madre', que, por la extensión de la relación afectiva que hay entre la madre y los hijos, puede significar también 'amor'. De ahí proceden los términos latinos amor, amicus, amicitia, de donde salen, en español, amor, amigo, amistad. Igual sucede en francés (amour, ami, amitié), en italiano (amore, amico, amistà) o portugués (amor, amigo, amizade). Pero es que hay otra raíz indoeuropea, leubh-, que significa 'amar' y 'desear'. De ella se derivan el inglés love, el alemán Liebe o el neerlandés gelooven, formas que expresan 'amor', pues la amistad y el amigo la derivan de otras fuentes. Esta raíz, en español, nos ha dejado la forma libido, 'deseo sexual'. Derivar de aquí algún tipo de teoría pudiera ser arriesgado y yo no lo voy a intentar. Solo fijémonos en que en el dominio románico se ha preferido un término de naturaleza más sentimental, afectiva, mientras que en el germanismo ha prevalecido lo químico.
Pero hoy, ahora, lo que de verdad me interesa destacar aquí es que esta noche nos reunimos los compañeros ('los que comparten el pan') del instituto para cenar. ¿Motivo? Han querido celebrar de manera 'oficial' mi jubilación. Han decidido, mostrarme de esa manera su afecto, cariño y amistad. Yo pienso, se lo digo así a Zalabardo, que al hacer esto no me homenajean a mí, sino a cuantos vamos ya saliendo por la edad de este ámbito de la enseñanza. Y se homenajean también a sí mismos. Porque en nuestro terreno todos somos participantes de una carrera de relevos, cada uno es un eslabón de una cadena que no acaba nunca. Al llegar a esta situación, ninguno ha cubierto más que un hito de la carrera total; nadie ha llegado a la meta, porque a esa meta, afortunadamente, no se llega nunca. Siempre hubo alguien antes y siempre habrá alguien después. Y así como cada uno ha hecho perdurar lo que hizo el anterior, lo hecho por nosotros perdurará en quien venga detrás.
Esta noche, ante ellos, espero saber mostrarles el afecto, el amor y la amistad que por ellos siento. Un amor, un afecto y una amistad que no podrá ser tan grande como la que ellos muestran hacia mí.

martes, noviembre 18, 2008



LAS ISLAS DEL DÍA DE ANTES

Sir Sandford Fleming, ingeniero canadiense nacido en 1827, fue el creador del concepto del Horario Universal o Tiempo Universal y del sistema horario de veinticuatro horas correspondientes a los veinticuatro husos horarios, que se cuentan a partir del meridiano 0°, el de Greenwich. Cada huso, hacia el este, supone una hora más; esto significa que, en algún momento, no solo se cambiará de hora, sino también de día. Convencionalmente se admitió que la línea de cambio de fecha sería el meridiano 180°, el opuesto al de Greenwich. Por ello, moverse desde este meridiano hacia el oeste exige añadir un día al calendario, mientras que si nos movemos hacia el este habrá que restarlo. Con esto de sumar o restar fechas me he hecho siempre un lío, pero Zalabardo me lo explica de la siguiente manera: si yo estuviera ahora mismo sentado exactamente sobre el meridiano 180°, mirando hacia el polo norte y con un pie a cada lado de la línea, la mitad izquierda de mi cuerpo se encontraría, según el calendario, en día martes; pero mi mitad derecha se encontraría sobre día miércoles. Y me añade este otro ejemplo: si en Málaga fuesen ahora mismo las 14:00 pm del martes, en Tokio, que está al este, serían las 22:00 pm del mismo día; en cambio, en Nueva Zelanda, que está también al este pero ya pasada la línea del cambio de fecha sería la 1:00 am de un día después, miércoles. Confío en que Zalabardo no se haya equivocado en sus ejemplos.

Bien es verdad que dicha línea no es más que una convención que puede ser modificada por cualquier país según su capricho. De hecho, y aunque tal línea se tomó como referencia porque discurre de modo casi total por zonas marítimas, Kiribati, república insular polinésica integrada por casi un centenar de islas y que está cruzada no solo por este antimeridiano de Greenwich sino también por el ecuador, decidió en 1995 desplazar la línea del cambio de fecha más de 3 000 kilómetros hacia el este para así poder tener en todo el estado el mismo día y evitar los graves problemas de funcionamiento que se le planteaban de la otra manera.

La línea internacional de cambio de fecha casi atraviesa, por otra parte, el atolón de Nakulaelae, la más oriental de las islas que forman Tuvalu, uno de los estados más pequeños del mundo: cuatro islas y cinco atolones, 25 kilómetros cuadrados de superficie, menos de 15 000 habitantes y una economía basada en las licencias de pesca en sus costas, emisiones filatélicas para coleccionistas y alquiler a una empresa estadounidense del sufijo de internet '.tv'. Tuvalu podría convertirse en la primera nación del mundo en alcanzar un sistema de desarrollo sostenible. En el atolón de Funafuti, el mayor y en el que se concentra la mayor parte de la población se ha instalado un digestor de biogás que, a partir del estiércol de los cerdos, proporciona energía para toda la isla.

Nakulaelae o cualquiera de las islas de Tuvalu y las ideas de sir Sandford Fleming podrían estar en el origen de esa isla del día de antes que da título a la novela de Umberto Eco. Tuvalu al completo podría ser el paraíso o, por lo menos, lo más cercano a la idea que por aquí tenemos del paraíso terrenal. Pero, a la vez, Tuvalu se está convirtiendo para sus habitantes en un infierno, porque su máxima altitud sobre la superficie del mar no llega siquiera a los cinco metros y se calcula que de aquí a cincuenta años todo el territorio habrá sido engullido por las aguas. ¿Razón? La subida del nivel de las aguas de los océanos como consecuencia del cambio climático. Tuvalu será así la primera nación del mundo que desaparezca víctima no de ninguna revolución, sino del cambio climático.

Las mareas, sobre todo las mareas vivas, van erosionando lenta e inexorablemente las costas de estas islas de origen coralino y recortan sin remisión cada vez más la línea de costa con toda su vegetación; una de las islas ya ha desaparecido casi por completo. Cuando hay tormentas o mareas fuertes se producen, además, filtraciones de agua de mar que no solo empobrecen y arrastran la poca tierra de cultivo que hay sino que inutilizan amplios tramos de los doce kilómetros de carretera de que disponen e incluso el aeródromo de la capital. A los habitantes no les queda otro remedio que ir pensando en otro asentamiento, probablemente Nueva Zelanda, donde rehacer sus vidas, porque los intentos llevados a cabo para reforzar las costas se han revelado del todo inefectivas. Esto sí que es desaparecer del mapa.

¿Qué tenemos nosotros que nos relacione con ellos fuera del dolor solidario? Ciertamente poco, a no ser algunos préstamos lingüísticos que nos han llegado, eso sí, a través del inglés. Y no son exclusivamente elementos de Tuvalu, sino del entorno polinésico. Hablo de cuatro palabras de las que dos tienen su origen en Hawaii: una es canaco, que es el nombre que los hawaianos se dan a sí mismos y que, de modo general, se usa para designar a los habitantes de Tahití y otras zonas polinésicas; la otra es ukelele, ese instrumento de cuerda parecido a una pequeña guitarra. Las otras dos palabras son más genéricamente polinésicas y las dos cuentan con un empleo bastante extendido: tatuaje y tabú. No creo que ninguna necesite aclaración.

jueves, noviembre 13, 2008


UNA DE CAL Y ALGUNAS MÁS DE ARENA
Quienes nos conocen bien saben de la afición que Zalabardo y yo sentimos por el deporte. Claro está que, a estas alturas de la vida, no estamos ya para muchos trotes y, salvo el senderismo, no practicamos otras actividades aparte del fútbol sala, es decir, el visionado de partidos de fútbol bien arrellanados en el sillón del salón. Y como en el transcurso de los años se van adquiriendo muchos hábitos, tanto él como yo seguimos prefiriendo las narraciones de los encuentros a través de la radio; el sistema es simple: se le quita el sonido al televisor, con lo que se elimina el, por lo común, anodino (o estomagante según los casos) relato televisivo y se conecta al oído el auricular de un pequeño receptor de radio, con lo que se gana una narración de carácter próximo a la épica. José Francisco, que comparte esta afición, sabe bien de lo que hablo, aunque él, por la edad, no puede recordar el gol de Zarra a los ingleses en Maracaná narrado por Matías Prats. Yo apenas si conservo un vago recuerdo, pues aquella gesta sucedió en 1950, pero Zalabardo, que es mayor, lo recuerda muy bien y me lo ha referido bastantes veces.
En estos tiempos actuales, seguimos siendo fieles a la cadena SER y al programa Carrusel, el mismo que ideara en 1954 el locutor chileno afincado en España Bobby Deglané y que dirigiera durante tanto tiempo otro histórico de nuestra radiodifusión, Vicente Marco.
¿Adónde querrá ir a parar este con una introducción de tal naturaleza?, se preguntará más de uno de quienes lean este apunte si no es que se lo preguntan todos. Tranquilos, que allá voy. Todo viene a cuento de que quiero tratar un tema que ha aparecido más de una vez en estas páginas: el lenguaje del periodismo deportivo. Sabéis que, por lo común, soy bastante crítico con esta modalidad, especialmente porque al ser seguida por un amplio número de personas son muchos los que se contagian de los vicios expresivos y léxicos que les llegan a través de las ondas; por ejemplo, ese rotacismo tan feo y tan madrileño que tanto se contagia a los que no lo son, como el que utiliza un narrador de encuentros futbolísticos, cordobés y nacido en Cabra, que suena así: *lar dos ocasiones han sido..., *lor dominios de Casillas..., *faltan dor minutos...
En el baloncesto existe un puesto que es el de pívot (o pivote), que es aquel jugador que se mueve en las cercanías y bajo el tablero; los otros cuatro jugadores se mueven a su alrededor y su misión básica, la del pivote, es recoger los rebotes y anotar puntos. De este juego, y no estoy seguro si también del balonmano, se ha extendido esa denominación a otros deportes de equipo en que un jugador actúa de pivote respecto a los demás. En fútbol, en cambio, es más clásico considerar pivote a uno o más centrocampistas, los que organizan el juego, porque los que definen, los que tienen la misión de acabar las jugadas, son los puntas. Según las tácticas utilizadas, se podrá jugar con uno, dos o tres puntas. Incluso con más si se quiere, pese al atasco que se podría organizar. ¿De dónde, pues, ha salido eso de jugar con un *trivote cuando hay un entrenador valiente que dispone jugar con tres delanteros? ¿A santo de qué emplear ese prefijo tri si no existe una raíz *vote? ¿No sería mejor, pongo por caso, emplear la metáfora que usan otros para tal caso y hablar de tridente? Aunque lo más simple será siempre hablar de tres puntas o delanteros. ¿O por qué esa insistencia en llamar a los guantes de los porteros manoplas, palabra que designa algo diferente? Con lo fácil que resultaría consultar el diccionario.
El director del programa Carrusel hablaba un día de si se dice le pegó (a la pelota) o *la pegó (a la pelota). Ni corto ni perezoso hizo la siguiente exposición: "Me han dicho que lo correcto es decir le pegó, pero a mí me suena mejor *la pegó; así que deberían cambiar el castellano". Como me encontraba en ese momento trabajando ante el ordenador, le envié un mensaje en el que le explicaba el uso de los pronombre átonos y le añadía la coletilla de que mejor que cambiar la lengua lo que hay que hacer es aprenderla en condiciones. Zalabardo se reía y me decía: Eres más chulo que un ocho.
Pero insinuaba en el título del apunte que, entre tanta paletada de arena, a veces se da una de cal. Por ejemplo, cuando un jugador consigue tres goles en un mismo partido se solía aplicar el anglicismo hat-trick. Pues bien, hace unos días escuché a no sé quién (y siento de verdad no recordarlo) que Fulanito había logrado un triplete. ¿Por qué no lo hacemos siempre así?

lunes, noviembre 10, 2008


PROFESIONES DE RIESGO
En la dulcificada versión de Walt Disney, Pinocho llevaba una manzana con la que agasajar a su maestra. En el original de Collodi, el muñeco de madera lo que hace es vender la cartilla (para cuya adquisición Gepetto tuvo que vender su chaqueta en pleno invierno) a la primera ocasión que se le presenta y con lo obtenido comprar la entrada para una función de títeres. Desde el comienzo de la historia, Pinocho no quería ir a la escuela y esa no sería la única vez que hace novillos. Vaya, algo parecido a bastantes alumnos de la ESO.
Pero deseo ahora incidir en el detalle de las versión en dibujos de Disney, el obsequio para la maestra. Me recuerda Zalabardo que hubo un tiempo (y yo lo he conocido) en que eso era algo usual. Las familias mostraban su reconocimiento de la tarea desempeñada por los profesores de sus hijos con dádivas en determinadas y señaladas fechas. También es verdad que hubo épocas en que eso fue una manera de compensar la escasa remuneración recibida por los enseñantes. No en vano existía aquella humillante expresión de ganas menos que un maestro de escuela. Quiero dejar sentado antes de nada que no es que yo crea que deban volver aquellos tiempos, tampoco que añore los regalos que, en mis primeros años de enseñante, también recibí. Quiero, al mismo tiempo, que todos recordemos que aquella costumbre afectaba no solo a los profesores. Los médicos, por ejemplo, también eran receptores de aquellas muestra de consideración por parte de sus pacientes agradecidos. Pero es que también recibían regalos, esta vez en forma de aguinaldo navideño, los guardias que regulaban el tránsito en nuestras poblaciones. Y podría aportar algunos ejemplos más.
En estos casos, se utilizaba el concepto que se resumía en la expresión profesiones vocacionales, lo que suponía reconocer en quienes las desempeñaban no solo un bagaje de conocimientos, sino una especie de entrega espiritual hacia los demás. Repito, no me duelo de que se hayan perdido tales usos. Incluso me congratulo por ello, porque en una sociedad progresista y civilizada no hay mejor reconocimiento que una justa remuneración por los servicios realizados. Eso tiene que desterrar cualquier otra clase de compensación (sea en especie o en metálico).
Si estoy diciendo estas cosas es para destacar un hecho para mí fundamental: el reconocimiento que las familias y la sociedad en su conjunto concedían a determinados profesionales; por ejemplo, a nosotros, los docentes. Eso es lo que se ha perdido; eso es lo que, lamentablemente, echo de menos. Todo ello, esa falta de consideración social, es consecuencia de una pérdida general de modales educados y de un embrutecimiento galopante de la sociedad en que vivimos. No creo que sea una falsa apreciación mía, sino que se ve en múltiples detalles y afecta a un considerable número de facetas: no se cede el paso a las personas mayores, no se cede el asiento en los transportes urbanos a las personas impedidas, no se respeta el mobiliario urbano, se cometen daños en apariencia absolutamente gratuitos (el otro día, en el edificio donde habito, se llevaron los extintores de las escaleras, no sin antes vaciar el contenido de uno de ellos en el ascensor).
¿Y nos va a extrañar que se produzca la pérdida del reconocimiento debido a determinados profesionales? ¡Ojalá todo quedase en eso! Leía el sábado que, en Almuñécar, un paciente agredió en un centro sanitario y sin motivo previo a dos médicos, con lo que ya son cuarenta y ocho agresiones a trabajadores de la sanidad en lo que va de año, solo en la provincia granadina. Me recuerda Zalabardo que, no hace mucho, en Huelva, una profesora fue agredida brutalmente por una alumna mientras el resto de sus compañeros jaleaban la agresión, con lo que no se sabe cuántas agresiones se han producido a docentes sin que nadie acierte a poner coto al desmán.
Y es que, a lo que parece, tales sucesos no provocan alarma social, ni se piden firmas ni se organizan manifestaciones para que se les ponga fin de una vez. Todo queda en huecas declaraciones de las respectivas delegaciones sobre que se van a investigar los hechos acaecidos. Todavía desconozco un solo caso en el que se sepa qué consecuencias se han derivado de tales averiguaciones, salvo la de dar por buenas las bajas temporales de los agredidos, casi siempre bajo la alegación de depresión.
En tanto, podíamos pedir a los sindicatos que luchen por conseguir que se introduzca en la nómina un plus de peligrosidad, ya que parece claro que las nuestras, al menos las de profesores y sanitarios, se ha convertido casi sin saber cómo en profesiones de riesgo.

jueves, noviembre 06, 2008


HONESTO, ¿PERO HONRADO?
Primero fueron los análisis previos al proceso electoral americano. Ahora son los análisis sobre el ganador, el demócrata Barack Obama. Todos los medios dale que te pego. Pero, tranquilos, que no voy a sumarme a esa pléyade de analistas. Voy por otro camino. En una de aquellas informaciones previas, leía un día que el republicano John McCain representaba la honestidad. Lo curioso es que esta afirmación ya no suele extrañar a casi nadie. ¿Y por qué había de extrañar?, me pregunta Zalabardo. Y yo le digo que, simplemente, porque lo que el articulista quiso decir es que McCain representaba la honradez. Como Zalabardo pone cara de estar igual que antes, tendremos que desarrollar esto un poco más. Había un dicho que, más o menos, venía a afirmar que la honradez tiene su asiento de cintura para arriba, mientras que la honestidad lo tiene de cintura para abajo; ¿más claro?
Para explicarlo, nos vamos a remontar al Diccionario de Autoridades, de 1734. Allí leemos que la honestidad es la 'moderación y pureza contraria al vicio de la lujuria'; en cambio, la honradez es 'aquel género de pundonor que obliga al hombre de bien a obrar siempre conforme a sus obligaciones y cumplir su palabra en todo'. ¿Qué es lo que ha ocurrido, entonces? Nada que no sea fácil de explicar. Se ha producido, de entonces a nuestros días, algo muy frecuente en la lengua: un cambio semántico. Una palabra que tiene un significado pasa a tener otro diferente o que se suma al que anteriormente tenía. En el ejemplo que nos ocupa lo sucedido es que una palabra ha asumido el significado de otra a la que, si no condena a desaparecer, la relega al menos a un segundo plano. Como veremos, honestidad va a asumir los significados de honradez y esta, a su vez, apenas si mantiene una parte de su significado primitivo. ¿Y eso es bueno o es malo? Ni una cosa ni la otra. Tan solo es muestra palpable de que la lengua, como hemos dicho aquí muchas veces, es un organismo vivo que los hablantes, mediante el uso que hacen de ella, van transformando.
En este caso concreto, el cambio puede ser rastreado a través de la consulta que hagamos de los diccionarios académicos. Espero no resultar excesivamente pesado. Sentado lo que dice el de Autoridades, leemos que el Usual de 1837, un siglo posterior, recoge que honestidad es 'la decencia y moderación en la persona, acciones y palabras' y añade que son sinónimos suyos 'castidad, recato, pudor'. Por contra, honradez es el 'proceder recto, propio de un hombre de honor y estimación'. Se conserva, pues, la línea del diccionario dieciochesco y, con ligerísimas modificaciones, más de redacción que de sentido, esas definiciones se mantendrán en el Usual de 1950 y el el Manual de 1989.
Tendrá que aparecer el de 1992 para que se perciba que la lengua ya ha cambiado, cambio producido con anterioridad, pues ya sabemos que los diccionarios van siempre por detrás de los usos generales. Y es que en esta edición se dice que honestidad es 'cualidad de honesto'; si nos vamos a consultar ese adjetivo, leemos que significa '1. Decente o decoroso / 2. Recatado, pudoroso / 3. Razonable, justo / 4. Probo, recto, honrado'. ¿vemos el deslizamiento que se ha producido y que queda atestiguado en las acepciones 3 y 4? Que aparezca así es señal de que el fenómeno está ya bastante arraigado en los hablantes. De honradez dice que es 'rectitud de ánimo, integridad en el obrar'. Esas definiciones son las que persisten en la edición actual del diccionario oficial.
Si ahora nos vamos a otros dos diccionarios que en esta agenda se han citado con frecuencia, observaremos un dato curioso. El Diccionario del español actual, de Manuel Seco (1999) sigue el criterio académico y define honestidad como 'cualidad de honesto' y honesto como '1. De buen comportamiento en lo relativo a la moral sexual / 2. Recto y honrado'. La honradez la define como 'cualidad de honrado' y honrado es el 'que se ajusta a la norma moral, especialmente en lo relativo a la veracidad y respeto a la propiedad ajena'. Todo sigue igual en lo que concierne a honestidad, pero el sentido de honradez ya se va restringiendo.
Por fin, el Diccionario de uso del español, de María Moliner (2007) es el que me parece que refleja mejor la situación actual del problema, pues afirma que honestidad significa 'cualidad de honesto' y define el adjetivo como '1. Incapaz de engañar, defraudar o apropiarse de lo ajeno / 2. Cuidadoso de no excitar el instinto sexual o herir el pudor de otros'. Y, finalmente, dice que la honradez es la 'manera de obrar del que no roba, estafa o defrauda'. Dos cosas son aquí patentes: la primera, que honestidad recoge el significado principal de honradez y relega el suyo original a un segundo término; la segunda, que la honradez queda reducida casi exclusivamente a cuestiones económicas.
Por eso, aunque un purista pudiera decir: Muy bien, Mc Cain es honesto, ¿pero es honrado?, tenemos que admitir que de lo que el periodista nos quiso hablar era de su honradez, sin entrar en nada relacionado con su lubricidad. Lo que pasa, ni más ni menos, cuando la mayoría de nosotros exigimos de quienes nos gobiernan que sean honestos, sin que nos importen un pimiento los avatares de su vida sexual.

lunes, noviembre 03, 2008


CASTAÑAS, UREÑA Y PIOJOS MORISCOS

Erizo es el zurrón, de la castaña; así comienza la estrofa once de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora. Dice Dámaso Alonso en su ya clásico estudio del poeta cordobés que es posiblemente uno de los pasajes más complicados de interpretar de toda la obra. La estrofa habla del contenido del morral de Polifemo, el cíclope pastor, principalmente castañas. Su primer verso es una metáfora complicada porque puede ser interpretada de diferentes maneras; en efecto, zurrón es tanto la 'bolsa del pastor', su morral, como la 'cáscara primera y tierna en que están encerrados algunos frutos' y erizo, que en principio es la 'corteza espinosa en que se cría la castaña' pasa a significar después la envoltura de cualquier otro fruto, por ejemplo, de la bellota o del membrillo.
Pero le aclaro pronto a Zalabardo que no quiero hablar de Góngora, ni del Polifemo, ni de las metáforas. Si empiezo por este verso es porque siempre me acude a la cabeza cada vez que, en mis diarios paseos, percibo la proximidad de un puesto de castañas asadas. El verso citado, o mejor, la estrofa completa, es una manifestación del otoño encerrado en el erizo-zurrón del pastor Polifemo: junto a las castañas, leemos que lleva también datilados (por el color) membrillos, rojas manzanas y dulces bellotas.
En mi cabeza y en mis recuerdos, el otoño está identificado desde la niñez con dos imágenes, la de las castañas asadas y la de la visita de los cementerios el día de los difuntos. ¿Habéis observado cómo el olor de las castañas asadas lo invade todo y es posible percibirlo desde bastante distancia? Iba a decir que el humo del fogón en que las castañas se asan se mezcla con la fresca humedad del ambiente y nos envuelve en aromática y cálida caricia. Pero, aquí en Málaga, eso apenas si pasa de ser un mero recurso de estilo, porque el otoño no se nos ha hecho patente más que desde hace unos días. Ya no era el consabido veranillo del Membrillo o de San Miguel, más bien casi ha llegado a ser el de San Martín de Porres, que creo que es el santo de hoy; pero los puestos de castañas llevan montados desde hace un mes, por lo menos.
A lo que iba; en mi pueblo, Osuna, como imagino que sucedería en todos los pueblos (y no digo sucederá, porque hablo de recuerdos), las estaciones venían marcadas por hechos muy puntuales. Al llegar el otoño, Marcial sustituía el caldero de bronce en el que garrapiñaba las almendras por la olla agujereada en su fondo donde asaba las castañas. Marcial tenía su puesto (que no era un quiosco, sino un carretón en el que ofrecía su mercancía de golosinas) situado en la Carrera, justo en la esquina de la plaza de Santo Domingo y cuando, por las tardes, íbamos o volvíamos del instituto, aquella era parada obligatoria para comprar castañas asadas y, de paso, calentarnos las manos acercándolas al fogón. También en casa se asaban castañas y bellotas. A veces, nuestras madres las compraban crudas y no había actividad que más atrajese que la de hacerles un corte con una navaja y ponerlas a asar bajo la mesa camilla en las calientes cenizas del brasero.
Yo no sé ya si será cuestión del cambio climático o que Málaga vive en una eterna primavera, pero estos otoños de ahora son muy diferentes de aquellos otros, fríos y húmedos, que recuerdo en mi pueblo.
Decía que otra imagen, también referida al pueblo, que asocio con el inicio de esta estación es la de la gente caminando arriba y abajo por la calle de Écija para visitar el cementerio el día de los santos y el de los difuntos. Entonces no sabíamos nada de halloween, esa costumbre de origen anglosajón que hemos adquirido de tanto verla en cine y en series de televisión. Para nosotros era suficiente hacer gruesa bolas de piojos moriscos, que cogíamos de los cardos espinosos que crecían en los alrededores del cementerio, y molestar a las niñas tirándoselos en el pelo para que se les enmarañase. En otros lugares, en pueblos de Málaga concretamente, existía la Fiesta de la Ureña. Los niños, la noche del 31 de octubre, iban por las calles cantando y pidiendo un aguinaldo de casa en casa; por lo general, se les daba membrillos o batatas asadas. He leído que algunos pueblos, Cuevas de San Marcos y Fuente Piedra, luchan por recuperar esta costumbre. Ignoro si habrá tenido algo que ver en ello Juan Benítez, que es de por allí y ferviente defensor de las tradiciones y folclore populares. Él fue quien primero me habló de esta fiesta.
Por cierto que piojo morisco debe ser una denominación muy localizada en mi pueblo, pues con ese nombre no he encontrado nada en ningún diccionario ni en Internet. Me gustaría saber cuál es el nombre tanto de la planta como de su fruto, este piojo morisco del que hablo. Su forma es oblonga, de no más de un centímetro, con una aguda púa en un extremo y todo él recubierto de unos filamentos terminados en gancho. Tampoco he encontrado el significado de la palabra ureña. Agradecería mucho que alguien me pudiera dar noticia de ambas cosas.
Todo ello queda ya, en fin, muy lejos; pero, ya digo, cada nuevo otoño, cada vez que el aire me acerca el aroma de un asador de castañas, pienso en aquellas cosas que ya no es que nos las quite la edad, que también. Quien más nos las quita, desgraciadamente, es la ciudad, cualquier ciudad, pues todas se uniformizan y deshumanizan a pasos agigantados. Y en ese triste proceso, para nuestro mal, vamos siendo engullidos como si de un agujero negro se tratase.
Zalabardo, tras leer lo que llevo escrito, me dice con bastante retranca si no sería mejor que todos los apuntes siguieran la línea de este, con lo que evitaríamos desagradables conflictos. De paso, me sugiere que salude con cariño a Mari Paz y a sus compañeros estudiantes de periodismo, y les aconseje que lean un artículo que Larra escribió en 1834: Lo que no se puede decir no se debe decir. Le contesto que ya lo habrán leído, aunque nunca estará de más releerlo. Verán que, tras más de ciento cincuenta años, hay cosas que no han cambiado del todo.