SUFRIR COMO UN PERRO
Esta noche ha llovido y la mañana se presenta lluviosa; parece que el otoño abre sus puertas como debe ser. Cuando he bajado al mercado para comprar fruta, una señora, seguro que no consciente de la necesidad de que llueva, decía que hace una mañana de perros. Y eso es lo que me ha dado el motivo para este comentario, pues otra frase, también relacionada con perros es la que empleaba hace unos días García Márquez.
Zalabardo me ayuda a encontrar el recorte. En él se aludía a que el autor colombiano, tras explicar en un Seminario Internacional que lee diariamente varios periódicos, terminaba con esta desalentada declaración: "Cada mañana es un desastre, sufro como un perro" y se refería con ello a lo que él considera baja calidad del periodismo escrito actual.
A la hora de aportar razones que justifiquen tan negativo juicio, habla de las prisas con que se escribe, la competencia que el periodismo escrito tiene con la radio y la televisión y una excesiva confianza en los medios electrónicos. Yo insistiría, sobre todo, en las prisas; parece que ya no es posible escribir con calma, meditando no ya lo que se dice sino también la manera en que se dice.
No estoy seguro de hasta qué punto pueda tener razón García Márquez y no quiero dar nombres de periodistas españoles que, a mi parecer, no incurrirían en el vicio denunciado porque me podría dejar atrás a otros y, más que nada, porque no soy tan experto conocedor del asunto para poder emitir un juicio generalizado. Bien es verdad que la forma y los contenidos de muchos textos periodísticos dejan bastante que desear y se podrían considerar, en un alto número de casos, como manifiestamente mejorables.
Pero ya digo que no me puedo considerar experto en la materia y, por eso, mejor callar que pecar de lo que uno no es. Por tanto, quisiera circunscribir este apunte a tan solo un aspecto de los reseñados por el autor de Cien años de soledad, el del periodismo radiofónico y televisivo, citados por él como una de las razones de la decadencia del escrito.Es verdad que en la radio y la televisión, más en esta última, pues la radio en nuestro país creo que aún tiene una calidad digna de ser reconocida, vemos pulular toda una cohorte de figuras salidas de no sabemos dónde, que se inflan como pavos reales, pero se declaran más de la ralea de los cuervos en cuanto que abren la boca. Y esas figuras, que se pavonean continuamente, son malos modelos que muchos estudiantes de periodismo se esfuerzan en imitar. Y así nos va.
Hoy parece como si no existiera el meritoriaje, el periodo necesario de aprendizaje que hace que un joven haya de permanecer a la sombra de un profesional experto aprendiendo todo lo que no se puede enseñar en ninguna escuela de periodismo, por buena que sea. Y de esta manera, todo joven que recibe su título quiere estar ya desde el primer día en el estudio de radio o en el plató de televisión hecho un rey de las audiencias. No es ya que yo lo diga; Zalabardo, que hoy me ayuda de documentalista, me alarga un recorte de 1996 (¡doce años ya!) y leo lo que en aquella época denunciaba el maestro Eduardo Haro Tecglen: Buena parte de culpa [del lenguaje mal utilizado] la tiene el periodismo de micrófono. El periodista, antes, dominaba el idioma de todos, y los diccionarios eran sus grandes compañeros; además de la transmisión continua de los mayores en el roce de generaciones. Recibía la lección del sabio...
El columnista Enric González ironizaba el otro día sobre la circunstancia de que la emisión de unas imágenes, compradas, de un suceso se ofrecieran amparadas bajo un rótulo de equipo de investigación. Periodismo de investigación (menuda desfachatez) pretende ser también lo que hacen los participantes en determinados programas televisivos que se nutren del chismorreo más chabacano. ¿Qué tarea de investigación supone apalancarse en la puerta de la casa de Belén Esteban, pongo por caso, para grabar su enfado (esta mujer parece que vive permanentemente enfadada) cuando sale a la calle? Me insinúa Zalabardo que no toda la culpa es de las televisiones, pues hay un público que consume esa bazofia. Se podría volver el argumento diciendo que esa es la única bazofia que se da; en cualquier caso, podríamos encuadrar el fenómeno dentro del terreno de la educación y la cultura.
Y el Defensor del lector del diario El País tuvo que hacerse eco de las quejas de unos lectores que denunciaban el estilo de un cronista deportivo que, con el ánimo de elevar la calidad de su prosa, escribía que un ciclista, Carlos Sastre, había acogido un reciente triunfo con serenidad, como si acabaran de comunicarle que tiene un cáncer.
No me extrañan, pues, las quejas de García Márquez. No es el único que "sufre como un perro" ante la mala calidad del periodismo (yo diría de cierto periodismo), no ya solo escrito, sino de todas las suertes. Pero parece que eso va con los tiempos. Esperemos que vengan otros mejores. La escuela, si los políticos dejan que cumpla su función en paz, tiene mucho que decir al respecto.
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