martes, septiembre 30, 2008


DÍA DEL MAESTRO
El año 2004, la FAD (Federación de Ayuda a la Drogadicción) emprendió una loable iniciativa: crear el Homenaje al Maestro para destacar la labor educadora que cumple el maestro como primer formador de valores en los individuos. Esa iniciativa arrancaba con la redacción de un Manifiesto del Maestro, cuyo texto fue encargado a José Antonio Marina y empieza de la siguiente manera: "De los recuerdos de nuestra infancia emerge siempre la clara figura de una maestra o de un maestro, con quien tenemos pendiente una deuda de gratitud." Además, la iniciativa se acompañaba de la creación del Premio a la Acción Magistral y la declaración del día 30 de setiembre, hoy, como Día de Homenaje al Maestro.
Con todo lo positiva que tal iniciativa es, me sugiere Zalabardo que el establecimiento y organización de tal día se le podría haber encargado a El Corte Inglés, pues ellos son expertos en estas cosas de los días, ya sean del padre, de la madre, de los enamorados o de lo que sea. Me lo dice porque resulta que este 30 de setiembre elegido por la FAD ha de litigar con otras fechas que pretenden igualmente enarbolar el estandarte de idéntica celebración: el 27 de noviembre, fecha tradicional en nuestro país porque en ella se festeja la figura de San José de Calasanz y el 2 del mismo mes, que fue propuesto, no sé por quién, como Día del Docente. Todo ello, por supuesto, sin olvidar que el día 5 de octubre fue declarado por la Unesco, en 1993, Día Mundial de los Docentes. Puede que tenga razón Zalabardo, pues cuando se hacen precisas tantas fechas para un mismo evento pudiera deberse a que ninguna de ellas es lo efectiva que debiera. Vamos, que ni tan siquiera aparecen reflejadas en el calendario escolar; al menos en el nuestro, el de Andalucía.
Con lo anterior, no quiero dar a entender que tal celebración debiera desaparecer. Antes al contrario, considero más necesario que nunca ese reconocimiento de la labor docente (no ya en una fecha, sino de modo permanente) porque estamos inmersos en una etapa de desprestigio de valores que siempre se han considerado de primera necesidad, entre ellos la tarea del maestro, y no estaría mal que se recuperara. En el Manifiesto que José Antonio Marina escribió en 2004 se puede leer: "Cuando esos reconocimientos se dan a quienes no los merecen, o dejan de darse a quien lo merecía, se produce una corrupción social, un empequeñecimiento que a todos empequeñece. Al homenajear al maestro estamos ennobleciendo el espacio de nuestra convivencia."
Y es que el maestro, los docentes en general, están muy necesitados de dos cosas: en primer lugar, del debido reconocimiento, la dignificación de que tanto se habla, de la labor que llevan a cabo; una reciente encuesta entre los profesores españoles, la leía ayer, nos ofrece el triste dato de que, de ellos, tres de cada cuatro no se sienten valorados por la Administración y, menos aún (88%), por la sociedad. Yo, que he pertenecido a ese colectivo hasta hace un mes, doy fe de que el dato no es exagerado. En segundo lugar, de la autoridad necesaria para cumplir en toda su amplitud la función que les corresponde. Uno y otro factores, el reconocimiento y la autoridad, quedan por los suelos cuando observamos un comportamiento, si no general sí bastante extendido; antes, un padre decía a sus hijos: "Como el maestro me dé una queja de ti, te vas a enterar." Hoy, lo que hacen muchos padres, por desgracia, es decir a los profesores: "Como haga usted algo a mi hijo, se va a enterar." Y hacerle algo al hijo puede ser haberle llamado la atención por un improcedente comportamiento, de palabra u obra, frente al profesor o a los propios compañeros; por la inadecuada vestimenta con que se presentan en el colegio o instituto; por utilizar el teléfono móvil, el mp3 o la play en el aula; por no tener o no llevar a clase el material de trabajo; por hacer un mal uso de las instalaciones o el mobiliario del centro. Y no digamos nada si se le suspende por bajo rendimiento. Lo que digo no es chiste.
Sobre las carencias comentadas, dice Marina que el reconocimiento "es un acto de justicia real, porque tiene que servir para llamar la atención de la sociedad hacia una profesión que, por esa inversión de prestigios que desdichadamente sufrimos, pasa inadvertida o menospreciada." Y de la autoridad afirma que es necesaria "para poder ejercer bien su cometido, y esa autoridad sólo puede recibirla de un generoso y constante apoyo social."
A todo esto, los profesores piden, claro es, ese reconocimiento perdido y el fortalecimiento de su autoridad; pero, por encima de todo, piden medios para que su función obtenga los objetivos deseados. Este año que se va acabando, España invirtió en educación un 4,54% de su PIB; Frente a esta cifra, encontramos que Portugal le dedicó a la educación un 5,4%; Francia, un 5,7%; Finlandia, un 6,3% y Suecia y Noruega, un 7%, que es lo que reclama en un reciente manifiesto la casi totalidad de sindicatos de trabajadores de la enseñanza. ¿Es mucho pedir?

jueves, septiembre 25, 2008



LA CENSURA

Me encuentro a Zalabardo medio abstraído, atento a la música que sale de la minicadena (ya no existe eso del tocadiscos, aquel entrañable picú de otras fechas) y no tengo que prestar demasiada atención para reconocer de inmediato la dulce voz de Gloria Lasso interpretando la canción Chiquillo. Me alarga un estuche-libro que lo aclara todo: Una historia de la censura musical en la Radio española, años 50 y 60. Bueno, aquella era una época en que la censura se cernía sobre todo: el cine, la música, la radio, los libros y poco después la televisión. Los funcionarios del Ministerio de Información y Turismo velaban por que nada pudiese dañar la estricta moral de los españolitos de la época. Quienes estéis ahora por debajo de los cuarenta difícilmente podréis imaginar qué era aquello. Las películas se clasificaban, según su grado de inocencia o peligrosidad, en 1 (niños hasta 14 años), 2 (jóvenes de 14 a 21 años), 3 (mayores de 21 años), 3R (mayores, con reparos; igual edad, pero con sólida formación moral) o 4 (gravemente peligrosa; no debe verse). Estas últimas ponían en pie de guerra a toda la clase biempensante de la localidad, empezando por los párrocos, que clamaban contra ellas desde el púlpito. Aún recuerdo el escándalo que en mi pueblo supuso el estreno de Arroz amargo, interpretada por la italiana Silvana Mangano.

Pero estábamos con la censura musical. No sé si alguna vez ha existido en un lugar alguien tan perseguido por la censura como Nat King Cole, aquel norteamericano que tuvo tanto éxito en nuestro país que tradujo gran parte de sus canciones a nuestra lengua. Pero los censores, duro y a la cabeza. ¡Qué pocas de sus canciones se libraron de pasar a engrosar la lista negra de la censura! Porque lo cierto es que existía una lista de lo que los veladores de la moral consideraban canciones prohibidas o, para utilizar un lenguaje menos duro, simplemente no radiables. A la cantante cubana Olga Guillot le censuraron Miénteme, porque en ella declaraba: que mientes al besar, al decir te quiero; me conformo porque sé que pago mi maldad de ayer. Esas palabras no iban nada bien con la casta y remilgada mujer española. Hasta Lola Flores fue censurada al prohibírsele la rumba-bolero Mil besos, en la que afirma: si es pecado amarte, yo he de seguir pecando, ¿por qué lo he de negar? Hasta ahí podíamos llegar; encima de todo, ausencia de propósito de enmienda. Y al bueno de Manolo Escobar, siempre acompañado por sus hermanos, le tumbaron Calma ese fuego, muchacho, porque en ella contaba lo que decía ser una enfermedad suya, gustarle mucho las mujeres, hasta el punto de que cada vez que veía una se le escapaba la mano y solo se detenía cuando recibía una bofetada de la agredida.

El procedimiento era simple. Todas las emisoras estaban obligadas a entregar con anterioridad a su radiodifusión el guión de las emisiones acompañado de la relación de música prevista para emitir. Los censores devolvían ese guión con las correcciones pertinentes. Y a otra cosa, mariposa.

Parecería que con los años esta tendencia represiva ha ido decreciendo, que la sociedad se ha hecho más liberal y permisiva, pero a poco que miremos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que nada es así. Un caso muy reciente lo hemos tenido en Italia, donde el capricho de Berlusconi, amo casi absoluto de medios y distribuidoras, ha conseguido que se prohíba la película de Oliver Stone que iba a inaugurar el Festival de Cine de Roma. Razón: la película, titulada W, narra el proceso por el que George W. Bush pasa de ser un joven alcohólico a presidente de los Estados Unidos y eso no le ha gustado al mandatario italiano, admirador y amigo del presidente yanqui. Y hoy mismo he leído que el consejero de Cultura, Juventud y Deportes del Gobierno murciano ha decidido suprimir la actuación del provocativo cómico italiano Leo Bassi de un festival por ellos organizado.

Pero si la censura en sí es un hecho reprobable y contrario al más mínimo derecho de expresión y opinión, nada puede ser peor que la autocensura. Todos habréis oído o leído el caso de la editorial americana Random House, que ha cancelado la publicación de la novela La joya de la medina, de Sherry Jones, porque en ella se narra la historia de Mahoma y su tercera esposa Aixa, con la que casó cuando ella tenía solo nueve años o, según otras tradiciones, seis. La historia, por otra parte, está recogida en el propio Corán, pero los editores temen posibles reacciones violentas por parte de los islamistas radicales.

En fin, el cuento de nunca acabar. Lo peor del caso es que siempre nos quedamos sin saber quién controla a los controladores. Y, mientras escribo, veo que Zalabardo escucha atentamente una canción del conjunto músico-humorístico Los Xey, quienes, en la versión que hacen de la canción mejicana El gavilán pollero, se quejan: se llevó mi polla el gavilán pollero, la pollita que más quiero. Que me sirvan otra copa, cantinero; sin mi polla yo me muero. Naturalmente, tampoco se podía emitir.

martes, septiembre 23, 2008


SUFRIR COMO UN PERRO

Esta noche ha llovido y la mañana se presenta lluviosa; parece que el otoño abre sus puertas como debe ser. Cuando he bajado al mercado para comprar fruta, una señora, seguro que no consciente de la necesidad de que llueva, decía que hace una mañana de perros. Y eso es lo que me ha dado el motivo para este comentario, pues otra frase, también relacionada con perros es la que empleaba hace unos días García Márquez.
Zalabardo me ayuda a encontrar el recorte. En él se aludía a que el autor colombiano, tras explicar en un Seminario Internacional que lee diariamente varios periódicos, terminaba con esta desalentada declaración: "Cada mañana es un desastre, sufro como un perro" y se refería con ello a lo que él considera baja calidad del periodismo escrito actual.
A la hora de aportar razones que justifiquen tan negativo juicio, habla de las prisas con que se escribe, la competencia que el periodismo escrito tiene con la radio y la televisión y una excesiva confianza en los medios electrónicos. Yo insistiría, sobre todo, en las prisas; parece que ya no es posible escribir con calma, meditando no ya lo que se dice sino también la manera en que se dice.
No estoy seguro de hasta qué punto pueda tener razón García Márquez y no quiero dar nombres de periodistas españoles que, a mi parecer, no incurrirían en el vicio denunciado porque me podría dejar atrás a otros y, más que nada, porque no soy tan experto conocedor del asunto para poder emitir un juicio generalizado. Bien es verdad que la forma y los contenidos de muchos textos periodísticos dejan bastante que desear y se podrían considerar, en un alto número de casos, como manifiestamente mejorables.
Pero ya digo que no me puedo considerar experto en la materia y, por eso, mejor callar que pecar de lo que uno no es. Por tanto, quisiera circunscribir este apunte a tan solo un aspecto de los reseñados por el autor de Cien años de soledad, el del periodismo radiofónico y televisivo, citados por él como una de las razones de la decadencia del escrito.Es verdad que en la radio y la televisión, más en esta última, pues la radio en nuestro país creo que aún tiene una calidad digna de ser reconocida, vemos pulular toda una cohorte de figuras salidas de no sabemos dónde, que se inflan como pavos reales, pero se declaran más de la ralea de los cuervos en cuanto que abren la boca. Y esas figuras, que se pavonean continuamente, son malos modelos que muchos estudiantes de periodismo se esfuerzan en imitar. Y así nos va.
Hoy parece como si no existiera el meritoriaje, el periodo necesario de aprendizaje que hace que un joven haya de permanecer a la sombra de un profesional experto aprendiendo todo lo que no se puede enseñar en ninguna escuela de periodismo, por buena que sea. Y de esta manera, todo joven que recibe su título quiere estar ya desde el primer día en el estudio de radio o en el plató de televisión hecho un rey de las audiencias. No es ya que yo lo diga; Zalabardo, que hoy me ayuda de documentalista, me alarga un recorte de 1996 (¡doce años ya!) y leo lo que en aquella época denunciaba el maestro Eduardo Haro Tecglen: Buena parte de culpa [del lenguaje mal utilizado] la tiene el periodismo de micrófono. El periodista, antes, dominaba el idioma de todos, y los diccionarios eran sus grandes compañeros; además de la transmisión continua de los mayores en el roce de generaciones. Recibía la lección del sabio...
El columnista Enric González ironizaba el otro día sobre la circunstancia de que la emisión de unas imágenes, compradas, de un suceso se ofrecieran amparadas bajo un rótulo de equipo de investigación. Periodismo de investigación (menuda desfachatez) pretende ser también lo que hacen los participantes en determinados programas televisivos que se nutren del chismorreo más chabacano. ¿Qué tarea de investigación supone apalancarse en la puerta de la casa de Belén Esteban, pongo por caso, para grabar su enfado (esta mujer parece que vive permanentemente enfadada) cuando sale a la calle? Me insinúa Zalabardo que no toda la culpa es de las televisiones, pues hay un público que consume esa bazofia. Se podría volver el argumento diciendo que esa es la única bazofia que se da; en cualquier caso, podríamos encuadrar el fenómeno dentro del terreno de la educación y la cultura.
Y el Defensor del lector del diario El País tuvo que hacerse eco de las quejas de unos lectores que denunciaban el estilo de un cronista deportivo que, con el ánimo de elevar la calidad de su prosa, escribía que un ciclista, Carlos Sastre, había acogido un reciente triunfo con serenidad, como si acabaran de comunicarle que tiene un cáncer.
No me extrañan, pues, las quejas de García Márquez. No es el único que "sufre como un perro" ante la mala calidad del periodismo (yo diría de cierto periodismo), no ya solo escrito, sino de todas las suertes. Pero parece que eso va con los tiempos. Esperemos que vengan otros mejores. La escuela, si los políticos dejan que cumpla su función en paz, tiene mucho que decir al respecto.

jueves, septiembre 18, 2008



ANDUVO

Bien sabe Zalabardo que, aunque en ocasiones me cueste trabajo, quiero pensar que muchas de las erratas que aparecen en los medios escritos son consecuencia de descuidos a los que se les puede encontrar una razón que justifique su presencia. En otras ocasiones, sin embargo, se hace más difícil aceptar como fallo lo que no es más que un error flagrante.

Porque, también sabe esto Zalabardo, en ocasiones ocurre que hay personas que ocultan sus dudas o sus desconocimientos en una supuesta aceptación por parte de las autoridades lingüísticas y, cuando se habla de autoridad, dichas personas colocan a la Academia como garante de sus caprichosas conductas idiomáticas. Así, quién más quién menos se ha tenido que enfrentar a una pregunta del tipo ¿no es cierto que la Academia ha aceptado tal o cual forma?, ¿a que ya se puede decir tal otra cosa? Y a la pobre Academia, que será culpable de algún que otro desatino, pero no de aquellos que no son sino culpa nuestra, la cargamos con muchas de las barbaridades que circulan por ahí.

El comentario de hoy nace a propósito de que un colaborador del diario SUR, de Málaga, escribiera, hace unos meses, lo que sigue: qué tipo de justicia tenemos que ha permitido que un tipo de esta calaña andara suelto... Como su firma venía acompañada de una dirección electrónica, me dirigí a él, con buenas maneras, para llamarle la atención sobre la mala influencia que en el público lector tiene que en un periódico apareciesen formas como aquel *andara en lugar del correcto anduviera. Yo quería creer, en aquel momento, que se trataba, en efecto, de un lapsus y así calificó él su fallo en el escrito de contestación que me remitió. Utilizaba las mismas buenas maneras empleadas antes por mí y me pedía sinceras excusas. Pero yo no intentaba que nadie me presentara tales excusas, ¿quién soy yo para tal pretender tal cosa?; si acaso, debería haberse excusado con los lectores y eso, creo, no lo hizo.

Me dice Zalabardo que este error que hoy comento le recuerda un antiguo chiste. Le pido que me lo cuente y de verdad que es viejo: Un párroco debía pronunciar una homilía ante su feligresía, pero padecía una fuerte afonía y no podía hablar. Por ello, pidió al sacristán que subiese al púlpito y ocupase su lugar. El pobre sacristán trataba de zafarse porque, alegaba, era persona ignorante y no sabría qué decir. El párroco, para tranquilizarlo, le dijo: "Mira, yo estaré escondido detrás de ti y te iré soplando lo que hayas de decir; además, hoy toca la historia de Lázaro y es muy facilita". El sacristán aceptó y, llegado el momento, subió al púlpito y comenzó a repetir lo que el cura le apuntaba: "Lázaro estaba enfermo y sus hermanas mandaron recado a Jesucristo para que viniera pronto". Y el sacristán: "Lázaro estaba enfermo...". Seguía el párroco: "Cuando Cristo llegó a Betania, Lázaro ya había muerto". Y el sacristán: "Cuando Cristo llegó...". Total, que iba aquello tan bien que el sacristán estaba más animado a cada momento. Llegaron a eso de "Y Cristo le dijo: levántate y anda". Y el sacristán, por momentos más en su papel y dueño ya de la situación, decía con voz engolada: "Y Cristo le dijo: levántate y anda. Y Lázaro andó perfectamente". De inmediato, el párroco lo corrigió en voz baja: "Anduvo, idiota"; lo que el sacristán tomó como apunte y continuó: "Eso, eso, anduvo un poco idiota durante algunos días, pero luego andó perfectamente".

Esperemos que no haya muchos sacristanes de esta ralea entre quienes día a día se sirven del lenguaje en los medios de comunicación. Ojalá todos sean conscientes de su responsabilidad y de la influencia que ejercen, para bien y para mal, sobre tantas personas.

Lamentablemente es cierto que hay mucha gente, más de lo que parece, que tienen problemas con cuestiones tan simples, al menos para nosotros, que no para un extranjero, como determinados verbos irregulares. Yo he oído, y he visto escritas formas como *conducí, por conduje, *sedució, por sedujo o *entreteniera, por entretuviera. Y no creáis que en personas a las que hubiera que disculpar por razón de su escasa formación. Alguno fallos de estos que comento los he percibido incluso en personas con título que se dedican a la enseñanza. En todas partes cuecen habas.

lunes, septiembre 15, 2008

AYNADAMAR

Aynadamar (Fuente de las Lágrimas), nombre árabe de la hoy conocida como Fuente Grande, es una fuente y acequia situada al pie del Cerro de la Cruz, en Alfacar. En tiempos pasados conducía el agua hasta la población y continuaba hasta Granada, aunque lo que queda de su antiguo trazado no llega más que hasta El Fargue. En la actualidad, pocos metros más abajo, junto a la carretera que une Alfacar con Víznar, podemos visitar un parque dedicado a Federico García Lorca porque, parece haber amplia coincidencia en ello, en ese lugar fue fusilado el poeta granadino; no solo él, pues en el mismo acto fueron ejecutados un maestro del pueblo de Pulianas, Dióscoro Galindo, y dos toreros, los banderilleros Francisco Galadí y Juan Arcollas. Una piedra toscamente labrada señala el lugar donde están los cuatro enterrados. Sobre ella se puede leer: A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la Guerra Civil.
Ahora, la familia del maestro y otras asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica han requerido del juez Garzón autorización para abrir la fosa y exhumar los restos. Al tiempo, sugieren que el lugar preciso del enterramiento pudiera no ser ese, sino estar situado a unos quinientos metros de distancia, en dirección a Víznar, del emplazamiento fijado por Ian Gibson y otros investigadores amparados en el testimonio de la persona que fue forzada a enterrar los cadáveres. Los peticionarios de la exhumación aportan en defensa de este nuevo emplazamiento la declaración de alguien que dice haber sido testigo del enterramiento.
Coincido con Zalabardo en que aquí nos hallamos ante un grave choque de intereses: por un lado, el de la familia Lorca, que reiteradamente se opone a que sean exhumados sus restos y, por el otro, el derecho esgrimido por las familias de los otros fusilados a proporcionar a sus deudos un enterramiento que ellos consideran más digno. Difícil elucidar qué interés tiene mayor peso.
Le recuerdo a Zalabardo que los argumentos de la familia Lorca giran de modo fundamental en torno a que sería razón más que suficiente para no tocar la fosa el hecho de corresponder los restos de los que hablamos a personas bien identificadas. Y él replica de inmediato que la razón que defienden los otros (¿por qué tantas veces en cualquier conflicto hay que aludir a la existencia de los unos frente a los otros con lo que ello supone?) es similar a la que blandió Antígona para justificar su empeño en dar digna sepultura a su hermano Polinices, muerto en un enfrentamiento civil y condenado por los vencedores a permanecer insepulto.
Y, en el debate de pareceres que mantenemos, no logramos ponernos de acuerdo sobre junto a cuál de las familias nos alinearíamos. De verdad que es difícil. La nombradía de que goza en todo el mundo el nombre del poeta, el aura cada vez más resplandeciente de su figura pudiera servir para convertir aquel espacio en un símbolo, un recuerdo imborrable de la ignominia sufrida por tantos y tantos. Todo el que acudiera allí sabría que bajo aquella piedra, junto a aquel olivo, está Federico, en compañía de otros. Y, a lo mejor, la nieta del maestro y el resto de peticionarios que elevan su voz al juez Garzón quieren huir de esto y buscan para sus deudos un lugar más íntimo y recogido en el que ellos puedan poner sus nombres con todas las letras: Dióscoro Galindo, Francisco Galadí, Juan Arcollas. Quizás los símbolos les importen menos.
Y dominando el ambiente que rodea a todo este asunto, el peso de la guerra civil (¡todavía!) no superado aún por tantos, de una y de otra parte (otra vez los unos y los otros). ¿Cuándo seremos capaces de sobreponernos a este estigma y tratar el tema sin resquemores de ningún tipo, tendiendo fraternalmente la mano abierta y no amenazando con el puño y ni siquiera con la palabra? Zalabardo me dice que él también sería partidario de que se cierre ya ese capítulo infame de nuestra historia siempre que no sea un cierre en falso. Esto supone que es preciso que se sepa todo cuanto hay que saber y que todas las víctimas (todas, sin distinción) descansen en paz y no abandonadas en cualquier cuneta.

jueves, septiembre 11, 2008



ÍTACA

Una de las tareas que en estos últimos tiempos me he impuesto es la de llevar a cabo una limpieza, un expurgo, de mi biblioteca, pues como he comentado a veces con los compañeros no dispongo ya de lugar para colocar un nuevo volumen y estos se me van amontonando un poco sin orden ni concierto, con el consiguiente enfado de aquellas personas con quienes he de convivir y han de aguantarme. El escrutinio se hace difícil, pese a que Zalabardo me presta su ayuda; aunque no sé si esto es precisamente lo que lo dificulta, pues cuando no soy yo quien se resiste a eliminar un ejemplar es él quien pone pegas; y ya se sabe eso de que el uno por el otro, la casa sin barrer.

Así, examinando una antología de poemas de Constantino Cavafis, Zalabardo encuentra, concretamente entre aquellas páginas que recogen el poema Ítaca, un sobre de papel amarilleado por el tiempo. ¿Qué hay aquí?, me pregunta; y yo, que al instante he reconocido el sobre, le digo que lo abra. Dentro hay una reseca hoja de ficus con un texto escrito no en su haz, sino precisamente en el envés. Dice así el texto: "25-V-64. A Anastasio para que no se le olvide el día que estuvimos en el parque Mª Luisa estudiando 'libertad'. Con mucha simpatía Mª Isabel". Lo más curioso, como se podrá ver en la imagen, es que al final aparece la siguiente observación: "Esto ahora no tiene valor pero dentro de 3 ó 4 años (D.M.) gusta leerlo y verlo". Aunque me la sé de memoria, vuelvo a verla y a leerla, y le cuento a Zalabardo su historia, después de cuarenta y cuatro años de haber sido escrita. Pero, a decir verdad, cada cierto tiempo vuelvo a esta hoja, la saco, la observo y la leo. Tengo la costumbre de guardar muchos recuerdos similares a esta humilde hoja de árbol: una entrada de cine, el programa de una exposición, algún recorte de periódico, papeletas de examen de la facultad, un billete de tranvía... Y los tengo guardados de cualquier manera, en un libro, en un cajón, en una estantería; pero me resisto a deshacerme de ellos. A esta hoja, en concreto, le concedo un especial valor y no está guardada donde está por ningún capricho, aunque antes estuvo en otros lugares. En el poema de Cavafis que le da cobijo, entre otros, se pueden leer los versos que siguen: Ten siempre a Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años.

Mi destino, mi Ítaca, el paraíso de mi niñez, adolescencia y primera juventud, perdidos ya niñez, adolescencia, juventud y paraíso, es Osuna, mi pueblo, y los dos años que pasé en la facultad de letras de Sevilla. Hasta allí llegué en compañía de mis amigos, compañía que aumentó con otras amistades nuevas. De allí, de Sevilla, ya no regresaría más a Osuna (mi familia cambió su residencia a Jaén) y, cuando luego hube de marchar a Granada para cursar la especialidad, ya el ambiente fue distinto y las amistades, necesariamente, de nuevo cuño. Atrás quedaron muchas amistades bruscamente interrumpidas que no han hallado continuidad ni sustitutivos: Maribel, que firma la hoja, entrañable compañera y hermana del que fue autor teatral de mediano renombre Alfonso Romero. Los dos, más María del Carmen Olid, hija del director del instituto en que habíamos hecho el bachillerato, estábamos aquella soleada mañana de mayo preparando en el sevillano Parque de Mª Luisa, aunque parezca mentira, un examen de filosofía, luchando contra aquel tocho que se nos hacía insoportable y cuyo autor era Antonio Millán Puelles.

Y atrás quedarían, junto a otros más, unos amigos cordiales a quienes no he olvidado nunca, ni siquiera en la lejanía y separados por el silencio: Pepe Zamora y José Manuel Ramírez, con quienes más sintonizaba, o Pepe Cayetano Navarro, por quien sentía una cierta pelusilla ya que siempre sacaba mejores notas que yo, y Manolo Galindo, a quien los frailes del colegio solían confiar los papeles protagonistas en las veladas teatrales del colegio, papeles que, en el fondo de mi alma, hubiese deseado interpretar yo. Y Mari Pepa Márquez, pizpireta y polvorilla como nadie más, o María Medina, hacia quien sentía un irrefrenable amor que ella, altiva, nunca correspondió, o Mercedes Montes, su prima, de quien luego supe que, desdichadamente, había fallecido a una edad relativamente temprana.

Han sido muchas las ocasiones en que he sentido el impulso de regresar para tratar de reanudar los hilos debilitados por el tiempo. Pero, al final, apartaba de mí la idea, porque, como dice Cavafis, es preferible el camino a la meta. El camino, el recuerdo, en mi caso, mantiene vivo y palpitante todo aquello de que hablo, sin miedo a desvanecerse o a debilitarse a causa del transcurrir temporal. El camino es la constante remembranza de aquella mañana de mayo, de aquella revista que editábamos sirviéndonos de una vieja y desvencijada multicopista, de aquellos paseos interminables por la Plaza de España en las largas tardes de verano, o las dilatadas veladas que pasábamos en la terraza del Casino, espacio de muchas conversaciones, confidencias e intercambio de sueños. Mientras camino, puedo recordarlos como eran, como éramos, eludiendo la degradación que sobre todas las cosas ejerce la edad. El camino es sed de vida. El día que alcancemos la meta, la jornada en que lleguemos ante las puertas de Ítaca, tal vez estemos arrojándonos en los brazos de la muerte.

lunes, septiembre 08, 2008


LA SERENA
La serena (la sirena) es una bellísima canción sefardita que los judíos españoles cantaban desde mucho antes de ser expulsados de España por los Reyes Católicos y que sus descendientes repartidos por medio mundo siguen considerando pieza muy importante de su folclore. Dos de sus estrofas dicen así: En la mar hay una torre / y en la torre una ventana. / Y en la ventana una niña / que a los marineros ama. / Dame la mano, Palomba, / para subir a tu nido. / Maldicha que durmes sola, / vengo a durmir contigo. Este pasado fin de semana he tenido la dicha de oír no una, sino dos veces, y en voces y escenarios diferentes, esta canción. El sábado se la escuché a Teresa Salgueiro, la prodigiosa voz de aquel legendario grupo que tuvo por nombre Madredeus. Abría con ella, acompañada del grupo Lusitania Ensemble de Lisboa, su nuevo espectáculo, que lleva por nombre el de esta melodía: La serena. La segunda vez fue en la iglesia de San Miguel, de Guaro, el domingo por la tarde. Esta vez fue el Trío Sefarad quien nos deleitó con esta y otras muchas canciones más del inacabable repertorio de música tradicional sefardita.
Como se desprende del párrafo anterior, todo ello ha sido posible en Guaro, pequeño pueblo malagueño que se asienta en las estribaciones de la Sierra de las Nieves y que durante la primera quincena del mes de setiembre acoge el Festival de la Luna Mora. Con este, ya son doce los años que lleva celebrándose. Quien no lo conozca no puede hacerse una idea de la grandeza de este festival. Para muchos, es posible que todo quede en la anécdota, no sé si grande o pequeña, de ver por la noche sus calles iluminadas tan solo con la luz de las velas (dicen que se emplean más de 20.000); en cualquier caso, eso es únicamente un escenario. Pero para mí, la importancia de este evento es el hecho de que un pueblo tan pequeño logre concentrar tal nivel de manifestaciones artísticas y culturales y ofrecerlas a sus habitantes y a cuantos visitantes, que son miles, quieran disfrutar de ellas. Zalabardo, que esta vez no me acompañaba, por lo que ha cogido un fuerte rebote, se ha tenido que conformar con el relato que yo le he hecho y me dice que habría que felicitar efusivamente a los rectores municipales que fomentan festivales de esta naturaleza.
En los dos días que he pasado en el pueblo he tenido la oportunidad de asistir a cuatro conciertos(que se dice pronto) de naturaleza diferente, aunque todos ellos girando en torno a las tres culturas que son la raíz de nuestra tierra: Teresa Salgueiro, acompañada por un quinteto de cuerda, ofreció una selección musical que recorría Europa (España, Portugal, Italia y Francia), África y América. El Trío Sefarad brindó una amplia muestra de canciones tradicionales sefarditas. Una atrayente fusión de música árabe y andaluza es la que representaron la orquesta marroquí Awtar Al Andalus, a la que acompañaba la cantaora malagueña Rocío Bazán. Y el flamenco más genuino y popular corrió a cargo de El Cabrero, aunque este sacara un poco los pies del plato (habría que decirle aquello de "zapatero a tus zapatos") dedicando la primera parte de su actuación a interpretar un muestrario de tangos argentinos, de los que declaró ser amante. Cada uno debe dedicarse a lo que mejor sabe, por mucho que gusten otras cosas. Pero El Cabrero, tras esa primera parte decepcionante, al menos para mí y para todos aquellos que acudían a escuchar a este cantaor esperando lo que de él se espera, recobró su senda más prístina interpretando el cante que le ha hecho famoso, conocido y reconocido: los fandangos de letras rebeldes e inconformistas, unos martinetes que fueron recibidos con un respetuoso silencio y la bellísima canción por bulerías Luz de luna, que era lo que más esperaba el público y que él engarzó con maestría con Si se calla el cantor, de Yupanqui.
Pero no queda ahí la cosa. Aparte de estos conciertos, el Festival ha estado preñado de actividades, zoco, talleres y proyecciones. Un juglar romancista recorría la población y plantaba sus cartelones de aleluyas en diferentes espacios urbanos, donde paraba para recitar desde la truculenta historia de Los crímenes de Ana Contreras hasta un respetuoso Vientos del pueblo, de Miguel Hernández, cuya recitación era introducida por una glosa de la figura de este poeta y, ya de paso, de García Lorca. No faltaban tampoco los cuentacuentos, que narraban sus historias subidos en diferentes estrados montados en otras tantas plazas del pueblo. De noche, ya entrada la madrugada, uno de estos cuentacuentos aprovechaba la intimidad de la jaima plantada en la calle principal para narrar relatos eróticos de ascendencia árabe.
De un tiempo a esta parte, en Málaga, ignoro si también en otros lugares, están proliferando festivales como este de Guaro, ya sea bajo la denominación de la luna mora o al amparo de las tres culturas; no está mal la imitación, pero no creo que, por el momento, ninguno de ellos alcance la calidad de este. Zalabardo dice que no me perdona que me haya ido a Guaro sin haberlo invitado a él, pero sé que el enfado no le durará mucho porque no es nada rencoroso.

viernes, septiembre 05, 2008


CIEN

Hace escasamente un mes, leía en El País Semanal un reportaje acerca de los libros que más huella dejaron en sus lectores. Los encuestados era cien escritores en lengua castellana y con sus respuestas se confeccionó una lista de los cien títulos más influyentes. Con anterioridad, en el apunte titulado Lo más de lo más (31 de diciembre de 2006), dejé nuestra opinión, la de Zalabardo y la mía propia, en torno de estas listas que a cada cierto tiempo aparecen tratando de englobar "lo mejor" de cualquier materia o asunto. En esta encuesta a la que me refiero ahora, a los consultados se les pedía que diesen una relación, por riguroso orden de importancia, de los diez libros que de algún modo cambiaron sus vidas o, como se dice en algún lugar del trabajo, o cuya lectura les llevó a sentir que querían ser escritores.
El resultado, como en cualquier tipo de clasificaciones de esta naturaleza, es perfectamente discutible y cada uno es libre de mantener su opinión al respecto. Aparece en primer lugar el Quijote, seguido de En busca del tiempo perdido, la Odisea, El proceso y La metamorfosis. Esos son los que conforman los cinco primeros puestos. Curioso el hecho de que Kafka, con dos libros diferentes, ocupe los lugares cuarto y quinto. Pero no es eso de lo que quiero hablar aquí. Ni tampoco de que, puestos a seguir el juego, yo hubiera colocado en el primer lugar de los libros que de verdad me calaron, y me empujaron a buscar otras lecturas semejantes, Moby Dick, que en la lista de EPS ocupa el séptimo lugar; son muchas las ocasiones en que he hablado con Zalabardo de la fuerza que tiene la escena en que el capitán Ahab clava sobre el palo mayor del Pequod una moneda de oro que ofrece a quien sea el primero en divisar a la ballena blanca, o cómo impone, o al menos a mí me imponía, imaginar la mole de ese arponero gigantón, Queequeg, cuyo nombre siempre me pareció tan difícil de pronunciar.
De lo que quiero tratar hoy es algo diferente, aunque surgido de un dato notable que podemos extraer del análisis de la lista: la escasa presencia de títulos que correspondan a lo que solemos llamar literatura infantil y juvenil. Podrían argüirse muchos argumentos, aunque yo tengo mi personal opinión. La he discutido bastantes veces con Zalabardo: ¿qué se ofrece hoy para leer a los niños? Si repasamos los catálogos editoriales, nunca ha existido tal cantidad de libros dedicados a los más jóvenes. Cualquier editorial muestra su oferta para cada edad y para cada etapa. Pero Zalabardo coincide conmigo en que la mayor parte de lo que se ofrece no son sino lecturas ñoñas, de vocabulario simplista y pobre, y casi incapaces de provocar la menor conmoción de ánimo en quien las lee. ¿Qué leen los niños y jóvenes de hoy? ¿Qué se les recomienda en los centros escolares? No quiero dar nombres de autores ni títulos porque podría ser injusto. Que me perdonen quienes confeccionan esas listas y quienes se dedican a escribir esos títulos que se componen obedeciendo a moldes prefijados. Que me perdonen todos ellos, pero Zalabardo y yo creemos que en esas relaciones hay mucha literatura sin alma. Es un producto industrial y cargado de sucedáneos, como la insana bollería que se les da, incapaz de competir con el bizcocho que hacen nuestras madres, con el libro que encierra literatura de verdad.
Me recuerda Zalabardo que en nuestra época se leía de todo y que las joyas de la literatura para los jóvenes se amparaban tras los nombres de Verne, Salgari, Twain, London, Stevenson y tantos otros. Y que las obras más complejas entraban en esos catálogos gracias a unas pertinentes adaptaciones o mediante antologías de los fragmentos más al alcance de las mentes en formación. Yo recuerdo siempre que se trata este asunto que leí el Quijote, en una edición escolar por supuesto, cuando aún estaba en la enseñanza primaria; y Zalabardo me ha relatado varias veces que a él le entusiasmaba el episodio de la Odisea en que Ulises daba muestras de su ingenio al decirle a Polifemo que su nombre era Nadie.
La conclusión a la que quiero llegar es que no hay que tener miedo a la lectura; se trata tan solo de facilitarla, sin excesos pero sin menospreciar la capacidad de nuestros jóvenes. Sin cortapisas. Dejando que los niños y jóvenes se vayan adentrando en la selva de los libros hasta que cada uno encuentre su camino, sin obligarlos a seguir un sendero único. Sería una buena experiencia, yo la he practicado alguna vez, aunque de modo parcial, plantearle a un grupo de alumnos lo siguiente: podréis leer este trimestre el libro que libremente elijáis si el próximo leéis el que yo os indique. Posiblemente, una vez llegado el momento, a muchos de ellos se les podría permitir que escogieran de nuevo su lectura.

lunes, septiembre 01, 2008


PIEDRA BLANCA, PIEDRA NEGRA

En el capítulo X de la segunda parte del Quijote, en el momento en que Sancho finge volver de su embajada para buscar a Dulcinea, el caballero recibe a su escudero con las siguientes palabras: "¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra?" Aludía con ello don Quijote a la vieja tradición romana de marcar en el calendario con una piedra blanca los días felices y con una negra los aciagos.

Hoy es día 1 de setiembre, lunes. En el instituto Pablo Picasso, como en cualquier otro, se comienzan a celebrar las pruebas para los alumnos calificados negativamente en junio; sin embargo, yo estoy aquí, en casa. Y es que ayer, día 31 de agosto, día final de las vacaciones, se cumplió también mi último día como profesor en activo; hoy es, pues, mi primer día como jubilado. Zalabardo, que venía dándole vueltas al asunto, como si no quisiera hacerlo, me pregunta qué sensaciones me envuelven. Titubeo y no sé responderle, pues, en principio, me asaltan dudas, como a don Quijote, acerca de qué piedra emplear para marcar esta fecha en el calendario, si blanca o negra. Solo que él estaba pendiente del resultado de la embajada y para mí todo está solucionado.

Desde que el curso anterior tomé la decisión de solicitar la jubilación voluntaria, varios compañeros, y el que más José María Bocanegra, me planteaban con frecuencia qué se sentía al verse uno ya en las puertas de la jubilación. Medio en serio y medio en broma, yo respondía a todos que alegría y tranquilidad. Alguno no terminaba de creérselo y casi todos daban por sentado que la jubilación debe producir desazón y tristeza en quien traspasa su umbral.

Recién obtenida la licenciatura en la Facultad de Letras de Granada, en 1968, di mi primera clase en el instituto de la localidad sevillana Lora del Río. En 1971 vine a Málaga y empecé a impartir clases en un centro privado, concretamente en el Colegio León XIII. En 1978, aprobé la oposición de ingreso en la enseñanza pública y gané la plaza de Fuengirola para, al año siguiente, trasladarme al Pablo Picasso. Hasta ayer. Si miramos atrás y hacemos cuentas, han pasado cuarenta años como profesor, a los que hay que restar el tiempo del servicio militar.

¿Podría alguien aguantar tantos años si la labor que se realiza no cubre sus aspiraciones? Por ello, puedo decir que en mi profesión he sido feliz hasta donde razonablemente una persona puede ser feliz con su trabajo. Me gustaba lo que hacía y lo hacía con la mejor disposición. Pero los tiempos han cambiado mucho; posiblemente más de lo deseable. Ya no es cuestión tan solo de que los alumnos estudien más o menos, sepan más o menos que los de otros tiempos. Es el entorno en que se desarrolla el trabajo de los docentes en los tiempos que corren lo que a mí más me iba afectando. Hubo épocas en que los profesores estábamos tratados dignamente. No digo que bien remunerados, que esa es otra cuestión. La sociedad, al menos, valoraba la tarea que los profesores llevaban a cabo, se nos respetaba. Ahora, en una sociedad en la que muchos valores han sufrido un fuerte vuelco, los profesores hemos perdido en gran parte el lugar que se nos asignaba y la nuestra se ha convertido, en cierto modo, en profesión de riesgo. Los menos culpables de este estado de cosa, pese a lo que se diga de ellos, los alumnos, que por principio y dicho en tono cariñoso, han de ser los enemigos naturales del profesor, ya que nosotros significamos la exigencia de algo que, aunque sea por razón de edad, a ellos les cuesta dar. Los más culpables, para mí, la propia administración educativa, que enfoca su labor más desde supuestos políticos y partidistas que educativos. Así, los planes y programas cambian de un día para otro en función del grupo que esté en el poder. Parece no importar que los alumnos estén bien preparados, lo que les preocupa es que no haya muchos suspensos. No buscan y estudian las causas del posible índice de fracaso escolar; se dictan medidas que disimulen dicho fracaso.

Varias veces le he dicho a Zalabardo que esta sensación de impotencia, de estar sumido en un sistema que no da los frutos apetecidos, esta falta de apoyo social e institucional es lo que me ha forzado a solicitar la jubilación voluntaria anticipada. Y ahora me siento ya liberado de una opresión que me ahogaba. Por eso no siento estar jubilado. Aunque, es indudable, dejo atrás muchísimos buenos recuerdos y entrañables afectos, muchos buenos momentos y muchas alegrías que provocan un raro pellizco interior. Ese sí es no es en que me veo inmerso es la causa de que no acierte con la piedra que debo usar para marcar el día de hoy, porque podría usarlas ambas.