viernes, marzo 26, 2010

XERENSIS
Nadie ignora que, desde hace un tiempo por desgracia ya dilatado, los profesores sufrimos un gran descrédito social. Parece como si se nos quisiera culpar de los males que padece el conjunto de la sociedad. Se nos acusa de trabajar poco, de no motivar suficientemente a los alumnos, de tener muchas vacaciones y de estar continuamente pidiendo aumento de sueldo. Creo que valdría la pena hacer un estudio comparativo con otras actividades y profesiones para dejar a cada uno en su lugar. En la creación de esta negativa imagen que arrastramos, la Administración tiene bastante culpa.
Pese a todo ello, el factor vocacional sigue estando entre los primeros cuando alguien elige dedicarse profesionalmente a la enseñanza. Hay tareas mejor remuneradas; hay profesiones mejor consideradas socialmente. Aun así, sigue habiendo quien quiere, por encima de todo, ser profesor. ¿Qué no todo es de color de rosa y hay profesores mejores y profesores no tan buenos? Sin duda, como en todas las profesiones. Como dice el refrán, en todas partes cuecen habas.
Comento con Zalabardo cómo, pese a lo que está cayendo en este mundo de la enseñanza, quedan todavía muchos docentes con ánimos suficientes para seguir adelante en la tarea, que no se conforman con cumplir dignamente con sus obligaciones y que continúan buscando procesos innovadores en el campo de la transmisión de los conocimientos, que no solo hay que tener habilidades como algunos teóricos de este campo pretenden. La labor de estas personas que decimos compensa con creces el desánimo de quienes, por razón de la edad o por otras circunstancias, se van dejando vencer por el ambiente que reina en muchos centros escolares, en los que cada vez se va imponiendo con mayor fuerza la tarea de mantener la disciplina del aula sobre la de enseñar.
Sobre esa gente animosa de la que hablo, a mi conocimiento ha llegado una experiencia novedosa, una más, que en cierto modo viene a dejar en evidencia el desánimo mencionado más arriba y ratifica otro aspecto igualmente citado, el de la existencia de profesores que, pese a todo, siguen adelante.
Hace ya tiempo, en un apunte de noviembre de 2006, se daba cuenta en esta misma agenda de un trabajo de la Fundación Latinitas, auspiciada por el Vaticano, que consistía en trasladar al latín todo el vocabulario de la vida moderna. La tarea culminó en un trabajo titulado Lexicon, Recentis Latinitatis, que se publicó en el año 2000 y que recogía hasta 50.000 términos de todo tipo. Aunque allí se dieron ejemplos suficientes, recojo aquí otros pocos (jazz, iazensis musica; bidé, ovata pelvis; láser, radius laserica; short, brevissima bracae; desodorante, foetoris delumentum, etc.)
Ahora me informa Zalabardo de que ha conocido la existencia de una asociación, Circulus Latinus Xerensis, integrada por profesores de latín, algunos ya jubilados, pero la mayoría en activo, de Jerez de la Frontera y de Puerto Real. Sus objetivos son muy semejantes a los de la fundación vaticana citada, verter a la lengua latina toda la realidad actual. Pero no se quedan ahí, pues, a la vez, algunos practican en sus clases una metodología distinta a la tradicional: enseñar el latín con la misma técnica que se utiliza para la enseñanza de las lenguas modernas. Se olvidan, solo un poco, de los tradicionales textos de César o de Salustio y practican con realidades más cercanas a la vida de los alumnos: como saludar, cómo presentarse, los días y las horas, las piezas de un automóvil, recetas de cocina, etc. Con esto, consiguen que sus alumnos entablen entre ellos conversaciones en latín y conozcan mejor el funcionamiento de dicha lengua.
Estos profesores disponen de su propia página web (www.xerensis.com) y de una bitácora en la que van dando cuenta de sus trabajos (http://xerensis.blogspot.com). También han colgado en You Tube algunos vídeos con experiencias: se puede encontrar una escena en una barbería (In tonstrina), una práctica conversacional entre alumnos (Cotidie 2) y una reunión del grupo con una puesta en común (Circulus latinus xerensis). Aconsejo a cualquiera que sea curioso que visite estos lugares y se forme su propia opinión.
Quienes siempre están dispuestos a criticar la labor de los profesores ignoran, las más de las veces, que este no es un grupo aislado, que hay más en todas las disciplinas, que esta tarea la suelen realizar fuera de sus horarios lectivos y, las más de las veces, restando tiempo a otras actividades que también podrían requerir su atención. Pero todo ello pocas veces es tenido en cuenta cuando se los critica.

martes, marzo 23, 2010


RESPETOS GUARDAN RESPETOS
Es cosa sabida, por mucho repetida, que los refranes son ejemplos y modelos de vida. O que, me corrige de inmediato Zalabardo, al menos debieran serlo. ¿Tú no crees que lo sean?, le pregunto. Yo creo, me responde, que los refranes surgieron de la vida, lo que es un poco lo contrario de lo que tú decías. Que tras observar determinados comportamientos, alguien los convierte en refrán o sentencia que recuerde a los hombres la bondad o conveniencia de tales comportamientos. A quien madruga Dios le ayuda, por ejemplo, no es sino la conclusión a la que se llega tras haber vivido la experiencia de que más se consigue mediante una actitud diligente que no con otra negligente a la hora de actuar.
Pretendo hacerle ver que lo mismo da que el refrán sea anterior o posterior a la experiencia vital si, al final, coincidimos en la estrecha relación que hay entre el uno y la otra.
Pero él no parece estar muy de acuerdo. Lo que yo quiero decir, me responde, es que hubo un tiempo en que considerábamos positivas determinadas conductas y, entonces, tendíamos a institucionalizarlas mediante la creación de un refrán que nos las recordaba continuamente.
Como no sé adónde quiere ir a parar, le solicito que sea más explícito, y él sigue hablando: Yo quiero llegar a que desde hace bastante tiempo se han perdido muchos valores o están en trance de perderse y no hay refrán que los pueda recuperar. Por ejemplo, el respeto a cuantos se mueven en nuestro entorno. Fíjate en el refrán que abre este apunte, respetos guardan respetos, o en aquel otro mucho más extendido que habla de que para los gustos se hicieron los colores. El primero establece que la conducta que guardemos será la que justifique la conducta de los demás frente a nosotros, que para recibir respeto es preciso que seamos, a nuestra vez, respetuosos. Y el segundo habla, o así lo entiendo yo, de que es posible la igualdad aun sin unanimidad, de que, siendo diferentes, podemos ser todos iguales, de que no existe el pensamiento único, sino que lo usual y esperable, y a la vez elogiable, es que existan visiones diferentes del mundo sin que ello tenga que provocar choques.
Creo que Zalabardo me ha convencido y que ese valor del respeto a los demás es uno de los que están en grave riesgo de desaparición, como sucede con algunas especies animales y vegetales. Duele oír las declaraciones de muchos políticos, los debates en el Parlamento, las tertulias en radios y televisiones, leer algunos editoriales y crónicas de prensa. Y digo que duele porque cada día muestran cómo vamos convirtiendo a nuestro adversario (etimológicamente, el que está frente a nosotros, en otro lado) en nuestro enemigo, que es algo muy diferente.
Y cada día esgrimimos menos argumentos, sino que lanzamos dardos afilados, cuando no envenenados; que no pretendemos convencer, sino derrotar. Pareciera que ahora lo que impera es aquel otro refrán que defiende que al enemigo ni agua. Le pregunto, algo desanimado, si cree que esto es siempre así. No siempre, ni en todas las ocasiones, me dice. Lo que digo es que cada día es más frecuente. Pero te pondré un ejemplo de que es posible el respeto a los otros, a sus personas y a sus ideas sin detrimento de ninguna clase.
Y me pone delante un libro que compramos hace poco tiempo por sugerencia de Pablo Cantos. Es el volumen Guerra en España, de Juan Ramón Jiménez. Me lo abre por una página que reproduce una de las muchas notas conservadas en la Sala Zenobia y Juan Ramón, de la Universidad de Puerto Rico. Va esta referida a una visita que el poeta moguereño rindió en 1954 al escritor estadounidense Ezra Pound, condenado como traidor a su patria por colaborar con Mussolini. Estaba internado en el hospital de St. Elizabeth, en Washington. Allí fue a visitarlo nuestro poeta y la visita se le criticó a causa de las ideas de Pound. Juan Ramón no contestó públicamente a esas críticas, pero dejó escrito en la nota en la que recogía su visita: Allí lo van a ver amigos suyos que no son fascistas y yo que detesto el fascismo. Si solo pudiéramos ver a los que piensan como nosotros, ¿a quién podríamos ver?
Me pregunta Zalabardo si cabe mayor respeto a los demás. Lo malo, añade, es que hay muchos que no entienden esa forma de respeto. Y yo no sé qué contestarle.

viernes, marzo 19, 2010


LA GIMNASIA Y LA MAGNESIA
Debo pedirle a José Manuel Mesa que imparta unas breves lecciones a Zalabardo acerca de qué es eso de comer en un restaurante, pues parece que con los años, Zalabardo, que no Mesa, está perdiendo las facultades. Lo digo porque hace unos días me sorprendió, otra vez Zalabardo, que tampoco ahora Mesa, al decirme muy puesto en su papel de persona rumbosa: "Hoy te voy a invitar a comer en un restaurante del centro". Y cuando llegó la hora, me hizo acompañarlo hasta el McDonald's de la Plaza de la Marina para que nos comiésemos una hamburguesa con patatas. Eso sí, sin parar en barras, me dijo: Si quieres, puedes pedir ración doble de patatas".
Pero yo disimulé y le agradecí la invitación dejando traslucir, ¿por qué a veces mentimos sin reparar en nada?, que era mucha la ilusión que todo ello me hacía. A Zalabardo, a veces, le ocurren cosas de estas, que confunde un restaurante con una hamburguesería como el que confunde la gimnasia con la magnesia, o como quien cree que ir a comer pescaíto es comer calamares fritos. Qué le vamos a hacer.
A propósito de las confusiones, mientras comíamos hablamos de muchas cosas, casi todas ella sin la menor importancia, aunque el tema que más nos ocupó fue el de las confusiones de carácter lingüístico. Zalabardo defendía la tesis, que yo por mi parte no compartía, de que cuando cometemos un lapsus y decimos una palabra por otra que presenta una ortografía y un fonetismo semejante, lo cierto es que nuestro subconsciente está luchando por arrojar al exterior lo que de verdad queremos decir y nos guardamos de hacerlo por no se sabe qué clase de prejuicio.
Y el bueno de Zalabardo me ilustraba su tesis poniendo el ejemplo de aquel reportero que, habiendo realizado un trabajo sobre un hombre de un más que dudoso prestigio, publicó que el tal señor era un afamado mangante, en lugar de decir que era un afamado magnate. Cierto es que luego se disculpaba achacándoselo todo a los "duendes de la imprenta". ¿Pero tú crees de verdad que aquello fue una simple confusión?, me dijo.
Trataba yo de argumentarle lo contrario respondiéndole que no había que ser mal pensado y que las confusiones se dan con harta frecuencia. Si quieres ejemplos, también yo te los doy, le propuse. ¿No es confusión que una locutora, en un programa de modas, dijera que "esta temporada se llevarían los hombres desnudos" en lugar de los hombros desnudos, que era lo procedente? O lo que decía hace unos días un locutor deportivo que afirmaba muy serio que no se podría saber la gravedad de la lesión de un futbolista hasta que se le hiciera una resonancia magnífica, en lugar de una resonancia magnética.
Estas, intentaba convencer a Zalabardo, son confusiones inocentes, si bien mueven a risa, a las que no se les debe otorgar mayor importancia. Ni subconsciente ni niño muerto, mero lapsus y ya está.
De ahí pasamos a hablar a otros tipos de lapsus, que ya no son ni inocentes ni confusiones, sino que hay que catalogarlos dentro de la categoría de los errores provocados por el desconocimiento o la desidia. Y le puse otro ejemplo reciente extraído de un programa deportivo. Ejemplo que, desgraciadamente, no es una caso aislado sino que se repite con excesiva frecuencia.
Decía el locutor que, a tal equipo, el partido se le había puesto en franquicia después de haber conseguido un gol a escasos minutos del inicio del encuentro. Pero, repito, ese giro, ponerse o estar algo en franquicia es, aparte de erróneo, demasiado frecuente. Lo que en realidad se quiere, y se debe, decir es en franquía.
Y es que franquía y franquicia, que proceden ambos de franco, no significan lo mismo. Franquicia significa 'exención que se concede a alguien para no pagar derechos por las mercaderías que introduce o extrae o por el aprovechamiento de algún servicio público' y, también, 'concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial, otorgada por una empresa a una o varias personas en una zona determinada'. Vamos, a una franquicia me llevó Zalabardo cuando me invitó a la hamburguesa.
Franquía, por su parte, es un término marítimo que designa 'la situación en la cual un buque tiene paso franco para hacerse a la mar o tomar un determinado rumbo'. De él se deriva la locución adverbial en franquía, que significa 'estar en disposición de hacer lo que se quiera' o 'situación de algo o de alguien que, después de superar alguna dificultad, puede ya considerarse libre de ella'. Es decir, que al equipo del que hablaba el locutor, por haber superado muy pronto la dificultad que tenía y haber igualado ya la eliminatoria, el partido se le ponía en franquía.

viernes, marzo 12, 2010


MIGUEL DELIBES
Todas las mañanas, al levantarme, una de las primeras cosas que hago es encender el ordenador y repasar los titulares de prensa. Eso supone un inicial contacto con la realidad y me lleva a realizar una selección de lo que, más tarde, será lo primero que buscaré cuando coja un ejemplar de "los de toda la vida", es decir, impreso en papel.
Hoy me he levantado con la noticia de la muerte de Miguel Delibes. Se recogía como información urgente, pues fallecía poco después de las 7,30. Zalabardo sabe que, entre mis preferencias, Delibes ocupa un lugar muy importante no ya por sus calidades literarias (premio Nadal, premio Nacional de Literatura, premio Príncipe de Asturias de las Letras, premio Cervantes y varias veces candidato al premio Nobel) o lingüísticas (miembro de la Real Academia de la Lengua, "el dueño del idioma" lo llama hoy mismo Juan Cruz), sino también por otras cuestiones que él, sin embargo, desarrolló de modo intenso a través de su literatura.
Delibes es uno de los más directos "responsables", se podría decir así, de mi actitud de respeto y aprecio hacia la naturaleza. Creo que parte de mi amor por el mundo natural, lo que significa el campo frente a la ciudad, me vino directamente de las lecturas de este escritor castellano.
Cuando en 1975 Delibes leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, discurso que se titulaba Un mundo que agoniza, quería transmitir un mensaje a sus compañeros académicos y, a través de ellos, a todos nosotros, fuésemos o no lectores de su extensa obra. El mensaje provenía de los personajes de sus novelas, de Daniel el Mochuelo; de la criada Desi; de Lorenzo, el cazador; del Tío Ratero; de Nini, el cazador de ratas... Todos ellos aparecían por allí para dejar bien sentado que si el progreso de este tiempo nuestro, ese progreso que no se recata en cantar las alabanzas a la técnica y al maquinismo, ese progreso que nos inocula una desmedida tendencia hacia el consumismo, significa la destrucción del campo y de los pájaros, ellos se declaran contrarios a él.
Cualquier panegírico que yo intentara hacer de Miguel Delibes resultaría a todas luces escaso. Zalabardo, y quienes me leáis, sabéis que cada vez que trato aquí temas relacionados con la naturaleza y el ecologismo lo pongo como a él ejemplo. Por eso, hoy seguiré la sugerencia que me hace Zalabardo y dejaré en este apunte simplemente su palabra, sin añadidos de ninguna clase. Son fragmentos extraídos de un breve escrito suyo titulado Mi credo:
Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. [...]
La industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo, propende a desarrollarse en complejos cada vez más amplios, con lo que día llegará en que la Naturaleza sea sacrificada a la tecnología. Pero si el hombre precisa de aquélla, es obvio que se impone un replanteamiento. [...] Esto no supondría renunciar a la técnica, sino embridarla, someterla a las necesidades del hombre y no imponerla como meta. [...]
[El progreso] no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones Hombre-Naturaleza en un plano de concordia.
Descanse en paz Miguel Delibes.

jueves, marzo 11, 2010


UN MUSEO DE PALABRAS
Creo que fue Manuel Seco, autor del Diccionario del español actual, quien dijo algo más o menos así: Yo todos los días releo algunas páginas del diccionario. Así, saco a pasear palabras que están cautivas en el cercado del libro, y les doy vida, al menos efímera. No es mala idea ni mal proyecto. Zalabardo y yo hemos encontrado, hace unos días, otro modo de reactivar palabras que ya casi se han perdido o están en franco desuso: visitar el Museo de Artes Populares de Málaga.
Un museo etnográfico, como este de Málaga al que aludo, es para muchas personas, entre ellas Zalabardo y yo, un lugar para la nostalgia porque en él encontramos utensilios y recuerdos de otra época que ya se fue, afortunadamente, para no volver, puesto que los tiempos no solo han adelantado una barbaridad, sino que han mejorado como no podemos hacernos una idea. Allí hemos encontrado, por ejemplo, un tipo de cocina que nos retrotrajo a muchos años atrás, de aquellos primeros de mi infancia, cuando vivía en la casa de Osuna en la que nací y veía a mi madre preparar la comida en fogones de carbón, como el que hay en el museo.
Pero para otras muchas personas, como por ejemplo para los niños de un colegio que ese mismo día estaban allí de visita y escuchaban embobados las explicaciones de su profesor, ese museo es un factor de valor innegable para reconocer cómo se vivía en otros tiempos. Los niños alucinaban cotemplando uno de los primeros vehículos de bomberos que hubo en Málaga o el molino de trigo, llamado mostrén, de una tahona.
El MAP de Málaga no solo presenta cada una de sus salas o zonas en las que está distribuido perfectamente explicada mediante paneles introductorios, sino que el abigarramiento de utensilios, maquinarias y herramientas que allí se exponen se encuentra acompañado del correspondiente nombre de cada cosa. Zalabardo me decía que muchos de esos nombres no los había oído desde el tiempo de su niñez. Y yo debo confesar que algunos de esos nombres los desconocía por completo. Esto hace que este Museo de Artes Populares sea también un museo de palabras que están en trance de desaparición. palabras que, sin embargo, cobran vida y actualidad mientras leemos los rótulos y las identificamos con los objetos.
Son palabras que remiten al mundo de la pesca, de la casa, de la fragua, de la labranza, de la carpintería, de la cordelería y espartería, de las fiestas populares y de las costumbres más diversas. Pues todo, o casi todo lo concerniente a ese mundo ya superado está allí perfectamente representado, como esa curiosa colección de plancheros de hierro o la no menos curiosa de candiles.
Propios de la casa son utensilios y lugares como un tipo de cesto llamado tabaque, el lebrillo, el humero, las trébedes o el anafre. Del cultivo de la vid y de la obtención del vino nos hablan la azuela, el bastrén y las albarcas o agovías, que son un calzado de esparto que se empleaba para pisar la uva.
En la carpintería se utilizaban garlopas, caneladores y formones y el esparto se trabajaba con el pomo y la balsonera. A la labranza nos llevan el amocafre, el desmochador, el calabozo, el hocino, el ubio y el cebero.
Pero allí encontramos mucho más de lo que digo. También la vida urbana está representada, como las fiestas, tanto profanas como religiosas, o el folclore. O la industria de la pasa y la tipografía. Muchos son los carteles expuestos, de años diferentes y pretéritos, que anuncian corridas de toros o la feria de la ciudad.
Y al ser Málaga ciudad marítima, no podía faltar el mundo de la pesca. A él remiten unos tipos de embarcaciones muy malagueñas, como el sardinal o la jábega, con su ojo pintado en la proa, la red fina para pesca menuda, el boliche, o el aparejo para arrastrar el copo, la traya.
Y quiero dejar para el final un descubrimiento curioso. No creo que nadie desconozca ese tipo de red en cuya boca lleva un aro de hierro y un rastrillo, que sirve para pescar almejas y coquinas. En la foto que acompaña el apunte podéis ver la que allí hay. Algunas son pequeñas, para usar manualmente en la misma playa; pero otras son mayores, para ser arrastradas desde una barca. Pues, bien, en esta visita me he enterado de que esa red se llama salabardo. Imaginaos la sorpresa del propio Zalabardo. ¿Habrá relación, decía, entre mi apellido y este tipo de rastrillo con red? Siquiera por hacer ese descubrimiento, ya ha valido la pena hacer la visita.

lunes, marzo 08, 2010


NATURALEZA VIOLENTA
Cuando estaba en segundo curso de bachillerato (y me recuerda Zalabardo que de eso hace ya cincuenta y tres años) estudiaba que España, atendiendo al clima de su territorio, podía dividirse en una España húmeda y una España seca. Andalucía pertenecía, decíamos, a esta última. Hoy costaría trabajo convencer a alguien de tal afirmación. No sé si este será el invierno más lluvioso que he conocido en mi vida; en cualquier caso, está siendo extremadamente lluvioso. Los daños (por inundaciones, corrimientos de tierras, cortes de vías de comunicación) son cuantiosos en Cádiz, en Sevilla, en Málaga, en fin, en toda la Comunidad.
Y si a nosotros nos azota la lluvia, no hay duda de que en otros lugares están mucho peor. En aquellos en los que la tierra ha temblado hasta originar catástrofes enormes. A mediados de enero fue en Haití; a finales de febrero, en Chile; hoy mismo, en Turquía. Todo en apenas un mes.
Podría repetir ahora los argumentos expuestos en otros apuntes para preguntarme si esta naturaleza desatada es obra del cambio climático u obedece, como dicen otros, a simples ciclos que se repiten periódicamente.
Pero hoy no es momento de plantearse tales preguntas. Ya habrá tiempo para debates, para explicaciones y para hallar las causas de toda esta violencia de la naturaleza. Hoy lo que corresponde es condolerse con todos los afectados y llamar a la solidaridad con ellos, con los que están próximos y con los que están más lejos. Si nosotros, en persona, con nuestras propias manos, no podemos hacer nada, ya hay quien está cumpliendo esta misión. Pero para ello hace falta una colaboración económica. Y esa sí la podemos prestar.
Ahora, aquí, en recuerdo de todos los damnificados, quiero traer un poema de Neruda, chileno precisamente, que se titula Terremoto:
Desperté cuando la tierra de los sueños faltó bajo mi cama.
Una columna ciega de ceniza se tambaleaba en medio de la noche,
yo te pregunto: he muerto?
Dame la mano en esta ruptura del planeta
mientras la cicatriz del cielo morado se hace estrella.
Ay!, pero recuerdo, dónde están?, dónde están?
Por qué hierve la tierra llenándose de muerte?
Oh máscaras bajo las viviendas arrolladas, sonrisas
que no alcanzaron el espanto, seres despedazados
bajo las vigas, cubiertos por la noche.
Y hoy amanece, oh día azul, vestido
para un baile, con tu cola de oro
sobre el mar apagado de los escombros, ígneo,
buscando el rostro perdido de los insepultos.
Deseemos que ese día azul amanezca, en verdad para ellos y para todos nosotros.

viernes, marzo 05, 2010


APUNTES DE VIAJES: UNA CIUDAD ENCANTADA Y ALGO MÁS
Me aconseja Zalabardo que me atenga únicamente a las impresiones recibidas como simple viajero y huya del tono complaciente propio de las guías turísticas. Si pareció eso mi apunte anterior, de verdad que lo siento, porque solo pretendía dejar constancia de la admiración que me produjo una ciudad de la que no tenía otros datos que los de la fama de sus casas colgadas, su semana santa y su museo de arte abstracto.
El segundo día estaba reservado para visitar la provincia. Y como no podía ser completa, seleccionamos la zona que nos pareció de mayor interés: la serranía. El día amaneció cubierto y con amenaza de lluvia, aunque, por suerte, abrió unas horas después. Sí hacía, en cambio bastante frío. Salimos de la capital con 3º y, cuando comenzamos a subir por las primeras estribaciones de la sierra, la temperatura bajó hasta los 0º.
El primer destino sería la Ciudad Encantada, a unos 35 kilómetros de Cuenca y cerca de la población de Uña. Antes, sin embargo, se imponía hacer una parada para acercarse a la imponente oquedad llamada el Ventano del Diablo, balcón natural que se asoma a un río Júcar que lucha en una profunda hoz por encontrar su camino entre las rocas.
La Ciudad Encantada es un curioso capricho de la naturaleza, que ha hecho que el agua, la nieve y el aire moldeen las rocas calcáreas de la zona hasta conseguir formas inverosímiles a las que la imaginación popular ha otorgado nombres no menos caprichosos: los osos, la foca, el mar de piedra, la tortuga, la lucha entre el elefante y el diplodocus, etcétera. Una cosa me disgustó sobremanera en este paraje: que muchas de las flechas que indican el recorrido que debe seguirse y algunos nombres de las diferentes formas estén marcados con pintura sobre la misma roca. Alguien debería evitar ese desmán.
Más adelante, siguiendo por la misma carretera y adentrándonos más en la sierra, a unos diez kilómetros después de pasar el pueblo de Tragacete, se puede disfrutar de un espectáculo casi sin parangón: el nacimiento del río Cuervo. El año ha sido especialmente sonoro, no creo que nadie discuta este dato, y esto se nota en estos parajes. Una vez llegado a un anchuroso aparcamiento que hay junto a la carretera, basta caminar unos doscientos metros para encontrarse con la cascada tobácea cuya foto acompaña el apunte. Remontando el curso, se puede llegar pronto al mismo nacimiento del río. La pena es que no pudimos hacerlo, porque es tanta el agua que hay este año que parte del sendero está inundado y habría que meterse en el agua hasta media pierna.
Esto nos dio ocasión para continuar la visita y dirigirnos hacia otro lugar, la hoz de Beteta, ya a unos ochenta kilómetros de la capital. La hoz de Beteta, áspera garganta por la que discurre el río Guadiela, va desde Beteta a Puente Vadillo. Por la margen izquierda del río, entre este y una alta muralla de piedra, discurre un sendero botánico bastante educativo, ya que hay frecuentes paneles que nos explican la fauna y flora de la zona. La misma razón que en el recorrido anterior, el exceso de agua que corta el camino, nos impidió recorrerlo completo. No obstante, pudimos hacer el tramo que va desde la Fuente de los Tilos hasta el comienzo de la subida a la Cueva de la Ramera, que algunos llaman también de don Quijote.
Y ya nos quedaba el tercer día, el de la vuelta, lunes. En el viaje de regreso teníamos previstas unas visitas, pero a la hora de organizar las cosas no tuvimos en cuenta que si bien en Andalucía ese lunes era festivo, no lo era, en cambio, en Castilla-La Mancha y los lunes no festivos son días de cierre para museos y monumentos. Así que nos quedamos sin ver las ruinas de Segóbriga, en Saelices, o la Casa de Dulcinea y el Centro Cervantino de El Toboso. Tuvimos que conformarnos con visitar los molinos de viento de Mota del Cuervo, que la gente del lugar señala como los auténticos contra los que luchó don Quijote, y dar un paseo por las calles de El Toboso.
Y eso ha sido esta escapadita. Ya veremos cuál y cuándo es la próxima.

martes, marzo 02, 2010


APUNTES DE VIAJES: UNA CIUDAD, UN MUSEO.
¿Ves cómo muchas veces hay que desdecirse de lo que uno ha dicho y comerse las palabras propias con patatas?, me dice Zalabardo, que continúa: Sobre todo cuando uno ha tenido la osadía de hablar sin saber de qué lo está haciendo. Me recrimina porque en más de una ocasión yo he realizado bromas del tipo "¿pero Cuenca existe?" o "a nadie le puede importar alguien que sea de Cuenca" y cosas por el estilo. Y hoy tengo que arrepentirme de todo ello.
Estas pasadas jornadas del puente del día de Andalucía he estado en Cuenca. Y he tenido la oportunidad de comprender que Cuenca existe, ¡y vaya si existe! Hasta el punto de que tengo que decir que siento no haberla conocido antes.
La impresión primera recibida, una vez llegado y dispuesto ya a patear sus calles, fue de admirado asombro al contemplar el casco antiguo encaramado sobre los más altos riscos de ese farallón que sirve de pared común entre la hoz del Huécar y la del Júcar. Ese conglomerado de casas y monumentos, cuya muestra más palpable la constituyen las casas colgadas, parece guardar un inestable, y sin embargo sereno, equilibrio, nido de águilas llamó Pío Baroja a la ciudad, y sobrecoge el ánimo de quien lo contempla desde la margen izquierda del río Huécar, mientras se asciende hacia el Parador de Turismo y nos disponemos a encarar el puente de San Pablo, uno de los accesos al pétreo recinto.
Cuenca es, esa es la impresión recibida a continuación, una ciudad de museos ¿Qué proporción, número de habitantes por cada museo, ofrecerá? El Museo de Arte Abstracto, ubicado en el recinto de las casas colgadas, puede que sea el más importante por la calidad y cantidad de obras y nombres allí representados. No hay figura notable de nuestro arte abstracto que no figure en él. En la Fundación Antonio Saura, aparte de contemplar las obras de este aragonés afincado en Cuenca, pudimos apreciar la exposición Sesión Doble, con obras de su hermano Carlos. Pero, además, están el Museo de Semana Santa, el Museo Diocesano, el Arqueológico, el de las Ciencias o la Fundación Antonio Pérez. Y seguro estoy de que más de uno se me escapa. Por supuesto que no los visitamos todos, ya que disponíamos de un único día para la ciudad. Pero la ciudad es mucho más: es la Plaza Mayor, la calle de los Canónigos, la Torre de Mangana. La ciudad toda en sí misma es un museo. Tanto que a nadie debe extrañar que, en 1996, fuese declarada Patrimonio de la Humanidad.
Mas entre visita y visita había que reponer el cuerpo, que no solo de arte y espiritualidad vivimos. Se hacía preciso probar las muestras de la gastronomía conquense. En una primera fila están las elaboraciones típicas y más famosas de la ciudad: el morteruelo, el ajoarriero y los zarajos. El primero, un paté a base de carne de perdiz y liebre, hígado de cerdo, panceta, jamón y pan, me gustó solamente regular porque le noté un exceso de especias. El ajoarriero, a base de patata, bacalao, pan, piñones y ajos, me encantó y los zarajos no quise ni probarlos en cuanto me dijeron su composición: tripas de cordero adobadas enrolladas en un sarmiento y luego asadas.
Toda la zona monumental está repleta de lugares donde saborear una refrescante cerveza o una reconfortante copa de vino. Para comer, entramos en un pequeño restaurante que está junto a los arcos del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor. Pero cuando, ya de noche, preguntamos por un lugar típico, nos enviaron a La bodeguilla de Basilio. Claro que quien nos dio la dirección olvidó añadir a la información la prevención pertinente. ¿Por qué? Pues porque en la tal bodeguilla puedes comer en la barra por una cantidad insignificante, ya que al pedir una caña o una copa te la acompañan, aparte de con un caldito caliente los días de frío, de cualquiera de las tapas, o mejor raciones, características del establecimiento, de forma que con dos cervezas ya estás cenado. En cambio, si pasas al comedor, te dan lo mismo y, sin embargo, te clavan en el precio. ¿Y quiénes imagináis que fueron los incautos que accedieron al comedor, que estaba tranquilo y semivacío, porque la barra estaba atestada y no había un hueco libre? Exactamente, esos que estáis pensando. Hay otro lugar parecido en la ciudad, en la parte más moderna, que se llama Al rojo vivo. Pero no es igual.
Y por hoy ya vale. En el próximo apunte os contaré otro tipo de visitas, que también las hubo: un recorrido por algunos espacios naturales de la provincia, que también mereció la pena.