lunes, noviembre 12, 2012

¡DETENTE, BALA!



Después de unos fines de semana pasados por agua en los que el tiempo no acompañaba, este sábado amaneció un día radiante que invitaba a coger la mochila y salirse al campo a andar. Así que, ni cortos ni perezosos, preparamos unos buenos bocatas y nos subimos a los montes para despojarnos de la murria de estos aguados días que hemos tenido.
            La verdad es que todo acompañaba: el sol, la temperatura ideal para moverse por el monte, 14º C., una suave brisa que no podía llamarse viento y, por encima de todo, una agradable música para los oídos, el murmullo del agua que manaba por doquier y que corría por todos los regatos, por todos los arroyos sirviendo de fondo al canto de los pájaros. Al menos yo, no recuerdo haber paseado por los Montes de Málaga acompañado de tanto rumor de agua.
            Hicimos el sendero que va de la Venta Boticario hasta las ruinas del lagar de Contreras, algo así como 20 kilómetros entre la ida y la vuelta. A quien se le diga que para cruzar el arroyo Humaina, por lo general seco, nos fue preciso meternos en el agua puede entender lo que digo.
            Y si a todo esto unimos que, a la vuelta, incluso pudimos hacer un inciso en la marcha para recoger un manojito de espárragos con que preparar la cena de la noche, se entenderá lo productivo que ha resultado el paseo.
            Zalabardo me dijo en un momento que, en estos tiempos de penurias en que tanta gente lo está pasando tan mal, es posible afirmar que no encontraremos un ocio tan sano, productivo y económico como el senderismo. Tan solo se necesita un calzado cómodo, un buen bastón del que ayudarse en los tramos que ofrezcan dificultad y ganas de llenarse los pulmones de aire puro. Pocas cosas quedan en este mundo de las que podamos disfrutar sin que nos cobren por ello. Además, como digo, podemos volver con la cena resuelta.
            Como en casi seis horas de caminata da tiempo a hablar de prácticamente todo, Zalabardo me pregunta si había visto la viñeta de Peridis que incluía El País. En ella, Alicia Sánchez-Camacho enarbola a un rígido Rajoy que, provisto de una varita mágica al tiempo que grita “¡Detente, bala!”, trata de desviar el disparo-rayo del soberanismo por el que trata de progresar, ayudándose de un bastón, un ciego Artur Mas. Le contesto que, si lo que desea es saber mi opinión acerca del tema, debiera saber bien, pues lo he dicho aquí varias veces, que rechazo cualquier tipo de nacionalismo, pues todos ellos sin excepción, lo mismo da que se presente en versión catalanista o en versión españolista, son excluyentes y productos de una visión pueblerina, en el peor sentido de la expresión, de lo que sea el mundo de nuestra época. Los nacionalismos, como los integrismos religiosos, son síntoma de ignorancia y, lo que es peor, de intolerancia.
            Zalabardo, que me nota un poco sulfurado, pone cara de extrañeza y aclara que no era de eso de lo que quería hablar. Que lo único que perseguía era preguntar si la gente de hoy tendrá conocimiento de qué es eso del ¡Detente, bala!, que pertenece a unos años ya pasados y, por desgracia, más oscuros todavía que los que hoy padecemos. Eran años, entre otras cosas, de las madrinas de guerra, del estraperlo y de las cartillas de racionamiento. Era el triste ambiente de la guerra civil y los años siguientes.
            Le contesto que, en efecto, mucha gente de esta época desconocerá qué es un detentebala, ya que incluso lo podríamos escribir así. Hay quien juzga que su origen se remonta al siglo XVII y hay quien lo hace más moderno y considera que su uso se inició con los carlistas españoles. Da igual cuándo empezó su uso, lo que importa es que en España se generalizó durante la guerra civil. Un detentebala, en su forma más usual, es un escapulario en el que figura bordado un corazón de Jesús y la expresión ¡Detente bala! o, también, ¡Detente! El corazón de Jesús va conmigo. Lo utilizaban los soldados, por motivos religiosos o simplemente por superstición, confiados en que aquel escapulario, que otras veces era una simple medalla, los protegiese y les permitiera regresar sanos e ilesos a sus casas.
            Como me dice Zalabardo, parece que el señor Rajoy tendrá que utilizar muchos detentebalas para salir incólume de tantos peligros como lo rodean. Por el bien de todos, esperemos que, aunque él se lleve siquiera un ligero rasguño, tampoco mi amigo le desea ningún mal irreparable, los demás salgamos con bien del cerco que padecemos.

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