miércoles, septiembre 29, 2010

Y EL VERBO SE HIZO UN LÍO


Aquí, lo primero que se tendría que ver es un hermoso caballo blanco haciendo una cabriola. Pero ni caballo ni cabriola. Y no penséis que es por culpa de la huelga o algo de eso. Simplemente sucede que, en el editor que utilizo para esta agenda, la herramienta para subir imágenes ha cambiado y como ni Zalabardo ni yo somos expertos en estas lides pues no consigo incluir la imagen. ¡Qué le vamos a hacer! Ya estamos buscando ayuda para solucionar el problema. Así que os imagináis el caballito y su cabriola y vamos con el apunte de hoy.
De todos es sabido que el sistema verbal español tiene su miajita de intríngulis; que, aun exagerando un poco, podríamos decir que sobreabundan las formas irregulares sobre las regulares; que a un extranjero que se ponga a aprender nuestra lengua la conjugación se le atraganta más de una vez. Y podríamos seguir diciendo, por ejemplo, que los niños pequeños, cuando están empezando a hablar, tienden a usar todos los verbos como regulares (y así, dicen cabo, sabo, soño, etc., en lugar de quepo, , sueño, etc.), aunque según van avanzando en un aprendizaje natural del idioma, van dominando, también de forma natural, las irregularidades.
Hago esta introducción porque en este pasado tiempo de descanso he podido entresacar, de diferentes medios, una amplia colección de perlas, todas ellas de naturaleza verbal, que deberían hacer sonrojar, unas más que otras, a quienes hicieron uso de ellas. Hace días hablaba de la necesidad de cuidar las redacciones y las exposiciones orales. Ahora tendría que añadir que para algunos, aquellos para quienes el idioma es un instrumento cotidiano, un útil de trabajo y no un mero vehículo de comunicación, también habría que recomendar el repaso de la morfología y de la ortología, que, como sabemos, no es solamente el arte de pronunciar bien sino, de modo más general, el de hablar con propiedad.
Cuando recogía estos casos, me trataba de aclarar Zalabardo que pensara en el hecho de que durante el verano hay menos personal en las redacciones, que se puede relajar un poco la atención, que es la oportunidad para los becarios. Yo le respondía que todo eso estaba muy bien, pero que para la corrección y el cuidado del lenguaje no debe caber ninguna clase de relajación.
Y vamos con algunos de los casos de los que hablo. Pude leer un día: en aquel lugar se arrice cualquiera. En principio, todo parece normal; salvo si tenemos en cuenta que el verbo arrecir es defectivo, es decir, que no posee todas sus formas. Cualquier diccionario nos dirá que de él solamente se usan aquellas formas cuya desinencia empieza por –i. Así, el presente solo tiene dos formas, la primera y la segunda personas del plural arrecimos y arrecís; y la forma más utilizada es el participio, arrecido. Por tanto, no existe esa tercera persona singular arrice que recogía el texto.
En otro de los ejemplos, una crónica deportiva, se dice: “¡A por ellos, oé!”, trona la grada. ¿Es preciso explicarle a alguien que la tercera persona de tronar es truena, como de dormir, duerme? Pues eso, que sobra cualquier otro comentario.
Vamos con otro caso: La respuesta municipal ha sido que no a lugar. Todos sabemos que haber lugar es una construcción que significa ‘darse las condiciones para que algo se produzca’ y que más comúnmente se utiliza en formas negativas, no haber lugar. En el presente del verbo, alternan las formas hay o ha; pero, eso sí, siempre con h.
Los casos siguientes son de otra naturaleza. No tienen que ver con la morfología ni con la ortografía simplemente, sino más bien con la propiedad de su empleo. Leía en una crónica sobre las corridas de toros y los correbous, que finalmente han sido declarados “tradición que debe ser preservada”: el bravo de 550 kilos [...] raspa el suelo con la pezuña izquierda y se cabriola encarándose a los jóvenes. Vayamos por partes. ¿Qué pasa con raspa? Pues que aparte de que tal verbo significa ‘frotar ligeramente algo quitándole alguna parte superficial’, cuando los toros remueven con su pezuña el suelo y echan la tierra para atrás se dice que escarban, nunca que raspan. Además, aunque la observación ahora no importa, los entendidos suelen decir que tal comportamiento es señal de poca bravura. ¿Y qué pasa con se cabriola? Primero, que ese verbo, intransitivo, no admite la construcción pronominal (cabriolarse). Segundo, que cabriolar significa ‘hacer cabriolas’ y cabriola, por si alguien no lo recuerda, es el ‘salto que da el caballo, soltando un par de coces mientras se mantiene en el aire’ (¿Véis a cuento de qué venía la imagen del caballo?). O sea, que un toro no hace cabriolas. ¿O a lo mejor sí?
Y vamos con el último caso. Aviso, de principio, que este es más discutible y que, incluso, se podría considerar correcto. Sin embargo, considero, humildemente, que sería más apropiado utilizar para lo que se dice un verbo diferente. En una noticia sobre fosas de la guerra civil, se dice: conseguirán exhumar la fosa. Teniendo en cuenta que exhumar significa: ‘1. Desenterrar un cadáver o restos humanos, y 2. Desenterrar ruinas, estatuas, monedas, etc.’, ¿se puede exhumar una fosa? En principio, hay que decir que sí, aunque lo más adecuado sería aceptar que lo que se exhuma son los restos humanos en ella contenidos y que una fosa, mejor, se abre o se descubre. Pero, ya digo, este empleo puede pasar.
Todo ello, comento con Zalabardo, son detalles que alguien considerará nimios; pero no debería olvidarse que los medios de comunicación no persiguen tan solo una función informativa. Tan importante, o más, es la función formativa y educativa. Y hablar y escribir bien la lengua propia es una tarea a la que no debiéramos nunca renunciar. Al menos, eso es lo que yo pienso.

martes, septiembre 21, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO.03. GUIOMAR (Leyendo a Antonio Machado)


Querido Antonio:

Cuando en mis manos he visto el bello poema que me envías y lo he leído, no he podido por menos que recordar la estrellada noche de junio, apenas si habíamos superado la noche de San Juan, en que, en Segovia, realizamos el largo recorrido hasta el Alcázar.
El paseo por los jardines de aquel palacio encantado a cuyo pie los ríos Clamores y Eresma se hacen uno constituye el mejor símbolo de que nuestras almas también se hicieron una. No puedo negar que fue aquella una de las más felices experiencias de mi vida. El jardín, las solitarias calles, el brillo de las estrellas en el cielo, forman ya un decorado inalterable en el que, desde entonces y como en un sueño, transcurre mi vida.
Todo fue distinto a aquel otro día en el que nos vimos por vez primera. Con tu aspecto desaliñado, tu timidez, tus silencios y tu bondadoso rostro me pareciste tan desvalido... Tampoco yo acertaba a hablar, cohibida ante el gran poeta al que tanto admiraba. Ya ves, yo, que nunca he sido capaz de memorizar un solo verso mío, podría recitar de memoria infinitos de los tuyos. Y ahora, para mayor felicidad, me encuentro con que soy la musa que inspira tus poemas.
Los dos hemos sido desgraciados, cada uno por diferente razón, y los dos hemos hallado, el uno en el otro, el fuego que cauterice la herida. Pero debes comprender que para mí resulta imposible lo que me pides.
Mi condición, mis creencias, mi educación, me dicen que no soy una mujer libre. Ya intenté explicarte en otra ocasión que para mí no puede haber ya otro tipo de amor salvo el que se sostiene sobre la limpia fusión de los corazones, la sintonía de las almas y la ternura mutua, alejado de cualquier contacto físico.
Mientras así lo aceptes, perdurará esta amistad nuestra, más profunda y fuerte que cualquier otro tipo de lazo. Espero tu vuelta para volver a encontrarnos en “nuestro” Jardín de la Fuente, de Moncloa.

Hasta entonces, sabes que tuyo es mi corazón. Pilar.


Antonio Machado (1875-1939): Canciones a Guiomar

En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño —juntos estamos—
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer).

martes, septiembre 14, 2010


EL ORDEN DE LOS FACTORES

Vencido ya, casi, el verano y acabadas las vacaciones (¿cuántas veces he dicho —alguno pensará que ya resulto pesado— que, pese a estar jubilado, mis biorritmos funcionan aún por el calendario escolar?) aquí estamos, Zalabardo y yo, dispuestos a tomar de nuevo la senda de los comentarios a diferentes usos lingüísticos o a cualesquiera temas de actualidad. Como decía hace poco, el hecho de haber iniciado la temporada con el contenido de ese cuaderno escondido que tan callado se tenía Zalabardo no impedirá que en esta agenda sigan apareciendo los apuntes tradicionales.

Nadie negará que si del verano quisiésemos hablar, dos temas se elevarían sobre los demás: el triunfo de la selección española en el Mundial de fútbol y la prohibición de las corridas de toros (que no de los correbous, pues si aquellas son “actos crueles” estos son “tradiciones que hay que conservar”) por el Parlamento catalán. Pero podéis estar tranquilos porque no voy a hablar de nada de eso. Del Mundial porque no sé si se ha dicho ya todo; de la decisión del Parlamento de Cataluña, porque sería dar mucho eco a esa insana e irrefrenable vocación que sienten los políticos, no solo los catalanes, por cuanto signifique prohibir (fumar, la prostitución, los anuncios de servicios sexuales en la prensa...)

Pero, ya digo, pasaremos de eso. Y si un nuevo curso está dando sus primeros vagidos, me pide Zalabardo que rompa una lanza a favor de una mayor atención a los usos escrito y hablado de la lengua. Como considero que es una petición muy puesta en razón, nada mejor que hacerle caso.

Fuera ya de la actividad docente, no cabe duda de que dispongo de una mayor perspectiva para ver las cosas. Y así, creo haber percibido que, desde hace unos años, bastantes, a esta parte, en la enseñanza de la lengua y la literatura se peca, y tengo que reconocerme incurso en ese mismo pecado que voy a criticar, de incidir en demasía en una teoría de la sintaxis (por encima de cuidar una mejora del uso oral y escrito de la lengua) y de poner énfasis en la historia de la literatura en detrimento del fortalecimiento del placer por la lectura y de la práctica de la creación literaria. No digo que haya que convertir a los alumnos en émulos de Castelar o de Delibes, por citar dos ejemplos de fino estilo en expresión oral o escrita; pienso tan solo en que hagamos de ellos personas dotadas de una conveniente capacidad de manifestarse en esas dos modalidades de la lengua.

Porque la consecuencia de todo ello es que, a la hora de la verdad, nuestros alumnos son incapaces de redactar con un mínimo de estilo cualquier texto o de hacer una exposición oral que no sonroje al auditorio. Y quien dice nuestros alumnos, dice los profesionales del periodismo, la política o cualquier otra actividad. Pongamos unos ejemplos. Todos sabemos que nuestra lengua dispone de una amplia libertad en el orden de los elementos de la frase, que estos no piden una colocación rígida. Pero no debemos perder de vista que si el orden de los factores no altera el producto en aritmética, en la lengua, a veces, puede que sí lo haga; y no poco. Por eso debemos tener sumo cuidado para, cuando queremos decir una cosa, no decir otra diferente, aun a nuestro pesar. No sé si ya referí alguna vez lo del cartel que se pudo leer en el escaparate de una sastrería que anunciaba gran surtido de pantalones para caballeros de tergal.

Me diréis que eso es una pura anécdota y que, pese a todo, se entiende lo que se quiere decir, ya que, entre otras cosas, no hay caballeros de tergal. Vayamos por partes: primero, claro que se entiende, pero no es cuestión de decir las cosas, sino de decirlas bien; y, segundo, que no es algo tan anecdótico y casual. A comienzos de verano, me topé con la siguiente frase en un reportaje: [José Mª Díez-Alegría] ya se había enfrentado al régimen franquista por ponerse del lado de los más débiles. Quien conozca a los actores de la frase sabe bien que quien se inclina a favor de los débiles es Díez-Alegría. Pero, para quien no, la frase pudiera resultar ambigua y podría ser interpretada de otro modo. Y nadie me negará que también es ambigua, e incluso cómica si no fuera porque se refiere a una realidad trágica, esta otra frase, más reciente, pero del mismo tono: El subalterno recibió dos graves cornadas en el muslo derecho del toro devuelto. ¿A quién pertenecía el muslo corneado, al subalterno o al toro?

Y si en estos fallos incurren personas de quienes presuponemos que se expresan bien, ¿qué no harán los demás? Ya sé que eso de las composiciones escritas o las redacciones, así como las exposiciones orales ante un auditorio, pueden parecer ejercicios desfasados, pero creo que no estaría de más volver a ellos de vez en cuando. Claro que el ejemplo que recibimos de más arriba no ayuda a optar por ese camino. Estoy pensando en el ejercicio de lengua española, en la prueba de acceso a la Universidad de junio, que pedía el análisis y comentario de una perífrasis verbal que, para colmo, ni siquiera era perífrasis.

miércoles, septiembre 08, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 02. COMO LA UÑA DE LA CARNE (Leyendo el Poema de Mío Cid)


Allá, en una esquina de la sala apenas iluminada, sentado sobre un escabel, podemos ver al caballero. La mejilla apoyada sobre la mano derecha y el ceño fruncido, contempla en su torno todo aquello que ha de abandonar dentro de pocas horas.
Un velo de tristeza le cubre el rostro. Los ojos, acuosos, luchan por no derramar las lágrimas que, a duras penas, pueden contener. No quiere que sus hombres lo vean así. No quiere que se diga que ha sido débil a la hora de afrontar el castigo impuesto por su señor.
Mira las estancias vacías, como vacías están las perchas, sin aquellos pájaros tan lucidos con los que salía a cazar los pocos días que no le ocupaba la guerra. Se los ha dejado a su sobrino, el joven Félix Muñoz, que tan aficionado se ha mostrado a la cetrería desde que fue capaz de sostener sobre su puño a un azor.
Jimena ya no está. Y tampoco las hijas, las casi niñas aún Sol y Elvira. Ha considerado más prudente mandarlas por delante, acompañadas de fuerte séquito, hacia Cardeña. Allí, en San Pedro, permanecerán al cuidado del abad el tiempo que dure su estancia fuera de Castilla.
Él ya sabía que esto podía suceder, y Jimena bien que se lo avisó, cuando se prestó a ser quien exigiera a don Alfonso el juramento de no haber tomado parte en la muerte de su hermano. Otros muchos pusieron excusas para no hacerlo; pero él nunca había sido de los que dan un paso atrás en momentos decisivos. Y su honor de caballero y la lealtad debida a su rey, don Sancho, alevosamente muerto a las puertas de Zamora, requerían pedir la jura ante el altar de Santa Gadea.
Todos estos pensamientos lo asaltan mientras está sentado en aquella esquina. Pero también sabe que no debe retardarse ya mucho. Los plazos dados por el rey se van cumpliendo y no es posible demorarse más. Si quiere llegar con la amanecida a San Pedro es hora ya de ponerse en camino. Jimena es fuerte y sabrá sobrellevar la distancia, pero las niñas son pequeñas y desvalidas; ¿qué será de ellas?
Los pocos hombres que lo acompañan esperan fuera. Ojalá se les unan algunos más. El caballero comprende que no sirve de nada lamentarse ni se gana nada permaneciendo allí sentado. Y menos mal que han conseguido, bien que con engaños, que Raquel y Vidas, los dos usureros, les den el dinero que precisan para los próximos gastos.
Rodrigo se levanta, echa una última mirada a todo su alrededor y se ajusta los guantes. Jimena y sus hijas lo esperan allá en San Pedro. Ya es hora de ir a despedirse de ellas. Fuera, sus leales, jinetes ya sobre sus monturas, esperan, dispuestos a partir. Martín Antolínez, su buen amigo, sostiene las riendas de su caballo. En el cielo se observan los primeros indicios de que pronto llegará la amanecida.



Cantar de Mío Cid (siglo XII): El Cid, camino del destierro, se despide de su mujer e hijas (texto modernizado)


Aprisa cantan los gallos y quiere romper el amanecer
cuando llegó a San Pedro el buen Campeador
con los pocos caballeros que le sirven por su voluntad.
El abad don Sancho, hombre buen cristiano,
rezaba los maitines, al tiempo que amanecía;
y doña Jimena estaba con cinco de sus damas,
rogando a San Pedro y a nuestro Creador:
—Tú, que a todos guías, ayuda a Mío Cid el Campeador[...]


Delante del Campeador, doña Jimena se puso de rodillas,
lloraba abundantemente, le quiso besar las manos.
—¡Merced, Campeador, que naciste en buena hora!
Por malos intrigantes sois ahora echado de esta tierra.


¡Merced, Cid, de barba tan excelente!
Henos aquí ante vos yo y vuestras hijas,
que son pequeñas y aún casi niñas [...]
Bajó las manos el de la hermosa barba
y a sus dos hijas en los brazos las cogía,
las apretó contra su corazón de tanto como las quería;
llora de forma abundante y suspira con fuerza:
—¡Ya, doña Jimena, mi amada mujer,
igual que a mi alma así es como os quiero!
Ya lo veis que hemos de separarnos en vida,
yo me iré, y vosotras aquí habréis de permanecer [...]


El Cid a doña Jimena la va a abrazar,
doña Jimena al Cid va a besarle la mano,
lloran de tal modo que no saben qué hacer,
y él a las niñas vuelve a mirarlas:
—A Dios os encomiendo, mis hijas, y al Padre Celestial,
Ahora nos separamos, Dios sabe cuándo nos volveremos a unir.
Llorando tan fuertemente, que nunca se vio escena igual,
así se separan unos de otros como la uña de la carne.

viernes, septiembre 03, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 01. EL CUADERNO


Rara vez, esa es la verdad, voy a casa de Zalabardo. Por lo general, es él quien viene a la mía o bien quedamos citados en cualquier lugar de la ciudad. Pero este pasado mes de julio, sin que yo recuerde ahora cuál fue el motivo, me presenté en su casa. Me pidió que me sentara y lo esperara mientras preparaba un té (descafeinado) para los dos.
Mirando a mi alrededor, pude observar que en una estantería estaban los cuadernos que él me presta para recoger los apuntes que van apareciendo aquí desde el año 2006. Sabía que ya son bastantes, pero no imaginaba que fuesen tantos.
Mientras los hojeaba, algo atrajo mi atención. Allí, entre los depositarios de la Agenda, había un cuaderno que, por su forma y color, yo no recordaba haber visto nunca. Estaba allí, como escondido y disimulado entre los demás. Lo cogí y abrí al azar. Me encontré con que era un poema de Cavafis precedido de un breve texto, escrito, supongo, por el propio Zalabardo, y que, según me fue dado comprobar, de alguna manera se relacionaba con el poema.
Cuando volvió de la cocina portando una bandeja con dos tazas de té humeante y un plato con galletas, le pregunté qué era aquello. En un primer momento quedó como confuso y el rubor coloreó sus mejillas. Tras soltar la bandeja en una mesa, me pidió con palabras corteses, aunque firmes, que no leyese aquello y le devolviera el cuaderno. Naturalmente, no le hice caso y no solo pasé más hojas sino que lo forcé a que me explicara qué era aquel cuaderno.
Mucho tuve que insistir, pero al final cedió y se mostró dispuesto a darme cuentas. Dijo que en aquel cuaderno solía copiar poemas o fragmentos de poemas que, de alguna manera, le habían causado impacto profundo la primera vez que los leyó. No eran, por lo que me dijo, lecturas recientes, sino que pertenecían a épocas muy diferentes de su vida. Los poemas, continuó, no eran necesariamente los mejores de sus autores, ni de su época, ni de su estilo. Eran simplemente textos que a él le habían conmovido hondamente, muchas veces sin que se supiera bien la razón.
Entonces, un día, le costaba indudablemente continuar su relato, decidió reunirlos todos para que no se le perdieran. Y, sin saber cómo, pensó que no estaría mal acompañarlos de un comentario que no era tal, ni tampoco glosa, sino una humilde y simple historia alusiva, unas veces más y otras menos, al contenido tratado. En aquel cuaderno no había demasiados y no sé si ahora, una vez conocido su secreto, seguirá incluyendo otros.
Por supuesto, me dijo con mucho énfasis, aquello no era una antología ni pretendía serlo, como entendería si leía también el texto de Machado que había escogido para iniciar la relación. Las antologías, me dijo, no solo suelen ser pretenciosas, sino, en su mayoría, falaces, pues casi siempre reflejan un criterio muy parcial y alejado de la necesaria neutralidad.
Le pedí permiso para publicar en la Agenda la colección que allí había y los textos que introducen cada poema. Es de imaginar lo que me ha costado, pues se negaba en redondo. Pero al fin lo convencí. Los poemas del cuaderno no guardan ningún orden cronológico ni temático ni de ningún otro tipo. He creído que lo mejor es irlos dando tal como aparecen, pese a que él quería revisarlos y ordenarlos. Y también he creído que debería reproducir aquí el texto de Antonio Machado con el que abre su cuaderno:




Antonio Machado (1875-1939): Juan de Mairena (1934-1936)


Si yo intentara alguna vez un florilegio poético para aprendices de poeta, haría muy otra cosa de lo que hoy se estila en el ramo de las antologías. Una colección de composiciones poéticas de diversos autores —aun suponiendo que estén bien elegidas— dará siempre una idea tan pobre de la poesía como de la música un desfile de instrumentos heterogéneos, tañidos y soplados por solistas sin el menor propósito de sinfonía. Además, una flor poética es muy rara vez una composición entera. Lo poético, en el poeta mismo, no es la sal, sino el oro que, según se dice, también contiene el agua del mar. Tendríamos que elegir de otra manera para no desalentar a la juventud con esas «Centenas de mejores poesías» de tal o cual lengua. Porque eso no es, por fortuna, lo selectamente poético de ninguna literatura, y mucho menos de ninguna lengua.


Recordaréis que había prometido cambios para después del verano. Lo que no imaginaba es que en mis manos caería este cuaderno escondido de Zalabardo que me facilita la tarea. En semanas sucesivas, ya sea alternando, o no, con los tradicionales apuntes de esta Agenda, irán apareciendo los poemas del cuaderno. También observaréis que otro cambio afecta al aspecto exterior de la Agenda. Espero que no os disguste ni una cosa ni la otra.