jueves, febrero 26, 2009

TRESCIENTOS CINCUENTA
Vaya por delante que Zalabardo no es nada vanidoso. Es posible que yo peque más que él en ese sentido. Pero, vamos, que tampoco es malo mostrar un poco de vanidad, sin caer en demasía, si con ello no se atenta contra nadie. Digo esto porque esta mañana, nada más sentarme ante el ordenador, el dueño de esta agenda, porque no olvidemos que es suya, me ha dicho: "Hoy habrá que decir algo". Confieso que me pilló fuera de juego e ignoraba por dónde iba. "¿Decir algo de qué?", le he contestado, a lo que él, feliz el semblante, me aclaró: "Que este apunte que ahora vamos a iniciar hace el número 350. ¿Te parece poco?"
Él lo sabe muy bien debido a que como, igual que yo, está ya un poco entrado en años, algunas modernidades le vienen un poco largas. Por ello aún desconfía bastante de este universo de Internet y se toma la molestia, lo que por otra parte yo le agradezco, de pasar periódicamente todos los apuntes, con sus correspondientes comentarios cuando los hay, a una carpeta de word (para evitar que haya un accidente y se pierdan, dice). Y allí, contra lo que aquí sucede, los va numerando. Pues bien, si este es, como dice, el número 350, tendré que dejar aparcado el tema que pensaba tocar hoy, y que ya aplacé antes para escribir sobre el acto del Ateneo en homenaje a Machado, y cumpliré su deseo, que al fin y al cabo yo soy solo el inquilino de la agenda.
Así que nos hemos ido juntos al archivo que él cuida y hemos estado repasando datos y releyendo algunos apuntes. Son efectivamente, con este, 350 justos que, en su carpeta, ocupan 523 páginas. Decidimos iniciar esta aventura el día 9 de agosto de 2006 (pronto se cumplirán tres años). Ninguno de los dos sabíamos hacia dónde caminábamos ni cuando llegaría a su fin el proyecto. Vistas ahora, las anotaciones primeras no solo son breves, sino inocentes, algo dubitativas en su fluir e incluso algo descuidadas; el tiempo ha ido puliendo algunos defectos y afirmando el estilo. Aparte de los fines marcados en la declaración de intenciones, que no siempre se respeta, pretendíamos una especie de experimento: comprobar si un producto que se arroja a la Red sin más ni más podía llegar a la gente y en qué forma. Porque, no sé si lo hemos dicho alguna vez, a nadie comunicamos lo que hacíamos. Y, mire usted por dónde, la agenda llegó a tener un primer lector y luego otros más. Y ya se supo de ella en el instituto y algunos compañeros me hablaban de ella. ¿Cuántas personas se habrán asomado a estas páginas? Lo ignoro y todavía hoy hablo con Zalabardo de cómo pudieron llegar algunas personas hasta ellas. El primer comentario llegó cuando la agenda tenía ya dos meses, en el mes de octubre de 2006, e iban 44 apuntes; lo firmaba alabanda 2. Descartados los compañeros, pues ya en el instituto se sabía lo de la agenda, nunca hemos sabido cómo nos encontraron Mari Paz, Juan Garabato (que se picó porque yo hice alusión "a quien dice llamarse Juan Garabato" y me contestó que él se llamaba así), Andrés, el viejo de la Colina, el profesor de Algeciras Francisco Gómez Escribano, AM, DR y otros, entre ellos algunos que no dejaban nombre ni seudónimo. Pero he aquí que en octubre de 2007 llegó desde las Islas Británicas un comentario firmado por ¡José Zalabardo! No os podéis imaginar la alegría que nos llevamos con ello.
A todos cuantos han enviado comentarios les estamos muy agradecidos, porque de sus palabras hemos aprendido mucho. Lo primero de todo, a suavizar un tanto el tono de las críticas que se hacían a los errores detectados en diferentes medios. Tuvieron mucho que ver en ello un comunicante anónimo y José A. Garrido, que me dieron un cariñoso tirón de orejas. Y Mari Paz, que con delicadeza me hizo ver que yo también erraba. Como que, a partir de entonces, dejé de redactar directamente los apuntes y siempre hago una redacción previa de los mismos para cuidar el estilo y las formas, que ya se sabe eso de en casa del herrero, cuchillo de palo. Con eso y todo, aún se escapa alguna que otra errata.
Creo que siempre dejé dicho que estaba abierto a cualquier crítica que se me hiciera, pues tal como yo disponía de libertad para expresar mis ideas debía aceptar que los demás la tuvieran para exponer las suyas. Pero hubo dos momentos que tanto a Zalabardo como a mí nos afectaron profundamente. El primero fue cuando alguien se tomó la licencia de pedir, casi exigir, al Viejo de la Colina que no escribiera más. Tuvimos que salir en su defensa porque, como me decía Zalabardo, "nadie es nadie para prohibir nada a nadie". Aunque en descargo de quienes hicieron aquello, quiero decirlo ahora, la verdad es que muchos creían que El viejo de la Colina era un tapado e intentaban que descubriera su verdadera identidad.
El otro momento al que me refiero resultó más desagradable y debo decir que me dolió. Tras un apunte de octubre de 2008 titulado Los árboles y el bosque, hubo quien interpretó que yo ofendía gravemente a una persona, cosa que no estaba en mi ánimo y que solo se podía entender así como producto de una lectura sesgada. Traté de aclararlo días después, al parecer sin mucho éxito, porque había quien seguía empeñado en que hubo una ofensa consciente. Pero lo que me dolió no fue eso, sino que ese comunicante, anónimo para más inri, pretendiendo fustigarme a mí, lo que hizo fue emprenderla contra Andrés el de la Colina y sus amigos y contra Mari Paz. ¿Qué culpa les alcanzaba a ellos de mis pecados, si es que los había? Sin embargo, eso me sirvió para ratificarme en una idea que siempre he tenido: que quien carece de razones con las que argumentar se dedica a repartir coces.
En fin, que de nuevo doy las gracias a cuantos aún no se han cansado de leernos y les digo que aquí seguimos. Soy consciente de que el tono de la agenda ha cambiado respecto a su línea original, aunque el fondo creo que se mantiene. El mayor problema es que cada día cuesta más trabajo hallar temas y no repetir lo dicho en páginas anteriores; pero intentamos no ser tediosos ni repetitivos. Un saludo a todos y hasta el próximo día.

martes, febrero 24, 2009


MACHADO, 70 AÑOS DESPUÉS
El domingo pasado, día 22 de febrero, se cumplieron setenta años de la muerte de Antonio Machado. En el pequeño cementerio viejo de Collioure, ciudad del sur de Francia donde reposan sus restos, han tenido lugar diferentes actos conmemorativos de la efeméride.
Nuestra ciudad también se ha sumado al recuerdo de aquel frío día de febrero de 1939. El Ateneo de Málaga ha querido evocar la figura del poeta organizando una tertulia poética en su honor. Nunca había asistido a ningún acto de esta institución, pero Zalabardo me sugirió que podíamos ir. El acto, a decir verdad, ofreció más sombras que luces. El local, lleno de personas en su mayor parte ya de avanzada edad; apenas si entre los asistentes había algún que otro joven.
Como digo, el acto dejó bastante que desear. Mucho "enamorado de toda la vida de la poesía de don Antonio" que aprovechaba el momento y ocasión para la propia autocomplacencia ("yo también escribo poesía", "yo he publicado una novela", "yo he viajado no sé cuántas veces a Collioure"...). Alguna afirmación que allí se hizo resultaba de todo punto inverosímil, como la de quien, tras el lapsus de haber antes dicho que había estudiado en un colegio de curas de Baeza en el que no se podía leer a Machado "por rojo", se refirió a sus años de alumno de la Institución Libre de Enseñanza, sin caer en la cuenta de que, por su edad, no pudo estar en la ILE, que debió suspender sus actividades al final de la guerra civil y vio sus bienes confiscados en 1940.
Hubo también en la tertulia bastante de republicanismo soterrado, ya que por ningún lado apareció la palabra República. Así, se quisieron poner los acentos en el triste momento del paso de la frontera; en el hecho, se puso mucho énfasis en ello, de que Machado nunca fuera abandonado en su corto exilio francés por los suyos; se aplaudió con rabia el soneto a Líster y aquello de si mi pluma valiera tu pistola; como se aplaudió el poema dedicado a la muerte de Lorca. Zalabardo me decía que Machado no era eso. Yo lo corregí diciéndole que Machado también es eso, pero que es mucho más que eso. Que Machado son los jardines nocturnos y solitarios de Soledades; que Machado es la Soria de Campos de Castilla; que Machado es Alvargonzález; que Machado es ese trasterrado que recuerda Andalucía cuando está en Soria y que añora Castilla cuando está en Baeza (En estos campos de la tierra mía / y extranjero en los campos de mi tierra / -yo tuve patria donde corre el Duero...-); que Machado son las canciones a Guiomar; que Machado son esos dos versos, los últimos que escribió, que encontró su hermano José en un bolsillo de su raído abrigo (Estos días azules / y este sol de la infancia). Machado, en fin, es uno de los pilares sobre los que se sustenta toda la poesía española (el Romancero, Bécquer, Machado, Juan Ramón).
Pero también hubo momentos emotivos. Todas aquellas lecturas que realizaron los asistentes que quisieron colaborar fueron entrañables. Para mí, y creo que para Zalabardo también, el momento más emotivo fue aquel en que dos jóvenes, apenas dos adolescentes (¿cómo llegaron ellos allí, en una asamblea de tantos viejos?), pusieron su granito de arena con sendas lecturas. Él empezó diciendo que Machado no le atraía especialmente, que no lo conocía a fondo porque a él "no le interesaba nada de eso de Franco y de la dictadura"; recordé un artículo de Javier Marías publicado este domingo en el que denunciaba cómo los artistas jóvenes no conocen más que su entorno inmediato y desconocen esa tradición que explica, da savia y sentido a cuanto hay en el presente. Pues bien, él leyó uno de los poemas a Guiomar (En un jardín te he soñado, /alto, Guiomar, sobre el río); ella, más nerviosa y con menos desenvoltura que su compañero, leyó un fragmento de Juan de Mairena (Amar a Dios sobre todas las cosas -decía mi maestro Abel Martín- es algo más difícil de lo que parece...). Esas intervenciones compensaron cualquier desajuste anterior que hubiese podido tener aquella tertulia.

viernes, febrero 20, 2009


SINONIMIA
Los profesores de lengua estamos muy acostumbrados a afirmar que la sinonimia es la relación semántica que hay entre dos palabras cuando presentan la posibilidad de sustituir la una a la otra en un determinado enunciado. Así decimos que entre un chato de vino y un vaso de vino no hay diferencias notables y que chato y vaso son, en esos casos, sinónimos. Pero el fenómeno es aún más complejo, pues la sinonimia absoluta o perfecta solamente se da cuando dos palabras son intercambiables en todos los contextos; si nos fijamos en los ejemplos anteriores, chato y vaso se pueden intercambiar en únicamente los casos propuestos, porque si hablamos de un coche con morro chato, ahí nunca podremos sustituir chato por vaso. Esto no quiere decir más que hallar casos de sinonimia perfecta es muy difícil pues casi siempre encontraremos algún matiz especial y distinto en alguno de los términos de la pareja o grupos. Así, podríamos sostener que carta y misiva cumplen, en principio, los requisitos para ser considerados sinónimos perfectos; pero, aún así, no debemos olvidar que misiva tiene un carácter algo más elevado y que, por ejemplo, epístola, siendo también una carta, remite al terreno de la literatura. Hay que contar, pues, con las connotaciones, es decir, los significados sugeridos y subjetivos de cada término. Pasa igual con década y decenio, que aun pudiendo funcionar como sinónimos, no significan exactamente lo mismo, ya que la primera remite a un periodo de diez años, referido a las decenas del siglo (década de los veinte, de los cincuenta, etc.), mientras que la segunda se refiere a cualquier conjunto de diez años.
Surge este tema como asunto del apunte de hoy porque días atrás, paseando por el centro de Málaga, pude darme cuenta de cómo esta ciudad, que tiene un casco urbano bastante antiguo, no olvidemos que la fundaron los fenicios, dispone también, por desgracia, de numerosas construcciones no ya viejas, sino caducas y decrépitas, que muestran un grado de dejadez bastante grave y del que no sé a quién debemos culpar, si al Ayuntamiento o a los especuladores del suelo. Es verdad que, a lo que parece, la ciudad anda empeñada en un proceso de rehabilitación notable. Y que en algunos aspectos este proceso afecta a barriadas completas (ahí está el caso de la Trinidad). Pero también es cierto que el deterioro es acusado en muchas zonas del centro que están a la vista de los visitantes que acuden a gozar de la oferta cultural que la ciudad ofrece. Comenté luego con Zalabardo la curiosidad de que, reflexionando sobre ello, me hubiesen venido a la cabeza adjetivos como antiguo, viejo, caduco o decrépito, que pertenecen todos ellos a un mismo campo significativo. Y a él no se le ocurrió decirme otra cosa sino que ya tenía asunto para una página de la agenda.
Porque si consultamos en un diccionario de sinónimos la palabra viejo, observamos que, entre la amplia lista de sinónimos que nos ofrece, aparecen anciano, antiguo, añoso, añejo, vejestorio, carcamal, provecto, decrépito, obsoleto, caduco y unos cuantos más que renuncio a copiar aquí. Claro, que no son sinónimos perfectos. Procedamos con un poquitín de orden.
Si aceptamos que los tres términos más comunes son viejo, antiguo y anciano, hemos de empezar diciendo que anciano solo se puede aplicar a personas, lo que ya lo diferencia de los demás. Que antiguo, si lo aplicamos a personas, remite no tanto a la edad sino más bien a las costumbres, al vestido o a las ideas; así, una persona antigua puede ser joven, pero de ideas trasnochadas. En cambio, si se aplica a cosas, puede remitir al prestigio y solera que dan los años; un edificio puede ser antiguo, pero hallarse en perfecto estado de conservación. Por fin, viejo hace relación a lo físico y perecedero, tanto en las personas como en las cosas; una persona vieja lo es porque tiene muchas edad, y un edificio viejo puede serlo porque está ajado, deslucido, ruinoso, etc., independientemente de tener muchos años. Pero aún hay más diferencias: así como la vejez, cuando hablamos de personas, alude a la decadencia de la vida, la ancianidad habla de la madurez y experiencia que dan los años.
Si hablamos de antigüedad, hay que dejar claro que añoso es lo que tiene muchos años (son árboles añosos el castaño conocido como El Abuelo, en el sendero de la Estrella, en Granada, o el Castaño Santo de Istán). Por el contrario, es añejo aquello que, por haber durado muchos años, ha mejorado o empeorado su condición; hablando de vinos, se habla de la estimable calidad de un vino cuando es añejo o se dice que un vino está añejo si, por su mala conservación, se ha picado o se ha puesto rancio. Un poco en la misma línea, calificar a alguien de vejete supone un matiz afectivo y cariñoso, mientras que llamarlo vejestorio es tratarlo despectivamente.
Por fin, veamos los adjetivos que quedan de los que hemos citado arriba: provecto remite al hecho de tener una edad avanzada, bastante más que madura (Zalabardo me pide que no lo mire cuando escribo esto); decrépito, referido a cosas, supone estado ruinoso y, referido a personas, se aplica a quien por la vejez tiene disminuidas sus facultades. Si alguien, además de decrépito y achacoso, se queja por ello, pasa a ser un carcamal. Caduco también se aplica tanto a personas como a cosas y designa lo que se halla en estado de decadencia y de próxima ruina. Por fin, obsoleto, que difícilmente se aplica a personas, es todo aquello que, por no estar al día y haberse quedado anticuado, resulta poco útil.
Me dice Zalabardo que dejemos ya la cosa como está y no intente hacer ninguna clase de alusiones personales por lo que pudiera pasar. Y es que a Zalabardo le ocurre en ocasiones lo que a aquella señora a la que una vez hicieron una encuesta por teléfono. La primera pregunta fue: ¿Está dispuesta a contestar algunas preguntas? Y respondió: Por supuesto que sí. La segunda fue: ¿Nos podría decir su edad? A lo que secamente respondió: Por supuesto que no. Y colgó porque decía que el encuestador era un maleducado.

martes, febrero 17, 2009


A BURRO MUERTO, CEBADA AL RABO
Es ese uno de los refranes que utilizamos cuando queremos indicar que algo se hace a deshora, cuando ya no hay remedio. Andaba yo el otro día con mi relectura de Valle-Inclán (cada loco con su tema) y Zalabardo me preguntó qué había de cierto en cuanto se dice de que este autor vivió y murió hundido en la miseria; le digo que bastante, pero que aún hay más vida llena de penurias en la biografía de Alejandro Sawa, en quien se inspiró el gallego para crear el inolvidable Max Estrella, de Luces de bohemia. Por cierto, con motivo del centenario de la muerte del bohemio escritor sevillano acaba de aparecer una edición de Iluminaciones en la sombra, con presentación de Andrés Trapiello.
No es infrecuente que un escritor, cualquier artista, resulte ser incomprendido en su tiempo y haya que esperar hasta después de su muerte para que se le reconozca el mérito que en vida atesoró. ¿Cuánta penalidad podía haberse evitado Van Gogh de haber vendido alguno de sus cuadros siquiera por la cuarta parte de lo que se paga ahora por ellos?
A estos artistas, después de muertos (a buenas horas mangas verdes es otro refrán válido para el caso), no se les escatima ningún adjetivo ponderativo: preclaro, ilustre, insigne, afamado, célebre, ínclito, eximio, excelso, eminente, egregio, notable, excelente... ¿Habrá alguno de estos adjetivos que no se haya aplicado siquiera una vez a Miguel de Cervantes? ¿Alguien más excelso que él? Ahora. Y antes, solo una vez que hubo fallecido, que no antes. Porque hasta entonces parecía que le perseguía no la fama, sino la mala suerte y la incomprensión allá por donde iba.
Se lo dije a Zalabardo cuando me preguntó por Valle. Y como pareció mostrar algo de extrañeza por cuanto le decía, me vi precisado a recordarle algo de la biografía, llena de luces y sombras, del alcalaíno. Y ahí es donde nos topamos con la primera laguna. Se sabe que fue bautizado en Alcalá, aunque no hay ninguna garantía de que hubiera nacido allí, puesto que por aquellos años la vida de su familia fue un constante andar de acá para allá . Hasta que en 1569 lo sabemos afincado en Madrid, aunque por poco tiempo, pues como consecuencia de una riña en la que hiere a un tal Antonio de Segura es procesado y se dicta una orden de arresto contra él, por lo que sale a escape y marcha a Italia, donde entra al servicio del cardenal Giulio Acquaviva.
Cuando en 1571 se organiza una armada para combatir a los turcos, Cervantes ve la ocasión de, enrolándose, poder volver a España. Embarcado en la galera Marquesa, toma parte en la gesta de Lepanto. Mire usted por dónde, el día de la batalla despierta aquejado de unas fuertes fiebres y se le ordena permanecer en el camarote, aunque él desobedece la orden y sube a cubierta para participar en la lucha; pronto recibe dos heridas, una en el pecho y otra en el brazo izquierdo que le deja inútil la mano. Vuelto a Italia y recuperado de las heridas, participa en la expedición de Navarino y en la conquista de Túnez y Bizerta.
En 1575, junto con su hermano Rodrigo, decide volver a España. Es portador de cartas de recomendación del propio don Juan de Austria. La galera Sol, en la que viaja, es asaltada por piratas berberiscos y cae cautivo: como le encuentran las cartas, piensan que es un personaje notable y se pide por él un altísimo rescate. Participa en varios intentos de fuga que fracasan. Después de un cautiverio de cinco años, los frailes trinitarios consiguen reunir el dinero para su rescate.
De nuevo en Madrid, como las letras no le dan para mantener a la familia, se traslada a Sevilla como comisario para proveer trigo para la Armada Invencible. Problemas con las cuentas a causa de las irregularidades de un subordinado y la quiebra de un banquero portugués en cuya casa había depositado el dinero, significaron un nuevo proceso y su condena a prisión. En la cárcel comienza a escribir el Quijote. En 1604 se traslada a Valladolid. Al año siguiente se imprime la primera parte del Quijote. Pero se ve enredado en un nuevo proceso: Una noche, en la puerta de su casa, es acuchillado un caballero llamado Gaspar de Ezpeleta; se sospecha del escritor y de varias de las mujeres de su casa, de cuya moralidad se duda. Entran en prisión sus dos hermanas, una sobrina, su hija Isabel y él mismo, aunque pronto son liberados por no haber pruebas en su contra.
En tanto, su novela va siendo conocida y su nombre corre de boca en boca, pero en 1614, un tal Alonso Fernández de Avellaneda publicó una segunda parte apócrifa del Quijote y, en la introducción, injuria gravemente a Cervantes. Apenas si nuestro autor tiene tiempo para dar fin a la segunda parte auténtica y trata de defenderse de las ofensas recibidas. En 1616, muere sin llegar a conocer el éxito mundial que supuso la historia del caballero manchego. La paradoja es que tuvo que morir para llegar a ser inmortal. Por no tener, no tenemos ni un solo retrato suyo que pueda considerarse auténtico.

viernes, febrero 13, 2009

UNA PLACITA
A la desierta plaza
conduce un laberinto de callejas
(A. Machado: Soledades, X)
De vez en vez, me gusta visitar Sevilla. Como Zalabardo sabe bien, yo me considero malagueño de adopción y no acostumbro, no me gusta, a ejercer de sevillano, aun siéndolo; y no me acharo, no me avergüenzo ni siento pudor por ninguna de ambas cosas. Pero tampoco participo de ese enfrentamiento que se suele dar entre las dos ciudades. Disponen una y otra de los suficientes elementos para que yo las ame y no me guste verlas casi siempre a la greña. Pues bien, el fin de semana pasado estuve en Sevilla y pude revivir muchas sensaciones que permanecían encerradas en mi interior.
Hay en Sevilla dos plazas, mejor, una plaza y una placita, que no dejo de visitar cada vez que voy. Una es la plaza de doña Elvira, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz; la otra es la plaza de Santa Marta, a las puertas mismas de dicho barrio. Pero así como la de doña Elvira está llena de restaurantes y sea continuamente atravesada, paseada y admirada, la de Santa Marta permanece aislada, solitaria y silenciosa. Vamos, que no la conocen ni los japoneses, a los que podemos ver en los más inverosímiles rincones.
No es esta la plaza del poema de Machado, pero pudiera serlo, porque a ella se accede, y se sale, pues ese es su único contacto con el exterior, si no por un laberinto de callejas, sí por una mínima y laberíntica calle (forma una S), cuya entrada disimulan unas tiendas de recuerdos donde los extranjeros compran palillos, o sea, castañuelas; linda con una iglesia y tiene enrejadas ventanas tras cuyos cristales pareciera adivinarse siempre una figura. Es recatada, escondida, casi oculta del bullanguero ambiente de las plazas de la Virgen de los Reyes y del Triunfo, junto a las que está. ¿Es la plaza más pequeña del mundo? A lo mejor (a lo peor) no, pero mereciera serlo. En mis años sevillanos, me gustaba pasar alli ratos y sentarme a leer en las gradas de la cruz que se alza en su centro; sobre todo en el mes de abril, cuando el azahar de sus naranjos embriagaba los sentidos.
Como me embriaga la luz limpia de Málaga, o los acuáticos rumores de Granada; así me afecta el color especial de Sevilla; y entre ellos uno, el del albero (esa arena que se extrae de las canteras de Alcalá de Guadaira) que cubre los suelos de los jardines de Murillo o de los caminos del Parque de María Luisa, el de la mayoría de los jardines sevillanos o el ruedo de la Maestranza.
Y también me gustan algunas de las palabras aprendidas en Sevilla, porque Sevilla tiene también sus palabras; bueno, eso es algo discutible. Lo que pasa es que desde que mis admirados profesores Manuel Alvar y Antonio Llorente publicaron sus Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía han sido legión quienes, siguiendo aquella estela de los maestros, se pusieron a recopilar vocabularios y estudios sobre el habla de sus lugares respectivos, fuesen estos Sevilla, Málaga, Cabra, Jerez o Cúllar-Baza. Y así se presentan como exclusivos de un lugar términos que corresponden a la generalidad andaluza. No hay más que consultar el Vocabulario andaluz, de Antonio Alcalá Venceslada, publicado inicialmente en 1934 y ampliado en 1951. Eso sí, cada lugar tiene unas palabras que usa más de lo que se utilizan en otros lugares, aunque en ellos sean también conocidas. La pena es que, no ya en Sevilla, sino en todas partes, estas palabras se van perdiendo.
En ese sentido explicado quiero hablar hablar aquí hoy de palabras sevillanas, como las ya utilizadas achararse, palillos y albero. En esta última estancia en Sevilla visité, mire usted por dónde, una exposición organizada por la Xunta de Galicia titulada As nosas palabras, as nosos mundos; en una de sus secciones se invitaba al visitante a sembrar una palabra para que creciera y no se perdiera. Yo sembré sahumerio porque, como hacía un frío que nos dejaba esmorecíos, ateridos, recordé esa mezcla de flores de de alhucema y romero que, para que dieran buen olor, se echaba en la copa, brasero de cisco, carbón menudo, que se ponía en las camillas, mesas con tarima y cubiertas con enaguas, para calentar las habitaciones.
Allí en Sevilla, mientras hacía la mili, oí por vez primera que aliño, aparte de su significado culinario, era un cocimiento de hierbas anafrodisíacas que la mujer celosa daba a escondidas al hombre con quien se hablaba, tenía relaciones, para que no se sintiera atraído por ninguna otra mujer. Como dicho aliño provocaba en ocasiones reacciones no deseadas, a quien presentaba un aspecto un poco ido de la realidad se le decía que parecía estar aliñao.
La placita que ha dado origen a la página de hoy tiene también sus cierres, o cierros, balcones o miradores cerrados con cristales y/o celosías. En fin, por Sevilla paseamos, que no dimos barzones, que eso es andar sin rumbo, y terminamos comiendo en el Arenal, en un típico restaurante con patio andaluz cubierto por una vela, toldo que matiza la luz e impide que dé el sol directo. Al otro lado del río Guadalquivir, la calle Betis se reflejaba sobre sus aguas.

lunes, febrero 09, 2009

CON CAJAS DESTEMPLADAS

En el anterior apunte, que trataba de la poca o ninguna confianza que Zalabardo tiene en los políticos, se utilizó hacia el final, a modo de juego de palabras o chiste, la expresión con caras destempladas, que decía Zalabardo y que yo le corregía avisándole de que se debe decir cajas y no caras. Si tras el comentario de la palabra carca no se comentó dicha expresión fue solo porque me pareció que el apunte resultaba ya suficientemente extenso y valía la pena dejarlo para una próxima ocasión.
Y esta ha llegado. Le explico a Zalabardo que lo que a él le ocurrió es algo muy frecuente y que sucede a muchas personas: utilizar una frase o locución clásica de manera degenerada solo porque se desconoce el sentido de las palabras que la forman o porque, con el paso del tiempo, se ha ido, consciente o inconscientemente, modificando su significado inicial. Por eso me parece bien, y Zalabardo está de acuerdo, que dediquemos la página de hoy a explicar en rectitud el significado y origen de echar con cajas destempladas y, ya de paso, algunas otras, como la letra con sangre entra, tumbarse a la bartola y ser de sangre azul.
La primera de estas locuciones, según el diccionario de la RAE, quiere decir 'echar a alguien de un lugar con aspereza o enojo'. De ahí que muchos crean que se dice con cara destemplada por la que pone quien despide a otro de mala manera. Pero pensemos en estas dos cosas: que la expresión original es en plural y que la palabra caja, según la acepción sexta del mismo diccionario, significa tambor. Y vamos a lo que interesa, que no es otra cosa sino que el origen de la expresión es militar. Cuando un miembro de la milicia era culpable de un acto deshonroso, se le degradaba o se le expulsaba. Ello tenía lugar en un acto público en el que los tambores debían sonar con sus cajas destempladas, es decir, con los parches aflojados para que su sonido no fuese normal. De ahí se pasó a que cuando se ajusticiaba a alguien públicamente, la comitiva que conducía al reo hasta el cadalso se anunciaba también con cajas destempladas. Eso explica que antiguamente las procesiones del viernes santo, que representaban el camino hacia el Calvario y la crucifixión, fuesen también acompañadas de cajas destempladas. Desde ese sentido al que tiene en la actualidad no hay más que un paso, y cuando echamos de mala manera a alguien de nuestro lado lo hacemos con cajas destempladas, aunque ya no suene ningún tambor.
En cuanto a la letra, con sangre entra también es preciso hacer algunas aclaraciones. Muy extendida es la creencia de que alude al castigo que se infligía, y que algunos echan de menos, a los alumnos que no ponían atención o no aprendían de manera adecuada la correspondiente lección. Rodríguez Marín, enemigo de tal castigo, siempre recordaba, hablando de este refrán, a un maestro suyo que acostumbraba a añadir pero con dulzura y amor, se aprende mucho mejor. Y María de Maeztu, hermana de Ramiro de Maeztu, maestra e impulsora de la cultura femenina, afirmaba que es verdad que la letra entra con sangre, aunque no con la del discípulo, sino con la del maestro (es decir, con su esfuerzo y sudor). Esta explicación está más puesta en razón, porque ya Covarrubias, en su diccionario de 1611, lo explicaba del siguiente modo: "La letra con sangre entra, el que pretende saber ha de trabajar y sudar; y eso significa allí sangre, y no azotar a los muchachos con crueldad, como hacen algunos maestros de escuela tiranos". No olvidemos que, también para aprender algo difícil o conseguir alguna cosa dificultosa es frecuente decir que nos ha costado sangre o que hemos sudado sangre.
¿Y echarse o tumbarse a la bartola? Casi nadie duda de que significa 'descuidando o abandonando el trabajo; despreocupadamente, libre de toda procupación o inquietud'. Los diccionarios apenas si dicen nada más. Y no sé por qué el de María Moliner afirma que significa lo que hemos dicho porque popularmente se aplicaba el nombre de Bartolo a las personas desocupadas y ociosas. Es más fácil que todo eso el origen real de la locución, o al menos eso creo: en algunos lugares, en mi tierra al menos, una denominación popular de la barriga es bartola. Por eso, tenderse a la bartola es tenderse boca arriba, panza arriba, sin hacer nada. Y, por supuesto, hay que rechazar, por cómica y desacertada, la forma degenerada de tirarse a la Bartola.
Y acabamos con la explicación de ser de sangre azul. El diccionario, también en este caso, es simple, pues se limita a recoger que significa 'ser de linaje noble', sin explicar el porqué. De ello se ocupa, al menos de él lo he tomado yo, José Mª Iribarren, quien a su vez lo recoge de una revista de 1871: "Las personas de linaje ilustre, por el dinero que gozan, por la clase de vida que hacen y por otras razones de casta que entran bajo el dominio de la fisiología, son pálidos y de cutis tan transparente que permite ver y notar fácilmente el color azulado de sus venas." Es una forma de decir que tienen la piel fina, delicada y casi transparente por no estar hechos a la rudeza del trabajo manual.

jueves, febrero 05, 2009


CARCAS
En más de una ocasión he debatido con Zalabardo en torno a la consideración que a ambos nos merecen los políticos. Él defiende que no hay que fiarse de ninguno porque, por mucha rectitud que finjan mostrar en la defensa de sus idearios, o los de sus partidos, en cuanto que alcanzan una mínima cuota de poder comienzan a relajarse y a actuar buscando determinados intereses, aunque ello suponga tener que disimular las ideas en el más recóndito rincón de la conciencia. Le discuto que no se puede generalizar; que, pese a lo que diga, serán más los rectos que los torcidos, aunque de estos, le concedo, también yo creo que hay unos cuantos. Y lo peor, me contesta siempre, no es que sean los de un partido o los de otro; son todos, por desgracia.
Ayer se me plantó delante con una medio sonrisa no se sabe bien si de triunfo o de amargura: ¿Ves lo que siempre te he dicho? Y me planteó dos asuntos de los que estos días se ocupan los medios. Uno es el del proceso abierto por el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu contra ex altos cargos israelíes por la matanza, en gaza, de un grupo de civiles en el atentado contra un líder de Hamás en 2002. El otro, de naturaleza muy diferente, tiene que ver con la Ley de Costas y la defensa del medio ambiente.
Veamos el primero. La actuación de este juez viene motivada por la aplicación de la llamada jurisdicción universal. ¿Qué es tal figura jurídica? Me leo una página de Amnistía Internacional que la explica muy bien. En 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, los tribunales de los países aliados la crearon para tratar delitos de lesa humanidad y de guerra cometidos durante el reciente conflicto fuera de sus territorios y cometidos por personas que no eran ciudadanos suyos ni residentes en esos territorios. Después, diferentes países fueron sumándose a la aplicación de tal jurisdicción y la extendieron no solo a infracciones de los Convenios de Ginebra, sino a las ejecuciones extrajudiciales, a las desapariciones forzadas, al genocidio y a la tortura. Todo esto quiere decir, expresado con un ejemplo burdo, que Francia podría procesar a un grupo de lapones por un delito de torturas cometido en Nueva Zelanda. Pues bien, en 1998, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional incluyó como delitos perseguibles por la jurisdicción universal los siguientes actos si se cometen de manera generalizada o sistemática: asesinato, exterminio, esclavitud, deportación o traslado forzoso de población, encarcelamiento u otra privación grave de de libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional, tortura, violación, otras formas de violencia sexual, persecución, desaparición forzada, apartheid y otros actos inhumanos.
En aplicación de esta jurisdicción universal, España procesó a Pinochet y pidió su extradición al Reino Unido. Por el mismo motivo inició proceso contra militares estadounidenses por la muerte del periodista español José Couso en Irak. Y por lo mismo se explica ahora la actuación del juez Fernando Andreu contra los ex altos cargos israelíes. ¿Pero qué es lo que pasa? Pues que la ministra de Exteriores de Israel, Tzipi Livni, después de una protesta formal de su país, afirma muy satisfecha que su homólogo español, Miguel Ángel Moratinos, le ha prometido que nuestro Gobierno modificará las leyes relativas a la jurisdicción universal para evitar casos como el que comentamos. A todo esto, nuestro ministro de Asuntos Exteriores ni niega ni confirma tal aserto; ¿acaso por aquello de que quien calla otorga? ¿Por qué resulta tan molesto que en España se juzguen delitos cometidos por israelíes en la franja de Gaza? ¿Qué intereses pueden verse comprometidos?
Y vamos con el segundo caso. Para cortar de raíz los desmanes urbanísticos en nuestras costas, la ex ministra de Medio Ambiente Cristina Narbona luchó por que se aplicara con rigor la Ley de Costas, que databa de 1988. Entre otras cosas, dicha ley declaraba público todo el terreno de playa así como todo aquel hasta donde llegaban los mayores temporales conocidos. A la vista de que se había dado mucho desmadre y se había hecho mucha vista gorda, aquellas casas construidas con anterioridad a dicho año en dominio público pasaban a ser del Estado, aunque, para evitar injusticias y mayores daños, se otorgaban a sus dueños en plan de concesión durante sesenta años, plazo en el que estos no podían ni vender ni reformar las viviendas sin permiso. Pues bien, ahora el Gobierno, un periódico decía que 'de tapadillo' dicta normas que atenúan dicha Ley de Costas y echa por tierra la política de recuperación del litoral. De nuevo nos encontramos con muchos intereses trastornados por el cumplimiento de la ley.
Se diría que este tipo de actuaciones son propias de un Gobierno de derechas, pero resulta que, en nuestro país, las está llevando a cabo uno que se dice ser de izquierdas. Así se comprende el enfado de Zalabardo: "Habría que echarlos con caras destempladas, porque son todos iguales, unos carcas", grita de manera desaforada. Trato de calmarlo y le digo: Querrás decir con cajas, a lo que, sin comprender mi corrección, me respondió: "No, pues de llevarse las cajas ya se encargan ellos muy bien".
A propósito de carca, el diccionario de la Academia nos muestra que es una forma abreviada de carcunda, vocablo de procedencia portuguesa con el que se designaba a los absolutistas de aquel país en las luchas políticas de principios de siglo XIX. Poco después, se comenzó a utilizar el término en España para señalar de modo despectivo a los carlistas. En su origen, veo en el diccionario de Corominas, significaba 'jorobado' y, por metáfora, pasó a significar 'avaro, mezquino, egoísta', antes de utilizarse políticamente. Posteriormente, carca o carcunda, como sinónimos, pasaron a significar 'reaccionario, persona de actitudes retrógradas'. Y ahí estamos.

lunes, febrero 02, 2009

EL NOMBRE DE LOS NOMBRES (Y SU CORRESPONDIENTE APELLIDO)
Nada más abrir la Biblia y empezar a leer los primeros capítulos del Génesis nos enteramos de que el proceso por el que los seres fueron adquiriendo el nombre que los identificara fue compartido. Al principio, Dios iba dando a cada cosa su nombre; hasta que aparece sobre la faz de la Tierra Adán y se le encarga que sea él quien continúe con la tarea nominativa. Tampoco cuesta demasiado darse cuenta de que, en un principio, los seres humanos no precisan más que de una sola palabra para ser únicos: Adán, Eva, Caín, Noé... Pero como el mandato divino fue aquel de que creciésemos y nos multiplicásemos, llega un momento en que falta inventiva para nombres individualizados y se va haciendo necesario un aditamento; en el Nuevo Testamento, en los Evangelios, nos topamos ya con María de Magdala y con María Cleofás; con Judas Tadeo y con Judas Iscariote. Podemos colegir de aquí que con ello habían nacido los apellidos.
Damos un salto en la historia y nos encajamos en la sociedad romana, a la que tantas cosas debemos. Los romanos, hablo de los varones, ya que para la mujer el sistema era diferente, poseían tres nombres: el praenomen, equivalente a nuestro nombre propio, coincidía con el del padre y se escogía entre una escasa gama de posibilidades; el nomen indicaba la familia, el linaje a que se pertenecía; y el cognomen, una especie de segundo apellido, era por lo general algo parecido a un mote que se adjudicaba por diferentes razones (un defecto físico, cualquier anécdota ligada a la persona que lo portaba o incluso alguna victoria militar). Así se explican los nombres Marco Tulio Cicerón (por una verruga parecida a un garbanzo), Cayo Julio César (título de los emperadores romanos), etc.
Este sistema onomástico romano fue cayendo en desuso en las tierras del Imperio y hacia el siglo V ya se había olvidado casi del todo. En la España visigoda y en toda la región asturiana, los individuos vuelven a ser conocidos por un solo nombre, el que se recibía en la pila bautismal. Pero, llegado el siglo VIII, se hacía difícil diferenciar a unos de otros si tenían el mismo nombre. Entonces se recurrió a hacer uso de un patronímico, es decir, una palabra que uniera al nombre de cada individuo otro derivado del nombre de su padre. Esto ocurrió no solo en España, sino en casi la generalidad del territorio europeo. Nuestro caso lo cuenta muy bien Ramón Menéndez Pidal en su Historia de la Lengua española. Y es que nosotros, por esa influencia visigótica citada, unimos el sufijo -z al nombre del padre; de esta forma surgieron Núñez (hijo de Nuño), Álvarez (hijo de Álvaro), Rodríguez (hijo de Rodrigo), etc. Hasta ahí, seguimos el mismo procedimiento que los nórdicos, que usan el sufijo -son (Peterson, hijo de Peter) o que los rusos, que emplean el sufijo -ovitch (Mijailóvitch, hijo de Mijail).
Hasta este punto todo es muy simple, pero (¿por qué casi siempre ha de haber un pero para todo?) con el tiempo, fueron surgiendo apellidos que se explican por muy variadas razones. En nuestra onomástica, junto a los patronímicos propios (los derivados del nombre del padre) se dan otros que obedecen a orígenes diversos. Se suele decir que, a partir de los Reyes Católicos, los judíos conversos adoptaban por apellido el nombre de una nación, ciudad o pueblo (Valencia, Alemán, Córdoba, Gallego...) o el de un santo o símbolo cristiano (Santamaría, Santiago, San Juan, De la Cruz...). Pero es que, además de eso, originan apellidos españoles los oficios desempeñados (Herrero, Pastor, Sastre, Zapatero...); algún elemento vegetal o de la naturaleza (Pino, Romero, Castaño, Montes...); alguna referencia al lugar en que se habita (De la Sierra, De la Cuesta, Fuentes...); alguna peculiaridad o tara física (Sordo, Seisdedos, Rubio, Calvo...); algún cargo ocupado (Alcalde, Regidor, Contador, Alguacil...). Y así podríamos seguir, pues las posibilidades de apellidos son casi ilimitadas.
Por eso me extrañó hace algún tiempo que, en una emisora de radio, al ir a dar una noticia deportiva, dudasen por un momento de ofrecer el apellido de un deportista e incluso planteasen la posibilidad de que el texto estuviese equivocado o al deportista se le estuviera designando con un apodo. ¿Qué apellido era aquel que tanto reparo hubo en utilizar?: Follador. Reconozco que al principio puede dar risa, pero una vez eso, todo nace de la ignorancia de que en nuestra lengua existen cuatro verbos follar, de los que se derivan los correspondientes follador. El primero, derivado de follis latino (fuelle), significa 'soplar con un fuelle'; el segundo, derivado de folium (hoja), significa 'formar o componer en hojas algo'; el tercero, de fullare (pisotear), significa 'destruir o talar'; y el cuarto, posiblemente también derivado de follis (fuelle), significa 'practicar el coito' y también 'ventosear'. Según lo anterior, aparte de los sentidos sexual y fisiológico, Follador puede designar a 'quien trabaja en una fragua con el fuelle', a 'quien tala árboles' o a 'quien compone algo en hojas'.
Pero es que no hay más que meterse en Internet para ver que en España hay algo menos de 350 personas que tienen como apellido Follador, lo que por supuesto, los diferencia de los García, nuestro apellido más común, con casi millón y medio de personas que lo portan. Y aunque Zalabardo se me enfade (pues no le gusta que se divulgue este dato) diré algo que muy pocos conocen: que su nombre completo, escritos hay que lo demuestran, es Matías Alibóndigo Zalabardo. ¿Quién tiene apellidos como los suyos?