jueves, marzo 11, 2010


UN MUSEO DE PALABRAS
Creo que fue Manuel Seco, autor del Diccionario del español actual, quien dijo algo más o menos así: Yo todos los días releo algunas páginas del diccionario. Así, saco a pasear palabras que están cautivas en el cercado del libro, y les doy vida, al menos efímera. No es mala idea ni mal proyecto. Zalabardo y yo hemos encontrado, hace unos días, otro modo de reactivar palabras que ya casi se han perdido o están en franco desuso: visitar el Museo de Artes Populares de Málaga.
Un museo etnográfico, como este de Málaga al que aludo, es para muchas personas, entre ellas Zalabardo y yo, un lugar para la nostalgia porque en él encontramos utensilios y recuerdos de otra época que ya se fue, afortunadamente, para no volver, puesto que los tiempos no solo han adelantado una barbaridad, sino que han mejorado como no podemos hacernos una idea. Allí hemos encontrado, por ejemplo, un tipo de cocina que nos retrotrajo a muchos años atrás, de aquellos primeros de mi infancia, cuando vivía en la casa de Osuna en la que nací y veía a mi madre preparar la comida en fogones de carbón, como el que hay en el museo.
Pero para otras muchas personas, como por ejemplo para los niños de un colegio que ese mismo día estaban allí de visita y escuchaban embobados las explicaciones de su profesor, ese museo es un factor de valor innegable para reconocer cómo se vivía en otros tiempos. Los niños alucinaban cotemplando uno de los primeros vehículos de bomberos que hubo en Málaga o el molino de trigo, llamado mostrén, de una tahona.
El MAP de Málaga no solo presenta cada una de sus salas o zonas en las que está distribuido perfectamente explicada mediante paneles introductorios, sino que el abigarramiento de utensilios, maquinarias y herramientas que allí se exponen se encuentra acompañado del correspondiente nombre de cada cosa. Zalabardo me decía que muchos de esos nombres no los había oído desde el tiempo de su niñez. Y yo debo confesar que algunos de esos nombres los desconocía por completo. Esto hace que este Museo de Artes Populares sea también un museo de palabras que están en trance de desaparición. palabras que, sin embargo, cobran vida y actualidad mientras leemos los rótulos y las identificamos con los objetos.
Son palabras que remiten al mundo de la pesca, de la casa, de la fragua, de la labranza, de la carpintería, de la cordelería y espartería, de las fiestas populares y de las costumbres más diversas. Pues todo, o casi todo lo concerniente a ese mundo ya superado está allí perfectamente representado, como esa curiosa colección de plancheros de hierro o la no menos curiosa de candiles.
Propios de la casa son utensilios y lugares como un tipo de cesto llamado tabaque, el lebrillo, el humero, las trébedes o el anafre. Del cultivo de la vid y de la obtención del vino nos hablan la azuela, el bastrén y las albarcas o agovías, que son un calzado de esparto que se empleaba para pisar la uva.
En la carpintería se utilizaban garlopas, caneladores y formones y el esparto se trabajaba con el pomo y la balsonera. A la labranza nos llevan el amocafre, el desmochador, el calabozo, el hocino, el ubio y el cebero.
Pero allí encontramos mucho más de lo que digo. También la vida urbana está representada, como las fiestas, tanto profanas como religiosas, o el folclore. O la industria de la pasa y la tipografía. Muchos son los carteles expuestos, de años diferentes y pretéritos, que anuncian corridas de toros o la feria de la ciudad.
Y al ser Málaga ciudad marítima, no podía faltar el mundo de la pesca. A él remiten unos tipos de embarcaciones muy malagueñas, como el sardinal o la jábega, con su ojo pintado en la proa, la red fina para pesca menuda, el boliche, o el aparejo para arrastrar el copo, la traya.
Y quiero dejar para el final un descubrimiento curioso. No creo que nadie desconozca ese tipo de red en cuya boca lleva un aro de hierro y un rastrillo, que sirve para pescar almejas y coquinas. En la foto que acompaña el apunte podéis ver la que allí hay. Algunas son pequeñas, para usar manualmente en la misma playa; pero otras son mayores, para ser arrastradas desde una barca. Pues, bien, en esta visita me he enterado de que esa red se llama salabardo. Imaginaos la sorpresa del propio Zalabardo. ¿Habrá relación, decía, entre mi apellido y este tipo de rastrillo con red? Siquiera por hacer ese descubrimiento, ya ha valido la pena hacer la visita.

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