martes, octubre 30, 2007


ESO ES TODO, AMIGOS
Como en todas las cosas humanas, el comienzo es fácil de historiar, pero el final es impredecible. ¿Quién lo iba a imaginar? Podía haber esperado a un número redondo, por ejemplo, el trescientos. Pero hoy, cuando llegamos al apunte doscientos noventa y nueve, me encuentro con que la agenda ha agotado sus páginas y esta es la última. No sé si Zalabardo llegará a comprar un nuevo cuaderno, pero no seré yo quien se lo pida.
Quisiera que la despedida fuese serena, como el ocaso de la imagen que he escogido. La tomé un tranquilo atardecer del pasado verano en el parque de Valonsadero, cerca de Soria. Aquietado tenía el ánimo y así quisiera estar siempre, pero no está en nuestras manos disfrutar de manera continuada tal sosiego, que ese es un bien que nos concede Fortuna y ya se sabe que esta es inconstante y mudable.
¿Que razón hay para no forzar a Zalabardo a que adquiera otra agenda? Más que nada, cansancio y la conciencia de haber completado un proyecto. Han sido casi trescientos apuntes, año y pico de escritura casi diaria y temo llegar a cansar. Desde hace un tiempo, me cuesta más esfuerzo cada apunte; me siento ante la pantalla y temo repetirme. Me digo: de eso ya he hablado; ese tema ya lo he desarrollado. De alguno, me ha quedado la sensación de algo forzado. Y no quiero pecar de prolijo ni cansar, que bueno está lo bueno.
Creo haber sido claro en todos mis comentarios y haber dicho lo que quería decir. Si alguna vez no se me ha entendido, le culpa, sin excepción, ha sido mía, nunca de Zalabardo. Si alguna vez alguien se ha sentido aludido o dolido en un comentario, de verdad que lo siento y pido con sinceridad perdón por ello, pues nunca en mi ánimo ha tenido cabida la intención de herir. Por otro lado, es mucho lo que tengo que agradecer, sobre todo a quienes, alguna vez que otra, han perdido una porción de su tiempo (y ahora puedo deciros que a toda persona le llega un momento en que todo tiempo le resulta escaso) en leer mis descabalados comentarios y mis charlas con Zalabardo.
Este agradecimiento del que hablo se dirige a cualquier lector, incluso al desprevenido que por una sola vez y por casualidad se haya topado con esta página; pero quiero hacer especial mención de los amigos que me han seguido, más por favor suyo que por mérito de Zalabardo o mío. Y entre los agradecimientos especiales quiero individualizar los referidos a tres corresponsales: a José A. Garrido, compañero, que me ayudó a ver que no hay que ser tan cáustico; a Mari Paz, alumna de la Universidad de Málaga, que confiaba en mí, un desconocido, para hacer sus consultas; y a Andrés, el Viejo de la Colina, y su peña de amigos, continuado contrapunto de las anotaciones de esta agenda. He de decirles que el café que me ofrecían lo he disfrutado a su salud como si hubiera estado junto a ellos y que les doy las gracias.
Creo ya llegado el momento del adiós. Y como nunca debemos decir de esta agua no beberé, no afirmaré que el adiós sea para siempre. Pudiera que, pasado un tiempo prudencial, sienta nostalgia y decida retomar la página, aunque eso, ahora, no lo sabe nadie, ni yo mismo. Así que, en mi nombre y en el de Zalabardo, muchas gracias a todos y un abrazo cordial.
Como en la terminación de aquella serie de dibujos, eso es todo, amigos.

lunes, octubre 29, 2007


LA CUEVA DE MELERO
El sábado estuvimos andando siguiendo el sendero del arroyo de la cueva de Melero, allá por la sierra Tejeda, en la Axarquía. El sendero se inicia en la zona recreativa de La Fábrica, junto a Canillas de Albaida, y va subiendo hasta llegar al puerto Blanquillo. La verdad es que no anduvimos mucho, puesto que nada más llegar un poco más adelante de la cueva comenzó a llover. Un cabrero que tiene su rebaño en la zona, y con quien ya nos cruzamos una vez, fue quien nos aconsejó desistir del paseo, pues nos indicó que podía haber tormenta por la parte alta y, cuando eso sucede, el arroyo, de humilde presencia por lo general, se vuelve crecido y el camino de vuelta puede tener problemas. Total, que volvimos atrás y nos comimos los bocadillos en el área recreativa, donde también pasamos el rato jugando al parchís.
La cueva de Melero impone cuando se ve desde la otra orilla del barranco y la presencia de la cabras que en ella se acogen inclinaría de inmediato pensar en la cueva donde Polifemo encerró a Ulises y sus compañeros. También, si no fuese por lo despejada que tiene la entrada, podría hacer pensar en la cueva de los ladrones cuyo acceso violentó Aladino. Pero no sé por qué a mí se me esfumaron estas dos visiones bastante pronto y se me hizo patente la imagen de la cueva de Platón.
La cueva de Platón siempre me ha parecido la negación más grande de la realidad a la que todos nos debemos. Los individuos que permanecen allí, al fondo de la cueva (mis profesores de filosofía siempre decían caverna en lugar de cueva), no ven, como si de una cámara oscura se tratase, más que vagos reflejos que simulan los objetos de la realidad que vive fuera de ella. Y están tan acostumbrados a habitar en la profundidad de esta oquedad que acaban sintiendo como reales los que no son sino pálidos negativos de lo que sucede en el exterior. Lo peor de todo es que ellos terminan por jurar que no hay más realidad que la que ven en el fondo último de la cueva.
Hay mucha gente que actúa de esta manera, son gente que se encierran en una real o imaginaria cueva que no les permite ver lo que hay fuera y solo perciben una simulación de lo exterior. Y nos echan en la cara que no existe otra verdad que no sea la de ellos, y mantienen que únicamente ellos tienen la razón, porque, allí en lo más recóndito de su caverna, se han formado un mundo que toman por verdadero porque, cuando asoman a la superficie, la luz del día les impide percibir las auténticas imágenes.
Lo malo de todo esto es que casi nadie está libre de sucumbir al canto de sirenas que sube de la oscura cueva que llevamos dentro y que nos impulsa a sumergirnos en ella hasta el fondo. Por mi parte, muchas veces le he comunicado a Zalabardo mi miedo a caer en esa trampa. Porque quien cae en ella pierde lo mejor que los hombres tenemos: el placer de rozarnos con los demás y sentirnos hechos del mismo barro y dotados de las mismas pasiones y miserias que los demás. Y ello nos permite ver cuál es en realidad nuestro límite y nuestra pequeñez, o sea, eso que en el lenguaje común se expresa con el dicho de que nadie es más que nadie.

viernes, octubre 26, 2007


TUTANKAMÓN
Zalabardo me preguntaba esta mañana si he prestado atención a ese anuncio que ponen en televisión en el que un pollo ayuda a una niña que llora porque se le ha escapado su globo, que permanece detenido entre las ramas de un árbol. Tras alcanzarlo y devolvérselo a la niña, que vuelve a sonreír, el malévolo pollo parece arrepentirse de su buena acción y, de un picotazo, revienta el globo de la niña, a la que deja de nuevo sumida en su llanto.
Si miramos a nuestro alrededor, terminaremos por descubrir que hay mucha gente que disfruta destrozando las ilusiones de los demás y que toda nuestra vida, desde aquel día en que un compañero más avispado que nosotros y a la vez con peores inclinaciones, rasgó el velo de nuestra inocencia infantil al descubrirnos el misterio de quiénes eran los reyes magos no ha sido otra cosa que una sucesión de desengaños. Desde entonces, se podría decir que la vida se ha encargado de proporcionarnos casi a plazos contados uno tras otro. De esta torcida inclinación no se libra nadie, me dice Zalabardo, y, tal como a nosotros nos las rompen, en otras ocasiones somos nosotros quienes hacemos añicos las ilusiones de los demás. Parece ser esta una negativa tendencia de la que los humanos no conseguimos sacudirnos.
A todo esto, le pregunto a Zalabardo la razón de que estemos hablando de este asunto, y pronto me la despeja. Vuelve a hablarse, el tema es recurrente cada cierto número de años, de la muerte de Tutankamón. Este joven faraón que tuvo una vida de vértigo —accedió al trono a los ocho años, se casó a los doce y murió a los dieciocho— siempre ha estado rodeado del halo que le concedía el hecho de que su tumba hubiese sido la única (no sé ahora si la única o la primera) que llegó hasta nosotros completa, sin marcas de expolios anteriores. Ese dato, más la maldición que se decía existir sobre quienes estuvieron presentes en el hallazgo y apertura de la tumba, se unió a la noticia de haber muerto violentamente a consecuencia de una conspiración palaciega y todo junto lo convertían en una figura misteriosa y atrayente.
Pues bien, según el recorte que me muestra Zalabardo, ahora parece que la razón de la muerte de este joven, "la viva imagen de Amón", que eso es lo que Tutankamón significa, que había suprimido el culto a Atón que Akenatón impusiera y restablecido el culto tradicional del Egipto faraónico, devolviendo con ello a los sacerdotes la influencia que antes tuvieron, no fue ninguna conspiración ni atentado, sino un simple y vulgar accidente de carro.
Como suena. Tutankamón, se nos dice, era gran aficionado a las cacerías y acostumbraba a acudir a las partidas que se organizaban conduciendo su propio carro. En una de estas, la información nos dice que los carros egipcios tenían poca estabilidad, el monarca perdió el control y su vehículo volcó, quedando él atrapado entre sus restos. ¿Verdad que no parece una muerte apropiada para tal personaje? Ahora solo falta que un programa de esos de la compañía del tomate salga aireando que no volvía de una cacería, sino de una orgiástica fiesta en la que el rey había bebido sin comedimiento y que, según investigaciones de la Patiño, en la prueba del alcohol había dado positivo, por lo que, de no haber muerto, le habrían descontado los pertinentes puntos del carné.
Lo que me decía Zalabardo, otro globo deshinchado violentamente por el malvado pollo del anuncio.

jueves, octubre 25, 2007


GRAFITOS
Tengo que confesar que, al comenzar esta nota, he dudado sobre si escribir graffiti en lugar de grafitos. Pero, tras consultarlo con Zalabardo, ambos hemos coincidido en considerar que, para ser consecuente con la idea aquí varias veces manifestada de la preferencia por la españolización de cualquier vocablo extranjero que tomemos como préstamo, había que escribir grafitos en lugar del italianismo graffiti, plural de graffito. Y ello a pesar de que tanto el de Seco como el de María Moliner, ambos diccionarios de uso, recogen la forma italiana.
El grafito no es algo nuevo. La RAE lo define como 'cualquier escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos', si bien en su segunda acepción lo define como 'cualquier dibujo o letrero circunstanciales, generalmente agresivos y de protesta, trazados sobre una pared u otra superficie resistente'. Y este es el grafito que hoy nos ocupa aquí. En el barrio donde vivo, sobre la fachada de una casa recién construida, hace unos días que apareció escrito el texto del que adjunto fotografía. Se nota en él un algo sí es no es poético, aunque, aparte del hecho de ensuciar las paredes, no termina de convencerme por otras razones.
Su lectura me elevó en un primer momento a la consideración de épocas pasadas. Bien es verdad que cuando aquella conmoción del mayo francés del 68 Zalabardo y yo éramos algo talluditos; yo contaba ya veinticuatro años y no sé si él alguno más, ya que, aunque no lo creáis, se resiste a confesarme su verdadera edad. Pero, a lo que vamos, para entonces ya andábamos por el mundo buscándonos, como se suele decir, las habichuelas. Los recuerdos de la Universidad estaban aún cercanos y, de aquellos días convulsos, guardo el de Agustín García Calvo, catedrático de latín, poco después expedientado por su oposición al sistema. En aquellos días de agitación y huelgas, más de una vez nos dijo, entre verso y verso de Catulo, que si queríamos luchar contra la dictadura y el sistema que la mantenía, era preciso que rompiésemos del todo con la una y el otro, empezando por renunciar a las propias becas. Eran palabras fuertes que, a mí al menos, nos costaba asumir.
De todo ello me he acordado leyendo ese grafito tan rupturista, porque, coincidimos en la opinión Zalabardo y yo, una parte de la juventud de hoy, también quiere romper con el sistema aunque sin dejar de disfrutar las ventajas que este le concede. Empiezan por discutir la autoridad de los padres, pero no se marchan de casa antes de los treinta años, porque en el domicilio familiar tienen la comida y el techo asegurado, aparte de quien les lave la ropa y satisfaga sus mínimas necesidades. Se discute y rechaza la autoridad política, social y educativa, pero no se renuncia a ninguno de los derechos que esta sociedad que no quieren les otorga. Empezando por un sistema universitario casi gratuito en el que, aparte de la bondad o no del sistema, que esa es otra cuestión, fracasan tantos por desidia.
Protestan contra la miseria de unas noches de neón en las que, por otra parte, casi constantemente viven, pues muchos de ellos hacen más vida nocturna que diurna. Y no creo que sea mucha la sumisión en la que viven si cada día se les niegan menos cosas, comenzando por los políticos, que solo ven en ellos potenciales votos que no desean que se les escapen y terminando por unos padres que se confiesan impotentes para reconducir unas vidas sobre las que hace bastante que dejaron de tener ascendencia.
A pesar de todo, quienes escribieron ese grafito declaran preferir la luz de la rebeldía contra toda autoridad. Es la romántica violencia de toda juventud. La mayoría de sus integrantes terminarán, como nos ha sucedido a todos, absorbidos por el sistema.

miércoles, octubre 24, 2007


EL BUEN NOMBRE
Dice una sentencia evangélica que no debemos juzgar si no queremos ser juzgados. Lo comento con Zalabardo a raíz de dos informaciones de las que se ha hecho eco la prensa, si bien es verdad que un eco bastante reducido, o al menos no en consonancia con la resonancia que el suceso tuvo en su día. Las dos informaciones tienen que ver con deportistas acusados, y sancionados, por dopaje: Iban Mayo y Josep Guardiola. El primero dio positivo por EPO en un control realizado por sorpresa en 24 de julio pasado, durante la celebración del Tour. El segundo, por nandrolona, tras el control efectuado al finalizar un partido en que intervino con su equipo, el Brescia italiano, en el año 2001. Ahora, tres meses después en el caso de Mayo y seis años en el de Guardiola, los contraanálisis de la muestra del ciclista y el Tribunal de Apelación de Brescia dejan clara la inocencia de uno y otro deportista.
En otro tiempo anterior, la circunstancia habría dado para mucho y Calderón de la Barca habría podido tener motivo para una de sus típicas comedias de honra. Pero que el tiempo haya pasado y hoy la situación sea diferente no quiere decir que el buen nombre de una persona pueda quedar manchado sin más ni más. Todos tenemos derecho a que no se dude sin razón de nuestra rectitud y honradez hasta que todos los indicios que nos apuntan se conviertan en pruebas irrefutables. Porque, ¿quién resarce ahora al catalán y al vasco del daño que se les hizo? Peor en el caso de Guardiola, porque debió soportar una larga sanción como castigo y ha tenido que arrastrar durante seis años el estigma de una falta que ahora, se dice, no cometió. ¿Por qué se condena antes de que las pruebas no ofrezcan la menor duda? ¿Se le dará a la noticia de su inocencia, la de los dos, idéntica publicidad a la que tuvo la información de una presunta falta que ha resultado no ser tal?
Y ya que hablamos de la presunción, y aunque se habló de ello en la nota del pasado 13 de diciembre, parece que la confusión sigue siendo grande. Hay muchos redactores de medios que aún no tienen claro qué sea eso de la presunción. Presunto es lo supuesto, y en derecho se aplica a quien se considera autor de un delito antes de que sea juzgado y probado. Hasta entonces, de nada puede ser culpado, aunque sí acusado. Pero, a veces, llevamos la presunción demasiado lejos. Hoy, en la radio, informaban de una agresión (¡otra más!) a una mujer, con consecuencia de muerte. Hablaban de que se le efectuaba la autopsia a la víctima para probar que la causa de la muerte había sido esa y no otra. Correcto. Pero añadían que el autor de la agresión, presunto culpable (hasta ahí todo bien), había confesado presuntamente que él la había matado. Ahí ya patinamos un poco, porque si bien la culpabilidad es presunta (nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario y durante el juicio aparecerán, si acaso, agravantes, atenuantes o eximentes del hecho), la confesión ha sido real y probada. Él reconoce el hecho; que luego en el juicio se desdiga o alegue otra cosa es harina de diferente costal. Para eso nuestro sistema cuenta con fiscales y defensores que cumplirán lo mejor que sepan su labor.

martes, octubre 23, 2007


CIBERINSULTOS
Algunos días me encuentro, al llegar, con que Zalabardo está especialmente contento. Hace falta poco, esa es la verdad, para que Zalabardo muestre su más radiante y feliz semblante porque también es cierto que Zalabardo es lo que en el mejor sentido del término llamamos una buena persona. Es bastante distinto a mí, que pronto me dejo arrastrar por el malhumor, aunque también pronto se me pase el enfado y no suela guardar rencor ni resquemor hacia nada o hacia nadie. Pero, como digo, Zalabardo es de otra pasta. Le afectan más los estados de alteración de los demás que los suyos propios, que apenas si los tiene. A pocas personas conozco con tanto aguante.
A lo que iba, que hoy me lo he encontrado en un especial estado de euforia. Indago la razón y pronto me encuentro con que ha leído una información acerca de la persecución de que son objetos los insultos y las ofensas vertidos en los textos de determinadas bitácoras o en los comentarios que, anónimamente, se hacen al amparo de los contenidos de estas. Concretamente en el Reino Unido se han dictado dos sentencias que obligan a los propietarios de una web a identificar a los autores de comentarios ofensivos aparecidos en ella. En España, todavía, por los casos habidos, no se culpa a los autores de los insultos manifestados en comentarios o foros, sino directamente a los dueños de estas webs o a los autores de las agendas donde aparecen.
Pocas cosas exasperan más a Zalabardo que esa tendencia tan gratuita hacia el insulto en la sociedad que vivimos. Gilipollas o hijo de puta son expresiones que hoy circulan con toda naturalidad por doquier y a las que apenas si se les concede importancia. Y eso es lo más inocente que se dice. Por desgracia, para enfrentarnos a alguien con quien no sintonizamos, utilizamos antes el más desabrido exabrupto que cualquier razonamiento civilizado. Rivalizamos antes en proferir ofensas que en confrontar argumentos.
Hay muchas personas que defienden este tipo de lenguaje amparándose en que cumple más una función expresiva y enfática que auténticamente provocadora y ofensiva. Pero cada vez que hablamos de ello, Zalabardo me responde que, se diga lo que se diga, esa no es sino una manera soez y desagradable de hablar. Que no es sino una manifestación de nuestra falta de respeto hacia los demás. Se ve entre los jóvenes, se observa en la calle y no falta en muchos programas de televisión. Es casi un síntoma de nuestro tiempo, por desgracia.
Ahora parece que Internet supone una especie de impunidad para dar rienda suelta a todos nuestros malos instintos y a esa agresividad que, con o sin razón, muchas veces porque sí, volcamos sobre cuantos nos rodean. En el mundo de las agendas electrónicas ha surgido, no hace demasiado tiempo, la figura de los trolls. Se da este nombre a aquellos mensajes o comentarios a un blog que, de manera intencionada, buscan la confrontación con su autor, con ánimo de desacreditarlo o de ofenderlo; también se llama así a quien redacta estos comentarios. Normalmente, sus autores se amparan en el anonimato y en la oportunidad que otras páginas les ofrecen. Las buenas maneras se van perdiendo. Por suerte, me dice Zalabardo, se está empezando a poner coto a todos estos desmanes.

lunes, octubre 22, 2007


JUGAR CON EL IDIOMA
En el capítulo tercero de la primera parte del Quijote, libro humorístico donde los haya, cuando don Quijote previene al osado arriero que decide desalojar del pilar las armas que el caballero había allí colocado para velar, se pueden leer estas palabras: "No se curó el arriero de estas razones, y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud", donde Cervantes juega con el doble significado de curarse, 'hacer caso, preocuparse' y 'sanar'. Y Quevedo, en el capítulo tercero de El Buscón, nos informa de la avaricia de aquel licenciado Cabra diciéndonos de él que era "largo solo de talle", con lo que indica que era alto de estatura, pero que carecía de largueza o generosidad.
Estos juegos del lenguaje aparecen repartidos por toda nuestra literatura (la retórica se ocupa de explicar qué sea el calambur, la dilogía, la paronomasia, los palíndromos, etc.) e incluso la lengua común juega con todos estos efectos, más o menos cómicos. Quien más quien menos recordará aquello de "Te vendo un perro", a lo que el interlocutor responde: ¿Y para qué quiero un perro vendado", donde se juega con la confusión entre vender y vendar. Zalabardo, cuando le digo esto, me cuenta como anécdota sucedida en su etapa de colegial (aunque no creo que lo que me cuenta sucediese de verdad) que al requerimiento que hizo el maestro a un alumno compañero suyo: "Dime tres partes del cuerpo humano que empiecen por s", este respondió de inmediato con fuerte acento ceceante: "Lo'zojo, la'zuña y la'zoreja." Le digo que eso es tan mentira como aquella otra historia en la que un alumno preguntaba a su profesor si habichuela se escribía con h, a lo que este ofrecía la siguiente sorprendente respuesta: "Claro, so tonto; si no, diría habicuela."
Ahora, los políticos han comenzado su precampaña electoral (aunque ignoro si para los políticos existe un momento que no lo sea, de tanto como actúan, impelidos tan solo por el afán de ganar, o al menos no perder, votos), al PSOE se le ha ocurrido echar mano a lo que se podría llamar "el efecto Zapatero". Y como el pobre está tan crudo (alguna vez creo que dije, o lo dijo Zalabardo, que para el caso es igual, que al presidente le falta cochura) han decidido recurrir a su heterofonía de las d finales (mis compañeros me corregirán si la incorrecta pronunciación de un fonema no se llama heterofonía, que no lo sé). Sobre ello, además, han hecho un vídeo.
El presidente del Gobierno se ha apresurado a declarar que "con humor se puede decir todo", en lo que por otra parte, tiene más razón que un santo. Con humor, con educación y sin estridencias. Pero ya me pone en guardia que ese rasgo suyo no se quede en la pronunciación, sino que se lleve además a textos escritos, destacando, incluso, las zetas escritas en rojo: modernidaz, calidaz, capacidaz y así sucesivamente. Y, algo más, sinceramente me mosquea que trasladen el efecto a los mensajes SMS con que se citaba a los periodistas para dar a conocer la campaña. Reproducido aparece el mensaje de Pepiño Blanco en la imagen que ilustra este comentario. He de decir lo mismo que en el apunte anterior. Si se hace con pleno conocimiento de que es un simple recurso humorístico, vale. Pero aquí, con este juego de la ortografía, podríamos confundir a muchas personas que no tienen muy firmes conocimientos del tema (el ortográfico, no el político), si no es que esta gente a la que aludo ya está bastante confundida según comprobamos por los mensajes que envían a determinados programas de televisión cuyos responsables nos los van pasando por un cintillo en el borde inferior de la pantalla. Juguemos, pues, pero sin pasarnos.

viernes, octubre 19, 2007


T exo d -. Bss, tqm
A los que ya tenemos una cierta edad, ver un texto semejante al que encabeza este apunte nos suele dejar más bien lo que se dice en fuera de juego. Sin embargo, para los jóvenes de nuestro tiempo es moneda corriente en la comunicación mediante mensajes SMS en los teléfonos móviles o en los intercambios mediante programas de chateo.
A decir verdad, yo soy incapaz de escribir un mensaje en el que casa aparezca como ksa o todos quede reducido a t2. Si soy sincero, casi ni sé escribir un mensaje SMS emplee el sistema que emplee. Mi teléfono móvil es casi un mero elemento decorativo. Y de Zalabardo, ya no digo nada, pues, pese a todas las presiones que recibe, se niega a tener siquiera un teléfono móvil.
La primera clase de lengua en casi todos los niveles suele comenzar planteando el tema de la comunicación y de sus elementos. A los alumnos les explicamos, cómo no, que el código es un conjunto de signos y de reglas para su combinación del que nos servimos para crear los mensajes. El sistema empleado para escribir un mensaje en un teléfono móvil es, según lo anterior, un código con todas las de la ley que los jóvenes suelen dominar casi a la perfección mientras que los mayores nos sentimos agobiados cuando hemos de interpretarlo y no digamos ya cuando necesitamos utilizarlo. En este código, las vocales casi desaparecen y, así, b es tanto be (bstia / bestia) como ve (brmos / veremos); x es indistintamente por (x la trd / por la tarde), ch (muxo / mucho) o x (xpulsar / expulsar); xo es pero, cn es con, xa es para y así sucesivamente, que tampoco es cosa de transcribir ahora todo el sistema.
Lo malo no está en eso, si con ello se persigue consiguir rapidez en la comunicación y ahorro en el gasto. Lo malo es cuando hay problema con los registros. Esta idea que expongo aquí no es original mía, sino que la leí hace ya tiempo en un artículo del académico Ignacio Bosque: venía a decir que si los jóvenes utilizan este sistema, como digo, para ahorrar tiempo y dinero, y a la vez son conscientes de que se trata de un código restringido, no hay el menor inconveniente. Lo grave viene cuando no se sabe distinguir el ámbito de uso de dicho código y se termina por confundir entre este y el código lingüístico común. Entonces, no solo es desaconsejable, sino que podemos estimar que resulta hasta peligroso.
Cualquier docente puede contarnos cómo este "código de móviles" ha pasado a la escritura común de muchos jóvenes y sus ejercicios están llenos de frases como ste exo es muxo + imxtnte (este hecho es mucho más importante), aunque el ejemplo que pongo nos parezca algo exagerado. Todo ello va redundando, aunque a alguien le suene, repito, a exageración, en una pobreza del lenguaje que debiera ponernos en guardia. Un dato: hace unos años, los alumnos de COU leían Tiempo de silencio, de Martín Santos. Hoy, los alumnos de segundo de bachillerato, nivel equivalente, difícilmente entenderían esta novela y les cuesta entender La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Y no quiero hablar de las lecturas de secundaria.
En el título, si es que alguien no lo ha entendido, dice: Te echo de menos. Besos, te quiero mucho.

jueves, octubre 18, 2007


EL DESPRECIO POR SABER
Cuando hoy he regresado del instituto, Zalabardo me ha debido notar en el gesto que venía contrariado y me ha preguntado por lo ocurrido. Como tanto el uno como el otro apenas si podemos ocultarnos nada, le he contado lo ocurrido. He debido recriminar a un grupo de primero de bachillerato, en la asignatura Medios de Comunicación, por su escasa disposición ante una tarea que les había encomendado. Se trataba de leer un artículo de prensa de poco más de treinta líneas y comentar su contenido. Para más inri, les ofrecía la pauta de buscar respuesta en el texto a una serie de preguntas como ayuda para una mejor y más rápida comprensión. ¿Hay que copiar las preguntas?, ¿es preciso leer el artículo?, ¿esto es para hoy? son algunas de las insólitas dudas que se les ocurría plantearme. Y no digamos nada de los que declaraban no entender el texto. Eso ya casi me sacó de mis casillas y tuve que decirles que aceptaba que me dijesen que son unos vagos y que no querían trabajar o que me dijesen que mejor preferirían hacer otra cosa; pero que de ninguna manera podía creer que unos alumnos de bachillerato declararan sin ruborizarse que no entendían un texto de escasa dificultad.
Estamos ante una de las consecuencias de un sistema aberrante en muchos de sus supuestos. Estamos, lo digo con desespero, ante un sistema que prefiere maquillar como sea, lo he dicho en otras ocasiones, el índice de fracasos antes que investigar cuáles sean las causas que los provocan. Todo empezó despreciando los conocimientos y minusvalorando el esfuerzo. Se hablaba de contenidos procedimentales como preferibles a los conceptuales; hoy se habla de anteponer las competencias al dominio de los conceptos. Al final, ni procedimientos, ni conceptos, ni competencias, ni nada. El caso es promocionar como sea. Cada gobierno, lo decía el otro día Duran Lleida, viene con su propio proyecto educativo bajo el brazo y que nadie lo saque de él, cuando la verdad es que falta un gran pacto nacional por la educación. Resultado: los jóvenes, y los no tan jóvenes, presumen de no saber. Zalabardo dice a este propósito que él tenía un pariente que confesaba no aprender las cosas para no tener que hacerlas. Otro despropósito, en este caso que me ocupa, es que el grupo está formado, en casi su mitad, por alumnos que habían solicitado cursar la optativa de Informática y, al no poder ser atendida su petición, "se los coloca" en una opción diferente. ¿Para qué se les hace entonces la oferta?
Todo eso va dejando su poso y el ambiente de trabajo, lógicamente, se resiente. Y luego, cuando esos jóvenes se hacen profesionales, pasa lo que pasa. No sé si ocurrirá igual en todas las áreas del conocimiento, pero yo lo veo en todo aquello que afecta al lenguaje. Por ejemplo, el diario gratuito Metro informaba en su portada el martes pasado de que un suboficial del ejército fue disparado por la espalda por dos individuos. Si la persona que redactó ese texto recordara mínimamente las clases de sintaxis recibidas en su etapa de estudiante tendría que recordar que el sujeto de una oración pasiva, como la que escribe, es el complemento directo en construcción activa; eso quiere decir que 'la cosa disparada' sería el suboficial, lo cual es una barbaridad, ya que el pobre suboficial es el complemento indirecto, es decir, 'quien recibe o padece el disparo'. En resumidas cuentas, que esta persona pudo ser tiroteada, pero nunca pudo ser disparada. Además, si miramos en el diccionario, veremos que disparar, cuando significa 'despedir su carga un arma', suele funcionar como intransitivo. Pero, aunque no se sepa muy a fondo la gramática, lo que digo se podría conocer por simple lógica, por mera intuición lingüística.
Un ejemplo semejante: hace algunos días más, El País escribía en una entradilla: El Chino, uno de los terroristas que se suicidó. Cualquiera debería saber que el pronombre relativo que, sujeto del verbo suicidó, es terroristas, por lo que dicho verbo, por simple cuestión de concordancia, debería ir en plural; es decir, El Chino, uno de los terroristas que se suicidaron. Porque, por otra parte, es verdad que se suicidaron varios y no solo ese de quien hablan
Al final, le digo a Zalabardo que no se preocupe por mis enfados en clase ni por mis alumnos, que los enfados me pasan pronto sin dejar huella y a ellos mañana ya estaré de nuevo tratando de prestarles mi ayuda en este dificultoso camino del aprendizaje, porque en lo que sí les doy la razón es en el hecho de que nadie tiene vocación de estudiante.

miércoles, octubre 17, 2007


LA ÓRBITA DEL PLANETA
Cuando veo la cara que me pone Zalabardo una vez que he terminado de escribir el título del apunte, lo tranquilizo aclarándole que no tengo intención de tratar ningún tema relacionado con la astronomía, sino otro bastante menos sidéreo y más de raíz material, aunque pueda jugarse con el doble sentido de las palabras. Porque lo que hoy deseo comentar es el fallo del último premio Planeta de novela que, como ya sabréis todos, ha ido a parar a manos de Juan José Millás, que ha terminado imponiéndose sobre Boris Izaguirre, finalista.
Los premios literarios en España tienen una tradición buena y otra no tanto. Al principio, fueron un acicate y un reconocimiento al esfuerzo de los jóvenes autores, que veían en ellos un modo de extender el conocimiento de sus nombres y de sus obras en un ámbito en el que la literatura no terminaba de estar bien considerada y el oficio de escritor poco reconocido. En esas, en 1945, se creó el premio Nadal y su primera ganadora resultó ser la novela de Carmen Laforet Nada que, juntamente con un título aparecido poco después, La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, abrirían el camino a los que se denominaron novelistas del medio siglo.
Poco después, se creó el premio Biblioteca Breve, en 1959 y el Formentor, en 1960. Fueron la luz y guía de todos los demás. Entre ellos, un andaluz afincado en Cataluña, José Manuel Lara, fundaría el premio Planeta, que terminaría por ser el más de lo más, gracias a su suculenta dotación económica: 40 000 pesetas en su primera edición, 601 000 euros en la actual. Casi nada.
Y en tal circunstancia radica lo bueno y lo malo, según se mire, de dicho certamen, pues el monto de su dotación casi exige que los títulos premiados se conviertan en éxitos de venta, ya que el fin principal de su creador no parece que fuera el de premiar el esfuerzo y genio creador de un plumilla o juntaletras, como despectivamente se llama a los escritores en el mundo de la edición, sino el de alcanzar un pelotazo editorial. El premio de mayor dotación requiere un libro que sea el de mayor índice de ventas. Así de claro.
Zalabardo me pregunta si tengo alguna prueba de lo que digo. Naturalmente, he de contestarle que no, como no creo que la tenga nadie. Pero los indicios parecen abonar la tesis, que sería la siguiente: el ganador habrá de ser cada año un escritor mediático; si a la vez surge algún escándalo o momento de tensión entre el jurado, mejor que mejor, y el finalista no debe quedarle muy a la zaga. O dicho en plata: que sea un premio por encargo, pero sin que se note, aunque se sospeche. La lectura de la lista de los ganadores en los últimos años, parece abonar la tesis, con nombres como Cela, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Skármeta, Álvaro Pombo... Autores, muchos de ellos, que, aun estando en la órbita del Planeta, no necesitan de ninguna clase de premio para ser leídos, y que se convierten en reclamo para que el libro sea comprado por quien no acostumbra a adquirir ningún otro.
Este año, la jugada parece diseñada por un maestro de la estrategia: Millás, ¿quién duda de su calidad?, más conocido por el gran público por sus colaboraciones en radio, televisión y prensa, y el inefable Boris Izaguirre, monstruo mediático, glamuroso y rompedor de tabúes donde los haya. Le confieso a Zalabardo que, con este panorama, una duda me queda: quién venderá más libros, el finalista o el ganador. En cualquier caso, quien de verdad va a ganar es el editor.
Ah, Zalabardo me recuerda que pida disculpas por una errata deslizada ayer: el título del documental de Al Gore es Una verdad incómoda, y no Una verdad inquietante como allí se escribía. Dicho queda.

martes, octubre 16, 2007



MEDIOAMBIENTE

Le he contado a Zalabardo la conversación que hemos tenido hoy, durante el desayuno, Rafael López, José Luis Rodríguez y yo y me ha sugerido que la reproduzca aquí, si no con toda clase de pelos y señales, al menos en sus elementos esenciales. Todo surgió a propósito de la concesión del premio Nobel de la Paz a Al Gore y al equipo de expertos comisionado por la ONU para alertar al mundo sobre los efectos del cambio climático.

Conocida es la polémica existente entre quienes defienden el papel fundamental del hombre como causante de los cambios que se están produciendo en el clima y que nos están llevando a una situación insostenible y quienes opinan que los cambios son debidos a causas por completo naturales que obedecen a un proceso cíclicamente repetido; estos escépticos defienden que la participación del hombre en el cambio es muy inferior a la que la propia naturaleza tiene. Yo hubiese apostado a que, de los dos interlocutores de esta mañana, Rafa López, físico, sería el más escéptico, pero mira por dónde, él es el más proclive a la defensa de las tesis de Gore en su premiado documental Una verdad inquietante, mientras que José Luis, el biólogo, resulta ser quien se muestra más descreído. Le preguntaba yo, que de esta terna soy el menos informado, si está de acuerdo con quienes, entre ellos la COPE, consideran a Gore un farsante y decía que desconoce la postura de la emisora de los obispos, pero que piensa que hay contradicciones graves entre las tesis y el comportamiento empresarial del americano. Y respecto a quien pueda tener más incidencia sobre el cambio climático, aseguraba que una simple erupción volcánica lanza a la atmósfera mayor cantidad de CO2 que cualquier emisión de origen humano.
Hablábamos de si hay o no pruebas que demuestren el origen natural de cualquier cambio climático o, por el contrario, la fuerza de la intervención humana. Parece que el hecho constatable es que quienes apoyan la segunda tesis sí se preocupan de aportar argumentos en favor de la idea (Rafa aludía, como mero ejemplo, a la desaparición de las masas forestales), mientras que los que mantienen la tesis del origen natural y cíclico solo se limitan a decirlo, como ocurre, por ejemplo, con el propio Bush, presidente del país máximo productor de gases de efecto invernadero, que menosprecia las tesis de Kyoto. De cualquier forma, parecíamos concluir en que a Al Gore, sea como sea, nadie le podrá quitar el mérito de haber creado una toma de conciencia bastante generalizada en torno al problema. Yo decía que, en círculos menos amplios, no podemos olvidar la tarea que, desde hace años, realizan personas como Miguel Delibes (autor de Un mundo que agoniza) y su hijo, Miguel Delibes Castro. Ambos firman el no menos interesante libro La Tierra herida.
A propósito, Zalabardo me indica que deje aquí constancia de que la Academia, en su Diccionario panhispánico, recomienda que, aunque de forma mayoritaria se escriba medio ambiente, se adopte la forma medioambiente ya que en la pronunciación general el primero de los elementos de este compuesto se hace átono, como sucede con otros compuestos tales como sacacorchos, portafolios o parachoques.

lunes, octubre 15, 2007


¿Y QUÉ CULPA NOS CABE?
Después de haber estado unos días campeando por tierras de la Sierra Norte sevillana, me encuentro a Zalabardo algo mohíno porque él ha debido quedarse por aquí durante el largo fin de semana, aunque estoy seguro de que no me guarda ningún rencor por ello. Le comento el efecto tan agradable que produce en el ánimo estar cuatro días separado de todo acontecimiento exterior, sin prensa, ni radio ni televisión, solo atento al canto de los pájaros en las enramadas o al murmullo del aire entre las copas y del agua entre las peñas.
En estos días que he faltado de aquí y hemos tenido cerrada la agenda, he podido observar cómo Zalabardo ha estado ordenando algunas fichas sobre erratas y despistes más o menos graves que habíamos estado recogiendo en los días previos a la marcha. Los ponemos sobre la mesa y comprobamos que, aunque la mayoría son de naturaleza ortográfica, no todos responden al mismo tipo, ya que algunos son de estilo o de construcción. También observamos que estos despistes se dan en todos los medios, pues las muestras han sido sacadas de programas de televisión, programas de radio, prensa escrita y prensa electrónica.
En cualquier caso, los errores no son peccata minuta, cosa de poca importancia, ni por el número, ni por el espacio de tiempo de recogida de la muestra, que fueron tan solo cuatro días. Ello nos debería obligar a reflexionar sobre las graves deficiencias que se dan en quienes lo normal sería una utilización del idioma no lacerante. ¿Y de quién es la culpa? Sería muy fácil y socorrido decir que es del sistema porque permite que los alumnos pasen de la primaria a la secundaria, y de esta al bachillerato y de este a la universidad con un nivel de conocimiento de la lengua tan ínfimo, lo cual, por otra parte, es verdad. Pero también es verdad que el sistema, pese a todas las tachas que queramos achacarle, lo aplicamos nosotros, los profesores, no solo los de lengua, sino los del conjunto de todas las materias. Por tanto deberíamos aceptar la parte alícuota de responsabilidad que nos pertenece. Si el sistema consagra que progresar adecuadamente no es alcanzar el nivel de conocimientos, procedimientos y actitudes considerados propios de una determinada etapa, sino lograr una simple mejoría, por ínfima que sea, respecto al punto de partida de los alumnos, en nuestras manos debería estar forzar la situación para que el grado de preparación alcanzado sea el apropiado y no el requerido por los políticos para maquillar sus estadísticas. Siempre sería mejor hacer repetir a un alumno no preparado que consentir su promoción al curso siguiente con hasta diez y catorce asignaturas negativamente calificadas. Sería un daño que busca producir un beneficio en lugar de conceder un beneficio que tiene como consecuencia un daño.
Y vamos con los errores hallados en, como digo, únicamente cuatro días: un presentador de un concurso de Telecinco le decía al concursante: *Tú todavía te quedan algunos segundos, sin reparar en que solo puede ser sujeto (que en la oración es algunos segundos) y que debería haber dicho a ti todavía te quedan... Claro que un comentarista de la COPE no se quedaba atrás y afirmaba tan ricamente que el presidente Zapatero *andó despierto en esa ocasión, sin notar que quien no anduvo despierto fue él, por desconocer que andar es un verbo irregular. En La Opinión se hablaba de la Alta Velocidad *férrea, en lugar de ferroviaria, que es lo adecuado, mientras que El País explicaba que se baraja la hipótesis de que la bomba se *halla activado... (¿cuántas veces les decimos que escriban que haya, de haber, es con h y con y?) y, en el mismo día, nos informaba de que la FIFA aplica unos *varemos... (¿de varar o de baremar?) Por fin, en elpais.com nos enterábamos de que Ronaldinho *a jugado un gran partido. ¿Será que el redactor no conoce el uso de a frente al de ha? Se me dirá que eso es imposible. ¿A qué se debe entonces tanto error? Alguien debería pensar sobre el asunto.

miércoles, octubre 10, 2007


TRATADO DE URBANIDAD
El pasado viernes por la mañana, me decía Javier López que creía saber cuál sería el tema del apunte de aquel día en esta agenda que tan amablemente me cede Zalabardo. Me extrañó su predicción porque, si bien es verdad que en ocasiones, ya lo he dicho, se me acumulan los asuntos y me cuesta decidirme por alguno de ellos, lo cierto es que son más las veces que me siento ante la pantalla sin tener una idea clara de qué tema tratar.
El tema que pronosticaba Javier era el del dvd que las Juventudes Socialistas han grabado con el fin, dicen ellos, de promocionar la enseñanza de la nueva materia Educación para la ciudadanía, aunque el fin más profundo, digo yo, es el de ridiculizar al PP. Zalabardo y yo ya habíamos hablado del tema y ambos coincidíamos en considerarlo un producto que no merecía darle más importancia de la poca que tiene.
Pero después de aquello, Zalabardo ha vuelto a plantearme el asunto y veo que ha cambiado un tanto de opinión, haciendo también que yo me replantee la mía. En este segundo análisis ya no nos ha parecido tan inocuo; incluso Zalabardo ha utilizado, para definirlo, los adjetivos inicuo y zafio. Le he preguntado la razón de su cambio de opinión y me ha respondido que si bien actuar en favor de una idea es siempre digno de elogio, cree que nada hay peor que hacerlo no ya por el bien de algo sino buscando el mal para algo o alguien. Que ninguna defensa de una idea justifica el insulto y la humillación de quien mantenga la contraria. Y concluye con que, aunque vivimos en una sociedad en la que, sobre todo en política, parece imperar el principio de "al enemigo ni agua", él siente que encaja más en aquel otro ambiente, tal vez más romántico y por ello también más iluso, en el que se prefiere tener adversarios en lugar de enemigos.
Entonces recordé algo que no sé si he contado con anterioridad, pero que a Zalabardo no se lo había relatado nunca. Hace años, se avecinaba una elección para cubrir la dirección del instituto, un grupo de compañeros me citó a una reunión en la que se iba a hablar de tal circunstancia. Llegados al lugar de la cita, supe que el fin de la reunión, así de claro se dijo, era diseñar una candidatura fuerte que impidiese el triunfo de la otra que ya había. Al momento expuse mi opinión: estaba dispuesto a colaborar en cuanto significase buscar un mejor funcionamiento del instituto, pero me negaba a trabajar con el exclusivo objetivo de poner la zancadilla a nadie. Y me marché de allí. Lo que pasó después lo saben los pocos que aún quedan de aquella época.
Zalabardo reflexiona un momento sobre lo que le he contado y me dice que las cosas de ahora, como eso del dvd, suceden porque, aunque se pretenda enseñar ciudadanía, se carece de urbanidad. Le pregunto si acaso no son la misma cosa, la ciudadanía y la urbanidad, y me responde que, aunque debieran serlo, no lo son. Se levanta, sale, y regresa hasta mí con un librito en la mano. Me alarga el diminuto volumen ajado por el uso y veo que es un Pequeño tratado de urbanidad. Lo abro y en leo en la primera página: "¿Qué es urbanidad? El conjunto de reglas a que debemos ajustar nuestras acciones para hacer amable nuestro trato en sociedad." Lo cierro y se lo devuelvo. Me dice que lo que pasa es que ahora hay demasiada crispación. Que hemos llegado a un nivel en el que todo vale, el insulto, la insidia, la mentira, lo que sea, con tal de robarle un voto, un elogio, un mérito a los demás. Le planteo si no cree que ese es un juicio negativo en exceso, si no habrá alguna excepción a lo que dice. Me responde a su vez con una pregunta: si creo que hay otra razón más fuerte por la que él no se sienta ligado a ningún grupo o partido. Pero habrá que defender alguna idea, trato de razonarle, y me interrumpe: claro que sí, siempre que esa defensa no suponga perder el respeto por los que piensan de forma diferente. Mis ideas son mías, concluye, y ningún partido tiene derecho a apropiarse de ellas para manejarlas según las conveniencias de cada instante.

martes, octubre 09, 2007


EL LIBRO ROJO DEL COLE
Muy pocos de quienes me lean recordarán El libro rojo del cole, libro a cuya portada pertenece la ilustración que he elegido para el apunte de hoy. Es preciso llevar más de veinticinco años en la enseñanza para acordarse de él. Se publicó a finales de 1979; hacía cuatro años que Franco había muerto y apenas uno que se había aprobado la Constitución. Por entonces, los enseñantes, y el resto de la sociedad, sentíamos la necesidad de sacudirnos los efectos de una dictadura tan larga como la que habíamos padecido. El libro rojo del cole iba dirigido a escolares de enseñanzas medias y hablaba en un lenguaje asequible a ellos de temas que hoy no extrañarían a nadie y en un tono que, hoy, incluso haría reír a los más inocentes: el sistema escolar, los profesores y los alumnos, la participación, la sexualidad, las drogas...
El libro rojo del cole nos tuvo en tensión, al menos aquí en Málaga, a los profesores de instituto, no recuerdo si aquel año o el siguiente. Un profesor, Pepe Sánchez, lo había recomendado a sus alumnos como libro de lectura. Alguien lo denunció ante las autoridades académicas, escandalizado por el contenido del libro. ¿Algún padre, algún compañero, la inspección educativa? Da igual. Pepe Sánchez fue expedientado por recomendar tal lectura. Los compañeros se movilizaron en su defensa y en protesta por lo que se consideraba un grave atentado a la libertad de cátedra.
Hoy, cuando he vuelto a casa, Zalabardo me esperaba con El libro rojo del cole en la mano. Le he preguntado, lógico, a qué venía tal circunstancia, teniendo en cuenta, además, que ese ejemplar debía estar escondido en uno de los rincones más inaccesibles de mi biblioteca. Serio, más serio de lo que lo haya visto nunca, me ha respondido que quería que reparara en lo bajo que hemos caído los profesores si ya no nos inmutamos ante lo que le ocurra a un compañero. Me he quedado callado porque he comprendido por dónde iba.
Me enteré esta mañana antes del comienzo de las clases: Antonio Escámez, director del IES Torre del Prado, fue agredido de gravedad el pasado viernes por haber aplicado una sanción disciplinaria a un alumno. No es el primero, lo sé; tampoco será el último. Nosotros, mientras tanto, permanecemos callados. Algunos, en su interior, van más allá y rezan eso de Virgencita, que me quede como estoy. En esto, las autoridades académicas, leo, destacan que el agredido, Antonio Escámez, es un docente muy entregado a su labor y que esta es la primera vez que sufre una agresión. Menos mal; esperemos, pues, a que lo vuelvan a agredir para aplicar el remedio debido.
¿Qué hacemos nosotros ante el suceso? Nada. Seguimos dando nuestras clases como si todo fuera de seda. El claustro no se reúne, ni por decisión de la Directiva ni a petición de parte, para mostrar nuestra solidaridad con el compañero agredido y pedir, seriamente, que se pongan de una vez los medios que eviten la violencia (contra profesores y alumnos) en los centros escolares y protejan la dignidad (y, a lo que se ve, la integridad física) de los profesores. Y no digamos nada de sugerir un paro con el que exigir, a las autoridades académicas y a la sociedad, la consideración que nuestra función merece.
Lo malo, pienso, es que nuestros superiores no recuerdan ya El libro rojo del cole; y si lo recuerdan, miran hacia otro lado. No sé qué será peor.

lunes, octubre 08, 2007


ANDALUCÍA
Llevamos un tiempo revueltos con los excesos de los nacionalistas de uno y otro cuño, que de todo hay. Que Zalabardo y yo no nos sentimos nacionalistas (tal como muchos entienden el término en la actualidad, y que consideramos que todos los nacionalismos (tal como muchos los entienden hoy) obedecen a actitudes ya superadas y trasnochadas es cosa sabida por cualquiera que haya leído algunos de los apuntes de esta agenda. Sin embargo, debo decir que, aunque no nos sintamos andalucistas (un nacionalismo como los demás), sí es cierto que tenemos muy clara conciencia de ser andaluces. Porque si lo primero es un concepto excluyente, ya que el nacionalista no se siente ninguna otra cosa, lo segundo es un concepto que no está regañado con ningún otro y que salta cualquier barrera. Pues el nacionalista solo mira hacia dentro, solo es capaz de contemplar su propio ombligo. Por ejemplo, ¿qué era aquella sosa e inane campaña que nos pedía "hablar andaluz"? ¿Qué es hablar andaluz: aplicar la norma oriental, la occidental, seguir el modelo sevillano?
En 1968, va ya para cuarenta años, Alfonso Grosso escribió un ensayo titulado Andalucía, un continente en miniatura, que la Universidad de Sevilla volvió a publicar cuatro años después como primera parte del volumen Andalucía, un mundo colonial. De ese ensayo sobre nuestra tierra, siempre me atrajo y emocionó el siguiente párrafo: "Cuando buena parte de Europa no era más que un glacial, y ni Roma era Roma, ni Grecia era siquiera Grecia aún, Andalucía era ya Andalucía."
Y es que en la Biblia, en el capítulo 10 del Libro de los Reyes, se dice que al reino de Salomón, "cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones." No olvidemos que Tarsis, la histórica Tartesos del rey Gerión, era Andalucía. Y que en el siglo II antes de Cristo, Estrabón ya hablaba de aquellas danzarinas de Cádiz, las puellae gaditanae, las jóvenes de Cádiz a las que Juvenal, en el siglo I, dedicó tantos elogios y tan celebradas eran en Roma.
Desde hace tiempo, a Cádiz se le viene atribuyendo el honor de ser la más antigua ciudad del occidente, con tres mil años de antigüedad. A finales de los setenta, con posterioridad, pues, al texto citado de Grosso, en El Puerto de Santa María se encontraron los primeros vestigios que pudieron catalogarse sin duda alguna como fenicios en la bahía gaditana. Ahora, treinta años después, unas excavaciones en Cádiz han encontrado restos de un asentamiento urbano correspondiente al siglo VIII antes de Cristo. La Cádiz fenicia de la que siempre se ha hablado parece haber salido a la luz.
Me pregunta Zalabardo a qué viene toda esa exposición de datos. Le contesto que simplemente pretendo dejar constancia de que Andalucía es previa a cualquier postura nacionalista que queramos defender, ya sea desde los partidos, desde la Junta o desde Canal Sur. Andalucía siempre se ha abierto a todos y se ha entregado a todos, sin reservas. Andalucía es anterior a todos nosotros, con sus cosas buenas, malas y regulares, y, sin duda, Andalucía permanecerá cuando ya todos hayamos desaparecido y, con nosotros, nuestras frágiles ideologías. Si tuviéramos dos dedos de frente, manifestaríamos por Andalucía y lo andaluz más respeto del que le demostramos ahora.

viernes, octubre 05, 2007


EUROPA, PERO MENOS
Zalabardo, que, pese a no ser desconfiado se manifiesta escéptico en bastantes cosas, me hablaba el otro día de que considera que la Unión Europea es una utopía muy bonita y atractiva, pero aún algo lejos de realizarse en plenitud, por mucho que nuevos países se sumen al proyecto y otros más hagan cola. Yo, más cándido que él, me pregunto a veces a qué vienen esos prontos que le afloran en la superficie como una erupción violenta que ha de ser tratada con una inyección de urbasón o algo por el estilo.
Y, como casi siempre, compruebo cuando ya es tarde que sus reacciones siempre obedecen a una razón bien concreta. Esta vez, creo, puede que responda a que ha visto encima de mi mesa una hoja con anotaciones de equivalencias entre unidades del sistema decimal y otras del llamado Sistema Imperial Británico. Si alguien piensa que mi mesa debe parecer un cajón de sastre, tiene razón. ¿Por qué tenía yo allí eso? Pues porque en aquel momento había leído que una Comisión Europea había renunciado a imponer a Gran Bretaña e Irlanda el Sistema Métrico Decimal. A mano, en el margen de la hoja, había escrito, inocentemente: "estos ingleses, siempre a lo suyo."
De todas formas, me hago el despistado y le reclamo aclaración sobre esa euroescéptica tesis que parece querer exponerme. Lo primero que le sale a relucir es su vena social y me pregunta si yo creo que los españoles consideramos nuestros iguales a los rumanos que corretean por las carreteras de La Mancha, o a los búlgaros, polacos y demás centroeuropeos que circulan por nuestras ciudades.
¿Creéis que me da tiempo para responder? Continúa afirmando que no es necesario fijarse en esos nuevos europeos, que centremos nuestra atención en los que pudiéramos llamar de pata negra. ¿Piensas, dice, que los ingleses se consideran iguales en derechos a nosotros? ¿Por qué el Reino Unido no se incluye en la llamada eurozona y mantiene contra viento y marea su moneda nacional? ¿O Dinamarca? ¿O Suecia? El euro, que nadie lo dude, es la moneda oficial de Europa, pero no es, todavía, la moneda común de todos los europeos.
Para ese momento, Zalabardo estaba ya que no había quien lo contuviera. Seguía con los ingleses. Nosotros, rugía, conducimos por la derecha; ellos, por la izquierda, por fastidiar. Y ahora se han salido con la suya en eso de las medidas. ¿Sabes que incluso existía una asociación denominada Mártires del Sistema Métrico, con el frutero Steve Thoburn al frente, que luchaba por el mantenimiento del Sistema Imperial? El común de los europeos medimos las distancias en kilómetros; ellos, en millas. Nosotros calculamos la longitud, la altura y la profundidad en metros y centímetros; ellos, en pies y pulgadas. Nosotros pesamos en kilos y gramos; ellos, en libras y onzas. Nuestras superficies las medimos en áreas y hectáreas; y ellos, en acres. La gasolina de nuestros coches las compramos por litros, mientras ellos lo hacen por galones. Pero si hasta las cervezas se las toman por pintas, que, por no ser, no son ni siquiera medio litro.
Sigue relatando que para todo el ámbito de la Unión Europea será obligatorio el etiquetado según el sistema métrico, aunque con la recomendación de usar también el equivalente al sistema imperial, para facilitar las exportaciones a Gran Bretaña y a EE UU, donde se utiliza el mismo sistema. Como me tiene ya cansado y no deseo que me caliente más la cabeza, doy media vuelta y lo dejo solo. En la distancia, oigo cómo permanece, no se ha dado cuenta de mi huida, recitando su salmodia más antibritánica que europeísta. Supongo que ya se le pasará, pues Zalabardo no es demasiado visceral en sus diatribas.

jueves, octubre 04, 2007


LA FÁBRICA DE LAS PALABRAS
Le enseño a Zalabardo un programa que ha llegado al instituto, anunciador de un congreso sobre enseñanza que se celebrará en Jerez de la Frontera los próximos días 12 y 13 de noviembre. Su título: maestros y maestras profesores y profesoras en la educación andaluza: 150 años de historia. Así, tal como lo escribo. Los diseñadores modernos no parece que se lleven ni bien ni mal con los signos de puntuación ni con las mayúsculas; simplemente, no se llevan. Pero no es eso lo que le quiero enseñar, como tampoco lo de 'maestros y maestras'. Ya hemos hablado bastante sobre el asunto. Lo que le quiero mostrar es una palabra: feminario. Sí, así como suena, pues el programa anuncia una exposición dramatizada a cargo del Feminario del IES Santa Isabel de Hungría. Busco la palabra en cuantos lugares conozco que me podrían dar información sobre ella. Ningún diccionario la recoge. Sin embargo, su significado es fácil de entender. Si pensamos en abecedario, anecdotario o seminario, deduciremos que la palabra feminario designa un colectivo de mujeres o dedicado a temas relacionados con la mujer. Compruebo que, a través de Internet, esta palabra tiene amplia difusión.
¿De dónde salen las palabras? ¿Cuál es la fábrica que las produce?, me pregunta Zalabardo. Le digo que inventar palabras es fácil. Que la fábrica por la que él pregunta somos un colectivo de alrededor de cuatrocientos millones de personas que tenemos en común utilizar el mismo código comunicativo. Este código está integrado por un conjunto de signos y reglas mediante las cuales podemos crear otros signos; en resumidas cuentas, un conjunto de palabras. Y, lo hemos dicho en otras ocasiones, las palabras nacen, se desarrollan y mueren. Las palabras están ahí para que juguemos con ellas y nos entendamos con los demás. ¿Qué hizo si no ese chileno llamado Vicente Huidobro cuando escribió aquello de Viene gondoleando la golondrina / Al horitaña de la montazonte / La violondrina y el goloncelo... en su libro Altazor. O como hizo Torrente Ballester en La saga/fuga de J. B. O como propone, finalmente, Jesús Marchamalo en La tienda de las palabras.
Quiero decir que no debemos tener miedo a inventar palabras. Los medios existen: derivación, composición, acrónimos, etc. Si hay suerte, a lo mejor alguna triunfa, se generaliza, y termina por hallar su lugar en el diccionario. En el peor de los casos, se utilizará alguna que otra vez y terminará en el limbo. Ayer, Elvira Lindo publicaba una columna bajo el título Juvenilismo; con tal palabra quería aludir a la actitud de algunos, especialmente políticos, que toman medidas que afectan a los jóvenes cuando se acerca un periodo electoral. También ayer, encontré una bitácora que tiene por nombre Enhumorados; ¿verdad que es bellos nombre? O si seguimos el tema de ayer, el de las fobias, podríamos hablar de la liceofobia, aversión que sienten los jóvenes hacia el centro escolar (¿quién tiene vocación de estudiante?). Tal como se puede escribir a vuelapluma, ¿por qué no podemos hacer algo a vuelamano?
Todos los ejemplos son palabras inventadas. Pero miremos una que nuestros jóvenes conocen bien: piarda. ¿Quién la inventó? No viene en ningún diccionario oficial, que yo sepa. Ni siquiera en el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada; solo la he visto en vocabularios específicos referidos al habla de Málaga: el de Cepas, el de Álvarez Curiel, el de Antonio del Pozo. Y la he oído contantemente en boca de nuestros alumnos: el sustantivo piarda y el adjetivo piardero.
Quien siga estas notas sabrá que, de vez en vez, aparecen algunos juicios peculiares que solo se entenderían si admitimos que son propios de Zalabardo; o sea, zalabardescos. Otra palabra nueva.

miércoles, octubre 03, 2007


HORROR VACUI
Miedo a los espacios vacíos. Se dice especialmente en el terreno de la creación artística para referirse a ese miedo por dejar espacios sin rellenar, lo que conduce a caer en una profusión de elementos ornamentales. Se dio, por ejemplo en periodos como el barroco y similares.
También es aplicable al campo de la escritura, en el que quiero centrarme hoy, para hablar del miedo a la hoja en blanco. Es esa especie de pánico que nos invade cuando nos vemos ante la blancura del papel, o de la pantalla del ordenador, y nos sentimos obligados a tener que rellenar tanto espacio y, por un instante, somos incapaces de escribir la primera palabra que arrastre tras ella a las demás.
De ello hablaba hoy a mis alumnos en clase para tratar de convencerlos de que ese temor hay que vencerlo, porque es posible que sea más aparente que real. A los jóvenes, a muchos de ellos, les cuesta escribir; sienten un pudor casi invencible a reflejar en el papel sus opiniones, sus juicios, sus valoraciones sobre cualquier tema. Les dije que a mí también me asalta esa sensación cada vez que abro una nueva página de esta agenda. Aunque sepa de qué quiero hablar, hay días que me cuesta arrancar. Y estoy seguro de que Zalabardo no escribe, y me cede su agenda, por la misma razón, como le he dicho a él tantas veces. Porque no es posible que un joven no pueda escribir más que cinco o seis líneas sobre cualquier tema que se le proponga. Ese miedo hay que perderlo; basta proponerse escribir siquiera una línea más, aunque sea luchando con la mano que se niega a obedecer. José Francisco, que escribe cosas con más enjundia que esta humilde agenda, nos podría decir bastante sobre la cuestión.
Nuestra existencia está plagada de manías, de miedos como este que estoy tratando. En este campo de los miedos, de los horrores a algo, el diccionario está bien repleto de palabras que les sirven de apoyatura. El prefijo -fobia sirve para generar tales vocablos. Y ya que hablamos de los jóvenes y uno de sus miedos, podríamos hablar de la eritrofobia, el miedo a ruborizarse. Y también están muy extendidas la agorafobia, el miedo a los espacios abiertos o a hablar en público y su contrario, la claustrofobia, el miedo a los lugares cerrados. Algunos, llevados por su rechazo de la luz, fotofobia, se ocultan en lugares oscuros. Hay quien tiene temor a la noche, nictofobia, como quien siente miedo pánico a caer enfermo, nosofobia o patofobia, y quien se horroriza ante la muerte o los muertos, tanatofobia y necrofobia. Como quien teme a las alturas, acrofobia, o a volar, aerofobia.
En ocasiones, ese miedo inicial se transforma y va un poco más allá, convirtiéndose en aversión obsesiva. Entonces la fobia deja de actuar en nosotros mismos para reflejarse hacia los demás. Eso pasa con la anglofobia, francofobia, hispanofobia, aversión por lo inglés, lo francés, lo español, etc.; la androfobia y la ginefobia, aversión hacia los hombres o las mujeres; o la homofobia, rechazo de los homosexuales.
En el caso que nos ocupaba al principio, el del temor a la hoja en blanco, la fuerza del vacío puede ser tal que, como en el conocido experimento físico llevado a cabo por Otto von Gericke en la ciudad de Magdeburgo, el ímpetu de los caballos sea insuficiente para separar las dos semiesferas. Aun así, debemos desecharlo. Basta un firme ejercicio de la voluntad para que el blancor de la hoja quede disimulado bajo la exposición de nuestras ideas.

martes, octubre 02, 2007


INCORRECTOS
No sé si nuestra sociedad está por fuerza destinada a caminar hacia lo políticamente correcto sin posibilidad de desviarse un ápice de la línea. Tampoco sé, en puridad, qué sea eso de lo políticamente correcto. De lo que sí estoy seguro es de que no considero que ese haya de ser el camino, de que no hay por qué abominar de esa cuota de incorrección que, en mayor o menor proporción, ha existido siempre y puede que hasta de manera necesaria para la buena salud social.
Hace unos días, Arturo Pérez-Reverte vertió en una de sus colaboraciones semanales una reflexión sobre lo que eran sus preferencias sobre el modelo físico femenino. De lo que él llamaba "mujeres como las de antes" destacaba el garboso andar sobre tacones imposibles, el vestir falda de tubo o el mostrar caderas y pechos, piernas y culo en su proporción suficiente. Es decir, hablaba de lo que hablan muchos hombres cuando ven pasar por la calle una "real moza" de tallaje alejado a las anoréxicas y desgarbadas modas del momento actual. A causa de ello, le han llovido palos de todos los colores y desde todas partes por "su visión sesgada y machista de las mujeres". Vaya, como si estas no mantuviesen conversaciones semejantes, sin que nadie se escandalice, en torno al tipo de hombres que les gusta.
¿Será entonces correcta la exposición fotográfica que se celebra en Madrid y cuyo motivo principal es un conjunto de culos, al natural, que han atraído al objetivo de diferentes fotógrafos? ¿Tendremos que escandalizarnos porque en el concurso de Miss Italia 2007 algún jurado haya pedido que no se evalúe solo la longitud de las piernas o la proporcionada turgencia de los pechos de las participantes, sino también sus culos, por lo que solicitó que las cámaras de televisión enfocasen tal parte de sus anatomías? ¿Es que un hombre no podrá ya hablar de lo que significa contemplar un culo femenino bien puesto o las mujeres no podrán hacerlo del culito de algunos hombres? A propósito, ¿Por qué las mujeres han tener culo y los hombres culito sin que nadie proteste?
Zalabardo me regaló no hace mucho un curioso librito publicado en Úbeda y titulado Culografía o arte de la escritura visual de la susodicha parte, escrito por Fidel Villar Ribot. Se inicia con una riquísima reseña lexicográfica del término culo, para pasar a continuación a hacer una relación de algunos sinónimos (antifonario, asentaderas, fiador, mapamundi, pandero, pompis, rabel, rulé, salvahonor, talabario, tafanario, trascorral, trasero y traste). Luego presenta un culonario o los trece tipos de culo (de gaseosa, taurino, gramatical, furtivo, serrano, macizo, patriótico, escurrío, cachetero, orquestal, de lesa majestad, mi culo —que, según bien aclara el autor, no es el suyo, sino el de su parienta— y el culo del mundo —que, siguiendo con el autor, son los Estados Unidos e Israel—). ¿Deberé acaso esconder tal libro por incorrecto?
¿Nos escandalizaremos también de que Camilo José Cela apareciera en un programa de televisión lanzando a la presentadora el reto de que él era capaz de sorber por el culo el contenido de una palangana llena de agua? Afortunadamente, es mi criterio, entre nuestros escritores han abundado, desde siempre, los políticamente incorrectos. Lo fue el Arcipreste de Hita, el primero de todos a mi entender, y lo fue Francisco de Quevedo. Luego lo fue Cadalso, que no resignado a la muerte de la mujer amada, intentó desenterrar su cadáver. Y fue incorrecto, no solo políticamente, Valle-Inclán. Como lo fue el recientemente fallecido Umbral y parece que ahora lo es Pérez-Reverte. Que siga la racha.
Me pregunta Zalabardo si a mí me gustaría ser políticamente incorrecto. Le respondo que ni él ni yo damos la talla, que a los dos, aparte de sobrarnos años, nos faltan aptitudes, sí, con p, y un tanto así de talante. Y esto último no lo digo porque crea que en la cofradía de la incorrección política pueda caber nuestro presidente Zapatero, que a ese le falta algo más.

lunes, octubre 01, 2007


HOJA DE RUTA
Lo hemos dicho aquí varias veces, el lenguaje no es algo estático sino dinámico. Las palabras cambian, aparecen unas nuevas, desaparecen otras, algunas adquieren nuevos significados, los de otras quedan obsoletos y, finalmente, acaban por hacer mutis, no sé si por el foro o por dondequiera que se vayan los significados que ya no nos sirven.
Por eso, entre otras cosas, admiro tan profundamente la labor de los lexicógrafos, pues su trabajo se va viendo de modo constante superado por la tozudez de la realidad. Porque no me negaréis que un diccionario es una obra siempre sin concluir, que con el mismo ritmo con que intenta estar al día contempla cómo se va quedando superada. Por eso es tan de agradecer, en quienes trabajan en ellos, los esfuerzos por cumplir las expectativas que nos creamos cuando acudimos a sus páginas.
En varias ocasiones, Zalabardo me ha hecho la pregunta de qué es esa dichosa hoja de ruta de la que tanto hablan los periódicos. Porque es una expresión que se ha puesto de moda en todos los ambientes políticos, hasta el punto de que hoy no hay nadie que no hable de su hoja de ruta particular. La última vez, estos mismos días, cuando los medios no dejan de referirse a la machaconería con que el lehendakari Ibarretxe trata de imponernos a todos la hoja de ruta de su proyecto soberanista.
Si acudimos al DRAE, nos enteramos de que es un "documento en que constan las instrucciones e incidencias de un viaje o transporte de personas o mercancías." Y el Diccionario usual de Manuel Seco dice que es un "documento en que constan el itinerario del vehículo, la mercancía, el destinatario y otros datos." Definiciones concordantes, pero que no nos valen. Hace solo unos días que ha salido a la venta una edición actualizada del Diccionario de uso del español, de Dª María Moliner, puesto al día por un extenso equipo que ha dirigido Joaquín Dacosta Esteban. Allí me he ido y, mira por dónde, leo que hoja de ruta, además de lo anterior, es en lenguaje político y periodístico, una "serie de fases que se establecen para llevar a cabo un cierto proceso político." Y esto ya me sirve para contestar la duda de Zalabardo.
Mas en la vida de las palabras y las expresiones, tan interesante como conocer su significado es saber cómo se ha llegado a él, lo cual no siempre es posible. No sé si mis pesquisas me han llevado a la solución correcta, pero creo que la primera vez que se utilizó hoja de ruta en ambientes políticos fue en un documento que el Departamento de Estado de los EE UU dieron a conocer el 30 de abril de 2003. Se llamaba Hoja de ruta para una solución permanente al conflicto palestino-israelí basada en dos Estados. Este documento contemplaba tres fases: I. Acabar con el terror y la violencia, normalizar la vida política y construir las instituciones palestinas (hasta mayo de 2003); II. Transición (de junio a diciembre de 2003); y III. Acuerdo sobre el estatuto permanente y fin del conflicto israelí-palestino (de 2004 a 2005).
Por cierto, ahora, pasado el tiempo, sabemos cómo le ha ido a esta hoja de ruta. Pero nada más darse a conocer, en mayo de 2003, un profesor de la Universidad de Chicago, de origen palestino, Rashid Jalidi, publicó un extenso artículo titulado ¿'Hoja de ruta' o ruta hacia la muerte?, en el que calificaba el documento como el más imperfecto de los planes, pues no tenía en cuenta los asentamientos israelíes y se concentraba en la violencia palestina, sin tener en cuenta cuál era su origen.