sábado, febrero 22, 2014

MACHADO, 75 AÑOS




           Hoy se cumplen 75 años de la muerte de Antonio Machado, en Collioure. Zalabardo no quiere que dejemos pasar esta fecha sin dejar siquiera un breve apunte de su memoria en esta Agenda. Y como, entre los diferentes homenajes, Unicaja organiza una exposición de los manuscritos de Antonio y su hermano que la entidad compró hace unos años, quiero limitarme a reproducir aquí una nota (Machado era muy aficionado a dejar por escrito su primera impresión de cuanto veía u oía) que aparece en uno de esos cuadernos. Está fechada el 8 de septiembre de 1936 y va referida a la confirmación de la muerte de García Lorca. Dice así:

           Por la prensa de esta mañana me llega la noticia. Federico García Lorca ha sido asesinado en Granada. Un grupo de hombres —¿de hombres?— un pelotón de fieras lo acribillaron a balazos, no sabemos en qué rincón de la vieja ciudad del Genil y el Darro, los ríos que él había cantado. ¡Pobre de ti, Granada! Más pobre todavía si fuiste algo culpable de su muerte. Porque la sangre de Federico, tu Federico, no la seca el tiempo.
        Sí, Granada, Federico García Lorca era tu poeta. Lo era tan tuyo que habría dejado de serlo de todas las Españas pulsando su propio corazón.


            Aún no sabemos dónde está el cuerpo de Federico. El de Machado sigue en Collioure. Tal vez allí lo respeten más que aquí.
              Os ofrezco una copia del citado apunte y otra del recorte por el que Machado se enteró de la noticia; es de La Voz, de Madrid, del 8 de septiembre de 1936.



sábado, febrero 15, 2014

LIBRE TE QUIERO




           Pasó ya el día de San Valentín. Ni a Zalabardo ni a mí nos gustan estos “días” (del padre, de la madre, del trabajador, de la mujer…).  Parece que fuese necesario establecer un día, un mes, un año para demostrar lo que luego, en realidad, tendría que ser más simple. Claro, aquí el interés lo ponen los grandes almacenes para aumentar sus ventas. Pero no quiero hablar de eso.
            Vamos con San Valentín. Sabido es que Federico Moccia, en su novela Tengo ganas de ti, ideó una escena en la que dos de sus personajes sellaban el amor que sentían el uno por el otro colocando un candado sobre un poste de la luz del Puente Milvio, en Roma, y arrojando la llave a las aguas del Tíber. Este acto simple se convirtió pronto en moda y no hay puente en el mundo que no luzca sus candados-declaración amorosa. También aquí en Málaga los hay.
            La moda, sin embargo, está creando problemas. Estos días, ¿será por lo de San Valentín?, he leído varios artículos al respecto. En Roma, el peso de los candados hizo caer algunas farolas. Se intentó poner solución, aditivos a los que enganchar los candados sin riesgos para las farolas, pero la corrosión avanza como marabunta feroz. Igual ocurre en el Pont des Arts, de París; y pronto pasará en Málaga, en el Puente de la Esperanza, o en la pasarela que conduce al Centro de Arte Contemporáneo, o en el Parque del Oeste. Pero tampoco de eso quiero hablar.
            Me interesa, le digo a Zalabardo, ir un poco más allá: expresar mi rechazo a esas formas de manifestar el amor (entre las que incluyo grabar en las cortezas de los árboles o hacerse un tatuaje). Son, para mí, explícitas (¿inútiles?) declaraciones de egoísmo, pues no pocas veces suponen considerar a la otra persona como una propiedad, deseo de atarla, sujetándola con un candado, inmortalizando su nombre en árbol, para, mediante una especie de chantaje, evitar que pueda alguna vez dejarnos. Lo que es una ironía con lo efímera que suele resultar en nuestro tiempo la vida de pareja. Ya no existe aquello de contigo pan y cebolla, ya es difícil mantener un te amaré hasta la muerte. ¿Existen hoy Romeos y Julietas? ¿Sería posible escribir hoy un soneto como el de Quevedo Amor constante más allá de la muerte? Los amores ahora duran poco. Se les podría aplicar lo que decía Góngora en su soneto A una rosa: Ayer naciste y morirás mañana. / Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
            Sería imposible leer, aun dedicándole toda la vida, un libro que recogiera todos los poemas de amor escritos a lo largo del tiempo. ¡Hay tantos y de tantos tipos…! Los que se detienen en la belleza de la persona amada, como El cantar de los cantares (Como cinta de grana son tus labios, / qué hermosa es tu boca; / como trozos de granado son tus sienes / entre el velo…) Los que expresan el temor por la pérdida, como el de García Lorca (Tengo miedo a perder la maravilla / de tus ojos de estatua y el acento…). Hay los que reducen todo al sexo, como el de Ana Rossetti (Es tan adorable introducirme / en su lecho, y que mi mano viajera / descanse, entre sus piernas, descuidada…). Algunos cantan, lloran, el fracaso, como Gertrudis Gómez de Avellaneda (Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos: / ¡nunca, si fuere error, la verdad mire!) ¿Y si pensamos en Catulo, celoso del gorrión que acariciaba Lesbia (¡Oh, tú, mi gorrión, que haces las delicias de mi amada!)? No negaré que me atrae la queja por la separación que trasluce este anónimo medieval (Ya cantan los gallos / buen amor y vete…). De Neruda siempre he dudado si me gusta más el que comienza Me gustas cuando callas porque estás como ausente… o inclinarme por el que ruega Quítame el pan si quieres, / quítame el aire, pero / no me quites tu risa…;
            Pero, con ello, le digo a Zalabardo, pienso que el amor debe ser todo menos atadura, pues el amor debe ser libertad. No lo que un tiempo se llamó amor libre. La libertad de que hablo es la de la otra persona para no depender de nadie, para no ser una posesión de nadie. Por eso no me gustan los candados, ni las frases grabadas que un día dejan de respetarse. Por eso, mi poema de amor preferido es uno de Agustín García Calvo. Es el que se llama Libre te quiero, que comienza:
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía…
            Si alguien quiere conocerlo completo y tiene interés en oír la versión que de él hizo Amancio Prada, aquí dejo el vídeo:

domingo, febrero 09, 2014

BABEL (¿OTRA POLÍTICA LINGÜÍSTICA PARA ESPAÑA?)



            Constantemente, Zalabardo y yo hablamos de todo. Debatimos sin estridencia y con mesura (o lo procuramos) cuanto se nos ocurra. En estos tiempos, es normal que nos planteemos la cuestión del secesionismo catalán, sus posibles consecuencias, o las posibilidades de evitarlo. Zalabardo mantiene la tesis de que en el origen no hay sino postura inmovilista (por ambas partes) respecto al tema lingüístico. ¿Y la “pela”?, le pregunto. Hace un gesto difuso, pero acepto plantear el debate en sus términos.
            Solemos mirar la diversidad de lenguas, me dice, como castigo ejemplar de Dios —o eso se lee en la Biblia— a la soberbia humana que pretendía una salvaguarda frente a un nuevo diluvio (ya sabéis, esa historia de Babel). Pero… Entonces me muestra un texto de Covarrubias, quien, pese a respetar (¿la compartía?) la ortodoxia de su época, no duda en mantener otras ideas que, dado los tiempos que corrían, podrían haberle acarreado algún que otro perjuicio. Como la de afirmar, por ejemplo, que no hay lenguas puras —lo que no es cuestión baladí— sino que todas muestran ejemplos de corrupción. Para Covarrubias, corrupción significa mezcla e influencia de cada una de las lenguas con elementos de las demás. Por eso dice que, incluso el hebreo, la pretendida lengua original, tenía mezcla de palabras caldeas o que cuando Nuestro Redentor vino al mundo se hablaba vulgarmente la lengua siriaca mezclada. Llama la atención que en su Tesoro, ya en las primeras líneas sobre la entrada lengua afirmase con rotundidad que no hay lengua que se pueda llamar natural.
            Como también es interesante su idea de que la diversidad de lenguas, más que castigo, se puede tener por gran felicidad en la tierra, pues con ellas comunica el hombre diversas naciones, y suele ser de mucho fruto en caso de necesidad, refrenando el furor del enemigo, que hablándose en su propia lengua se repone y concibe una cierta afinidad de parentesco que le obliga a ser humano y clemente.
            Me pide, entonces, que reflexione sobre cómo en nuestro país, pocas veces se ha mantenido una opinión tan flexible. Lo pienso y me encuentro con que Nebrija puso unos firmes cimientos a la concepción de la unidad nacional a partir de una lengua uniforme al escribir en su Gramática: una cosa hallo y saco por conclusión muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio. La aceptación del castellano como elemento unificador y uniformizador de lo español se generalizó y es la que late en el conocido verso de Hernando de Acuña: un Monarca, un Imperio y una Espada. Y así ha sido casi siempre. Los que ya tenemos cierta edad, tuvimos que oír hasta la extenuación lo de por el Imperio hacia Dios. O pudimos leer una de aquellas octavillas que recomendaban: Hable bien. Sea patriota. No sea bárbaro. Es de cumplido caballero que usted hable nuestro idioma oficial o sea el castellano. Es ser patriota. Viva España y la disciplina de nuestro idioma cervantino. ¿Lo ves, me dice Zalabardo? Todo ello se condensa en ese genuino exabrupto español ¡A mí me habla usted en cristiano! ¿Pero es que hay lenguas que sean más “cristianas” que las otras?
            Zalabardo me insiste en que aquellos polvos engendraron los lodos de hoy. Y me pide que lea, como antídoto contra lo anterior, estas palabras del Consejo Federal helvético dirigidas en 1938 al Parlamento Suizo en defensa de una convivencia plurilingüe: pueblos de lengua diferente pueden coexistir en un mismo país si están unidos por la voluntad de vivir en común y si su comunidad está organizada de manera que cada lengua pueda engendrar libremente la vida espiritual que le es propia.
            ¿No podríamos ser, en ese aspecto, como los suizos?, me pregunta Zalabardo. Y, juntos, hacemos un repaso de la estructura lingüística de aquel país. Los datos fríos son los siguientes: Suiza cuenta con cuatro lenguas consideradas igualmente oficiales: alemán, francés, italiano y retorromano. Sin entrar en cuál sea la lengua materna y el grado de conocimiento de las demás, se puede decir que hablan alemán alrededor del 72% de la población; francés, el 21%; italiano, el 6,5% y el retorromano menos del 1%.
            Pero lo que nos admira es que la actual Constitución suiza determina que: Los idiomas nacionales son el alemán, el francés, el italiano y el retorromano (art.4). Se garantiza la libertad del idioma (art. 18). Los cantones determinarán sus lenguas oficiales (art. 70.1) —lo que supone que en cada cantón la enseñanza se imparte en su lengua oficial—. La Confederación y los cantones fomentarán la comprensión y los intercambios entre las comunidades lingüísticas (art. 70.3). Con todo ello, mi amigo me destaca dos cuestiones. Una, que todo ciudadano tiene derecho a dirigirse a las instituciones nacionales en cualquiera de las lenguas oficiales y a recibir respuesta en esa lengua. Y otra, que la Conferencia Suiza de los Directores Cantonales de Enseñanza Pública defendía en uno de sus documentos lo siguiente: Todos los escolares han de aprender, aparte de su correspondiente lengua cantonal, al menos una segunda lengua oficial del país además del inglés. Así mismo, han de gozar de la posibilidad de aprender si así lo quisieran una tercera lengua oficial y otras lenguas extranjeras adicionales.

           Me pide Zalabardo que traslademos el asunto a nuestro ámbito; usamos, también un poco a la ligera, las cifras y, dando por hecho que cada habitante de una Comunidad habla la lengua que la Constitución considera oficial en su territorio, el castellano sería la lengua del 71% de la población; el catalán (incluyendo a valencianos y baleares) del 20%; el gallego, del 5% y el euskera, del 4%. ¿No podríamos hacer —me repite— como en Suiza, es decir, respetar las peculiaridades idiomáticas de cada zona, dar oficialidad, en igualdad de condiciones, a las cuatro lenguas y obligar a que cada español, aparte de su lengua materna, esté obligado a conocer al menos una de las otras? Me dice que, por cuestiones de pura lógica y de operatividad, esa segunda lengua (en Cataluña, País Vasco, Galicia, Valencia y Baleares) sería con mucha probabilidad, el castellano, que, en el peor de los casos, se convertiría en lengua conocida y hablada por el 90% de la población. Pero, a la vez, las otras tres lenguas, aumentarían su ámbito de conocimiento por el conjunto de los españoles.
            ¿Qué para ello hay que modificar la Constitución? Como si hay que modificarla para otros asuntos. ¿Qué lo impediría si tenemos voluntad de hacerlo?

domingo, febrero 02, 2014

¿CASTIGO BÍBLICO POR “HACER LA PESETA”?



            Vaya por delante que Zalabardo es persona bastante púdica y no acostumbra ni a palabras soeces ni a hacer gestos groseros. No por nada en especial, dice él, sino porque así lo educaron y acostumbraron desde pequeño.
            Pero que sea púdico no  quiere decir que sea mojigato. Él, como yo, sostiene que todas las palabras son bellas e inocentes y que no tienen más maldad o torcida intención que la que el hablante quiera darles.
            Hace unos días me sorprendió al preguntarme por la locución hacer la peseta. No es que ignorara en qué consistiera, sino que, me aclaraba, le extrañaba la definición que ofrecía el DRAE: ‘dar un corte de mangas’. Comparto su extrañeza y le digo que quien tal definición propuso debía estar un poco despistado, ya que hay una larguísima tradición literaria que nos ilustra sobre el tema.
            Empecemos por aclarar que hacer la peseta es lo que en tiempos antiguos se decía hacer o dar una higa. Covarrubias lo explica así:
            higa, es una manera de menosprecio que hacemos cerrando el puño y mostrando el pulgar por entre el dedo índice y el medio. La higa antigua era solamente una semejanza del miembro viril, extendiendo el dedo medio y encogiendo el índice y el auricular.
            Ese gesto, sin embargo, tiene una tradición y una antigüedad que ya quisiéramos cualquiera de nosotros. Rodrigo Caro (1573-1647), en su Dies geniales o lúdicros, proporciona una auténtica lección sobre el tema:
            El darse higas y formar la mano imitando el príapo, no le costó menos que la vida a C. Calígula, burlándose de Cayo Cherea, a quien pidiéndole el nombre que solía  dar a Venus, y cuando le pedía la mano para besársela le ponía en aquella deshonesta figura.
            Pero no se queda en esa simple anécdota y adjunta ejemplos de Marcial que escribe: para burlarte de él, levanta el dedo de enmedio, bajando los demás o de Persio, que habla del infami digito. Siglos después, San Isidoro (¿quién lo diría?) también se aviene a hablar del tertius impudicus.
            Pero el clérigo sevillano va más lejos. Y remontándose a la Vulgata de San Jerónimo y otros exégetas, alega que no a otra cosa se refería el versículo 9 del capítulo 58 del libro del profeta Isaías cuando habla de las exigencias que pone Yavé para perdonar al pueblo de Israel: Si abstuleris demedio tricathenam, et desieris extendere digitum et loqui quod non prodest. Ese pasaje lo traduce el jesuita José Miguel Petisco, en uno de los ejemplares que poseo de la Biblia, de la siguiente manera:
            Invocarás entonces al Señor, y te oirá benigno; clamarás, y Él te dirá: Aquí estoy. Si arrojares lejos de ti la cadena, y cesares de extender maliciosamente el dedo.
            Zalabardo, harto (y lo comprendo) de tantas citas, me interrumpe y dice: Vale, todo eso está muy bien, ya sabemos qué es una higa; pero, ¿por qué ahora decimos hacer la peseta?
            Le pido paciencia y continúo. Le aclaro que tengo ligeros barruntos del dónde, alguna vaga noción del porqué, aunque absoluta ignorancia del cuándo. Es verdad que no es mucho, pero esto es lo que hay. Otro sevillano, Luis Montoto (1851-1929), en su curioso libro Un paquete de cartas, afirma sobre hacer la peseta:
            Dícese en Andalucía en el sentido de burlarse de alguna persona o cosa, levantando el dedo de enmedio y bajando los demás.
            Lo que ya no explica es cuándo nació la expresión, aunque aventura la razón de la misma, dada por otro sevillano (paisano mío), Francisco Rodríguez Marín (1855-1943). Lo que siento es no haber logrado, pese a la búsqueda, localizar en cuál de sus escritos recoge tal argumento:
            Véase la peseta columnaria de las que valen cinco reales; repárese la disposición en que están figurados en el reverso los dos mundos y la columna de Gades y se notará que medianamente lo semeja la mano en la actitud sobredicha.
            Siento también, le digo a Zalabardo, tener que ser yo quien ponga alguna objeción a mi paisano, que incluso dio nombre al instituto en el que cursé el bachillerato. Y es que, por mucho que he buscado, no encuentro ninguna peseta columnaria como la que él describe. Las que hallo tienen los dos mundos flanqueados por las dos columnas de Hércules. Es decir, que la figura que semeja, a mi modo de ver, no es la de hacer la peseta, sino la de poner o hacer los cuernos.
            Y, sin embargo, todas las búsquedas que realizo sobre la expresión remiten sin excusa a la opinión vertida por Francisco Rodríguez Marín. Pero nadie, que yo sepa, da razón exacta de cuándo, dónde y por qué se sustituyó hacer una higa por hacer la peseta. Podríamos preguntarle a Luis Aragonés que, si no estoy equivocado, fue quien transformó la frase en hacer la peineta. Pero, lamentablemente, no podremos hacerlo. Mientras escribo este apunte, que colgaré mañana, oigo que Luis Aragonés ha fallecido. Zalabardo y yo lo admirábamos, no por el giro que imprimió a la selección española, con la que ganó la Eurocopa. Ya supimos de su sapiencia futbolística desde que jugó en el Real Betis (hace de esto cincuenta años) y en el Atlético de Madrid, sus principales equipos.