martes, noviembre 30, 2010


LA ORTOGRAFÍA “QUE VIENE”


Me preguntaba Zalabardo un día si, ante la abundancia de comentarios, críticas y análisis acerca de la Ortografía de la Academia (hasta parece, me dice, que en facebook hay un portal que blande la defensa de la y griega), de próxima aparición, yo no pensaba decir nada. Le contesté que, dado que lo que de ella se ha adelantado no es otra cosa que propuestas que debían ser refrendadas o no por los representantes de todas las academias en la reunión de Guadalajara, esperaba a tener la publicación en las manos para emitir mi juicio sobre los cambios, cualesquiera que estos fuesen.
Pero ayer volvió a la carga. Porque, argumenta en su insistencia, mira que ha levantado polvareda ese asunto de la be larga y la be corta, el destierro de ch y ll del alfabeto, la y griega desprovista de su nombre y trasmutada en ye, las tildes que deben o no ponerse en según qué palabras. ¿Ha interesado algo tanto alguna vez a tanta gente como esta pretendida “reforma” de la ortografía? El revuelo ha estado incluso a punto de convertirse en motín. Y, aunque hoy tocaba una entrega de El cuaderno escondido, accedo a su petición.
Porque ahora resulta que —¿habrá tenido algo que ver este movimiento reivindicativo?— las academias parecen que reculan un poco y donde dije digo digo Diego. Y es que, tras la reunión de Guadalajara, José Moreno de Alba, presidente de la Academia mexicana, dice que las novedades polémicas solo fueron borradores de trabajo y nunca normas firmes; que todo sigue igual, que lo que hay son recomendaciones y que de ninguna manera “habrá coscorrones”, según sus propias palabras. No me parece mal esa prudencia de los señores académicos ante el revuelo levantado. La norma debe surgir del uso generalizado y aceptado, nunca generando levantamientos hostiles contra ella.
No obstante, le digo a Zalabardo: ¿es que alguien se ha creído que las tales propuestas son realmente algo tan novedoso como para organizar lo que se ha organizado? Sinceramente creo que no y voy a tratar de justificar lo que digo. Me parece que es preciso dejar bien sentado que desde los orígenes de nuestra lengua hasta hoy ha habido menos cambios (ortográficos) de los que creemos y que las “reformas” que hoy tildamos de revolucionarias tienen más antigüedad de la que pensamos.
No quiero hacer aquí una revisión histórica del asunto. Sería largo y, posiblemente, aburrido. Me voy a centrar tan solo (yo le quité la tilde a este adverbio hace ya mucho tiempo) en la primera de nuestras gramáticas, la de Antonio de Nebrija, escrita a finales del siglo XV. Y me limitaré a solo uno de los capítulos, el quinto, del libro primero, dedicado a la ortografía.
Lo primero que notamos es que, al tratar cuáles son las letras que representan los sonidos de nuestra lengua, señala las siguientes: a, b, c, d, e, f, g, h, i, k, l, m, n, o, p, q, r, s, t, u, x, y, z. Veintitrés. Y, oh sorpresa, faltan ch, j, ll, ñ, v, w. Nebrija divide las letras en tres grupos: las que sirven por sí mismas (a, b, d, p, s…); las que sirven por sí mismas y por otras (c, g, i, l, n, u) y las que nunca sirven por sí mismas y siempre por otras (h, q, k, x, y). ¿Qué es esto? Sirven por sí mismas las que siempre representan un sonido claro (las primeras letras de mesa o puerta); sirven por sí y por otras las que, además de representar su propio sonido, pueden, a la vez, representar otros (por ejemplo, c tiene su propio sonido en casa, pero otro en cero); y siempre sirven por otras las que no representan un sonido propio (q siempre vale por c, como en queso).
Pero vamos a ver algo más. ¿Qué pasa con q o con y? Dice Nebrija: De la q no nos aprovechamos sino por voluntad, porque todo lo que ahora escribimos con q podríamos escribir con c, mayormente si a la c no le diésemos tantos oficios cuantos ahora le damos. Así, si ahora se propone escribir, por ejemplo, Catar, no es sino redundar en esta misma apreciación. Más: La y griega tampoco veo yo de qué sirve, pues no tiene otra fuerza ni sonido que la i latina, salvo si queremos usar della en los lugares donde podría venir en duda, si es vocal o consonante. Cuando se pretende validar el nombre ye, por coherencia dicen los académicos, no estamos sino participando de la coherencia de Nebrija al incidir sobre su valor más consonántico que vocálico.
¿Por qué no considera Nebrija que ch y ll sean letras, sino que se relacionan con c y l? Porque representan sonidos para los que el alfabeto latino, sobre el que se forma el nuestro, carecía de letra. Así lo explica él: El otro oficio que la letra c tiene prestado es cuando después della ponemos h, cual pronunciación suena en las primeras letras destas diciones: chapín, chico; la cual así es propia de nuestra lengua, que ni judíos, ni moros, ni griegos, ni latinos, la conocen por suya […] Otro [oficio de l] ajeno, cuando la ponemos doblada y le damos tal pronunciación, cual suena en las primeras letras destas diciones: llave, lleno; la cual voz, ni judíos, ni moros, ni griegos, ni latinos, conocen por suya.
La i y la u, según el gramático andaluz, también tienen dos oficios. La i vale por sí y por g (por eso más tarde surge la i larga, es decir, la j) y la u vale por si y por b (y ahí tenemos el origen de la v (u be), a la que por lo mismo llaman muchos hispanohablantes americanos be corta).
Podríamos seguir buscando ejemplos en aquella primera gramática: la cuestión de la h, de la ñ (a la que tampoco consideraba letra, sino uno de los oficios de la n), o de la k. Pero sería alargarnos demasiado.
Y después de leer estas afirmaciones de Antonio de Nebrija, le pregunto a Zalabardo, ¿podemos seguir manteniendo que los académicos de nuestro tiempo son excesivamente revolucionarios? Mi buen amigo se encoge de hombros y se muestra proclive a mi propuesta de esperar a la publicación. ¡Ojalá, le digo, cuantos ahora se escandalizan con esas supuestas reformas mostraran siempre igual preocupación por las cuestiones del lenguaje! Algo, me parece, podríamos ganar.

martes, noviembre 23, 2010


NADIE ES INFALIBLE


Muchas veces hablo con Zalabardo sobre el carácter pretendidamente educativo de esta agenda. Y me preocupa que alguien piense que a los apuntes aquí contenidos yo les pueda dar un valor más alto que el que realmente les concedo y que a mí mismo me otorgue una misión que no está en mi ánimo. Ni pretendo ser un inquisidor que vaya condenando a la hoguera a cualquier sospechoso de heterodoxia (¿quién puede, por otro lado, tachar a nadie de heterodoxo y con qué derecho?) ni aspiro a convertirme en una especie de adalid del uso lingüístico.
La última conversación entre ambos respecto a tal cuestión ha surgido porque él me dice haber percibido un cierto tufillo de suficiencia en algunos juicios míos. Le confieso entonces que, siendo yo tan fiel seguidor de Antonio Machado en muchas cosas, también procuro siempre aplicarme aquello que decía en el prólogo de Soledades: reparad que no me jacto de éxitos, sino de propósitos. Por ello, el propósito que me guía no es otro que el de transmitir mi preocupación por utilizar una lengua lo más cuidada posible. ¿Por qué? Podría exponer variadas razones, pero me valen simplemente dos: una es aquella que, en mis años de universitario en Granada, aprendí de don Manuel Alvar: procurad que la lengua que transmitís a vuestros descendientes, si no es mejor que la que habéis recibido, sea por lo menos igual, pero nunca peor. La otra la pido prestada a Cicerón: Por agradables y majestuosos que sean los pensamientos, si se expresan con palabras desaliñadas, ofenderán los oídos, cuyo juicio es muy exigente.
En la maravillosa y entrañable comedia cinematográfica Con faldas y a lo loco (coincidirán conmigo Pablo Cantos y José Manuel Mesa, tan amantes ambos del cine, en los calificativos), cuando Daphne (Jack Lemmon), que no sino un músico disfrazado de mujer que se integra en una orquesta de mujeres para huir de unos gánsteres, dice, al final de la película y al tiempo que se quita la peluca, al ricacho playboy que se ha enamorado de ella y la quiere convertir en su esposa: ¡Es que no lo entiendes, Osgood; soy un hombre!, este le responde con toda naturalidad: ¡Bueno. Nadie es perfecto!
Nadie es perfecto ni infalible. En ningún campo ni faceta de nuestra vida. Y quiero decir con ello que también yo trufaré más de dos y más de tres veces los contenidos de esta agenda con errores. Ya Zalabardo, antes de publicar cada apunte, me lo revisa y advierte sobre lo que él encuentra. Y en los primeros tiempos de la agenda, la entrañable estudiante de Periodismo Mari Paz me tiraba de las orejas de vez en cuando por lo que decía o por como lo decía. También fui objeto de crítica por parte de Garrido y algunas otras personas. Otros lo hicieron de manera anónima, no sé si temiendo, o procurando incluso, que yo me sintiera herido. No saben estos cuán equivocados estaban. Porque debo decir que, contra esta última presunción, la verdad es que agradecí todas las críticas y admoniciones que me llegaron, que me sirvieron para modificar actitudes (algunas ciertamente intransigentes) y criterios de los primeros tiempos.
Si soy sincero, debo decir que de un tiempo a esta parte echo en falta tales comentarios (a lo mejor ello es muestra de que ya nadie lee estos apuntes). Y los echo de menos porque, con ellos, igual que yo denuncio vicios de lenguaje que hallo por diversos lugares y critico modas y costumbres de todo tipo, también puedo ir puliendo mis comportamientos, usos y vicios, que de todo hay.
Nuestro ego, que con facilidad nos empuja a sentirnos en alguna medida superiores aun sin que haya motivo para ello, necesita de vez en cuando una ducha fría que lo refresque y lo haga bajarse a los límites y niveles normales. Los senderistas y cualquier aficionado a andar saben que, por recóndito que nos parezca un sendero que transitamos por vez primera, cuando se llega a su fin siempre es posible descubrir que ya antes ha estado alguien allí, que no estamos descubriendo nada.
Zalabardo me pregunta si hay algo de mala conciencia que me lleve ahora a esta especie de ejercicio de humildad; le respondo que no hay nada de eso. O a lo mejor sí, porque la realidad es que, cuando escribo esto, pienso en mi apunte de hace unas semanas sobre la Academia (¿no me pasé un poco?). Pero lo que sucede en verdad es que reflexiono sobre el hecho de que son ya muchas las cuestiones que he tratado en esta agenda y me gustaría dejar sentado que, siempre, creo haber defendido honradamente el criterio que me ha parecido más puesto en razón. Como creo también que más de una vez habré errado y más de una vez erraré aún. Y, cuando eso sucede, me gustaría saberlo; para rectificar o, si procediera, para discutir los criterios discordantes.
Quisiera terminar el apunte echando mano de dos locuciones. Aunque en su origen pudieran haber tenido otro sentido, me vienen de perlas para el final. Dice la primera: errar es de humanos. Y mantiene la segunda: nada humano (y por tanto el error) me es ajeno. Y aquí paz y, después, gloria.
Hasta la semana próxima.

martes, noviembre 16, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 07. QUE TU CAMINO SEA LARGO (Leyendo a Constantinos Kavafis)


Bastantes son los que afirman que se trata de una historia apócrifa y hasta es posible que tengan razón. Pero muchos viajeros la siguen contando para sobrellevar los largos trayectos sin caer en el tedio, o mientras se acodan en la barra de una cafetería cuando es preciso esperar a que llegue el transbordo que esperamos. Así la oí yo, en la cafetería de una estación, de boca de un viajero griego que se valió de preguntarme la hora para entablar conversación conmigo.
El caso es que dice esa leyenda, fábula o cuento, cualquier cosa que ello sea, que a los pocos días de su regreso a Ítaca tras su largo periplo una vez concluida la guerra, Ulises se encontraba ya incómodo y triste en su casa. Unos dicen que el plazo fue algo mayor, de unos meses, e incluso hay quien afirma que todo sucedió al año. Da igual para lo que importa, que no es otra cosa sino que, después de tantos peligros y aventuras, no halló en casa lo que esperaba.
El hijo, Telémaco, se le enfrentó echándole en cara los años que había debido ir formando su carácter privado de un padre que le sirviera de ejemplo y guía, tal como la experiencia le había mostrado que sucedió con la mayoría de sus amigos. Los cortesanos murmuraban de él porque, habiendo regresado hacía tiempo la mayoría de los caudillos que acompañaron a Agamenón, creían que él habría perecido e intrigaban por los pasillos de palacio buscando alzarse con el poder. Y los pretendientes de la supuesta viuda lo hostigaban por haber llegado reclamando sus derechos maritales tras tantos años de olvido y haberlos ridiculizado por presentarse disfrazado y queriendo mostrar que solo él era capaz de tensar el arco.
Solo su esposa, Penélope, no le recriminó nada, pero en el tono violáceo de sus ojeras y en las arrugas que las lágrimas dibujaron sobre su cara pudo leer Ulises el dolor y quebranto que la invadieran por tan dilatada espera. Y también en los suyos pudo interpretar Penélope, las mujeres difícilmente se equivocan en estas cosas, que el destino de su marido no era otro sino el de cumplir etapas sin meta inmediata.
Y Ulises comenzó a sentirse desgraciado. Tanto que se vio forzado a abrir el corazón a su esposa y confesarle su angustia. Ella lo contempló en silencio, lo besó luego en la frente y le dijo que le otorgaba su permiso para irse a continuar vagando por el mundo. Y que cuando creyera llegado el momento de cubrir la última etapa, allí estaría ella esperándolo, como lo había esperado hasta ahora, en su casa de Ítaca.
Y Ulises recogió sus cosas y salió de noche, oculto en la oscuridad, sin que nadie lo viera salvo su leal esposa.
La historia termina dando el dato de que todavía es posible verlo por ahí. Unos dicen que es ese viajero que lleva las solapas levantadas para resguardarse del frío y, sentado en un banco en la esquina del vestíbulo de una estación, muestra una mirada perdida en la lejanía. Otros pretenden, contra toda lógica, que sea ese joven que, provisto solo de una ligera mochila, estudia atentamente un cuadro de llegadas y salidas. Incluso alguno a quien yo le he transmitido la historia me ha dicho que pudo ser el viajero que me preguntó la hora mientras tomábamos café.
Pero yo creo que se equivocan.


Constantinos Kavafis (1863-1933): Ítaca

Cuando partas de viaje a Ítaca
desea que tu camino sea largo,
lleno de aventuras, pleno de experiencias.
No te den miedo los lestrigones ni los cíclopes,
no temas la ira de Poseidón.
En tu camino seres así nunca hallarás
si mantienes elevadas tus ideas, si una selecta
emoción guía tu espíritu y tu cuerpo.
No hallarás lestrigones ni cíclopes,
no hallarás al temible Poseidón,
si no los llevas en tu alma,
si tu alma no los yergue ante ti.

Desea que tu camino sea largo.
Que abunden las mañanas estivales
en que llegues con placer, con infinito gozo,
a puertos antes nunca vistos.
Párate en los mercados fenicios
y compra sus bienes preciados,
ámbar, ébano, coral, marfiles,
voluptuosos perfumes diferentes,
muchos, cuantos puedas abarcar.
Ve a las ciudades egipcias,
aprende en ellas, y aprende de sus sabios.

Ten siempre en tu pensamiento a Ítaca.
Llegar allí es tu destino.
Pero nunca vayas deprisa en tu viaje.
Que dure muchos años,
y atraques en la isla ya muy viejo,
rico con lo que te dio el camino,
sin esperar que Ítaca te dé riquezas.

Porque Ítaca te permitió ese hermoso viaje.
No habrías partido sin ella.
Ninguna otra cosa tiene ya para ti.

Y si la encuentras empobrecida, no te ha engañado Ítaca.
Sabio como serás, pleno de experiencias,
Comprenderás entonces lo que las Ítacas significan.

martes, noviembre 09, 2010


A VUELTAS CON EL GÉNERO


Nada más leer la palabra género, la cara de Zalabardo muda de color y todo él se pone que se sube por las paredes. ¿Volvemos a las andadas?, me dice; ¿otra vez con la misma monserga?, continúa. Y yo me veo precisado a calmarlo, a procurar que recobre el sosiego consustancial con su persona. Le digo que no, que no reabro la antigua lucha, que no trato de regresar a nada. Que, aunque hable del género, no voy por el camino de los miembros y las miembras o de los jóvenes y las jóvenas. Que lo que quiero tratar es una serie de confusiones que se dan en el empleo de este accidente gramatical (no se olvide lo de gramatical) y que no sé si se producen precisamente por lo anterior o tienen otra causa. En cualquier caso, son errores graves que debieran evitarse y que, sin embargo, afloran a cada instante.
Empiezo por dar unos ejemplos tomados de distintos medios en días no muy lejanos los unos de los otros. Ejemplo número 1: Fueron prontamente atendidos por la médico de guardia. Ejemplo número 2: [Sara Carbonero] tiene 26 años y es periodista deportivo. Ejemplo número 3: Si no quieres hacer el ridículo, parecer una fantoche, toma buena nota. Ejemplo número 4: Las víctimas fueron asesinados por ser parientes de huidos.
Me vais a perdonar si ahora empiezo haciendo una muy sucinta exposición de las formas que adopta el género en nuestra lengua. Doy por sentado que quienes me leéis sabéis lo que voy a decir; no obstante, creo que debo empezar por ahí para luego explicar los ejemplos anteriores. Todos los sustantivos españoles tienen un género (que no tiene nada que ver con el sexo sino con la posibilidad de combinarse con uno o con otro artículo), que puede ser masculino o femenino. Si el sustantivo, además, designa seres animados, sexuados, lo normal es que posea las dos formas (gato/gata, amigo/amiga). Sin embargo, hay algunos, los llamados comunes en cuanto al género que tienen una sola forma, la misma para los dos géneros; la diferencia genérica, en ellos, viene dada por el empleo de artículos y adjetivos (un pediatra famoso/una pediatra famosa). Y hay otros, los llamados epicenos, que son los que tienen una forma única, de masculino o de femenino, para designar tanto al macho/varón como a la hembra/mujer; hay, pues, epicenos masculinos (personaje, tiburón) y epicenos femeninos (persona, foca). La concordancia se hará, sin dudar, en la forma masculina o femenina del sustantivo (Marie Curie es un personaje famoso o Miguel Delibes es una persona amena).
En cuanto a lo que son los sustantivos que designan seres inanimados, lo normal es que posean un único género, ya sea masculino (cuaderno, tejado) o femenino (casa, estantería). No obstante, hay un grupo, relativamente escaso, los llamados ambiguos, que se pueden usar indistintamente en su forma masculina o femenina (el/la calor, el/la color, el/la mar, el/la puente). La elección de una u otra forma depende de los diferentes registros o niveles de lengua a que pertenece el hablante, de factores dialectales, profesionales, etc.
Hasta aquí, la teoría. Vayamos, entonces, a los ejemplos citados antes. Médico es un sustantivo normal y corriente que, por designar a seres animados, posee dos formas claramente diferenciadas, médico y médica (como ingeniero/ingeniera, arquitecto/arquitecta, etc.). Parece mentira que, en una época en la que se tiende a la improcedente feminización de muchos sustantivos (miembra), se insista tanto, de forma igualmente improcedente, en la incorrecta forma la médico.
Periodista es sustantivo común en cuanto al género (el/la periodista), que exige concordancia en el género (esta vez sí, biológico) al que pertenezca la persona designada. Eso quiere decir que Sara Carbonero, mujer, es una periodista deportiva y no lo que dice el texto del ejemplo.
Del ejemplo tercero, fantoche, es necesario precisar algo más. Si lo tomamos como ‘muñeco grotesco’, diremos que es un sustantivo que designa ser inanimado y tiene género masculino. Pero si lo entendemos como ‘persona grotesca y vestida de forma estrafalaria’, resulta que es un epiceno masculino. En cualquier caso, su única forma válida es un fantoche y nunca una fantoche.
Y nos queda el último ejemplo, víctima. Frente al caso anterior, víctima es un epiceno femenino, es decir, que no acepta más que la concordancia en género femenino. Habrá que decir, por tanto, que las víctimas fueron asesinadas, aunque entre ellas hubiera hombres y mujeres.
Consulto a Zalabardo si cree que este apunte sobre el género es publicable o lo considera algo plúmbeo y farragoso. Se queda pensando un rato, haciéndose el interesante. Al final, adoptando un aire displicente, me dice que el apunte resulta excesivamente teórico y, por tanto, prescindible; pero que si es mi capricho publicarlo, adelante con los faroles.

martes, noviembre 02, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 06. LA VUELTA DEL GUERRERO (Leyendo el Romancero)


Serio, reconcentrado sobre sí mismo, como si meditara sobre cuanto queda atrás y sobre cuanto le espera, el caballero, que regresa de la guerra, ocupa un lugar entre sus hombres junto a una hoguera que han encendido en una esquina del campamento. Esos toscos soldados que integran la hueste lo han invitado a compartir con ellos una jarra de vino. La alegría por la vuelta a casa se hace patente en todos los rostros. Arriba, en el cielo, brillan las estrellas y una brisa fresca, más bien fría, les da en el rostro.
Siempre le ha gustado la compañía de los hombres de su mesnada. Muchas son las penalidades que han vivido juntos y muchas las largas jornadas de camino que han realizado. Ahora están de vuelta hacia el hogar y han acampado por última vez antes de iniciar la postrer etapa del regreso. Los rudos guerreros guardan silencio respetando las pocas ganas de hablar que su señor tiene. Se diría que un negro presagio cruza por su mente.
La guerra ha sido dura; es verdad que todas las guerras lo son, pero esta les ha tenido tres largos años fuera de sus hogares. De vez en cuando, alguien rompe el silencio y comenta algo sobre las veces que han debido poner sobre el tablero sus vidas por mandato de su rey. Pero nada de eso importa a estos recios corazones si se logran tierras y gloria para su señor. El caballero medita que había hecho una promesa que no ha po-dido cumplir: «Antes de seis meses volveré», había dicho. Y ha estado fuera tres años. La vuelta a casa, se dice en silencio, lo suavizará todo.
No muy lejos de ellos, en torno a otra fogata, un bullicioso grupo pasa de mano en mano jarras de vino de las que pronto dan cumplida cuenta. No son solo soldados, también hay mucha gente que se les ha ido unido durante las diferentes jornadas: son buhoneros, cordeleros, cardadores y gente de toda laya que va de un lugar a otro buscándose la vida. Todos, ellos y los soldados, sirven de auditorio a un peregrino que se ha convertido en centro del grupo. Se le conoce por la palma que porta y que distingue a cuantos hacen romería a Tierra Santa. Cuenta las maravillas que ha tenido ocasión de contemplar durante su larga peregrinación. El auditorio, embobado, está pendiente de sus palabras mientras el vino va pasando se mano en mano.
Pero el palmero no cuenta solo maravillas de su largo viaje; no habla tan solo de las tierras remotas que ha podido visitar. Narra también sucesos acaecidos en lugares más próximos por los que ha pasado antes de topar con este grupo de soldados que vuelve de la guerra. Así, ahora da detalles de un fúnebre caso que ha tenido lugar días atrás en la cercana ciudad hacia la que se dirige aquella gente de armas.
El caballero que departe con sus hombres en la fogata próxima no ha podido evitar oír las palabras del palmero, sobre todo cuando sus oídos han sido heridos por el nombre de su lugar. Dirige sus ojos y su atención hacia el heterogéneo grupo que rodea al peregrino. Una dama de muy alta alcurnia, llamada doña Mencía, está narrando el romero, ha muerto de dolor al no poder soportar la lejanía de su amante. La melancolía y la desazón por la suerte que hubiera podido correr su amado, que estaba en la guerra contra el infiel y no ha regresado en el tiempo prometido, ha agotado sus fuerzas. Los funerales, sigue contando el peregrino, causaron sensación no ya tan solo por la alta estirpe de la difunta, sino por la soberbia y riqueza de las exequias.
En tanto ha durado la narración, el caballero que vuelve del campo de batalla ha ido perdiendo la color de su cara. Gruesas lágrimas resbalan de sus ojos y ruedan por sus mejillas. El caballero siente, allá en lo hondo de su pecho, que se le parte el corazón. A su alrededor, sus hombres guardan silencio.




Anónimo (siglo XV): Romance del palmero o de la amiga muerta


En el tiempo que me vi
más alegre y placentero,
encontré con un palmero,
que me habló y dijo así:
«¿Dónde vas, el caballero?
¿Dónde vas, triste de ti?
Muerta es tu linda amiga,
muerta es que yo la vi;
las andas en que ella iba
de luto las vi cubrir,
duques, condes la lloraban,
todos por amor de ti;
dueñas, damas y doncellas
llorando dicen así:
“¡Oh, triste del caballero
que tal dama pierde aquí”»