domingo, marzo 25, 2018

HISTORIAS DE PALABRAS: MEAPILAS (Y ALGO SOBRE EL AGUA BENDITA)


            Y no es que uno sea un meapilas, pero las cosas serias, serias son y no hay por qué menearlas.
(Miguel Delibes, 1958)

Piscina de Siloé
            Son los hablantes quienes reflejan su personalidad y su ideología en el lenguaje. Se lo he explicado a Zalabardo de forma reiterada y hoy vuelvo a ello al recordarle que, aunque la lengua disponga de elementos que en su propia naturaleza contienen un matiz despreciativo (atendamos a los sufijos de casucha, poetastro, bodorrio…), la idea de desprecio solo se hace efectiva cuando, voluntariamente, decidimos utilizar la palabra con finalidad ofensiva. Por eso, en ocasiones y desde nuestra perspectiva, el político o la gente se convierten en politicastro o en gentuza.
            Mi idea, eso trato de transmitir a mi amigo, es que la finalidad peyorativa o insultante está más en la intención del hablante que en la propia naturaleza del lenguaje. Le pongo el ejemplo de un recurso de nuestra lengua para formar palabras, el de unir un verbo con un sustantivo. Muchas de estas palabras (guardamuebles, limpiacristales, portavoz…) las percibimos como carentes de intención torcida. En otras encontramos un matiz que, sin ser positivo, tampoco suena despreciativo (destripaterrones, buscabocas, zampabollos…). Hoy mismo leo en un artículo de David Araújo que caganidos o secaleche, términos con que es algunos países americanos se señala al ‘ultimo hijo de una familia’ son términos poco honorables, y no termino de saber por qué. Por fin, hay otros, a mi juicio, que siempre encierran una intención despreciativa hacia quien lo asignamos; picapleitos o juntaletras, valgan por caso.       

Pila de agua bendita. Catedral de Medellín
Me pregunta Zalabardo si habría que unir a ellas meapilas. Le respondo afirmativamente y le pido que repare en su relativa novedad. El CORDE (Corpus Diacrónico del Español) no recoge más que dos documentos en que se utilice meapilas antes de 1974. El más antiguo es el de Miguel Delibes que cito al principio. Su origen parece tener un trasfondo hiperbólico y burlesco. Es un meapilas quien, de tanto abusar del agua bendita, acaba por convertirla en el principal componente de su orina. El DLE se limita a remitirnos a santurrón, aunque lo cierto es que, en su uso, se le han ido sumando otras connotaciones. A ‘beato de misa y confesión diarias’ se le añadió ‘que, por detrás, hace lo contrario de lo que predica’, y por ahí ha pasado a ‘gazmoño’, ‘hipócrita’ e, incluso, ‘individuo falto de personalidad’.
            Y, ya que se habla de pilas y de agua bendita, no estaría mal referirse a ambas. Conocida es la simbología que en todas las culturas y religiones ha acompañado al agua y la tendencia hacia el sincretismo (es decir, acoger fiestas, lugares y prácticas anteriores y adaptarlas a su propia naturaleza) que acompaña, como a muchas otras religiones, al Cristianismo. Aquí entra el agua, bendita o no, que en todas las culturas se ha concebido como principio de vida, elemento purificador e incluso de sanación. No olvidemos nuestro refrán Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
La ley judaica establecía la obligación de las abluciones ante determinadas festividades o actos de la vida cotidiana. Las ciudades judías tenían piscinas o fuentes de distinta naturaleza: para lavar el ganado y purificarlo antes de un sacrificio, para abluciones o para sanaciones. El carácter sanador del agua provenía, como todavía hoy se observa, de la existencia de manantiales de aguas termales, sulfurosas, ferruginosas, etc., a las que la gente sigue acudiendo en busca de remedio a sus achaques. El Islam, otra religión con notables sincretismos, imitó estas costumbres judías y concedió gran valor al agua en los ritos y en la vida diaria. En el Corán se lee: “Cuando os dispongáis a hacer la plegaria, lavad vuestras caras y vuestras manos, hasta los codos.” Y se siguen enumerando todos los casos en que es necesaria la purificación mediante el agua.

Murillo: Jesús cura a un mendigo
Y el Cristianismo no se quedó atrás. Sin embargo, leyendo el Nuevo Testamento, queda la duda de si Jesucristo estaba a favor o en contra de los ritos de agua. Se sometió al bautismo de Juan en el Jordán; por san Mateo sabemos que llamó hipócritas a los escribas y fariseos que le preguntaron por qué ni él ni sus discípulos cumplían con las abluciones antes de comer; y por san Juan, que, al ciego que curó en Siloé, le dijo: “Ahora ve a la piscina y lávate”, o sea, que se purificara, en tanto que al mendigo que se hallaba junto a la puerta Probática y se quejaba de no tener quien lo llevara hasta la piscina de la que se creía que tenía propiedades curativas lo curó sin necesidad de acercarse al agua. Como vemos, una de cal y otra de arena.
            No obstante lo anterior, en las basílicas primitivas había estanques, fuentes o pilas de agua para las abluciones, tal como aún se conservan en mezquitas musulmanas. Pero, y le digo a Zalabardo que esta es una humilde tesis mía, llegó un momento en que los cristianos desearon diferenciarse de judíos y musulmanes. Sería el papa san Alejandro quien, en el siglo ii aceptara el empleo del agua como elemento purificador y estableciera el rito para bendecirla, con lo que ya aparece el agua bendita. Y un obispo del siglo iv, Tumis, habló de la costumbre de bendecir el agua y el aceite para fines sanadores: En cambio, llegado ya el siglo v se comenzó a defender que los efectos del agua eran más espirituales y sacramentales, aunque nunca se haya perdido la creencia de que determinadas aguas puedan curar.

Pila de agua bendita. San Agustín de Valdefuentes
Hay, además, otras cuestiones que explican la sustitución de las fuentes o piscinas por las pilas. La obligación, necesidad o pía costumbre de lavarse para aparecer limpios en los cultos fue origen de numerosos casos de contagios y transmisión de epidemias. Solución lógica e higiénica a la vez: quitar fuentes y estanques y poner pilas, a la vez que se prohibía tocar directamente el agua que contenían. Tal cosa aconteció en el siglo xi; además, el agua había de aplicarse mediante un aspersor (una rama de laurel, hinojo, palma o incluso un rabo de zorro, antecedentes del hisopo). Para no alargar el relato, le recuerdo a Zalabardo que, ya en el siglo xvi, san Carlos Borromeo decretó que las pilas de agua bendita habrían de estar dentro de los templos y no fuera; el material de que estarían hechas y que serían dos, separadas una a la derecha y otra a la izquierda, para hombres y mujeres respectivamente. A lo que se ve, tampoco en aquellas fechas la Iglesia veía con muy buenos ojos el asunto de la igualdad.


sábado, marzo 17, 2018

HISTORIAS (Y LEYENDAS) DE PUEBLOS


            Del lethe o letze (olvido) tomaron nombre los ríos Guadalete y Limia, el primero por el armisticio ajustado en sus orillas entre cartagineses y españoles, y el segundo por la creencia de que sus aguas hacían perder la memoria a quienes las bebían.
(Fermín Caballero: Nomenclatura geográfica de España. 1834)


           A propósito de un paseo por los bellos parajes de la Fuente de los Cien Caños y el Mirador del Hondonero (en tierras de Villanueva del Trabuco y de Villanueva del Rosario), me preguntaba una antigua, respetada y admirada profesora de mis años en la Universidad de Sevilla, la poeta Julia Uceda, por la razón del nombre del primero de esos pueblos.
            Hasta donde yo sé, no conozco documentos que lo certifiquen, le he contado las dos historias (o leyendas) que existen sobre el tema; la más verosímil es la que mantiene que se llama así porque cuando los Reyes Católicos acamparon allí antes del asedio de Málaga, aprovecharon para construir con la madera de los árboles de la zona trabucos, es decir, catapultas. El nombre viene de trebe, ‘viga’, que era la pieza principal de dicho artilugio militar. Nada tiene que ver la localidad con el posterior trabuco, arma de fuego, inventado con bastante posterioridad a que el pueblo tuviese el nombre que conocemos. Pero, mientras lo hacía, me vino a la memoria que, en esto de los pueblos, y no solo por sus nombres, nos encontramos con historias curiosas.

           Por ejemplo, siempre creí, y no era el único, que el nombre de mi pueblo, Osuna, procedía del antiguo nombre latino Urso, que significa oso. De hecho, en el escudo de la población aparece una matrona (en otras versiones una esfinge) sobre un torreón que flanquean dos osos rampantes. Sin embargo, más tarde he conocido una versión que pone en duda todo lo anterior. Cuando los romanos llegaron a aquellas tierras, el pueblo ya se llamaba Urtzo o algo parecido, y los conquistadores solo latinizaron el nombre. Urtzo, leía, es una palabra de origen ibérico que se relaciona con ‘laguna’, ‘terreno pantanoso’. Según eso, el nombre de mi pueblo no significa ‘tierra de osos’, que nunca los hubo, sino ‘tierra de lagunas’, de las que todavía perduran algunas, más cercanas a La Lantejuela (sobre cuyo nombre también hay dudas, pues unos lo hacen proceder del apodo de un rico hacendado, el tío Lentejas, y otros de que en sus tierras, mientras araba, un labrador halló unas lentejuelas de oro) que a la propia Osuna.

           Pero si hablo de historias curiosas de pueblos, le digo a Zalabardo, hay otra que resulta quizá más atractiva en la que también se mezclan historia y leyenda y que alguna relación tiene con mi pueblo. En Olvera, de la provincia de Cádiz, hay una zona llamada Valle Hermoso. Cuenta la leyenda (¿cuántas de estas hay por toda España?) que en 1512, un pastor había perdido una res de su rebaño y, buscándola, lo que halló fue una talla de la Virgen María depositada en una cueva donde manaba una fuente (llamada por lo acaecido de los Caños Santos). Por tres veces la llevó a la parroquia de Olvera, pero la imagen desaparecía y volvía a ser encontrada en la cueva. Se decidió, pues, levantar allí una ermita y poco después, don Juan Téllez Girón, iv Conde de Ureña, cedió en 1542 unos terrenos para erigir un convento que regirían los franciscanos. Este Conde, hombre magnánimo, fundó 16 monasterios y, en su pueblo, Osuna, la Universidad, la Iglesia Colegial y la Capilla del Santo Sepulcro entre otras cosas. En el Monasterio de Olvera se veneraría la que se llamó Nuestra Señora de los Caños Santos, a la que se guardaba gran devoción en toda la comarca, especialmente en Alcalá del Valle, pueblo también gaditano situado a 8 kilómetros, en línea recta, de Olvera, pero junto al lugar de Valle Hermoso.

            En 1810, cuando los franceses ocuparon la provincia de Cádiz, los vecinos del pueblo malagueño Cañete la Real, a 12 kilómetros, en línea recta, del paraje del que hablamos, se llevaron la imagen para preservarla del saqueo. Pasados aquellos años de guerra contra los franceses se optó por donar la imagen al pueblo de Cañete en recompensa por su valentía y Nuestra Señora de los Caños Santos pasó a ser patrona de la localidad.
            Pasan los años, el convento es abandonado y acaba en estado ruinoso. De él, lo más notable que queda es la fachada y parte de la iglesia. En 1984, el Ayuntamiento de Alcalá del Valle propone comprarlo al de Olvera, junto a unas pocas tierras de su entorno, operación que se lleva a cabo. Sobre las ruinas, se proyectó construir un hotel, aunque, por causas que ignoro, ya iniciadas las obras, el plan se detuvo y allí siguen los restos del Monasterio y el hotel a medio construir.

            Es un bonito enclave en el que cada año se celebra una romería. ¿Curiosidad de esta historia que acabo de contar?: el Monasterio de Nuestra Señora de los Caños Santos es un hermoso paraje enclavado en el término municipal de Olvera, que, sin embargo, pertenece a Alcalá del Valle, en tanto que la imagen que da nombre al lugar se encuentra en Cañete la Real, de donde es patrona.
           

sábado, marzo 10, 2018

LA RAE NO DICE ESO



            El Diccionario no juzga la Historia, solo la refleja. El mero hecho de que no nos gusten algunas definiciones no nos autoriza a desterrarlas, como un periodista no podrá omitir la existencia de Augusto Pinochet aunque le desagraden sus vómitos logorreicos (Álex Grijelmo, 1998)

            El pasado día 8 de marzo, Día de la Mujer, comentando una de las preguntas, y su correspondiente respuesta, el presentador de un concurso televisivo decía, e insistía, de forma muy engolada, que aquello no lo decía él, sino que lo decía la RAE. En la vehemencia de su argumentación afirmaba: “Que no soy yo, quede claro, que es la propia RAE quien lo dice.” No recuerdo ahora, porque no estaba atendiendo a lo que se emitía, de qué palabra hablaba. Podía estar hablando, imagino teniendo en cuenta la marcada tendencia actual a considerar machista el Diccionario oficial, de zorra, sexo débil, la sexta acepción de femenino, la tercera de masculino, coñazo, cojonudo o cualquier otra por el estilo.

           Este buen hombre, y pido a Zalabardo que observe la ironía de mi expresión, estaba manifestando su absoluto desconocimiento de lo que es la RAE y de cómo funciona el DLE. Explico lo de la ironía: podría haber escrito que es ignorante, zote, inculto, alcornoque, tarugo, cenutrio, cebollino…, palabras todas de claro matiz peyorativo. Y si me moviera el deseo o intención de lastimar u ofender a esa persona, cualquiera de ellas serviría como insulto. Pero me limito a llamarlo buen hombre. Si miramos el Diccionario citado, observamos que con bueno señalamos lo ‘que tiene bondad, o es útil y a propósito, gustoso, apetecible…’; es decir, todo son connotaciones positivas. Igual pasa con hombre, que se define como ‘ser animado racional, varón o mujer’. Y sin embargo, cuando yo he dicho buen hombre lo que deseo es destacar la falta de cultura de ese presentador al hablar así. Vemos, pues, que soy yo quien altera el sentido de las palabras, y no la RAE ni el Diccionario, al despojarlas de su ropaje original y las visto de modo distinto. En ello, creo que cualquiera me entenderá, no hago sino seguir la senda de un uso social que ha establecido la diferencia que hay entre ser un hombre bueno  o un buen hombre. Eso hace que resulte difícil determinar qué sea un insulto, puesto que, cuando del idioma se habla, todo depende en alta medida de los convencionalismos sociales y culturales. 
     
            Zalabardo me solicita que procure ser más claro. Lo intento. ¿Que en el DLE encontramos un buen surtido de definiciones de fuerte tono sexista o abiertamente machista? Pues claro que sí; no seré yo quien lo niegue. ¿Que deberían desaparecer y amoldarse las palabras o sus significados a los necesarios niveles de tolerancia y respeto hacia determinados colectivos? También y, no sé si al ritmo adecuado, creo que el Diccionario se va poniendo al día. Pero entiéndase que los colectivos que pudieran sentirse molestos, ofendidos o insultados, por el tono de ciertas definiciones, son más numerosos y variados de lo que algunos piensan.
            Dicho esto, no debe olvidarse, sin embargo, que se equivocan, y muy gravemente, quienes gritan su condena por lo que la RAE dice en su Diccionario. Porque, le señalo a Zalabardo, la verdad es que la RAE no dice nada ni impone nada. La RAE tiene unas funciones específicas y su Diccionario es solo un reflejo del habla social, no hace más que recoger los usos idiomáticos de un momento que, en gran parte, vienen justificados por los convencionalismos sociales y culturales citados antes. La RAE no sostiene en ningún momento, son dos ejemplos, que zorra sea la ‘mujer liberal, deshonesta’, etc., etc., o que una judiada sea una ‘mala pasada o acción que perjudica a alguien’. Eso lo dice, o lo decía, me gustaría creer que ya no, la gente. El Diccionario se limita a recoger ese uso, a dar cuenta de en qué piensa la gente cuando habla de sexo débil, de coñazo y cosas así.

            Si entendemos lo anterior, deberíamos entender que ha de ser la sociedad la que cambie. Que ni la lengua ni el Diccionario son machistas o antijudíos; son simplemente, fedatarios de lo que se habla en la calle. ¿Qué una palabra deja de emplearse o su sentido pasa a ser otro o su forma se altera? La RAE hace la modificación pertinente. A veces, no lo olvidemos, incluso cuando se rompe la más elemental norma sobre la que un término pueda sustentarse. No es ya que la RAE no diga nada; es que no puede siquiera hacerlo cuando surgen voces que se lo piden. La lengua es del pueblo y es el pueblo quien debe cambiar. La RAE comenta, aconseja o desaconseja. Lo que de ninguna manera puede hacer es imponer. Es tan democrática la lengua, que no lo permitiría. Sus cambios, así han sido siempre a lo largo de la historia, se producen desde abajo, nunca desde arriba. Agustín García Calvo, hablando de la transformación histórica del latín hasta lo que hablamos hoy, decía que el latín nos enseña que el poder no es capaz de hacer nada en los resortes profundos de la lengua, que pertenece al pueblo. Y si un día aparece un término nuevo, aunque sea una barbaridad, véase el caso de portavoza, nada ni nadie podrá imponerlo ni prohibirlo; ni la RAE ni los políticos que, haciendo demagogia, pretenden, vanamente, obtener con ello notoriedad o el favor de los votantes. Será el pueblo quien dicte su veredicto. Si el término se generaliza en su uso, entrará con naturalidad en el DLE. En caso contrario, desaparecerá por las cloacas y, como mucho, servirá de ejemplo de la divertida ocurrencia de alguien que no sabía muy bien cómo funciona el lenguaje. Que en este proceso la lengua gane o pierda es harina de otro costal.

domingo, marzo 04, 2018

EL HUEVO Y EL FUERO



Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella, y no emendalla.
            (Guillén de Castro)

 
Escena de Fahrenheit 451
          
No vivimos tiempos propicios para las actitudes tolerantes y desprejuiciadas, sino todo lo contrario. En lugar de mentes abiertas, dispuestas a dialogar, lo que encontramos, por desgracia cada vez en mayor abundancia, son mentes deliberadamente obtusas que se oponen a debatir, sin cortapisas, cualquier opinión que difiera de la propia. Zalabardo, mientras escribo esto ha buscado en el DLE la definición de prejuicio: Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. A continuación, ha buscado la de tolerancia y, de las varias que aparecen, me enseña esta: 2. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

            Hablamos de esta cuestión con motivo de la tendencia revisionista que se contempla en todos los ámbitos de la sociedad presente —cine, política, literatura, televisión, lenguaje…—. Chocamos una y otra vez con la peligrosa plaga de la corrección política, que no es sino el mayor ataque que se puede perpetrar contra la libertad de opinión, expresión y creación. Es la Inquisición de nuestro siglo, dispuesta a quemar todo lo que no les gusta. En suma, nos hemos convertido en una sociedad de censores. No obramos empleando juicios, sino blandiendo prejuicios. Lo que no nos gusta no solo no lo respetamos, sino que exigimos su supresión.
            Lo peor de este revisionismo es que pretende tratar las creaciones o ideas de cualquier tiempo sometiéndolas al análisis de los cánones de la ideología (o del prejuicio, las más de las veces) actual imperante, sin reparar en que toda época ha tenido unas características definitorias, buenas o malas, que van cambiando con el paso de los años. Por suerte, ese cambio suele ser casi siempre a mejor, pero esto no lo miran los intolerantes.

Inicio de Caperucita políticamente correcta de James Finn Garner
            Los prejuicios creados por la corrección política han alcanzado, cómo no, también a los libros, que han sido mirados con recelo por los censores de todas las épocas. Se los considera peligrosos porque enseñan a la gente a pensar. Y hasta ahí se podía llegar. No solo es ese movimiento que trata de modificar los cuentos infantiles tradicionales, falsificando tramas y finales. Por cierto, le digo a Zalabardo que me gustaría poseer el sentido del humor que llevó a James Finn Garner a escribir, con una gran dosis de ironía contra los intolerantes sus Cuentos infantiles políticamente correctos. Lo último que conozco en este movimiento censor es la campaña contra la novela Lolita, de Nabokov. Recientemente, Laura Freixas publicó un artículo en que la acusaba de ser una incitación a la pedofilia: Al mismo ha contestado Sergio del Molino, argumentando que lo que hacen falta son lectores sin prejuicios que entiendan el auténtico sentido de esta y de cualquier otra la novela y que habria que acabar con la decodificación ideológica que impone lecturas políticamente correctas. No me caben dudas de que la posición de Freixas será más seguida que la de Molino. Las cosas están así. 

Seguidores del ISIS queman libros
            Si alguien cree que este es un asunto de hoy se equivoca. Pensemos que a don Quijote le quemaron sus libros con la excusa de que eran el motivo de su locura; o que en 1953, Ray Bradbury escribió Fahrenheit 451, historia de una sociedad en la que la misión del cuerpo de bomberos era quemar libros. Si en lugar de la ficción miramos la historia, vemos que en el año 292, Diocleciano mandó quemar todos los libros de alquimia de la Biblioteca de Alejandría; que en el siglo xv, Girolamo Savonarola, dominico, organizó las que se llamaron hogueras de las vanidades, donde se quemaban, entre otras cosas, los libros considerdos licenciosos, por ejemplo, los de Boccaccio; que en 1562, otro religioso, Diego de Landa ordenó quemar los Códices Mayas, por ser contrarios al cristianismo; que en 1933, los nazis quemaron las obras de Brecht, Einstein, Kafka, Hemingway, Jack London, John Dos Passos y no sé cuántos autores más; que la Iglesia Católica ha mantenido durante siglos el Índice de libros prohibidos; que en mi juventud, era casi imposible encontrar libros de Machado, Lorca; que en 2015, el terrorismo yihadista de ISIS hizo destruir más de 8000 libros.


            Me pregunta Zalabardo qué tiene que ver con todo eso el título de este apunte. Le contesto que nada y, a lo mejor, bastante; mi idea inicial era explicar el origen de algunas expresiones españolas que revelan nuestra, para mí, proverbial tendencia a la terquedad, cuando no a la intolerancia: No es por el huevo, sino por el fuero, No bajarse del burro, No dar el brazo a torcer, Mantenerse en sus trece  Frases que remiten, todas, a ‘mantener con obstinación y tozudez el propio dictamen o propósito’ incluso a sabiendas de que estamos equivocados, como bien se ve en el texto de Guillén de Castro. Pero la cosa ha salido así y así quedará. La primera de estas frases, la que enfrenta al huevo con el fuero, tiene incluso una historia bonita que me hubiese gustado contar. Pero se me haría largo el apunte; algún día volveré sobre ella.