DÍA DEL MAESTRO
El año 2004, la FAD (Federación de Ayuda a la Drogadicción) emprendió una loable iniciativa: crear el Homenaje al Maestro para destacar la labor educadora que cumple el maestro como primer formador de valores en los individuos. Esa iniciativa arrancaba con la redacción de un Manifiesto del Maestro, cuyo texto fue encargado a José Antonio Marina y empieza de la siguiente manera: "De los recuerdos de nuestra infancia emerge siempre la clara figura de una maestra o de un maestro, con quien tenemos pendiente una deuda de gratitud." Además, la iniciativa se acompañaba de la creación del Premio a la Acción Magistral y la declaración del día 30 de setiembre, hoy, como Día de Homenaje al Maestro.
Con todo lo positiva que tal iniciativa es, me sugiere Zalabardo que el establecimiento y organización de tal día se le podría haber encargado a El Corte Inglés, pues ellos son expertos en estas cosas de los días, ya sean del padre, de la madre, de los enamorados o de lo que sea. Me lo dice porque resulta que este 30 de setiembre elegido por la FAD ha de litigar con otras fechas que pretenden igualmente enarbolar el estandarte de idéntica celebración: el 27 de noviembre, fecha tradicional en nuestro país porque en ella se festeja la figura de San José de Calasanz y el 2 del mismo mes, que fue propuesto, no sé por quién, como Día del Docente. Todo ello, por supuesto, sin olvidar que el día 5 de octubre fue declarado por la Unesco, en 1993, Día Mundial de los Docentes. Puede que tenga razón Zalabardo, pues cuando se hacen precisas tantas fechas para un mismo evento pudiera deberse a que ninguna de ellas es lo efectiva que debiera. Vamos, que ni tan siquiera aparecen reflejadas en el calendario escolar; al menos en el nuestro, el de Andalucía.
Con lo anterior, no quiero dar a entender que tal celebración debiera desaparecer. Antes al contrario, considero más necesario que nunca ese reconocimiento de la labor docente (no ya en una fecha, sino de modo permanente) porque estamos inmersos en una etapa de desprestigio de valores que siempre se han considerado de primera necesidad, entre ellos la tarea del maestro, y no estaría mal que se recuperara. En el Manifiesto que José Antonio Marina escribió en 2004 se puede leer: "Cuando esos reconocimientos se dan a quienes no los merecen, o dejan de darse a quien lo merecía, se produce una corrupción social, un empequeñecimiento que a todos empequeñece. Al homenajear al maestro estamos ennobleciendo el espacio de nuestra convivencia."
Y es que el maestro, los docentes en general, están muy necesitados de dos cosas: en primer lugar, del debido reconocimiento, la dignificación de que tanto se habla, de la labor que llevan a cabo; una reciente encuesta entre los profesores españoles, la leía ayer, nos ofrece el triste dato de que, de ellos, tres de cada cuatro no se sienten valorados por la Administración y, menos aún (88%), por la sociedad. Yo, que he pertenecido a ese colectivo hasta hace un mes, doy fe de que el dato no es exagerado. En segundo lugar, de la autoridad necesaria para cumplir en toda su amplitud la función que les corresponde. Uno y otro factores, el reconocimiento y la autoridad, quedan por los suelos cuando observamos un comportamiento, si no general sí bastante extendido; antes, un padre decía a sus hijos: "Como el maestro me dé una queja de ti, te vas a enterar." Hoy, lo que hacen muchos padres, por desgracia, es decir a los profesores: "Como haga usted algo a mi hijo, se va a enterar." Y hacerle algo al hijo puede ser haberle llamado la atención por un improcedente comportamiento, de palabra u obra, frente al profesor o a los propios compañeros; por la inadecuada vestimenta con que se presentan en el colegio o instituto; por utilizar el teléfono móvil, el mp3 o la play en el aula; por no tener o no llevar a clase el material de trabajo; por hacer un mal uso de las instalaciones o el mobiliario del centro. Y no digamos nada si se le suspende por bajo rendimiento. Lo que digo no es chiste.
Sobre las carencias comentadas, dice Marina que el reconocimiento "es un acto de justicia real, porque tiene que servir para llamar la atención de la sociedad hacia una profesión que, por esa inversión de prestigios que desdichadamente sufrimos, pasa inadvertida o menospreciada." Y de la autoridad afirma que es necesaria "para poder ejercer bien su cometido, y esa autoridad sólo puede recibirla de un generoso y constante apoyo social."
A todo esto, los profesores piden, claro es, ese reconocimiento perdido y el fortalecimiento de su autoridad; pero, por encima de todo, piden medios para que su función obtenga los objetivos deseados. Este año que se va acabando, España invirtió en educación un 4,54% de su PIB; Frente a esta cifra, encontramos que Portugal le dedicó a la educación un 5,4%; Francia, un 5,7%; Finlandia, un 6,3% y Suecia y Noruega, un 7%, que es lo que reclama en un reciente manifiesto la casi totalidad de sindicatos de trabajadores de la enseñanza. ¿Es mucho pedir?
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