En Corazón tan blanco, una de las más interesantes novelas del recientemente fallecido Javier Marías afirma el protagonista narrador: Es preferible correr algunos riesgos y encajar los incidentes (a veces graves) y los malentendidos (duraderos a veces) que inevitablemente producen las imprecisiones de los intérpretes. Cierto es que el contexto en que Marías, o su personaje, dice tal cosa es diferente al que me voy a referir yo, pero no por eso deja de valer para mi propósito.
Muchas
veces he hablado con Zalabardo de la complejidad del proceso comunicativo y del
cuidado con que hay que enviar y recibir cada mensaje. Porque no se trata solo
de que yo quiera decir algo, sino de acertar a decirlo del modo debido para no
inducir a error a mi interlocutor; como tampoco basta con que el receptor oiga
o lea lo que le digo, sino que es de necesidad imperiosa una recta
interpretación de lo que he querido decir. A eso alude el personaje de la
novela de Javier Marías, a que cualquier malentendido, la más pequeña
interpretación errónea de unas palabras, puede originar incidentes de muy
diferente nivel de gravedad.
En el
acto de la comunicación no solo importa que emisor y receptor se valgan del
mismo código; para que el mensaje no quede distorsionado cumplen una función
especialísima el contexto y la situación. El contexto lo forman los elementos
que anteceden y siguen a una unidad lingüística determinada y ayudan a
concederle su valor; la situación, en cambio, la constituyen las condiciones
psicológicas, sociales e históricas (factores extralingüísticos) que hay que
tener en cuenta para interpretar correctamente un mensaje. Le pongo a Zalabardo
dos ejemplos. Si digo No me gusta la elección de Luis Enrique, quedará
la duda, dicho así sin más, de si lo que no me gusta es que Luis Enrique
haya sido elegido o no me gusta lo que Luis Enrique ha elegido.
Y si le digo a alguien ¡Qué hijo de la gran puta estás hecho!,
faltará conocer todos los elementos extralingüísticos que intervienen para
saber si estoy insultándolo o elogiándolo.
Ese riesgo citado en la novela, le digo a Zalabardo, se da con más frecuencia de la deseable en las redes sociales. La brevedad e inmediatez que en estas se exige hacen que contexto y situación queden marginados. La consecuencia: surgen los malentendidos, las interpretaciones equivocadas (a veces de manera maliciosa) que dan pie a incidentes más o menos graves. El comportamiento de nuestros políticos, por ser algo bien visible, nos lo muestra casi a diario. La supresión del inicio de unas declaraciones de la ministra Irene Montero nos deja una frase de la que se valen sus enemigos para acusarla de defensora de la pederastia. Y no es que la ministra me resulte simpática; pero es una mentira maliciosa lo que dicen que ha dicho. Por la otra parte: ¿Se puede llamar insolvente a Feijóo? Me parece que no es lo adecuado. En insolvente hay una carga de profundidad, negativa, que hace que el adjetivo sea más duro que incompetente, por ejemplo. En el caso de Montero se oculta el contexto; en el de Feijóo se aplica una connotación situacional.
Y, como
suele ocurrir, un tema nos lleva a otro y Zalabardo y yo pasamos a hablar de la
crítica, del derecho a ejercerla y de la conveniencia de aceptarla. Porque es
un principio innegable que todo aquel que expone en público una actitud o una
idea está expuesto a ser criticado. Pero es fácil ver que no nos gusta ser
criticados y nos cuesta aceptar una crítica. Muchos incidentes acaecen porque consideramos
crítica cualquier cosa que los otros digan. De ahí la necesidad de entender e
interpretar bien. Baltasar Gracián decía que no puede ser entendido
el que no sea buen entendedor. También dice que algunos serían sabios si
no creyesen serlo. Y, también, que no se debe criticar a bulto: el mal
gusto habitualmente nace de la ignorancia.
Zalabardo me apostilla que, aunque no soportamos que nos critiquen, no dejamos de criticar a los demás. Y me deja caer esta frase de Friedrich Dürrenmatt: uno está expuesto a la crítica como a la gripe. Entonces recuerdo un artículo que escribió hace años Ferran Ramon-Cortés en el que, entre muchas otras cosas, afirmaba que si la crítica es una observación [impresión personal desligada de cualquier juicio hacia la persona], se tomará bien; pero si la crítica implica un juicio [una catalogación de la persona, no de lo que dice], lo más probable es que siente mal.
Todas
estas reflexiones me hacen volver al principio: si nos esforzamos en
interpretar bien, evitaremos los malentendidos; si no hay malentendidos, no
habrá conflictos; si procuramos ser mejores entendedores antes que exigir ser
entendidos, sabremos diferenciar las observaciones de los juicios molestos. Si
alcanzamos esa meta, no necesitaremos creernos sabios, pero es posible que
estemos rozando, aunque sea muy superficialmente, el manto de la sabiduría.