martes, febrero 23, 2010

LAS MODAS Y LA LENGUA
Me vais a permitir que inicie este apunte con una cita algo extensa de Benito Jerónimo Feijoo perteneciente a su Teatro crítico universal, publicado en ocho volúmenes entre los años 1726 y 1739. Dice así: Siempre la moda fue la moda. Quiero decir que siempre el mundo fue inclinado a los nuevos usos. Esto lo lleva de suyo la misma naturaleza. Todo lo viejo fastidia. El tiempo todo lo destruye. A lo que no quita la vida, quita la gracia... Piensan algunos que la variación de las modas depende de que sucesivamente se ha refinado más el gusto, o la inventiva de los hombres cada día es más delicada. ¡Notable engaño! No agrada la moda nueva por mejor, sino por nueva. Aún dije demasiado. No agrada porque es nueva, sino porque se juzga que lo es y por lo común se juzga mal.
Le digo a Zalabardo que con el lenguaje pasa igual, que está muy sujeto a las modas y que hay mucha gente deseando que aparezca una nueva expresión, un nuevo modo de decir, para adoptarlo de inmediato, venga o no a cuento, sin reparar en si ese giro es más refinado o delicado y sin reparar, por supuesto, en si de verdad es una novedad.
Y hay muchos hablantes, por supuesto que no los más delicados, deseando hallar ocasión de soltar lo aprendido siquiera sea para intentar demostrar que están a la última. Eso ha pasado, por ejemplo, con ese feísimo como superfluo en frases del tipo hoy me siento como muy satisfecho o la comida me ha salido como muy salada. No menos feísima es esa costumbre tan extendida de sustituir el fino y claro y contundente no para negar con el archisobado para nada.
En estos tiempos que corren, una de esas novedades es el giro tolerancia cero. ¿Qué se quiere decir con él? Por supuesto que todos lo entendemos: que no hay que mostrar ninguna tolerancia o que hay que ser abiertamente intolerantes con aquello a lo que aplicamos el giro. Por ejemplo, podríamos decir que debemos ser intolerantes con quienes destruyen el mobiliario urbano o con conductas tan ineducadas y chabacanas como la de ese que dice ser cantante y que responde al nombre de John Cobra anoche en tve1. Sin embargo, no es así y parece que lo que nos pide el cuerpo es decir que hemos de mostrar tolerancia cero con lo que sea.
Me surge esta crítica porque leía hace unos días en la prensa que un ministro italiano, hablando de un conflicto con inmigrantes, decía: aplicaremos tolerancia cero a quienes destruyen nuestras ciudades. Y, más cerca aún, oí la la expresión, creo, en boca del lehendakari López mientras permanecía pegado a la radio una noche de insomnio.
Y entonces decidí hacer una pequeña rebusca, en la que me ayudó, como siempre, Zalabardo. Y nos encontramos con lo siguiente: Existe en Valencia una fundación dedicada a luchar contra todo lo que sea discriminación y malos tratos que se llama Fundación Tolerancia Cero.
Radio Nacional tiene un programa con el que pretende combatir las desigualdades en todos los ámbitos y que se llama, faltaría más, Tolerancia cero.
En la prensa, y en días muy próximos unos de otros, hemos encontrado los siguientes titulares: Carnaval con tolerancia cero, para hablar del intento del alcalde de Río de Janeiro por evitar que la violencia empañe la imagen de la ciudad. Tolerancia cero con el ruido, para informar de los esfuerzos de la Policía Local de Madrid en su lucha contra los excesos de decibelios. Tolerancia cero con los pederastas, para hacer referencia a unas palabras del Papa contra los abusos sexuales a menores por parte de miembros de la Iglesia Católica. Y se podría haber seguido. ¿No es ya mucha tolerancia cero?
Hay, incluso, una canción con ese título y que interpreta alguien a quien no tengo el gusto de conocer: Moenia. Y, por fin, nos topamos con un apunte de una bitácora que llevaba este sorprendente título: Para los que viven haciéndonos preguntas obvias... ¡Tolerancia cero!
Oímos la expresión en boca de políticos, de economistas, de eclesiásticos, de locutores, por todo el mundo. Pero, mire usted por dónde, el susodicho giro no solo no es bonito, sino que ni siquiera es nuevo. Lo que da la razón a las palabras de Feijoo con que abríamos el apunte, que no es necesario que la moda sea nueva; basta con que se tenga la impresión de que lo es.
¿Y dónde y cuándo surgió esto de tolerancia cero? Pues ni más ni menos que hace treinta años, casi. Fue el Gobierno del presidente-actor Ronald Reagan el que puso en circulación un programa (llamado precisamente Zero Tolerance) con el que intentaba subrayar la total intolerancia de la política antidrogas de la administración americana. E incluso dudo de si será anterior.
Y algunos, todavía, creen que están descubriendo América cuando utilizan la expresión.

viernes, febrero 19, 2010


ES POR ESO QUE
En el apunte anterior pretendía denunciar el olvido en que se tiene la gramática por parte de bastantes profesionales del periodismo que no tienen ningún empacho en contravenir una y otra vez las normas más elementales por las que se debe regir la lengua, ya sea en su versión hablada, ya sea en la escrita. Hoy, puesto que allí no se terminó, toca denunciar el mismo desinterés, si no desprecio, con que se miran los libros de estilo por parte de los profesionales de los diferentes medios.
El Libro de estilo de EL PAÍS se abre con la advertencia de que contiene normas de obligado cumplimiento para todos los cargos del periódico, los redactores y los colaboradores. Nadie estará exento de esta normativa. ¿Se refiere tal advertencia también a las normas gramaticales que recoge? El de ABC dice que aspira a ser un recordatorio de las normas básicas de la gramática y del estilo periodístico español [...] por lo que sus prescripciones serán de uso obligatorio para todos los redactores y recomendación encarecida para los colaboradores.
Me pregunto cuántos redactores y colaboradores consultan esas normas y cuántos, esto es lo peor, las respetan. Zalabardo ha hecho la comprobación y da la casualidad de que una y otra publicación recogen el giro del que hablamos hoy: es por eso que. Y los dos avisan de la necesidad de utilizar es por eso por lo que, que es lo correcto en nuestra lengua. Confluyen en dicho giro dos cuestiones gramaticales: la de la construcción del relativo y la de la construcción de las oraciones enfáticas de relativo. En ambos casos, el proceso viene a ser el mismo. Podemos verlo de forma sencilla.
Cuando el antecedente (la palabra a la que se refiere y reproduce un relativo) lleva preposición, esa misma preposición debe repetirse delante del relativo, si la función es la misma. Por esa simple razón, no debe decirse en la casa que habitábamos, sino en la casa en (la) que habitábamos, siendo opcional usar o no el artículo. Como no se dirá tampoco del asunto que discutimos ayer, sino del asunto del que discutimos ayer. Eso parece que está claro.
¿Y qué es eso de las oraciones enfáticas de relativo? La reciente Gramática de la Academia le dedica varios epígrafes, pero para no complicar la cuestión diremos que son unas construcciones formadas por un verbo ser acompañado de un adverbio o un demostrativo y seguido de una oración introducida por un relativo: ser por eso que. A estas construcciones hay quien las llama de que galicado, nombre no del todo correcto porque no se dan solo en francés, sino también en catalán, portugués, italiano, inglés, alemán, danés y noruego, según advierte la gramática académica. Sin embargo, en nuestra lengua, la construcción correcta exige repetir la preposición ante el relativo y que este lleve artículo. Así pues, lo que hay que decir no es otra cosa que es por eso por lo que.
Y con ello se completa el comentario que iniciamos en el último apunte. Hoy ha quedado más breve, pero no importa. Me dice Zalabardo que de esa manera damos menos tabarra al lector.

martes, febrero 16, 2010



LA LÓGICA Y LA GRAMÁTICA

Zalabardo dice que cada vez que saco este tema dejo traslucir un carácter gruñón y picajoso. Es posible, pero no lo puedo evitar. Todo viene porque le he comunicado las dudas que me asaltan cuando pienso qué es lo que en las escuelas de periodismo enseñan sobre el uso de la lengua o qué es lo que los alumnos aprovechan de aquello que se les enseña. Que también pudiera ser, dada la prisa que ahora tienen estos por obtener un título y lanzarse al ruedo dispuestos a comerse el mundo, olvidados de aquella antigua y sana costumbre en el mundo de la prensa de ejercer un meritoriaje que servía a los aspirantes para aprender cuanto hay que saber de este oficio antes de volar por los propios medios.
Pero corto, que, como tantas otras veces, me voy por los cerros de Úbeda. En definitiva, de lo que quiero hablar es de algunos de esos errores gramaticales que se cometen con frecuencia y que denotan, no lo sé bien, ignorancia o palpable desprecio de la gramática. ¿Y para qué sirve saber tanta gramática?, puede que se pregunte alguien. Concedo que a un médico no le sirva de mucho, que también; pero para un periodista, el lenguaje es su instrumento de trabajo y no debe ir por ahí tratándolo a patadas.
Acepto también que a lo mejor no hay que dominar mucha teoría gramatical; pero, en ese caso, ¿por qué no aplicamos la lógica, que tan de la mano va con la gramática? Pongo un ejemplo que creo simple. En clase, hablando de la transitividad y de los complementos directos, siempre había algún alumno que me preguntaba cómo puede alguien saber si un verbo es transitivo. Yo le decía: si usamos el verbo construir, sabemos que 'quien construye, construye algo'; luego es transitivo y puede llevar un complemento directo, se construyan casas o castillos en el aire. En cambio, seguía, si usamos el verbo caber, sabemos que 'quien cabe, no cabe nada; por tanto, es un verbo intransitivo y no lleva complemento directo. Eso lo podemos saber por pura lógica, nada más, aunque podríamos también decir que lo que hacemos es ya un razonamiento de naturaleza gramatical.
Los errores a los que quiero aludir hoy son dos y los saco de la prensa diaria. No son casuales ni raros, y, aunque el segundo sea más frecuente de hallar que el primero, los dos aparecen cada cierto tiempo. Dice el primero: murieron tras ser disparados, leía el pasado 27 de enero; y el segundo: es por eso que las conclusiones..., según leía el 12 de febrero. Son dos casos diferentes y en el primero cabe perfectamente aplicar el argumento explicado antes. Vamos a verlos.
Cualquiera que utilice el verbo disparar debiera saber que este verbo, dicho de una persona, significa 'hacer que un arma despida su carga': disparó una ráfaga con su fusil; pero si se dice de un arma, significa 'despedir su carga': esta pistola no dispara. ¿Es transitivo este verbo? Sí, porque 'quien dispara, dispara algo'. ¿Pero qué es lo que se dispara?: una flecha (el arco), una bala (la pistola), un dardo (la cerbatana), etc. Y sucede que ese complemento directo, casi siempre, se omite por obvio. Ahora bien, ese verbo suele ir acompañado de un complemento preposicional (generalmente con a o contra) que señala el objetivo del disparo: disparó a los pájaros o dispararon contra la multitud.
El objetivo del disparo es con frecuencia un complemento indirecto, por lo que nunca será sustituible por lo o la, sino siempre por le. No se dirá, por tanto, lo dispararon, sino le dispararon. Y por el mismo motivo no se podrá usar una construcción pasiva en la que el objetivo del disparo se pueda confundir con el sujeto, que es lo que pasa en el ejemplo que aporto: murieron tras ser disparados. ¿Dónde o contra quién fueron disparados? Solo cabe preguntarse qué o quiénes fueron disparados para que notemos la barbaridad que estamos diciendo o escribiendo. Distinto sería si dijésemos que murieron tras ser tiroteados. Eso sí es lógico.
Consulto diferentes libros de estilo de periódicos españoles y me encuentro con que solo los diarios ABC y EL MUNDO comentan el verbo disparar, aunque sea únicamente para indicar que su construcción es disparar a o disparar contra, porque disparar sobre es un galicismo. Por cierto que el Panhispánico de Dudas considera aceptable esta última construcción.
Y me doy cuenta de que he ocupado ya demasiado espacio en esta cuestión y no he comentado la otra. Me sugiere Zalabardo que la deje para el próximo apunte, lo que no me parece mal.

viernes, febrero 12, 2010


EL PACTO POR LA EDUCACIÓN
Hablaba el otro día con José Antonio Garrido y me decía que un docente nunca se convertirá en un ex-profesor, sino que su condición de profesor lo acompañará siempre. Es posible que tenga razón y es este un asunto que he discutido más de una vez con Zalabardo, pues hay ocasiones en las que noto cómo aún perviven en mí actitudes profesorales. Él me las recrimina e intenta convencerme de que un jubilado debiera mantenerse al margen de los asuntos que afectan al mundo educativo, mirarlos desde la barrera y dejar que sean otros quienes los encaren. A veces casi me convence, pero termino reaccionando y le digo que siempre será mejor adoptar una actitud activa y comprometida; que, como decía Celaya, hay que tomar partido hasta mancharse.
Eso me pasa, por ejemplo, con el pacto por la educación, del que tantos hablan y sobre el que, por desgracia, me siento bastante pesimista. Y es así porque tengo la impresión de que se sigue un camino que tal vez no sea el adecuado. ¿Qué me hace pensarlo? Pues dos hechos bastante explícitos. Uno, que aun siendo muchos los políticos que hablan de la necesidad de reformas y de pacto, aún no he oído a nadie, entre los que tienen capacidad para decidir, reconocer sin ninguna clase de tapujos que el sistema actual, basado en el modelo de la LOGSE, ha sido un rotundo fracaso y que es preciso empezar casi desde cero, sin prejuicios partidistas, que hay muchos. Ya sé que ese reconocimiento lo expresa el PP, pero ellos son negacionistas en todo. Y el otro, que tengo la impresión de que se está dejando marginados en este debate a los profesores, que, por estar en primera línea, son quienes conocen mejor cuáles son las patas del banco por las que el sistema cojea. Ya está bien que haya tanta gente de despacho que se arrogue conocimientos de los que, por lo común, carece. Bien está que hablen los políticos; bien que hablen los sindicatos; bien que lo hagan también las asociaciones de padres. Pero si no se deja hablar a los profesores, que son quienes más tiran de este carro, todo resultará esfuerzo baldío.
¿Y qué puedo decir yo desde mi condición de jubilado? Pues algo que he venido repitiendo desde hace tiempo y que se sustenta en mi experiencia como profesor desde el año 1968, con la sola excepción del periodo de tiempo que me tuvo ocupado el servicio militar. Se resume en lo siguiente:
Primero. Que los niños y adolescentes no maduran todos a la misma vez sino que cada uno tiene lo que llamaríamos su ciclo propio e intransferible. Lo que unos alcanzan a los diez años, otros lo consiguen a los nueve y otros, a los once o a los doce. Quiero decir con esto que, siendo prudente establecer unas edades adecuadas para el inicio de cada nivel educativo, ya no lo resulta tanto que también hayan de fijarse edades tope para su terminación; es decir, que es preciso acabar cuanto antes con la promoción automática por razón de edad. Aparte de otras consecuencias negativas, eso provoca que el alumno que es conocedor de que pasará de curso suceda lo que suceda no se esforzará en adquirir los conocimientos del nivel en que está.
Segundo. No tengo nada contra la enseñanza privada. Muchos años trabajé en ella. Quien quiera invertir su dinero en un centro educativo es libre de hacerlo y buscar obtener beneficios, dentro de un orden, con ello. Pero los fondos públicos deben ir dirigidos fundamentalmente a mantener, aumentar y mejorar la red de centros públicos. Todos los escolares deberían disponer de una plaza en un centro estatal si así lo desean, lo que acabaría con el sistema aberrante de los centros concertados. Y si, por alguna razón, se destinan fondos públicos a mantener centros privados, estos deberían someterse a un rígido control en todos sus aspectos, el económico, el didáctico-pedagógico y el ideológico.
Tercero. Habría que estudiar bien la posibilidad de ofrecer a los alumnos cuanto antes, pudiera ser a los 14 o 15 años, la opción de elegir entre dos vías formativas: la de la Formación Profesional y la del Bachillerato. Ello se haría teniendo en cuenta dos supuestos: que tanto el Bachillerato como la Formación Profesional posean un mínimo de calidad exigible y que el acceso a una u otra vía se haga tras un proceso de formación e información adecuados y no según aquella errónea tendencia de tiempos pasados que derivaba en que quienes aprobaban iban al Bachillerato y los que no a la FP.
Y cuarto. Que haya un tronco de enseñanzas comunes, y en castellano, en todo el Estado, sin que ello supusiera detrimento para el respeto a las lenguas y a las peculiaridades culturales de cada Comunidad.
Cabría enumerar una serie de consideraciones diversas: la duración del Bachillerato, quizás un año más, al menos; que se refuerce la figura del profesor y la de los claustros, y, a la vez, que se les exija en consonancia con lo que se les concede. Se podría seguir, aunque ya irían apareciendo cuestiones accesorias que se discutirían por quienes fuesen designados para dar entidad a ese pacto que necesitamos como el comer.

martes, febrero 09, 2010


SOBRE CAÑAS Y LANZAS
Parece que en el PP no están contentos si no andan continuamente a la greña. Las disputas y las rencillas, cuando se trata de luchar por el poder, son frecuentes en todos los partidos políticos, como también lo son en todos los colectivos, aunque se trate de una simple comunidad de vecinos en la que se juegue quién ha de ser vocal de portal. Pero, como digo al principio, se diría que en el PP el enfrentamiento entre correligionarios está más a la orden del día. Y no digamos si por medio se encuentra la sin par Esperanza Aguirre, que, cuando abre la boca, parece el león de la Metro de los rugidos que emite.
Hace ya días volvió a soltarse la melena, a lo leona de Castilla, cuando dijo (ignorante de que sus palabras estaban siendo grabadas) aquello de que se alegraba de haberle dado un puesto en Caja Madrid a IU quitándoselo al hijoputa. Todo el mundo entendió, aunque ella lo negara inmediatamente, que el hijoputa era Ruiz Gallardón. Pero, como digo, ella lo negó y, dos días después, se dijo que habían firmado la paz a la vista de que los sondeos cara a las próximas elecciones les son favorables. Pero Zalabardo no cree en ese armisticio y dice que lo que pasa es que, en ese pretendido juego de cañas que se traen, estas se les están convirtiendo en lanzas.
Hablamos de los dos gerifaltes madrileños, la presidenta de la Comunidad y el alcalde de la ciudad y de quién de los dos merece mayor credibilidad. Partiendo de que la verdad es que, a los políticos, yo les concedo poca, le digo a Zalabardo que, en todo caso, yo rompería una lanza en favor de Gallardón, siquiera sea porque en ese enfrentamiento parece el más débil de los dos y siempre tenemos la impresión de que Esperanza se lo va a merendar en un solo bocado.
A estas alturas del apunte, más de uno se habrá dado cuenta ya de que no pretendo construir ninguna crónica política ni, menos aún, rosa.
Y quien esto piense habrá adivinado también que lo que quiero hoy es comentar dos frases muy corrientes en nuestra lengua: volverse las cañas lanzas y romper una lanza (a favor de algo o de alguien). El significado creo que no presenta dificultades para nadie: la primera quiere aludir al hecho de que 'se torne hostil una situación antes grata o apacible'; por su parte, la segunda indica que 'alguien sale en defensa de algo o de alguien'.
Algo más complicado es explicar el origen de las expresiones. Ambas se remontan a la etapa medieval y tienen que ver con el mundo caballeresco y militar. Volverse las cañas lanzas tiene que ver con el juego de cañas. Covarrubias dice que 'es un juego de pelea de hombres a caballo. Este llaman juego troyano y se pretende haberlo traído a Italia Julio Ascanio'. Sin embargo, el Diccionario de Autoridades, de 1729, dice que es 'un juego o fiesta que introdujeron los moros [...]. Fórmase de diferentes cuadrillas, que ordinariamente son ocho [...]. El juego se ejecuta dividiéndose las cuadrillas, cuatro de una parte y cuatro de otra, y [...] forman una escaramuza [...] tomando cañas de la longitud de tres a cuatro varas [...]. La [cuadrilla] que empieza el juego corre la distancia de la plaza, tirando las cañas al aire y tomando la vuelta al galope para donde está la otra cuadrilla apostada, la cual la carga a carrera tendida y tira las cañas a los que iban cargados'.
Se entiende, pues, que, cuando lo que empieza siendo un juego se torna en veras, las cañas se sustituyen por lanzas.
La explicación de romper una lanza es algo más complicada porque hay dos interpretaciones. En una se dice que proviene de cuando en los duelos un caballero rompía una lanza para demostrar que defendía a otro; pero esa interpretación no la he visto documentada. En cambio, tanto Covarrubias como el Diccionario de Autoridades de 1734, dicen que quebrar una lanza 'vale empezar a tratar algún negocio y romper dificultades'. Se sobreentiende, creo yo, que las dificultades que se rompen son las que se ponen a alguien en cuya defensa salimos.
Y dicho esto, ya veremos en qué quedan las trifulcas de los peperos. Del despiste y desconcierto que los del PSOE se traen para ver cómo salir de la crisis que padecemos casi mejor es no hablar.

viernes, febrero 05, 2010


VOCABULARIO DE SETENIL
¿No os ha ocurrido en ocasiones que, habiendo querido decir una cosa, os queda la impresión de haber dicho otra diferente? Eso me ha pasado a mí con respecto al último apunte. Yo quería decir, simplemente, que no es fácil confeccionar un vocabulario popular de una zona o población, no que sea imposible o que no se deba acometer tal tarea. Pero, al parecer, debí expresarme mal.
Le digo a Zalabardo que me ha quedado esa impresión después de leer el apunte de Rafa, de Setenil de las Bodegas, Dichos, palabras y palabrotas de Setenil (I) en su agenda Setenil rural (http://setenilrural.blogspot.com/). Y quería decir que la tarea es difícil porque la dificultad radica en poder delimitar bien la difusión territorial de cada término.
Quienes me siguen desde el comienzo de esta agenda saben que no me gusta, por respeto a sus autores, contestar a los comentarios que a ella se hacen. Salvo en contadas ocasiones, y creo que esta es una de ellas. El motivo no es otro que el de animar a Rafa, si me sigue leyendo, que eso es una presunción mía, a continuar con su investigación sobre las palabras de Setenil y no considere mi apunte anterior como el pozo en que se haya de hundir su gozo. Lo que yo pretendía era dar un pequeñito tirón de orejas a quienes se creen el ombligo del mundo en esto de la dialectología y de la geografía lingüística, a quienes piensan que aquello que se dice en Málaga, digo como ejemplo, no se dice en ningún otro lado.
No hay más que consultar la monumental obra que es el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, dirigida por Manuel Alvar y Antonio Llorente, para comprobar lo caprichosa que es el área de difusión de cada palabra en el territorio andaluz. Como me imagino que lo será en todos. Por ello es difícil arriesgarse a decir que un término es exclusivo de una zona y debemos estar siempre dispuestos a aceptar que pudiera ser compartido con otros lugares.
Y lo que en dicha obra se ve y lo que yo quería decir en el apunte anterior y en lo que llevo de este queda fielmente reflejado y demostrado en el acertado apunte de Rafa sobre el habla de su pueblo. Cita él tres palabras sobre las que me quiero centrar, con su permiso, para argumentar lo expuesto: bollano, tosco y aljofifa.
Sobre la primera, bollano, de la que él dice que significa 'piedra mediana, a ser posible caliza' no encuentro nada documentado, ni en el clásico estudio de Alcalá Venceslada ni en ninguno de los repertorios léxicos andaluces que poseo. No me extrañaría, pues, que sea una palabra propia y exclusiva de aquella zona.
Dice a continuación que en un pueblo vecino, Alcalá del Valle, que está a unos ocho kilómetros, a lo mismo se le llama tosco. Mire usted por dónde, esa es la palabra que en mi pueblo, Osuna, que está a unos sesenta kilómetros, se utiliza para designar a cualquier piedra, y para pedrada, se utiliza toscazo. Tosco no aparece en el DRAE, pero María Moliner recoge tosca, que define como 'piedra caliza ligera', y Manuel Seco incluye toscón, del que dice que es una 'piedra grande' y lo señala como regionalismo. Puede que sea, a lo que se ve, una palabra con cierta extensión en zonas de Andalucía.
Por último, tenemos aljofifa. Ya Rafa, en su apunte, deja claro que es un arabismo que estuvo más o menos generalizado, aunque su empleo se perdió. En mi pueblo, como en tantos otros de Andalucía, se decía jofifa, que con la aspiración quedaba más o menos en hofifa. Las había de dos tipos, la normal era el trapo con que se fregaba el suelo; pero, además, existía la hofifa de pita, que se obtenía machacando las hojas de la pita hasta que perdían toda su pulpa y quedaban reducidas a las fibras. Estas fibras, no sé por qué, eran preferidas al trapo común para el fregado de suelos.
¿Por qué se perdió la aljofifa? Pues porque un ingeniero aeronáutico español riojano, Manuel Jalón Corominas, basándose en las mopas que había visto en los Estados Unidos, inventó un artilugio consistente en unas tiras de tejido al que se le añadía un palo como el de las escobas y permitía fregar los suelos sin tener que arrodillarse. Eso fue, creo recordar, a finales de los años cincuenta. Había nacido la fregona, palabra que dejó de designar a la mujer que fregaba para señalar el objeto con que se fregaba. Lo malo, para su inventor, es que vendió la patente a una multinacional holandesa para poder dedicarse a otras investigaciones "más productivas".
Así que, Rafa, mucho ánimo y a seguir proporcionándonos palabras de Setenil de las Bodegas, bello pueblo en verdad. Yo, al menos, seguiré pendiente de Setenil rural a ver con qué nuevas palabras me encuentro.

martes, febrero 02, 2010


TÓPICOS
Lo característico de los tópicos es su perfecta adaptabilidad al lugar en que se utiliza o al motivo por el que surge. Por ejemplo, ¿cuántos lugares costeros hay en España que afirman ser el original y único verdadero en que se le enseñó al rey don Alfonso XIII que para comer las sardinas asadas hay que cogerlas con los dedos índice y pulgar de cada mano por la cabeza y la cola? ¿O cuántas ermitas explican su origen en la historia de una imagen de la virgen hallada en una cueva, o sobre una roca, o al pie de un árbol, por un pastor y que, pese a ser llevada una y otra vez a la población cercana, volvía indefectiblemente y de manera milagrosa al mismo lugar hasta que en ella se levantó su santuario? Una y otra historia nos son contadas con tal lujo de detalles y convencimiento en cada lugar que acabamos por creerlos a todos.
Es que la vida está llena de tópicos, me dice Zalabardo. ¿Tú crees?, le respondo. Entonces él, para probar su aserto, me pide que reflexione sobre uno de los últimos correos electrónicos que he recibido. ¿Sobre cuál de ellos?, le pregunto. Y me responde que el del vocabulario malagueño.
Medito un poco y concluyo en que tiene razón. Es un mensaje que me reenvió José Luis Rodríguez en el que alguien adjunta una serie de términos malagueños "recogidos" por una cordobesa que solicita que se difunda la serie para, así, mantener vivas las palabras de nuestro léxico popular. Para ser precisos, es necesario decir que esa cordobesa no existe o no es ella la recolectora y que la lista lleva tiempo moviéndose por foros de Internet como respuesta a alguien que pedía ejemplos de términos malagueños.
Empecemos por reseñar las dificultades que entraña señalar los límites en que se movería un habla local. Según define el Diccionario de Lingüística, de Jean Dubois, un habla local es "un sistema de signos y reglas sintácticas utilizadas por un grupo social dado o con referencia a ese grupo. Este sistema puede reducirse a unidades léxicas que, dejando a un lado su valor efectivo, coexisten junto a las unidades del vocabulario general de un dominio determinado". O sea, que aparte de unos rasgos fonéticos y morfosintácticos, muchas veces esta habla local no es más que un simple conjunto de palabras. Ahora bien, los contagios, coincidencias e intercambios con las zonas limítrofes son constantes y numerosos. Por eso es tan difícil hacer un diccionario del habla de Málaga o del habla de Setenil de las Bodegas, pongo por caso. Y por eso los granadinos y los malagueños pueden defender en bastantes ocasiones como propia e inalienable una palabra de uso en las dos comunidades.
Otra cuestión complicada se deriva de lo dicho: la de señalar dónde ha nacido una palabra y de qué origen para que se la pueda considerar original o propia de un lugar. Si nos limitamos a tan solo el ámbito andaluz, por ahí circulan innumerables vocabularios populares de tal o cual población que no tienen de tales más que la procedencia o residencia de su autor, que se limita a amontonar palabras que ha oído en su pueblo y que él considera originales o exclusivas de allí, sin pensar que, la mayoría, son comunes a toda el área andaluza.
Como Zalabardo me pregunta hasta dónde de seguro estoy de lo que digo, quiero poner unos ejemplos. En la lista que ha dado motivo a esta reflexión me encuentro, así de bote pronto, con lo menos quince o veinte palabras que no pueden considerarse malagueñas porque pertenecen a un área más amplia.
El Diccionario de argot español, de Víctor León, recoge como comunes a toda España calimocho, chiringuito, chuminada, piños, 'dientes', o jiñarse, 'acobardarse'.
Chacina, 'carne de cerdo adobada con que se hacen chorizos y otros embutidos', chícharo, 'guisante' o, según las zonas, 'garbanzo', gazpachuelo, 'sopa hecha con salsa mahonesa' y cenacho, 'espuerta de esparto o palma para llevar frutas, pescados u otras mercancías' son de uso muy general en toda Andalucía y aun fuera. El cenachero es, sin duda, una figura tradicional malagueña, pero eso no explica de ningún modo que cenacho sea un malaguesismo.
Y quiero dejar para el final, por no insistir demasiado, dos términos que, por su origen etimológico, difícilmente se podrán considerar malagueños. Son curiana, 'cucaracha negra' y guarrito, 'taladradora'. El primero, según explica Corominas, viene de coriana, por el traje negro que vestían las mujeres de la población extremeña de Coria. Y el segundo, cuya paternidad solicitan también los hablantes de Tarifa, tiene un origen peculiar. Se podría hablar de la tendencia de toda la Romania a nombrar las herramientas con nombres de animales; lo explica bien Gerhard Rohlfs en Lengua y cultura, pero sería una explicación más alambicada. Parece más verosímil buscar el origen en los años del estraperlo y el contrabando. Se dice que en Gibraltar se vendían unas taladradoras de marca Warrington y que la gente de la frontera decía que iba a la colonia a comprar una guarrinton, término que pronto derivó hacia guarrito.