jueves, octubre 30, 2008


A PROPÓSITO DE 'LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE'
A todos nos habrá conmovido, al menos a Zalabardo y a mí sí, el acto en que Óscar Tulio Lozano, rehén recién liberado tras permanecer ocho años cautivo de las FARC colombianas, pedía disculpas por su incoherencia expresiva, producida por "la falta de uso de la palabra" durante tanto tiempo. Pensaríamos que una persona que pasase largo tiempo sin poder hablar explotaría en cuanto que tuviera posibilidad de hacerlo. Este hombre, por contra, titubea y se excusa por sus posibles fallos. Gran lección para tantos otros, entre los que me incluyo, que, aun sin haber tenido tales trabas, no acertamos a guardar silencio alguna que otra vez y nos damos a la verborrea sin medida. Y pasa lo que pasa.
La lectura de esta información me ha llevado, tras larga meditación y analizarlo seriamente con Zalabardo, a contestar al comentario que un compañero, también él jubilado, Antonio Huertas, hace al apunte de esta agenda titulado Los árboles y el bosque. Y es que sabéis que ya dije que no acostumbro a responder a los comentarios que esta agenda provoque por una razón de principio: que del mismo modo que yo soy libre para escribir de cualquier tema, toda persona que me lea tiene la misma libertad para opinar o disentir de lo que escribo, pues nunca pretenderé ser depositario exclusivo de la verdad y la razón; a eso añado otra norma: procurar no herir nunca a nadie con lo que digo, o, al menos, no hacerlo conscientemente. De todas formas, siempre ronda el peligro de caer en el error.
Pero resulta que, esta vez, no creo que haya lugar a la acusación que me lanza Huertas de haber descalificado a alguien; por ello, precisamente, es por lo que estimo que debo responder, para que no se interprete mi silencio como aceptación. Trataré de justificarlo. Cuando alguien expone sus ideas por escrito debe saber que se enfrenta por lo menos a cuatro niveles: el de lo que quiere decir, el de lo que realmente dice, el de cómo lo dice y el de lo que los demás interpretan que dice. Por si esto no fuese ya de por sí complejo, el lector se ha de enfrentar a otros tres, por lo menos, niveles de lectura: el de la lectura recta (el lector interpreta rectamente lo que el autor ha querido decir), el de la lectura entre líneas (el lector repone aquello que el autor pudiera haber callado porque lo da por supuesto) y el de la lectura sesgada (el lector pretende que el autor del texto dice algo que realmente no ha querido decir). Excluyo, de forma totalmente consciente, el de la incapacidad para interpretar un escrito, que, en este caso, sobra. Y no me meto aquí en la cuestión sobre de quién es la culpa cuando no se produce el recto entendimiento entre autor y lector porque eso nos metería en serios berenjenales.
Me he vuelto a leer detenidamente el apunte de marras (pues ya lo hago antes cuando lo escribo) y, sinceramente, no creo encontrar nada que pueda ser descalificador para nadie. Esa es la razón por la que concluyo en que Antonio Huertas debe haberlo leído sesgadamente y halla en él algo que yo no he pretendido. Veamos: que Aquilino Melgar y yo pensamos de diferente manera, y que nos lo hemos dicho de modo claro y educado, es una verdad objetiva e inobjetable, lo que no es malo para ninguno de los dos. Que él llevaba un tiempo trabajando mucho más en los despachos que en las aulas tampoco creo que se pueda discutir ni significa más que lo que quiere decir. Que él analiza el estado de la educación más con ojos de persona de partido que con interés meramente pedagógico es, por supuesto, una interpretación mía, ante la que solo caben dos cosas: que yo esté errado o que no lo esté y, en ninguna de las dos opciones mi opinión debe tomarse como descalificación. Que él ocupe un cargo elevado en la administración educativa es, ni más ni menos, consecuencia de los méritos que ha venido acumulando; pero también es algo que desde hace tiempo venía buscando; ¿es eso malo? ¿Se puede criticar a alguien por aspirar a algo? Yo mismo, Huertas lo dice, pretendí ser director (por cierto, una vez solo, no múltiples como afirma) y, al ser derrotado mi proyecto, me olvidé de intentarlo nuevamente. Aunque fuese por eso de no tropezar dos veces en la misma piedra. ¿O es que él, el propio Huertas, no ha tenido aspiraciones, e incluso a algo más que a una modesta dirección de instituto, sin que ello pueda suponer desdoro? Lo que no se puede evitar es que haya por ahí quienes (y Antonio Huertas tiene que estar de acuerdo conmigo) parece que arrastran durante toda su vida el desencanto, si no resquemor, provocado por cualquier frustrada aspiración.
Por tanto, repito, no creo que haya descalificación ni ofensa en mi apunte, salvo que se considere incorrecta la forma en que lo dije (tercero de los niveles que enumero arriba); si es eso, de verdad que no alcanzo a verlo; utilizo el tono desenfadado que intento emplear en toda la agenda. En cualquier caso, quede claro que nunca en mi ánimo hubo intención de descalificar. ¿O tal vez lo que molesta es que yo pueda declarar mi estima, por su valía, hacia una persona de la que se supone que estoy bastante separado en el ámbito de las ideas (que a lo mejor no lo estoy tanto)? Le pido, pues, a Antonio que vuelva a leerse el apunte y lo interprete con el sentido que yo quiero darles a mis palabras. Y, por supuesto, que sepa que nunca me he puesto ni pretendo ponerme (sería presuntuoso y fatuo) como ejemplo de nada ni para nadie. Quede eso para otros.
Como final, quiero referirme a dos aspectos de su comentario que no sé si interpreto bien. El primero: por muy jubilado que uno esté, estoy convencido de que nunca se pierde la condición de profesor; ¿o él ya la ha perdido? El segundo: por muy jubilado que uno esté, la libertad de tener opiniones y emitir juicios, respetuosos (aunque críticos) con las personas, sus opiniones y sus juicios, no nos la podrá quitar nadie.

martes, octubre 28, 2008

CHALO PARA MI QUER

Iba para mi casa (que eso quiere decir, en chipí cayí o lengua gitana, el título del apunte de hoy) el otro día cuando, y acompañado de Zalabardo, al pasar por el Parque, se nos ocurrió acercarnos a las casetas de la Feria del Libro de Ocasión por el simple deseo de ver si entre tanta morralla como suele verse en eventos de esta naturaleza se podía encontrar algo curioso. Y a fe que hallamos dos cositas. Digo cositas porque no hay mejor término para calificar lo que compré: dos libritos de apenas el tamaño de una mano abierta y un centenar de páginas cada uno. Ambos presentan algo en común, el tema gitano, pues el primero es una edición de poesía gitana y el otro un vocabulario de la lengua de esta etnia.
El primero, editado en Cádiz, sin referencia de año, pero reciente sin duda alguna, está compuesto por Francisco del Río Moreno y lleva por título 101 Poesías en caló. Es una reproducción, acompañada de breves comentarios y estudios, de los poema escritos en esta lengua que George Borrow incluyó en su libro The Zincali, or an account of the gipsies of Spain, de 1841. El libro y los poemas fueron traducidos a nuestra lengua en 1932 por quien fuera presidente de la Segunda República Manuel Azaña. Este Borrow es aquel inglés viajero, uno más, al que en España se le conoció como Don Jorgito el inglés; vino a nuestro país en 1835 con la intención de difundir la Biblia y su experiencia se plasmó en otro libro que llevó por título La Biblia en España.
El principal interés de esta publicación de Francisco del Río radica precisamente en ese conjunto de poemas que recoge y que ayuda a conocer mejor los antecedentes del cante flamenco que, en opinión de algunos entendidos (entre los que no estamos ni Zalabardo ni yo, simples aficionados),
debe bastante a los gitanos. Pero lo que de verdad nos ha llamado la atención es el poema cuyo primer verso ha originado el título de hoy y que se puede cantar con ritmo de seguiriya; dice así: Chalo para mi quer, / me topé con el meripe; / me penó: aonde chalas? / Le pené: para mi quer (Iba para mi casa, / me encontré con la muerte; / me dijo: ¿adónde vas? / Le dije: para mi casa). No creo que sea exagerado decir que trata el tema del viajero que, a mitad de camino, se encuentra con la muerte, que le avisa de su próximo fin y de la imposibilidad de alcanzar su destino. Ese asunto se encontraba ya en el cancionero tradicional medieval, se repite en el Romance del enamorado y la muerte, es el germen de El caballero de Olmedo, de Lope de Vega, y late en la base inspiradora de la Canción del jinete, de García Lorca. ¿Sería arriesgado suponer que los gitanos creadores de ese cantar conocían de algún modo dicha tradición, o es una pura casualidad? No pretendo aquí ofrecer ninguna teoría ni exposición sobre esta línea inspiradora; me limito a señalar la coincidencia.
El otro libro es una edición facsímil hecha en 2005 por la gaditana Librería Raimundo del Vocabulario del dialecto jitano, redactado por D. Augusto Jiménez y publicado en Sevilla el año 1846. El interés que este libro pueda tener es el del léxico español-gitano que anuncia el título, así como la serie de oraciones y textos breves traducidos al caló. Por lo demás, la brevísima introducción sobre los gitanos que encabeza el libro no es sino una acumulación de obviedades, tópicos y prejuicios que no parecen sino inspirados en las duras palabras que contra los gitanos introducen La gitanilla, de Cervantes. Y es que D. Augusto Jiménez, en solo las nueve pequeñas páginas que dedica a hacer el retrato de este pueblo, dice que son ociosos, fingidores, embusteros, mañosos en todo tipo de engaños, vagabundos, ladrones y cobardes. A ello añade que no tienen estudios ni habilidad más que para hacer lo que hacen: canastas, trasquilar caballerías, usar de la magia y decir la buena ventura. Hablando de su distribución por España afirma que donde menos hay es en las Vascongadas, en Asturias y Galicia, porque los mismos vecinos los echan de la población y los muchachos los apedrean. Mientras escribo esto, tengo a mi lado el periódico de hoy: en él se da cuenta de que los vecinos del pueblo jiennense de Castellar apedrean las casas de los gitanos que viven en el pueblo y organizan manifestaciones para expulsarlos. Pocas cosas han cambiado. ¿Y seguiremos diciendo que en nuestro país no hay racismo?
Pero no todas las publicaciones sobre los gitanos han de mirar hacia el tópico denigrante o hacia la faceta meramente folclórica. Tengo aquí uno de 1993 escrito por José Antonio Plantón García y titulado Aproximación al caló (Chipí cayí). El autor, gitano, Licenciado en Pedagogía y Director del Centro de Adultos "Palma-Palmilla" (ignoro si continúa siéndolo) compuso esta breve y clara gramática de la lengua de los gitanos, a la que acompaña un amplio vocabulario, con la intención de tender puentes entre las distintas culturas y ofrecer un instrumento de trabajo para el aula en esta barriada marginal malagueña. Es un libro no ya curioso; también es interesante y valioso por su fin.

jueves, octubre 23, 2008


LA RUPTURA AÚN PENDIENTE
El proceso por el que España pasó desde el régimen dictatorial de la época del franquismo hasta un sistema democrático de libertades tras la muerte del dictador es lo que en los manuales de historia se ha denominado Transición política española. Para cualquiera a quien se pregunte, independientemente de su origen y condición, esta transición fue todo un modelo de evolución pactada y pacífica para consolidar el sistema de libertades del que ahora gozamos. Visto hoy en la lejanía, aquellos tiempos nos proporcionan algunas imágenes que no dejan de ser curiosas y hasta cierto punto extravagantes, como la aprobación por unas Cortes franquistas, en 1976, de una Ley de Reforma Política que no significaba otra cosa que el harakiri de las instituciones y régimen franquista; o la legalización del Partido Comunista, de manera semiclandestina y vergonzante, el sábado santo de 1977 (¿quién no recuerda la voz entrecortada y jadeante de Alejo García leyendo la noticia en RNE?).
Zalabardo me saca a colación que todas estas pequeñas o grandes incongruencias que se daban eran consecuencia de aquel consenso alcanzado entre quienes propugnaban una ruptura con el pasado reciente inmediato y quienes se manifestaban más partidarios de una reforma. En cualquier caso, este acuerdo alcanzado entre los representantes de lo que se llamó el tardofranquismo y los dirigentes de los partidos que se habían movido hasta entonces en la clandestinidad derivó hacia esa especie de ruptura pactada (e imperfecta, aunque suficiente, en aquel trance) que subyace en esa transición nuestra que tan alabada ha sido por todos. Así se liquidaba el resultado de la guerra civil y los efectos de la represión de los primeros años de la dictadura, se renunciaba a plantear el conflicto entre república y monarquía y se daba por buena la encarnada por Juan Carlos I incluso por parte de aquellos más programáticamente republicanos, y se dictaba una Ley de Amnistía tan amplia como vaga en su redacción y contenidos.
Pero, aún así y con todo, todavía hoy nadie ha podido curar unas heridas que se habían cerrado en falso o casi en falso, sin el cauterio necesario. Y después de treinta años de democracia, cuando esta ya está consolidada y no parece que haya peligro de involución, resulta que nos encontramos con signos que de algún modo reclaman esa ruptura que no se produjo. Hace cosa de un mes, traía aquí la petición que se hacía al juez Baltasar Garzón para abrir una fosa común donde yacen, se supone, García Lorca, el maestro de Pulianas Dióscoro Galindo y dos banderilleros. Y el juez no solo ha dado un dictamen favorable sino que se ha declarado competente para iniciar una causa penal por los crímenes del franquismo.
Y lo que para unos ha sido motivo de alegría para otros se presenta como piedra de escándalo. Y se esgrimen mil y un argumentos, desde los estrictamente jurídicos hasta los más encarnizadamente viscerales para cortocircuitar la iniciativa del juez Garzón. Si unimos unos y otros, parece que lo que sale de la mezcla es el siguiente razonamiento: esto no es lo que se acordó en 1977. Es decir, que se pide la aplicación del principio reformista y se reniega y duda aún de cuanto pueda sonar a ruptura.
Le pregunto a Zalabardo cómo es posible que, setenta años después de concluida la guerra civil, tengamos tanto miedo a plantear aquel terrible suceso, su conclusión y sus consecuencias. Me contesta que él tampoco lo entiende, que ya deberían haber cicatrizado todas las heridas y que deberíamos ser lo suficientemente civilizados para plantear cuanto haya que plantear sin originar con ello efectos subsiguientes. Que deberíamos tener claras unas cuantas ideas: por ejemplo, que aquello comenzó como un acto de sedición militar contra un régimen legítimo; que en el enfrentamiento civil en que aquel acto sedicioso desembocó no podemos buscar ahora buenos y malos, porque en los dos bandos se cometieron auténticas salvajadas; que la feroz represión que siguió a la victoria de los golpistas agravó aún más las cosas; que aquellos que pomposamente se denominaron a sí mismos "bando nacional" (¿quiénes eran los nacionales si lo pensamos con frialdad?) pudieron, y lo hicieron, honrar a sus muertos y dedicarles monumentos (ahí están el valle de los Caídos y la Cruz de los Caídos que se erigió en cada pueblo); que ya es tiempo de que todas las víctimas del conflicto sean consideradas por igual y sean abiertas las fosas comunes para que los que en ellas yacen puedan ser enterrados con la dignidad y respeto debidos.
La iniciativa de Garzón a lo mejor presenta dificultades jurídicas para seguir adelante (los entendidos decidirán), aunque no se le puede negar un gran valor simbólico y, sobre todo, hace patente alguna que otra cuestión. Por ejemplo, que la reforma que inspiró nuestra modélica transición dejó algunos asuntos sin resolver, como el de una parte importante de las víctimas del conflicto. Garzón ha conseguido, al menos, que puedan dejar de tener sentido aquellos versos que escribió Pablo Neruda: la muerte española, más ácida y aguda que otras muertes, / llenaba los campos hasta entonces honrados por el trigo. Ojalá los campos vuelvan a ser honrados tan solo por el trigo. Si solucionamos este problema sin tirarnos los trastos a la cabeza será señal de que vamos superando el miedo a aceptar todas las verdades de lo que hace ya casi tres cuartos de siglo que sucedió. Y entonces veremos que la reconcialiación ha sido posible.

lunes, octubre 20, 2008


ROSA, ROSAE
Del uso encomiástico que la expresión saber latín tenía, pues con ella se indicaba que una persona era de inteligencia despierta y poseía conocimientos con los que superaba a sus semejantes, parece que hemos pasado a defender otra expresión con la que se quiere manifestar el rechazo de un conocimiento que se considera improductivo: ¿para qué saber latín? Porque, si nos fijamos, cada día es menos relevante el papel que este campo del conocimiento ocupa en los planes de enseñanza. Supongo que esa pregunta u otra semejante se la habrán hecho con frecuencia a Virginia Torres. Me sugiere Zalabardo que le aconseje que, a imitación de Carlos Rodríguez cuando le plantearon la misma cuestión, referida a las matemáticas, ella podría empezar su respuesta con estas palabras: Como primera providencia, para que yo pueda ganarme decentemente mi sueldo mensual. Después, ya podrá seguir su argumentación por donde quiera.
Y es que en España, y no es de ahora, parece que hay una guerra abierta contra las humanidades y, muy concretamente, contra el latín. Aún recuerdo cuando, en el bachillerato que Zalabardo y yo hicimos, se comenzaba a estudiar la lengua latina en el segundo curso, que era el equivalente al actual primero de ESO. Lo quiere decir que todos los alumnos hacíamos obligadamente tres cursos de latín durante el bachillerato elemental y, los que se inclinaban por estudios de letras, otros dos en el bachillerato superior más el del curso preuniversitario; lo que hacía un total de seis. Pero los enemigos de estos estudios parece que se reciclan y atacan con furia cada cierto tiempo. ¿Os acordáis de aquel ministro franquista, el egabrense José Solís, a quien se le ocurrió aquello de "más deporte y menos latín"? Entonces, alguien, que no sé quién fue, le contestó que gracias al latín el gentilicio del nombre de su pueblo, Cabra, era egabrense y no cabrón. Ya conté esa historia en un viejo apunte.
Le digo a Zalabardo que yo no pretendo desarrollar aquí una defensa del latín en los planes de estudios, pues ya hay personas con mayor carga de conocimientos y razones que nosotros que llevan tiempo haciéndolo. Tengo ahora delante de mí un viejo recorte que da cuenta de que don Pedro Laín Entralgo solicitaba la creación de dos cátedras de humanidades en cada facultad de ciencias. Razonaba que para ser algo más que un "ganapán adocenado" habría que extender el conocimiento de cualquier área científica a la filosofía, la antropología y la historia de esa área así como a la etimología de sus jergas. ¿Alguien le hizo caso? Solo diré que, según yo lo veo, un hablante de lengua española (y más si es persona que consideramos culta) que desconoce los rudimentos del latín es como aquel que desconoce quiénes son sus antepasados y cuál es su apellido. Desconocer, siquiera someramente, el latín es no estar en condiciones para conocer qué es y cómo funciona nuestra propia lengua.
Y, sin embargo, la nuestra es una lengua llena de expresiones y locuciones latinas por todas partes; las manejamos continuamente, aunque sea sin el menor conocimiento de lo que son. Si deseamos que se nos realice algo en el momento en que lo deseamos, pedimos que se nos haga ipso facto; si queremos indicar que hemos sorprendido a alguien en el preciso instante en que realiza una acción censurable, declaramos haberlo pillado in fraganti; si no hay asistencia suficiente para que un cuerpo deliberante tome determinado acuerdo, reconocemos que falta quorum; y así podríamos seguir. Claro que el desconocimiento, en la debida proporción, del latín nos lleva también a incurrir en determinados errores de interpretación o de pronunciación. Algunas de estas locuciones las hemos comentado ya en otros apuntes, como motu proprio, 'por propia iniciativa', o grosso modo, 'superficialmente, a grandes rasgos'. Hay otras locuciones que sometemos a perversiones varias que nos llevan a decir algo que no es latín o a convertir una palabra en otra. Veamos algunos ejemplos.
Cuando Julio César expuso al senado romano la eficacia y prontitud con que alcanzó la victoria en la batalla de Zela, dijo aquello de veni, vidi, vici, 'llegué, vi, vencí', que algunos convierten en *veni, vidi, vinci. El mismo Julio César, que a veces parece un ser venido al mundo para pronunciar frases célebres, dijo tras cruzar el Rubicón: alea jacta est, 'la suerte está echada', frase que no tiene nada que ver con *alia jacta est, como comúnmente se dice, porque alea, sustantivo, significa 'dado, juego de dados' y 'suerte' (de ahí deriva nuestro aleatorio, 'lo que depende de la suerte o el azar'), mientras que alia, adjetivo, es el femenino de alius, que significa 'distinto, otro'. O aquella otra expresión recogida de una de las sátiras de Juvenal que defiende que los gobernantes pueden, con alimentos y diversiones, tener al pueblo despreocupado de otros asuntos: panem et circenses, 'pan y circo', que no es, como algunos pretenden, *panem et circum, ya que circenses es el nominativo de circenses, -ium, 'juegos de circo'.
Aunque Zalabardo me indica que, como ejemplos, ya hay bastantes, no me resisto a terminar con uno más. El delirium tremens no es sino una patología asociada con la ingesta intensa de alcohol o con el síndrome de abstinencia del mismo; su significado es 'alucinación temblorosa' porque sus síntomas más comunes son las alucinaciones acompañadas de fuertes temblores. Por eso no hay que interpretarlo como 'terribles alucinaciones', porque tremens tiene que ver con el verbo tremo, 'temblar' y no con el adjetivo tremendus, 'espantoso'. Se reitera Zalabardo en si me he desahogado ya; y aunque quedan algunas expresiones más por ahí, creo que lleva razón y es suficiente por hoy.

viernes, octubre 17, 2008


ANDALUZÍA
Cada vez que a Zalabardo le preguntan si es andaluz, suele contestar de manera indefectible: "Sí, pero no ejerzo". Esta respuesta, que para muchos es un simple chiste, un rasgo de ingenio del dueño de esta agenda, es más bien una butade, si me permitís que eche mano del galicismo; ya sabéis, si nos vamos al diccionario, una 'salida extravagante e ingeniosa de intención a menudo provocadora'. Claro que a nuestro amigo le suele ocurrir lo que a menudo sucede con tales gestos, que la gente se queda con lo que de gracioso haya, aunque sin llegar a captar la honda provocación que encierran sus palabras.
Cuento esto porque el otro día, en uno de esos paseos que acostumbro por cualquier rincón de Málaga, me encontré sobre un muro la siguiente pintada: Viva Andaluzía libre (así, con z). A ella habían añadido esta otra y declaro que quien lo hubiera hecho sí me pareció gracioso: de andaluces. No me diréis que no tiene su aquel el incremento de marras. Quien fuera, seguro es que sintonizaría a las mil maravillas con Zalabardo. Y es que muchas veces se confunde lo andaluz con lo andalucista. Zalabardo y yo, y por eso él responde de la manera reseñada, preferimos, pongo por caso, a un catalán antes que a un catalanista; a un vasco antes que a un vasquista; y, naturalmente, a un andaluz antes que a un andalucista. Andalucista es, por ejemplo y para que nos entendamos, Canal Sur, cuyos órganos rectores se empeñan, entre otras cosas, en que sus locutores hablen en andaluz. ¿Y qué es hablar en andaluz, si alguien me lo puede decir? ¿Cuál, de todas las hablas andaluzas, habrán de tomar como modelo? Y es andalucista la radiotelevisión de Andalucía cuando se empeña en que sus programas estén llenos de carapapas cuentachistes y graciosillos de barrio. ¿Que hay, en Sevilla, en Málaga, en Cádiz o en Córdoba un macarra que cuenta chistes, aunque la gracia la tengan donde los pepinos? A Canal Sur a contarlos. Como es andalucista la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía cuando se empeña en trufar los programas de anexos dedicados a la literatura andaluza. ¿Es que acaso existe una literatura andaluza desligada de la castellana? O por decirlo de una forma más exacta y más favorable a nosotros, ¿es que existe una literatura castellana desprovista del componente andaluz? Veamos, sin escarbar demasiado, esta pequeña nómina: Muccadam de Cabra, Ibn Hzam, Juan de Mena, Luis de Góngora, José María Blanco White, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Francisco Ayala...
Los andalucistas son y han sido siempre los que han dado pie a esa nefasta imagen que fuera de nuestra tierra se tiene de nosotros. Ellos son los que dieron origen a ese pueblo que se pinta en la sin par Bienvenido Mr. Marshall y a todos esos ambientes que nos retratan como ignorantes, atrasados, supersticiosos y folclóricos. Cuando el otro día vi la pintada de que hablo, recordé un artículo publicado en El País el 13 de marzo de 1996 (ya creo haber dicho que estoy ordenando libros y papeles, por eso tengo el dato fresco) escrito por Antonio Muñoz Molina y titulado Andalucía obligatoria. En él habla, y mejor, de todo lo que estoy diciendo yo ahora. Y se quejaba amargamente de que somos nosotros quienes alentamos esta visión que fuera tienen de nosotros. Calificaba a Canal Sur de "órgano oficial de andalucización" y denunciaba que incluso con aquellos gobiernos que pudiéramos considerar más progresistas, en lugar de liberación "lo que vino es [...] la fiebre irracional e intimidatoria por todas las fiestas y tradiciones posibles, la vanagloria inepta en los localismos más agresivos y cerrados, la feria eterna, la romería y procesión eternas, programadas por la autoridad, alentadas por la radio y la televisión públicas, convertidas en una especie de narcótico brutal o en un inmenso decorado que oculta las cosas reales".
Lo sorprendente es que luego clamamos al cielo cuando se dan casos como el ocurrido en el momento de la aparición del programa procesador de textos Word que acompañaba al sistema Windows 95. Si entrábamos en el diccionario que el programa incluía, nos llevábamos la sorpresa de que andaluz es igual que cañí, gitano, flamenco y calé. Alguien podría haber alegado: "vosotros os lo habéis buscado".
Si este apunte nace de la observación de una pintada, el artículo de Muñoz Molina nacía de la lectura de que "en Huelva, de cara a la primavera, y a instancias de la Junta, han empezado a impartirse a los alumnos y a los profesores cursillos de espíritu rociero", según sus propias palabras. Le llovieron palos de todos los colores y desde todos los rincones de nuestra Comunidad, especialmente por parte de profesores onubenses que lo acusaban de tergiversar la información, cuyo núcleo, sin embargo, no negaban. ¿Quiénes salieron en su defensa? Tendría que ser un romano, hijo de extremeño e italiana, Rafael Sánchez Ferlosio, quien reivindicara la figura y las ideas expresadas por el escritor ubetense en un artículo publicado un mes después (el 28 de abril) y titulado Andalucismo. Cualquiera que tenga una idea menos peliculera y casposa de nuestra región que la que circula por ahí debe perder unos minutos en buscar y leer los dos artículos de los que hablo. Sería un buen ejercicio de reflexión.

martes, octubre 14, 2008


ZAFRAMAGÓN
Hace ya mucho tiempo que Zalabardo conoce mi afición por la naturaleza y mi inclinación por los paseos campestres. El senderismo es una actividad perfecta para quienes, por razón de la edad, tenemos ya vedados otra suerte de deportes. No hay que batir marcas, no compites contra nadie, puedes parar a contemplar las delicias que el paisaje te ofrece y tienes ocasión de platicar con muchas personas a las que antes no conocías. Por lo común, Zalabardo no suele acompañarme, pero le gusta que, al regreso, le cuente dónde hemos estado y le muestre fotografías del lugar.
Este pasado puente del Pilar hemos aprovechado el fin de semana para hacer una escapada a la Vía Verde de la Sierra, que discurre entre las poblaciones gaditanas de Olvera y Puerto Serrano, cruzando también un trecho de la provincia de Sevilla. Las vías verdes son antiguos trazados ferroviarios que han perdido su condición de tales y se han habilitado para recreo de caminantes y ciclistas, especialmente. En Andalucía tenemos veinte trazados de esta naturaleza de los que exactamente la mitad, diez, están ya perfectamente acondicionados, con toda clase de servicios, para su nueva función. Para gestionar estas vías se creó la Fundación Vías Verdes y para la atención directa a los usuarios existe, al menos en algunas de ellas, una Patrulla Verde.
La Vía Verde de la Sierra discurre sobre un total de 36 kilómetros. Dispone de tres hoteles situados en lugares estratégicos: Olvera, inicio de la vía; Coripe, punto intermedio; y Puerto Serrano, final. No pueden tener una mejor ubicación porque son antiguas estaciones reconvertidas en pequeños y coquetos alojamientos; o sea, que están al pie de la misma vía. Nosotros hemos estado alojados en la de Coripe, pueblo sevillano, porque, dada su situación, permitía cada uno de los días caminar en sentidos diferentes sin tener que repetir recorrido. Nada más llegar, nos abordó Andrés, jefe de la Patrulla Verde, para informarnos del lugar y ofrecernos su ayuda en cuanto nos fuese preciso. El gestor del Hotel Estación de Coripe, Juan Ramón, nos acogió igualmente con toda amabilidad. Debo confesar que la estancia no ha podido resultar más placentera: trato exquisito, magnífica comida a un precio nada disparatado, de una calidad que no se espera en un lugar de esa naturaleza (las croquetas y el pisto de la madre de Juan Ramón, para chuparse los dedos), y cómodas habitaciones. Todo ello se acompaña de tres características que, según quienes las analicen, tendrán más o menos valor: el hotel no dispone de televisión ni de línea telefónica fija y la cobertura para móviles, por lo común deficiente, en días nublados, tal como nos ha ocurrido a nosotros, es totalmente inexistente. Al menos a mí, todo eso me pareció una maravilla, pues no es fácil poder estar dos días aislados de todo lo que no sea la naturaleza.
¿Qué hacer en este paraje aparte de caminar y no preocuparse por nada? Digamos que, además de disfrutar del paisaje y del sendero en sí mismo, que discurre junto a los cauces de los ríos Guadalete y Guadalporcún y que en sus treinta y seis kilómetros ofrece treinta túneles, uno de un kilómetro de longitud y varios de ellos iluminados, más cinco viaductos, existen elementos que hacen amena la estancia: el área de descanso Junta de los ríos, en la unión de los dos citados, la contemplación del Chaparrro de la vega, con más de treinta metros de diámetro en su copa y más de uno en su tronco, y, por encima de todo, la visita al Centro de interpretación y observación de buitres del Peñón de Zaframagón. Por la noche, aprovechando un claro entre las nubes, Juan Ramón nos prestó su telescopio para admirar la luna y Júpiter con cuatro de sus satélites, aparte de enseñarnos a reconocer el canto de los cárabos y distinguir el de los macho del de las hembras.
El Peñón de Zaframagón es un abrupto peñasco de apenas 600 metros de altura que se eleva junto al pequeño poblado del mismo nombre. Si ya impresiona el corte que la erosión de las aguas del Guadalporcún ha tajado sobre esta mole caliza, el Estrechón, como lo llaman los lugareños, el lugar es importante porque acoge la Reserva Natural de la mayor colonia de nidificación de buitres (quinientas parejas) de la Península Ibérica y una de las principales de Europa. A una distancia de aproximadamente un kilómetro de la cumbre, la antigua estación de Zaframagón se ha convertido en centro de observación directa, en tiempo real, gracias a una cámara estratégicamente colocada al otro lado del Estrechón y que dispone de movimiento de 360° y potentísimo zoom. Francisco, que atiende a los visitantes, nos proporcionó una valiosa e instructiva charla sobre costumbres y usos de la vida de los buitres al tiempo que ilustraba sus palabras con las imágenes que la cámara recogía.
Han sido, pues, dos días de esos que consideramos que sirven para cargar las pilas. La leve llovizna de la tarde del primer día y de la mañana del domingo sirvió para suavizar y hacer más llevadera la caminata. Es una visita que aconsejamos a cualquiera que ame la naturaleza o quiera simplemente empezar a conocerla. Al fin y al cabo, se llega a Coripe en una hora desde Sevilla, una y media desde Cádiz y dos desde Málaga. Y si a alguien no le apetece andar, existe un alquiler de bicicletas y de caballos para recorrer la ruta.

jueves, octubre 09, 2008


HISTORIAS DE PALABRAS
Alguien se ha extrañado de que en el apunte último no apareciera Zalabardo por ningún lado, lo que a algunos malintencionados les ha hecho pensar que se debía a un desacuerdo entre los dos por el varapalo a la ministra, en el que él, me dicen, no ha querido participar. El mismo Javier López me preguntaba qué tengo yo contra la pobre Magdalena. Nada más lejos de la verdad, puesto que entre Zalabardo y yo hay siempre buena sintonía, aunque no falte algún que otro pique esporádico. Pero la gente no sabe qué decir, no hay más que ver ciertos programas de televisión. Lo cierto es que, pues todo hay que decirlo, cuando yo redactaba la página, Zalabardo pasaba una consulta médica; los años no corren en balde para nadie. Cuando regresó y le pregunté qué le habían dicho, me respondió cariacontecido: Que estoy hecho una birria. Después supe lo que en verdad le tenía preocupado: el médico le ha aconsejado que se haga una gastroscopia y una colonoscopia. Como no pude reprimir la risa, él se puso aún más mohíno; yo he tratado de animarlo aconsejándole que hable con Joaquín Martínez, que sabe lo que es eso.
Y para intentar distraerlo de ese tema, le pregunté si sabía cuál es el origen de la palabra birria, de la que el Diccionario RAE nos dice, en primer lugar que significa 'persona o cosa de poco valor o importancia', para añadir luego que también es 'mamarracho, adefesio'. En fin, que le pido ayuda y nos ponemos a investigar tanto el origen como las relaciones entre estas tres palabras: birria, mamarracho y adefesio.
Joan Corominas, en su diccionario etimológico, afirma que el término birria tiene un origen dialectal leonés y que posiblemente se derive del latín vulgar verrea (de verres, 'verraco') que significaba 'terquedad, rabieta, capricho', de donde pasará a significar 'cosa despreciable'. Pero José María Iribarren, en su El porqué de los dichos, nos cuenta que el birria o mamarracho es, en Castilla, el bobo o gracioso que va delante de los danzantes en ciertas procesiones, especialmente las eucarísticas. Y dice aún más: que en Tierra de Campos es un individuo que viste ropajes estrafalarios y de colores chillones, y que porta una vara de cuyo extremo cuelga una pelota o vejiga con la que golpea a los viandantes. La desagradable visión que proporciona esta figura explica bien la expresión estar hecho una birria.
Sobre mamarracho cabe decir lo siguiente: la RAE afirma que procede del árabe hispánico maharrag, 'bufón', y que vale para 'persona o cosa defectuosa, ridícula o extravagante'. Más aclara Corominas, quien nos dice que, en su origen, la palabra fue moharrache, que significaba 'disfraz mal pergeñado, figura ridícula'. Luego derivó a momarrache y, finalmente, a mamarracho. Y una aclaración más completa la hallamos en Covarrubias, que define momarrache como 'el que se disfraza en tiempos de fiestas con ropajes de mal talle y que lo hace además para asustar a aquellos con los que topa'. Sigue explicando que el término se deriva de Momo, dios festivo, hijo de la Noche y el Sueño, y que no sabe hacer otra cosa sino reprehender a los demás.
¿Y adefesio? El diccionario académico lo define en primer lugar como 'despropósito, extravagancia, disparate'. Como segunda acepción dice: 'traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante'. La historia de esta palabra, para su significación inicial, es bastante curiosa. Hay dos versiones, que en el fondo son la misma con tan solo cambio de protagonista. Corominas e Iribarren dicen que el origen está en ad Ephesios, por la inutilidad de la predicación de San Pablo en Éfeso, donde no solo no caló su palabra sino que estuvo a punto de morir a manos de la plebe, que rechazaba sus argumentos. De ahí, se explica, surgió la locución adverbial ad Efesios, 'en balde, disparatadamente'. Pero Covarrubias, autor del primer diccionario de nuestra lengua, cuenta una historia parecida, aunque el protagonista para él es Hermodoro, varón virtuoso de Éfeso a quien sus conciudadanos, que no aceptaron los consejos que les daba para la mejora del gobierno de la ciudad, acusaron injustamente de sedición y casi lo condenaron a muerte.
Nos queda, pues, clara la relación entre birria y mamarracho, que vienen a ser la misma cosa. En cambio, el paso de adefesio desde 'cosa inútil, difícil o complicada' hasta 'persona o prenda de vestir ridícula o extravagante' resulta algo más ardua de explicar. En ese proceso debe haber todavía algún paso que, al menos a Zalabardo y a mí, se nos escapa. Tampoco creo que ello sirva de mucho a Zalabardo para aliviar su preocupación; pero, al menos, lo he intentado.

lunes, octubre 06, 2008


LA LENGUA DE LOS POLÍTICOS
José Luis Rodríguez me envió hace ya días a través del correo electrónico un vídeo (bien es verdad que retocado y editado) que recoge una comparecencia en el senado de la señora ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, que es todo un ejemplo de mala oratoria, de pobreza expresiva y, lo que es peor, de falta de capacidad para enfrentar los temas graves que a un cargo de esta naturaleza se le presentan: nerviosa, titubeante, perdida en un mar de papeles que no consigue ordenar y sin los cuales no acierta a decir nada a derechas. Es fácil encontrarlo, pues anda por ahí en YouTube y páginas similares. Oyendo y viendo el vídeo, me ha venido a la cabeza lo que dice un personaje de El corazón helado, la última novela de Almudena Grandes; es una octogenaria que afirma: "Tenía un pico de oro, eso decía la gente. Tu abuela hablaba bien, pero él... Claro que es lo que tenían los políticos de entonces, que los de ahora no valen ni para limpiarles los zapatos".
No en vano es proverbial la frase ser un Castelar para referirse a quien se expresa con pulcritud, elegancia y efectividad. Marina Fernández, en una tesis doctoral que versaba sobre el lenguaje de los políticos republicanos, decía que los políticos de aquel momento se caracterizaban por un uso cuidadoso de la retórica y de un lenguaje claro, dominado por la racionalidad. Por otra parte, es interesante recordar que lo común hasta el estallido de la guerra civil era hablar de forma espontánea, improvisando sobre la marcha, mientras que ahora no existe un solo diputado capaz de emitir tres palabras seguidas sin tener los papeles delante.
Ya en torno a 1990, dos periodistas, Luis Manuel Duyos y Antonio Machín, fueron los promotores de un proyecto que apadrinaría Telefónica: la redacción de un Informe sobre el lenguaje que, en forma de fichas, comenzó a ser distribuido entre parlamentarios, sindicalistas y periodistas con el propósito de intentar frenar el deterioro que nuestra lengua sufría en los ámbitos de los citados. Y el profesor Ramón Sarmiento, uno de los coautores del interesante Manual de estilo del lenguaje administrativo, publicado en 1993, acusa a la clase política y administrativa de pobreza de vocabulario, sintaxis mal construida, lenguaje críptico con el que se intenta decir poco o nada, fórmulas estereotipadas y otras incorrecciones de diferente cariz.
Hacer una relación de estos errores comunes llevaría tiempo y espacio, por lo que podemos citar solo algunos: empleo de giros tomados de otros idiomas, como *es por eso que (es por eso por lo que o, simplemente, por eso), *documento a presentar (documento que presentar), *en base a (basado en); uso del gerundio en lugar del relativo, como *resolución sancionando (resolución que sanciona); empleo abusivo de circunloquios, pues ya no se visita, sino que se gira visita, no se presiona, sino que se ejercen presiones, no se estima o rechaza, sino que se valora positiva o negativamente, no se aprueba, sino que se da luz verde; se alargan innecesariamente las palabras, ya que alguien no se define o se sitúa, sino que se posiciona, no hay problemas, sino problemáticas, no se acaba, sino que se finaliza y así casi hasta el infinito.
Pero no quiero acabar sin ofrecer siquiera algunas perlas de la comparecencia en el Senado de la ministra Álvarez. Téngase en cuenta que toda la intervención hay que imaginarla con la susodicha revolviendo papeles y sin encontrar aquellos que le pueden servir de chuleta; vaya por delante la primera: Lo que yo he tratado de decir, lo que pasa es que en una intervención inicial es muy difícil, es que el aeropuerto...ooo, de Barajas es muy grande y tiene, ¿no?, muchas instalaciones y tiene muchas...hummm... zonas aledañas. Ha habido dos millones quinientas mil operaciones de, de vuelo en Barajas y por lo tanto está claro que... que la compañía es la que, ¿eh?...; me estoy confundiendo, por lo visto no es en Barajas [...] Sin comentarios.
La siguiente, aunque toda la intervención es un auténtico collar, pudiera considerarse la más llamativa: Hay determinadas cuestiones de las que ustedes han planteado que, aun conociéndolas, algunas las desconozco [...] Coincido con usted totalmente en que no tengo ni idea de la función pública. La señora Marco, le reitero, ha dicho que yo no tengo idea de la ley de la función pública, o de la función pública; seguramente no, pero eso no es lo importante. Lo que sí le voy a decir es que yo soy inspectora, pertenezco a un cuerpo que existe. Esta mujer conoce hasta las cosas que desconoce; o desconoce las que conoce, vaya usted a saber; pero, eso sí, es inspectora de un cuerpo que, al menos, existe.
Y la última, con la que cierra su intervención, es la repera: Usted ha dicho, o no lo ha dicho, o lo he dicho yo, es lo de menos, en inglés o en español, en enero de 2009. Muchas gracias. ¿Alguien da más? Y luego nos quejamos de los resultados del Informe PISA.

jueves, octubre 02, 2008


LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE
De vez en cuando, suele decir Zalabardo, conviene utilizar algún que otro tópico; e incluso, en ocasiones, hasta queda bien. Traigo esto ahora a colación por el título que empleo para este apunte. Si digo la verdad, primero había pensado titularlo La verdad os hará libres, pero al momento me di cuenta de que resultaba pedante, aparte de que podría malinterpretarse; ya se sabe la importancia que tiene esto de los nombres. No en vano el bueno de Alonso Quijano pasó ocho días en ardua meditación hasta adoptar para su nueva vida el de Don Quijote.
Y es que parece que han de repetirse una y otra vez las cosas para que nos demos cuenta de ellas. Hoy mismo viene en El País un reportaje que, si bien es interesante para cualquier persona, no deberíamos dejar de leerlo los que estamos relacionados con el mundo de la enseñanza, aunque yo ya desde la barrera. Se titula La educación, el campo de tiro político. El pasado 1 de setiembre, en aquel apunte que hizo sonreír, si no reír, a más de uno (Piedra blanca, piedra negra), exponía algunas de las razones que me han hecho solicitar la jubilación anticipada; entre ellas estaba el desencanto con el sistema, con su politización. Decía: "Los planes y programas cambian de un día para otro según el grupo que esté en el poder." Lo de de un día para otro no es ninguna metáfora. Se explica mirando el gráfico que acompaña al reportaje: la famosa Ley Moyano, que establecía en España la obligatoriedad y la gratuidad de la educación hasta los 14 años, es de 1857. Tuvo vigencia hasta 1970 (¡ciento trece años!), en que se promulgó la Ley General de Educación, la del ministro Villar Palasí. Pues bien, desde 1975 a nuestros días, moderno periodo de la democracia, se han promulgado 11 (once) leyes relativas a la educación, lo que nos da una media de dos años y medio por cada una. No está nada mal.
Pero si buscamos un rasgo que establezca un hilo conductor entre todas ellas, nos encontraremos con que ni una sola ha gozado de general consenso y siempre han tenido en su contra al partido que estaba en la oposición. O sea, que de pacto universal para la educación, ni hablar. Cada partido ha echado por tierra, en cuanto que ha tenido ocasión, lo que han hecho los demás. En España, por desgracia, los asuntos relacionados con la enseñanza no se legislan desde supuestos pedagógicos y educativos, sino meramente políticos. Y así nos va.
Quienes fueron mis compañeros en el Instituto Pablo Picasso recordarán que yo le dije más de una vez a Aquilino Melgar, director: "Comprendo que tú nos quieras vender esta moto, aunque no lo comparto, porque más que representante de los profesores ante la Administración, actúas como instrumento de la Administración frente a los profesores." Él se enfadaba, pero tendrá que reconocer que es cierto lo que yo decía. Ahora es Director Provincial del Ministerio de Educación en Ceuta, lo que, por otra parte, se veía venir. De hecho, ya llevaba tiempo actuando como docente de despacho, alejado de la práctica real de las aulas, que es lo que nos permite ver el problema, el bosque, sin que los árboles nos estorben dominar la perspectiva. Pese a lo que digo, y aunque algunos durarán de mis palabras, quiero dejar claro que yo aprecio sinceramente a Aquilino; creo en su valía, pero también creo que está equivocado cada vez que en vez de poner su talento al lado de las ideas lo ha puesto al lado de las ideologías, que no es lo mismo. Hubo un tiempo en que también él me honraba leyendo esta agenda. No sé si su nueva situación se lo permitirá; espero que sí, si no se ha cansado (de leer, que no del cargo), lo que sería comprensible.
Me pregunta Zalabardo si, caso de que las cosas sean tal como digo (pues alguien pensará, y está en su derecho, que ando errado) este asunto de la educación tiene solución. Le respondo que rotundamente sí, si se dan dos circunstancias: que los partidos políticos dejen sus rencillas a un lado, o que se desfoguen peleando por otros temas, y tomen conciencia de una puñetera vez de que solo con un auténtico Pacto Nacional por la Educación podremos salir del atolladero en que nos hallamos. Con la educación, como con el pan, no se juega, y algunos, muchos, con absoluta falta de ética, ya están jugando más de la cuenta (véase, si no, el simple ejemplo de la asignatura Educación para la Ciudadanía). Y el otro factor al que me refiero lo constituyen los profesores; deberán abandonar ese desánimo que tanto cunde y plantarse críticamente frente a los políticos para que estos comprendan cuál debe ser el camino. Esa es una tarea que compete especialmente a los profesores jóvenes, que son los que tienen el futuro en sus manos. A muchos, se nos ha pasado el arroz.