viernes, marzo 27, 2009


A LAS CINCO DE LA TARDE

El conflicto entre los partidarios y detractores de las corridas de toros en España no es un asunto de hoy y ni siquiera de anteayer, pues sus raíces se hunden en los albores de nuestra historia. Según cuenta bien nuestro escritor ilustrado Jovellanos, pues yo no he podido consultar la fuente original, ya Alfonso X, en la primera Partida, menciona la fiesta de los toros como una actividad a la que los prelados no deben acudir. Por cierto, que a Jovellanos hay que encuadrarlo entre los grandes detractores. En su Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas hace un rápido recorrido sobre su historia. Tras dar noticia de que ya en el siglo XIII existían cosos o lugares permanentes para las corridas, y aun reconociendo que estas constituían un ejercicio de destreza y valor a que se dieron los nobles, va dando argumentos en sentido contrario y nos dice que la lucha de toros empezó a ser mirada por algunos como diversión sangrienta y bárbara, contándose incluso un intento de prohibirlas por parte de Isabel la Católica después de haber presenciado una de estas fiestas en Medina del Campo. En su revisión histórica, llega hasta los días de Carlos III, en los que fueron del todo prohibidas con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por meras apariencias. Y se pregunta: ¿Cómo se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
Más en nuestros días, las letras nos han dado también grandes defensores de la fiesta taurina. Ahí tenemos, si no, a la Generación del 27, para la que fue posible la famosa reunión de Sevilla gracias al patrocinio del torero aficionado a las letras Ignacio Sánchez Mejías, a cuya trágica muerte no hubo integrante del grupo que no le dedicara un poema, el más excelso de ellos precisamente el titulado Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de García Lorca.
Es, pues, como digo, constante el enfrentamiento entre defensores y detractores. Entre los protagonistas de las corridas se ha dado también otro tipo de litigio. A la ya clásica confrontación entre Joselito y Belmonte, siguió, Zalabardo y yo éramos muy niños, la que enfrentó a Domingo Ortega y a Carlos Arruza; y más modernamente, las dos figuras que se disputaban el cetro de la tauromaquia serían Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. Hoy, parece que las riñas taurinas se juegan más en el papel cuché que en el albero de las plazas. Y quien, para muchos, figura como número 1, José Tomás, me parece que está más en la línea del tremendismo que del arte.
¿Hace falta decir que Zalabardo y yo estamos, aunque ello se considere hoy políticamente incorrecto, entre los defensores de las fiesta de los toros? Ya de pequeños jugábamos a las corridas, juego que hoy los niños no practican, como han dejado de practicar tantos otros, y si él fingía ser Domingo Ortega, yo me incardinaba en la figura del mejicano Arruza.
Pero, como es lo normal en estos apuntes, tanto a Zalabardo como a mí, a mí más que a él, lo que nos interesa es la vertiente lingüística del tema desarrollado. De hecho, mientras el otro día discutíamos por la renuncia de Paco Camino y José Tomás a la medalla de las Bellas Artes por la simple razón de que se haya concedido la última a Francisco Rivera, a Zalabardo se le ocurrió preguntarme por las palabras y expresiones taurinas que han pasado a la lengua común.
Basta consultar el Diccionario de la Academia para ver que son unas doscientas las acepciones que aparecen precedidas de la abreviatura Taurom., lo que indica que son propias del lenguaje de las corridas de toros. La mayoría de ellas no es que sean específicamente taurinas, sino que en este ámbito tienen un sentido peculiar. Algunas son lances y suertes propios de la lidia, como volapié, chicuelina o verónica; otras son denominaciones específicas de algún elemento, como garapullo, rehilete o palitroque, que son nombres que reciben las banderillas. Cuarteo y sobaquillo son movimientos que se hacen al clavar dichas banderillas, como bajonazo y metisaca son modos imperfectos de estoquear. Hay algunos términos curiosos, como enterrador, que es el nombre que recibe el peón que, tras haber sido estoqueado el toro, le hace dar vueltas para acelerar su muerte. Y así, ya digo, hasta casi doscientas.
Pero si muchos de estos términos y acepciones se perderían si desapareciera la fiesta de toros, no menos importancia tienen las frases hechas propias del lenguaje común que derivan de la lengua taurina y cuyo origen pasaría a ser desconocido para la mayoría de los hablantes. Así, pinchar en hueso, que es 'encontrar oposición o dificultad en algo que se intenta'; tomar o coger el olivo es 'esconderse tras el burladero' y 'huir o escapar de algo precipitadamente', que tiene su origen en las capeas en el campo, donde no hay más que árboles para guarecerse; quedar o estar para el arrastre es 'hallarse en un extremo decaimiento', porque el arrastre es la retirada del toro tras su muerte; hacer una faena de aliño es 'practicar algo sin adornos y solo con el fin de acabarlo pronto', como el torero que renuncia a lucirse por las malas condiciones de la res; entrar al trapo es 'responder irreflexivamente las insinuaciones o provocaciones de alguien', como el toro que acude al cite del capote; echarse o lanzarse al ruedo es 'pasar a participar en un debate o competencia públicos', como el espontáneo que se lanza al ruedo; y cortarse la coleta es 'dejar el oficio o apartarse de una afición o costumbre', igual que el torero que se retira se quita públicamente ese aditamento, que en la antigüedad era una coleta real de pelo que se dejaban crecer mientras estaban en activo.
Y aunque esto no tenga que ver con los toros, no olvidéis que mañana se celebra La Hora del Planeta; aunque sea de modo simbólico, hagamos algo en contra del cambio climático.

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