sábado, septiembre 30, 2006

LO QUE NO SE PUEDE DECIR NO SE DEBE DECIR

Vaya por delante que este título no es mío. Es de Mariano José de Larra, Fígaro, quien lo utilizó para un artículo de crítica sociopolítica publicado en 1834. Como el título sugiere, el escrito trataba sobre la censura.
Me he acordado del artículo de Larra porque acabo de ver en El País el chiste que hoy publica El Roto. Como todos los suyos, vale tanto como cualquier artículo de crítica social. Un hombre, con gesto desasosegado escucha algo a través de unos auriculares que lleva puestos y dice: "Cada vez se pueden decir menos cosas". A lo que una voz en off, en tono imperativo, responde: "¡No se te ocurrirá decir eso!"
Esa voz la oímos, por desgracia, muchas veces. Ejemplos muy cercanos en el tiempo: Unas palabras del Papa, no hablo ya de su oportunidad o inoportunidad, ponen en pie de guerra a los islamistas más fundamentalistas; en Alemania se suspende una ópera por miedo a las reacciones, cómo no, de los fundamentalistas religiosos porque el protagonista decapita a Buda, Jesucristo, Poseidón y Mahoma; en Madrid, hay que estrenar casi a escondidas un espectáculo teatral ante las amenazas, ¿de quién?, de fundamentalistas políticos; leo hoy que el prefecto del Archivo Secreto Vaticano afirma que "la Santa Sede no tiene miedo a las polémicas".
Por eso, siempre espero la llegada del sábado para liberarme de todo eso. Los sábados cogemos las mochilas y nos vamos al campo. Hoy hemos andado por el cauce del río Higuerón hacia su nacimiento. A la salida del pueblo, Frigiliana, nos hemos encontrado a Javier, que regaba sus aguacates. El recorrido es duro, muy pedregoso, y el calor, pese a ser el último día de setiembre, apretaba con ganas; además, el cauce apenas si lleva agua por causa de la tremenda sequía que estamos padeciendo. Pensábamos llegar hasta la cascada que hay río arriba, pero, ya digo, el calor, y el hecho de ser el primer día que salimos al campo después del verano, nos hicieron desistir poco antes de llegar a ella y dimos media vuelta. De regreso, paramos en el área recreativa Pinarillo espeso y nos comimos el bocadillo.
Si cuento todo lo anterior es solo para que sepáis que en esos momentos, oyendo el rumor del agua y el aire entre la arboleda, se olvidan todos los gestos de intolerancia que durante la semana nos saltan a la cara. Y como he vuelto cansado, hoy no habrá ningún comentario lingüístico.

viernes, septiembre 29, 2006

LA IMPORTANCIA DE LOS NOMBRES

Ya hace unos días que dediqué uno de estos comentarios a la importancia del nombre de las cosas. Entonces me refería a los nombres de las calles, pero lo dicho vale para todo. Si no, basta con leer el primer capítulo del Quijote para darse cuenta de ello. Allí nos enteramos de que don Quijote tardó cuatro días en poner nombre a su caballo, al que terminó por llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo; ocho días le llevó bautizarse a sí mismo como don Quijote; y no debieron de ser menos los empleados en decidir que su dama habría de llamarse Dulcinea del Toboso, músico y peregrino y significativo nombre.
Luego, venimos nosotros, los lectores y sentimos que no de otra manera, sino de esa precisamente habría de llamarse cada uno de ellos, que no hay nombres mejor puestos en el mundo. Y así nos pasa con tantos y tantos nombres de empresas y de establecimientos ante los que pasamos cada día cuando vamos por las calles.
Antes, la persona que abría un negocio, de lo que fuera, cuidaba mucho al rotularlo porque de eso podría depender su éxito. En Málaga tenemos un establecimiento llamado Antigua Casa del Guardia; en Granada, en plena Puerta Real estuvo El Café Suizo, con el que luego acabó la especulación inmobiliaria; en Sevilla aún perdura La Campana. Son nombres "de siempre", que nos suenan naturales, que invitan a entrar, y que consideramos que nunca podían haberse llamado de otra manera. Como naturales son los nombres El 0'95, o Talleres Hnos. Gutiérrez o Funeraria La Esperanza.
Pero hoy la gente no sabe poner nombres. Así pasa lo que pasa y hay tantos negocios que se van a pique y desaparecen. Le pregunto a Zalabardo cuál pueda ser la causa. Me responde que el principal error que se comete es poner los nombres a la ligera, sin el necesario reposo y sosiego, sin hacer caso de la experiencia del caballero manchego. Y el segundo, que se renuncia a la firmeza y tersura de la propia lengua y se piensa que hay que nominar en extranjera lengua; y así les va. Es suficiente dar los siguientes ejemplos: ¿Cómo una pescadería de barrio puede llamarse Carmen's si no es vendiendo pescado pasado de fecha? ¿Qué originalidad supone llamar a un establecimiento de productos informáticos System? Una tienda de decoración llamada Di Tutto no pasa de ser un Todo a cien venido a menos. ¿Y la cutrez de una cafetería que se llama Maiami? Porque al menos, la que se llama Cosa Nostra nos está declarando lo que nos roba al engañarnos sirviendo un mal café.
Otro día podríamos hablar de las modas en los nombres de personas.

jueves, septiembre 28, 2006

MODAS Y MODISMOS

Me sugería Zalabardo hace unos días que estaría bien acordar unos principios de actuación que determinasen la conveniencia o adecuación de la utilización en momentos precisos de algunas palabras o expresiones. Que, como ha ocurrido en la Pasarela Cibeles, se determinase una masa muscular mínima para poder sacar a pasear un término.
Porque, continúa Zalabardo, hay que ver que el uso de las palabras está también sujeto a las modas del momento, modas que impone no se sabe bien quién, pero que una vez que ha pasado su prueba del fuego cuesta mucho desterrar. El otro día, en un episodio de la serie de televisión Cuéntame cómo pasó referido al entorno del año 1975, veíamos al pobre Antonio Alcántara (¡hay que ver que le pasan cosas a este buen hombre y a su familia!) tratando de acomodar a su personal circunstancia el uso de los adjetivos obsoleto y periclitado, que pululaban por el ambiente como los ácaros del polvo.
En nuestro entorno actual, podemos ver cómo para referirnos al peculiar modo de ser y actuar de una persona no empleamos más que el sustantivo talante y que para aludir al proceso de solución de un determinado problema no existe mejor procedimiento que el de hablar de la hoja de ruta.
Muchas veces en esta agenda he dejado clara muy idea sobre quienes tienen la responsabilidad de servir de modelos al común de los hablantes. En esos momentos he hablado de periodistas y de políticos; por supuesto que no hay que olvidar a los profesores, entre quienes me incluyo, porque nosotros tenemos la responsabilidad de influir sobre los más jóvenes, quizás el grupo más expuesto a daños que habría que considerar irreparables.
Digo esto porque este curso, en mi instituto, parece que se ha puesto de moda el término protocolo. En el Diccionario del español actual, de Manuel Seco, leemos que esta palabra significa: 1. Conjunto de reglas de etiqueta y comportamiento establecidas para las ceremonias oficiales; 2. Conjunto de documentos originales que un notario autorizza y custodia...; 3. Acta o conjunto de actas de una conferencia o acuerdo internacional; 4. Informe científico escrito; 5. Plan de un tratamiento o de un experimento científico. Pues bien, ahora resulta que cualquier normativa, conjunto de procedimientos o reglas para el tipo de actuación que sea es un protocolo y que no hay capitoste del centro (sin importar su rango) que no haga suya la palabreja. Y resulta que tenemos protocolos para la recepción de los alumnos, para el uso de las aulas TIC, para la confección de los horarios y no sé cuántos protocolos más.
Claro que en nuestro centro, y no solo entre los directivos, también hay mucho a nivel de, mucho de que, mucho contra más y una larga hilera de cosas por el estilo. No estaría de más la existencia de un libro de estilo para mejorar la expresión de los profesores.

miércoles, septiembre 27, 2006

COMO EL ROSARIO DE LA AURORA

Así suelen acabar muchas conversaciones cuando en estas se trata de convencer a alguien de que no son correctas determinadas expresiones y deben evitarse porque ya no es que sean modalidades simplemente diferentes, sino que constituyen claras realizaciones vulgares que no hay por donde coger. ¿Y qué es eso de acabar como el rosario de la aurora? El diccionario nos indica que es 'desbandarse descompueesta y tumultuariamente los asistentes de una reunión'. José Mª Iribarren nos dice que el origen de la expresión está en cuando al amanecer del día, de ahí su nombre, se salía en procesión para el rezo cantado del rosario. Como la hora coincidía con la de quienes se recogían después de una noche de francachela, era normal que unos y otros chocasen y todo acabara en disputa violenta. A farolazos, me corrige Zalabardo.
Pero lo que yo quiero comentar aquí, y que para muchas personas es un auténtico problema evitar, son las expresiones contra más, más mayor y más antes. La primera es un vulgarismo en lugar de cuanto más; si más va seguido de un sustantivo, cuanto debe concordar con él (cuanta más gente, mejor), pero si va seguido de un adjetivo, debe permanecer invariable (la ley, cuanto más clara, mejor). No solo se debe evitar contra más, sino también mientras más y ya no digamos nada del feísimo contrimás.
Veamos más mayor. Mayor es un comparativo de grande, es decir, que significa 'más grande que'. La relación entre grande y mayor es la misma que hay entre bueno/mejor o malo/peor. Quiero con esto decir que mayor, menor, mejor y peor son incompatibles con los adverbios más, menos, tan (la única exepción es el giro una persona tan mayor). Por tanto lo correcto es decir simplemente que algo es mayor que.
Algo distinto es el caso de antes; se trata de un adverbio que denota prioridad de tiempo o lugar. Se puede llegar antes de (la hora) o antes que (su amigo), del mismo modo que se puede estar antes (en la cola) o antes que (alguien). Para expresar el lapso de tiempo o espacio tenemos la oposición antes/mucho antes, con lo que la forma más antes es, en todo caso, innecesaria y debiera ser evitada a toda costa.

martes, septiembre 26, 2006

LO QUE NO PUEDE SER NO PUEDE SER...

...Y, además, es imposible, concluye Zalabardo la famosa frase atribuida al torero Rafael el Gallo. Estamos hablando, Zalabardo y yo, de aquellas palabras que, por tener un origen foráneo, se sabe que no son "correctas", pero parece que es mejor dejarlas como están, aunque solo sea por el modo en que han calado entre la gente. Yo le digo que no estoy de acuerdo en que hay que dejarlas como están y en esas estamos.
Le cito a Feijóo, quien decía que para la introducción de un extranjerismo se requiere destreza, tino sutil y discernimiento delicado; esto se traduce en que hay que hacer lo posible para adaptar su pronunciación y ortografía a la fonética castellana cuando la utilización de dicho extranjerismo se hace necesaria. Porque esa es otra, que hay extranjerismos que son necesarios y otros que habría que echar de nuestro dominio a patadas.
Me parece que con dos ejemplos podría estar claro lo que intento decir a Zalabardo. Por ahí nos rondan esos dos términos, tan extendidos, como son parking y camping, ambos con esa inexistente, en nuestra lengua, terminación ng y la primera, además, con esa exótica k. Empecemos con parking. ¿Es necesaria? Repasemos: en español tenemos parque, 'paraje destinado en las ciudades para estacionar transitoriamente automóviles y otros vehículos', y aparcamiento, 'acción y efecto de aparcar un vehículo' o 'lugar destinado a este efecto'. A ellas se unen, además, los americanismos estacionamiento, parqueo o parqueadero. De todas las anteriores se forman parquímetro, aparcar e, incluso, parquear. ¿Hay o no hay elementos para luchar contra ese feísimo parking?
Fenómeno parecido es el de camping. Para sustituir a esta voz se pueden proponer: acampada, 'lugar al aire libre, dispuesto para alojar turistas, viajeros, etc.', o campamento, 'lugar al aire libre, especialmente dispuesto para albergar viajeros, turistas, personas en vacaciones, etc., mediante retribución adecuada'. Podríamos servirnos también, a partir de ellas, de campismo, 'conjunto de actividades que utilizan el campo como elemento esencial y básico de su desarrollo' o campista, 'persona que practica el campismo'.
Pero si, a pesar de todo, alguien cree que los términos propuestos no dan la talla y se hace preciso introducir el extranjerismo, ¿por qué no resolvemos el problema convirtiéndolos en parquin y campin? Veo con alegría que el Diccionario panhispánico de dudas, de lectura recomendada para todos los interesados en cuestiones del idioma, recoge esta última propuesta. Zalabardo me mira, se rasca un poco el cogote y me dice que a lo mejor tengo razón.

lunes, septiembre 25, 2006

DEFENSA DEL HABLA ANDALUZA (Sobre unidad y diversidad)

Decía Juan Ramón Jiménez, refiriéndose a su madre, que "nunca habló español como se habla en Madrid. Conservó siempre el fuego, el natural andaluz". Traigo esto a colación por si alguien piensa que en los diferentes ejemplos que voy dando del buen hablar me sujeto en exceso a la norma. Siempre he creído que el bien hablar exige conjugar la unidad con la diversidad. Ejemplo claro: nada hay en contra de que mientras aquí decimos chaqueta, en gran parte de América se diga saco.
En nuestro caso, la diversidad se llama dialecto andaluz. Si el hecho lo encaramos con toda naturalidad, nada hay que hablar. Pero si una persona, medio, institución o régimen, que de todo hay, confundiendo unidad con uniformidad, intenta sobreponer la norma castellana sobre el habla andaluza, ya hemos organizado el cacao. E igual si se quiere forzar lo contrario, que también se da y no poco. Tan malo es que no podamos diferenciar una emisora de radio que sintonizamos en Málaga de una de Ciudad Real, como que pensemos que lo andaluz es mucho seseo y mucho suprimir las -s finales.
Unidad en la variedad es respetar todo aquello que sea propio de una forma de hablar sin tirar por tierra la norma unificadora. Pongamos ejemplos. Si en el ámbito del castellano se ha dado plena validez al leísmo de persona, por la generalización de su empleo, ¿por qué considerar vulgarismo, en el ámbito del andaluz, el empleo del pronombre ustedes en lugar de vosotros, si tan generalizado es su uso? Nunca olvidaré un anuncio de una película de Cantinflas aparecido hace bastantes años en el diario SUR: "Niños, El Señor Doctor lo cura todo, pero ustedes se moriréis de risa viendo a Cantinflas..." Una auténtica delicia. ¿Y qué decir de la riqueza expresiva de nuestros diminutivos: afectividad (mamaíta), superlativo (se ha puesto perdiíto de tierra), atenuación (total, por diez eurillos de nada), por no citar los numerosísimos casos de lexicalizaciones (mocita, señorito, chiquillo, etc.).
El andaluz, como he dicho, no es mucho forzado seseo; es, entre otras muchas cosas, el empleo de tantas palabras por culpa de la uniformización tan malage que parece perseguirnos vamos perdiendo. ¿Quién, si no, utiliza hoy palabras como belcarrana, jingorrio, saborío, endiñar, arbortario, faratabailes, que, si las conocemos, es en gran parte gracias a los libros que sobre el asunto han escrito Juan Cepas, Paco Álvarez Curiel o Antonio del Pozo, por citar solo a algunos malagueños que se han preocupado del tema?

domingo, septiembre 24, 2006

DE CINE

Cuando yo era pequeño, el cine fue algo muy importante en mi vida. Me pasaba la semana esperando la llegada del domingo para ver aquellas películas que proyectaban en la sesión infantil, que tenía lugar a primeras horas de la tarde. Era la función que llamábamos matiné. En ellas pude ver las películas que llenaban de fantasías mi mente o me hacían reír: las del séptimo de caballería, las de la guerra de Birmania, las del Gordo y el Flaco; pero, sobre todo, las de Fu Manchú, que eran las que más me gustaban.
Quizá sea por esa influencia, positiva, que el cine ha ejercido sobre toda clase de personas por lo que se diga para destacar la excelencia o el carácter extraordinario de algo que es o está de cine. También para manifestar lo mismo suelen utilizarse otras expresiones, como ser (o estar) de puta madre o ser de cojón de pato. Pero estas expresiones a mí me gustan menos, me parecen algo zafias y, personalmente, suelo evitarlas.
Pero no quiero hablar hoy de expresiones encomiásticas, sino de otro tema relacionado con el cine. Me refiero al término cartel. El cartel, tal como leemos en el diccionario, es una lámina de papel con inscripciones o figuras, o ambas cosas, que se exhibe con fines publicitarios. ¡Cuántas fantasías creábamos, de pequeños, mirando absortos el cartel de una película. Durante mucho tiempo fue costumbre, también, distribuir copias del mismo en un tamaño reducido (aproximadamente de diez por quince) que eran carteles de mano o, como en mi pueblo los llamábamos, cartelillos, que los niños coleccionábamos y que hoy muchos buscan con interés y pagan a precios quizá desorbitados. En las puertas de los cines había, además, unas especies de escaparates en los que se mostraban fotogramas de las películas. Eran las carteleras. Hoy, la cartelera es la sección de los medios en que se publicitan las películas.
El cartel publicitario de otros espectáculos que no fuesen el cine, tenía un nombre, afiche, procedente del francés, y, que a decir verdad, apenas ssi se utiliza ya. Uno y otro han sido suplantados por otra palabra, esta de origen lingüístico inglés, póster, que, aunque en el diccionario leamos que es el cartel que ha perdido su finalidad publicitaria, lo cierto es que ha sustituido a las otras dos. De las tres, a mí, Y Zalabardo dice que a él también, nos sigue gustando más que ninguna cartel.
Para terminar, quiero recordar un chiste sobre cine. Me lo contó hace tiempo un buen amigo, Juan Ruiz, aficionado y entendido en cine. Dice que iban dos amigos hablando por la calle y el uno dice al otro: "¡Vaya, hombre, ahora que ya he aprendido a decir pinícula, resulta que se dice flim!".

sábado, septiembre 23, 2006

PUBLICIDAD AGRESIVA

Una plataforma llamada Pro Seleccions Esportives Catalanes trata de que se difunda por televisión un anuncio, frente a otros grupos que intentan evitar tal difusión. En el anuncio de marras se defiende la creación de selecciones deportivas catalanas con carácter oficial. Hasta ahí, ni Zalabardo ni yo tenemos nada que alegar. El problema está en la forma. En dicho anuncio, unos niños con vestimenta deportiva, entre ellos la de la selección española, impiden que con ellos juegue otro niño, vestido con una camiseta de la selección catalana.
Creo que eso es crear tensiones innecesarias y división desde la misma niñez. Uno de sus defensores dice que sin la imagen de los niños el anuncio no tendría sentido. A mí me parece, el anuncio, demasiado agresivo, independientemente de su contenido. Que quede claro que ni yo, ni Zalabardo, según creo entender, tenemos nada en contra de la existencia de selecciones deportivas catalanas, asturianas, andaluzas o de donde sea. Eso sí, creo que lo que se ganaría en espíritu nacional lo perderíamos en potencialidad deportiva. Y no pienso ya en los catalanes, pues, al parecer, nosotros los andaluces también somos ahora una realidad nacional. Yo lo planteo de esta forma: si un deportista que opte por una selección no puede actuar con otra (y hablo solamente de fútbol), ¿por qué selección optaría Villa, por la española o la asturiana? ¿Jugaría Iniesta con la selección castellano-manchega? ¿Xabi Alonso representaría a una selección vasca cuyos máximos exponente, en la actualidad, son el Athletic y la Real Sociedad? Los catalanes, si miramos sus clubes, pueden presumir del Barça, equipo por el que siento admiración desde muy pequeño; en él juegan Ronaldinho, Deco, Eto'o, Edmilson... que no son seleccionables, desgraciadamente. Y así hasta donde queramos. Si todos juntos tenemos los resultados que tenemos, ¿qué íbamos a conseguir por separado?
Pero no quiero elevarme a lo político-localista, sino que me quiero quedar en el terreno de la publicidad. Y ya he dicho que ese anuncio me parece agresivo. Sabemos cuál es la finalidad de la publicidad y sabemos, y los publicistas saben (que ahí está lo peor) de qué manera calan en el común de la gente determinados mensajes publicitarios. Algunos no dudan ante nada con tal de alcanzar el objetivo propuesto.
Quiero hablar aquí solo de dos anuncios televisivos: uno es de una hamburguesería y en él se intenta promocionar la hamburguesa con más mala leche del mundo. Estoy seguro de que seremos muchos los que demos rienda suelta a nuestra componente masoquista y no dudemos en entregarnos en las garras de tal producto. El otro ejemplo que quiero ofrecer ya me parece de mal gusto. Antena 3 promociona su espacio Territorio Champions con unos pequeños sketchs (no me gusta la palabra y algún día hablaremos de ese tema) que pretenden ser lo más de lo más del ingenio. Pues bien, en el último se nos muestra una pequeña escena en la que se parodia el caso Farruquito. Un hecho tan desgraciado y trágico no debería ser tomado como objeto de chiste.
Publicidad agresiva en toda regla.

viernes, septiembre 22, 2006

SABI(H)ONDO

Me llama la atención Zalabardo, y creo que en parte lleva razón, acerca de que algunas de las notas de esta agenda pecan de un exceso de seriedad y dan la impresión de que pudieran estar escritas desde una perspectiva de superioridad y suficiencia rayana en el desprecio a los demás.
Nada más lejos de mi intención. Ni pretendo parecer superior ni, por supuesto, lo soy y nada me disgustaría más que el hecho de que alguien creyera que hablo desde una atalaya o que presumo de estar en posesión de la verdad. Si de algo me jacto, me gustaría que fuese, como decía Antonio Machado, de propósitos, no de logros.
Cuando censuro una expresión, un uso lingüístico, lo hago desde el compromiso de llamarme al orden a mí mismo para procurar no caer en los vicios que reprocho. Y respecto al aire de seriedad, ya decía al inicio de esta agenda que me gustaría que cada comentario surgiese desde una vertiente desenfadada y alejada de cualquier atisbo de erudición. Porque mi deseo es crear los comentarios desde una óptica curiosa, llamativa e incluso, si pudiese ser, graciosa. Nada me molestaría más que parecer un erudito a la violeta o un sabiondo.
Porque esa es la forma adecuada, aunque se acepten las dos, del término. ¿Qué explica la presencia de h? Pues lo que se conoce como etimología popular; es decir, el pueblo piensa que la palabra tiene algo que ver con hondura y de ahí pasa a crear sabihondo. Porque el sabiondo no es el que sabe mucho, sino el que presume, sin saber, de que sabe. En cuanto a su forma, en sabiondo actúa un sufijo, en su origen -bundus, que aparece en muy pocas palabras más: hediondo, ardiondo y ceriondo. Y no sé si tienen algo que ver con estas otras pocas palabras de nuestra lengua (botiondo, verriondo, toriondo y moriondo, que se refieren, cada una de ellas, a un determinado animal en estado de celo. Me parece que no hay más.
Pero la etimología popular es un proceso curioso de relacionar unas palabras con otras con las que, en principio, no tienen que ver. Por ejemplo, en latín existía una palabra, verruculum, que en castellano derivó hasta berrojo; como esto era algo que servía para cerrar, la palabra evolucionó hasta cerrojo. Otro ejemplo que me parece bonito: nuestra lengua tenía antiguamente una palabra para designar a la golondrina; esta palabra era andorina (derivada de hirundo); como se pensó que tenía que ver con andar, terminó por convertirse en andarina. También vale traer aquí la palabra altozano, que venía de ante ostianu, llano que hay delante de una puerta, en las iglesias, y que por estar generalmente en alto dejó de llamarse antuzano para ser lo que decimos hoy. Y para no cansar, hay otros ejemplos de etimologías populares, que cualquiera puede comprender fácilmente, en destornillar (que no tiene nada que ver con tornillo sino con ternilla) o cortacircuito (que no tiene que ver con cortar sino con corto). Y, ahora sí, para finalizar, homosexual se aplica más a varones porque se piensa que tiene relación con homo, 'hombre' en lugar de con el sufijo homo-, 'igual'.
Por último, quiero pedir disculpas por las erratas que se me escapen, que no son achacables más que a mí mismo. Ayer, por ejemplo, me lucí; la letra de Menese que citaba debería decir en lugar de lo que decía: ¿Cuándo llegará el momento...? ¿Qué pasó? Que di la orden de publicar el comentario antes de corregirlo y luego he sido incapaz de introducir tal corrección. Perdón.

jueves, septiembre 21, 2006

EL NOMBRE DE LOS NOMBRES

Aunque alguien pudiera pensarlo tras leer el título, no es mi intención escribir sobre Juan Ramón Jiménez ni sobre su faceta creadora. Lo que sucede es que se me ha ocurrido hacer uso de ese título mientras pensaba (en tanto que escuchaba un cante flamenco) en la alta función de dar nombre a las cosas. Por tal función, el hombre se acerca un poco a la divina tarea de creación del universo. Desde que Adán, si es que fue él, iba diciendo "esto se llamará árbol, aquello se llamará cebra", etc., nada aparece en el mundo a lo que no haya que imponerle un nombre.
Bien es verdad que algunos nombres se las trae; ¿a quién, en el mundillo culinario, se le ocurriría dar a un plato el nombre de olla podrida o bautizar a otro como ropa vieja? Zalabardo, que me conoce bien, se me anticipa y pide que no vaya a contar ese trabalenguas tan viejo y tan malo sobre quién pondría determinados nombres. Pero yo no me resisto y lo suelto aquí. Es aquel de ¿quién llamaría a la cama cama y a la cómoda cómoda si la cama es más cómoda que la cómoda?
Pero tampoco de los nombres, en general, quiero hablar, sino de los de las calles. En este terreno, siempre he defendido que hay nombres permanentes y exactos, mientras que otros no dejan de ser contingentes y efímeros. No sé por qué los ayuntamientos se preocupan tanto de bautizar calles con nombres rimbombantes de individuos ideológicamente afines al consistorio de turno, los nombres perecederos de los que hablo, si al final es el pueblo quien de verdad atina y llama a las calles de forma indubitable por algo que en ellas hay, por lo que son, por ser camino hacia algún lado, o por cualquier otra razón. Siempre ha sido así. Hablo de mi pueblo; allí hay una calle de las Comedias, una calle de la Cilla, una Carrera; una Cuesta del Higueral y Cuesta del Casino; una calle Rehoya y una calle Cañá(da); y, por no seguir más, unas calles de Sevilla, Écija, Antequera o Granada. Hubo un tiempo en que alguien las rebautizó y se emplearon nombres como General Franco, Queipo de Llano, Sor Ángela de la Cruz, Luis Barahona de Soto, etc.
Esos nombres postizos siempre terminan por caerse y, al final, se vuelve al nombre primigenio y verdadero, aquel que, en verdad, nunca ha dejado de utilizarse. Zalabardo me recuerda la historia reciente de un médico nacido en un pueblo malagueño al que, en su lugar de nacimiento, dedicaron una calle. Él lo cuenta de esta manera: "En mi pueblo, a la calle de la Fuente le han puesto mi nombre; espero que cuando ganen las elecciones los otros no sean tan hijoputas de quitarme la placa."
De todo esto que hablo me he acordado mientras escuchaba a José Menese cantar esa letra (creo que es un tiento) que dice:
Cuándo llegará el momento
que las agüitas vuelvan a su cauce:
las esquinas con sus nombres,
sin reyes ni roques,
ni santos ni frailes.
Confiemos en que todo, en el momento de la verdad, que será aquel en que hayamos recuperado la recta conciencia de las cosas, recobre el nombre de sus nombres.

miércoles, septiembre 20, 2006

AL PAN PAN...

Días atrás hablaba de la perversión del lenguaje para referirme a aquellos casos en que usamos determinadas expresiones y palabras, conscientemente o no, para disimular lo que verdaderamente se esconde detrás de ellas, lo que deberíamos entender cuando las utilizamos sin ninguna clase de aderezo ni alharaca. Vamos a ver, lo que dice nuestro clásico refrán: al pan, pan y al vino, vino.
Anoche, en Rentería, unos jóvenes encapuchados rociaron de gasolina y prendieron fuego a las instalaciones de una estación ferroviaria. Otras veces es una autobús lo que se quema, o una oficina bancaria, o la sede de un partido. Eso es lo que se ha denominado en euskera kale borroka. Esa expresión se suele traducir en los medios informativos como violencia callejera. Me parece que es una expresión excesivamente suave. La traducción literal más cercana sería lucha en la calle.
Una página de la Guardia civil describe la naturaleza de esta kale barroka como de "comisión de delitos de estragos, incendios, lesiones, amenazas y coacciones", y su finalidad es "subvertir el orden constitucional y alterar gravemente la paz pública". Por todo ello, el instituto armado no duda en calificar la kale borroka como terrorismo de baja intensidad.
Pero para calificar ese tipo de acciones tenemos todavía otro término, de ascendencia francesa. El diccionario de la RAE lo define como "daño o deterioro que en las instalaciones, productos, etc., se hace como procedimiento de lucha contra los patronos, el Estado o contra las fuerzas de ocupación en conflictos sociales o políticos". Ese término no es otro que sabotaje.
Bajo violencia callejera pueden quedar disimulados muchos comportamientos: el del automovilista que circula a más velocidad de la debida y no respeta ni semáforos ni pasos de cebra; el del merluzo que destroza el mobiliario urbano por el puro goce de hacer daño o el de los que pintorrean las paredes sin el menor asomo de vergüenza. Sin olvidar, por supuesto, a los que atracan a las personas para quitarles los pocos o muchos euros que lleven encima.
Pero lo que hacen estos desalmados no es sino terrorismo y sabotaje y sus actos hay que enfrentarlos y castigarlos como tales, sin más zarandajas. Y utilizando su nombre.

martes, septiembre 19, 2006

SALVADA POR EL MÓVIL

Este es el titular que podemos leer en la última página de El País de hoy, referido al hecho de que una niña estadounidense ha podido ser salvada del zulo en que permanecía encerrada, gracias al mensaje que envió desde el teléfono móvil de su secuestrador, que se había quedado dormido.
Muchas veces he discutido con Zalabardo acerca de la conveniencia/inconveniencia de este artilugio, uno de los más caracterizadores de la modernidad tecnológica en que vivimos. No vaya a pensar nadie que soy enemigo de este invento, como no lo soy de casi ningún otro; lo que no acabo de aceptar es la tiranía que sobre nosotros ejerce el susodicho aparato y lo improcedente de su utilización en la mayor parte de las ocasiones. Cada vez es más difícil evitar que la tantas veces hortera y chabacana sintonía salida de uno de estas máquinas rompa el encanto del especial momento en que te encuentras: estás en un cine asistiendo al instante en que se va a desentrañar el misterio, o en un museo atento a la explicación del guía sobre la magia del colorido de un cuadro, te encuentras ensimismado siguiendo el discurso enamorado de Romeo en un teatro, o tratas en una clase de encelar a tus alumnos en los melancólicos versos de las Soledades machadianas; ¡tararí que te vi, un móvil que deja escapar su agria fanfarria!
Pero tanto eso, como otras cosas de la modernidad son batalla perdida. Lo que quiero dejar aquí es el comentario del término, o mejor, el caso de uso de palabras inadecuadas para designar una nueva realidad. ¿Hay algo que se haya impuesto entre nosotros con más fuerza que la telefonía móvil? Leía hace un tiempo que en nuestro país existen no sé cuántos millones de teléfonos móviles y que se esperaba que se vendieran no sé cuántos millones más. El problema no estriba en que un adjetivo haya asumido toda la carga significativa del sustantivo al que acompaña (teléfono móvil pasa a ser, simplemente, móvil), sino en llamar de esa manera a lo que, en puridad, debiéramos llamar portátil.
Porque móvil es 'lo que puede moverse o se mueve por sí mismo', mientras que portátil es 'movible y fácil de transportar'. Siempre han existido las radios portátiles o las lámparas portátiles. ¿Por qué a un ordenador fácil de transportar lo llamamos portátil y a un teléfono de igual condición lo llamamos móvil? Pese a todo, en el diccionario de Manuel Seco, del que creo haber dicho con anterioridad que me parece el más actualizado y fiable de nuestra lengua, entre los significados de móvil, concretamente la acepción I, 1, b), recoge '[Teléfono] portátil incorporado a una red de transmisores de alta frecuencia'.
Lo dicho, que si alguien pretende ahora conseguir que se hable de portátil será tildado de cursi y pedante o recibirá la respuesta que me dio a mí una alumna cuando hablaba en clase de este asunto: ¿Por qué vamos a llamar portátil a lo que todo el mundo sabe que se llama móvil?

lunes, septiembre 18, 2006

POR INERCIA...

Pensaba comenzar el apunte de hoy hablando nuevamente del conflicto creado por las palabras de Benedicto XVI sobre el islam, pero Zalabardo me llama la atención, brazo en alto y al grito de "¿dónde vas, Nicolás?", recordándome que en los dos apuntes anteriores ya hablaba de lo mismo. Tiene razón, pero es que se me había ocurrido un ejemplo, trasladado de un chiste, para reflexionar sobre la tolerancia. Es aquel en que uno decía: "Yo soy tan tolerante como el que más y soy capaz de matar a todo el que me lo discuta".
Pero tiene razón Zalabardo y es que en múltiples ocasiones actuamos por inercia sin planteárnoslo seriamente. A propósito, el comentario lingüístico de hoy trata de eso mismo, de la inercia, o mejor, del uso del término inercia. Otra vez echo mano de comunicadores, de gente de la radio, que es escuchada (e imitada, ¿cuántas veces lo he dicho ya?) por la gente común. Decía este locutor, y debió quedarse tan pancho: "Ha tenido que hacerse daño, porque ha caído con inercia". Y ahí está la expresión de hoy, caer con inercia, lo cual es por completo incorrecto.
Para asegurarme de no estar equivocado, consulté con un compañero, que me ratificó en mi creencia. Veamos el caso. María Moliner, en su diccionario, dice que inercia es el hecho de que el estado mecánico (reposo o movimiento) de un cuerpo se mantiene indefinidamente si no hay una causa externa que lo altere. Por su parte, Manuel Seco dice en el suyo que inercia es la propiedad de los cuerpos de continuar en el estado de reposo o de movimiento uniforme y rectilíneo en ausencia de una fuerza externa. El compañero de quien hablo, José Mª Bocanegra, me daba el mejor ejemplo que puedo traer aquí: si nos bajamos de un autobús que está en movimiento, tendemos a seguir moviéndonos hacia delante por causa de la inercia; y si nos encontramos en un autobús parado y, de pronto, se pone en movimiento, tendemos a irnos hacia atrás para mantener el estado de reposo, por causa de la inercia. Creo que lo he explicado bien. O sea, que algo sucede por inercia y no con inercia.
Claro, que la inercia de que yo hablaba al principio es el significado más común que el término ha ido ganando con el tiempo. Hacer algo por inercia es, también, hacerlo por rutina, por costumbre, por desidia.

domingo, septiembre 17, 2006

POLÍTICAMENTE IMPOPULAR

Todo el mundo conoce, y siempre se ha repetido, la fuerza que tiene la juventud. Los que están en el poder, a cualquier escala, lo han tenido en cuenta en todas las épocas. El político de más bajo rango, el alcalde de la más diminuta aldea, los directores de cualquier centro escolar, saben lo que es tener contentos a los jóvenes; ninguno de ellos duda en darse siempre que sea necesario un buen baño de masas juveniles, aunque tras hacerlo los escrúpulos ante tanto manoseo les lleve a quitarse una chaqueta que no se volverán a poner.
Eso tiene consecuencias que pueden derivar en problemas difíciles de resolver. O que se dejan como herencia con la que habrán de lidiar otros, me sopla por lo bajo Zalabardo. En la actualidad podemos ver dos ejemplos muy claros. Uno es el botellón. El otro es la disciplina en los centros educativos.
No hay hoy quien encuentre alguna cara amable y positiva al fenómeno del botellón. Ruidos, suciedad, problemas de salud (el alcoholismo aparece a edades cada vez más tempranas). En su día, no había político que no lo defendiera, alegando en su favor el legítimo derecho de los jóvenes al ocio. Hoy es considerado por muchos un problema nacional y municipal (de orden público y de salud) y las autoridades no terminan de hallar la clave para su solución. Algunos incluso han sugerido la creación de una especie de botellódromos, guetos alejados de los núcleos urbanos que, sin tener que decir que no, pues enfadaríamos a un alto número de hipotéticos votantes, nos permita al menos ocultar el problema a nuestross ojos. Y ya se sabe, ojos que no ven...
La disciplina en los centros escolares es un asunto parecido. Hubo una época en que algunos apóstoles de nuevas pedagogías predicaban la no intervención, la no prohibición, la abolición de las normas. Nada de reprimir, pues la represión podría conducir a la frustración, al traumatismo emocional. Así se llegó a una situación en la que los reglamentos de alumnos recogían una larga hilera de derechos acompañados de una mínima y testimonial muestra de deberes. Todo ello ha llevado a la situación presente, en la que los traumatizados son un alto número de profesores que apenas si pueden cumplir con su misión, enfrentados a unos alumnos que no quieren trabajar, a un sistema que induce a la vagancia, a una sociedad que los minusvalora, a unas direcciones de centros que prefieren mirar hacia otro lado y a una administración educativa que lo único que desea es que no haya suspensos, valorando más el objetivo que los medios, para no aparecer en la cola de los análisis de la OCDE y para no tener que recibir padres quejosos de que a sus hijos los hayan suspendido, aunque en la mayoría de los casos no les importe conocer las razones del suspenso.

sábado, septiembre 16, 2006

PERDER EL NORTE

En estos tiempos de tanta agitación y de tantas susceptibilidades, perder el norte es algo que debemos procurar no cometer. Sobre todo si ocupamos un lugar o jerarquía que nos dé relevancia y haga que cualquier palabra que pronunciemos o actitud que adoptemos será analizada con lupa. Más, como digo, en estos tiempos que corren donde hay muchos dispuestos a magnificar cualquier hecho por pequeño que pudiera parecer.
Es lo que en cierto modo ha ocurrido con las palabras del papa Ratzinger sobre la violencia del islam. Las consecuencias no se han hecho esperar: se ha pedido que pida perdón públicamente, se han atacado algunas iglesias. El Vaticano ha reaccionado lamentando que se haya torcido el sentido que Benedicto XVI quiso dar a sus palabras y pide excusas si ha ofendido a alguien. Se puede fallar, pero lo mejor es la rectificación; ayer hablaba de algo de eso.
Con las palabras quedamos también algunas veces desnortados. No con ellas, le aclaro a Zalabardo, que ya una vez me parece que dije que las palabras son inocentes y cualquier carga negativa que en ellas hallemos habrá que imputárnosla a los que las usamos. Algo de ello ocurre con palabras de la familia de norte y sur, procedentes de los términos franceses nord y sud. Yo siempre defendí que los sufijos para formar palabras de las familias de ambas debieran ser nor- y sur- en lugar de nord- y sud-, que eran las formas admitidas en el diccionario de la Academia. Defendía, pues, que debiera aceptarse como buenas las formas suramericano, sureste, suroeste, noreste y nórtico (o norteño), etc., en lugar de sudamericano, sudeste, sudoeste, nordeste y nórdico, etc.
Si se mira el diccionario de la RAE, podemos ver que sus propios redactores se hacen un lío. En la entrada sudamericano, remite a suramericano, considerando que esta es la forma preferida; por contra, en sureste y suroeste remite a sudeste y sudoeste, admitiendo el criterio contrario. No recoge más que la forma nordeste (olvidando noreste), aunque sí aparece noroeste. Y diferencia entre norteño, 'del norte' y nórdico, 'del norte de Europa'. El Diccionario del español actual, de Seco, con leves diferencias, sigue la misma actitud. Y ninguno de los dos recoge nórtico, que sí aparece en el de María Moliner.
Hoy se me ha ocurrrido consultar el Diccionario panhispánico de dudas y veo con agrado que ha habido alguna rectificación, aunque no se haya producido una total unificación de criterios. Se recomiendan los elementos sur- y nor- como prefijos con preferencia a sud- y nord- y se defienden como preferibles, por ser más frecuentes, sureste, noreste, etc. Sin embargo, se sigue recomendando Sudáfrica o Sudamérica. Todavía queda algo por andar.

viernes, septiembre 15, 2006

¿QUIÉN PUEDE TIRAR LA PRIMERA PIEDRA?

Hoy me anima Zalabardo a que deje de lado cualquier comentario de carácter lingüístico y atienda mejor a algunos asuntos de los que los medios se están ocupando estos últimos días y que dan bastante que pensar sobre aquellos que los remueven. Le pregunto si de refiere a las opiniones del Papa sobre el islamismo y me contesta que, aunque no es ese el caso, ando cerca, pues Ratzinger es también protagonista.
Así que me pongo a pensar y no tardo en caer en la cuenta. Dos personalidades, ambas alemanas, están en la picota señalados por los nuevos inquisidores. Uno, el escritor Günter Grass, que ha confesado haber estado enrolado en su juventud en una unidad de las Waffen-SS. Otro, el Papa Joseph Ratzinger, Benedicto XVI (¿por qué aquí no lo llamamos Benito, tal como los franceses lo llaman Benoit?) de quien se ha sabido que en 1941 estuvo inscrito en las Juventudes Hitlerianas.
No son solo ellos; se pueden señalar, en todos los países, muchos ejemplos de quienes, en su madurez, son atacados por faltas de juventud sin tener en cuenta si pudiera haber circunstancias atenuantes de la conducta censurada y sin aceptar que cualquier humano es capaz de cometer fallos en alguna etapa de su vida sin que por ello se le tenga que condenar eternamente. ¡Cuánto nos cuesta perdonar y qué difícil es la tolerancia.
Aquí, en España, deberíamos estar escarmentados y, sin embargo, también somos muy propensos a ver la paja en el ojo ajeno olvidando la viga que podemos alojar en el propio. ¿Cuántos españoles se vieron precisados, independientemente de cualquier cuestión ideológica, a inscribirse en el Frente de Juventudes para poder participar en determinadas actividades (campamentos juveniles, deportes, etc.) y vistieron sin rubor la camisa azul de la falange como flechas, pelayos e inclusos jerarquías más altas? ¿Cuántos, universitarios entonces, pertenecieron al SEU? ¿Cuántos docentes, para poder acceder a su puesto de trabajo, tuvieron (tuvimos) que jurar fidelidad a los principios del Glorioso Movimiento Nacional? Muchos, militan hoy entre quienes no hacen más que pedir la desaparición de cualquier rastro del franquismo y exigir la recuperación de la memoria histórica.
¿Habría que echarles en cara ese pasado que, sin duda, muchos ocultan? ¿Es que habrá que recordarles por siempre ese "pecadillo" de juventud? Las circunstancias obligaban, dicen algunos como excusa, y les doy la razón. ¿Y no pudiera ser que a Grass y a Ratzinger, y a muchos más, también los obligasen las circunstancias?
Es una pena, pero a muchos nos queda aún por dentro algo de espíritu inquisitorial y no nos damos cuenta. ¿O sí? Esto último me lo dice Zalabardo.

jueves, septiembre 14, 2006

SOBRE EL USO DEL ADJETIVO HUMANITARIO

Lo siento, pero tengo que insistir en una cuestión ya planteada: la responsabilidad de los medios en el adecuado uso del lenguaje. En la necesidad de que quienes trabajan en ellos sean conscientes del bien, o del mal, que pueden causar en quienes los leen o escuchan.
Zalabardo se me echa a reír en plena cara y me dice que lo hace por doble motivo. El primero por creer que aquellos a quienes me dirijo fueran a poner algún empeño en mejorar. Me dice que los periodistas, o un número alto de ellos, hablan y escriben mal, y los políticos, aún peor. El segundo motivo, continúa, es mi candidez por pensar que alguien pueda no ya hacer caso a lo que escribo, sino leerme siquiera. Me dice con sorna: ¿Cuántos comentarios has recibido hasta ahora?
Le digo que eso ya lo sé yo, pero que esta es una manera de imponerme disciplina y escribir cada día un comentario sobre usos lingüísticos o sobre temas de actualidad. Y digo que hoy tengo que insistir porque uno de los usos que comento ya lo toqué no sé si anteayer o ayer. Tiene que ver con el mal empleo de los pronombres personales átonos. Leo en una crónica sobre el partido que ayer jugó el Real Madrid: El Madrid era incapaz de darle velocidad a las jugadas. Vamos a ver, ¿a quién se refiere le? A las jugadas (era incapaz de dar velocidad a ellas). Si es así, habría que escribir darles y no lo que pone.
El otro comentario gira en torno al empleo que se hace del adjetivo humanitario. Esto no lo aviso yo, que ya lo denunció hace mucho tiempo don Fernando Lázaro en uno de sus dardos. Pero, que si quieres arroz, Catalina. ¡Mira que cuesta desterrar un error una vez que se ha extendido! Hoy (pero puede ser cualquier día), en la radio, oía (pero se ve continuamente escrito) referirse a una catástrofe humanitaria. ¡Dios mío, qué expresión más contradictoria! ¿Cómo una catástrofe va a ser humanitaria? Cojo el diccionario de la RAE, pero vale cualquiera, y leo: humanitario, ria. Que mira o se refiere al bien del género humano 2. Benigno, caritativo, benéfico 3. Que tiene como finalidad aliviar los efectos que causan la guerra u otras calamidades en las personas que las padecen. La Cruz Roja, por ejemplo, realiza labores humanitarias. ¿Pero en qué cabeza hueca cabe que una catástrofe pueda ser humanitaria? Si acaso, será humana, es decir, relativa al hombre.

miércoles, septiembre 13, 2006

EN LA COLA

El informe anual sobre la educación que elabora la OCDE debiera hacernos reflexionar. El periodo analizado, de 1995 a 2003, da como resultado que de un total de 30 países estudiados nosotros ocupamos el puesto 28; es decir, que estamos en el pelotón de cola. No me voy a meter en dar datos estadísticos, lo cual es sumamente frío y, además, vienen en cualquier periódico de hoy. Solo uno: el porcentaje de fracaso escolar se cifra en un 30 %.
Lo que más me preocupa, más que los datos mismos es un hecho sobre el que Zalabardo me llama la atención. Algunos no han sentido empacho en decirlo: "Esos resultados se refieren a una época de gobierno del PP". ¿Y qué más da? ¿Acaso el PSOE lo está haciendo mejor? Los que nos dedicamos a la enseñanza sabemos que la respuesta es no; otros han dicho: "Nos comprometemos a incrementar en un 27 % la partida para educación". A lo mejor, o a lo peor, ese porcentaje respecto a la partida real sigue siendo escaso.
¿Habrá alguna vez un compromiso serio para llegar a un gran acuerdo nacional sobre la educación, que no se vea mediatizado por la ideología de cada cual? Es lo que necesitamos. Quizás así no tendríamos esa cifra terrible de fracaso escolar y quizás también pudiésemos hacer unos planes de estudios en los que primase la excelencia y no la mediocridad.
Mientras tanto, nos preocupamos de mirarnos el ombligo, pero cada uno el suyo. Nos preocupa si somos nación, realidad nacional o como quiera que cada una se llame, y nos preocupa si nuestra ciudad ha de llamarse A Coruña, Araba o Lleida, aunque esto lo defiendan gallegos que apenas hablan gallego o vascos que ni chapurrean el euskera. Bien está que en su respectiva comunidad y lengua, cada ciudad se llame en su propia denominación; así debe ser y así debe ser respetado. Pero en castellano, esas ciudades se han llamado siempre La Coruña, Álava o Lérida (y así debemos proceder con todas las demás). Del mismo modo que, en castellano, decimos y escribimos Londres y no London, o Amberes y no Antwerpen. Luego ocurre que algunos escriben Trebzon para referirse a lo que ya en el Quijote es llamado Trapisonda.

martes, septiembre 12, 2006

DETRÁS MÍA / DETRÁS DE MÍ

Esta mañana, Zalabardo se ha puesto chorreando. Cuando se me puso delante, no pude evitar la carcajada al ver qué efecto había causado en él tan inopinado chaparrón. Menuda tormenta hemos tenido esta noche y durante la mañana. Falta hacía que empezara a llover. Claro que no de esta manera. Y no es que me queje de la lluvia, sino del hecho de que lo que necesitamos es mucha agua y espaciada, no de golpe. La de hoy ha ido casi toda al mar, ha arrastrado mucha tierra y ha calado poco. Es decir, que de esta forma no se remedia la sequía.
Cuando digo que ha calado poco, me he acordado de mi pueblo. Allí, zona agrícola de rica tierra de secano, los campesinos medían, hablo de cuando yo era pequeño -¡casi nada!-, la lluvia por la profundidad de calado y esta por el ancho de las reja del arado. "Ha llovido una reja", decían y querían indicar que el agua caída -agua calaera la llamaban- había profundizado el ancho de una reja de arado.
En fin, a lo que iba; que cuando Zalabardo se puso delante de mí -que no *delante mía- me tuve que reír. Y de esta construcción voy a hablar hoy. Existe una fea y errónea tendencia a hacer concordar los posesivos (indistintamente en femenino o masculino) con los adverbios, que son palabras invariables. Así, se dice, mal por supuesto, cerca mía o cerca mío, detrás mía o detrás mío, delante mía o delante mío, etc., cuando lo correcto es decir cerca de mí, detrás de mí, delante de mí, etc.
Lo lamentable del hecho es que se trata de un error muy extendido y muchas personas de las que pensamos que deberían hablar con un mínimo de corrección caen con frecuencia en este vicio. Tendremos que poner más atención.

lunes, septiembre 11, 2006

LA SOLEDAD EN COMPAÑÍA

Bien, ya hemos vuelto. No es que haya renunciado a escribir diariamente en esta agenda; es que, como dije, hemos ido a Madrid a tomar otros aires. Hemos visto, en el teatro, El método Grönholm; nos gustó bastante. Vimos también una película, Alatriste; no nos gustó tanto.
Pero me dice Zalabardo que hable del metro. En Madrid nos hemos desplazado en metro. Es lo mejor si se quiere evitar los atascos de la superficie. Aunque la verdad es que la experiencia resulta algo deprimente. Es el mejor ejemplo de la antítesis sobre la soledad en compañía. El metro siempre va lleno de gente. Pero parecen zombis. cada uno va a lo suyo; nadie mira a nadie, nadie habla con nadie, nadie se preocupa por nadie. Unos leen, muchos obstruyen sus oídos con los auriculares de una radio o de ese nuevo artilugio que se llama mp3, o algo por el estilo. Muchos más duermen. Da no sé qué mirarlos. Al menos, cuando uno es de esos lugares en los que resulta más común "pegar la hebra". Aunque sea para hablar del calor, o de que no llueve, o de trivialidades intrascendentes.
Vamos a otra cosa. Muchas veces se ha hablado de la responsabilidad de los medios en la formación lingüística del pueblo llano. La mayoría de la gente tiende a imitar lo que dice el famoso, lo que se dice en la tele, lo que se escucha por la radio. Quiero comentar hoy dos casos diferentes: uno tiene que ver con la moda del habla chabacana o vulgar. No es que me las dé de puritano, pero creo que las formas en la expresión hay que cuidarlas siempre. El otro es un caso de mera gramática.
Primer ejemplo: Un locutor radiofónico, Manolo Lama, de la SER, narrando el acontecer de un partido de fútbol decía refiriéndose al desplazamiento de un jugador: ¿Dónde coño va ese?, o hablando de una fea entrada: Ese tiene más mala leche que ninguno. Por supuesto que es el habla de la calle, pero de la radio espera uno otra cosa.
El otro ejemplo está tomado el mismo día de un periódico de distribución gratuita, Qué. En la cabecera de una información se escribe: Judit Mascó cree que hay que sentirse guapa sin darle importancia a las tallas. Alguien que escribe en la prensa tendría que saber que ese le va referido a las tallas y que, por tanto, debería ir en plural.
Pero parece que muchos comunicadores olvidan su función educativa. ¡Qué le vamos a hacer!

miércoles, septiembre 06, 2006

INICIO UNA PAUSA

Mañana es mi cumpleaños. Ya son 62. ¿Por qué lo digo hoy? Muy fácil; porque abriré un paréntesis en esta agenda hasta el lunes 11. Me marcho unos días a Madrid en visita turística y cultural: visitar museos, ver exposiciones, asistir al teatro, pasear... cargar las pilas antes de iniciar definitivamente el nuevo curso.
Hoy el día ha sido desagradable. Ha habido que atender unas peticiones de revisión de exámenes y justificar a sus autores, y en especial a sus padres, las razones del suspenso. A los padres se les hace muy duro que un hijo pueda perder curso por una asignatura, aunque haya una montaña de razones para el suspenso. En este caso ha funcionado el falso criterio de que "por una no suspenden a nadie" y el tiro ha salido por la culata. Además, se piensa que el profesor no sufre ni padece cuando tiene que suspender. Bien es verdad que Antonio Machado no suspendía a ningún alumno; también lo es que nosotros tuvimos un profesor que ponía sobresaliente incluso a alumnos inexistentes.
Por desgracia, el sistema tiene bastantes deficiencias y cada día cuesta más que los alumnos comprendan, y los padres también, que es preciso trabajar y esforzarse para obtener un resultado adecuado. Tengo aquí al lado un recorte de El País con una carta al director en la que un profesor de instituto, de Barcelona, se queja amargamente de la situación y dice, entre otras cosas, más o menos que "lo más preocupante no es lo que no aprenden, sino que no están adquiriendo ni hábitos de trabajo, ni capacidad de esfuerzo, ni sentido de la responsabilidad al ver que hay una relación directa entre el esfuerzo que se realiza y lo que se consigue."
Javier y José Francisco, dos profesores de mi Departamento, se han hecho cargo de la revisión y subsiguiente respuesta a las peticiones. Les estoy agradecido por ello. No es cuestión de corporativismo; es que cada día estamos más solos, incomprendidos y, lo que es peor, menosvalorados no solamente por el cuerpo social, sino muy especialmente por la propia administración educativa. Si no nos apoyamos entre nosotros, nadie nos echará una mano.
Hasta el lunes.

martes, septiembre 05, 2006

LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE

Quiero pensar que en bastantes ocasiones lo hacemos sin una manifiesta intención, casi sin darnos cuenta. Me refiero al hecho de emplear el lenguaje de forma que se acomode lo más posible a nuestro pensamiento para así disimular contenidos que conocemos y en el fondo aceptamos, pero que queremos disimular, exponerlos de forma más suave.
Zalabardo se ríe de mí y me llama iluso, no porque persiga una ilusión, como en el anuncio de la ONCE, sino porque parece que me chupo el dedo. Él piensa, frente a mí, que cualquier tipo de tergiversación lingüística es premeditada.
¿A qué viene esto? A lo siguiente: esta mañana, mientras marchaba al instituto, escuchaba en la radio unas informaciones acerca de los últimos incendios de Galicia. Al comentar una encuesta realizada sobre la forma que han tenido de encarar el problema el gobierno gallego y el gobierno central, nos encontrábamos con unas cifras muy semejantes: solamente alrededor de un treinta por ciento de los encuestados opinaban a favor de ambas instituciones; los demás consideraban negativas sus intervenciones. Pues bien, el locutor decía que el gobierno gallego era suspendido por su actuación, mientras que se cuestionaba la actuación del gobierno central. Alguien podría decirme que, al fin y al cabo, es lo mismo. Pues no, señor. Si nos tomamos la pequeña molestia de consultar el Diccionario del español actual, de Seco, sabríamos que suspender es declarar no apto a alguien en un examen o en una materia. En cambio, cuestionar es poner en duda la validez o el fundamento de algo [o de alguien]. O sea, el gobierno gallego es inepto porque ha hecho mal las cosas; frente a ellos, se duda sobre si el gobierno central lo ha hecho bien o mal. ¿Se utilizaban los términos a propósito? No lo sé.
Otro ejemplo de perversión, esta vez tomado de un político. Al presidente de la Xunta gallega, en relación con la información anterior se le pregunta por los recientes acontecimientos. Y no tiene empaño en afirmar que la causa principal es que en el monte había gran cantidad de combustible vegetal. ¿Qué quiere decir con ello? Ya sé que un especialista entendería la expresión como alusiva a la circunstancia de que el sotobosque ayuda a la rápida progresión de los incendios. Pero a un profano no se le puede decir eso porque, lo inmediato, es entender que el bosque arde porque en él hay mucha madera. Por supuesto que sí. Seguro que el monte arrasado por el fuego ya no arde. Y el monte que talamos, tampoco. En cualquier caso. ¿De quién es la responsabilidad de que esa materia vegetal tan combustible no sea puesta en peligro de incendio?

lunes, septiembre 04, 2006

DOS GESTOS

Terminó el mundial de baloncesto y ganó la selección española, que se impuso de forma contundente a la de Grecia. Pero lo que hoy quiero comentar aquí son dos gestos que nos han llamado poderosamente la atención tanto a Zalabardo como a mí. Uno, corresponde a los jugadores; el otro, a su entrenador, Pepu Hernández.
El de los jugadores tiene que ver con la lesión de Pau Gasol, principal referente del juego del equipo. Cuando, durante el partido contra Argentina, Pau se lesionó en el pie izquierdo y no pudo concluir el encuentro, muchos, ya sabéis, los agoreros de los que os hablaba hace días, empezaron a susurrar que no se podría contra el equipo griego, vencedor de los todopoderosos americanos de la NBA. Muchos, menos los propios integrantes del equipo español, que hicieron piña y decidieron dedicar la victoria a su compañero Pau. Por eso salieron con una sudadera en la que se leía "Pau también juega". Lo demás ya lo sabéis: jugaron como hace años no se veía jugar a un equipo y consiguieron, para ellos, para su compañero Pau, para su país y para su entrenador, Pepu, el título de campeones del mundo.
Sí, para su entrenador, porque de este ha sido el segundo gesto que comento. Gesto del que se ha sabido con posterioridad. El día anterior a la final, el padre de Pepu Hernández falleció. Al saberlo, el entrenador decidió con los más íntimos de sus colaboradores, que nada se diría de ello para que nada distrajera al equipo en un momento en el que tanto se jugaban. Al finalizar el partido, la seriedad de Pepu contrastaba con la alegría de todos los demás del equipo; casi nadie sabía que su seriedad se debía no solo a la emoción por la victoria, sino muy principalmente a la que sentía por la muerte de su padre.
Por eso hoy no quiero hablar más que de estos dos gestos: el de los jugadores y el de su entrenador. Todos ellos merecen nuestro respeto y nuestra admiración.

domingo, septiembre 03, 2006

Y, POR FIN, TERMINAMOS CON SOBRE EL USO POLÍTICAMENTE CORRECTO DEL LENGUAJE (IV)

Dentro de algo más de una hora, la selección española de baloncesto, sin Gasol, disputará a la selección griega la medalla de oro del campeonato del mundo. Esperemos que todo vaya bien.

Pues bien, ahora hemos de volver al origen de estos comentarios. Decía hace unos días: ¿es que hay palabras humillantes y despectivas, o se trata tan solo del uso que queramos hacer de ellas? Veamos algunos ejemplos: en el diccionario leemos que ciego es un adjetivo que significa privado de la vista, tal como rubio es otro adjetivo que significa de color parecido al oro; pues bien, si una persona carece de visión por la caussa que sea, ¿la humillo si digo de ella que es ciega? O, por el contrario, ¿en qué modifico su condición o la consideración que ella pueda tener llamándola invidente o, lo que me parece peor, discapacitada visual?
Igual podría decirse respecto a manco, cojo, etc. Cervantes es conocido como el manco de Lepanto y él estaba orgulloso de su manquedad por como le había sobrevenido. Entre las figuras del cante flamenco siempre será recordada la ciega de La Puebla, de quien casi nadie sabe su nombre, Dolores Jiménez. Y en Sevilla siempre sonará el nombre del mejor maestro de baile que haya existido, Enrique el Cojo.
Sin embargo, hoy se tiende a disimular, a ocultar determinadas palabras o realidades; así, cuando se trata del problema de la llegada de cayucos a Canarias, no se habla de negros, sino de subsaharianos, se procura evitar decir de alguien que es gitano y se afirma, por contra, que pertenece a la etnia gitana, como si eso fuese algo diferente. En Suramérica, se propugna decir aborigen y no utilizar indio. Me acuerdo de la película Amanece, que no es poco, cuando un personaje le decía a otro, de raza negra: "Tú no eres negro, sino que perteneces a una etnia minoritaria". Y el aludido respondía: "Sí, soy de etnia minoritaria y más negro que un tizón".
Zalabardo me recuerda que hace unos años yo tuve una alumna ciega y era, ¿por qué no? de las que más destacaban en su grupo. Y, con mucho sentido del humor, cuando no entendía algo, decía con toda naturalidad: "Profe, yo eso no lo veo". En cambio, este curso pasado he tenido otra alumna, originaria de Guinea Conakry, que, cuando yo intentaba hacerle ver que no debía sentirse dolida por el color de su piel, me decía que lo que le dolía es que le dijeran negra porque ella, según me afirmaba: "no era negra, sino morena". No sé si estaré equivocado, pero pienso muchas veces que a esto nos lleva el uso políticamente correcto del lenguaje.
El lector de El País del que hablaba en el primer comentario aportaba en su favor las Normas uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad aprobadas por las Naciones Unidas. Dichas normas propugnan el empleo de deficiencia, discapacidad y minusvalía en lugar de otros términos. Y él se quejaba de que el periódico utilizase las expresiones disminuido físico o psíquico en lugar de las propuestas. Como la defensa de Zapatero sobre el uso de discapacitado en lugar de disminuido. Para terminar, leo lo que dice el diccionario; disminuido es que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal; discapacitado es que tiene impedida o entorpecida algunade las actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas. Quisiera que alguien me explicara la diferencia. ¿Qué falla, el lenguaje o nosotros?

sábado, septiembre 02, 2006

Y AÚN MÁS SOBRE EL LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO (III)

Me sugiere Zalabardo que les explique la razón del título que estoy utilizando en estos últimos comentarios (Sobre el lenguaje..., Más sobre el lenguaje..., Y aún más sobre el lenguaje...). Es sencillo: se trata de que si utilizo solo Sobre el lenguaje..., seguido de I, II, etc., no consigo que se me grabe el comentario en el blog. Y no me pidan cuál es la razón de ello porque no la sé. Bueno, sigamos con lo que teníamos.
Sé que entramos en un tema delicado y procuraré no errar en la exposición breve y clara de mi pensamiento. Parto del reconocimiento de que vivimos en una sociedad imperfecta, debiéndose entender esta imperfección como algo connatural a toda sociedad, sin distinción de tiempo ni de lugar, y sin entrar a discutir si la imperfección es más notable en unos grupos que en otros o mayor en unas épocas que en otras. Entre los rasgos de esta imperfectividad, Zalabardo coincide conmigo en que hay que destacar el hecho de que tendemos a valorar más lo que se aparenta que lo que se es; esto se hace patente tan solo observando cómo, en todas las épocas y lugares, se han levantado ideologías terribles basadas en la creencia de que accidentes tan nimios como la raza, las creencias, el sexo, el lugar de origen, el oficio o actividad que se ejerce, la lengua, la edad, etc., pudieran ser más fuertes que el esencial y radical valor que nuestra calidad de seres humanos nos confiere e identifica.
Si eso es lo que hay, ¿qué debemos hacer? En mi criterio, asumir nuestra imperfección para así poder ir mejorando en la medida de lo posible y, sobre todo, no falsear las situaciones cuando nos veamos incapaces de hacerlas mejores de lo que son. Y desde un punto de vista político, y no me refiero tan solo a los gobernantes o a los militantes de un partido cuando uso el término, sino a nuestra condición de integrantes de una polis, una ciudad, uno de los modos de falseamiento de la realidad se alcanza mediante un determinado empleo espurio del lenguaje. El que hace que tendamos a identificar la palabra con la cosa designada de modo que, cuando algo nos desagrada, terminamos por creer que eliminando la palabra, el nombre, habremos solucionado el problema. Aunque no modifiquemos la realidad, sino solo disfrazado.
Un buen día, unos gobernantes, no importa cuáles, pues en esto creo a Zalabardo cuando me dice que todos están cortados por el mismo patrón, anuncian que quieren dignificar las condiciones laborales de un colectivo; y se suprime por decreto la profesión de porteros y se les pasa a llamar empleados de fincas urbanas. En todos los campos ocurre de vez en cuando algo semejante: los aparejadores se convertirán en arquitectos técnicos, los practicantes en asistentes técnicos sanitarios, etc. Si no es eso, confieso que no sé qué sea el lenguaje políticamente correcto. Uno de los casos más recientes: nuestro actual presidente, Rodríguez Zapatero, en diciembre de 2005 comunicó a bombo y platillo que defendería una propuesta para que en nuestra Constitución se cambiara el término disminuidos por el de discapacitados, porque, según sus propias palabras, los aludidos "no son ciudadanos disminuidos, sino discapacitados". Ahora bien, en gran medida siguen persistiendo las barreras arquitectónicas y de todo tipo que impiden a estos ciudadados actuar, desplazarse o acceder a diversos edificios (administrativos, religiosos, educativos, de ocio, etc.) como los demás. Como se suele decir, estamos construyendo la casa por el tejado.
Me dice Zalabardo que ya me estoy alargando demasiado; así que mañana seguiremos. Veremos cómo titulo.

viernes, septiembre 01, 2006

MÁS SOBRE EL LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO (II)

Ya hace unos días hablaba de este tema un poco por encima. Pero hoy, cuando Zalabardo y yo veníamos en el coche después de someter a examen a unos cuantos pobres alumnos que habían sido suspendidos en junio, en la radio se debatía sobre el tema y tanto Zalabardo como yo hemos pensado que sobre ello hay bastante que decir aunque parezca que todo está dicho. Por ello me ha sugerido que durante unos días desarrolle el tema. He sacado unas notas que tenía al efecto e intentaré darles algo de orden para dejar sentada aquí mi postura, espero que sea también la de Zalabardo, sobre todo este asunto.
Quiero empezar citando a Juan de Valdés, a quien no hay que confundir con el del café de Colombia, pues este del que hablo es el autor del Diálogo de la lengua y que vivió en el siglo XVI. Hago la cita no por erudición, sino porque me ayuda a que se pueda entender mejor lo que pretendo exponer. Dice así la cita: Para deciros la verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien la afectación. Fin de la cita. Pues vamos allá.
El uso políticamente correcto del lenguaje no es algo de nuestros días. Ya en una carta dirigida al Defensor del lector del diario El País en marzo de 1995, un lector se quejaba de la actitud de los periodistas de ese diario que "incurren casi de manera constante en una utilización políticamente incorrecta de los términos más al uso: deficiencia, discapacidad y minusvalía, llegando en ocasiones a la utilización de otros despectivos y humillantes para tales personas, como podría ser el de disminuido".
No niego que la lectura de esta queja me hizo pensar. Volvemos a las andadas me dije; porque, vamos a ver, ¿qué es eso de lenguaje políticamente correcto?; ¿es posible afirmar, sin más, que hay palabras que son, en sí mismas, despectivas y humillantes hacia aquello que designan? Yo pretendía, al hacerme estas preguntas, aferrarme a una idea que ya antes había defendido: el lenguaje no debe cargar, bajo ningún pretexto, con las culpas de nuestras propias miserias.
Como no quiero alargar en exceso ninguna de las anotaciones que vamos insertando en esta agenda, dejo para mañana, y para días sucesivos, la continuación.