lunes, marzo 30, 2009


MOGUER, MADRE Y HERMANOS (JRJ)
Este pasado fin de semana nos hemos dado una vuelta por tierras de Huelva. En el viaje de ida, la travesía de la provincia de Sevilla la realizamos bajo una fortísima lluvia que nos hacía presagiar lo peor e igual nos sucedió a la vuelta, aunque la estancia en Huelva estuvo presidida por un sol radiante y una suave temperatura. Eso nos permitió disfrutar del viaje cultural-naturalista que habíamos proyectado.
Me hace notar Zalabardo que hay ciudades en cuyo aire se nota aletear el espíritu de un escritor. Es lo que pasa en Soria con Antonio Machado y es lo que igualmente sucede en Moguer con Juan Ramón Jiménez. No es ya el cuidado con que se conserva su casa, convertida hoy en Casa-Museo Zenobia y Juan Ramón; es cada rincón, cada plazuela, cada calle del blanco pueblo onubense (Cuando yo era niñodiós / era Moguer, este pueblo, / una blanca maravilla). Allí, como en todas partes, nuevos rótulos dan nombres nuevos a las calles, que así pierden el que siempre tuvieron y el que la gente, de verdad, recuerda. Pero en Moguer, gracias a la inmortalidad que Platero y yo, junto a otros textos, le concedieron, alguien tuvo la ocurrencia, feliz, de reponer en bellos azulejos el nombre antiguo junto al moderno. Y del mismo modo, raros son el rincón, la plazuela, la calle en cuyas paredes no hay una cerámica que nos recuerde la relación de ese preciso sitio con una página de la obra del poeta moguereño.
Pero Moguer ha cambiado, me advierte Zalabardo. Verdad es; por ejemplo, las viñas y las huertas de las que hablaba Juan Ramón ya no existen, y casi todos sus campos se ven ahora cubiertos por plásticos bajo los que se cultiva el rico fresón. Reza la propaganda oficial que el 30% que se produce en toda la provincia de Huelva se da precisamente aquí. Hoy, pues, Juan Ramón no podría dar a Platero, mientras paseasen por estas tierras, higos y uvas moscateles, sino, como se llama en los folletos que nos dan en la oficina de turismo, este oro rojo también dulce que genera anualmente, sigue diciendo la propaganda oficial, 85.000 toneladas de fresas, 72 millones de euros y 350.000 jornales.
La casa de Juan Ramón y Zenobia, aparte de lo que cualquier casa-museo permite ver, guarda valiosos elementos bibliográficos: parte de la biblioteca personal del matrimonio, libros y revistas, así como un número considerable de manuscritos. A mí, personalmente, lo que más me llamó la atención fue el original mecanografiado por Zenobia, con correcciones a mano del autor, del fragmento primero del poema en prosa Espacio ("Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo". Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir). Enmarcada sobriamente cada hoja, el conjunto llena una de las paredes.
Estuvimos alojados en el Complejo Turístico Nazaret, en un bellísimo paisaje poblado de pinos, que se levanta sobre la que fue propiedad de Rafael Almonte, médico y amigo del poeta. Todas las dependencias del complejo son un homenaje al poeta, con fotografías y recuerdos por todas partes, además de una librería que permite a los alojados leer todas sus obras. A escasos pasos del hotel, apenas a doscientos o trescientos metros, está el paraje de Fuentepiña, con una casa que, si alguien no pone remedio, pronto será una pura ruina y el majestuoso pino a cuyo pie, dicen los del lugar, está enterrado Platero.
También visitamos el cementerio del pueblo, donde se alza el sencillo mausoleo bajo cuyo granito gris yacen el poeta y su esposa. En Moguer se dice, se usan muchos se dice referidos a este insigne hijo, que los cuerpos del matrimonio no reposan el uno junto al otro sino, por expreso deseo del poeta, ella debajo y él arriba, para que, así como Zenobia fue su apoyo y sostén en vida, lo sostenga también detrás de la muerte. Ante aquella tumba, Zalabardo me recordó los versos que parecen cerrar la obra de Juan Ramón: Cuando esté con las raíces, llámame tú con tu voz. / Me parecerá que entra temblando la luz del sol. El poeta, tan angustiado por la muerte, pensó siempre que moriría antes que ella. Por eso no fue capaz de sobrevivirla más que diecinueve meses.
Al día siguiente nos encaminamos hacia Doñana. La falta de previsión fue causa de que no pudiésemos realizar la visita guiada del parque en vehículo todoterreno, como era nuestro objetivo. Nos tuvimos que conformar con el audiovisual que pasan en el Centro de Visitantes de El Acebuche y con pasear por algunos de los senderos que existen abiertos al público, en especial el de las dunas móviles.
Y como nos sobró tiempo y nos cogía de paso, hicimos un alto en El Rocío. Pero eso es ya otra cosa. Mucho ambiente de feria y bastante fanatismo. En el marco, eso sí, incomparable de las marismas.

viernes, marzo 27, 2009


A LAS CINCO DE LA TARDE

El conflicto entre los partidarios y detractores de las corridas de toros en España no es un asunto de hoy y ni siquiera de anteayer, pues sus raíces se hunden en los albores de nuestra historia. Según cuenta bien nuestro escritor ilustrado Jovellanos, pues yo no he podido consultar la fuente original, ya Alfonso X, en la primera Partida, menciona la fiesta de los toros como una actividad a la que los prelados no deben acudir. Por cierto, que a Jovellanos hay que encuadrarlo entre los grandes detractores. En su Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas hace un rápido recorrido sobre su historia. Tras dar noticia de que ya en el siglo XIII existían cosos o lugares permanentes para las corridas, y aun reconociendo que estas constituían un ejercicio de destreza y valor a que se dieron los nobles, va dando argumentos en sentido contrario y nos dice que la lucha de toros empezó a ser mirada por algunos como diversión sangrienta y bárbara, contándose incluso un intento de prohibirlas por parte de Isabel la Católica después de haber presenciado una de estas fiestas en Medina del Campo. En su revisión histórica, llega hasta los días de Carlos III, en los que fueron del todo prohibidas con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por meras apariencias. Y se pregunta: ¿Cómo se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
Más en nuestros días, las letras nos han dado también grandes defensores de la fiesta taurina. Ahí tenemos, si no, a la Generación del 27, para la que fue posible la famosa reunión de Sevilla gracias al patrocinio del torero aficionado a las letras Ignacio Sánchez Mejías, a cuya trágica muerte no hubo integrante del grupo que no le dedicara un poema, el más excelso de ellos precisamente el titulado Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de García Lorca.
Es, pues, como digo, constante el enfrentamiento entre defensores y detractores. Entre los protagonistas de las corridas se ha dado también otro tipo de litigio. A la ya clásica confrontación entre Joselito y Belmonte, siguió, Zalabardo y yo éramos muy niños, la que enfrentó a Domingo Ortega y a Carlos Arruza; y más modernamente, las dos figuras que se disputaban el cetro de la tauromaquia serían Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. Hoy, parece que las riñas taurinas se juegan más en el papel cuché que en el albero de las plazas. Y quien, para muchos, figura como número 1, José Tomás, me parece que está más en la línea del tremendismo que del arte.
¿Hace falta decir que Zalabardo y yo estamos, aunque ello se considere hoy políticamente incorrecto, entre los defensores de las fiesta de los toros? Ya de pequeños jugábamos a las corridas, juego que hoy los niños no practican, como han dejado de practicar tantos otros, y si él fingía ser Domingo Ortega, yo me incardinaba en la figura del mejicano Arruza.
Pero, como es lo normal en estos apuntes, tanto a Zalabardo como a mí, a mí más que a él, lo que nos interesa es la vertiente lingüística del tema desarrollado. De hecho, mientras el otro día discutíamos por la renuncia de Paco Camino y José Tomás a la medalla de las Bellas Artes por la simple razón de que se haya concedido la última a Francisco Rivera, a Zalabardo se le ocurrió preguntarme por las palabras y expresiones taurinas que han pasado a la lengua común.
Basta consultar el Diccionario de la Academia para ver que son unas doscientas las acepciones que aparecen precedidas de la abreviatura Taurom., lo que indica que son propias del lenguaje de las corridas de toros. La mayoría de ellas no es que sean específicamente taurinas, sino que en este ámbito tienen un sentido peculiar. Algunas son lances y suertes propios de la lidia, como volapié, chicuelina o verónica; otras son denominaciones específicas de algún elemento, como garapullo, rehilete o palitroque, que son nombres que reciben las banderillas. Cuarteo y sobaquillo son movimientos que se hacen al clavar dichas banderillas, como bajonazo y metisaca son modos imperfectos de estoquear. Hay algunos términos curiosos, como enterrador, que es el nombre que recibe el peón que, tras haber sido estoqueado el toro, le hace dar vueltas para acelerar su muerte. Y así, ya digo, hasta casi doscientas.
Pero si muchos de estos términos y acepciones se perderían si desapareciera la fiesta de toros, no menos importancia tienen las frases hechas propias del lenguaje común que derivan de la lengua taurina y cuyo origen pasaría a ser desconocido para la mayoría de los hablantes. Así, pinchar en hueso, que es 'encontrar oposición o dificultad en algo que se intenta'; tomar o coger el olivo es 'esconderse tras el burladero' y 'huir o escapar de algo precipitadamente', que tiene su origen en las capeas en el campo, donde no hay más que árboles para guarecerse; quedar o estar para el arrastre es 'hallarse en un extremo decaimiento', porque el arrastre es la retirada del toro tras su muerte; hacer una faena de aliño es 'practicar algo sin adornos y solo con el fin de acabarlo pronto', como el torero que renuncia a lucirse por las malas condiciones de la res; entrar al trapo es 'responder irreflexivamente las insinuaciones o provocaciones de alguien', como el toro que acude al cite del capote; echarse o lanzarse al ruedo es 'pasar a participar en un debate o competencia públicos', como el espontáneo que se lanza al ruedo; y cortarse la coleta es 'dejar el oficio o apartarse de una afición o costumbre', igual que el torero que se retira se quita públicamente ese aditamento, que en la antigüedad era una coleta real de pelo que se dejaban crecer mientras estaban en activo.
Y aunque esto no tenga que ver con los toros, no olvidéis que mañana se celebra La Hora del Planeta; aunque sea de modo simbólico, hagamos algo en contra del cambio climático.

martes, marzo 24, 2009

DÍAS DE MUCHO, VÍSPERAS DE POCO

O eso afirma el refrán que nos previene contra el derroche desmedido. Y en el terreno de los recursos energéticos creo que vivimos por encima de las posibilidades que realmente tenemos.
WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) es una organización ecologista fundada en 1961, con filial española desde 1968, ocupada en el mantenimiento de un planeta vivo y sostenible. Sus fines: conservar la diversidad biológica mundial, asegurar que el uso de los recursos naturales renovables sea sostenible y promover la reducción de la contaminación y el consumo desmedido.
WWF promueve, y no es idea de ahora, que ya se inició en 2007, la iniciativa La Hora del Planeta con el fin de que tomemos conciencia de los pequeños cambios que todos podemos hacer en nuestras vidas para contribuir a la conservación del planeta. La propuesta es lograr implicar a millones de personas en más de mil ciudades para que el próximo sábado 28 de marzo apaguen las luces durante una hora. Para España, esta hora será la comprendida entre las 20:30 y las 21:30. Algunas ciudades de nuestro país colaborarán apagando alguno de sus monumentos emblemáticos: Alhambra de Granada, Puerta de Alcalá de Madrid, Museo Guggenheim de Bilbao y Catedral de Sevilla.
Podemos pensar que es posible que este acto no pase de ser meramente testimonial y que el ahorro de energía conseguido sea mínimo; pero el objetivo principal es enviar a los líderes mundiales un mensaje cara a la Conferencia sobre el Cambio Climático que tendrá lugar en Copenhague en diciembre de este mismo año.
En gran medida, todos lo sabemos, hemos dependido y seguimos dependiendo de los combustibles fósiles, como si estos no fuesen a agotarse nunca. Y no solo se están agotando; lo peor es que resultan altamente contaminantes. Por eso se nos pide ese pequeño gesto de apagar por unos momentos la luz, el ordenador, los electrodomésticos, etc.
Zalabardo me sugiere que, independientemente de lo que haga el próximo sábado, empiece acortando este apunte, que el anterior ya fue demasiado largo, y me comprometa a mantener apagado el ordenador lo que queda del día de hoy. Claro, me dice, que con eso corres el riesgo de que alguien te pida que lo mantengas apagado indefinidamente. Hago como que no he captado la indirecta y respondo que me parece bien.
Si alguien desea saber más sobre La Hora del Planeta puede entrar en la siguiente dirección: http://earthhour.org/

viernes, marzo 20, 2009



ERRE QUE ERRE

Se me planta delante Zalabardo y me reprende porque soy, dice, insistente hasta la saciedad (cosa que es verdad) y que puedo resultar cansino a los lectores (cosa que me temo que pueda ser cierta) si persisto en esta especie de cruzada contra los defensores de ciertas reformas que eviten el sexismo en el lenguaje. Deseo contraatacar y le replico: si ellos no ceden en su dale que te pego exigiendo cambios que van contra la natural fluencia y evolución de la lengua, ¿por qué no voy a poder yo machacar con mi argumento de que con ello no hacen sino sacar los pies del plato? La verdad es que comprendo las reticencias que, en ocasiones, tiene Zalabardo, porque siendo suya esta agenda y no siendo yo otra cosa que un usurpador, sucede, sin embargo, que entre los que leen estos apuntes hay quienes ante cualquier ocurrencia, desliz o salida más o menos de tono afirman: "Mira lo que se le ocurre decir aquí a Zalabardo", cuando el autor de dicha butade no es otro que yo mismo. Pero reconozco que Zalabardo sobrelleva bien todo esto y nunca me pone mala cara ni me lanza ningún reproche severo, cosa que le tengo que agradecer.

Toda esta introducción viene de que vuelvo a un tema trillado. El Grupo de Alto Nivel sobre la Igualdad de Género y Diversidad del Parlamento Europeo aprobó a mediados de febrero un Informe sobre el lenguaje no sexista en el Parlamento Europeo. ¿Por qué volver sobre el mismo tema? Lo siento, pero en dicho documento se recogen afirmaciones sobre las que creo que vale la pena meditar, como cuando, por ahí empiezan, intentan establecer la finalidad del lenguaje no sexista o neutral; según el documento es "evitar opciones léxicas que pueden interpretarse como sesgadas, discriminatoria o degradantes". Dos cuestiones, en principio, quiero destacar aquí: por un lado, que debe considerarse incorrecto hablar de lenguaje sexista o no sexista, porque lo más acertado sería hablar de uso sexista o no sexista del lenguaje, que es lo que en realidad se da. Insisto en mi tesis de que la culpa no está en el lenguaje, sino en la utilización que de él hagamos. Y por otro lado, algo que refuerza lo que digo: el propio documento deja entender que no es que haya opciones léxicas discriminatorias o degradantes, sino "que pueden interpretarse" como tales. Eso equivale a reconocer de modo implícito que el mal, en gran medida, está en nosotros mismos y no en el lenguaje, que es inocente.

Cuando el documento plantea cuestiones comunes a la mayoría de las lenguas, establece tres tipos de realizaciones lingüísticas. Las referidas al uso genérico del masculino, las referidas a los nombres de profesiones y cargos y las referidas a nombres, estado civil y tratamientos. Luego pasa a unas conclusiones y a unas orientaciones específicas para cada lengua, de las que a nosotros nos importan las referidas al español. El apartado más atendido es el del uso del masculino con valor genérico y los consejos que hay que atender para evitarlo. Aquí empiezan por reconocer (es casi lo único positivo que veo en el documento) que "las formas combinadas 'el/la usuario/a' se consideran generalmente torpes y difíciles de pronunciar", por lo que "deben evitarse". Al menos es algo. ¿Y qué consejos se dan? Me fijaré solo en dos, para no hacer esto muy largo, que pretenden evitar el uso del masculino con valor genérico. El primero: "Usar colectivos, perífrasis y construcciones metonímicas". Ejemplos que dan: no decir los andaluces, sino el pueblo andaluz; no decir los médicos, sino las personas que ejercen la medicina; no decir los directores o el presidente, sino la dirección o la presidencia. Y digo yo: con eso de el pueblo andaluz volvemos a encontrarnos con un masculino genérico, ¿o no?; con las personas que ejercen la medicina vamos contra uno de los principios básicos del lenguaje, la economía, o sea, que lo que pueda decirse con una palabra no se diga con cuatro; y con eso de la dirección pudiera ocurrir que, si deseo manifestar mi desacuerdo con las personas que han redactado el documento, giro larguísimo, y no debo decir los autores o los redactores, ¿qué digo, la autoría o la redacción?; ¿no convenís en que eso puede desvirtuar el sentido de mis palabras?

Segundo consejo: "Utilización de la forma pasiva, de estructuras con 'se' y formas no personales del verbo". Ejemplos ofrecidos: no debe decirse El solicitante debe presentar el formulario, sino El formulario debe ser presentado; como no debe decirse El juez dictará sentencia, sino Se dictará sentencia judicial. Pienso yo: ¿han tenido en cuenta la historia de la pasiva, que es forma de suyo rechazada en nuestra lengua? Tengo que pedir perdón por una pequeñita muestra de teoría sintáctica, pero la considero necesaria. El latín disponía de una conjugación pasiva (amor, 'soy amado') que no pasó a nuestra lengua. Esta conjugación se utilizaba cuando el hablante deseaba destacar el objeto y no el sujeto (en La policía detuvo a los ladrones, el sujeto es La policía y el objeto es los ladrones). Cuando nuestra lengua necesitó expresar una construcción pasiva, hubo de recurrir a una perífrasis con el verso ser (Los ladrones fueron detenidos por la policía). Como en tales construcciones interesaba el objeto, aunque no el sujeto, este tendía a desaparecer (Los ladrones fueron detenidos). Pero la lengua, de modo natural, tendía a la voz activa, no perifrástica, y como ya no había conciencia del sujeto, el objeto ocupaba su lugar y el correspondiente al elemento perdido se veía ocupado por una forma refleja se (Los ladrones se detuvieron). Cuando el primitivo objeto, ahora sujeto, era de persona, el resultado obtenido, según se ve, era ambiguo (¿se detuvieron ellos o alguien los detuvo?); solución: el objeto recuperaba su primitiva función, con preposición a; ante la falta de sujeto, se usaba una forma se impersonal y el verbo adoptaba una forma singular (Se detuvo a los ladrones). Esto, por supuesto, hay que pensarlo como un proceso largo en el tiempo (expuesto aquí de manera muy somera), que explica el origen de la construcción impersonal refleja en nuestra lengua. ¿Tantos siglos luchando la lengua de modo natural contra la pasiva para que ahora el Parlamento Europeo nos la imponga por decreto en detrimento de un 'discriminatorio y degradante' (¿por qué y según quién?) masculino genérico?

Si no fuera porque esto es largo ya en demasía (por lo que pido perdón), seguiría presentado argumentos a cual más absurdo. Por ejemplo: ¿por qué en lugar de las modelos o los modelos no decimos las personas que pasean su palmito por las pasarelas mostrando las nuevas tendencias de las modas o, por qué no, la saga novelesca de Emile Zola Los Rougon-Macquart pasamos a titularla, para suprimir ese denigrante Los genérico, Las personas que integran la familia originada en el casamiento de Adèle Fouque con, primero, el jardinero Rougon y, luego, cuando enviuda, con el contrabandista y vagabundo Macquart, y así hasta el infinito porque a eso nos puede llevar el dichoso documento? Zalabardo intenta que mis dedos no sigan aporreando las teclas porque dice que comienzo a desbarrar. A lo mejor tiene razón. Así que hasta el próximo apunte.

lunes, marzo 16, 2009


GUIRI

Siempre que se habla de guiris, Zalabardo me dice que él piensa inmediatamente en Nancy, la protagonista de la novela de Ramón J. Sender, aquella americana ingenua y bobalicona que viaja a Sevilla para realizar su tesis y vive una serie de situaciones cómicas derivadas las más de las veces de su errónea interpretación de las palabras, a causa de la polisemia, y otras de las peculiares costumbres meridionales. Aquella misma Nancy, que interpretaba como tendencia española a hacer política el hecho de que al cruzarse con un joven este le gritara a la cara al tiempo que se quedaba mirándola: "¡Viva el glorioso movimiento!" a lo que ella estuvo a punto de responder "¡Viva!", aunque se contuvo porque era extranjera; sí, esa Nancy, dice Zalabardo, pudiera ser la guiri antonomásica.
Pero aunque de manera general cuando hoy oímos hablar de guiris lo primero que se nos viene a la cabeza es ese tipo que viste unas prendas mal conjuntadas, sobre todo en el colorido, que calza de modo casi indefectible sandalias y calcetines y que siempre va pegado a una cámara fotográfica, lo cierto es que la palabrita da mucho de qué hablar, pues, para empezar, ni la es tan nueva como pudiera parecer ni su significado ha sido siempre el que hoy le damos. Le pido a Zalabardo que coja el diccionario y veamos lo que allí pone.
guiri. (Acort. del eusk. guiristino) Nombre con que, durante las guerras civiles del siglo XIX, designaban los carlistas a los partidarios de la reina Cristina, y después a todos los liberales, y en especial a los soldados del gobierno Miembro de la Guardia Civil Turista extranjero.
Le digo a Zalabardo que dos objeciones se pueden poner al artículo del diccionario. La una, de importancia menor, se refiere al origen del término y la otra, puede que de más calado, tiene que ver con el último de sus significados. Vamos con la primera: en las guerras civiles del norte, los seguidores del pretendiente Don Carlos llamaron despectivamente a los partidarios de Doña María Cristina, madre de Isabel II, guiris. Se atestigua en las novelas sobre las guerras carlistas de Valle-Inclán, que usa el término sin explicar nada; y también lo utilizó antes Galdós en su episodio Zumalacárregui. Pero el escritor canario alude a que el nombre proviene de que la Guardia Real de Infantería, del ejército cristino, llevaban en sus morriones y en las cartucheras las iniciales G. I. R., por lo que popularmente se les empezó a llamar guiris. No sé si estará en lo cierto, pero el argumento es razonable.
Que de ahí se pasase a denominar, primero a los soldados liberales y más tarde a cualquier miembro de las fuerzas armadas guiris también está puesto en razón. Piénsese que en muchos lugares, a los miembros de la Policía Local se les llama guripas, término que podría estar relacionado con el anterior. Pero, ¿por qué llamar guiri a un extranjero? Es extraño el paso de una a otra acepción. La posición del diccionario sugiere un caso de polisemia. ¿Y si se tratase de una homonimia y el origen fuese otro? Eso es lo que le digo a Zalabardo que voy a tratar de explicarle.
En latín hay un sustantivo gurges, 'torbellino' y también 'abismo, sima', del que deriva el francés gorge, 'garganta'. Del término francés, nos lo dice Corominas, proviene el español gorja, 'garganta' y también 'alegría ruidosa'. Pues bien, del francés gorge, obtenido de las raíces onomatopéyicas gurg- o garg-, salen los términos castellanos garganta, gárgara, gargarismo o gargajo, todos onomatopéyicos, por el ruido que produce el aire al atravesar la garganta.
Y del castellano gorja, no se olvide que estamos hablando de términos onomatopéyicos todos ellos, derivan gorjear, regurgitar, ingurgitar, gorguera, 'adorno del cuello, en las vestimentas, hecho de lienzo plegado', gorigori, 'imitación burlesca de los cantos latinos, ininteligibles, de los sacristanes' y guirigay, 'gritería' o 'lenguaje confuso'. Y aquí quería yo llegar; a los extranjeros el pueblo llano no los entiende porque hablan un guirigay. De ahí es muy fácil decir que los extranjeros son guiris, por como hablan.
Y si, en la versión académica, los liberales son guiris por acortamiento de guiristino, los extranjeros podrían ser guiris por acortamiento de guirigay. Con lo que estaríamos, según decía más arriba, ante un caso de homonimia y no de polisemia. "¿Y adónde quieres llegar con eso?", me pregunta Zalabardo; "A ningún lado", le respondo, "¿pero no es verdad que queda curiosa esa explicación?"

jueves, marzo 12, 2009


CUANTO PEOR, MEJOR
O eso parecen pensar los sesudos responsables de los partidos políticos que tienen la misión de diseñar la política educativa de nuestro país. No es la primera vez que lo digo ni soy el único que lo dice: a más de uno, y de dos, y de tres habría que calentarles bien las orejas a ver si por fin se enteran de que la educación es uno de los pilares básicos de cualquier Estado y que con ella no se puede jugar a las componendas partidistas sean estas del sentido y del color que sean. Que no se puede seguir aguantando por más tiempo que nuestro sistema educativo dependa cada dos por tres de los resultados de las urnas y de los caprichos del partido que esté en el poder. Sea el que sea. Porque así nos va.
Leía ayer que el Supremo ha anulado la propuesta del Gobierno de crear una especie de curso puente entre los cursos 1º y 2º de Bachillerato por considerar que tal propuesta entra en colisión con el contenido de la LOE, aprobada en 2006 y auspiciada por este mismo Gobierno. Del mismo modo que ahora se la quita, hace unos meses el mismo alto Tribunal le daba la razón al Ejecutivo en el asunto de la asignatura Ciudadanía. Pero lo que me altera no es que se le dé la razón en una cosa y se le quite en otra, sino que estos asuntos tengan que andar continuamente entre tribunales como si fueran simples representantes del famoseo televisivo nacional. Basta que el PSOE, ahora en el poder, o el PP, cuando lo estuvo, propongan la menor reforma del sistema educativo, y uno y otro las proponen por un tubo, para que el otro partido se apresure a meter palos en las ruedas del carro para que este no pueda avanzar.
No hablo ya de la asignatura Ciudadanía, que me parece necesaria, ni del susodicho curso puente, sobre el que ya tengo más dudas, ni del aumento del número de horas de clases, que no sé en qué medida solucionaría el problema, porque lo que sí parece claro es que hay algún problema en esto de la educación (cambios constantes, amenaza de futuros cambios, desmotivación de los alumnos, bajos rendimientos, alto índice de fracaso escolar...); a lo que yo me quiero referir es a la necesidad de un Plan Nacional (no de cada Comunidad autónoma) de Educación, así, escrito con mayúsculas, que obligue a todos independientemente del resultado de las urnas. Porque si el paso de un partido por el poder es algo sujeto a un buen número de contingencias, el valor de la educación como factor clave para la formación de buenos ciudadanos y buenos profesionales nadie debería debería tener la osadía de discutirlo. Y a ese Plan no se llega más que por acuerdo de todos y mediante un proceso en el que primen los intereses del Estado y no las ideologías de los partidos. Es, creo, salvo que peque de iluso, el único modo de evitar esa desconfianza que todos muestran cuando es el otro quien debe vigilar por la buena marcha del proceso.
A todo esto, Zalabardo me recuerda la entrevista que leímos hace días con Ibtissame Bouazzaoui, joven marroquí que estudia Empresariales en Almería y que obtuvo el Premio Extraordinario de Bachillerato en el curso 2007-2008. El hecho da pie, me dice, a por lo menos dos reflexiones. Una, que es preciso adecuar nuestro sistema educativo a la nueva situación del país, con una población que cada vez se manifiesta más multirracial, plurilingüe y diversificada. Otra, que los inmigrantes no están necesariamente condenados a las galeras del sistema, sino que pueden rendir como los demás. Solo falta que alguien se ocupe de poner los medios para lograrlo.
En ese Pacto Nacional para la Educación, o como se le quiera llamar, habría que sentar unas bases sólidas para el sistema y no sujetas a capricho, determinar unos cauces lógicos y racionales para su financiación, establecer procesos de actualización de los profesores a la nueva situación (manejo de nuevas tecnologías, relaciones con un nuevo tipo de población escolar, etc.), estudiar las necesidades reales para ajustar los contenidos a la situación presente, promover una enseñanza más activa, práctica y participativa. Solo así dejaríamos de marear a los alumnos con tantos cambios sin sentido y con tantos recursos ante las leyes.
Porque no olvidemos que con el guirigay que tenemos montado, quien pierde siempre es el alumno, que cada vez está más desmotivado y cada vez se cree con más derecho a obtener el aprobado aun sin haber realizado el esfuerzo necesario y suficiente. Leyendo la entrevista con esta chica marroquí me he llevado una gran alegría porque, cuando le preguntan por el secreto de su éxito en los estudios, dice haber practicado algo que yo siempre aconsejaba a mis alumnos: prestar atención en clase, anotar todo aquello importante que diga el profesor y no venga en el libro de texto, trabajar un poco en casa cada día lo que se ha hecho en el aula y no estudiar nunca el día previo a un examen.
Si se llega a un acuerdo entre los responsables políticos, entre las diversas administraciones y entre quienes están al pie del cañón, los profesores, que son quienes mejor saben de qué pata cojea esta mesa; si se aportan los medios y recursos (humanos y materiales) suficientes, sin cicatería; si se establecen los planes de inmersión lingüística adecuados para inmigrantes; si se determinan los modos de atención y apoyo convenientes no solo para alumnos con problemas de aprendizaje sino también para aquellos que poseen una capacidad superior, entonces será posible exigir a cada alumno un rendimiento acorde con su capacidad y nuestros escolares saldrán mejor preparados. No todos van a ser premios extraordinarios (me dice Zalabardo), pero a lo mejor hay menos problemas de fracaso y abandono escolar.

martes, marzo 10, 2009


EL DODO
Para muchos lectores de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, el dodo, uno de los animales que caen en el lago de las lágrimas y el que luego propone una carrera para secarse, es simplemente un ave que no vuela y que pertenece a una especie ya extinguida. Lo que ya no sabrán tantos es que el dodo fue una especie endémica de la isla Mauricio que cuando se publicó el libro de Carroll, en 1865, ya no existía, puesto que su completa extinción había tenido lugar a finales del siglo XVII.
Le comento a Zalabardo que el dodo es universalmente considerado como el ejemplo prototípico de la desaparición de una especie animal debida a la acción humana. Pero no es la única. Se dice que una especie está en peligro de extinción cuando su existencia se encuentra altamente comprometida y hay un riesgo cierto de desaparición si no se ponen medidas. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) cuenta con un catálogo en el que se reconocen como en peligro de extinción 2448 especies animales y 2280 especie de plantas; y en peligro crítico de extinción, es decir, casi al borde de la desaparición, se contabilizan 1665 especies animales y 1575 especies de plantas.
También España tiene su catálogo nacional de especies amenazadas. En él se incluyen 44 especies de fauna y 117 de flora. La foca monje del Mediterráneo se incluye entre los diez mamíferos en mayor peligro de extinción de todo el mundo; se calcula que quedan unos 500 ejemplares. Del lince ibérico restan solo dos poblaciones reproductoras, Doñana y Andújar-Cardeña, con un total de 100 ejemplares y solamente 25 hembras reproductoras. Del oso pardo quedan unos 100 ejemplares en la cordillera Cantábrica y no más de 15 en los Pirineos. Podríamos seguir hablando del águila imperial, del urogallo de los Pirineos, del quebrantahuesos y de otras especies más. Quede claro que el peligro de extinción es casi siempre debido a la participación humana, ya sea de un modo directo, sobreexplotación de una especie sin poner remedios para su conservación, o de modo indirecto, por alteración de las condiciones de la naturaleza y su correspondiente influencia sobre el modo de vida de determinadas especies.
Zalabardo, que recuerda que yo a veces he comparado las lenguas con organismos vivos, me pregunta si en ellas se da algún fenómeno semejante a este que comentamos. Le pregunto si ha leído la información que aparecía el otro día sobre los trabajos de un equipo de científicos británicos, de la Universidad de Reading, que, gracias a un programa informático, ha identificado cuáles son las palabras más antiguas de la lengua inglesa y afirma que, del mismo modo, puede llegar a predecir cuáles son las palabras con mayores posibilidades de entrar en vías de extinción. Con esto le quiero decir que, aunque no sea un proceso idéntico, las palabras aparecen y desaparecen, bien que de modo natural, como si dijésemos gracias a una selección evolutiva que constantemente va renovando el léxico, aunque dejando continuamente cadáveres en el camino. Si a cualquiera de nosotros, le digo, nos fuese dado transportarnos ahora mismo a la época de Alfonso X, es muy posible que tuviésemos dificultades para comunicarnos con el Rey Sabio.
Los reparos que ponen los alumnos de hoy a leer, por ejemplo, el Poema de Mío Cid o La celestina nacen de que deben luchar con un vocabulario que en gran medida no comparten ni comprenden. Aunque no hay que irse tan lejos para enfrentarse a este problema. Veamos si no qué pasa con Azorín.
El escritor alicantino, que como buen noventayochista era amante del casticismo léxico, sirve de ejemplo. En el capítulo titulado Una ciudad y un balcón, de su libro Castilla, de 1912, en solo 25 líneas nos ofrece un ramillete de palabras hoy desaparecidas y que a muchos lectores les dificulta avanzar en lo que cuenta. Desde un balcón se ven unas callejas ocupadas por actividades que hoy ya no existen porque el progreso las ha hecho innecesarias: una de las calles está ocupada por obrajes, 'lugares donde se labran tejidos y paños', y la otra por tenerías, 'curtidurías, casas donde se curten y trabajan las pieles'; en ellas se mueven un sin fin de profesionales que hoy no podríamos encontrar: tundidores, 'que igualan con tijeras el pelo de los paños', perchadores y cardadores, 'que limpian y separan las fibras para el hilado', arcadores, 'que sacuden y ahuecan la lana' y pelaires. 'que las preparan para tejerlas'; en la otra calle hay correcheros y guarnicioneros, 'que hacen correajes y otros efectos que se ponen a las caballerías', boteros, 'que hacen con cuero botas y odres para conservar vino y aceite' y chicarreros, 'que confeccionan calzado para niños'. Entre todos ellos, se mueve una anciana que vende gorgueras, 'adornos para el cuello, hechos de lienzo plegado', garvines, 'cofias de red', ceñideros, 'ceñidores, fajas, cintas o correas que ciñen la vestimenta al cuerpo' y otras bujerías, 'baratijas de hierro, estaño o vidrio de poco valor que sirven de adorno'.
Me dice Zalabardo si valdría decir que cada una de estas palabras es un dodo, una especie ya extinguida. La diferencia, sin embargo, es grande. Las palabras que se pierden forman generaciones que se suceden unas a otras. No se pierden de forma culpable, sino casi por necesidad, por desuso. porque se han vuelto inútiles. Aunque distintos, unos vocablos nuevos van ocupando el espacio dejado por los que se pierden. Las especies animales y de flora, en cambio, carecen de repuesto y el hueco que dejan las que se pierden ya no volverá a ser rellenado nunca.

jueves, marzo 05, 2009


MALDITOS
La expresión poeta maldito la acuñó Paul Verlaine en un ensayo de 1888 que llevaba ese mismo título y en el que analizaba a quienes él consideraba tales, a saber: Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphan Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L'Isle-Adam y Pauvre Lelian (anagrama de su propio nombre).
¿Y quiénes son los poetas malditos? Si atendemos a los que originalmente fueron así calificados tendríamos que decir que aquellos que están marcados por un fuerte estado de marginación social. Orientados hacia una determinada concepción del arte, rechazan aquellos valores más comúnmente aceptados por la sociedad; encabezaron provocaciones que eran por sí mismas peligrosas; huían de cualquier tipo de honores y de la búsqueda de puestos oficiales; partidarios de una actitud antisocial y libre, conocieron la miseria, la enfermedad y el abandono. Hundidos voluntariamente en la bohemia, la mayoría de ellos murió antes de que su genio fuese reconocido, si bien es verdad que rechazaban ese reconocimiento si ello suponía que debían renunciar a sus ideales. Eran antirrománticos en el sentido de que el poeta romántico, también solitario, adoptaba, sin embargo, una actitud de sufrimiento por todos, ya que se consideraba voz y conciencia de la sociedad. El poeta maldito, por el contrario, habla y trata de su propio sufrimiento. La automarginación en que vive le lleva a hundirse, bastantes veces, en un mundo de depravación y drogas.
Los poetas malditos, en fin, son aquellos que hicieron posible la aparición de la poesía simbolista a la que tanto debe el movimiento modernista. Pero aparte de los seis iniciales, poetas malditos hubo más y no solamente en Francia. En España no debemos olvidar al más destacado de todos, Alejandro Sawa, a quien ya mencionamos hace unos días (Hoy mi situación de alma es la de un hombre que está en capilla para ser ejecutado al día siguiente; cumplen mañana plazos improrrogables de mi vida, y no sé cómo darles cara). También se puede considerar maldito al casi desconocido Emilio Carrere, así como al epígono de los hombres del 27, y también olvidado, Andrés Carranque de los Ríos. Más de nuestros días, cumplen los requisitos Leopoldo María Panero (Una cucaracha recorre el jardín húmedo / de mi chambre y circula por entre las botellas vacías: / la miro a los ojos y veo tus dos ojos / azules, madre mía. / Y canta, cantas por las noches parecida a la locura...) y, aunque a muchos extrañe, Jaime Gil de Biedma (Te acompañan... / las calles muertas de la madrugada / y los ascensores de luz amarilla / cuando llegas, borracho, / y te paras a verte en el espejo / la cara destruida, / con ojos todavía violentos...).
Le digo a Zalabardo que también existen los vocablos malditos, aunque estos no se automarginan sino que son repudiados por la sociedad (o parte de ella), que los evita y los sustituye como si usarlos fuese un pecado grave. No es un fenómeno de ahora, puesto que ha existido siempre. A cualquier persona que se acerque al estudio del léxico de una lengua, una de las primeras cosas que se le enseña es qué es un tabú, palabra que se procura no utilizar por cualquier razón, y qué es un eufemismo, el término que viene a sustituir al tabú. Las razones para crear tabúes y sus correspondientes eufemismos son casi ilimitadas: dignificación profesional (parece tener más bagaje científico el pedicuro que el callista), social (suena más progresista productor que obrero), evitación de palabra que se considera vulgar (solicitamos ir al baño en lugar de al retrete), superstición (decimos bicha para ahuyentar la mala suerte que trae decir culebra), moral (consideramos más aceptable tener una amiga, o amigo, según los casos. que no una amante o querida), etc. Ejemplo patente de estudios de estos tabúes léxicos es el Diccionario secreto, de Camilo José Cela, dedicado al léxico sexual.
Todo ese proceso ha derivado hacia una exageración en los criterios por los que debe evitarse una palabra. Estoy hablando, por si alguien no ha caído en la cuenta, de lo que se viene llamando lenguaje políticamente correcto. Sabéis que mi posición de rechazo es clara en cuanto a esta cuestión. También me gusta archivar cuanto encuentro sobre el asunto. Un artículo muy interesante es el que escribió Vicente Verdú en El País (La etiqueta genuinamente americano, 19-10-1995), que hace un análisis de sus orígenes. En él nos enteramos de que la corrección política en el lenguaje es una creación de la izquierda norteamericana a partir de los setenta y que el término quedó ya firmemente fijado hacia 1990. También, que su primer objetivo fue aceptable: desterrar de las manifestaciones culturales todo reflejo de dominación de una cultura sobre las demás y combatir la discriminación de las minorías. El peligro surgió cuando el uso de un lenguaje renovador se convirtió en categoría encubridora de conflictos no resueltos. Es decir, que todo deseo de cambio y mejora queda reducido a la creación de infinidad de eufemismos. Como, por poner un ejemplo reciente, cuando nuestro presidente Zapatero rechazaba aceptar, e incluso pronunciar, el término crisis y decía que lo que había era una desaceleración. No hay solución para el problema, pero este se minimiza cambiando el lenguaje. Como eso de que no hay despidos, sino expedientes de regulación de empleo. Y en un diario leía hace unos días que un determinado club de fútbol, en lugar de falta de liquidez lo que tenía eran tensiones de tesorería.
Lo políticamente correcto nos lleva a casos realmente absurdos, como proponer que no se hable de zoos, sino de parques para la conservación de la vida salvaje; o como el caso de un grupo feminista norteamericano que solicitó la supresión de la palabra woman porque contenía el elemento man. Los ejemplos son inacabables: no hay presos sino internos, como no hay cárceles sino establecimientos penitenciarios; para unos, el recreo se convierte en un segmento de ocio; o el inmigrante negro es un subsahariano (por lo mismo que Obama no es el primer presidente negro sino afroamericano). Lo peor surge cuando hay grupos que se ofenden porque se utilicen determinadas palabras que deberían ser inocentes: no se podrá decir enano, sino hombre bajito; ni indio, sino indígena. Arturo Pérez-Reverte contaba que por haber calificado a alguien de payaso, recibió una carta de queja de la ong Payasos sin fronteras. Y Javier Marías cuenta cosas por el estilo a causa de sus artículos. Pero Zalabardo me previene de que me estoy alargando y de que es preciso que termine ya. Sea.

lunes, marzo 02, 2009


TODO SEA POR EL 'SHARE'
Fausto vendió su alma al diablo a cambio de la sabiduría y la juventud eterna. ¿A cambio de qué estamos dispuestos, en los tiempos que corren, a vender nuestra alma? Sería interesante realizar una encuesta que nos permitiera conocer la respuesta a esta pregunta.
La televisión, de esto no parece existir duda, daría lo que se le pidiese por romper todos los índices de audiencia. ¿Y la gente de a pie? ¿Cuál es ese sueño anhelado a cambio del cual no le importaría entregar el alma, no digamos ya al diablo, sino a cualquiera que le plantease la posibilidad de alcanzarlo? La experiencia diaria nos dice que, para muchos, ese dorado sueño no es otro que el de conseguir un segundo, unas horas, algunos días de gloria, en un plató de televisión. Me dice Zalabardo que si eso es así, por bien poco ponemos nuestra alma en manos de Mefistófeles. Le contesto que no sabe bien cómo está el patio.
¿Pero es que alguien duda de lo que digo? Solo nos basta pensar en las múltiples personas que han pasado, o lo han intentado, por programas de la laya de Gran Hermano, Supervivientes, El autobús, Operación Triunfo y tantos más. O en tantas y tantas Belenes Esteban o Nurias Bermúdez como pululan por ahí. O en tantas y tantas madres con niño, o con niña, que peregrinan de programa en programa con la intención de que alguien se dé cuenta de lo buenos artistas que son sus retoños o la de historias de interés nacional que pueden contar. Y eso si no pensamos en casos peores.
Jade Goody, de 27 años, participante en un Gran Hermano británico y ahora aquejada de cáncer, no ha dudado en ofrecerse a las televisiones para que estas emitan su muerte en directo. A cambio de dinero, claro está; dice que no es para ella, sino para que sus hijos no queden en la miseria. Zalabardo me cuenta que ha visto un grafito aparecido en Londres por ese motivo: una joven con la cabeza calva y el signo de la libra marcado en la frente, una frase en rojo que dice "Esto es Inglaterra" y una bandada de buitres que revolotea sobre el conjunto.
¿Y aquí? Primero fue el circo mediático que se montó con ocasión de la muerte en Huelva de la niña Mari Luz y la campaña llevada a cabo por su padre para conseguir entrevistarse con el Presidente del Gobierno y con el jefe de la oposición para que se cambiaran las leyes relativas al asunto. Todo adobado con el error negligente cometido por un juez. Ahora, otra familia, los padres y allegados de otra menor, la sevillana Marta del Castillo, presiden manifestaciones en las que se solicita la convocatoria de un referendo para cambiar la Constitución y que se legalice la pena de cadena perpetua.
Me pregunta Zalabardo si acaso estoy dudando del dolor de esos padres que ven impotentes cómo se les ha privado violentamente de sus hijas. Por supuesto que le respondo que no, que yo participo hasta donde me es posible de ese dolor, sin que el mío alcance el grado que el que sienten las familias, y también deseo que los delitos sean castigados con todo rigor y justicia. Lo que me preocupa es que se crea que las leyes han de cambiar según cada caso particular. Y lo que me indigna es todo aquello que se mueve alrededor de estas doloridas familias para obtener no sé qué beneficio. Y ahí es donde entran las televisiones y su predilección por plantear las desgracias ajenas solo desde una perspectiva morbosa. Como lo es llevar a un plató a una menor, amiga de la asesinada, para que hable de quien se considera autor de los hechos e incluso de su propia intimidad. Creen que con decir que esta menor asiste con el consentimiento y compañía de su madre ya han salvaguardado su responsabilidad. ¿Es que nadie ve el daño que se inflige a esta niña, aunque sea con el beneplácito, culpable, de su propia madre, con lo que el asunto se agrava? ¿En qué ha quedado el compromiso de las televisiones por respetar un código deontológico y unos horarios de protección infantil?
El Consejo Audiovisual Andaluz ha denunciado los comportamientos contrarios a la ética que Telecinco y Antena 3 han mantenido en estos casos. Y el juez de menores granadino Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias ejemplares, ha puesto el dedo en la llaga al lanzar una llamada de atención sobre el daño que se hace a los niños con conductas como las que se están dando. ¿Pero ahí ha de quedar todo? En televisión no puede valer todo y menos si por medio hay menores desprotegidos y familias doloridas. Ni siquiera el índice de audiencia puede justificar estos comportamientos indignos e indignantes.
Le digo a Zalabardo que, en principio, yo quería hablar aquí de otra cosa, aunque los hechos me han llevado a ocupar el espacio con este tema. Lo que pretendía, y por ahí va el título (aunque esto tiene un interés menor frente a todo lo anterior), es que pusieran más cuidado con el lenguaje y dejen de fusilar al personal con tanto anglicismo. Por ejemplo, que dejen de hablar, cuando tratan de las audiencias que tanto les preocupa, a veces parece que es lo único, de rating y de share, que dicho sea de paso, no llego a entender del todo qué diferencia hay entre una y otra cosa. Que si lo que quieren es saber cuántas personas, de todas las que tienen encendidos sus televisores, ven un determinado programa en un momento dado, se limiten a utilizar expresiones como cuota, nivel o porcentaje de audiencia, que así todos nos enteraríamos mejor. Que no hablen de prime time, sino de horario principal, preferente o destacado. Que no hagan reality shows, sino programas de telerrealidad (si es posible, mejor que los quiten) o que no emitan eso que se denomina talk show, sino mejor programa de entrevistas. Por todo ello, es posible que la audiencia no se resienta, pero el lenguaje saldrá ganando.