jueves, octubre 25, 2007


GRAFITOS
Tengo que confesar que, al comenzar esta nota, he dudado sobre si escribir graffiti en lugar de grafitos. Pero, tras consultarlo con Zalabardo, ambos hemos coincidido en considerar que, para ser consecuente con la idea aquí varias veces manifestada de la preferencia por la españolización de cualquier vocablo extranjero que tomemos como préstamo, había que escribir grafitos en lugar del italianismo graffiti, plural de graffito. Y ello a pesar de que tanto el de Seco como el de María Moliner, ambos diccionarios de uso, recogen la forma italiana.
El grafito no es algo nuevo. La RAE lo define como 'cualquier escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos', si bien en su segunda acepción lo define como 'cualquier dibujo o letrero circunstanciales, generalmente agresivos y de protesta, trazados sobre una pared u otra superficie resistente'. Y este es el grafito que hoy nos ocupa aquí. En el barrio donde vivo, sobre la fachada de una casa recién construida, hace unos días que apareció escrito el texto del que adjunto fotografía. Se nota en él un algo sí es no es poético, aunque, aparte del hecho de ensuciar las paredes, no termina de convencerme por otras razones.
Su lectura me elevó en un primer momento a la consideración de épocas pasadas. Bien es verdad que cuando aquella conmoción del mayo francés del 68 Zalabardo y yo éramos algo talluditos; yo contaba ya veinticuatro años y no sé si él alguno más, ya que, aunque no lo creáis, se resiste a confesarme su verdadera edad. Pero, a lo que vamos, para entonces ya andábamos por el mundo buscándonos, como se suele decir, las habichuelas. Los recuerdos de la Universidad estaban aún cercanos y, de aquellos días convulsos, guardo el de Agustín García Calvo, catedrático de latín, poco después expedientado por su oposición al sistema. En aquellos días de agitación y huelgas, más de una vez nos dijo, entre verso y verso de Catulo, que si queríamos luchar contra la dictadura y el sistema que la mantenía, era preciso que rompiésemos del todo con la una y el otro, empezando por renunciar a las propias becas. Eran palabras fuertes que, a mí al menos, nos costaba asumir.
De todo ello me he acordado leyendo ese grafito tan rupturista, porque, coincidimos en la opinión Zalabardo y yo, una parte de la juventud de hoy, también quiere romper con el sistema aunque sin dejar de disfrutar las ventajas que este le concede. Empiezan por discutir la autoridad de los padres, pero no se marchan de casa antes de los treinta años, porque en el domicilio familiar tienen la comida y el techo asegurado, aparte de quien les lave la ropa y satisfaga sus mínimas necesidades. Se discute y rechaza la autoridad política, social y educativa, pero no se renuncia a ninguno de los derechos que esta sociedad que no quieren les otorga. Empezando por un sistema universitario casi gratuito en el que, aparte de la bondad o no del sistema, que esa es otra cuestión, fracasan tantos por desidia.
Protestan contra la miseria de unas noches de neón en las que, por otra parte, casi constantemente viven, pues muchos de ellos hacen más vida nocturna que diurna. Y no creo que sea mucha la sumisión en la que viven si cada día se les niegan menos cosas, comenzando por los políticos, que solo ven en ellos potenciales votos que no desean que se les escapen y terminando por unos padres que se confiesan impotentes para reconducir unas vidas sobre las que hace bastante que dejaron de tener ascendencia.
A pesar de todo, quienes escribieron ese grafito declaran preferir la luz de la rebeldía contra toda autoridad. Es la romántica violencia de toda juventud. La mayoría de sus integrantes terminarán, como nos ha sucedido a todos, absorbidos por el sistema.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso lo que resulta a veces de analizar cualquier cosa, por simple que sea: de joven tenemos una rebeldía romántica incontrolada, pero pocas veces nos da por pasar a un modo de vida más natural. Lo natural es lo que hace la mayor parte de los animales: se levantan a las claras, alborotando como los gorriones, para disfrutar del día y cubrir sus necesidades, para luego acabar disputando, al caer la tarde, la rama sobre la que van a dormir. Es cierto que también se da la otra forma de vida, la de las rapaces y predadores nocturnos, aquella que comienza cuando todos duermen para así pillar desprevenidos a los más ingenuos.
La evolución social en una época termina degenerando en ocasiones los comportamientos y de aquí surgen nuevas formas de vida como los botellones, donde la permisividad de una sociedad que no quiere ver cómo sus más tiernos miembros se quebrantan una salud que el día de mañana, cuando ya no se pueda hacer mucho, sabrán valorar.
Pero, volviendo al tema central, qué poco se hace para evitar los grafitos (Rogelio opina que es un definitivo convencido de este término, gracias al escritor) y cuánto daño hacen las dichosas pintadas que parecen multiplicarse en la oscuridad de las noches.
¿Sería bueno instalar murales de expresión libre? ¿Sería aconsejable organizar concursos de grafitos y premiar a aquellos que lo valgan? Hay ciudades donde se hace algo más que en nuestras urbes costeras, donde pandillas de descontrolados dejan constancia de su paso sobre cualquier superficie donde haya un trozo libre, sea o no de un monumento histórico.