Se lamenta Valdano,
que fue gran jugador, luego entrenador y hoy comentarista, de cómo el odio se
va extendiendo en nuestra sociedad. Defiende, y le damos la razón, que la culpa no es del fútbol, ya que solo se
limita a reflejar de modo repugnante ese odio que se va instalando entre
nosotros. En efecto, cuando llamamos hincha al aficionado
y consideramos enemigo al adversario estamos ante
un claro síntoma de que algo no funciona bien. En la sociedad, no en el futbol.
Si algo distingue al homo sapiens de otras especies y lo ha hecho imponerse y conquistar el mundo es, no cabe duda, el lenguaje. Otras especies animales también se comunican y son capaces de usar un lenguaje, pero lo peculiar del de los humanos es, primero, su tremenda flexibilidad y su maravillosa economía: con un número llamativamente escaso de elementos puede crear un número ilimitado de frases y mensajes, todos y cada uno con su significado correspondiente. Y una segunda peculiaridad que podemos señalar en nuestro lenguaje es que no solo sirve para comunicar a los demás nuestra visión de lo que nos rodea, sino que sirve incluso para hablar de aquello que no existe.
Claro está, le
digo a Zalabardo, que esa ventaja apareja también algún riesgo. Dos refranes
pueden servirnos para explicarlo: Por la boca muere el pez y Cuidar
de no morder el anzuelo. El anzuelo, que podría ser representación del
lenguaje, encierra un peligro, el de no ser utilizado en la manera adecuada; y
la boca es el altavoz por el que salen al exterior nuestros pensamientos, es
decir, lo que, en definitiva, denuncia qué y cómo somos en realidad. Por tanto,
el refrán pretende avisarnos de lo peligroso que es hablar de forma
desconsiderada.
Por eso, la
amarga conclusión a la que llega Valdano en su artículo es que, si al aficionado
lo vemos como hincha y al adversario como enemigo,
quizá no valga la pena seguir amando el fútbol. Su opinión puede ser
extrapolable a todas las esferas de la vida, aunque él esté denunciando lo
acontecido con Vinicius, que ni es un caso aislado, ni es de ahora, ni
se circunscribe solo al fútbol. El lenguaje dice de nosotros más de lo que creemos,
aunque nos cueste aceptarlo. ¿Por qué, si no, empleamos tanto tiempo en decir
«yo no soy esto» o «yo no soy lo otro», para intentar negar lo que nuestros
hechos y palabras demuestran de forma palpable?
Leo un comentario de Paola Celi escrito en enero de 2022 sobre el prefijo anti-. Nos da cuenta de cómo ese prefijo de origen griego que significa ‘opuesto’ y ‘con propiedades contrarias’ ha ido adquiriendo otros significados. Para el primer caso nos vale antimonárquico, ‘que se opone a la monarquía’; y, para el segundo, antidepresivo, ‘que tiene propiedades que evitan la depresión’. Sin embargo, es fácil observar cómo este prefijo ha ido cobrando el sentido de ‘persona que cuestiona, minimiza la existencia o niega el valor de algo’. Así, a raíz de la reciente pandemia de la covid-19, nació un movimiento anticovid, que reunía a quienes negaban la existencia de tal pandemia; igual que antivacuna agrupa a quienes niegan la eficacia de las vacunas. Es decir, hablamos de un anti- negacionista por sistema. Ser antimonárquico, por seguir con el ejemplo, refleja un modo lícito de pensar; un producto antihistamínico es bueno. Pero autodenominarse anticovid denota una mentalidad fanática e intolerante.
En el fútbol,
deporte que tantos sentimientos aúna, es triste ver cómo cada día, más que ser seguidor
o admirador de tal o cual equipo, se lleva a gala ser antimadridista,
antibético o antiosasunista. Es decir, más que
personas que ponen su ilusión en un equipo, nos encontramos con personas que
trasladan su odio hacia otro equipo.
Y hoy, día de reflexión, hablamos Zalabardo y yo de que algo muy semejante está sucediendo en la política. Hacemos un repaso de las campañas y vemos que a los candidatos de un partido, el que sea, les cuesta hablar de las excelencias del partido al que representan, les cuesta intentar convencernos de la bondad de sus proyectos para el municipio del que pretenden ser alcaldes o concejales. Les resulta más fácil, y hasta más provechoso, atacar a los otros partidos, le gusta más ser anti- que pro-, airear los trapos sucios de los demás sin reparar en que no estaría mal dedicar algo de tiempo a lavar los propios. No son partidarios ni defensores de unas ideologías, son forofos, hinchas, hooligans. En los mítines no razonan, no hablan con la cabeza, hablan con las tripas.
Tras eso, el
problema que se nos plantea es grande: ¿A quiénes votamos, a los que consideramos
mejores o a los que nos parecen menos malos? Porque lo cierto es que nos lo
ponen difícil.