sábado, febrero 27, 2016

LA FASCINACIÓN POR LOS CLÁSICOS



            Cuando la raza humana, en su senilidad, pierda la imaginación y se entregue a un exclusivo racionalismo, la muerte del mito será seguida después por la muerte de la razón misma (Frederick Clarke Prescott)

 
Moisés salvado de las aguas. Rafael
          
No recuerdo con exactitud, y así se lo confieso a Zalabardo, cuándo descubrí la Odisea. Mi primer acercamiento a ella fue durante el bachillerato elemental. Los libros de lengua, al final de cada tema, incluían fragmentos de obras de la literatura universal. Desde cuentos indios hasta obras de total actualidad.
            Uno de esos fragmentos era el episodio en que Ulises engaña a Polifemo. Dice llamarse Nadie, lo emborracha, le clava una estaca ardiente en el ojo y consigue escapar junto con sus compañeros. Ese día me nació el ansia de leer la historia completa de aquel héroe. Aún tardaría años en enfrentarme, cara a cara, con los textos homéricos, pero mi fascinación por los clásicos, sin embargo, ya había prendido.
            Según avanzaba mi experiencia como lector, me convencía más de que (y estas palabras me las dijo hace unos días mi compañera Lola Ruiz) en la actualidad no hay historia o personaje que no se haya asomado en un clásico anteriormente. No es que los clásicos vuelvan constantemente, es que viven con nosotros. Esa es su grandeza. Nada nuevo hay que no aparezca en la Ilíada o en la Odisea, porque el paisaje y el mundo que rodean al hombre pueden cambiar constantemente, pero el hombre en sí no ha sufrido apenas cambio o evolución. Y Francisco Rico afirmaba recientemente que el Quijote atrae porque la vida de los hombres es hacerse ilusiones que en general no van a conseguir.
            Basta un somero repaso de las grandes obras para comprobar esta continua presencia de los clásicos y la posibilidad de reelaborar los mitos sin que sufran menoscabo. Romeo y Julieta es una actualización del mito babilónico de Píramo y Tisbe; La Celestina tiene bastantes concomitancias con el Pamphilus; la conversión de Alonso Quijano en don Quijote la explica el ansia por recuperar un mundo perdido, lo que vemos muy pronto, nada más oír su discurso sobre la edad de oro.
            No es preciso alejarse mucho en el tiempo. La bella y la bestia, historia que se suele considerar originaria de Francia, no es sino una reelaboración de los amores de Cupido y Psique, que ya nos narró Apuleyo. Y, en nuestros propios días, un documental, El legado de Star Wars, justifica el paralelismo de la saga galáctica con las obras de Homero y con determinados mitos de la antigüedad. Esto podría cerrar (o abrir) cualquier debate. Cojamos el camino que cojamos, siempre tendremos un argumento en favor de la actualidad de los clásicos.

Lucha entre Tretren Vilu y Caicai
            Azorín dijo: un autor clásico no será nada, es decir, no será clásico, si no refleja nuestra sensibilidad. Nos vemos en los clásicos a nosotros mismos. Por eso, los clásicos evolucionan; evolucionan según cambia y evoluciona la sensibilidad de las generaciones. Un autor clásico es un autor que siempre se está formando. No han escrito las obras clásicas sus autores; las va escribiendo la posteridad. Y Bertolt Brecht: La reelaboración de las antiguas obras clásicas parte de la concepción de que el género humano ha conservado aquellas obras que marcaron sus progresos en el sentido de una humanización cada vez más fuerte, más sensible y más inteligente. La reelaboración, por tanto, acentúa las ideas progresistas de las obras clásicas.
            La reelaboración de los mitos es incesante. El del diluvio universal, que ya encontramos en el Poema del Gilgamesh y se repite en el Génesis con la historia de Noé, reaparece en Grecia con la de Deucalión y Pirra y en el mito araucano de Trentren Vilu y Caicai. Y podríamos seguir aportando ejemplos, aunque no lo considero necesario.
            La continua actualidad de los mitos y los clásicos se manifiesta en esta anécdota de Juan Goytisolo. Invitado a dar un curso de literatura en una humilde universidad del Bronx para estudiantes puertorriqueños, le aconsejaron que hablara solo de autores de la isla. Goytisolo contestó que pensaba hablar de La Celestina. Le respondieron: “Al tercer día ya no tendrá ni un alumno”. Goytisolo llegó a clase, distribuyó ejemplares de la obra de Rojas entre los alumnos y dijo: El autor de esta obra tenía la edad de ustedes cuando la compuso. Como ustedes, era súbdito de la mayor potencia imperial de la época y pertenecía igualmente, como ustedes, a una minoría discriminada. El libro es la tragedia de un amor enfrentado a las normas y valores de una sociedad tradicional rígida. El curso, confiesa, fue un éxito. 

Leucotea entrega su velo a Ulises. John Flaxman
            La lista de reelaboraciones de la Odisea es larga: Joyce, Tennyson, Cavafis Los españoles Torrente Ballester, Gala, Buero Vallejo… Ahora vengo yo con otra actualización del tema, No tendrías que haber vuelto. Aunque la historia que cuento no puede negar la influencia de la Odisea, aun siendo muy actual, sus páginas son prueba de mi fascinación por otros muchos clásicos, antiguos y modernos. El próximo jueves 3 de marzo, a las 19:00 horas, en el Centro Andaluz de las Letras, de Málaga, tendremos una charla coloquio sobre El eterno regreso del mito. Me siento halagado por poder contar, como maestros de ceremonias, con el poeta y profesor de la Universidad de Málaga Francisco Ruiz Noguera y mi compañera Elena Picón García. Desde aquí, ya comienzo a darles las gracias.

sábado, febrero 20, 2016

LA IMPUNIDAD DE INTERNET



De qual guisa salió decir non lo sabría,
ca fellesçio el libro en que lo aprendía;
perdiose un quaderno, mas non por culpa mía,
escribir aventura sería grant follía
(Gonzalo de Berceo)

            Que el concepto de autoría ha cambiado desde la Edad Media a nuestros días no tiene discusión. No obstante, creo que en aquellos lejanos tiempos, en los que también se practicaba una especie de “propiedad común de la cultura”, por darle un nombre, la reelaboración, la transmisión de lo que otros habían dicho o escrito se hacía con otro talante; yo diría que, por lo que vemos en Berceo, con más respeto.
            No debe olvidarse, le explico a Zalabardo, la situación de aquellos escritores: inexistencia de la imprenta (los libros se copiaban a mano), complejidad para preparar la vitela utilizada para escribir los libros, escasez de bibliotecas (solo algunos monasterios disponían de scriptorium), altísimo nivel de analfabetismo incluso entre las clases privilegiadas…
            Le pido a Zalabardo que medite la diferencia entre los medios de información y documentación con que contábamos en nuestra juventud y los que hoy se ponen a nuestro alcance. Había que meterse en una biblioteca, si se disponía de alguna cerca, en la que existiesen la enciclopedia o los libros necesarios para una investigación. Si el libro ya estaba prestado, había que engrosar una extensa lista de espera. Luego, leer capítulos completos hasta hallar el dato buscado y copiarlo a mano para utilizarlo más tarde. En fin, algo que los más jóvenes, afortunadamente, ya no tienen que hacer.
            Porque un día llegó Internet. Y, con ello, se nos concedió un caudal de información incalculable. No seré yo quien reniegue de Internet. ¡Ojalá hubiese dispuesto de tal instrumento en mis tiempos de estudiante! Y, sin embargo, hay bastante que decir de tal adelanto.
            El mal, le digo a Zalabardo, no está en el instrumento, sino en cómo lo empleemos. ¿Condenaremos un cuchillo porque puede herir? El progreso tecnológico hay que acogerlo con los brazos abiertos, pero hay que ser consciente de cuanto bueno o malo pueda tener. Y, yo al menos no lo dudo, el mal solemos añadirlo nosotros, no viene de fábrica.
            Con frase publicitaria, diríamos que Internet nos pone todo un mundo al alcance de un clic. Y ahí está el quid, saber cuándo pulsar la tecla. El peligro que encuentro en Internet es el de la impunidad con que podemos actuar: unas veces de manera inconsciente; otras, eso es lo malo, con total inconsciencia. Lamentablemente, con facilidad sucumbimos a la tentación de creer que cuanto aparece en la Red es dogma de fe. Y no dudamos en aceptarlo con cándida credulidad. Renunciamos a ejercer nuestra capacidad crítica.
            Digo impunidad porque resulta muy fácil subir contenidos no contrastados, opiniones, datos de muy variada naturaleza, sin que nadie nos pida responsabilidad por ello. Y donde digo impunidad digo también irresponsabilidad. Si lo hacemos inadvertidamente, por ignorancia, malo; pero si lo hacemos con intenciones torcidas, es peor aún.

            Lo peor de todo es cuando ponemos en boca de alguien palabras que el interesado nunca empleó. A diario tenemos muestras de ello y las redes sociales son su mejor exponente. El actor gallego Moncho Borrajo se ve obligado a tener que explicar que una carta abierta dirigida a Pablo Iglesias, aunque suya, ha sido manipulada en tono y contenidos hasta modificar y/o añadir frases que él nunca escribió. Libremente circula como carta escrita por el humorista Antonio Fraguas, Forges, un texto escrito hace cuatro años por otra persona en su blog. Un periódico publica una foto en la que, según el pie, aparecen militantes de Podemos orinando y defecando ante la madrileña Catedral de la Almudena. Detalles de la foto permiten ver que ni es la catedral madrileña, sino la de Buenos Aires, ni la foto es actual, ni los guarros que en ella aparecen son de Podemos. En Facebook se difunde una frase de Antonio Machado, acompañada de la foto del escritor; el problema es que la frase es de Manuel Azaña. Nos llega un poema de Benedetti (en otros lugares se atribuye a otra persona) que no encuentro en ningún libro del escritor uruguayo. Ayer mismo leía que Matteo Renzi, primer ministro italiano, quiso mostrarse elogioso hacia los argentinos, durante una visita a Buenos Aires, leyendo un poema de Borges que, ¡oh, desdicha!, no es de Borges. Sus asesores lo habían tomado de… Internet.
            Creo que necesitamos ser menos cautos, pensar un poco cuanto vemos en Internet y, si vamos a contribuir a su difusión, cerciorarnos de su veracidad. Algunos casos son del todo irrelevantes, pero otros pueden provocar un daño irreparable. Todo, porque no pensamos como Berceo que, si desconocemos la fuente, escribir al buen tuntún es grave locura. Con la lamentable moda del copiar y pegar, nos acostumbramos  a dar como propio lo que tiene una autoría diferente. Además, con la falta de elegancia que supone apropiarnos de lo que no es nuestro.
            Esta misma Agenda de Zalabardo no se ha librado de sufrir actos que, aunque diferentes a los comentados, casi rozan el pirateo. No digo que de manera premeditada. Ni somos el Pentágono ni el hecho reviste mayor importancia. Esta página recibe un número modesto de visitas. Algún apunte tiene suerte y acuden a él más lectores. Uno ha sobrepasado las 6000 visitas; otros están entre las 1000 y las 5000. Varios superan unas centenas. Pero un buen día (o malo) de septiembre de 2013 un apunte comenzó a recibir un número desproporcionado de visitas (más de doscientas diarias). El dato era a todas luces falso. No sé explicar bien el caso. En él clavó sus garras uno de esos programas fantasmas que circulan por ahí y lo reproducía de manera descontrolada. Traté de poner medios para evitarlo y ya recibe menos visitas anormales, aunque el caso no ha concluido. Ese programa, logré saberlo, aparecía ligado a una inexistente compañía de vuelos baratos. Si entrabas en ella, te llevabas el chasco de que lo que veías era esta Agenda. ¿Y a quién se piden responsabilidades? Pues vaya usted a saber.

sábado, febrero 13, 2016

EL ETERNO REGRESO DEL MITO



            Las obras poéticas realmente bellas rara vez tienen un solo autor. Dicho de otro modo, son obras que se hacen solas, a través de los siglos y de los poetas, a veces, a pesar de los poetas mismos, aunque siempre, naturalmente, en ellos (Antonio Machado)

            Quería haber hablado hoy de un tema muy diferente, el de la impunidad con que circulan textos, opiniones, juicios… en Internet. Pero no he tenido tiempo. Estoy enfrascado en un acto próximo que tendrá lugar en el Centro Andaluz de las Letras de Málaga: una charla-coloquio sobre mi novela, No tendrías que haber vuelto.
            En dicho acto tendré el gran honor de que me acompañen, quizá sea mejor decir que los acompañaré yo a ellos, Francisco Ruiz Noguera y Elena Picón García, amigos, compañeros, personas entrañables por encima de todo. Intentaremos desentrañar a quienes se les apetezca asistir las claves de la novela. Realmente no hay más que una: que el mito, los clásicos, están siempre presentes en nuestra vida, que no constituyen algo que haya vuelto sino, como me decía Lola Ruiz, son algo que nunca se ha ido y que nunca envejece.
            Mi novela, lo he dicho varias veces, aunque es una historia actual, nace de mi lectura de los clásicos, más de la Odisea y de Gilgamesh que de otros, pero hay más escondidos en sus páginas. Clásicos y mitos, porque tanto de unos como de otros necesitamos para vivir. Decía Vargas Llosa que la obra literaria y artística que alcanza cierto grado de excelencia no muere con el paso del tiempo, sino que sigue viviendo y enriqueciendo a las nuevas generaciones y evolucionando con ellas. También decía que en un mundo que tiende a la especialización y a la acumulación de conocimientos, cada vez es más necesaria la cultura. Porque conocimiento y cultura no son la misma cosa, ya que esta última es experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía; y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera.
            Esa reflexión, esa revisión de los clásicos y los mitos, sin apartarme de la vida real, haciéndolos vivir en nuestra época y bajo nuestras circunstancias es la pretensión, modesta, de mi novela. De todo ello intentaremos hablar el próximo día 3 de marzo, a las 19:00, en el Centro Andaluz de las Letras. Aquí os dejo el cartel anunciador.

sábado, febrero 06, 2016

¡PEDAZO DE LIBRO…!



            Todo bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes, de tal manera que, explicando bien el concepto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de las palabras que pusiéredes en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender o a la sentencia della, o al encarecimiento, o a la elegancia (Juan de Valdés: Diálogo de la lengua)

            Estos días hemos podido ver una especie de sobreabundancia de artículos en los que personas nada sospechosas de ser puristas, remilgadas o tiquismiquis llaman la atención sobre ciertas tendencias observables en el uso de nuestra lengua (y también en otras) y que comienzan a ser preocupantes. Javier Marías en Sofistas de museo criticaba la obsesión de los “políticamente correctos” por modificar títulos de obras de artes en las que aparecen términos considerados ofensivos. “¿Considerados por quiénes?”, se preguntaba el articulista. Pedro Álvarez de Miranda, en O todos o ninguno planteaba las incongruencias en que incurren los que en nombre de la “igualdad de género” abusan de las duplicidades andaluces y andaluzas, ciudadanos y ciudadanas y similares; y, además, explicaba cómo deberían expresarse si de verdad fuesen consecuentes con ese “igualitarismo” que propugnan. En varias informaciones y alguna columna de opinión, veo sacar a colación la afirmación de Víctor García de la Concha sobre el nivel zarrapastroso de nuestra manera de usar la lengua. Lo que no creo haber visto es la mención de que el expresidente de la RAE y actual director del Instituto Cervantes ya dijo esto en una entrevista de 2012 (“Se habla un español zarrapastroso”) cuando se publicó El libro del español correcto.

            Le digo a Zalabardo que no es bueno ponerse medallas que a uno no corresponden ni se debe abusar de eso de “ya lo decía yo”. Pero en esta Agenda se ha hablado mucho de estos temas. Está claro que ni mi amigo ni yo podemos compararnos con las personas que cito, cuya autoridad en la materia es indiscutible. Aun así, quiero recordar dos de estos apuntes: uno, del 16 de diciembre de 2012, se titulaba precisamente Zarrapastroso y no hace falta explicar por qué; el otro, del 20 de enero de 2013 llevaba por título El artículo femenino “el”.
            Como he repetido bastante los mismos argumentos que estas ilustres personas, he preferido remontarme al Diálogo de la lengua de Juan de Valdés (escrito en 1533, pero no publicado hasta 1737), que, como se dice de forma castiza, tampoco es manco en estas lides. Cuando le piden consejos para hablar bien nuestra lengua, da muy pocos: decir lo que se quiere con el menor número posible de palabras; dar a entender lo que se pretende usando las palabras apropiadas; que no se pueda quitar nada en lo que decimos sin que se altere el significado; y que no se ofenda nunca la elegancia.
            A todos estos consejos damos patadas continuamente. Por eso, García de la Concha tilda de zarrapastrosa nuestra manera de hablar. Nadie que se ponga ante un micrófono, ante una cámara de televisión, ante un grupo de alumnos o que se dirija a los lectores de un periódico, debería cometer errores de este tipo. Porque los receptores confían en la competencia del especialista. El daño que se causa a esos receptores es grande. Sobre todo, si pensamos en la cantidad de instrumentos con que contamos en nuestro tiempo para solventar las dudas. Con todo, esos injustificables errores se cometen más de lo deseable.
            Decía un periodista deportivo: Fulanito retrasa atrás el balón, hacia su propio área. ¿Es posible retrasar de otra forma? En cuanto a su propio área: todavía hay quien no sabe que ante sustantivos que comienzan por a o ha tónicas se emplea el artículo el si hablamos en singular, aunque si hablamos en plural o interponemos entre el artículo y el sustantivo un adjetivo, es preciso retomar la forma femenina del artículo, así como que la regla no cuenta para los determinantes (el agua/las aguas/esta agua, el ansia/la incontenible ansia). No es solo cuestión de evitar la cacofonía; una razón histórica, la formación de nuestro artículo, avala lo dicho. Ya lo expliqué en el apunte citado.
            Todo un señor profesor de la Universidad de Málaga, poniendo una vehemencia y un énfasis exagerados en sus palabras, declaraba: Ha sido elegido por unanimidad de todos. ¿Pero unánime no significa, según el DRAE, ‘Dicho de dos o más personas: Que tienen un mismo parecer, dictamen, voluntad o sentimiento’? Con que haya un solo discrepante ya no es posible la unanimidad. Me parece.

            Un presentador de un concurso de televisión, elogiaba: ¡Pedazo de libro! Es verdad que en el DRAE leemos que pedazo, usado coloquialmente, vale: ‘seguido por la preposición de, para reforzar el significado del adjetivo o del sustantivo al que antecede’. Pero ¿no creéis que es un recurso muy pobre y, sobre todo, falto de elegancia? Para un libro (o una canción), si queremos elogiarlos, tenemos a nuestro alcance: entretenido, interesante, profundo, conmovedor, bello, hermoso, estupendo, aleccionador, divertido, curioso, ameno, alegre, animado, deleitoso, encantador, magnífico, espléndido, extraordinario, notable, excelente, fantástico, maravilloso… Hay aún más adjetivos; ¿no sería cualquiera de ellos mejor que ese feo y manido pedazo de?