miércoles, agosto 27, 2008


LIMPIA, FIJA Y DA ESPLENDOR
Comento con Zalabardo que hay muchas personas en las que anida una equivocada idea de lo que sea o deba ser la Real Academia. Por lo pronto, la Academia no es una Institución que dicte normas rígidas que hayan de ser seguidas, ni tampoco organismo represor de quienes no respeten sus dictados. La Academia, por el contrario, se limita a ser notaria que da cuenta de los comportamientos de los hablantes y de la evolución de la lengua dando cabida en su corpus a todas aquellas formas que se han hecho de uso generalizado. Tan solo hace falta fijarse en su historia.
Nuestra lengua, al menos en su faceta escrita, lo dijimos hace unos días, halla sus raíces allá por el siglo X, poco más o menos. La Real Academia, en cambio, es una creación moderna, producto de aquel espíritu curioso propio del siglo de la Ilustración. Su nacimiento, en 1713, se debe a la iniciativa del marqués de Villena, don Juan Manuel Fernández Pacheco y la aprobación de su constitución la aprobaría poco después, en 1714, el rey Felipe V. Su intención primera, según leemos, es "fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza". Esto es, arriba abajo, lo que leemos en el mote que rodea el crisol que sirve de escudo a la Institución. Y en sus estatutos, el artículo primero dice que su misión es "velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de los hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico".
Si la lengua es de los hablantes y la Academia una mera supervisora, ¿queremos decir que todo cambio es válido, que toda evolución ha de ser sancionada con su visto bueno? Ni mucho menos, algunos comportamientos lingüísticos deben ser rechazados por erróneos u opuestos al espíritu de nuestra lengua. Ahí están todas las obras académicas, desde la Ortografía a la Gramática, que nos ayudan a conocer cuál es el recto modelo que habría que seguir. Ellas nos informan, nos guían, nos ayudan a decidir ante circunstancias novedosas para que no se quiebre esa "esencial unidad". Nada más. Y nada menos, porque ello indica que es nuestra la responsabilidad de conocerla y cuidarla; como decía uno de mis maestros, don Manuel Alvar, que en nuestras manos está que, si no somos capaces de enriquecerla, al menos no la empobrezcamos. Veamos un breve ejemplo de esta labor de guía de la que hablo: en la página web de la Academia, podemos encontrar una sección titulada La palabra del día; ayer se nos hablaba de piolet, de su significado, de la razón de esa t final por su origen foráneo y de que deberíamos emplear mejor la forma piolé (como bidé, carné, corsé, etc.); hoy, la palabra es tizne y, entre otras cosas, nos indica que su género (¡ay, los quebraderos de cabeza que el género nos da en estos tiempos!) es ambiguo, por lo que se puede decir tanto la tizne como el tizne. Pero, a partir de ahí, nosotros veremos lo que hacemos y, al final, la Academia dará cuenta de lo que los hablantes hacemos.
Y visto lo visto, lo cierto es que, dicho sea de paso y sin que nadie se moleste especialmente, no somos demasiado cuidadosos con nuestros modos de hablar y de escribir; ni siquiera aquellos de quienes se supone que les cabe una mayor responsabilidad: muchos periodistas, algún que otro escritor, más de un profesor... Veamos unos ejemplos. Con relación al desgraciado accidente aéreo de hace unos días, pude leer en la prensa una cabecera que decía El día después del accidente y un titular en el que se afirmaba que el avión debía pasar en ocho días una revisión. ¿Se habrá comentado un montón de veces las incorrecciones contenidas en giros del tipo el día después o en ocho días? Pues sigue habiendo quien no se entera. Resulta que después es un adverbio y, por ello, no se puede aplicar a un sustantivo, por lo que habría que decir el día siguiente. Y en la otra construcción, la preposición en indica el tiempo de duración de la revisión, no cuándo se debe hacer esta; para indicar tal circunstancia, deberíamos decir y escribir dentro de ocho días.
Otros dos ejemplos de diferente naturaleza: en una crónica deportiva, el cronista escribía maldecimos cuando lo que quería decir era maldijimos, pretérito perfecto simple del verbo maldecir, irregular y que se conjuga como decir. Y en una crónica de sucesos se incluía la frase envestido de energía descomunal. No es que no exista el verbo envestir, que existe; pero si nos molestamos en consultar el diccionario, veremos que es forma poco usada y que lo adecuado es utilizar investir; de esa manera, además, no podrá nadie confundirlo con el verbo de forma homófona embestir.
Terminamos. ¿Qué debe hacer la Academia en estos casos? ¿Poner unas orejas de burro a los infractores y obligarlos a escribir quinientas veces que esos errores no deben cometerse? Sin embargo, si por la influencia que tales infractores ejercen sobre los hablantes comunes esos usos se generalizan, la Academia no tendrá más remedio que acogerlos y dar cuenta de ellos. De hecho, en el Diccionario de dudas ya aparece recogido el uso ampliamente extendido de después como adjetivo.

jueves, agosto 21, 2008


¿ARTE CALLEJERO?
¡Hay que ver la de vueltas que dan algunos asuntos hasta llegar a ser lo que son! Estoy pensando ahora en cómo se nos introducen algunas palabras sin que, al parecer, podamos evitarlas. Me viene esto a la cabeza tras leer un reportaje sobre el que me llama la atención Zalabardo; su título: El 'spray grafitero' cotiza al alza. Se habla en él de cómo una actividad que por muchos años se ha considerado vandálica, la de las pintadas callejeras sobre no importa qué superficie, puede terminar por ser mirada como una auténtica manifestación artística que, poco a poco, va teniendo sus pontífices, sus iconos y sus nombres ilustres: street-art, que dicen los que piensan que todo se ha de nombrar en inglés; arte urbano o arte callejero, que debemos decir nosotros.
A mí, y a Zalabardo, dejando a un lado todo eso del arte urbano o callejero, como queramos llamarlo, que merecería consideración aparte, ese asunto de las pintadas nos sigue pareciendo una gamberrada salvo que se realicen en lugares expresamente habilitados para ello. Pero que las paredes de un edificio, posea o no valor histórico, o una escultura urbana aparezcan emborronadas con mensajes del tipo Pepito estuvo aquí, o si alguien quiere, aquella tan traída y llevada del mayo francés del 68 Soyons réalistes, demandons l'impossible! (¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!), nos parece una total salvajada.
Pero, como digo, todo ello podría ser tema de otro comentario. Aquí quiero traer la cuestión de las palabras. En el reportaje que provoca este comentario aparecen dos que me hacen reflexionar: spray y graffiti. Sobre la segunda, se observa la inconsecuencia de que junto a ella se emplea el adjetivo grafitero, correcto de todo punto, lo que es señal de que quien escribe no tiene las ideas muy claras. Ya en ocasión anterior, octubre de 2007, hablaba del término graffiti y la necesidad de convertirlo en grafito para respetar el modo en que nuestra lengua adapta los extranjerismos. No decía entonces, pero lo digo ahora, que lo mejor, por supuesto, sería emplear en su lugar pintada, vocablo español por los cuatro costados que no hay por qué repudiar. Zalabardo me hace un gesto de asentimiento. Pese a todo, si por las connotaciones particulares que pueda tener la palabra deseamos emplear grafito, punto en boca.
Con la otra palabra, spray, sucede algo similar. El Diccionario de dudas nos indica que sería mejor utilizar aerosol y lo define como 'envase que contiene un gas a presión, mezclado con un líquido, que permite expulsar este pulverizado'. Pero resulta que, si echamos mano del Diccionario RAE, nos enteramos de que aerosol es un vocablo francés, es decir, otro extranjerismo. Siendo así, ¿por qué no nos servimos, simplemente, de pulverizador, que es lo que siempre se ha dicho en nuestra lengua? Y si pese a todo nos asalta la necesidad de usar la palabra que comentamos, ¿por qué no la convertimos en espray? Que no vaya a pensar nadie que defiendo una especie de teoría inmovilista sobre las palabras. El léxico constituye un campo en continua evolución: hay palabras que nacen, otras que mueren y otras que modifican su carga significativa; hay vocablos que, sin que se sepa bien por qué, caen en desuso y otros que se ponen de moda. Todo ello es natural y así ha sido y será siempre. Lo que yo defiendo es el mantenimiento de un criterio acorde con el espíritu de nuestra lengua, que no en vano es la cuarta del mundo por número de hablantes. En definitiva,que digamos, y escribamos, grafito y no graffiti; que usemos espray y no spray. Así de sencillo.
Pero, volviendo al tema del principio, la conveniencia o inconveniencia de las pintadas en las calles, es verdad que todo depende de un cómo y un según. Veamos un ejemplo: la calle Pozos dulces, de Málaga, llama la atención porque sus paredes aparecen rotuladas de trecho en trecho con bellos versos dedicados a la ciudad por diferentes poetas. Mas esta bella imagen se convierte de pronto, nada más llegar al ángulo que forma poco antes de su confluencia con calle Coronado, en aguzado aguijón que hiere la mirada por las pintadas que unos desalmados han dejado allí. Y no digamos nada del breve, estrecho y humilde callejón que ostenta el altivo nombre de calle de Don Juan de Málaga; para quien no lo conozca, digo que es aquel que nace en calle Cañón y desemboca en Cortina del Muelle, poco antes de llegar al Palacio de la Aduana. No sé si será la calle de Málaga con mayor número de pintadas por metro cuadrado. En cualquier caso, un horror.

viernes, agosto 15, 2008


MANIFIESTO POR LA LENGUA (y 3)

Junto a lo dicho en los dos apuntes anteriores, se puede hacer otra exposición que deje atrás cualquier planteamiento historicista o político (hoy mismo, en El País, se puede leer una entrevista con el escritor vasco Kirmen Uribe donde se dice "sería una lástima que donde los ciudadanos han encontrado una solución los políticos busquen un problema") y en la que primasen solo y exclusivamente argumentos sociolingüísticos, es decir, qué situaciones se dan cuando en un territorio coexisten dos o más lenguas, hecho, por otra parte, que no puede ser interpretado más que como una manifestación de riqueza cultural. Cuando se analiza esta cuestión, la de la existencia de más de una lengua en un territorio, nos damos de bruces con dos conceptos que debiéramos entender con precisión. el de bilingüismo y el de diglosia. Solo se puede hablar propiamente de bilingüismo cuando en una zona geográfica conviven dos o más lenguas en cualquier situación y con parecida facilidad y eficacia, es decir, se utilizan indistintamente ambas. Se habla, en cambio, de diglosia cuando lo que se da es una situación de convivencia de dos o más lenguas en el seno de un mismo territorio donde uno de los idiomas tiene un estatus de prestigio (como lengua de cultura o uso oficial) frente a los otros, que son relegados a situaciones socialmente inferiores.
Violeta Demonte, en el artículo citado al principio de esta serie, recoge tres tipos de estados bilingües: 1, aquellos en los que el bilingüismo tiene un alcance total; todas las lenguas son igualmente oficiales en todo el territorio (caso de Canadá). 2, aquellos constituidos por Estados regionales monolingües cuya suma da lugar a un estado bilingüe (caso de Bélgica). Y 3, aquellos en los que se da un bilingüismo por territorios, es decir, que están integrados por regiones en las que, aparte de la lengua oficial del Estado, se da otra lengua; este sería el caso de España y, según el criterio de la autora del artículo, esta es la situación más enriquecedora. Y, sin embargo, tenemos problemas.
¿De dónde nacen esos problemas? Sin remontarnos a etapas muy alejadas en el tiempo y limitándonos a las causas más próximas, el problema, o los problemas, nacen de la feroz diglosia provocada por la prohibición dictada tras la guerra civil. Pensemos que se habla de impedir a bastantes millones de personas el uso público (derecho que debiera ser inalienable) de su lengua materna. Ahora, para algunos, parece haber llegado el momento de la venganza y por eso hay quienes quisieran provocar una diglosia de signo diferente: no buscar la más fructífera de las coexistencias, sino favorecer el uso de la lengua propia aun en detrimento de la del Estado. Pero, del mismo modo que no tenían razón aquellos prohibicionistas de antaño, tampoco la tienen los revanchistas de ahora.
¿Cuál sería la solución ideal? Ni más ni menos que respetar el bilingüismo, proceder en todas esas zonas a una auténtica normalización lingüística que, en palabras de Violeta Demonte "se hace imprescindible cuando hay fuertes diferencias dialectales o situaciones de diglosia". Si no, tratemos de dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Es asumible una enseñanza en la lengua autonómica? Sí, sin que ello signifique olvido de la lengua oficial del Estado. ¿Es admisible la exigencia a los funcionarios, de cualquier administración, del conocimiento de la lengua autonómica? Por supuesto, sin que ello suponga desatención en la lengua oficial del Estado. ¿Y la redacción de impresos en la lengua de la Comunidad? Sí, siempre que se de predisposición a ayudar a rellenarlos a quienes, por alguna causa, la desconozcan. También se podrían redactar en las dos lenguas cualquier documento oficial. ¿Y la rotulación? Si hablamos de rótulos oficiales (calles, carreteras, etc.), redactados en las dos lenguas. ¿Se podría permitir a los representantes de las diferentes Comunidades Autónomas el uso de su lengua materna en el Parlamento o en el Senado españoles o a cualquier ciudadano dirigirse a juzgados, comisarías y otras instancias en dicha lengua materna? En según y qué ocasiones, ¿por qué no?
Así podríamos seguir. Todo depende de que seamos razonables. Zalabardo ha estado muy atento todo el tiempo a lo que escribía, sin hacer ningún comentario. Solo cuando ya he terminado me hace una sugerencia, él las suele hacer casi siempre en forma de preguntas, que quiero recoger como colofón: si, cuando vamos a un país en el que se habla una lengua diferente a la propia, tratamos de hacernos entender, aunque sea para pedir un café o para saludar, en la lengua de ese lugar, ¿qué nos impide hacer lo mismo en Barcelona, San Sebastián o Lugo? No sería mala idea.

jueves, agosto 14, 2008


MANIFIESTO POR LA LENGUA (2)
La exposición de que hablábamos en el apunte precedente habrá que iniciarlo, sin ningún género de dudas, por el vasco o euskera, la más antigua de nuestras lenguas. Se trata de una lengua preindoeuropea cuyos orígenes resultan aún muy oscuros, sin relación con las demás de la Península y muy anterior a todas ellas. Sus restos más antiguos conocidos son la llamada estela de Lerga, del siglo I d. C., que presenta una serie de antropónimos característicos de la región y una lápida que contiene unos epitafios correspondientes al siglo II d. C. Todo ello sin que olvidemos que lo que se considera cuna del castellano, las Glosas de San Millán, del siglo XI, están entreveradas de términos vascos. El euskera, tradicionalmente, estaba tan ligado a la vida rural y se hallaba tan fragmentado dialectalmente que los primeros esfuerzos de la Academia de la Lengua Vasca, fundada a principios del siglo XX inspirada en el modelo de la RAE, se dirigieron a la creación del batua, especie de lengua común que sirviese tanto de vehículo de comunicación como de modelo para la expresión científica y literaria.
Las otras tres lenguas españolas (castellano, catalán y gallego, y que los valencianos me perdonen si considero su lengua una mera modalidad del catalán) son románicas, nacidas de la fragmentación del latín de Hispania en numerosas formas dialectales (de las que perduraron como lenguas las tres de las que hablamos) y aparecieron en épocas similares (entre los siglos IX y XI), aunque hayan tenido un desarrollo histórico diferente. Los que se presentan como restos más antiguos conservados están también muy próximos en el tiempo y son de naturaleza bastante afín: Nodicia de kesos, un documento que recoge una donación de bienes para la catedral de León, para el castellano; Les homilies d'Organyà, recopilación de sermones, para el catalán; y el Foro do burgo do Castro Caldelas, documento notarial, para el gallego; todos ellos fechados entre finales del siglo X y los primeros años del XIII.
Durante la Edad Media, gallego y catalán tuvieron un desarrollo muy notable, superando incluso al castellano: recordemos simplemente que el rey de Castilla Alfonso X decidió escribir sus poesías en gallego o que muchos de los poetas provenzales eran catalanes, sin olvidar la figura señera de Auzias March. Algo más tarde, razones políticas —el expansionismo reconquistador y la política matrimonial de los Reyes Católicos—, y razones culturales —el prestigio de la literatura en castellano de los siglos XVI y XVII— hicieron que tanto catalanes como gallegos relegaran el uso de su propia lengua en favor de la castellana, que acabaría así por convertirse en la lengua oficial de España.
En el siglo XIX se dieron movimientos regionalistas relativamente fuertes que se vieron acompañados de un despertar de las lenguas autóctonas. De estos movimientos se debe destacar, por ser el más importante, la denominada Renaixença catalana. La cultura en las lenguas españolas no castellanas conocen un amplio resurgir, la que más la catalana y la que menos la vasca. Y en esas estamos cuando, tras la guerra civil, Franco prohíbe el uso de cualquier lengua que no sea la oficial del Estado. Y ya sabemos lo que sucede cuando, sin razones lógicas, ni de ningún otro tipo, que lo justifiquen, nos las hemos de ver con una prohibición de esta naturaleza.
Llegamos así al momento actual. Aunque nuestra Constitución deja bien claro que el español o castellano (e insisto en que no olvidemos que las cuatro lenguas de nuestra nación son españolas) es la lengua oficial del Estado y que las otras lenguas son igualmente oficiales, eso significa cooficiales, en sus respectivas Comunidades autónomas, por lo que habrán de ser "objeto de especial respeto y protección". Sin embargo, lo cierto es que muchos recelan todavía de que todo ello pudiera redundar en algún tipo de menoscabo. Y tal precepto proteccionista es algo que olvidan, si no quienes han redactado el Manifiesto, sí muchos de los que se han adherido a él con no se sabe qué intereses.
Hasta ahí, lo que sea una revisión histórica del asunto. Nada especial si tenemos en cuenta que España no es el único país en el que coexisten más de una lengua ni el único en el que se dan conflictos por ello, ya que esa es una situación más común de lo que nos pudiera parecer: Canadá, Suiza, Bélgica, China, India...; ¿para qué seguir? O sea, que en todas partes cuecen habas.
Creo que debemos cortar aquí para respetar la unidad de lo que nos queda por decir. La verdad es que este apunte está resultando algo extenso; espero que no sea, a la vez, tedioso.

miércoles, agosto 13, 2008


MANIFIESTO POR LA LENGUA
Me pregunta Zalabardo si recuerdo aquellas entrañables serpientes de verano. Le contesto que cómo no recordarlas si eran lo que salvaba el verano a más de una publicación. Para quienes sean más jóvenes y esta expresión no les resulte conocida, diré, tomando la definición del Diccionario fraseológico del español actual, de Manuel Seco, que se llama serpiente de verano a "una información, fantástica o no, que es materia de comentarios cuando hay escasez de noticias interesantes, como suele ocurrir en verano". Hoy, este recurso tan clásico del periodismo de hace años se ha convertido en innecesario porque en nuestros días la prensa se vale de recursos bien distintos para rellenar sus páginas veraniegas: suplementos diarios especiales, colaboraciones expresamente contratadas para esas fechas, remesas extras de pasatiempos. Y no olvidemos, en estos días, el carrusel de los Juegos Olímpicos o el conflicto de Georgia.
Cuando requiero a Zalabardo que me aclare qué es lo que pretende al plantearme tal cuestión, me suelta de sopetón: ¿Tú has leído el Manifiesto por la lengua común? En ese preciso instante ya sé qué idea lo guiaba al hablarme de las serpientes de verano. Y es que desde que el día 23 de junio pasado se dio a conocer el documento de tal título firmado por Fernando Savater y una amplia nómima de intelectuales, apenas si ha pasado día sin que un medio de comunicación haya publicado un artículo en alusión al mismo, ya sea a favor de su contenido, ya sea en contra. Debo decir que yo guardo en una carpeta de mi ordenador una treintena de respuestas al susodicho Manifiesto, respuestas que proceden de todas las zonas españolas, sin que falten, claro está, aquellas que se ven directamente aludidas por poseer otra lengua aparte de la castellana. O sea, que esto no ha sido ya una serpiente de verano, sino que más bien parece un auténtico culebrón. De todos estos escritos a los que me refiero, he de decir que los que me han parecido más puestos en razón han sido los que firman Violeta Demonte (La levedad de un manifiesto, de 5 de julio) y Ernest Maragall (Varias decepciones y una profunda desazón, de 23 de julio) ambos en las páginas de El País. Porque lo cierto es que partiendo del propio Manifiesto y terminando por el último de sus comentarios, de los aparecidos hasta ahora, se leen más argumentos de matiz político y de interés sesgado que no estrictamente sociolingüísticos, que es el ámbito en que tal cuestión debería discutirse.
Me interrumpe Zalabardo para decirme si creo que quienes puedan leernos saben todos de qué va el documento de Savater. En resumidas cuentas, pretende ser una reivindicación del derecho a exigir, en Cataluña especialmente y en el resto de regiones poseedoras de otra lengua, una enseñanza en lengua castellana frente a los intentos de convertir en lengua vehicular de la enseñanza la propia de la Comunidad. Tal pretensión, se desprende del documento, podría acarrear un menoscabo para la lengua española —digamos más extendida, puesto que las otras lenguas son igualmente españolas— en tales Comunidades y requiere una intervención de las más altas instituciones del Estado, e incluso, si falta hiciera, una modificación de la Constitución. Y desde que el Manifiesto se hizo público, se han sucedido comentarios, artículos, cartas al Director en los periódicos, recogidas de firmas, que nos han llenado, nos siguen llenando, el verano como aquellas pretéritas serpientes.
Para aquellos que tengan algún tipo de prejuicio sobre la naturaleza de cada una de las lenguas españolas, que por desgracia son muchos, y para que todos en general gocemos de un mejor conocimiento de la cuestión, convendría empezar haciendo una exposición acerca del origen y desarrollo de las diferentes lenguas españolas, pues, no se olvide, a ninguna de las habladas en nuestro territorio se le puede privar de tal calificativo. La exposición que intentaré habrá de ser por fuerza superficial, en razón del espacio, aunque, al mismo tiempo, intentaré que sea clara. Pero eso será ya en un próximo apunte, pues el espacio de este se ha consumido ya.

sábado, agosto 09, 2008

MOEBIUS



Cualquiera que me lea, si es que a estas alturas hay alguien que no se haya olvidado ya de esta agenda y sigue acercándose a ella, sabrá bien qué es eso de la cinta de Moebius. Aunque el nombre provenga de August F. Moebius, quien pasa por ser su descubridor, la verdad es que, el otro día lo supe, fue un co-descubrimiento, corría entonces el año 1858, que es preciso atribuir también a Johann B. Listing. Dicha cinta presenta la particularidad de ser una banda circular que, curiosamente, carece de cara exterior y de cara interior pues es sencillamente una superficie sin fin. Seguro que Carlos Rodríguez, a quien sinceramente aprecio y deseo una total y pronta recuperación, podría decirnos, como buen matemático que es, muchas cosas acerca de esta sorprendente cinta.


Me vino a la cabeza lo que digo mientras pensaba que hay gente que cree que la historia, o el tiempo, si no son la misma cosa, no es sino un reflejo de la cinta de Moebius, proceso de cara única aunque a veces se nos presente con la apariencia de varias, proceso sin fin al que no se le puede trazar principio ni final, puesto que se repite indefinidamente. Buen ejemplo de ello pudiera ser este apunte de hoy respecto a la agenda a la que pertenece.


El 30 de octubre de 2007 declaraba completada la agenda que Zalabardo había puesto a mi disposición. ¿Razones? Sobre todo, cansancio, agotamiento y una cierta sensación de que el asunto no daba más de sí, de que estaba dicho todo, o casi todo. Un largo año de ir rellenando página a página, la mayor parte del tiempo escribiendo un apunte diario, nos tenía a los dos, a Zalabardo y a mí, bastante bloqueados.


Pero, mira por dónde, precisamente hoy, 9 de agosto de 2008, exactamente dos años después de haber empezado a redactar esta agenda y diez meses después de haberla interrumpido, cuando he vuelto de la playa me he encontrado con que me esperaba Zalabardo. Tenía en la mano un pequeño envoltorio que me entregó y pidió que lo abriera: era un cuaderno con todas las páginas en blanco, igual al que me proporcionó para todos los apuntes anteriores. Mirándome de frente, como él mira, me dijo: "Este mismo mes te jubilas; ahora que vas a disponer de bastante tiempo libre no estaría mal que dedicaras un poco a retomar la agenda". "¿Y por qué no?", le dije yo, sin pensármelo ni mucho ni poco. Y aquí estamos. Aunque, por el momento, le aclaré, los apuntes no serán diarios.


Como habrá quedado claro, he decidido, por fin, acogerme a la jubilación LOE. Pero el Pablo Picasso seguirá siendo mi instituto, continuaré considerando compañeros a sus profesores y a sus alumnos los sentiré aún como alumnos míos. Eso, indudablemente, en el plano de los sentimientos, pues la realidad me dice, y no me duelo de ello, que ya estoy fuera y ese mundo tal vez no sea ya mi mundo. Ahora, Zalabardo y yo estaremos en igualdad de condiciones, somos dos hormigas caminando por esa única superficie que no tiene dentro ni fuera que es la cinta de Moebius del tiempo, somos ese Guadiana que aparece tras un tiempo de ocultación y silencio y aquí estamos otra vez ante la agenda. ¿Hasta cuándo? Chi lo ?, diría Rafa Recio, a quien tanto le gusta usar expresiones italianas.


Sin pensarlo más, nos lanzamos al agua confiados en que aquellos que una vez nos encontraron nos reencuentren ahora. ¿Se acordará algún compañero de esta agenda? ¿Se acordarán Mari Paz, Andrés el Viejo de la Colina, el real José Zalabardo, que nos escribió desde tierras británicas o cualquier otro corresponsal de los que enviaron comentarios? Puede que sea un buen experimento ver si alguien retorna aún de vez en cuando a estas páginas para comprobar si ha aparecido un nuevo apunte, pese a la interrupción que se anunció.


Así que, sin más dilaciones: ¡Hola a todos, hemos vuelto!