martes, octubre 23, 2007


CIBERINSULTOS
Algunos días me encuentro, al llegar, con que Zalabardo está especialmente contento. Hace falta poco, esa es la verdad, para que Zalabardo muestre su más radiante y feliz semblante porque también es cierto que Zalabardo es lo que en el mejor sentido del término llamamos una buena persona. Es bastante distinto a mí, que pronto me dejo arrastrar por el malhumor, aunque también pronto se me pase el enfado y no suela guardar rencor ni resquemor hacia nada o hacia nadie. Pero, como digo, Zalabardo es de otra pasta. Le afectan más los estados de alteración de los demás que los suyos propios, que apenas si los tiene. A pocas personas conozco con tanto aguante.
A lo que iba, que hoy me lo he encontrado en un especial estado de euforia. Indago la razón y pronto me encuentro con que ha leído una información acerca de la persecución de que son objetos los insultos y las ofensas vertidos en los textos de determinadas bitácoras o en los comentarios que, anónimamente, se hacen al amparo de los contenidos de estas. Concretamente en el Reino Unido se han dictado dos sentencias que obligan a los propietarios de una web a identificar a los autores de comentarios ofensivos aparecidos en ella. En España, todavía, por los casos habidos, no se culpa a los autores de los insultos manifestados en comentarios o foros, sino directamente a los dueños de estas webs o a los autores de las agendas donde aparecen.
Pocas cosas exasperan más a Zalabardo que esa tendencia tan gratuita hacia el insulto en la sociedad que vivimos. Gilipollas o hijo de puta son expresiones que hoy circulan con toda naturalidad por doquier y a las que apenas si se les concede importancia. Y eso es lo más inocente que se dice. Por desgracia, para enfrentarnos a alguien con quien no sintonizamos, utilizamos antes el más desabrido exabrupto que cualquier razonamiento civilizado. Rivalizamos antes en proferir ofensas que en confrontar argumentos.
Hay muchas personas que defienden este tipo de lenguaje amparándose en que cumple más una función expresiva y enfática que auténticamente provocadora y ofensiva. Pero cada vez que hablamos de ello, Zalabardo me responde que, se diga lo que se diga, esa no es sino una manera soez y desagradable de hablar. Que no es sino una manifestación de nuestra falta de respeto hacia los demás. Se ve entre los jóvenes, se observa en la calle y no falta en muchos programas de televisión. Es casi un síntoma de nuestro tiempo, por desgracia.
Ahora parece que Internet supone una especie de impunidad para dar rienda suelta a todos nuestros malos instintos y a esa agresividad que, con o sin razón, muchas veces porque sí, volcamos sobre cuantos nos rodean. En el mundo de las agendas electrónicas ha surgido, no hace demasiado tiempo, la figura de los trolls. Se da este nombre a aquellos mensajes o comentarios a un blog que, de manera intencionada, buscan la confrontación con su autor, con ánimo de desacreditarlo o de ofenderlo; también se llama así a quien redacta estos comentarios. Normalmente, sus autores se amparan en el anonimato y en la oportunidad que otras páginas les ofrecen. Las buenas maneras se van perdiendo. Por suerte, me dice Zalabardo, se está empezando a poner coto a todos estos desmanes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues mire usted por donde Rogelio también ha estado hoy muy contento porque ha encontrado en "metro", una columna firmada por el periodista Fernando Peña en la que coincide con el comentario que hicimos ayer sobre si se estará retrasando la pubertad en algunos dirigentes. El periodista, que desarrolla en su columna de hoy el mismo tema, habla de la sonrisa Disney de Zapatero y compara la situación creada con la de un patio de colegio. Ya me dirá si no es para tirar cohetes como ha hecho esta mañana Rogelio.
Y en cuanto al tema de hoy, pues estamos plenamente con usted y con Zalabardo y nos permitimos traer a colación una anécdota que presenciamos el otro día. Caminábamos por la acera cuando de repente escuchamos decir groseramente a un motorista "ciclista de mierda", simplemente porque había llegado un instante después a la rotonda y se había visto obligado, debido a su excesiva velocidad, a esquivar a la bicicleta justo cuando esta terminaba de salir de la rotonda.
El motorista, un joven maleducado que debió sentir el irrefrenable deseo de quedar como muy hombre ante la chica que llevaba detrás, representa a esa parte de la población de nuestra comunidad por la que no parece pasar ninguna señal de modernidad, de cultura y de humanidad. Entre los transeúntes que presenciamos el suceso debió rondarnos la misma sensación de impotencia y de tristeza por un gesto machista que se repite a menudo en nuestras calles.
Los de la Colina