sábado, diciembre 21, 2019

ESPAÑA NO PRESERVA SU RIQUEZA LINGÜÍSTICA

Tuone Udaina

            Una mañana de 1967, era yo alumno de la Universidad de Granada, don Manuel Alvar nos habló de Tuone Udaina (Antonio Udina). Con la muerte, 69 años atrás, de aquel barbero de KrK (en la actual Croacia) moría una lengua romance, el dálmata, de la que era el último hablante. Le confieso con sinceridad a Zalabardo que me tomé la información como una mera anécdota, una curiosidad sin más.
            Años después, en 2008, Enrique Vila-Matas escribió un artículo, El último en hablar. Recordaba el caso de aquel Tuone Udaina. Pero también comentaba otros casos semejantes, algunos vividos por él de modo cercano, (la defunción de Marie Smith Jones, última hablante de la lengua eyak, hablada en una región de la desembocadura del río Cooper, en Alaska, o la desaparición de la lengua kasabe en una perdida zona de Camerún). Mi reacción fue diferente. Aquellas muertes dejaban de ser una anécdota y se convertían en acicate para informarme mejor sobre lenguas que desaparecen porque un día no hay quien las hable. Me conmovió una frase que no sé si pertenece a Vila-Matas o la tomaba de alguien: La soledad de hablar una lengua que ya nadie conoce tiene que ser una experiencia extraña. Dejé de sentirlas como lenguas muertas, como el latín, que nos siguen sirviendo de referencia; eran lenguas muertas y olvidadas para siempre.
            De las aproximadamente 100 lenguas que hay en Europa, solo la cuarta parte son oficiales. En el mundo hay unas 7000 lenguas y 2500 están en peligro de extinción. De una veintena de lengua se sabe que resta un solo hablante (quizá ya fallecido cuando escribo).

Marie Smith Jones
            En Europa se redactó, en 1992, una Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales a la que España se adhirió y firmó su compromiso de cumplimiento en 2001. En ella se exige algo tan simple como lo siguiente: reconocer que estas lenguas son expresión de riqueza cultural; compromiso de garantizar su pervivencia y uso; fomento de su aprendizaje por parte de quienes, sin que sea su lengua materna, vivan en la región; garantizar la educación desde preescolar hasta los niveles universitarios en dicha lengua, sin perjuicio de cualquier otra que sea oficial en todo el Estado; garantizar que los órganos judiciales (a petición de las partes) lleven los procedimientos en la lengua regional allí donde proceda; garantizar a sus hablantes el derecho a dirigirse a la administración en su lengua regional y a ser contestado en la misma.
            Pero muestro a Zalabardo unos datos estremecedores que he recogido: en Galicia, en 2008, un 29,5% de niños no hablaban gallego; en 2018, esta cifra se ha disparado hasta el 44%. Y el 13% de los abuelos de esos niños se expresa solamente el castellano. En Euskadi, hablan vasco solo 16 de los 343 jueces que hay, solo el 42% de agentes de la Ertzaintza y solo un 34% de sanitarios pueden atender a los pacientes en su lengua materna. En la Islas Baleares, el caso es peor: solo hay dos jueces conocedores del catalán.
            Datos, datos, datos, me dice Zalabardo. Le respondo que sí, que son datos y, a lo mejor, alguno errado por una búsqueda deficiente por mi parte. Pero es que el martes pasado, creo que fue ese día, me encontré con una noticia que, al menos a mí, me ha provocado escalofríos: El Consejo de Europa amonesta a España por incumplir el deber de preservar la riqueza lingüística del continente.

 
Octavilla impresa en A Coruña, en 1942
          
Esta acusación se dirige al Estado Español por no reforzar el uso de las lenguas cooficiales en la Administración Central y por no garantizar el derecho de los ciudadanos a poder dirigirse a la Administración en su lengua materna en procesos judiciales. De manera particular, se acusa a Galicia, cuyos poderes públicos se muestran pasivos ante una alarmante desgalleguización. La Comunidad Valenciana tampoco sale muy bien parada. Curiosamente, quienes más elogios reciben son los catalanes. De la Generalitat se dice que está aplicando un proceso modélico de inmersión lingüística que consigue que los alumnos concluyan su etapa escolar con un correcto conocimiento de la lengua propia y un excelente dominio de la lengua castellana.
            Le digo a Zalabardo que se me abren las carnes solo de pensar que un día tuviésemos que enterarnos de que ha muerto el último hablante de gallego, lengua que dio, presumiblemente, las primeras creaciones líricas romances en España. Que un día no hubiese alguien capaz de recitar, y entender, estos versos de un juglar del que apenas se sabe nada, Juiâo Bolseiro, que pone en boca de una joven estos versos:
Aquestas noites tan longas,
que Deus fez en grave dia,
por min, porque as non dormio,
e por que as non fazia
no tempo que meu amigo
soia falar comigo?
            [Estas noches tan largas que Dios hizo en mal día, por mí, porque no las duermo, ¿por qué no las hacía en el tiempo en que mi amigo solía hablar conmigo?]
            Como se perderían versos tan bellos como estos de Celso Emilio Ferreiro, este más moderno, en uno de los poemas de Longa noite de pedra:
Anque as nosas palabras sean distintas,
e ti negro i eu branco,
si temos semellantes as feridas,
coma un irmau che falo.
Por enriba de tódalas fronteras,
por enriba de muros e valados,
si os nosos soños son igoales,
coma un irmau che falo.
            [Aunque sean diferentes nuestras palabras, y tú seas negro y yo blanco, si tenemos heridas semejantes, como a un hermano te hablo. Por encima de todas las fronteras, por encima de muros y vallados, si nuestros sueños son iguales, como a un hermano te hablo.].
            Otro día, le digo a Zalabardo, quizá hablemos de las diferentes causas de la muerte de tantas lenguas.

domingo, diciembre 15, 2019

MÁS JUSTICIA SOCIAL Y MENOS LENGUAJE INCLUSIVO



           La ministra Carmen Calvo solicitó a la RAE un informe sobre la reforma de la lengua de la Constitución para hacerla más inclusiva. Pedía una “adecuación de la Constitución española a un lenguaje inclusivo, correcto, verdadero y acorde a la realidad de una democracia que transita entre hombres y mujeres”. ¿Cuáles de esos adjetivos no cumple nuestra lengua?
            Le digo a Zalabardo que, con el firme convencimiento de que nuestra sociedad debe caminar hacia una equiparación efectiva en derechos y deberes de todas las personas (sin reparar en su sexo), la visibilidad de las mujeres no se logra retorciendo la lengua, sino adoptando medidas sociales justas que mejoren la situación de las mujeres.
            Juan de Valdés, en el siglo XVI, en su Diálogo de la lengua, se ríe de quienes  le piden, atendiendo a su prestigio, información sobre la lengua castellana; toma como broma la solicitud. Le preguntan por qué le parece mal hablar de la lengua que le es natural y sí lo hace, en cambio, de la lengua latina. Les responde que la latina la ha aprendido por arte y libros, y la castellana por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta “por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar”.
            Nuestros políticos deberían aprender eso. La lengua es un tesoro que pertenece al pueblo que la habla y solo el uso que ese pueblo hace a través de los tiempos va dejando en ella su huella. Cambia según va cambiando la sociedad, y nunca por capricho de los gobernantes. En esta línea, decía hace poco Santiago Muñoz Machado, presidente de la RAE, que jamás una manera de hablar se podrá imponer por decreto ni por acuerdos entre determinados grupos particulares.

            Si ponemos un poco de atención, llamo la atención de Zalabardo, comprobaremos que el pueblo, la gente normal y corriente, va por otro camino. Cualquier padre o madre hablará de sus hijos, aunque entre ellos haya niñas y niños. Y cualquier niño o niña, hablará de sus padres, sin caer en esa ridiculez de decir mi padre y mi madre.
            Hay dos principios en el estudio de la lengua que no deben olvidarse nunca. Uno es el de la economía, decir mucho con pocos elementos. El otro es el de existencia de elementos marcados (precisamente para hacer posible el anterior). Un elemento marcado es el que posee un rasgo que lo hace significar de modo excluyente; si hablo de las españolas, automáticamente quedan fuera de mi discurso los hombres. El elemento no marcado, por el contrario, tiene un valor inclusivo que no hay en el otro; si hablo de los españoles, todos entendemos que ahí caben los hombres y las mujeres.
            ¿Qué eso, por sí solo, no es suficiente? Por supuesto. Aparte de que la lengua cambia de modo natural, Muñoz Machado dice que la RAE no se cierra al lenguaje inclusivo reclamado siempre que esos cambios sean razonables, no lesionen el idioma, mantengan su belleza y, sobre todo, su economía. Por esa razón, aunque parezcan estar en contra de alguna norma, aceptamos presidenta, jueza, edila, concejala, arquitecta y todos los etcéteras que ustedes quieran. O que se use la duplicación de género cada vez que no hacerlo induzca a duda o error.

           Por muchos frentes se presiona a la RAE para algo que no le compete. Pero creo que esta vez está llevando bien la cosa. Ya en 2012, Ignacio Bosque redactó el informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, que analizaba la serie de entuertos pretendidos por diferentes guías de lenguaje no sexista. Ahora, a petición de la ministra Calvo, se ha nombrado una comisión paritaria (Pedro Álvarez de Miranda, Paz Battaner, Ignacio Bosque e Inés Fernández Ordóñez) para replantear el tema. Creo que el documento no se ha dado a conocer todavía, pero parece que sus conclusiones no se apartan mucho del informe Bosque.
            Interesa escuchar algunas opiniones de los académicos citados. Paz Battaner, por ejemplo, afirma que el género no es lo más importante a la hora de estudiar la lengua. Que los diccionarios y gramáticas deben describir cómo usa la gente las palabras y la lengua, pero nunca ir por delante. Considera que no utilizar el masculino incluyente provoca inconsistencias muy grandes y discursos reiterativos que no mejoran la presencia de las mujeres en la sociedad. 
            Inés Fernández-Ordóñez cree que la Constitución está redactada en un tipo de lenguaje formal y administrativo que no es el habla común de la calle en la que se pueden tener más licencias. El lenguaje de la Constitución tiene sus propios códigos, más rígidos.
        Pedro Álvarez de Miranda, más categórico, mantiene que la lengua no es materia ideologizable (es decir, que no la pueden imponer los políticos) y que, si la Constitución española debe reformarse, no será por la lengua. A propósito de la Constitución, no ya Álvarez de Miranda, sino mucha gente de todos los campos, coincide en que lo que sí es reformable es el Título II, De la Corona, en el que exclusivamente se habla de rey y de príncipe, pero no de reina ni de princesa, aparte de que mantiene el criterio de preferencia del varón sobre la hembra en la línea de sucesión. Eso sí debe ser cambiado cuanto antes.
            Y si atendemos a ideas de personas abiertamente partidarias del cambio pedido por la ministra Calvo, lo cierto es que encontramos bastantes incoherencias. Escojo solo un artículo de una catedrática de Filología de la Universidad de Valencia, Maria Josep Cuenca.

           Reconoce que esos cambios que se piden son mecanismos lingüísticos frecuentes en el discurso político y en el administrativo, pero no en la lengua común. Señala que donde el artículo 39.4 de la Constitución, dice Los niños gozarán de protección… debería decir los niños y las niñas. Pero, de inmediato, añade que en desdoblamientos muy seguidos se dificulta la legibilidad; así, en el artículo 27.7, que dice: Los profesores, los padres y, en su caso, los alumnos intervendrán… reconoce la complicación que supondría Los profesores y las profesoras, los padres y las madres y, en su caso, los alumnos y las alumnas… y que duplicar solo el artículo (los y las profesores) contravendría los principios gramaticales. ¿Qué solución se le ocurre? La siguiente: Los profesores y profesoras, los progenitores y, en su caso, los alumnos y las alumnas… O sea, que emplea un masculino inclusivo y deja fuera a las progenitoras. Buena manera de dar visibilidad a la mujer.
            También olvida esta experta en Filología el principio de economía lingüística, que todo el mundo considera básico, cuando propone que, siempre que en la Constitución aparezca los españoles, para evitar la fea duplicación se cambie por las personas de nacionalidad española.
            Zalabardo y yo no sabemos si reír o llorar.

lunes, diciembre 09, 2019

SOBRE ANFIBOLOGÍAS



           La anfibología es un recurso literario basado en la ambigüedad, equívoco y confusión que puede generarse a partir de palabras de parecida forma y escritura, pero que poseen diferente sentido. Por ejemplo, si leemos simplemente Compró una vela, podríamos dudar si se hace referencia al ‘paño de que se sirve un barco para ser impulsado por el viento’, a un ‘cirio’ o, por ejemplo en mi pueblo, a un ‘toldo con que se cubre un patio en sus alturas para evitar los rigores del sol’.  Me pregunta Zalabardo, primero, por qué hemos de recurrir a palabras raras para cosas fáciles. Y le explico que la palabra proviene del latín amphibolia, que a su vez viene del griego ἀµφιβολος, que significan ‘doble lanzamiento’ y de ahí ‘doble sentido’ hasta terminar en equívoco o ambigüedad.
            Leemos en el DLE que, si nos referimos al lenguaje, es ambiguo lo que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión; que es incierto o dudoso. Y de equívoco dice que es lo que puede interpretarse en varios sentidos, o dar ocasión a juicios diversos; también, equivocación, error.      
            De inmediato, me pregunta Zalabardo si, atendiendo a lo anterior, es lo mismo una cosa ambigua que una equívoca. He de contestarle que, en ambos casos, tenemos el doble sentido; y en ambos, también, la posibilidad de confusión. Y que, aunque busco con detenimiento, no hallo ninguna norma gramatical que aclare la diferencia que pueda haber entre un concepto y otro, lo que me inclinaría a responderle que sí son sinónimos. No obstante, me queda una duda que no sé resolver, pues equívoco es ‘lo que induce a errar’, lo que puede llevar a creer lo que no es, mientras que ambigüedad no pasa de ser ‘lo que induce a confusión, a duda, a incertidumbre’

           Lo que pretendo hoy, le digo a Zalabardo, es que la anfibología —y no diferenciamos ya entre ambigüedad o equívoco— sirve fundamentalmente para componer secuencias humorísticas. Por ejemplo, Quevedo, contando en El buscón la salida de la cárcel del padre del protagonista, afirma que lo acompañaban más de doscientos cardenales, solo que a ninguno llamaban señoría. Jugaba con el doble sentido de cardenal: ‘jerarquía eclesiástica’ o ‘moratón por los azotes’. Y Jim Carrey, en la película Man on the Moon, durante un monólogo, dice: Pueden ustedes tomar a mi mujer; y ante las risas de los asistentes, aclara: Bueno, eso no. Así podríamos seguir.
            Pero la anfibología está muy presente en la lengua cotidiana sin que apenas nos apercibamos de ello. Y, en la mayor parte de los casos, es el contexto quien nos ayuda a solventar cualquier duda. O la presencia de los interlocutores en la comunicación directa. Si yo digo a alguien Ayer vi a tu amigo mientras corría por el parque, siempre cabrá la duda de saber quién corría; o si le digo que Margarita quiere a María Jesús porque es muy buena, ¿quién de las dos es muy buena? La anfibología también la provoca la inadecuada colocación de las palabras en la frase. Así, cuando pregunto en una tienda ¿Venden sombreros para señoras de corcho?, no hay duda de que el complemento de corcho tendría que ir junto a sombreros. Muy frecuentes son las anfibologías que provoca el uso de posesivo su. En Tu primo y Felipe han discutido en su casa, ¿en casa de quién?

            Le llamo la atención a Zalabardo acerca de las anfibologías que se nos presentan en la prensa. Hay ocasiones en que la propia ambigüedad de una palabra impide una redacción que resulte más clara para el lector. Hace unos días, leía una información en la que se decía: La elección de los miembros de la Mesa del Congreso se convirtió en un suplicio para casi todos los partidos. Y, claro, me surgió la duda: ¿se hablaba de que los miembros de la Mesa eligieron algo o de que los partidos tuvieron dificultades para elegir a esos miembros? Solo la lectura del párrafo completo podía sacarme de esa confusión.
            Pero hay otras veces en que tendríamos que hablar de descuido por elegir una palabra que, aunque correcta, puede inclinar a entender lo que no se dice por las connotaciones que tiene. No hace tanto, se escribía en la cabecera de una noticia: Cifuentes planta a la juez alegando razones de enfermedad. La información era veraz, pero ambigua, pues utilizar el verbo plantar hacía pensar que Cifuentes se valió de alguna artimaña para dar un plantón a la jueza y eludir su obligación. Nada de eso sucedió. El DLE recoge bien ese significado para su no presencia, pero ¿no hubiese sido mejor titular Cifuentes excusa su comparecencia ante la juez por razones de enfermedad? Se hubiese evitado cualquier interpretación confusa.

            No es lo mismo cuando se quiere hacer uso de las anfibologías para dañar a alguien. Le cuento a Zalabardo lo que me parece una malévola intención de quien escribió este titular: Anders Breivik estudiará la misma carrera que Pablo Iglesias en la Universidad de Oslo. ¿Qué mueve a relacionar a este terrorista de extrema derecha con el presidente de Podemos? Y, por fin, en ocasiones, lo que hay es despiste supino o ignorancia en el origen de una redacción confusa o equívoca. Quien escribió Los 200.000 musulmanes españoles formularán sus deseos… no se molestó lo más mínimo en informarse que no hay esa cantidad de españoles que practiquen la religión musulmana; en realidad, no pasan de 3000. Cuando él escribía españoles, lo que debió haber escrito es que viven en España, la mayoría de los cuales son marroquíes. 
            Pero como le estoy tratando de explicar a Zalabardo que la anfibología se utiliza más para el humor y la ironía, le cuento el caso de este anuncio en el que el pobre anunciante no se dio cuenta de lo que realmente decía: Vendemos coches usados. ¿Piensa acudir a uno de esos sitios donde lo estafarán? Visítenos primero a nosotros.

domingo, diciembre 01, 2019

HAKETÍA. NOTA ACERCA DE UN ESPAÑOL NO PERDIDO


            Las casualidades nos deparan en ocasiones alegrías insospechadas. Zalabardo sabe bien lo que digo. Llevo un tiempo rastreando para hallar muestras en nuestra literatura y nuestro folclore que prueben cómo nuestra sociedad, la española, ha sido injusta, desde bastante antiguo, con comunidades que han aportado mucho a nuestra cultura. Judíos y moriscos, por ejemplo, perseguidos hasta el punto de ser expulsados de nuestra tierra, pueden dar fe de lo que digo.
            No hace falta recurrir al muy conocido episodio de la segunda parte del Quijote en la que el morisco Ricote, disfrazado, regresa a España para recoger a su familia. Casualmente, se encuentra con Sancho, a quien conocía por ser ambos del mismo pueblo; en la larga conversación que tienen, dice en un momento dado: Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nascimos en ella y es nuestra patria natural.
            Alguien me podría decir que, al cabo, cito un texto literario en el que Cervantes insiste en el tópico del moro bueno que se cultivó en los siglos XVI y XVII. Pero nada de tópico hay en mi descubrimiento, hace apenas dos días, de la haketía. Digo descubrimiento porque, aunque sabía del ladino, del judeoespañol, la lengua de los sefarditas expulsados de España, nada conocía de la haketía. Escuchando una canción sefardita, Zalabardo me acompañaba, me topé con unas palabras que se me resistían: kappará, al-azbas, fughrearSalomon Corcia, de la comunidad sefardita de Sevilla me señaló un camino: La lengua de esa canción no es exactamente ladino, sino haketía, me dijo.
            Casualidad sobre casualidad, así contacté con Mordejay Guahnich, presidente de la asociación Mem Guímel, de Melilla, con quien he podido tener una interesante conversación y a quien estoy muy agradecido. Hemos hablado del respeto que merece toda cultura y me ha explicado que la haketía es una modalidad del ladino específica del norte de Marruecos. En la charla, me manifestaba con un deje de amargura su queja: La gente dice que esto es lengua de hebreos, pero no saben que es una lengua española, que es el español que, desde la Edad Media, nosotros hemos venido manteniendo.
            Al encuentro de Mordejay ha seguido el de Alicia Risso Raz, de quien encuentro cosas en el portal Voces de haketía. Ella llama a la haketía el vernaculó ĵudeoespañol del norte de Marruecos, es decir, la lengua que aún emplean los descendientes de los judíos expulsados de España. De ella, licenciada en Filosofía y Arte por la Universidad de Nueva York, criada en Israel, pero cuya madre es de Tetuán y su padre de Fez son también estas palabras: Yo me puĵí (crecí) en Israel desde los 20 días en una caza ande se cantaba, se soñaba, se sentía, y se jammeaba (pensaba) en español, es dizir, haketía españolizada que me parecía español espejeado ḥatta (hasta) que me parece que fui yo la que me puĵí ahí! O que en la pequeña población del este de Marruecos Debdú a la kehi.la (comunidad) judía de allí se la sigue conociendo como la de los sevillanos.

fragmento del Quijote en haketía
            Zalabardo y yo hemos disfrutado con este acercamiento a la haketía. Hemos conocido un pequeño glosario y una colección de expresiones que suenan a un dulce español de hace siglos que resiste en una especie de estado fósil. Nos enteramos de que suelen saludar con un ansí me quedís vivos e sanos, que a ‘fallecer’ lo llaman arrancar de la vida o que ‘una cosa extraordinaria’ es eso que no viene en libro; que a quien está abatido o desanimado se le cae el alma al suelo, que al orgulloso se le suben los humos, que el derrochador tiene la manos aburacadas (con un agujero) o que para no ser molesto en una visita es aconsejable alibianar el pie (no quedarse quieto mucho tiempo en un lugar). También conserva la haketía muchos refranes y sentencias que no deberían sorprendernos: al enemigo que escapa, ponle puente; cuando la vaca cae, todos le dan con el pie; emenda la gotera y adobarás la caza entera; si tienes prisa, vístete debagar; todo lo lava la agua y lo leva el tiempo… Nada de ello debiera extrañar en el español de nuestros días.
            No es solo Ricote, pues, personaje de un libro. Los hablantes de esta reliquia del español de otros tiempos se consideran españoles y presumen de que el propio Cervantes utilice una palabra, hoy muy rara entre nosotros, desmazalado, ‘abatido, descuidado’, que entre ellos es muy común; o de que un personaje de El casamiento engañoso use el refrán Pensóse don Simueque que me engañaba con su hija la tuerta, y por el Dío, contrecho soy de un lado, en que aparece la forma Dío, que así lo llaman los sefarditas, en lugar de Dios. Y aún más, de que en El Quijote universal. Siglo XXI, edición que recoge traducciones en lenguas y modalidades a las que nunca había sido vertida la obra de Cervantes, aparezca un capítulo en haketía.
            Pero hay algo, se lo confieso a Zalabardo, que me ha sorprendido más. En español actual tenemos boca a boca o de boca en boca para referirnos a ‘lo que se transmite oralmente’. Así lo recoge el DLE. Mucho se ha discutido sobre si no sería más correcto decir de boca a oreja. A este respecto, la Fundación para el español urgente afirma: boca a boca es lo correcto (o, con valor adverbial de boca en boca); boca a oreja tal vez sea un catalanismo (y traducido no muy propiamente, pues bocaorella aquí en todo caso sería “boca a oído”). No sé si la locución será catalanismo o no; lo único que puedo decir es que en este castellano medieval jaltedo con palabras de otros manaderos lingüisticòs que es la haketía, lo que se transmite oralmente va de boca a orella.



domingo, noviembre 24, 2019

DE NIÑOS, NENES Y UN COMPAÑERO DE ESTUDIOS

Casino de Osuna. Acuarela de Eloy Reina

            En ocasiones, le digo a Zalabardo, me encuentro en una situación, si no azarosa, sí bastante complicada al ser incapaz de dar recta y clara respuesta a una pregunta que, en apariencia debería resultar sumamente sencilla. Es el caso que, hace unos días, en Osuna, en una reunión de amigos, durante una charla informal (como deben ser todas las charlas de amigos) uno de los presentes contó que él acostumbra a llamar nena a su esposa y ella lo llama a él nene, y que le gustaría saber el origen de tales palabras. No supe contestar en el momento, pero me propuse consultarlo, sin saber en qué berenjenal me metía.
            Porque la verdad es que hay palabras de las que no se sabe cómo, ni cuándo ni por qué entraron en el diccionario al no existir un campo léxico con el que se las pueda relacionar ni un étimo al que anclarlas para proceder a su explicación. No creo que nadie dude de que nene y nena son formas de referirse a niño y niña, pero la primera sorpresa nos la podemos llevar cuando reparamos en que el latín nos ayuda bien poco cuando queremos establecer su etimología. En latín encontramos infans y puer/puella; ni la primera, ‘el que no sabe hablar’, que se aplica al bebé y de la que procede infante, ni la segunda, que designa al muchacho de hasta 17 años y de la que deriva pueril, nos dan ninguna pista para explicarnos el sentido de niño/niña, nene/nena.

Primera página del diccionario de Fco. del Rosal
            El diccionario de la Academia ha ido dando bandazos a lo largo de los años en su criterio de asignar un origen a niño: que si es voz onomatopéyica, que si es voz expresiva propia del lenguaje infantil…; en su última edición dice que procede de la voz infantil ninno, sin aclarar la razón de esta. Joan Corominas se moja algo más y mantiene que es voz común en el castellano relacionada con el catalán nin y muchas otras occitanas e italianas, todas ellas procedentes de una antigua creación expresiva romance ninnus. Pero si me voy a uno de los más completos diccionarios de lengua latina, el de Agustín Blánquez, lo más parecido que encuentro es nenia, de procedencia griega, uno de cuyos significados es ‘cantinela infantil’, de donde el verbo nenior, ‘hablar frívolamente, sin reflexión’. Y cada lexicógrafo apunta en sentido distinto: Covarrubias dice que procede del hebreo nin, ‘hijo, regalo del padre’. Rodríguez Navas, en 1876, afirma que procede de una forma de ascendencia ibero-celta ninno que, entre otras, es la que ha originado el portugués me-nino, y, en zonas de Lombardía, nana para referirse a la canción de cuna. Incluso el diccionario de Larramendi aporta un posible origen vascuence ninia. O sea, que teorías no faltan, aunque pruebas testificales hay pocas. Naturalmente, todos coinciden en aceptar que nene y nena son una forma derivada de niño y niña.
            Ahí debería haberme rendido, le confieso a Zalabardo, de no ser por haberme topado con el que se afirma ser el primer diccionario etimológico de nuestra lengua, compuesto hacia 1610, que nunca fue publicado y que ha llegado a nosotros por una copia manuscrita realizada en el siglo XVIII por el agustino Miguel Zorita, que encontró el original en la biblioteca de los agustinos de Madrid. El autor de este raro diccionario no es otro que el médico cordobés don Francisco del Rosal, que nació hacia 1537 y murió hacia 1613.

Osuna. Antigua Universidad
            Me pregunta Zalabardo cuál es el interés de este descubrimiento y le respondo que no tanto el diccionario citado, sino la figura del autor, que podemos considerar compañero de quienes ese día estábamos hablando distendidamente en un salón del Casino de Osuna. Porque este médico cordobés, Francisco del Rosal, fue bachiller en Artes por la Universidad de Osuna en 1553. Y esa Universidad es la misma que, pasados los años, fue el Instituto donde también nosotros nos graduamos como bachilleres. Del Rosal pasó después a Salamanca, donde se doctoró en Medicina y donde parece que conoció a Sánchez de las Brozas, El Brocense, el famoso gramático. Se sabe que recorrió toda Castilla ejerciendo como médico.
            De las obras de Francisco del Rosal prácticamente no se conserva nada a excepción de este citado diccionario, Origen y etymología de todos los vocablos originales de la lengua castellana. De él copio el artículo completo:
Niño y Niña, de Minimo y Minore, de donde el catalán dice Miño y el Portugués Menino. Aunque parece del Griego ínis, que es el ίνις, Hijo o Nieto, que sea criatura pequeña, de donde el Arábigo llama Nena a la Ama que cría, y de allí el Vulgo llama Nene y Neno a la criatura, y arrullandolos las Amas cantan Nenene.
            No sé, le digo a Zalabardo, cuál será en realidad la etimología de niño y nene; pero me hace gracia quedarme con la opinión de este cordobés que estudió en las mismas aulas que quienes disfrutamos hablando aquellos momentos. Imagino que quien planteó la pregunta pensará lo mismo.


domingo, noviembre 17, 2019

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO



            El azar depara inesperados encuentros. Tratando de localizar un papel antiguo, encontré una vieja carta que no sé cómo llegó a mis manos; tal vez oculta entre las páginas de un libro comprado en una librería de lance. Zalabardo y yo nos pusimos a leerla. Fechada en julio de 1924, la escribe en Bab-el Sar, durante la guerra de África, un soldado llamado Antonio Vargas Cobos, en respuesta a otra de un tío suyo que se interesaba por su estado. Con ortografía defectuosa e insegura sintaxis, el joven escribe: …con respecto álas operaciones debo desirle que si que acido un combate fuerte pero solamente uno y en la Posición de Koba-Darsa que estubo 7 – o – 8 dias aislada pero que no murieron ninguno: adonde murieron fue para sarbar la fuerza que estaba en hella y también le digo que esto no ancido operaciones esto acido un castigo para que no se metan con las posiciones. Líneas más adelante, tranquiliza a su tío: …por mi no tenga V. miedo por que yo estoy lejos de Tetuán

           Aunque parezca no tener relación, me acuerdo de un artículo de 2011 escrito por Mario Vargas Llosa, Más información, menos conocimiento, en el que denuncia la robotización humana que puede provocar un exceso de entreguismo a Internet. De ese texto es esta frase demoledora: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros. Quede claro que no es un artículo contra Internet ni contra el mundo digital. El autor reconoce el gran avance que supone, sobre todo en ahorro de tiempo, la existencia de Google, Twitter, Facebook, Skype… O la posibilidad de disponer de información sin apenas esfuerzo. Pero también avisa de algunos peligros que pasan desapercibidos.
            Como todos los suyos, el artículo está muy bien documentado. Cita, por ejemplo, un libro de Nicholas Carr, experto en el impacto de las nuevas tecnologías, que confiesa cómo la fuerte relación establecida con el mundo de Internet lo llevó de ser voraz lector de libros a no leer apenas ninguno. También cita la frase de un informático de prestigio que decía: ¿Para qué perder tiempo en leer un libro si con pulsar una tecla obtengo lo que ese libro me dice? En ese momento, recuerda Vargas Llosa que cuando la memoria deja de ejercitarse, se entumece y debilita; o que el mal no está en Internet sino en que dejemos de verla como herramienta y la convirtamos en prolongación de nuestro cerebro. Y teme que vayamos hundiéndonos en un mundo en el que cada día cueste más leer un libro completo y en el que nuestros jóvenes sean incapaces de leer el Quijote, la Celestina o cualquier obra de Shakespeare.
            Zalabardo sabe que no soy enemigo de Internet ni de las redes sociales: me ayudo de la rapidez en Google para acceder a informaciones que necesito, escribo este blog desde hace más de diez años, tengo cuenta en Facebook, acabo de leer, en formato epub La amortajada, de María Luisa Bombal (sin abandonar los libros tradicionales, como Contar los cuarenta, de Miguel Moreta, y El cazador de estilemas, de Álex Grijelmo, que leo ahora), mantengo fluido contacto con mis amigos gracias a whatsapp

            Pero nada de eso impide que sea consciente de los muchos males que aquejan al mundo informático y a las redes. A mi amigo le explico que, en whatsapp no me gustan, por ejemplo, los reenvíos si no se conoce el origen, veracidad y objetivo de lo que se reenvía. El reenvío es un peligroso método para difundir contenidos falsos o malintencionados, prueba fehaciente de que la cantidad casi inabarcable de información que Internet nos ofrece no es, en ningún modo, fuente de conocimiento. Podría hacernos reír el falso mensaje de una inexistente doctora Ana Judith Salazar, empleada de una empresa farmacéutica igualmente inexistente, que nos previene de cierto riesgo de muerte. Pero ya no es para reír que, partiendo de un hecho cierto, se extraigan argumentos con el único objetivo de dañar a personas, instituciones, partidos políticos, etc. Hace unos días tuvo lugar un vandálico incendio en una ermita zaragozana de Tauste. La lectura de la prensa aragonesa o navarra nos aclara el suceso; sin embargo, mi interlocutor me reenviaba una noticia que titulaba: Comienza el anticlericalismo y la quema de iglesias y, en su redacción, aludía a una frase escrita en el templo asaltado que en realidad no existió: Arderéis como en el 36. Todo adquiere su sentido si sabemos que la noticia se incluía tras las elecciones del pasado 10 de noviembre en rebeliónenlagranja.com, publicación digital dirigida por el presidente de Intereconomía y militante de VOX.
            Tampoco me gustan, tengo que decirlo así, esas fotos y vídeos que se emplean para saludar, desear feliz sábado, felicitar, etc. Los encuentro fríos y faltos de personalidad. Prefiero los saludos en los que un amigo me envía la imagen del pastel que está cocinando, la foto del último viaje que ha hecho, una reflexión sobre el libro que está leyendo, el vídeo de una canción que le trae recuerdos de tiempos pasados, su preocupación por cómo anda el patio político, lo hermosas que crecen las coles de su huerta, la experiencia de un reciente viaje… Pero todo ello escrito por su mano, como la carta de ese desconocido Antonio que menciono al principio.

            Porque esa es otra: ya no es que no se lea, como denuncia Vargas Llosa; es que apenas se escribe. Nos limitamos a enviar el frío saludo que otra persona escribió. Y eso si no se nos manda una imagen de un personaje ilustre, casi siempre ya difunto para que así no tenga oportunidad de desmentir nada, acompañada de una frase que, mira por dónde, digo a Zalabardo, nunca llegó a escribir ni pronunciar. Ni en el Quijote es posible leer Con la Iglesia hemos topado, mi buen amigo Sancho; ni en El Príncipe, de Maquiavelo, El fin justifica los medios; ni en ninguna obra de Einstein aparecerá eso de Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy seguro. Porque como tantísimas frases que circulan por ahí, nunca fueron dichas ni escritas.
            Las que sí son tiernas y sinceras y llegan al alma de quien las recibe son estas palabras con que cerraba su carta, posiblemente desde una trinchera, ese soldado Antonio Vargas: Muchos recuerdos para: Antonio el de María Cobos y sufamilia y para Alonso y su familia. Los más tiernos afestos para mitita y para mis primos y primas y para todo el que por mi pregunte y V. mi Querido tito Recibe cuanto quiera de este susobrino que lo quiere y no lo olvida y lo soy. Es posible que este Antonio tuviera poca formación y dificultades para acceder a la información. Pero su conocimiento de las cosas era muy claro.

sábado, noviembre 09, 2019

ZASCA



           Se está celebrando estos días en Sevilla el XVI Congreso de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española). Siempre es elogiable que haya personas y organismos que se dediquen a la atención y cuidado de nuestra lengua y que busquen aunar los criterios de uso en todos los lugares donde es lengua oficial o, al menos, tiene un empleo abundante. Pero, eso sí, respetando en cada momento las peculiaridades lingüísticas de casa zona.
            Lo que me llama la atención, le digo a Zalabardo, es que cada vez que se produce una de estas reuniones, parece que todo el interés de los medios se centra en la lista de vocablos que entran, salen, amplían o modifican sus acepciones en el Diccionario de la Lengua Española. Las reacciones no se hacen esperar: extrañeza porque entre o no tal o cual palabra, aplausos a lo que se considera acierto o críticas por lo que se considera error.
            Pienso, reflexiono en voz alta para que Zalabardo me oiga, que una gran parte de los medios, y a ellos les siguen muchas personas, tienen una conciencia poco clara de lo que es un diccionario y, en este caso preciso, de lo que es el DLE. El diccionario, cualquier diccionario, no debería ser otra cosa que el valioso instrumento que nos deja constancia del estado del léxico de un idioma en un lapso más o menos extenso de tiempo. Pero, esa es la impresión que tengo, cada adición o reforma se espera como se espera el desfile anual de los ángeles de Victoria’s Secret o la ceremonia de los óscar. Más que interés por el estado de salud de la lengua, lo que hay es expectación por las modas. Y la moda, ya lo sabemos, es algo voluble y sin firmeza.

            Un Congreso sobre la lengua es más que curiosidad por el diccionario, que debe hacerse a fuego lento, sin prisas. Las palabras y sus acepciones han de estudiarse detenidamente, ver el grado de aceptación que tienen en los hablantes, el modo como cimentan su encaje en el habla, la fuerza con que resisten el vendaval de las efímeras modas. Y, sobre todo, debe hacerse pensando en el conjunto de la comunidad hablante, en lo que a una gran mayoría le es útil. Eso es, claro está, lo que pienso yo. Los tecnicismos, regionalismos, jergas y demás, deberían ir en diccionarios específicos.
            ¿No cabe, según esto, la posibilidad de un “diccionario total, universal” que recoja todas las palabras? Ni creo en esa posibilidad ni me parece necesaria. Y menos en un mundo como el de hoy, que nos permite contar con Internet. La carta de naturaleza de una palabra no se la otorga su presencia en el diccionario; como tampoco se la quita su ausencia. Se la da el arraigo entre los hablantes.
            Muchas personas se preguntan cuántas palabras tiene el español. Esa pregunta carece de respuesta por la simple razón de que la que se dé no será válida. A ver, ¿aparece en algún lado recogida mangalaspierdes, que llaman en el pueblo jiennense Chilluévar a la ‘persona alocada, que actúa sin objetivo preciso’? Y maco, que aparece en el Diccionario de argot español de Víctor León como ‘cárcel, calabozo’, ¿tiene algo que ver con el maco, ‘pícaro, bellaco’, del diccionario académico? ¿Dónde ponemos macró, ‘chulo de putas’, que recoge el mismo Víctor León? ¿O el vilorio, ‘inquieto’, que tanto oía yo en boca de mi madre? No hace mucho, hablando de un tipo de espárragos, un amigo, Pepe Sarria, me decía que los conocía como chochas y otro amigo, Rafael Pradas, me hablaba de chupones; ¿se puede encontrar eso en algún sitio aparte del habla peculiar de cada lugar y persona?

            Consulto una página del Centro Virtual Cervantes y leo que el DLE recoge unas 93000 palabras y el Diccionario Histórico unas 150000. En otro lugar, leo que, en español, podemos calcular que hay unas 300000 palabras de las que un hablante normal utiliza solo 300, una persona culta, 500 y un escritor, 3000. La verdad, confieso a mi amigo, no puedo opinar sobre estos datos, aunque sospecho que hay muchas más.
            Todo esto surge porque en ese Congreso de Academias del que hablaba al comienzo se ha presentado un documento con las adiciones, modificaciones, etc., que ya aparecen en la versión electrónica del DLE. Y, la verdad, tengo la impresión de que las Academias se están dejando llevar por esta afición a las modas. Nunca he sido contrario, Zalabardo lo sabe, a la aceptación de nuevos términos, de préstamos que tengan una justificación, de la natural y lógica evolución de nuestra lengua. Porque los nuevos términos, los préstamos y la evolución son algo inherente a la naturaleza de las lenguas. Pero hay decisiones que hacen pensar.

            Por ejemplo, la inclusión en el diccionario de zasca, ‘respuesta cortante’, me parece precipitada; no dudo del empleo del término ni de su notable difusión. Pero ¿está suficientemente asentado o es una moda pasajera? El año pasado se aceptó la inclusión de mazo, ‘mucho’; ¿quién la usa ya? Veo que se incluye arboricidio, ‘tala indiscriminada de árboles’ o antitaurino, ‘contrario a las corridas de toros’. ¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué, en cambio, no se incluye, animalista, ‘defensor de los animales’? Un hablante debiera saber que con los sufijos -cidio o -ista, o con el prefijo anti- podemos formar una nueva palabra en cualquier momento. Otro caso: se incluye aniridia, ‘falta congénita del iris del ojo’, pero se deje fuera, junto a otras muchas, trabeculectomía, ‘abrir una vía de salida del humor acuoso desde la cámara anterior del ojo hasta el espacio subconjuntival’ ¿No estarían mejor, ambos términos, en un diccionario de medicina? ¿Tiene sentido dar entrada al extranjerismo brunch, ‘comida que se toma a media mañana, que sustituye al desayuno o a la comida principal’? Y, por último, ¿por qué se da entrada al americanismo sánduche/sanduche, ‘emparedado, sándwich’ si sánguche, también americanismo, está más extendido?
            Son solo algunos ejemplos de los muchos que se podrían dar de este modo precipitado, a mi juicio, de actuar sobre el diccionario. No debe tenerse miedo a que alguien proteste porque determinada palabra no aparezca o porque alguien considere que una acepción concreta no se ajuste a la realidad. El diccionario nunca impone nada. Se limita a dar fe de usos bien comprobados. Cuando está generalizado y asentado, lo recoge; cuando la mentalidad ha cambiado, se hace eco de ese nuevo sentir. Para modas, ya están los centros comerciales.

domingo, noviembre 03, 2019

PENDER DE UN HILO

Yggdrassil, fresno de la vida

            Cuando decimos que algo pende de un hilo, creo que todos tenemos claro lo que queremos dar a entender. El DLE dice que pender de un hilo es ‘estar en riesgo o amenaza de ruina de algo’ o que con ello ‘indicamos temor de un suceso desgraciado’. Muy semejante es colgar de un hilo, ‘estar con sobresalto, duda o temor, esperando el fin de un suceso’. Ya es menos frecuente oír estar cosido con hilo blanco, ‘no conformarse con otra cosa’ o ser de hilo negro, ‘avaro, mezquino, miserable’.
            Y pienso, le digo a Zalabardo, que es bastante probable que muchos conozcan el origen mitológico de la expresión, pese a que hoy se atienda a otras mitologías más que a las clásicas. ¿Quién no ha oído hablar de las Parcas? Incluso Serrat, en la inolvidable Mediterráneo, habla del día en que venga a buscarlo la Parca. Para los romanos, las Parcas eran divinidades identificadas con el Destino. Eran tres hermanas (Nona, Decima y Morta) que limitan a su antojo la vida de los hombres y, la última, quien decide nuestra muerte. A las Parcas romanas se le atribuyeron las mismas cualidades que a las Moiras griegas, personificación del destino de cada cual, de la suerte que ha de corresponderle a cada uno en el mundo. Parcas o Moiras (los griegos las llamaban Cloto, Láquesis y Átropo), son tres hermanas, hilanderas que manejan el hilo de la vida de los humanos, determinando su duración desde el nacimiento hasta la muerte. La primera, la más joven, maneja una rueca con la que va hilando hilos de variados colores y calidad; según la calidad o color, así será la vida de cada ser, o feliz o desgraciada. La segunda va enrollando en su huso los hilos que le presenta su hermana; cada hilo es una vida y, en su composición, siempre hay una estambre negra, que es la de la muerte. Cuando la tercera, la de más edad, corta con sus afiladas tijeras este hilo, cesa la vida de quien pende de él. En esta decisión no tiene nada que ver la edad, estado o condición de los individuos, sino el simple capricho de Morto, o Átropo, según miremos. Pierre Grimal nos cuenta todo esto muy bien en su Diccionario de mitología griega y romana. También J. Humbert en su Mitología griega y romana.

 
Parcas o Moiras
          
Pero, confieso a Zalabardo, la leyenda que más me gusta sobre el hilo de la vida es la que se nos cuenta en los relatos mitológicos escandinavos, que, aun coincidiendo en lo esencial con los relatos griego y romano, presentan en su desarrollo una mayor carga de poesía.
            Cuentan los Eddas, recopilaciones de poemas muy antiguos que recogen poemas de carácter mitológico y heroico, que en la naturaleza existen seres que, sin pertenecer a la escala de los dioses, tienen poder sobre el destino de hombres y dioses. En un lugar desconocido, se eleva un gran fresno, Yggdrassil, que puede ser considerado el árbol del mundo y de la vida, porque contiene en sí todas las fuerzas del universo. Sus ramas sostienen el cielo y sus frutos son las estrellas; lo sostienen y sustentan tres raíces. Una de ellas, la más grande e importante, se hunde hasta el mundo subterráneo de los dioses, donde hay una laguna, cuyas aguas alimentan las fuentes del conocimiento que vigila el gigante Mimir. En ese submundo habitan las Nornas, tres de las cuales (Urd, Verdandi y Skuld) son las encargadas de proporcionar a Yggdrassil el agua y arcilla del lago subterráneo para que se mantenga lozano.

 
Las Nornas
          
Pero, como las Parcas y la Moiras, son dueñas caprichosas del destino de los hombres, aunque hay una diferencia. Las Nornas tejen continuamente el tapiz de la vida; cada hilo de la urdimbre es la vida de una persona, de forma que, según la longitud que tenga, así será de corta o de larga su vida. Nadie, ni siquiera los propios dioses pueden ver qué escena es la que bordan las Nornas en el lienzo que tejen sin parar. Leo estas historias en Mitologías de las estepas, de los bosques y de las islas, magna obra dirigida por Pierre Grimal y en La magia de los árboles, de Ignacio Abella.
            Zalabardo me dice que entiende muy bien lo de colgar o pender de un hilo, porque nunca sabemos cuán largo será el de la vida de cada cosa o persona, ni cuándo será cortado por las siniestras tijeras. Pero que ya no le queda tan claro lo de estar cosido algo con hilo blanco o ser de hilo negro. Le digo que es fácil entenderlo si pensamos en la variante que las leyendas de Parcas, Moiras o Nornas presentan sobre los hilos que las hermanas tejen. El hilo blanco es el hilo de la vida feliz y próspera; el hilo negro, en cambio, es el hilo de la muerte y de las cosas desagradables.

domingo, octubre 27, 2019

CARCUNDAS


            Hace unos días, andaba yo por el monte, por el Cerro Tío Cañas, y me vino a la memoria un episodio de La regenta, de Clarín. Se lo cuento a Zalabardo y se echa a reír. Me pregunta si no tengo bastante con el esfuerzo o con disfrutar mirando el paisaje como para, además, dirigir mi atención a otras cosas. Le contesto que, a mí, el senderismo, aparte del ejercicio físico y el placer contemplativo, me ayuda a ordenar las ideas.
            El pasaje que recordé es uno en que don Santos Barinaga, borracho, despotrica contra don Fermín de Pas, magistral y provisor de la Catedral, hombre codicioso de poder que fluctúa, indeciso, entre sus funciones religiosas y sus ambiciones mundanas; aparte de otras cosas, de Pas regenta, de forma clandestina, una tienda de objetos de culto con la que ha conseguido arruinar a don Santos, que tiene un negocio similar. Santos Barinaga, en mitad de la calle, califica al provisor de carcunda, oscurantista, simoníaco, rapavelas, comehostias y no sé cuántas cosas más. En su desesperación, grita a un ausente magistral: Usted ha arruinado a mi familia… Usted me ha hecho a mí hereje…, masón. El pobre don Santos acusa al indigno sacerdote de haberlo incitado a alejarse de la religión. Y yo, mientras subía por una cuesta pedregosa, pensaba que el cura que, con su conducta, aleja a sus feligreses de la fe no es cosa del pasado, sino que todavía podemos encontrarlo.
            Zalabardo me pregunta qué peregrina cuestión me ha arrastrado a ese recuerdo y a ese pensamiento. Y le contesto que ha sido una palabra, carcunda, que hoy no parece tener mucha relevancia pero que designa un modo de ser que subsiste. Le hablo a mi amigo, se lo he dicho infinidad de veces, de que el léxico de una lengua no es un cuerpo inamovible, estático, sino que se va renovando con el tiempo, pues hay palabras que comienzan a pedir paso, mientras otras caen en el olvido. A veces he utilizado la imagen del árbol que, al tiempo que pierde hojas, ve cómo le nacen otras. También le hablo de las que podrían llamarse palabras guadiana, que desaparecen para, transcurrido un tiempo, volver a presentarse ante nosotros.
            En ocasiones, aunque una palabra pudiera parecer fuera del circuito del habla, algo nos la devuelve a un primer plano. Eso es lo que me ha ocurrido estos días con carcunda. Según nos explica muy bien Joan Corominas, le aclaro a Zalabardo, carcunda o corcunda, es un término portugués que significa ‘joroba y jorobado’ y, metafóricamente, ‘avaro, mezquino, egoísta’. Su sentido indudablemente despectivo se fue acentuando en el país vecino cuando se comenzó a utilizar, en el siglo XIX, como ‘reaccionario’. Se aplicaba a los absolutistas que se opusieron a la revolución liberal de 1820.

            El caso es curioso: España exportó a Portugal la revolución liberal y los portugueses nos dieron la palabra que designaba a sus opositores. Aquí, se empezó a llamar carcundas a los carlistas partidarios de Carlos María Isidro Borbón, hermano de Fernando VII. Pero, no sé si por comparación con el trabucaire catalán, ‘clérigo que coge un trabuco y se une a las luchas políticas’, también se llamó carcundas a los ultramontanos y neocatólicos, es decir a quienes ven el poder civil y el poder eclesiástico como una misma cosa y defienden que el primero ha de estar supeditado al segundo.
            Rastreando la historia de la palabra en España, carcunda significó, de modo general, ‘retrógrado, reaccionario’, con lo que volvía a su sentido original. Y, ya en el siglo XX, se aplicó a todos cuantos defendían ideas fascistas y de ultraderecha. Entonces inició su decadencia, pues la aparición de facha, con el mismo sentido, pareció que engulliría al portuguesismo.
            Zalabardo que es tozudo cuando se trata de obligarme a explicar algo, me dice que nada de lo dicho sobre origen e historia de la palabra le ayuda a entender por qué subiendo a un monte se me ocurre pensar en la novela de Clarín y en el adjetivo pronunciado por un personaje. Comprendo que tiene razón y accedo a sus deseos. El monte me hizo pensar en otra zona montañosa, Cuelgamuros, donde se levanta la basílica del Valle de los Caídos. La palabra, el episodio acaecido allí hace dos días antes, la exhumación de Franco por sentencia del Tribunal Supremo.
            Ni Zalabardo ni yo tenemos interés en comentar aquí dicha exhumación, que debería haberse tomado como algo natural y, sin embargo, se ha hablado demasiado y durante demasiado tiempo de ella. Me interesaba hablarle de la palabra y de algunos comportamientos recientes. Por ejemplo, que me ha causado estupor la cerrazón de ese cura ultramontano, carcunda, el abad benedictino del Valle de los Caídos, y su desfachatez al amenazar con enfrentarse a la sentencia del Tribunal Supremo de la nación y a un Estado que es quien mantiene la basílica y a la comunidad de la que él preside. Ese abad Cantera lleva su espíritu trabucaire no solo a desobedecer una sentencia, sino a desoír la opinión del propio Vaticano.

            Pero si pudiera entender la actitud del abad Cantera, que no justificar, por su pasado, ejemplo claro de carcunda y trabucaire, hemos asistido a otros comportamientos que me han indignado porque, a mi edad, creía que no iba a presenciar más nada parecido. Si en 1973, fuerzas reaccionarias gritaban lo de ¡Tarancón al paredón!, en estos días he tenido que ver cómo grupos ultras escriben pintadas, con una amenazadora mira telescópica, contra el cardenal Carlos Osoro y otros eclesiásticos cuyo único pecado ha sido acatar unas leyes civiles que en nada empañan sus creencias religiosas. Ante tales hechos, la jerarquía católica española no solo guarda silencio, sino que incluso se manifiesta molesta con el papa Francisco por no haberse opuesto a la exhumación del dictador. Esa conducta es propia de carcas, ultras, neos, sean eclesiásticos o no, y ellos son los que hacen un daño irreparable a tantos buenos cristianos católicos como hay, a la Iglesia en suma.
            Porque, lamentablemente, entre nosotros, el talante de aquel Fermín de Pas, ambicioso y soberbio, altanero y arrogante, reaccionario, carcunda que aleja a los fieles de la Iglesia, aún tiene seguidores.