lunes, agosto 29, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 3

    Taberna Farruco. Furelos es una pequeña parroquia de Melide, apenas 250 habitantes, a la que se entra tras cruzar un bonito puente medieval del siglo XII. En una revuelta de las que el Camino hace entre las casas de la población, un pequeño local sorprende al caminante. Se llama Taberna Farruco y ameniza la estancia y descanso del viajero con ¡sevillanas rocieras!

    Una lección de geografía política. O Pedrouzo es el final de la penúltima etapa, antes de afrontar la llegada a Santiago. En O Pedrouzo, al igual que antes en Palas de Rei, nos tomamos un día de descanso. Pero este descanso no era realmente tal, pues para mantener los músculos en forma nos buscábamos alguna ruta por el concello que nos permitiera conocer otras sendas que no fueran solo las del Camino. En Palas, en el hotel nos ayudaron a diseñar una de estas rutas: Palas-ribera del río-Carballal-Lalín-Palas. Aproximadamente, unos ocho kilómetros. En O Pedrouzo, paseamos por los bosques de los alrededores.
    Pero lo que quiero contar aquí es el galimatías administrativo que puede ser Galicia para quien no esté al tanto. La Comunidad está dividida en comarcas; las comarcas, en concellos (municipios); y los concellos, en parroquias. Pero, a veces, suceden cosas curiosas, como la que voy a comentar. Cuando el Camino llega, a falta ya de veinte kilómetros para Santiago, a una intersección con la carretera de Lugo a Santiago, un cartel reza: O Pedrouzo. Pero si a esta misma población se entra desde la intersección de la continuación del Camino con la carretera de Lameiros, el cartel que hay junto a la señal de stop dice: O Pedrouzo-Arca. Y en esta misma carretera, unos metros más adelante, un tercer cartel nos dice: Arca.
    Para complicar más la cosa, cuando pedimos información sobre la situación de la iglesia de O Pedrouzo, pues queríamos sellar la credencial del peregrino, en el frontal del templo al que nos enviaron pudimos leer: Iglesia de Nuestra Señora de Arca; y en el sello que nos pusieron dice textualmente: Parroquia de Arca y Pino. Si alguien se ha perdido a estas alturas, le aviso que no hay error en el relato, que igual de perdidos nos sentimos nosotros. Así que, al salir de la iglesia, nos dirigimos a una señora que venía en dirección opuesta a la nuestra y le preguntamos: “Señora, ¿cómo se llama este lugar donde estamos?” A lo que nos respondió: “Esto se llama O Pino”. Comprenderéis nuestra sorpresa. Intenté continuar el interrogatorio: “¿Pero esto no es Arca?” “Sí”. “¿Entonces…?”, añadí. La buena mujer, armándose de paciencia, dijo: “Es que Arca es O Pino. ¿No han visto ustedes ahí arriba la Casa del Concello (ayuntamiento)?” “Pero eso está en O Pedrouzo”, insistí, creyendo que nos tomaba el pelo. Y la señora, viendo las pocas entendederas nuestras, optó por una respuesta más larga: “Es que O Pedrouzo es Arca y Arca es O Pedrouzo. Y todo es O Pino. O Pino es el concello, cuya capital es O Pedrouzo, que es Arca. Por eso, O Pino es todo y lo demás son parroquias, que en este concello son doce (y las enumeró, según tuve después ocasión de observar, alfabéticamente): Arca, Budiño, Castrofeito, Cebreiro (que es distinto de O Cebreiro de Lugo), Cerceda, Gonzar, Lardeiros, Medín, Pastor, Pereira, San Mamede de Ferreiros y San Verísimo de Ferreiros”.
    Le dimos las gracias a la señora por su buena información y la dejamos con cara de estar pensando que éramos, pese a venir de tan lejos, personas que ignorábamos hasta cómo se llamaba la tierra que pisábamos.

    Labacolla. Esta población se encuentra ya en la última jornada del Camino, a solo 10 kilómetros de su finalización. Actualmente, en ella se encuentra enclavado del aeropuerto de Santiago. Pero lo peculiar de esta población es, precisamente, su nombre, debido al del río homónimo que la cruza. ¿Qué importancia tiene tal corriente? En lo antiguo, mucha, ya que a sus aguas se les concedía un efecto lustral, es decir, de purifi-cación. Aquí es donde los peregrinos se paraban para lavar sus ropas y sus llagados cuerpos antes de presentarse, por fin, ante la tumba del apóstol. De ahí, de ese carácter lustral, purificador, tomaron su nombre río y lugar. Lo que muchos ignoran es el significado de tal nombre. Yo lo supe leyendo el primer volumen del Diccionario secreto (sobre coleo y afines), de Camilo José Cela. Porque dicho nombre significa, literalmente, ‘lavacojones’. El origen es fácil de rastrear. En el Liber Sancti Iacobi, sí, ese libro que han robado, su autor, Aymeric Picaud, habla de “un río que dista de la ciudad dos millas, en un frondoso lugar, al que llaman Lavamentula (‘lavagenitales’), donde los peregrinos lavan no solo sus mentulas (‘genitales’), sino todo su cuerpo y sus ropas”. La razón y el momento del cambio en el hidrónimo del latino mentula (más genérico) por el también latino colea (más específico) son aspectos que ya desconozco. Eso sí, aunque la lluvia ya nos había mojado bastante, yo quise cumplir la tradición mojándome las manos, al menos, en aquel río.

    Monte do Gozo. O mi gozo en un pozo. El caminante de Compostela tiene, cuando parte, dos objetivos: llegar a Monte do Gozo y llegar a Santiago. El primero es índice de que se han podido superar las fatigas del Camino (y, en consecuencia, de que nada impedirá ya el logro del segundo), de que se han vencido las ampollas, las torceduras de tobillos, el dolor de las rodillas, la incomodidad de la lluvia y el peso del calor, cada cosa en su momento, cuando no varias de ellas juntas. Monte do Gozo es una colina desde la cual ya es posible contemplar Santiago. Dicen que, en la antigüedad, los peregrinos, cuando llegaban a este lugar, se arrodillaban y daban gracias al apóstol por haberlos ayudado a superar todos los inconvenientes.
    Pero a mí, he de decir, me ha desencantado. Con lo que allí se ha hecho, Monte do Gozo tiene toda la fealdad y frialdad de un moderno centro comercial, y el monumento que se levantó en su cumbre para conmemorar la visita de Juan Pablo II en 1992 desentona, a mi juicio, con los humildes y bellos cruceiros y con las pequeñas iglesias que, esos sí, han acogido y animado al peregrino durante el Camino.
    No obstante, la visión de Santiago tan a tiro de piedra, conmueve el ánimo. Desde esta colina, ya solo queda algo más de una hora para poder dar el abrazo al apóstol. Entonces sí, el Camino habrá terminado.

lunes, agosto 22, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 2


    Las piedras del Camino. Es inveterada costumbre que los caminantes vayan dejando piedras en determinados lugares del Camino: en la base de los cruceiros (tanto en los tradicionales como en los más modernos), en las piedras miliares, en los muros de las iglesitas, en las fuentes, en algún altarcito levantado para recordar la muerte de un peregrino. La costumbre proviene, dice la tradición, de cuando se empezó la construcción de la catedral de Santiago, pues se pedía a los peregrinos que colaborasen llevando piedras. La recta costumbre es traer una piedra del lugar de origen de cada uno, aunque la verdad es que cada cual la coge de donde puede y quiere. Más modernamente, los caminantes han comenzado a dejar papelitos con mensajes escritos, fotografías, alguna prenda personal (hemos visto hasta zapatos desechados). Pero hay inconscientes que han llegado a más: como los que cubren hasta la saciedad las piedras miliares y los indicadores de ruta con sus nombres u otros mensajes. O, como vi en alguna de las etapas, quienes van dejando en cada árbol un pasquín que anuncia alquileres de apartamentos en la Costa del Sol.

    La primera guía. Cuando salgo de vacaciones, suelo olvidarme casi por completo de los periódicos y de la televisión. Solo de vez en vez compro algún ejemplar de un diario de la zona en la que me encuentro para informarme sobre los asuntos locales. Así, el día de descanso en Palas de Rei compré La Voz de Galicia y en sus páginas lo vi. Habían robado de la catedral el Codex Calixtinus, o Liber Sancti Iacobi, que es el título más propio de este manuscrito del siglo XII. Este códice no pasaría de ser un ejemplar más o menos curioso por su antigüedad pero de contenido muy común en todos los de la época: ritos y liturgia, colección de milagros, partituras musicales, leyendas sobre Carlomagno. Pero hay algo que le confiere su auténtico valor. Es, posiblemente, la primera guía de viaje de la historia y la primera en ofrecer una descripción pormenorizada del Camino de Santiago en su primigenio trazado, el que se conoce como el Camino francés. Aymeric Picaud, su autor, reseña hospitales, monasterios, iglesias, lugares, etapas, para quien quiera peregrinar hasta la tumba del apóstol, al tiempo que avisa de los lugares peligrosos para el viajero. Algunas etapas se mantienen aún hoy tal como Aymeric las describía. Sorprende de este robo la facilidad con que han actuado los ladrones y la deficiente seguridad que acompaña a muchas joyas de la antigüedad. Cuando leí la noticia pensé en la consternación que embargaría a los caminantes. Pero la verdad, según pude notar, es que eran muchos los que desconocían la existencia de tal libro y muchos más los que ignoraban que caminasen por una ruta que había sido ya recogida y explicada en libro por un monje francés del siglo XII.

    It’s mine! Podría decirse que desayunar a las seis de la mañana con una barrita energética, un zumo de cartón y una tableta de vitaminas no es lo más apetecible para iniciar una jornada del Camino. Por eso el cuerpo exigía, sobre las nueve o las diez, un tipo de condumio más acorde con la costumbre de uno. Pero parece que, en Galicia, no es demasiado buena idea solicitar tostadas con aceite; y menos si en la petición se añade, además, un diente de ajo. No tanto por la cara de extrañeza sino por el mal aceite que te ponen. Y si hablamos de La Taberna de Coto, en el límite entre Lugo y A Coruña, donde no tenían tostadas, al mal café con leche que servían se unía un bizcocho aún peor.
    Por eso, cuando al día siguiente, cuarta etapa de nuestro Camino, azotados por una lluvia inmisericorde, llegamos a Boente, al mesón Os Albergues, los ojos nos hacían chiribitas al ver sobre una mesa del local una botella de aceite virgen extra del que, en aquel momento, disfrutaban una señora inglesa, algo metidita en años y en carnes, y su hija, de mejor buen ver. Pedimos nuestro café con leche bien calentito y las corres-pondientes tostadas, ese día con tomate. Yo, muy educadamente y pronunciando un fino “con permiso”, me acerqué a la mesa de las inglesas y cogí la botella de aceite y el salero. La inglesa mayor puso una cara de estupor que no es posible imaginar. Se levantó de inmediato y con voz tronante gritó: “It’s mine!”. Comprendí mi error y me excusé como pude. La inglesa, no obstante, reaccionó pronto y nos ofreció no solo su aceite (ya queda dicho que en el Camino se comparte todo) y su sal sino también un cartón de zumo que sacó de su mochila. Al final, aceptamos su ofrecimiento y pudimos desayunar tostadas con buen aceite. La duda que nos quedó luego y que nos dio tema de conversación hasta el final de etapa es cómo se las podría arreglar la inglesa para que en la mochila no se le abriera la botella de aceite, de plástico, ni se le derramara el zumo del cartón.

    Las peregrinas de Leboreiro. La etapa Palas de Rei-Melide es corta y de agradable recorrido. Casi toda ella discurre bajo una bóveda de follaje que conforman los árboles que orillan el Camino. Orvalla muy débilmente, había anuncio de lluvia para el mediodía, y se pasa junto a bellas iglesias: San Tirso, San Xulián do Camiño, Santa María de Leboreiro, San Xoán de Furelos. En Leboreiro, pasada la iglesia, saludamos a una señora mayor que nos desea, como todos, buen camino y nos anima diciendo que hace buen tiempo para andar. Esta indicación es motivo para pegar la hebra con ella. Se llama Magdalena y tiene unos labios de color cárdeno que atraen nuestra atención. Cuando le participamos la extrañeza que nos causa a los del sur que en pleno mes de julio haga esa temperatura que obliga a echarse por encima alguna ropa de abrigo y con frecuencia orvalle, ella nos responde que, por el contrario, ellos están preocupados porque hace meses que no llueve como debiera y los campos están secos (¿qué sabrán ellos, pienso, si no conocen nuestra tierra, lo que es un campo seco?).
    En el hilo de la conversación, Magdalena nos cuenta una historia. La de dos muchachas del pueblo (las dos muy listas y muy guapiñas) que, nada más terminar sus estudios universitarios, decidieron hacer el Camino desde la localidad (casi sesenta kilómetros). Salieron, nos cuenta, solo con las mochilas y aún de noche, a las cuatro de la madrugada, y dos días después llamaron desde Santiago diciendo que estaban muy bien y que no pensaban regresar al pueblo. Magdalena mueve la cabeza con aire de no entender que los jóvenes no encuentren futuro ni esperanza en estas parroquias casi dejadas de la mano de Dios.

lunes, agosto 15, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 1.

    Siempre que salgo de vacaciones, y este año he cumplido un antiguo sueño que guardaba desde hace tiempo, recorrer el Camino de Santiago, Zalabardo me pide a la vuelta que le haga una detallada descripción del viaje. He creído que, en lugar de eso, sería mejor transcribir algunas de las notas que iba tomando mientras avanzaba en el camino. No es una crónica al uso, sino breves estampas que perduran en el recuerdo.

    Por qué hacer el Camino. La vida de los hombres viene definida en toda su duración por un constante afán de búsqueda. Ya lo dejó dicho Gonzalo de Berceo: Todos somos romeros que un camino andamos. Y, de forma más laica, también lo afirmó Machado: Se hace camino al andar. Varias razones son las que nos pueden llevar a emprender el Camino de Santiago: culturales, religiosas, deportivas… En cualquier caso, una vez que comienzas a andar, todas ellas se pierden, o se funden, y se apodera del caminante un espíritu de aventura, o la atracción por seguir esa senda que han pisado antes millones de personas desde hace más de mil años, que ya no lo abandona hasta pisar las piedras de la plaza del Obradoiro. Cuando lo inicias (nosotros escogimos, cuestión de edad, un tramo no complicado en exceso, el que se inicia en Sarria), puedes estar seguro de que la razón de ese caminar se te olvida y ya no se piensa en otra cosa más que en seguir esa riada de gente que marcha toda en el mismo sentido, de esa gente que alberga la esperanza de llegar a Santiago.

    ¡Buen Camino! Porque el Camino es gente, gente que fraterniza con cuantos se van cruzando. “¡Buen Camino!”, es el saludo que hermana a todos. Y “¡Buen Camino!” es la respuesta. Es el deseo compartido de poder arribar a la meta con el menor quebranto posible; sin sucumbir al azote de las casi inevitables ampollas; sin sufrir las lesiones de rodillas motivadas por las despiadadas bajadas ni las torceduras de tobillos por los suelos irregulares; sin quejarse en exceso por el cansancio, pues siempre habrá alguien que está efectuando un esfuerzo mayor que el tuyo. Pero todos son merecedores de elogio y, al fin, el afán de rematar lo iniciado es idéntico e iguala a todos los peregrinos. Por eso, cuando alguna laceria nos asalta, ahí están el betadine, y las tiritas, y las vendas, y las rodilleras; si tú no llevas el botiquín básico del caminante, no importa, que no faltará quien te proporcione el suyo desinteresadamente. Y una vez completada la necesaria asistencia, la despedida es la misma: “¡Buen Camino!”

    Un paisaje hermoso. Valle-Inclán dijo una vez que le gustaba México porque su nombre se escribe con x. A mí siempre me gustó Galicia por su paisaje y por el nombre de sus pueblos; y la obra de Valle tuvo mucho que ver en ello. Porque el Camino, aparte de gente, es también paisaje. Se ve desde que abandonamos, con la amanecida, Sarria, aunque no sea esta la etapa más bella. El Camino nos permite recorrer la Galicia más profunda y tradicional. Sus bosques de robles, de eucaliptos, de pinos. Sus helechales y sus campos plantados de heno o de maíz. Sus pueblos imposibles, que creeríamos inexistentes ya y que apenas están conformados por un par de casas de piedra oscurecida por los años y muchas veces ya deshabitadas: Vilei, Mirallos, Gonzar, Ligonde, Carballal, Leboreiro, Parabispo, Rúa, San Paio... En cada revuelta del Camino, o en cada rincón de estos pueblos, creeríamos encontrar al tullido de Céltigos o al ciego de Gondar. Sus iglesitas acogedoras, casi todas acompañadas inevitablemente de su también pequeño cementerio: San Lázaro, San Xulián do Camiño, Santa María de Leboreiro, San Xoan de Furelos, Santa María de Melide… Y un cielo frecuentemente gris que derrama de manera incansable su orvallo, aunque, con frecuencia también, ese orvallo se convierta en lluvia inmisericorde con el caminante, como ocurrió entre Melide y Arzúa y entre O Pedrouzo y San Paio.

    Un exalcalde cicerone. Es Portomarín un pueblo de unos 1700 habitantes al que se accede a través de una imponente escalera y en cuyo centro se topa uno con la no menos imponente mole de su iglesia fortaleza de San Nicolás. Alguien pudiera considerar suplicio entrar por la escalera habiendo posibilidad de hacerlo por la carretera para llegar, al fin, al mismo sitio. Pero tras los veintidós kilómetros soportados desde Sarria, al caminante le parece más llevadera la escalera que el rodeo por la carretera.
    Allí nos encontramos con Antonio, quien, según sus palabras, había sido alcalde de la localidad y se interesa por indicarnos el arranque del Camino para la siguiente etapa, o por indicarnos los lugares más recomendables para comer, o por saber si tenemos reservado alojamiento. Ya, de paso, nos interrogó acerca de nuestra procedencia y del origen de nuestra andadura. Al saber que éramos malagueños, nos contó que él visitaba con frecuencia Torremolinos y Fuengirola, lugares que le gustaban mucho.
    Nos puso al tanto de cómo el pueblo primitivo había sido inundado cuando se construyó el embalse de Belesar, en el río Miño, y cómo se levantó el nuevo en su actual emplazamiento, adonde se trasladaron, piedra por piedra, la iglesia de San Nicolás, la hermosa ermita de San Pedro, la balconada del ayuntamiento, así como una casa propiedad del obispo de Lugo, pues, decía en voz baja, “aquí la Iglesia siempre tuvo mucho poder”. Nos aconsejó visitar las ruinas del pueblo viejo y los restos del puente primitivo, visibles cuando las aguas del embalse están muy bajas, cosa que ahora sucedía. También aprovechó para criticar al actual ayuntamiento, que, en su opinión, no cuida el tramo de Camino de su competencia tal como lo hacía el ayuntamiento que él presidió. Incluso nos hizo una confidencia maliciosa. La que habla de la existencia de un pacto secreto entre el alcalde actual y los propietarios de albergues privados de la zona para no abrir los albergues municipales hasta que aquellos estuviesen cubiertos. “Vayan ustedes a saber por qué”, añadió mientras sus ojillos brillaban.