MIGUEL DELIBES
Todas las mañanas, al levantarme, una de las primeras cosas que hago es encender el ordenador y repasar los titulares de prensa. Eso supone un inicial contacto con la realidad y me lleva a realizar una selección de lo que, más tarde, será lo primero que buscaré cuando coja un ejemplar de "los de toda la vida", es decir, impreso en papel.
Hoy me he levantado con la noticia de la muerte de Miguel Delibes. Se recogía como información urgente, pues fallecía poco después de las 7,30. Zalabardo sabe que, entre mis preferencias, Delibes ocupa un lugar muy importante no ya por sus calidades literarias (premio Nadal, premio Nacional de Literatura, premio Príncipe de Asturias de las Letras, premio Cervantes y varias veces candidato al premio Nobel) o lingüísticas (miembro de la Real Academia de la Lengua, "el dueño del idioma" lo llama hoy mismo Juan Cruz), sino también por otras cuestiones que él, sin embargo, desarrolló de modo intenso a través de su literatura.
Delibes es uno de los más directos "responsables", se podría decir así, de mi actitud de respeto y aprecio hacia la naturaleza. Creo que parte de mi amor por el mundo natural, lo que significa el campo frente a la ciudad, me vino directamente de las lecturas de este escritor castellano.
Cuando en 1975 Delibes leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, discurso que se titulaba Un mundo que agoniza, quería transmitir un mensaje a sus compañeros académicos y, a través de ellos, a todos nosotros, fuésemos o no lectores de su extensa obra. El mensaje provenía de los personajes de sus novelas, de Daniel el Mochuelo; de la criada Desi; de Lorenzo, el cazador; del Tío Ratero; de Nini, el cazador de ratas... Todos ellos aparecían por allí para dejar bien sentado que si el progreso de este tiempo nuestro, ese progreso que no se recata en cantar las alabanzas a la técnica y al maquinismo, ese progreso que nos inocula una desmedida tendencia hacia el consumismo, significa la destrucción del campo y de los pájaros, ellos se declaran contrarios a él.
Cualquier panegírico que yo intentara hacer de Miguel Delibes resultaría a todas luces escaso. Zalabardo, y quienes me leáis, sabéis que cada vez que trato aquí temas relacionados con la naturaleza y el ecologismo lo pongo como a él ejemplo. Por eso, hoy seguiré la sugerencia que me hace Zalabardo y dejaré en este apunte simplemente su palabra, sin añadidos de ninguna clase. Son fragmentos extraídos de un breve escrito suyo titulado Mi credo:
Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. [...]
La industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo, propende a desarrollarse en complejos cada vez más amplios, con lo que día llegará en que la Naturaleza sea sacrificada a la tecnología. Pero si el hombre precisa de aquélla, es obvio que se impone un replanteamiento. [...] Esto no supondría renunciar a la técnica, sino embridarla, someterla a las necesidades del hombre y no imponerla como meta. [...]
[El progreso] no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones Hombre-Naturaleza en un plano de concordia.
Descanse en paz Miguel Delibes.
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