sábado, noviembre 25, 2017

SARDINAS Y ASCUAS



            Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que con eso amontonarás ascuas sobre su cabeza y el Señor te recompensará.
                                         [Proverbios, 25, 21-22]


            Entre los refranes, sentencias y decires que unen estas dos palabras, no hay duda, le comento a Zalabardo de que el más conocida es cada uno acerca el ascua a su sardina, con el que se quiere indicar que quien tal cosa hace busca aprovechar las ocasiones en beneficio propio aun si con ello se provoca un daño a otros. Luego es un dicho que encierra una alta dosis de insolidaridad.
            No he encontrado una explicación clara al refrán, aunque mi paisano Rodríguez Marín le asigna un origen andaluz y humilde. A los trabajadores del campo se les daba para comer sardinas, producto barato, que debían asar al calor del fuego, lo que provocaba que cada uno acercase las brasas a la suya con la consiguiente consecuencia de que la lumbre se deshacía y todos acababan perdiendo. No sé si será verdad o no, pero pudiera ser verosímil.
            Pero no solo hay este refrán con la sardina como protagonista, sino bastantes más: estar como sardinas en banasta (o en lata), ‘con bastantes apreturas e incomodidades’, ser la última sardina de la banasta, ‘tener poco valor o ser algo despreciable’; de la Virgen de julio a la Virgen de agosto, la sardina está en sazón, porque es la mejor época para comerla; sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato, con que se reprende la poca diligencia a la hora de hacer algo que nos reportaría un provecho; si no hay sardina, la foca no trabaja, para encarecer que toda tarea ha de tener su recompensa; para quien es excesivamente melindroso, avariento o exigente cuando no ha de correr con los gastos surgió en tu casa sardina y en la ajena gallina. Son, repito, muchos más, pero dejo para el final uno que debe remontarse a tiempos muy antiguos porque hace recordar el delicioso capítulo del Libro de Buen Amor en que el Arcipreste hace un encendido elogio de la mujer pequeña: la mujer y la sardina, cuanto más pequeña, más fina. Aunque el Arcipreste recurre a comparaciones más elegantes y valiosas (en chica rosa está mucha color / e en oro muy poco grand preçio e grand valor).

            Sobre ascuas encuentro menos variedad. Junto a la ya citada, conozco estar en (o sobre) ascuas, ‘estar expectante, inquieto’; andar (o dar pasos) sobre ascuas, ‘actuar con precaución, emitir una opinión con reservas porque pudiera estar equivocada’. Sin embargo, hay una, que conozco por la Biblia (aparece en los Proverbios y en la epístola a los Romanos), que no hallo recogida en diccionarios: poner a alguien ascuas sobre la cabeza. Me dice Zalabardo que menuda barbaridad, que hay que sentir mucho rencor hacia alguien para someterlo a tal castigo. Pero, leyendo los párrafos en que aparece, no creo que sea esa la explicación. Buscando, he encontrado una página en la que se argumenta que dicha expresión no encierra ninguna idea de venganza, sino todo lo contrario. Y se habla, le confieso a Zalabardo que tampoco puedo aquí decantarme, de una antigua costumbre, no ya solo entre judíos, en la que las mujeres encendían el fuego al inicio del día y recogían brasas que, puestas en un recipiente que colocaban sobre sus cabezas, iban repartiendo entre los vecinos. Naturalmente, este compartir el fuego con los demás no es ninguna muestra de venganza ni represalia, sino de paz y armonía.
            Algo que, por desgracia, y lo vemos por luctuosos hechos de estos días, nos está haciendo mucha falta.

sábado, noviembre 18, 2017

SOBRE TESTIFICAR, TESTÍCULOS, UEBOS Y ROMANOS




Fue al siervo de Dios est’ enfermo levado,
cambïolo Tüencio de sos uebos guisado,
Millán cuando lo vïo reciviolo de grado,
ovo d’él grant cordojo, ca era muy lazdrado.
(Gonzalo de Berceo)
[Llevaron el enfermo al siervo de Dios / provisto de todo lo necesario por Tuencio; / lo recibió san Millán de buen grado, / y se compadeció de sus penas]


Imagen de una falsa historia sobre la ruptura de una parejaa
            Cualquier herramienta es buena si le damos el empleo para el que fue creada. Esta afirmación vale, por supuesto, para Internet. Quienes hemos llegado ya a una edad como la mía, miramos hacia atrás y comprobamos los medios rudimentarios con los que debíamos afrontar nuestra formación y la sed de conocimientos. Una regla, un tiralíneas, compás, cartabón y, quienes tenían más suerte, alguna enciclopedia. En mis años escolares, yo no llegué a conocer la calculadora, e Internet no será ni siquiera un sueño para el más aficionado a la ciencia ficción. Le digo a Zalabardo que todos los instrumentos que ponen a nuestro alcance son buenos si, a la vez que se nos proporcionan, se nos enseña el adecuado manejo de los mismos, porque las nuevas tecnologías, tal como se dice de las armas, las carga el diablo.
            Internet, ¿hace falta decirlo?, es una maravillosa fuente de información; pero, a veces, tiene uno la sensación de que esa información llega a ser demasiada y, en no pocas ocasiones, falta de calidad cuando no hasta peligrosa. Es muy fácil subir contenidos, pocos o nulos los filtros que determinen cuáles son merecedores de estar en la Red y demasiados los desaprensivos e irresponsables que se dedican a subir incontables bulos, noticias sesgadas, falsas atribuciones, mentiras flagrantes y teorías faltas de rigor. Todo ello, qué duda cabe, confunde y engaña a quienes con buena fe se acercan a ella.
            Hace unos días, le cuento a Zalabardo, me llegó una de esas historias que dejan perplejo a quien las recibe. Como muchas otras, era un tema intrascendente, de esos que, aparentemente, no hacen mal a nadie; solo que, se empieza por ahí y se concluye en las actuales posverdades que hoy nos invaden. No tienen otra base de credibilidad que el argumento “pues lo he visto en Internet”. Y de ahí se deriva el daño. Que un buen instrumento, manejado por manos desaprensivas, se convierte medio de desinformación, cuando no en arma peligrosa.

Los romanos no juraban así
            El caso que cuento era la curiosa tesis que mantiene que la palabra testificar proviene de que los antiguos romanos, cuando querían jurar sobre algo importante, en lugar de hacerlo sobre la Biblia, se cogían con la mano derecha los testículos. La historia me sorprendió. Estaba casi seguro de que tal cosa no es cierta, pero dije a mi interlocutora que investigaría. En efecto, he podido confirmar que esta burda patraña circula, con más o menos variantes, en muchas páginas de Internet. Tantas, que apenas si tienen fuerza para desmentirla las que, en menor número, tratan de explicar de manera razonable la etimología del término.
            Zalabardo y yo nos hemos ido a fuentes más que fiables: el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, de E. A. Roberts y B. Pastor; el Diccionario Etimológico de la lengua castellana, de J. Corominas; Historias de palabras, de L. J. Calvet y mi ya bastante manoseado Diccionario latino-español / español-latino, de V. García de Diego, que me acompañó durante el bachillerato. Como hacer una detallada exposición de los resultados sería algo largo, procuro resumir al máximo.
            En indoeuropeo existía una raíz trei-, ‘tres’ de la que derivan tres, trece, treceno, tercio, treinta, trébedes, terceto, triángulo, triple, trébol etc. Pero también otras que nos pueden extrañar, como tribu, originariamente ‘tercera parte de un pueblo’ y, finalmente, ‘pueblo’. De ella salen tribunal, tributo, contribuir, tribuna, distribuir, etc. Además, había una forma indoeuropea compuesta, tri-st-i, que significaba ‘tercera persona presente en algo’, de donde surgió la forma latina testis, ‘el que declara en un juicio’. ¿Por qué testis?; porque se requería la declaración de tres personas para decidir sobre un pleito. Esta intervención se conocía en latín como testis facere, que es el verdadero origen de testificar. En nuestra lengua, hubo una antigua forma testiguar, sobre la que se formó el posterior testigo.

            A la misma raíz hay que remontarse para explicar  testar y testamento, llamado así porque era necesario hacerlo ante un tercero (es decir, un testigo). También tienen ese origen testimonio, ‘declaración que se hace’, contestar, ‘comparecer en un juicio’, base del actual ‘responder’; detestar, ‘apartar a alguien, poniendo a los dioses por testigos’, que ha acabado en ‘aborrecer’; o protestar, ‘confesar públicamente una fe’, aunque hoy lo hayamos dejado en ‘quejarse’. No otro sentido tiene protestante, ‘que  confiesa públicamente una fe’ como denominación de una rama del cristianismo, ni otra cosa quiere decir ser testigo de Jehová.
            ¿Y los testículos? No es más que un caso de homonimia. La misma palabra, testis, que designaba a quien declaraba en un juicio, se utilizó para llamar a las glándulas que permitían reconocer a los varones, es decir, los testigos de su virilidad. Aunque, para diferenciar ambos casos, en este último se recurrió a una forma diminutiva, testiculus, origen de nuestro testículo.

            ¿Y qué pasa con los romanos?, me pregunta Zalabardo. Entonces le aclaro que, también en Internet, podemos leer un bien argumentado artículo de Bárbara Durán que nunca entre los romanos existió esa forma de juramento consistente en llevarse la mano a los testículos. Y añade que las formas de jurar o declarar en juicios variaron mucho de unas épocas a otras: que los hombres solían jurar por Hércules y las mujeres, por Cástor y Pólux; aunque los soldados podían jurar por su espada y muchas mujeres juraban por sus cabelleras.
            Zalabardo insiste: ¿Y qué son esos uebos de los que hablas? Le contesto que, simplemente, me he acordado de cómo cambia el lenguaje y que el tema me daba ocasión de poner este ejemplo. Nadie desconoce hoy las locuciones manda huevos, por mis huevos y otras semejantes, plenamente admitidas. Lo que quizá muchos desconozcan es su remoto origen. Porque ha de saberse que huevos viene de ovum, mientras que uebos viene de opus, ‘necesidad’. El DRAE sigue recogiendo uebos, ‘cosa necesaria’. Antiguamente, sobre todo en lenguaje forense, podía solicitarse algo por uebos, es decir, ‘porque se considera necesario’. En cambio, hoy se ha impuesto por huevos, donde la necesidad se ha sustituido por la ‘exigencia o imposición de quien habla’.
             

sábado, noviembre 11, 2017

JOVEN CON EXPERIENCIA



Converso con el hombre que siempre va conmigo
(Antonio Machado)

Foto de Francis Silva (diario SUR)
            No es necesario que surja un instante importante en nuestras vidas para que Zalabardo y yo conversemos. A menudo hacemos examen de conciencia y analizamos lo que nos queda por delante, que cada día es menos. Repasamos, pues, ilusiones, achaques, errores, deseos, pequeños éxitos y medianas decepciones. Y siempre acabamos estando de acuerdo en que ni la vanidad, ni la ambición, ni la envidia ni el rencor, a más de otros vicios, conducen a ninguna parte.
            Me decía Zalabardo un día que jamás entenderá esa cláusula que, con más frecuencia de la deseada, incluyen las ofertas de trabajo: “Se precisa joven con experiencia”. Sostiene que es un contrasentido porque, si se es joven, lo natural es carecer de ella; y si se tiene, es muy posible que no se sea tan joven. Y continúa razonando que los mayores tenemos bastantes veces una visión desenfocada de la realidad. Saca a colación, en esos momentos, las palabras de Machado en Juan de Mairena: En general, los viejos sabemos, por viejos, muchas cosas que vosotros, por jóvenes, ignoráis. Y algunas de ellas —todo hay que decirlo— os convendría no aprenderlas nunca.
            Nuestra última conversación la motiva una experiencia cercana. Sabe Zalabardo que, por mi edad, estoy curado de espanto respecto a muchas cosas y no alimento ambiciones que me van quedando lejos. Ambicionar más de lo que está a mi alcance podría significar un gran batacazo. Decía Quevedo: A los ambiciosos que suben a alguna dignidad se les puede preguntar si suben a estar, o suben a subir, o suben a caer. Y escribió Fray Luis de León: A mí una pobrecilla /mesa, de amable paz bien abastada / me baste

 
Francisco Ruiz Noguera
          
Mantuvimos esta conversación a raíz de la presentación el jueves pasado de mi segunda novela, Como médanos. Uno de los presentadores, el profesor Ruiz Noguera, me sacó literalmente los colores con el exhaustivo análisis que hizo de la obra y los encendidos elogios que le dedicó. Dijo tanto que me cuesta trabajo acordarme. Y que me niego a repetir aquí para que no se me crea vanidoso. ¡Dios mío, cuántos nombres de inmortales mencionó y cuántos argumentos para valorar una novela de quien casi acaba de aterrizar en este mundo! Diré solo, porque me calaron sus palabras, su juicio de que, con solo dos novelas publicadas, se podía reconocer en mí un estilo propio y sólido. Lo que no es poco.
            La otra persona participó en la presentación, Antonio Ortín, periodista y escritor, se sumó a los elogios y añadió alguno, como que mi novela ayuda a dar a conocer lo que es el alzhéimer en una sociedad que tiende a estigmatizar a quienes padecen esta enfermedad.

 
Antonio Ortín
          
¿Debería estar contento por cuantas cosas se dijeron de mi novela? ¡Pues claro que estoy contento! Y, más que contento, abrumado. Me encuentro con que no sé cómo corresponder a los elogios. Y me viene a la cabeza el episodio de la segunda parte del Quijote en que unos pastores agasajan al caballero, que, también abrumado, les dice: quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras si pudiera. Pero no está en mi mano corresponder de la forma debida el trato recibido por parte de Ruiz Noguera y Ortín; por eso lo publico y declaro aquí, en espera de mejor ocasión.
            He aludido antes a mis años y a la circunstancia de que no me ciega la ambición. Creo saber, y procuro no olvidarlo, dónde estoy. Sé que poca gloria voy a alcanzar en este mundo de la literatura que requiere tiempo, dedicación y sacrificios. Como creo saber cuál será el círculo en que se mueva mi novela. Pero con esto no quiero decir que me considere ya fuera de onda. Recuerdo cómo comenzaba Epicuro su Carta a Menelao: Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado ya el momento, o que ya lo dejó atrás. Nunca será demasiado tarde ni demasiado pronto. 

            Le aclaro a Zalabardo que por ese motivo he comenzado este apunte de la manera en que lo he hecho. Porque, si bien es verdad que no me quejo del limitado horizonte que se extiende ante mi novela, me rebelo ante la situación lamentable que han de sufrir muchos jóvenes que luchan por abrirse camino en este difícil mundo. Jóvenes entre los que, sin duda, hay bastantes con méritos sobrados para que alguien les eche una mano y publique sus creaciones. Pero las editoriales, muchas de ellas, son remisas a apostar por ellos, ya que no atienden al talento. Miran más la edición como negocio. Quieren autores consagrados que suponen un beneficio seguro. Y, de los nuevos, prefieren apostar por quienes han alcanzado un alto índice mediático, sin importar que sus escritos sean de calidad más que dudosa. Han montado ese negocio del superventas, el libro que arrasa, que se compra porque con artificios publicitarios se ha conseguido que sintamos la necesidad de comprarlo, pese a que, en no pocas ocasiones, no lo leeremos nunca y pese a que, en el plazo de unos meses, será un fenómeno olvidado que hay que sustituir por otro.

            En este panorama, se rechaza a jóvenes que trabajan con ahínco y con ilusión, no pocos con maestría, y se los condena a ese mundo casi marginal de la autoedición, con tiradas mínimas y con demasiados obstáculos para que su voz y su obra llegue a un público amplio, porque no cuentan con ningún departamento comercial que los respalde. Las grandes editoriales, muchas de ellas, al menos eso creemos Zalabardo y yo, viven para el éxito prefabricado, el libro por encargo cuya venta está garantizada incluso antes de haber visto la luz.
            A los jóvenes se les seguirá pidiendo que acumulen experiencia. Pero, si no les facilita el camino, si no se les otorgan oportunidades, ¿cómo lograrán esa experiencia?

sábado, noviembre 04, 2017

PUENTE DE PLATA



            Entre las enemistades, la oculta y no declarada es la más peligrosa, porque el enemigo desta calidad es ladrón casero y con más cara de leal nos roba los íntimos secretos, […]. A los tales debemos responder haciéndoles la puente de plata, como dicen, hablándoles con suavidad y blandura, significándoles nos satisfacemos de su fidelidad, no dándonos por entendidos de sus ofensas. [Pues] no hay mejor satisfacción que la que se hace sin escándalo ni más suave cura que la que se hace sin hierro.
                                (Matías de los Reyes: El curial del Parnaso, 1624)

            El tiempo, la edad, enseña muchas cosas. No en vano existe un refrán que afirma que el diablo sabe más por ser viejo que por ser diablo. Entre lo que yo he aprendido, le digo a Zalabardo, ocupa lugar importante que pocas cosas hay que no estén sujetas a cambio.
            Como no podía ser menos, la lengua también pasa por este aro, sigo con las frases hechas, de las inevitables mudanzas. El cambio de la lengua no afecta tan solo, como algunos creen, a que hay palabras que aparecen y palabras que desaparecen (ya pocos conocen pisaverde o siguemepollo), a las alteraciones fonéticas (¿quién repara en la razón de que usemos herrero, pero también ferretería?) o al simple significado de algunos vocablos (por qué retrete ha pasado de ser ‘aposento recogido’ a ‘letrina’ o por qué jamás, que en su origen significaba ‘siempre’, ha pasado a significar ‘nunca’).
            Pero todos esos cambios tienen una lógica que puede ser perfectamente asumida. Distintos son los producidos por un error, por una interpretación equívoca de la palabra o expresión original. Muchas veces se ha explicado, que al escribir Cervantes en el capítulo ix de la segunda parte del Quijote: Con la iglesia hemos dado, Sancho, no quería sino señalar que habían encontrado un lugar de referencia, pues era de noche y andaban buscando la casa de Dulcinea. La mala lectura nos ha llevado, incluso, a sustituir en el habla el verbo dar, ‘encontrar’ por topar, ‘chocar’, y a interpretar la frase como manifestación del malestar que supone verse frente a una institución o dificultad que echa por tierra nuestros deseos.
            Algo parecido sucede con meter la pata, ‘cometer una indiscreción o un error’. Parece que, en verdad, pata no aludía en su origen a ninguna extremidad anatómica, sino a pateta, uno de los sinónimos para referirse al diablo. La expresión sería mentar a Pateta, que estaría en la línea de mentar la soga en casa del ahorcado o mentar la bicha, es decir, cometer una imprudencia en el momento menos deseado. Alguien, por desconocimiento, mudó pateta por pata, sintió extraño eso de mentar y acabó diciendo meter la pata. Como quien dice poner entre la espalda y la pared sin reparar en que lo correcto es espada.

            Y, por citar un último ejemplo, tener la mosca detrás de la oreja. La expresión, que significaba ‘estar prevenido ante una eventualidad’, ha acabado entendiéndose como ‘desconfiar’. ¿Por qué? Porque mosca, en un tiempo, fue una de las maneras de llamar la mecha con que se accionaba el mecanismo de disparo de un arcabuz. Esta mecha o mosca, se la colocaban los arcabuceros en la oreja, con lo que pronto podían acudir a ella si la necesitaban.
            Hay un refrán que aún hoy se interpreta de manera ambigua por la antedicha razón de una interpretación no del todo acertada: a enemigo que huye, puente de plata. El mismo refranero del Centro Virtual Cervantes lo explica diciendo que cuando un contrincante abandona, conviene darle facilidades para que se marche y, de este modo, nos deje tranquilos. La expresión más antigua que encuentro es hazer la puente de plata, sin más. Luego apareció al enemigo, la puente de plata y, finalmente, al enemigo que huye, puente de plata. Hay quienes aplican la invención de tal frase al Gran Capitán, pero hay textos que nos inducen a entender algo diferente a lo de ‘facilitar la huida del enemigo’. Doctrina física y moral de príncipes es un libro publicado en 1615 cuyo autor fue el guipuzcoano Francisco Gurmendi. En ese libro, en su capítulo xxv, titulado En que se vitupera el reñir y pelear sin ocasión, se indica que fue un poeta árabe quien pronunció por vez primera la frase y así leemos:
quando fuese honesto y lícito, se deven anteponer los medios de paz a los de guerra, y los de amistad a los de enemistad, porque eso es lo que quiso decir el poeta que dixo: Al enemigo que huye, hazer puentes de plata.

             O sea, que no se trata ya de despejar el camino a quien huye, sino de procurar, antes de luchar, buscar medios para evitar el encuentro. Zalabardo me pregunta si algo que leyó hace unos días puede tener relación. Un titular periodístico decía que los mossos d’esquadra catalanes querían tender puentes que eliminasen la desconfianza que se ha cernido sobre ellos. Le debo contestar que sí, que tender puentes, aunque no sean de plata, es, entre otras cosas, dar la mano para evitar el estallido de un conflicto. Pero, por desgracia, en la situación actual de nuestro país parece que hay más interesados en destruir los pocos puentes que van quedando para una pacífica convivencia.