Después de unos fines de semana
pasados por agua en los que el tiempo no acompañaba, este sábado amaneció un
día radiante que invitaba a coger la mochila y salirse al campo a andar. Así
que, ni cortos ni perezosos, preparamos unos buenos bocatas y nos subimos a los
montes para despojarnos de la murria de estos aguados días que hemos tenido.
La
verdad es que todo acompañaba: el sol, la temperatura ideal para moverse por el
monte, 14º C., una suave brisa que no podía llamarse viento y, por encima de
todo, una agradable música para los oídos, el murmullo del agua que manaba por
doquier y que corría por todos los regatos, por todos los arroyos sirviendo de
fondo al canto de los pájaros. Al menos yo, no recuerdo haber paseado por los
Montes de Málaga acompañado de tanto rumor de agua.
Hicimos
el sendero que va de la Venta Boticario hasta las ruinas del lagar de
Contreras, algo así como 20 kilómetros entre la ida y la vuelta. A quien se le
diga que para cruzar el arroyo Humaina, por lo general seco, nos fue preciso
meternos en el agua puede entender lo que digo.
Y
si a todo esto unimos que, a la vuelta, incluso pudimos hacer un inciso en la
marcha para recoger un manojito de espárragos con que preparar la cena de la
noche, se entenderá lo productivo que ha resultado el paseo.
Zalabardo
me dijo en un momento que, en estos tiempos de penurias en que tanta gente lo
está pasando tan mal, es posible afirmar que no encontraremos un ocio tan sano,
productivo y económico como el senderismo. Tan solo se necesita un calzado
cómodo, un buen bastón del que ayudarse en los tramos que ofrezcan dificultad y
ganas de llenarse los pulmones de aire puro. Pocas cosas quedan en este mundo
de las que podamos disfrutar sin que nos cobren por ello. Además, como digo,
podemos volver con la cena resuelta.
Como
en casi seis horas de caminata da tiempo a hablar de prácticamente todo,
Zalabardo me pregunta si había visto la viñeta de Peridis que incluía El País. En ella, Alicia Sánchez-Camacho enarbola a un
rígido Rajoy que, provisto de una
varita mágica al tiempo que grita “¡Detente, bala!”, trata de desviar el
disparo-rayo del soberanismo por el que trata de progresar, ayudándose de un
bastón, un ciego Artur Mas. Le contesto
que, si lo que desea es saber mi opinión acerca del tema, debiera saber bien,
pues lo he dicho aquí varias veces, que rechazo cualquier tipo de nacionalismo,
pues todos ellos sin excepción, lo mismo da que se presente en versión
catalanista o en versión españolista, son excluyentes y productos de una visión
pueblerina, en el peor sentido de la expresión, de lo que sea el mundo de
nuestra época. Los nacionalismos, como los integrismos religiosos, son síntoma
de ignorancia y, lo que es peor, de intolerancia.
Zalabardo,
que me nota un poco sulfurado, pone cara de extrañeza y aclara que no era de
eso de lo que quería hablar. Que lo único que perseguía era preguntar si la gente
de hoy tendrá conocimiento de qué es eso del ¡Detente, bala!, que
pertenece a unos años ya pasados y, por desgracia, más oscuros todavía que los
que hoy padecemos. Eran años, entre otras cosas, de las madrinas de guerra, del
estraperlo y de las cartillas de racionamiento. Era el triste ambiente de la
guerra civil y los años siguientes.
Le
contesto que, en efecto, mucha gente de esta época desconocerá qué es un detentebala,
ya que incluso lo podríamos escribir así. Hay quien juzga que su origen se
remonta al siglo XVII y hay quien lo hace más moderno y considera que su uso se
inició con los carlistas españoles. Da igual cuándo empezó su uso, lo que
importa es que en España se generalizó durante la guerra civil. Un detentebala,
en su forma más usual, es un escapulario en el que figura bordado un corazón de
Jesús y la expresión ¡Detente bala! o, también, ¡Detente!
El corazón de Jesús va conmigo. Lo utilizaban los soldados, por motivos
religiosos o simplemente por superstición, confiados en que aquel escapulario,
que otras veces era una simple medalla, los protegiese y les permitiera regresar
sanos e ilesos a sus casas.
Como
me dice Zalabardo, parece que el señor Rajoy
tendrá que utilizar muchos detentebalas para salir incólume de
tantos peligros como lo rodean. Por el bien de todos, esperemos que, aunque él
se lleve siquiera un ligero rasguño, tampoco mi amigo le desea ningún mal
irreparable, los demás salgamos con bien del cerco que padecemos.
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