lunes, octubre 24, 2011


ALLEGRO, MA NON TROPPO

    Si alguien realizara una encuesta acerca de cuál sea la noticia que mayor impacto ha causado desde hace muchos años a hoy, estoy seguro de que una inmensa mayoría, entre la que nos contamos Zalabardo y yo, coincidiría en que no es otra que la que se produjo la tarde del pasado jueves, día 20 de octubre: el anuncio por parte de ETA de su abandono de la lucha armada.
    Han tenido que pasar 53 años para que tal anuncio se haya producido. ETA nació en 1958 como consecuencia de la expulsión de unos miembros de las juventudes del PNV. En 1961 tuvo lugar su primera acción violenta y en 1968 llevó a cabo su primer atentado mortal, el del guardia civil José Ángel Pardines Arcay. Desde ese momento, un total de 829 víctimas mortales integran el macabro bagaje de la banda terrorista. A ellas hay que sumar el elevado número de heridos en atentados, el de empresarios chantajeados con el impuesto revolucionario, el de personas que han vivido amenazadas y sometidas al acompañamiento constante y necesario de escoltas y el ingente número de víctimas “colaterales”, si se puede llamar así al que conforman el conjunto de hijos, padres, hermanos y familiares de todos los anteriores.
    Por tanto, nada que objetar al anuncio del jueves. La noticia debe alegrarnos, sin duda. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo antes de tiempo. Es Zalabardo quien me hace tal aviso y quien, tras oír el anuncio, me preguntó casi de forma inmediata: “¿Pero se disuelve la banda o no?; ¿y qué pasa con la entrega de las armas?; ¿y qué con la asunción de sus actos y la petición de perdón a sus víctimas?” La verdad es que no supe qué responderle.
    Así pues, que sea importante el anuncio del cese de la actividad armada y que podamos sentirnos felices por ello no evita que mantengamos la cabeza sobre los hombros y la necesaria frialdad antes de dar los pasos que a continuación haya que dar. ¿Habéis visto las reacciones que seguido al anuncio de la banda? Las hay de todos los colores, pero yo me quedo, y Zalabardo coincide conmigo, con las que sostienen que no debemos nada a ETA por el paso dado; con las que mantienen que aún es la banda quien sigue debiendo mucho a la sociedad española.
    Porque no debemos olvidar que ETA ha dado ese paso, sobre todo, debido a la situación de debilidad en que se encontraba como consecuencia del acoso policial a que se había visto sometida tanto en España como en Francia. Como tampoco se debe olvidar que es lícito pensar que con el paso dado la banda pretenda conseguir unas contraprestaciones políticas que no han podido arrancar con el terror.
    Que la democracia debe ser generosa con los delincuentes que muestran arrepentimiento es principio que no se discute, pues la función capital del sistema debe ser reinsertar a los miembros que le hacen daño, aunque este sea grave y doloroso, y no buscar la venganza. Pero, primero, hay que cerciorarse de que estos miembros muestran su arrepentimiento e intención sincera de reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. Luego, ya se verá qué se hace con los presos y cómo se facilita a su brazo político la participación en el juego democrático.
    Por eso no hay que ser rápidos en exceso en nuestra reacción a su anuncio. No hay que precipitarse en abrir los brazos como si aquí no hubiera pasado nada, pues lo cierto es que ha pasado mucho y durante mucho tiempo. Que no nos volvamos a equivocar. “¿Y cuándo nos hemos equivocado?”, me pregunta Zalabardo. Entonces le recuerdo que, cuando ETA nació, mucha gente en España vio, vimos, su aparición con simpatía, porque, románticamente, considerábamos a sus miembros héroes que luchaban contra la dictadura franquista. Lo malo es que, ellos, pronto darían muestras de considerar que no había más razón que la suya. Aquello no supo verse a tiempo. Y, cuando tuvieron ocasión de abandonar la lucha armada y sumarse al juego democrático, optaron por seguir defendiendo que no había, para ellos, otra senda que no fuera la del terror.
    Como podemos equivocarnos al juzgar y tratar los movimientos que se están dando en muchos países árabes en contra de las dictaduras que los gobiernan. Es lícito luchar contra las tiranías y las dictaduras. Pero no hay nada que justifique la pérdida de nuestra dignidad en tales luchas. Ni nada que justifique que despojemos de su dignidad a los adversarios. ¿Habéis visto las imágenes de la muerte de Gadafi, coincidentes con el anuncio de ETA? ¿No creéis que son muestra de una salvajada que no debiera quedar impune?
    Por todas estas cosas así creo que no hay que ser demasiado rápidos en la valoración de los hechos, que los pasos se deben dar a su debido tiempo. Hacer otra cosa es actuar solo según y conforme interesa al beneficio político que podamos obtener de ello. Y de eso también tenemos suficientes muestras en nuestro país.

lunes, octubre 17, 2011


ERRATAS Y ERRORES

    Suelo leer con atención la sección de la Defensora del lector del diario El País porque en ella se recogen las quejas de los lectores y, al propio tiempo, se observa cómo el diario asume dichas quejas y hace autocrítica de sus errores. También yo me he dirigido en ocasiones a dicha sección y debo reconocer que siempre he recibido atenta respuesta y, cuando he tenido razón en mi queja, alguna vez, adecuada acogida a mi propuesta.
    Dos de los más recientes artículos de la Defensora iban dirigidos a comentar las quejas acumuladas durante el verano, cuando la sección estaba cerrada. La mayor parte de quejas se referían a cuestiones ortográficas, aunque otras muchas apuntaban a errores de conceptos y a otros de diferente tipo. Llama la atención que un periódico que se considera el más prestigioso de la prensa española incurra en los errores reconocidos y aceptados, que no justificados, por la Defensora: constantes confusiones entre a (preposición) y ha (verbo), barbaridades del tipo hacabar, no hacer diferencia entre astrología y astronomía, confundir el billion de los Estados Unidos (mil millones) con nuestro billón (un millón de millones). En fin, no quiero seguir, pues pienso que habéis leído los artículos a los que me refiero.
    Lo que me interesa es destacar la frase con la que la Defensora da fin al primero de estos artículos. Dice así: Todo apunta a que hay un problema de exigencia individual, un problema de supervisión y también un problema de formación. Parece muy fuerte esto último, porque apunta a que no todos son errores coyunturales (erratas más o menos disculpables) sino, en algunos casos, falta de conocimiento, formación deficiente de quienes, se piensa, deberían ser fieles cuidadores del lenguaje.
    ¿Tiene razón la Defensora del lector del diario El País? No tengo una opinión definitiva al respecto, pero, le digo a Zalabardo, a veces me asalta la impresión de que es verdad que vivimos tiempos en que la formación lingüística de quienes se supone que la tienen (los universitarios, por ejemplo) es bastante deficiente. A lo mejor sucede que los profesores, me incluyo entre ellos, nos preocupamos por que sepan mucha sintaxis, pero descuidamos que dominen una correcta ortografía y se expresen con un adecuado estilo.
    Sobre esto hablaba con Zalabardo (¿es que no hay temas de conversación más amenos?) mientras realizábamos nuestra diaria caminata cuando, llegábamos ya al Puerto de la Torre, mi buen Zalabardo me cogió del brazo y apuntó con su dedo hacia una furgoneta municipal aparcada junto a la acera. “Ya que hablas de ortografía”, me dijo, “¿qué te parece eso?”
    “Eso” era el rótulo que lucía en el lateral del vehículo (blanco, limpio y nuevo) de nuestro Ayuntamiento. En su puerta delantera, muy bien rotulado en un agradable tono azul, se leía: Málaga. ½ Ambiente y Jardines. Así, tal cual. ¿Cuántos errores, barbaridades, se dan en dicho rótulo? Parto de que la culpa, me parece claro, no es de quien hizo materialmente el rótulo, del rotulista (que a lo mejor también), sino de quien lo encargó, de quien ordenó que se hiciera y dio el visto bueno a lo hecho, que debe ser alguien a quien se supone mayor conocimiento y que fue, supuestamente también, quien proporcionó el modelo. Cuando me encuentro un error de este tipo recuerdo lo que me decía José A. Garrido sobre la dureza de la crítica y me contengo. Pero me aceptaréis que tiene delito la cosa.
    Por lo pronto, el rótulo incurre en dos errores graves: uno, formal, usar la fracción ½ en lugar de la palabra medio; y otro, de concepto, confundir un sustantivo con un adjetivo numeral. Vamos por partes. La Ortografía de la Academia deja claro que las entidades abstractas denominadas números pueden ser representadas gráficamente de dos maneras: mediante símbolos o cifras, lo que constituye un lenguaje formal, o mediante palabras (llamadas numerales) y entonces pasan a formar parte de cualquiera de los lenguajes naturales. Los numerales, como palabras, constituyen un subconjunto del léxico de una lengua, por lo que su escritura debe atenerse a las normas ortográficas de cada lengua. Entre ellas, ser escritos con letras.
    El segundo de los errores no sé si es más grave, pues se ha confundido un adjetivo con un sustantivo y un significado con otro. En efecto, medio, adjetivo numeral, significa ‘igual a la mitad de algo’ y así decimos medio queso, media paga, etc. En esto, coincide con la fracción ½. Pero resulta que medio, como sustantivo, significa, entre otras cosas ‘conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades’, que es a lo que están destinados quienes hacen uso del  vehículo en cuestión. Y la locución medio ambiente es tan usada en nuestro tiempo que incluso el Diccionario panhispánico de dudas aconseja que se adopte la forma medioambiente.
    Me pregunta Zalabardo si tendría sentido dirigirnos al Ayuntamiento denunciando el rótulo. Yo, que soy más escéptico que él, le respondo si cree que valdría la pena. Y como él no lo tiene muy claro, la cosa se queda así. Por tanto, optamos por seguir paseando, que parece más provechoso.

martes, octubre 11, 2011


TORNÁRSELE EL SUEÑO AL PERRO

    Esta mañana, mientras paseábamos disfrutando de uno más de los días de este cálido otoño que nos ha tocado y hablábamos de lo divino y de lo humano, pero sobre todo de cómo está el país a causa de la feroz crisis que nos sobrevuela y nos lanza dentelladas por todos los costados, Zalabardo me dijo: ¿No crees que en este país a más de uno se le ha tornado el sueño del perro?
    Como notó que lo miraba con gesto de no entender, se paró en mitad de la acera y mirándome un poco con cara de chufa me soltó: ¿Tú presumes de conocer el Tesoro de Covarrubias e ignoras una expresión cuyo origen y sentido fue él el primero en comentar? Tornarse el sueño del perro viene a significar lo mismo que ‘descomponerse el logro de alguna pretensión o utilidad que ya se tenía consentido según los medios estaban puestos’. El conquense explica el origen del dicho de la siguiente manera: Soñaba un perro que estaba comiendo un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de contento; el amo, viéndole desta manera, tomó un palo y diole muchos palos, hasta que despertó y se halló en blanco y apaleado.
    Le insinué que aún no sabía a dónde quería llegar. Entonces él, armándose de paciencia, que eso sí debo reconocer que tiene, guardó un momento de silencio, como si pensara lo que iba a decirme o cómo me lo diría, hasta que retomó la palabra: ¿Has observado, decía, qué aspectos destacan en sus promesas cara a las próximas elecciones tanto Rubalcaba como Rajoy? Este habla de suprimir duplicidades de competencias, de conseguir una Administración más ágil y menos numerosa. “Una Administración, una competencia”, creo que ha llegado a decir. Aquel, para no ser menos, habla de reducir el número de diputados, de senadores y de concejales. De “adelgazar la Administración” según ha dicho en una de sus últimas intervenciones. A buenas horas, mangas verdes, diría alguien políticamente correcto. O, como lo diría yo, por fin se dan cuenta de que son demasiados los que chupan del bote, llámense comisiones o cualquier otro nombre.
    Lo interrumpo y le digo que me parece muy duro, y no sé si hasta injusto, eso de chupar del bote. ¿Tú crees que no es así?, me replica. Y sigue: ¿Tú no has reparado en la alegría y desenfado con que se han venido tomando muchas decisiones? Que tú perteneces a mi partido, eres amigacho mío y, además, te debo un favor. No te preocupes, creo un cargo para ti y ya está todo arreglado. Si, de todas formas, no lo pago yo, sino el Estado, la Comunidad o el Municipio. Que hay que conseguir que la gente nos vote en las próximas elecciones. Eso tiene solución, se construye un polideportivo que nunca se usará porque en el pueblo somos pocos, o no tenemos equipo, o, simplemente, el deporte nos importa un pimiento. O pagamos autobuses para que los pensionistas del pueblo acudan como público a los programas de Juan y Medio.
    Así vemos cómo muchas comunidades y municipios vivían sumidos en un sueño de abundancia y, siendo además que los dineros no eran suyos, los malgastaban en proyectos más de una vez inútiles, creyendo que el capital nunca se acabaría, hasta que ha llegado el famoso tío Paco de las rebajas, el amo del perro, los bancos, los mercados (¿qué y quiénes serán los mercados y dónde podríamos pillarlos para darles una buena colleja?) y los han despertado de mala manera, haciéndoles ver que lo que creían abundancia no es ahora sino carestía y penuria, que su gestión de los fondos públicos era más propia de irresponsables cigarras que de laboriosas hormigas. Y recordados (como decía Manrique por despertados) del sueño, todos piden ayuda para salir del pozo que ellos mismos se han cavado. O sea, que el sueño se les ha tornado pesadilla. ¿Quieres un ejemplo cercano? Hoy mismo, esta mañana, lo trae la prensa. El Ayuntamiento de Vélez-Málaga paraliza el tranvía que puso en marcha hace cinco años, y que supuso un gasto inicial superior a los 30 millones, porque entre ausencia de viajeros, averías, descarrilamientos y otras zarandajas genera un déficit anual de casi un millón de euros que el Ayuntamiento, que reconoce una deuda de 110 millones, no puede pagar y la Junta de Andalucía se niega a asumir.
    Zalabardo había cogido carrerilla y seguía con su discurso: Como consecuencia de esa mala gestión, ayuntamientos y comunidades no pagan a los proveedores, los proveedores se empobrecen y acaban en la ruina, las empresas cierran y los trabajadores van al paro. Y ahí estamos. Mientras tanto, PSOE y PP, casi con nocturnidad y alevosía, van y nos cambian la Constitución creídos en que eso resolverá el mal que solos ellos han causado. Y Zapatero, aquí te pillo aquí te mato, con la anuencia de Rajoy, va y nos mete en el escudo antimisiles de los EEUU. Así que no nos queda otra opción que rogar para que la crisis comience pronto a remitir y no nos cause más daño del que nos ha causado ya.
    Tras esto, se calló y yo no tuve el valor de responderle nada. Sé que los argumentos de Zalabardo se pueden combatir, que sus planteamientos a veces son algo simplistas, pero prefiero no decirle nada. Seguimos andando y solo al cabo de un rato me volví hacia él y le dije: Pues sí, me parece que se nos ha tornado el sueño del perro.

lunes, octubre 03, 2011

 
DICCIONARIOS

    En 1613 murió Sebastián de Covarrubias, lexicógrafo, capellán de Felipe II y canónigo de la catedral de Cuenca. Dos años antes, 1611, cumplimos ahora, pues, su cuarto centenario, publicó la obra que daría fama a su nombre, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, que a juicio de los entendidos es el mejor diccionario de nuestra lengua hasta la aparición del Diccionario de Autoridades, de la RAE.
    El Tesoro es una obra magna que no solo fue pionera sino que, en algunos aspectos, no ha sido igualada. Siendo un diccionario en el sentido usual del término, también es diccionario etimológico y, también,  enciclopedia.
    Zalabardo, que es sabedor del valor que yo concedo a los diccionarios de toda índole, sin empacho puedo decir que dispongo de una veintena larga de obras de esta naturaleza, puede dar fe del aprecio que siento hacia el de Covarrubias y de cómo son abundantes las ocasiones en que lo consulto. Bien es verdad que este libro del que hablamos adolece de errores que en ocasiones son de bulto, especialmente en lo que atañe a las etimologías, o de simplicidad en la parte enciclopédica. Pero hemos de pensar que su autor no solo fue un pionero en estas lides, sino que carecía de los medios de documentación de que hoy podemos valernos, lo que centuplicaba, no creo exagerar, su trabajo.
    Me pregunta Zalabardo si este tipo de obras tienen sentido en nuestra época, marcada por los avances que supone Internet. Cualquier palabra que desconozcamos, cualquier consulta que deseemos realizar nos puede quedar resuelta con un solo clic.
    Los diccionarios en línea parecen querer desplazar a los de papel. Aquellas enciclopedias que no hace mucho tiempo eran piezas imprescindibles en los salones de nuestras casas han devenido objetos obsoletos. El DRAE va siendo inmediatamente corregido y modificado en su versión en línea, por lo que sobrepasa a cualquiera de las ediciones que de él poseamos. El Dirae (Diccionario inverso del diccionario de la RAE) carece de edición en papel y solo es posible su consulta en línea. Igual acontece con el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual). Y estos que cito son solo algunos ejemplos.
    ¿No prueba esto —me vuelve a interrogar Zalabardo— la inutilidad del espacio que concedemos en nuestras estanterías a los diccionarios en papel? Muchos piensan que sí, le respondo, pero yo no solo no lo tengo seguro sino que me rebelo contra quienes tal cosa mantienen. Miro ahora mismo a mi alrededor y compruebo que, al alcance de mi mano, tengo el DRAE, el Panhispánico de Dudas y uno de sinónimos y antónimos. Y que muy cerca me quedan también el de Seco, el de María Moliner, el de Americanismos, el de Casares y algunos más. Y, aunque Internet pueda dar respuesta a mis dudas, lo cierto es que aún sigo echando mano de los diccionarios de papel.
    Por eso creo, le digo a Zalabardo, que debemos celebrar los cuatrocientos años del Tesoro de Covarrubias. Y que no está de más, siquiera sea de vez en vez, pasar la vista por sus hojas. Aunque nos topemos con errores y simplezas. Porque, junto a ellos, también nos encontraremos con ejemplos de alto valor etnográfico. Como en el artículo recogido bajo el término colada: la lejía que se hace para limpiar los paños de lienzo. Díjose así porque se componen dentro de un vaso agujereado o de una cesta de mimbres por donde la lejía, que es el agua que ha hervido con ceniza, se cuela y lleva tras sí todo lo sucio de los trapos. Por esta mesma razón se llamó bogada, de bugo, que vale horado, de donde se dijo abujero, y corruptamente agujero.
    Zalabardo se ríe porque, como yo, aún recuerda que, siendo niños, ese era el único tipo de coladas que conocíamos. Y también se ríe de que, un poco antes, comentando el término aguja, el canónigo de Cuenca había dicho: De aguja se dijo agujero, el hueco que se hace con ella y cualquier otro claro que se haga en pared, en madera, en piedra, en paño, etc., como claree y dé lugar a la luz y a la vista.
    ¿Falta de firmeza de criterio en la elaboración? Ya lo decía antes: los métodos de trabajo eran diferentes y la tarea de corrección resultaba más difícil, lo que explica contradicciones como la del ejemplo. No obstante, después de cuatrocientos años, la obra de Covarrubias sigue mereciendo todos los elogios.