domingo, noviembre 25, 2012

NI MULA NI BUEY

Sé que en el anterior apunte dije que hoy seguiría comentando palabras de las que se pretende que pasen a engrosar el DRAE, pero se ha cruzado de por medio otro tema que me ha parecido más interesante.
             Todo surgió con un comentario simple de Zalabardo. Me decía que las tradiciones están ahí para que las cumplamos. No importa que en ellas haya más de folclore que de realidad, que en su base tenga más solidez la leyenda que la historia. Y como le mostraba mi acuerdo con su afirmación, mi buen amigo se animó y continuó: lo mismo da que hablemos de tomar doce uvas la noche de fin de año coincidiendo con las campanadas (en otros lugares, esa noche, es costumbre cenar lentejas) o de comer brevas la noche de san Juan mientras nos mojamos los pies con el agua de la playa o de deleitarnos con torrijas durante la semana santa. Por supuesto, añadía, nada de ello nos traerá más suerte ni el futuro nos será aciago por su incumplimiento. La suerte o la desgracia, la felicidad o la desdicha dependen de otras cuestiones. Aunque no por ello dejaremos de tomar las doce uvas, de visitar la playa la noche sanjuanera o de seguir cualquier otra tradición.
            Recordé yo entonces, y así se lo dije, cómo en la casa de mis padres, mi hermano Francisco, mayor que yo, era el maestro de obras, el sumo pontífice en la tarea no de levantar puentes (que a eso se refiere el término pontífice) sino de diseñar cada año, al llegar la navidad, el belén, que nosotros llamábamos nacimiento. Aunque el tiempo se encarga bien de ir echando sombras que nos dificulten la fidelidad de los recuerdos, a mí no se me olvida la maestría de mi hermano en tales menesteres. Porque mi hermano, yo era solo el peón ayudante que hacía lo que se me ordenaba, no se limitaba a repetir año tras año un modelo, sino que se estrujaba el magín para introducir cada vez alguna modificación que causaba el asombro de quienes venían a casa a contemplarlo.
            Si un año empleábamos tepes reales de hierba, que había que coger cuidadosamente en el campo y que había que regar para que se mantuviera fresca y lozana, al año siguiente se olvidaban las montañas de corcho para hacer otras con aspecto más real gracias al uso de arpillera, cal y tierra fina. O bien, como otro año, hacía nevar sobre Belén mediante una ingeniosa red de hilos invisibles que colgaban del techo y sobre los que se pegaban unos finos copos de algodón. Así, un año tras otro.
            Pero a lo que más atención prestaba siempre mi hermano era al establo donde se figuraría en nacimiento de Jesús, centro de toda aquella imaginería de barro que tanto cuidaba. Nada de utilizar establos prefabricados y comprados en la tienda. Cada año había de ser de “nueva construcción” y siguiendo modelos diferentes. Sin que faltaran, por supuesto, el buey y la mula, para los que mi hermano buscaba colocación distinta cada vez, a tono con la apariencia que el conjunto tomaba cada navidad.
            Le conté todo esto a Zalabardo porque, esa misma mañana había leído que el papa alemán ha escrito un libro sobre la vida de Jesús en que afirma que en la historia de Cristo no se pueden decir “cosas insensatas o irracionales”. Y, como si no hubiera en dicha historia elementos suficientes que aturden a la razón, a él no se le ocurre otra cosa que sostener como suma de irracionalidad que en el establo de Belén no había animales (¡a tomar por saco la mula y el buey!) y que la estrella que guió hasta el lugar a los pastores y a los magos no era un cometa (¡a tomar por saco la estrella con cola!) sino una supernova. Y le digo también a Zalabardo que no dejo de pensar en qué hará mi hermano esta próxima navidad, pues no me lo imagino ofreciendo el finiquito a esos dos pobres animalitos que dieron calor al niño nacido en aquel portal. Ya podía, el papa Ratzinger, haberse limitado a eliminar cuestiones más oscuras de este mismo asunto en lugar de tomarla con unas inocentes figuras de barro que no han hecho daño a nadie.
            Zalabardo, después de oírme y de enterarse cómo de un plumazo se quiere quitar de en medio una tradición, me pregunta preocupado si el papa conocerá la figura tan graciosa del caganer, en mi pueblo decíamos el tío cagando, esa tradición catalana trasplantada a casi toda España del pastor que, asustado tras oír el anuncio del ángel, sintió un apretón de vientre y tuvo que aliviarse allí mismo, protegido de las miradas de los demás por un oportuno recodo o por el grueso tronco de un árbol. Teme que, de conocerlo, el papa (y la opinión de un papa puede mucho) lo envíe también al paro, como quiere hacer con la mula y el buey.
            Total que, si la idea prospera, puede que se nos vaya al garete otra tradición más. Solo queda que ahora se nos diga que también es irracional creer en los Reyes Magos. Y es que, como dice el refrán, cuando los días vienen de leche, hasta las moscas se ordeñan.

lunes, noviembre 19, 2012

SOBRE LA INTRODUCCIÓN DE NUEVAS PALABRAS EN EL DRAE

Me pregunta Zalabardo si he tenido tiempo de revisar a fondo la lista de modificaciones que la RAE introdujo en su diccionario en línea el pasado mes de junio. Le respondo, primero, si hay guasa en su pregunta por el tiempo que tiene ya la lista. Y, luego, le contesto que, sinceramente, la he mirado bastante por encima, pues el tiempo lo he dedicado a otras lecturas que me parecieron más productivas.
            Pero el buen Zalabardo insiste y me dice que, aun habiéndolas visto superficialmente, alguna opinión tendré. Total, que me veo precisado a tener que participarle mis impresiones al respecto. Por supuesto, él ya sabe que en más de una ocasión he mantenido que la RAE debiera imitar algunas de las actitudes de la Académie francesa en estas cuestiones del diccionario. Sobre todo, que no hay que correr demasiado a la hora de dar entrada a nuevos términos porque una vez que se les dé el visto bueno hay que procurar que perdure el uso. Quiero decir que el diccionario no está para acoger modas que podrían resultar efímeras, sino que debe ser un epítome del buen hablar de una lengua. Y creo que nuestra Academia actúa en ocasiones más como una editorial que busca el pelotazo de un best-seller antes que una muestra fehaciente de nuestro léxico. A los hechos me remito. Mientras el DRAE prepara ya su vigésima tercera edición, el Dictionaire va, con muchos más años de vida, tan solo por la novena.
            Pero vayamos a la lista. Debo decir, de principio, que alabo el hecho de la publicación de tales listas de novedades, que se ofrecen, o al menos eso creo, para su análisis y comentario antes de ser definitivamente incorporadas.
            Pero, aun habiendo realizado un análisis muy somero de su contenido, la verdad es, le digo a Zalabardo, que encuentro algunos casos que debieran ser analizados con más detenimiento. Y voy a tratar de exponer con brevedad los casos a los que me refiero.
            Hay dos términos deportivos sobre los que no acabo de entender la razón de su introducción. Uno, beisbolero, porque es el béisbol un deporte de muy escaso arraigo en nuestro país. Pero, aun así, la persona que practica béisbol debería llamarse, juzgo yo, beisbolista (que ya figura), en consonancia con futbolista, baloncestista, golfista y otros. Pero, puestos a aceptar el término, no me explico que no entre pelotero como ‘jugador de fútbol que destaca por su depurada técnica en el juego’, vocablo frecuente, por otra parte, en los últimos tiempos. El otro que incluye la lista es paradón, ‘parada meritoria y espectacular’; ¿por qué no aparecen, en esa línea, golazo, patadón o jugadón?
            En el campo de la gastronomía hallo un extraño ejemplo: si se da entrada a sushi, ¿por qué no aceptamos también shawarma, sobre todo si miramos que kebab sí que está? Por otro lado, parece que cedemos ante algún que otro extranjerismo olvidando que existe el vocablo español correspondiente. Por ejemplo, demos por bueno blog, en lugar de agenda o bitácora, debido a su extensa utilización; pero no veo que haya que hacer lo mismo con extradir, si ya tenemos extraditar; racord, si existe conexión o continuidad; o inculturación, habiendo culturización.
            Los tecnicismos y términos científicos también me hacen pensar. Aún recuerdo que una vez me dirigí al gabinete de consultas de la Academia para preguntar por la ausencia de cupirosis. Se me contestó, con mucha prontitud y amabilidad, que los términos médicos, por la especificidad de su uso, quedan generalmente fuera del diccionario y tienen su lugar en los de medicina. Ahora, sin embargo, nos encontramos con estent y estenosar, que me parecen que están en la misma línea del otro.
            También se atiende en esta lista a términos políticos. Ya estaban, por ejemplo, socialista y ugetista; ahora se da entrada, con razón, a cenetista; bien, ¿pero para cuándo dejamos, pregunto yo, peneuvista u otros de la misma condición?
            Y por último, me encuentro en esta lista dos términos considerados propios de jerga: okupar y okupa. Vuelvo a lo que decía de cuidar lo que puedan ser modas pasajeras. En cualquier caso, si okupa es santificado, ¿por qué no se trata por el mismo rasero a otros términos jergales como, y son breves ejemplos, guindar, mangui o manguta?
Es posible que esté equivocado en alguna de mis apreciaciones, le digo a Zalabardo, como también es posible que haya otros vocablos que igualmente merezcan ser comentados y no los incluya aquí, pero ya he avisado que mi análisis de la lista ha sido muy superficial.
            Cuando tenía ya redactado este apunte, leo una nota de la Academia Norteamericana de la Lengua Española que informa de que la próxima edición en papel del DRAE recogerá una serie de estadounidismos. Dado que comentar los términos de los que se dice que entrarán me llevaría un espacio considerable, dejo el asunto para el próximo apunte.

lunes, noviembre 12, 2012

¡DETENTE, BALA!



Después de unos fines de semana pasados por agua en los que el tiempo no acompañaba, este sábado amaneció un día radiante que invitaba a coger la mochila y salirse al campo a andar. Así que, ni cortos ni perezosos, preparamos unos buenos bocatas y nos subimos a los montes para despojarnos de la murria de estos aguados días que hemos tenido.
            La verdad es que todo acompañaba: el sol, la temperatura ideal para moverse por el monte, 14º C., una suave brisa que no podía llamarse viento y, por encima de todo, una agradable música para los oídos, el murmullo del agua que manaba por doquier y que corría por todos los regatos, por todos los arroyos sirviendo de fondo al canto de los pájaros. Al menos yo, no recuerdo haber paseado por los Montes de Málaga acompañado de tanto rumor de agua.
            Hicimos el sendero que va de la Venta Boticario hasta las ruinas del lagar de Contreras, algo así como 20 kilómetros entre la ida y la vuelta. A quien se le diga que para cruzar el arroyo Humaina, por lo general seco, nos fue preciso meternos en el agua puede entender lo que digo.
            Y si a todo esto unimos que, a la vuelta, incluso pudimos hacer un inciso en la marcha para recoger un manojito de espárragos con que preparar la cena de la noche, se entenderá lo productivo que ha resultado el paseo.
            Zalabardo me dijo en un momento que, en estos tiempos de penurias en que tanta gente lo está pasando tan mal, es posible afirmar que no encontraremos un ocio tan sano, productivo y económico como el senderismo. Tan solo se necesita un calzado cómodo, un buen bastón del que ayudarse en los tramos que ofrezcan dificultad y ganas de llenarse los pulmones de aire puro. Pocas cosas quedan en este mundo de las que podamos disfrutar sin que nos cobren por ello. Además, como digo, podemos volver con la cena resuelta.
            Como en casi seis horas de caminata da tiempo a hablar de prácticamente todo, Zalabardo me pregunta si había visto la viñeta de Peridis que incluía El País. En ella, Alicia Sánchez-Camacho enarbola a un rígido Rajoy que, provisto de una varita mágica al tiempo que grita “¡Detente, bala!”, trata de desviar el disparo-rayo del soberanismo por el que trata de progresar, ayudándose de un bastón, un ciego Artur Mas. Le contesto que, si lo que desea es saber mi opinión acerca del tema, debiera saber bien, pues lo he dicho aquí varias veces, que rechazo cualquier tipo de nacionalismo, pues todos ellos sin excepción, lo mismo da que se presente en versión catalanista o en versión españolista, son excluyentes y productos de una visión pueblerina, en el peor sentido de la expresión, de lo que sea el mundo de nuestra época. Los nacionalismos, como los integrismos religiosos, son síntoma de ignorancia y, lo que es peor, de intolerancia.
            Zalabardo, que me nota un poco sulfurado, pone cara de extrañeza y aclara que no era de eso de lo que quería hablar. Que lo único que perseguía era preguntar si la gente de hoy tendrá conocimiento de qué es eso del ¡Detente, bala!, que pertenece a unos años ya pasados y, por desgracia, más oscuros todavía que los que hoy padecemos. Eran años, entre otras cosas, de las madrinas de guerra, del estraperlo y de las cartillas de racionamiento. Era el triste ambiente de la guerra civil y los años siguientes.
            Le contesto que, en efecto, mucha gente de esta época desconocerá qué es un detentebala, ya que incluso lo podríamos escribir así. Hay quien juzga que su origen se remonta al siglo XVII y hay quien lo hace más moderno y considera que su uso se inició con los carlistas españoles. Da igual cuándo empezó su uso, lo que importa es que en España se generalizó durante la guerra civil. Un detentebala, en su forma más usual, es un escapulario en el que figura bordado un corazón de Jesús y la expresión ¡Detente bala! o, también, ¡Detente! El corazón de Jesús va conmigo. Lo utilizaban los soldados, por motivos religiosos o simplemente por superstición, confiados en que aquel escapulario, que otras veces era una simple medalla, los protegiese y les permitiera regresar sanos e ilesos a sus casas.
            Como me dice Zalabardo, parece que el señor Rajoy tendrá que utilizar muchos detentebalas para salir incólume de tantos peligros como lo rodean. Por el bien de todos, esperemos que, aunque él se lleve siquiera un ligero rasguño, tampoco mi amigo le desea ningún mal irreparable, los demás salgamos con bien del cerco que padecemos.

lunes, noviembre 05, 2012

DON AGUSTÍN

Me había solicitado Zalabardo que comentara algo sobre la tradición malagueña de la Ureña y sus similitudes con el Halloween anglosajón. Pero, cuando estoy organizando el material para hacerlo, me entero del fallecimiento de Agustín García Calvo. Dudo sobre qué hacer, si lo que me pide Zalabardo o dedicar este apunte a la figura de don Agustín. Como, si dejo cualquiera de los dos temas, ya se me harán viejos para la próxima vez, opto por hablar de ambos, siquiera sea brevemente.
            La Ureña (en la Axarquía, según me dice Javier López, las Ánimas benditas) es una antigua tradición que yo creía perdida y que algunos pueblos de la Vega de Antequera están tratando de recuperar frente al empuje de Halloween. La víspera del Día de Todos los Santos, los monaguillos recibían dádivas consistentes en dinero o en frutos de la época (membrillos, batatas asadas, granadas…) para que por la noche tocaran las campanas en recuerdo de los difuntos de cada familia. Más tarde, serían todos los niños los que recorrerían las poblaciones pidiendo aquel aguinaldo, para lo que utilizaban una canción que decía:
¡Ureña, Ureña,
vamos por la leña!
¿Hay Ureña?
Si se les hacía un regalo (la ureña), el canto continuaba:
Los de esta casa
a la gloria vayan.
Las ventanas son de hierro
y las puertas de madera.
Pero si se les negaba lo que solicitaban, decían:
Los de esta mala casa
al infierno vayan.
Las ventanas son de alambre
y las puertas de cartón.
A mí, le digo a Zalabardo, esto me gusta más que el truco o trato del Halloween, que, aunque tiene su historia, a nosotros no nos dice nada.

Pero, decía, cuando estaba con esto, preparando qué significa Ureña y qué es el truco o trato, me ha llegado la noticia del óbito de don Agustín.
            Zalabardo sabe bien, y los compañeros que me hayan oído hablar de este asunto, que guardo un buen recuerdo y un sincero respeto por la inmensa mayoría de mis profesores, aunque hay algunos hacia los que ese respeto es mayor, hasta convertirse casi en veneración, por lo que pude alcanzar de ellos. En todas las etapas he tenido la suerte de encontrar personas que encauzaron mi educación en una línea que no puedo sino agradecer. En primaria, don Eduardo, nunca supe sus apellidos, me enseñó a leer sobre una edición escolar del Quijote, libro que me hizo amar. Ya en el instituto, don Francisco Olid me mostró lo que es el respeto hacia los alumnos y don Aniceto Gómez me alentó para que leyera y escribiera. En Sevilla, durante los cursos comunes de Filosofía y Letras, don Francisco López Estrada me ayudó a conocer y amar la literatura de la Edad Media y el Renacimiento, mientras que don Agustín García Calvo, me enseñó a valorar la dignidad y la libertad personales. Por fin, en Granada, mientras me licenciaba en Filología Románica, don Manuel Alvar y don Antonio Llorente lograron que me aficionara a la dialectología y me sintiera responsable de utilizar con sumo cuidado la lengua que hablamos. Muchas veces he repetido aquella máxima que aprendí de don Manuel: Si no puedes mejorar la lengua que has heredado, procura al menos no empobrecerla.
            Ahora, todos ellos están muertos. El último, don Agustín García Calvo, el pasado día 1 de noviembre. Don Agustín me dio clases de latín los dos años que estuve en Sevilla, los cursos 1963-64 y 1964-65. En su presencia, en clase, resultaba difícil no sentirse cohibido. Temíamos ser preguntados y no porque fuera rígido o duro con las notas. Pero escuchar sus traducciones, sus comentarios y la lectura rítmica de los textos, con aquella voz grave que tenía, era suficiente para empequeñecer a cualquiera y hacerlo ver el poco latín que sabíamos fuesen las que fuesen las calificaciones que trajésemos del bachillerato. Y ello, a la vez, alentaba a no perderse ni una de sus clases.
            Su actividad en el aula no se limitaba tan solo a cuestiones filológicas, sino también a comentar la realidad social que se vivía y a aconsejarnos cuál debiera ser nuestra actitud como personas, como intelectuales y como universitarios. Algo así debieron ser, imaginaba yo, las clases en la Institución Libre de Enseñanza. Cuando visitaba la ciudad alguna compañía de teatro, él se iba al gallinero del Teatro Álvarez Quintero, de Sevilla, y se mezclaba con los alumnos, con quienes al final se reunía en cualquier lugar de la ciudad para comentar la función presenciada.
            En 1965 marchó a Madrid. Allí, Enrique Tierno, Santiago Montero y él fueron desposeídos por el régimen franquista de sus cátedras. Delito: haber defendido abiertamente las tesis de los estudiantes en los conflictos de la época y sumarse a sus manifestaciones. En la Universidad, prácticamente nadie los apoyó. Solo José Mª Valverde y Antonio Tovar, en señal de protesta, renunciaron a sus cátedras.
            Don Agustín, filólogo, gramático, poeta, dramaturgo, ensayista, traductor, editor, filósofo, articulista, ha sido lo más parecido que he conocido a lo que debieron ser los humanistas del Renacimiento. Sirvan de cierre estas palabras suyas contenidas en Sermón de ser y no ser:
                                                ...al fin y al cabo, tanto
no hay de qué penar por ser el que uno es: pues nada
es definitivo, sino borrador…