lunes, septiembre 08, 2008


LA SERENA
La serena (la sirena) es una bellísima canción sefardita que los judíos españoles cantaban desde mucho antes de ser expulsados de España por los Reyes Católicos y que sus descendientes repartidos por medio mundo siguen considerando pieza muy importante de su folclore. Dos de sus estrofas dicen así: En la mar hay una torre / y en la torre una ventana. / Y en la ventana una niña / que a los marineros ama. / Dame la mano, Palomba, / para subir a tu nido. / Maldicha que durmes sola, / vengo a durmir contigo. Este pasado fin de semana he tenido la dicha de oír no una, sino dos veces, y en voces y escenarios diferentes, esta canción. El sábado se la escuché a Teresa Salgueiro, la prodigiosa voz de aquel legendario grupo que tuvo por nombre Madredeus. Abría con ella, acompañada del grupo Lusitania Ensemble de Lisboa, su nuevo espectáculo, que lleva por nombre el de esta melodía: La serena. La segunda vez fue en la iglesia de San Miguel, de Guaro, el domingo por la tarde. Esta vez fue el Trío Sefarad quien nos deleitó con esta y otras muchas canciones más del inacabable repertorio de música tradicional sefardita.
Como se desprende del párrafo anterior, todo ello ha sido posible en Guaro, pequeño pueblo malagueño que se asienta en las estribaciones de la Sierra de las Nieves y que durante la primera quincena del mes de setiembre acoge el Festival de la Luna Mora. Con este, ya son doce los años que lleva celebrándose. Quien no lo conozca no puede hacerse una idea de la grandeza de este festival. Para muchos, es posible que todo quede en la anécdota, no sé si grande o pequeña, de ver por la noche sus calles iluminadas tan solo con la luz de las velas (dicen que se emplean más de 20.000); en cualquier caso, eso es únicamente un escenario. Pero para mí, la importancia de este evento es el hecho de que un pueblo tan pequeño logre concentrar tal nivel de manifestaciones artísticas y culturales y ofrecerlas a sus habitantes y a cuantos visitantes, que son miles, quieran disfrutar de ellas. Zalabardo, que esta vez no me acompañaba, por lo que ha cogido un fuerte rebote, se ha tenido que conformar con el relato que yo le he hecho y me dice que habría que felicitar efusivamente a los rectores municipales que fomentan festivales de esta naturaleza.
En los dos días que he pasado en el pueblo he tenido la oportunidad de asistir a cuatro conciertos(que se dice pronto) de naturaleza diferente, aunque todos ellos girando en torno a las tres culturas que son la raíz de nuestra tierra: Teresa Salgueiro, acompañada por un quinteto de cuerda, ofreció una selección musical que recorría Europa (España, Portugal, Italia y Francia), África y América. El Trío Sefarad brindó una amplia muestra de canciones tradicionales sefarditas. Una atrayente fusión de música árabe y andaluza es la que representaron la orquesta marroquí Awtar Al Andalus, a la que acompañaba la cantaora malagueña Rocío Bazán. Y el flamenco más genuino y popular corrió a cargo de El Cabrero, aunque este sacara un poco los pies del plato (habría que decirle aquello de "zapatero a tus zapatos") dedicando la primera parte de su actuación a interpretar un muestrario de tangos argentinos, de los que declaró ser amante. Cada uno debe dedicarse a lo que mejor sabe, por mucho que gusten otras cosas. Pero El Cabrero, tras esa primera parte decepcionante, al menos para mí y para todos aquellos que acudían a escuchar a este cantaor esperando lo que de él se espera, recobró su senda más prístina interpretando el cante que le ha hecho famoso, conocido y reconocido: los fandangos de letras rebeldes e inconformistas, unos martinetes que fueron recibidos con un respetuoso silencio y la bellísima canción por bulerías Luz de luna, que era lo que más esperaba el público y que él engarzó con maestría con Si se calla el cantor, de Yupanqui.
Pero no queda ahí la cosa. Aparte de estos conciertos, el Festival ha estado preñado de actividades, zoco, talleres y proyecciones. Un juglar romancista recorría la población y plantaba sus cartelones de aleluyas en diferentes espacios urbanos, donde paraba para recitar desde la truculenta historia de Los crímenes de Ana Contreras hasta un respetuoso Vientos del pueblo, de Miguel Hernández, cuya recitación era introducida por una glosa de la figura de este poeta y, ya de paso, de García Lorca. No faltaban tampoco los cuentacuentos, que narraban sus historias subidos en diferentes estrados montados en otras tantas plazas del pueblo. De noche, ya entrada la madrugada, uno de estos cuentacuentos aprovechaba la intimidad de la jaima plantada en la calle principal para narrar relatos eróticos de ascendencia árabe.
De un tiempo a esta parte, en Málaga, ignoro si también en otros lugares, están proliferando festivales como este de Guaro, ya sea bajo la denominación de la luna mora o al amparo de las tres culturas; no está mal la imitación, pero no creo que, por el momento, ninguno de ellos alcance la calidad de este. Zalabardo dice que no me perdona que me haya ido a Guaro sin haberlo invitado a él, pero sé que el enfado no le durará mucho porque no es nada rencoroso.

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