sábado, marzo 26, 2016

OSUNA EN EL CORAZÓN SIEMPRE




…no te busques en el espejo
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
(Vicente Aleixandre)

Bachilleres 1956/1960. Osuna

Durante un viaje de estudios, 1962 (foto: Anastasio)
            Zalabardo, que conoce a la perfección mi poca pericia con cualquier dispositivo electrónico, me ve trasteando con el teléfono móvil y me pregunta. Le contesto que estoy en un grupo de whatsapp y leo los últimos comentarios. Pone los ojos como platos y me dice: “¿Tú en un grupo? ¿De whatsapp?” No da crédito a lo que oye.
Parte de una lista (foto: J. Sarria)
            Pero así es, le explico. Unos compañeros, en este caso unas compañeras, han puesto en marcha el feliz proyecto de que nos reunamos los que formábamos aquella promoción.
            Hace mucho que falto de Osuna. Todo ese tiempo he vivido en Málaga y no tengo ningún familiar en el pueblo. Pero no puedo negar que, en mi interior, no se ha perdido el eco de sus calles ni las voces de los compañeros y de los profesores; tampoco de mis retinas se ha borrado la imagen de tantos lugares, en especial la del instituto. Y al saber de tal convocatoria, el corazón me ha dado un vuelco.
            A la mayoría, a casi todos, no los veo desde hace bastante tiempo. Pero ni un segundo han estado ausentes de mi pensamiento ni de mis sentimientos. Si mis alumnos me preguntaban: “Profe, ¿usted, de dónde es?”, yo contestaba de manera indefectible: “De Osuna; ¿se puede ser de otro sitio mejor?” Y, claro, se armaba la de Dios es Cristo y cada uno defendía su lugar de origen. Como tiene que ser. Nadie debe olvidar el lugar donde vio la primera luz ni a los amigos con quienes compartió tantos momentos.
            ¿Cómo voy a olvidar a don Eduardo, que me enseñó a leer y a escribir?; ¿cómo no recordar la rectitud y bondad de don Francisco Olid, o a don Aniceto, que me hizo amar la literatura?; ¿a doña Aurora, doña Eulalia o don Julio?; ¿o la socarronería de don Antonio Moyano?; ¿cómo a don José Sánchez, en cuya mirada presentía una tristeza que no acertaba a explicar y que comprendí más tarde?; ¿y a fray Tarsicio, que nos consiguió una vieja multicopista para que editásemos una revista?       
Patio del instituto (foto: Anastasio)
            ¿Y a los amigos, quién los olvida? A los del instituto y a los de antes: los juegos, las excursiones, las funciones de teatro, las procesiones que organizábamos, la revista que hicimos, la fiesta de la Inmaculada, la construcción de belenes, los concursos de la radio, los paseos por la carretera en las soleadas tardes de invierno… Siendo larga la lista, no me resisto a dar algunos nombres: Pepe Zamora, Carmen Olid, José Manuel Ramírez, Mari Pepa Márquez, María Medina, Pepe Navarro, Ambrosio, Pepe Sarria, Pepe Ruiz, Ángeles Fernández, Manolo Galindo, Javier Martín de la Hinojosa, Rosario Rivera, Mati Pérez, Concha Selva, Eduardo Martín, José María Pérez, Carmen Ruiz, Encarni Abad, los Mellis… Son tantos… Imposible recordar el nombre de todos. Difícil hacer una lista completa.
            El proyecto no puede quedarse en eso. Debe hacerse realidad. Para que nos fundamos en un abrazo y nos reconozcamos y volvamos a ser quienes, tal vez sin saberlo, nunca hemos dejado de ser. ¿Queréis algunas curiosidades? Allá van:

Parte del texto de una función teatral (foto: Ángeles Fernández)
Ese era yo en ingreso, según mi Libro de Calificaciones (foto: Anastasio)
Y ese a finales de 4º (foto: Anastasio)
Ese dibujo a tinta del instituto me lo hizo un pintor malagueño amigo: Pepe de la Fuente Grima
             Esta útima imagen me tiene intrigado desde hace tiempo. El lugar, sí, es Las Canteras, que sirvió de escenario a Juego de Tronos. Pero tres dudas me asaltan: La que está junto a Pepe Zamora, ¿se llama Margarita? No la encuentro en las listas que proporcionó Sarria. El nombre del que está agachado, a la derecha, no lo recuerdo. Y la pregunta del millón, ¿quién hizo la foto? Si alguien de esta generación me aclarara mis dudas, se lo agradecería.



domingo, marzo 20, 2016

EL NOMBRE DE LOS PUEBLOS



—¿Cómo se va uno de aquí?
—¿Para dónde?
—Para donde sea.
—Hay multitud de caminos. Uno va para Contla; otro viene de allá. Otro más enfila derecho a la sierra. Ese que se mira desde aquí, que no sé para dónde irá —y me señaló con sus dedos el hueco del tejado, allí donde el techo estaba roto—. Este otro por acá, que pasa por la Media Luna. Y hay otro más, que atraviesa toda la sierra y es el que va más lejos.   (Juan Rulfo: Pedro Páramo)

Señalización bilingüe francés-bretón en Quimper (Bretaña)
            ¿Debo decir Gerona o Girona? Esa es la pregunta que me plantea Zalabardo después de contarme que en Galicia se han sentido ofendidos no sé quiénes ni cuántos porque en una serie de televisión se han utilizado los nombres de Sanjenjo y La Toja (no estoy seguro si son esos) en lugar de Sanxenxo o Illa da Toxa, su nombre en gallego.
            Con anterioridad, esta Agenda tiene ya diez años, he tratado el asunto de los topónimos y la naturaleza plurilingüe de España. Por eso, creo que me limitaré a dar datos objetivos y oficiales y a no detenerme en discusiones bizantinas sobre cuestiones de las que ya está uno harto. Porque quienes se rasgan las vestiduras por estas cuestiones demuestran, así lo digo, su ignorancia o su intolerancia.

            Procuraré ser lo más claro posible. Es costumbre común en todo el mundo el empleo en la lengua propia de exónimos (nombres de lugares de zonas con otra lengua). Nosotros decimos Múnich o Alemania y no München ni Deutschland, como los franceses dicen Saragosse y no Zaragoza o los ingleses Catalonia y no Catalunya ni Cataluña.
            ¿Pero qué pasa con los topónimos españoles de Comunidades con lengua propia? Si consultamos el Registro de Entidades Locales, veremos el nombre oficial de cada población española. Es preciso que sepamos primero que el nombre nombre oficial obliga solo a los documentos oficiales del Estado. Fuera de eso, cada hablante tiene plena libertad de utilizar el exónimo común en su lengua madre o el nombre oficial de la lengua de origen. Ahora vayamos a la legislación sobre el tema.
            Nuestra Constitución deja bien sentado el carácter plurilingüe de España y  diferentes leyes aprobadas por el Parlamento reconocen la competencia de cada Comunidad Autónoma a la hora de fijar el nombre oficial de sus poblaciones. En 1992, 1997 y 1998 se aprobaron leyes concretas que reconocían que determinadas poblaciones pasaban a llamarse oficialmente, Girona, Lleida, A Coruña, etc. Pero, repito, no podemos olvidar qué se entiende por nombre oficial, cosa que, por desgracia, se suele olvidar.
            Las leyes son clarísimas al respecto. La disposición transitoria primera de la ley de 1992 (que se repite en las demás, dice: En los libros de texto y material didáctico y en otros usos no oficiales, cuando la lengua que se utilice sea el castellano, el topónimo correspondiente podrá designarse en esta lengua.
            Pero también nos dan argumentos las propias legislaciones autonómicas. Galicia y Cataluña son las Comunidades más rígidas puesto que solo aceptan como oficiales los topónimos en lenguas gallega y catalana. Pero el resto adopta una actitud más pragmática y lógica. Un breve repaso. Asturias: Los topónimos […] tendrán la denominación oficial en su forma tradicional. Cuando un topónimo tenga uso generalizado en su lengua tradicional y en castellano, la denominación podrá ser bilingüe. Navarra: En la zona vascófona, la denominación oficial será la vascuence, salvo que exista denominación distinta en castellano, en cuyo caso se utilizarán ambas. A continuación viene a decir lo mismo para las zonas no vascófonas. País Vasco: La nomenclatura oficial de los territorios […] y en general los topónimos serán establecidos por el Gobierno [vasco…] respetando en todo caso la originalidad euskaldun, romance o castellana con la ortografía de cada lengua

Señalización bilingüe en Valencia
            Estoy harto de repetir que, si me encuentro en una zona con lengua diferente a la mía, procuraré entenderme en ella y utilizaré sus topónimos. Además, dentro y fuera de Cataluña hablaré siempre del Parque de Aigüestortes, porque siempre se lo ha conocido así y no diré Aguas tortuosas, que es su equivalencia en español; como no se me ocurriría, en Bélgica, preguntar por dónde se va a Amberes, sino a Antwerpen. Por último y aún a riesgo de resultar pesado. No olvidemos nunca que hablamos de nombres oficiales. Eso explica que la Ortografía de la Real Academia diga en su página 642: … en España, muchos topónimos de las zonas bilingües […] cuentan con dos formas, una perteneciente a la lengua española y otra propia de la lengua autonómica cooficial. Lo natural es que los hablantes seleccionen una u otra en función de la lengua en la que estén elaborando el discurso. En consecuencia, los hispanohablantes pueden emplear, siempre que exista, la forma española de estos nombres geográficos.
            Si alguien desea informarse aún mejor, recomiendo las siguientes lecturas: Toponimia: Normas para el MTN25. Conceptos básicos y terminología, 2005. Directrices toponímicas de uso internacional para uso de mapas y otras publicaciones, 2011. Normativa sobre nombres geográficos en España, 2015. Todas se encuentran fácilmente en internet.

domingo, marzo 13, 2016

ELOGIO DE MIS LECTURAS (SIN OLVIDAR A LOS AMIGOS)



            Quien escribe correctamente muestra que ha disfrutado de una escolarización adecuada, que ha leído libros y que tiene ejercitada la mente. Gracias a esa gimnasia podemos acceder a estadios de razonamiento y cultura más elevados (Álex Grijelmo)


           En un tiempo en el que vivimos tan pendientes de las imágenes y en el que todo sucede con una celeridad que tanto a lo bueno como a lo malo se concede valor efímero, le digo a Zalabardo que desearía hoy hacer un elogio de la letra impresa, de los libros, que siempre están ahí esperándonos. En especial, deseo rendir homenaje a aquellos que han ido conformando mi manera de ser y mi manera de pensar.
            Creo que no sobra acompañar ese homenaje de una breve reflexión sobre unos hechos concretos que han tenido lugar entre octubre y hoy. He publicado una novela, No tendrías que haber vuelto, y he estado inmerso en actos de promoción de la misma. Concluida esa fase, procede realizar siquiera un somero análisis. Decía Antonio Machado que si un libro nuestro fuera una sombra de nosotros mismos, sería bastante; porque francamente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más. No estoy del todo de acuerdo. Prefiero acogerme a un dicho muy popular: donde hubo fuego, rescoldo queda.

            Respecto a mi libro, lo primero que me obliga es la gratitud debida a cuantos de una forma u otra han estado a mi lado: José Francisco Martín Caparrós, Javier López y Pepe Guerrero me hicieron valiosas sugerencias durante la fase de corrección; Jesús Otaola y Librería Prometeo, publicaron la novela; José Francisco, además, me arropó en la presentación; Francisco Ruiz Noguera, poeta y profesor de la Universidad de Málaga, y Elena Picón García hicieron un exhaustivo y elogioso análisis en el acto que se le dedicó en el Centro Andaluz de las Letras. No repito sus generosas palabras por no parecer vanidoso. Solo quiero decir que lo que esta novela sea lo es también gracias a ellos. Hay más gente detrás en la que también pienso, pero no quiero hacer una lista que no se acabe.

            Le digo a Zalabardo que, siendo esto importante, hay algo que lo es tanto o más. Estoy agradecido de mis lecturas. A ellas debo cuanto escribo. Ser lector me ha hecho como soy. Me gustaría en este apunte acertar a reflejar con exactitud el poso que en mí han ido dejando. Claro está, en este reconocimiento hay que incluir a quienes me abrieron o me ayudaron en el camino: don Eduardo (me duele no recordar su apellido), mi maestro en primaria y el primero que me acercó al Quijote; don Bernardo Martín, que me preparó para el examen de ingreso; don Aniceto Gómez, mi profesor de literatura en el bachillerato. Y siguen más: don Manuel Alvar, de quien aprendí que si no podemos mejorar la lengua que hemos recibido, debemos procurar al menos no degradarla; o don Agustín García Calvo, de quien procede mi amor por los clásicos. 
            Con mi novela, he pretendido rendir homenaje a la tradición literaria, esa fuente a la que todos acudimos y de la que todos bebemos. Ella es la depositaria de nuestra cultura, que, según Vargas Llosa, puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y revisión crítica constante y profunda de todas nuestras certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero que no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera.
             Cerrada, pues, una etapa, no queda sino abrir otras, continuar andando y no quedarse quieto; se lo advertía Auristela a Periandro en Los trabajos de Persiles y Segismunda: el camino que nos hemos puesto es largo, pero no hay ninguno que no se acabe, como no se le oponga la pereza y la ociosidad. Por eso ya estoy embarcado en otro proyecto, en otro viaje, en otro camino, para que no me venzan ni la pereza ni el ocio.
            Al escribir, al reconocer esta deuda con mis lecturas, que de eso se trata, no me planteo solo componer una historia que pueda atraer al lector; también quiero honrar la lengua en la que me expreso y ser respetuoso con ella. Don Juan Manuel, como introducción a los cuentos del Conde Lucanor, decía que había que componer un  libro de manera que a los que lo lean, si se deleitan con sus enseñanzas, será de provecho, y a los que, por el contrario, no las comprendan, al leerlo, atraídos por la dulzura de su estilo, no puedan tampoco dejar de leer lo provechoso que con ella se mezcla.

            Parece que el mundo de hoy pone todo su afán en la ciencia y la tecnología. Pero, sin despreciarlas, Vargas Llosa opina que las ciencias progresan aniquilando cuanto consideran viejo, anticuado y obsoleto; para ellas, el pasado es un cementerio. En cambio, continúa, las letras y las artes se renuevan, pero no aniquilan el pasado, sino que construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan.
              Por eso hago mías las palabras de aquel socarrón fraile riojano, el primer escritor español que nos dejó su nombre: no soy tan loco como para inventarme lo que digo; lo que escribo lo podemos ver en  libros anteriores, esos que, a lo largo de los años, me han servido de alimento. A ellos me remito y os invito.