jueves, mayo 31, 2007

POBREZA

Después de haber publicado la nota de ayer, Zalabardo y yo nos quedamos, pese a lo apuntado acerca de nuestra propensión a los silencios, hablando sobre su contenido. Dos cuestiones nos preocupaban. Una, que alguien pudiera interpretar las opiniones allí vertidas, o en artículos de similar orientación, como manifestación de petulancia. Nada más lejos de nuestra intención; Zalabardo es de natural humilde y nunca actuaría de forma semejante; y yo a lo mejor no lo soy tanto como él, pero me produce inquietud la posibilidad de molestar a alguien al manifestar un juicio. La otra es de naturaleza diferente. Es más una sensación, no sé si equivocada, de que hoy, en general, se muestra un mayor descuido por la formación lingüística. Los políticos, los periodistas, los escritores, los profesores, "parece" que hablamos, y escribimos, peor que los de épocas pasadas. Prueba de ello, coincidía con Zalabardo, es que se da una, al menos aparente, pobreza léxica, entre otros aspectos.
No es cuestión ya de que nos miremos en el espejo de la precisión y variedad de un, por ejemplo, Azorín, pero tampoco estaría mal hacerlo de vez en cuando. Tanto el escritor alicantino como sus compañeros de generación pusieron verdadero cuidado en recuperar y conservar una ingente cantidad de palabras que parecían condenadas a perderse. y, al mismo tiempo, de llamar a cada cosa por su nombre. Podríamos hacer la prueba de leer Castilla o cualquier otro libro semejante para contar las veces que hemos debido acudir al diccionario.
Recurriré a un tipo de ejemplo que Lázaro Carreter solía incluir en sus libros de textos. ¿Sabemos que atender algo hasta en sus mínimos detalles, con toda escrupulosidad es ser minucioso? ¿Que atender en la realización de algo para que salga todo perfecto es ser perfeccionista? ¿Que atender a las propias obligaciones para cumplirlas es ser cumplidor? ¿Que atender esas mismas obligaciones para cumplirlas con presteza es ser diligente? Y si lo sabemos, ¿utilizamos esos adjetivos en lugar de la perífrasis con atender? A eso es a lo que llamamos pobreza; a no salir del camino trillado, a no pensar que aquello que todo el mundo dice de una manera se puede decir también de otra.
Otro tipo de ejemplos. Es posible que muchos no sepamos jugar al ajedrez sino medianamente; pero quién más quién menos podrá presumir de ser un aceptable jugador de damas; ¿sabemos que el nombre de las casillas del tablero en que se juega es escaque? De ahí, no se olvide el carácter bélico que subyace en este juego, surge el término militar escaquear, distribuirse irregularmente en un territorio; y de ahí, el coloquial escaquearse, 'eludir una tarea u obligación'. Más; me dice Zalabardo que Málaga puede considerarse una ciudad suficientemente arbolada, pese a lo cual podría hacerse la prueba de ver cuántos malagueños, de cualquier índole y situación, sabemos que el hoyo que se hace al pie de los árboles y plantas para recoger el agua del riego se llama alcorque.
Siquiera sea por la lata que nos dan y los desperfectos que nos causan en los coches en alguna que otra maniobra descuidada, casi todos sabemos que los postes de hierro, o de otras materias, clavados en el suelo para impedir el paso o aparcamiento de automóviles son bolardos. Pero, aun siendo Málaga ciudad costera y con puerto marítimo que aspira a ser importante, a lo mejor ya no tenemos tan claro que ese tipo especial de bolardo que tiene la extremidad superior encorvada y que se coloca en las aristas exteriores de un muelle para sujetar a él los buques y evitar que las amarras estorben el paso es un noray.
Me recomienda Zalabardo que no acabe sin pedir disculpas si alguien se siente dolido por esta nota. Que deje bien claro que no tratamos de sacar los colores a nadie, sino tan solo de llamar la atención sobre una situación real y ayudar a crear la conciencia de la necesidad que todos tenemos de ser lo más variados y precisos que podamos. Y que sobre los que estamos relacionados con la enseñanza recae una doble responsabilidad, la que nos concierne a cada uno y la de inculcar ese mismo espíritu en nuestros alumnos.

miércoles, mayo 30, 2007

¡VIRGENCITA, QUE ME QUEDE COMO ESTOY!

Ni Zalabardo ni yo somos gente de mucho hablar, pues parece que a los dos nos va mejor eso de escuchar y observar. Tal vez sea esa la razón de que pasemos muchos momentos el uno junto al otro sin decir nada; cuando nos planteamos por qué somos así, que a veces nos lo planteamos, yo le digo que quizá porque también resulta agradable callar y él, que en ocasiones me sorprende con tópicos baratos, me replica con lo de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Como le solicito que me aclare si lleva alguna intención en lo que dice, se limita a pronunciar casi en un susurro que a veces es mejor quedarse como uno estaba.
Y debe verme cara de asombro, porque se da prisa en continuar: ¿Tú no sabes la historia?; te la contaré: hay muchas versiones, pero me limito a exponer la más simple y extendida y, sobre todo, la que yo conozco mejor. Un hombre que tenía un problema de visión en un ojo decidió acudir al santuario de la Virgen de Consolación en Utrera. Habiendo oído hablar de lo milagrosa que era la imagen y los efectos salutíferos del aceite de la lámpara que ante ella ardía, optó por untarse con él en ambos ojos. Sea porque se pasó en la untura, o por cualquier otra razón, al abrir los ojos encontró grandes dificultades incluso para ver con el sano. Asustado, no se le ocurrió sino exclamar esta oración: ¡Virgencita mía, permíteme salir de aquí siquiera tal como entré!
¿Y adónde quieres llegar con esa historia?, le digo comprendiendo cada vez menos lo que pretende comunicarme. Pues es muy fácil, me replica con suficiencia; que hay ocasiones en que al hablar, llevados por el ansia de ser claros, precisos, novedosos o, simplemente, de llamar la atención del personal, incurrimos en el error de obtener un resultado contrario al pretendido y, en muchos momentos, desearíamos no haber dicho lo que dijimos y volver al estadio anterior.
Vamos a ver si me entero. Lo que quieres decir viene a ser, más o menos, como el talante del presidente Zapatero, que a lo mejor piensa que debería haber usado otra palabra que no se volviese, como esta, contra él. ¡Equiricual!, me suelta efusivo; ¿ves como te vas enterando? Y ya que pones el ejemplo de un político, sigamos por el mismo camino. Otro presidente, Felipe González, también debió luchar con sus tópicos; en su caso, fueron dos adjetivos los que parece que se le encasquillaron y no pudo desprenderse de ellos: obsoleto y torticero. ¡Mira que tuvimos que tragarnos juicios, intenciones o fines torticeros! Bueno, como dice el refrán, muerto el perro, se acabó la rabia (sin ánimo de ofender).
Basta que un político de cierto prestigio pronuncie una palabra para que, inmediatamente, salga toda la cuadrilla de segundones diciendo la misma palabra. Y así, hoy, nuestros políticos no creen, opinan, juzgan o piensan, sino que entienden; no aplazan, postergan o dejan para otra ocasión un asunto, sino que lo aparcan; no encuentran puntos, partes, aspectos o detalles sin resolver en un asunto o negociación, sino flecos; no hacen un cálculo de los daños causados por una catástrofe, sino una estimación. Y así llegamos a lo de que la sequía no es persistente, sino pertinaz, o lo de que un asesinato no es abominable, sino execrable. Y etcétera, etcétera.
Le digo a Zalabardo si se ha dado cuenta de que, aun escribiéndola yo, la página de hoy es toda suya. Ladea la cabeza, tuerce un poco el gesto y, con porte algo más que chulesco, me lanza a la cara: Ya iba siendo hora.

martes, mayo 29, 2007

FERIA DEL LIBRO

Ayer tarde, Zalabardo y yo estuvimos paseando juntos por el lateral izquierdo -¿o acaso es el derecho?- del Parque, parándonos en las casetas de la Feria del Libro. Las visitas a las librerías siempre me han supuesto una especie de aventura en la que uno se adentra en una jungla de libros esperando hallar un ejemplar valioso que conquistar como trofeo. Y cada día es más así, pues creo haber dicho antes que con los años releo más que leo y busco, más que novedades, textos conocidos que me ofrezcan un mínimo motivo para volver sobre ellos. He de decir que, en la caseta del Centro Cultural Generación del 27 encontré dos joyitas que al momento me llamaron la atención y decidí traérmelas para casa. Una es una cuidada edición facsimilar de Cazador en el alba, la novelita de Francisco Ayala que se editó en 1930. Aquel festival de metáforas ("Hubo un momento, mientras la música se dormía en las ramas, en que abandonó su cabeza, tesoro marino, en el hombro del cazador."), el enfrentamiento vanguardista entre el campo y la ciudad ("Nostalgias brotadas del substrato rústico de su alma le empujaban a espiar en medio de la ciudad los detalles agrarios que pudieran haberse injerido en ella."), La historia del soldado Antonio Arenas, el joven campesino que conoce la vida moderna en el instante en que sube a un tren para cumplir su servicio militar en la ciudad y en ella entra en contacto con la mitología de la modernidad, me cautivó desde que la leí cuando estudiaba en Granada.
La otra es también edición facsimilar, esta de España en el corazón, de Pablo Neruda ("Quién?, por caminos, quién, / quién, quién? en sombra, en sangre, quién? / en destello, quién, / quién? Cae / ceniza, cae / hierro / y piedra y muerte y llanto y llamas, / quién, quién, madre mía, quién, a dónde?"). Es la primera edición española, la que había estado al cuidado de Manuel Altolaguirre en 1938.
Las librerías, según digo arriba, siempre han ejercido sobre mí una fuerte atracción. Las primeras que recuerdo, ya he hablado de ellas, son de mi pueblo: la de Antonio Ferrón, en realidad una papelería, y la de Granell. Años después, en Sevilla, me acostumbré a una, no recuerdo su nombre, que había en la calle Sierpes y que ya no existe. En Granada, en la Librería Don Quijote, de la plaza de la Trinidad, tuve por vez primera contacto con las cuentas de crédito de librerías, un sistema que permitía acceder a libros que, de otra forma, no hubiésemos podido comprar.
Y, en fin, cuando llegué a Málaga, alboreaban los años setenta, Zalabardo me puso en contacto con las cuatro que mejor funcionaban: Negrete, cuyo aspecto denotaba ser algo así como la cueva de Zaratustra valleinclaniana; Ibérica, regentada por Juan Cepas, autor de un Vocabulario malagueño que ha sido guía y espejo para tantos preocupados más por el habla de Málaga, y que, situada en calle Nueva, presumía de ser la más chic; Denis, posiblemente la más actualizada en sus fondos; y, una que empezaba, Prometeo, situada en un segundo piso, si no recuerdo mal, de uno de los callejones de Méndez Núñez, la más revolucionaria y progresista, símbolo de los tiempos que se avecinaban. En ella, escondidos por necesidad, Paco Puche siempre tenía libros recién llegados de Francia, de Argentina o de Méjico, de autores a los que la censura no permitía publicar aquí en España. Más de un libro conservo aún de aquella época. De estas librerías, solo queda Prometeo y a ella seguimos, Zalabardo y yo, siendo fieles.
Tras deambular por las diferentes casetas contemplando las llamativas portadas de los libros y hacernos con algunos ejemplares más, nos sentamos un rato a descansar en uno de los nuevos bancos que han colocado. Creo en verdad que la obra del Parque ha valido la pena y pasear por él resulta más gratificante que en su estado anterior. En fin, discutimos por dónde empezar la lectura de las piezas conseguidas. Tras una breve disputa, acordamos comenzar por Ayala: "Todos sabemos que es peligroso, en los días de nieve, acercarse demasiado al oso hambriento de la peletería. Todos hemos seguido alguna vez por la carretera el rastro de una serpiente, hasta encontrar un neumático de bicicleta muerto, estrangulado en el borde."

lunes, mayo 28, 2007

PALABRAS MAYORES

No es necesario insistir demasiado para que todos comprendamos que de las numerosísimas frases y dichos proverbiales que en nuestra lengua existen, la inmensa mayoría, casi el noventa por ciento si me apuran, tiene una explicación lógica y una historia fácilmente rastreable. Y que también es verdad que, en función de la antigüedad de su uso, no es de extrañar que muchas de ellas sufran algún tipo de cambio o contagio que pudiera afectar al significado que les damos.
Para explicar lo que digo podría servir la expresión ser algo palabras mayores. Todos los diccionarios académicos, desde el Usual de 1780 vienen definiendo las palabras mayores como las 'injuriosas y ofensivas', que es la definición que aún se mantiene. Ya Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, decía que 'palabras mayores son las injuriosas, como ladrón, cornudo, etc.' Pero resulta que aquel religioso y filólogo gaditano del siglo XIX, José Mª Sbarbi, que había fundado El Averiguador Universal en 1868, dijo que palabras mayores eran 'un modo que da a entender al que refiere alguna cosa que lo que acaba de decir entraña más gravedad o importancia de lo que parece'. Ahí tenemos, pues, una posible explicación de por qué hoy utilizamos la expresión con este último sentido, independientemente de que lo referido sea injurioso o no.
Eso me lleva a preguntarte, aprovecha Zalabardo la pausa que hago, qué hay de verdad en la frase proverbial con la iglesia hemos topado y su utilización en el Quijote. Y puede que no haya una frase más adecuada para ilustrar lo que estoy queriendo explicar. La que Zalabardo me propone pudiera ser una de las frases más tergiversadas y deturpadas de nuestra lengua, si tenemos en cuenta su origen y el hecho de que la utilizamos para indicar un enfrentamiento con cualquier tipo de autoridad, y en especial la eclesiástica, a la que pudiera resultar problemático contradecir.
Pero hete aquí, le digo a Zalabardo, que la dicha frase ha sido contaminada no solo en su forma sino también en su contenido. Expongamos la situación. En el capítulo IX de la segunda parte de la novela de Cervantes, don Quijote y Sancho entran en El Toboso llevados por el deseo que el caballero tiene de visitar los alcázares donde habita Dulcinea. Sancho, conocedor de la realidad, remolonea ante la petición que su señor le hace de que se dirija hacia allá y le pide que sea él quien vaya por delante. Leemos que entran en la aldea durante la noche, que está entreclara, es decir, levemente iluminada por la luna, y al cabo se encuentran con un bulto oscuro y grande que proyecta una sombra igualmente notable. Se acercan hasta que pueden reconocer lo que el alto edificio que pensaban alcázar es y don Quijote dice: "Con la iglesia hemos dado, Sancho." Y nada más; es decir: lo que me pareció palacio no es sino la iglesia. Con lo que: primero, observamos que dice hemos dado (hemos encontrado) y no hemos topado (hemos chocado); segundo, que con sus palabras, don Quijote no hace sino constatar una realidad que en la nocturnidad se ofrecía difuminada.
La crítica de varias épocas, en especial la del siglo XIX, quiso hacer de esta frase estandarte del anticlericalismo de Cervantes. Frente a esa crítica, Rodríguez Marín, uno de los más prestigiosos cervantistas, escribió en su edición de la novela: "¡Qué importancia dan a esta frase, que no dice más que lo que suena, los intérpretes esoteristas del Quijote!" Y otro comentarista posterior, Martín de Riquer, señaló: "Es posible que en algunos pasajes del Quijote haya intenciones recónditas, e incluso algo anticlericales, pero lo seguro es que aquí no la hay." Sin embargo, se sigue utilizando la frase y se sigue atribuyendo su paternidad al Manco de Lepanto.

viernes, mayo 25, 2007

NI TANTO NI TAN CALVO

En Francia andan un tanto revueltos desde la reciente elección de Sarkozy. Y uno de los campos que parece dar más que hablar es el de la educación. Durante toda la campaña no se cansó en ningún momento de repetir que había que superar de una vez lo que él denominaba la resaca de mayo del 68 y su efecto en las aulas. La campaña quedó ya atrás, las elecciones pasaron, pero parece que la idea persiste. Algunos sectores de la nueva clase dirigente, aunque el ministro de Educación no está muy por la labor, desearían recuperar la vieja costumbre de que los alumnos se pongan de pie a la entrada del profesor en el aula y que se traten de usted, tanto el alumno al profesor como viceversa.
Entre nosotros ya hay quienes no dejan de reconocer que esta sería una buena manera de recuperar la disciplina y el ambiente respetuoso debidos. Claro que entre nosotros, me dice Zalabardo, siempre ha habido quienes están deseando que se dé en cualquier lugar el más imperceptible movimiento en el terreno de la educación para perder el culo imitándolo. Da la impresión de que no somos capaces de analizar en profundidad qué líneas son las más adecuadas para nuestro sistema educativo y basta que haya un cambio de signo en el gobierno del país o comunidad o que en otro lugar se haga algo, aunque fracase, para dar la vuelta al sistema como si fuera un calcetín o imitar lo foráneo, que eso viste mucho.
Le pregunto a Zalabardo si él cree que sea verdad que falta disciplina en los centros. Me responde que sí, pero que no piensa que un simple cambio de formas vaya a solucionar el problema. Hay otras cosas mucho más importantes que el hecho de ponerse de pie a la entrada del profesor o que hablarle de usted. Se podría recordar a este propósito aquella escena de El alcalde de Zalamea en la que el capitán exigía que se le tratase con respeto y Pedro Crespo le respondía con aquellas palabras que empezaban: "Eso está muy puesto en razón, con respeto le llevad...", y terminaban: "...con muchísimo respeto os he de ahorcar".
Como veo que Zalabardo tiene hoy ganas de hablar, no en vano su experiencia es dilatada, lo dejo que continúe. La recuperación de la disciplina y el respeto en los centros debiera empezar por dignificar la misma misión que en ellos se lleva a cabo. Hacer ver a la sociedad que la educación es un derecho, pero al mismo tiempo una responsabilidad. Que la administración debiera ser la primera en valorar del modo debido a sus enseñantes, puesto que hoy solo se nos considera como un número (¿qué es ese absurdo de que a un centro le corresponden, por ejemplo, veinte profesores y medio y cosas por el estilo?) y la primera en otorgarle la dignidad que merece. Que las familias sepan que no se puede desacreditar ante sus hijos la figura de los profesores y menos aún maltratarla, sea de palabra u obra. Que los alumnos sepan que los derechos que se adquieren cuando se ingresa en un centro van acompañados de unas obligaciones tan exigibles como aquellos. Que sepan que cada comportamiento inadecuado comporta una sanción que habrá de ser, por supuesto, acorde a la norma infringida.
Cuando creo que ha terminado, me hace Zalabardo una indicación en sentido contrario. Solo se ha tomado un respiro, pero continúa. Y, aparte de todo lo anterior, que los profesores sean a la vez conscientes de cuáles son sus derechos y sus responsabilidades. Que para reclamar ese respeto que en nuestra opinión se nos debe habrá que comenzar por ser respetuosos con todos, empezando por los alumnos. El profesor habrá de mostrarse siempre respetuoso con el alumno y preocupado por su puesta al día en la materia que imparte. El profesor que reprende una conducta desde una posición de respeto absoluto a la persona a la que se reprende tiene más posibilidades de alcanzar un resultado feliz que si lo hace de cualquier otra manera.
Y como no tengo nada que aportar a lo que Zalabardo ha dicho, pienso que lo mejor es dejarlo aquí. Si acaso, podría añadir que lo demás, que nos llamen de tú o de usted, que se pongan de pie cuando entremos en el aula, no dejan de ser formalidades de otro tiempo que, por sí solas, no van a aportar ninguna mejoría en el problema.

jueves, mayo 24, 2007

A. M. D. G.

Tengo que decir que hubo una época en que estas siglas me tenían intrigado. Era yo joven, muy joven, y en los libros de texto solo se decía, cuando se decía, que el novelista asturiano Ramón Pérez de Ayala había escrito, entre otras, una novela titulada A.M.D.G. Habría de pasar un tiempo para que supiera que tales siglas son la divisa de la Compañía de Jesús (Ad Maiorem Dei Gloriam) y la novela constituía una sátira de los métodos educativos en los centros religiosos y en particular en los de los jesuitas. Esa sigla, desde aquel momento, perdió el encanto anterior que para mí había tenido. Como encanto tuvo, era yo más pequeño aún, aquella de SPQR que se podía ver en los estandartes romanos. Como yo aquello lo relacionaba con la Semana Santa y las procesiones, algún compañero más espabilado no tuvo demasiado problema para tomarme el pelo y hacerme creer que allí se decía San Pedro Quiere Roscos. No engaño a nadie si digo que, en mi inocencia, creía a pies juntillas tal interpretación.
A nadie llama ahora la atención la proliferación de las siglas. Parece que es algo connatural al tiempo que vivimos. Fue Dámaso Alonso, creo no equivocarme, quien definió el siglo XX como un siglo de siglas. Las hay de todo tipo y color. Algunas son hasta graciosas y se pudiera decir que casi constituyen una broma. Por ejemplo, ACASA, que no es sino la sigla de Autopistas de Cataluña y Aragón, S. A. O la ABCD, es decir, Aprendiendo Béisbol Con Dios. Y puedo asegurar que no es un mal chiste que me esté inventando, pues la he encontrado en un diccionario de siglas.
Pero, a veces, las siglas resultan, al menos me lo resultan a mí, inconvenientes. Por ejemplo, Zalabardo me preguntaba, y la misma pregunta me la han hecho más personas, por qué no contesto a la persona que hacía un comentario al apunte titulado Los otros. A todos he contestado igual: que desde que Zalabardo me prestó su agenda, nunca ha estado en mi mente responder ninguno de los comentarios que se hagan, sean del tono que sean. Del mismo modo que a nadie pido permiso para el tema de los artículos, a nadie pediré cuentas del contenido de sus comentarios, sean favorables o desfavorables. Solo pido el respeto debido a las personas y a las ideas y si, como dije cuando empecé el pasado mes de agosto, las anotaciones que hago son una especie de desahogo para mí, he de aceptar que cualquiera se desahogue de la misma manera. Quien me lea recordará que solo intervine una vez en favor de Andrés, el viejo de la colina, pues me parecía que se le estaba tratando con dureza, y cuando contesté alguna pregunta de Mari Paz.
Eso sí, como digo una cosa digo la otra. Del mismo modo que yo podía haberme ocultado tras Zalabardo dejando que él hablara por mí y, sin embargo, he preferido expresar mis ideas, las referidas al lenguaje y las otras, bajo el amparo de mi propio nombre, me gustaría que los comentarios se hicieran del mismo modo. Porque, y digo la verdad, cuando leo algunos alias (Un admirador, El viejo de la colina, El vigilante nocturno, Alguien que hizo bachillerato, etc.) me atenaza la impresión de que esto, más que una bitácora, es el consultorio de la señora Francis. Y cuando veo tantas iniciales (SC, AGB, LM, DL, etc.) creo estar leyendo los informes policiales que ocultan los nombres de los implicados por eso de la presunción de inocencia. Y ya no sé qué decir de quien remitió su comentario en francés al amparo del sugestivo nombre Amelie. Y los anónimos puros, la repera.
No me gustaría que esto se tomara como crítica que pretende un cambio de comportamientos; no hago más que manifestarme con libertad, sin remilgos. Por supuesto, seguiré respetando la libertad de cada cual tanto en sus comentarios como en sus firmas. El día que tenga algún reparo para ello, devolveré a Zalabardo su agenda y ocuparé mi tiempo en otra cosa. Y aquí paz, y después gloria. Y no sé si ya que hemos hablado de siglas e iniciales debería terminar hoy como antiguamente se cerraban las cartas: s. s. s. q. e. s. m. (su seguro servidor que estrecha su mano).

miércoles, mayo 23, 2007

TRES COSAS

A veces uno no sabe cómo interpretar las cosas, o mejor, cómo interpretar las actitudes de las personas, porque las cosas, independientemente de la valoración que de ellas hagamos, son como son, mientras que las personas, con quienes se puede hablar y razonar, están más predispuestas a dar su brazo a torcer si ello se hiciera necesario.

¡Qué te crees tú eso!, me suelta de repente Zalabardo, que me ha estado esperando leyendo el periódico dentro del coche mientras los compañeros del instituto (o el grupo de casi siempre) celebrábamos nuestra periódica comida de confraternización. Total, que nos ponemos a hablar del asunto y, de pronto, la radio del coche acude en favor de la tesis de Zalabardo. Están entrevistando a un empleado de un centro hospitalario de Ceuta y, cuando la locutora le plantea si debe decir que su profesión es la de matrón, el interpelado responde muy serio que de ninguna manera, que él es matrona, no matrón. Ya estamos con el lío; tanto jaleo con la igualdad de géneros y la equiparación de hombres y mujeres, tanto discutir si la juez o la jueza y cosas por el estilo, y viene este buen señor a decirnos que él es matrona. Bien es verdad que el DRAE solo recoge la forma matrona, aunque también es verdad que, por otra parte, aparecen partero/partera y comadrón/comadrona. Así que a ver qué hacemos. Es el mismo caso, aunque a la inversa, de Cristina Sánchez, que se molestaba si la llamaban torera porque ella defendía a capa y espada (o a capote y estoque) que era torero. Allá cada cuál.

Pero hoy no me gustaría seguir la línea habitual. Ya que hemos estado de confraternización y hemos comido juntos, me agradaría recordar un poema del sevillano Baltasar de Alcázar, poeta de la segunda mitad del siglo XVI. Hubiese querido que fuera La cena jocosa, pero queda un poco largo. Así que he escogido este otro, Tres cosas, que va un poco por la misma senda.

Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso.
Esta Inés, amantes, es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.
Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.
Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.
En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.
Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y la berenjena
la española antigüedad.
Y están tan fiel en el peso,
que juzgando sin pasión,
todo es uno: Inés, jamón,
yberenjenas con queso.
A lo menos, este trato
de estos mis nuevos amores
hará que Inés sus favores
me los venda más barato.
Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.


Que nos podamos ver muchas veces en ocasiones semejantes, olvidados de la diaria rutina. Aunque, al menos alguna vez, deberíamos intentar estar todos.

martes, mayo 22, 2007

CAER EN GRACIA



Qué verdad es esa que se contiene en el refrán que afirma que es mejor caer en gracia que ser gracioso, me dice Zalabardo, que, como sabéis, es muy dado a esa cosa de los refranes. A decir verdad, yo tampoco les hago ascos, aunque procuro no abusar de ellos, no sé si avisado ya por aquella reprensión que al propósito hacía don Quijote a Sancho, aunque este, ya hacia el final de la novela, se resarce respondiéndole a su señor que "es como lo que dicen: Dijo la sartén a la caldera: quítate allá, ojinegra. Estame reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos." . Sea lo que sea, tengo alguna afición a ellos y basta. Eso sí, alguno hay que es en verdad misterioso. Por ejemplo aquel que hace nacer la queja de Sancho: Castígame mi madre, y yo trómpogelas. Refrán en verdad misterioso que ya aparece recogido por el Marqués de Santillana y utilizado también por Valdés, con el que se quiere reprender a los advertidos de una falta en la que, sin embargo, reinciden de inmediato. Lo misterioso de ese refrán es el término trómpogelas, o trómposelas, que ya en aquella época era raro vocablo. Lo que no ha sido óbice para mantener su actualidad, según se ve en el hecho de aparecer en modernas colecciones de refranes, como la de Rodríguez Marín.
Pero la cosa hoy no va de refranes, aunque, como casi siempre, Zalabardo ha sabido, apenas sin querer, darme el pie para el comentario. Y es que le estaba contando yo que en ocasiones surgen casi de forma espontánea palabras que tienen éxito, que aciertan a definir con total claridad aquello a lo que se refieren y de inmediato triunfan y se extienden, al tiempo que otras nos hacen pensar por qué son así y no de otra manera sin que acertemos a explicarlo de manera satisfactoria. De las primeras, leía el otro día que, al parecer, la palabra mileurista, que tan bien define a una clase de personas sujetas a un tipo de trabajo y sueldo en la actualidad, se documenta por vez primera en una carta al director enviada en fecha precisa por una persona con nombre y apellido bien concretos. Y que a raíz de esa carta, El País publicó un reportaje bajo el mismo título, que ha hecho que la palabra se haya asentado firmemente en el léxico común.
Casualmente, leyendo la novela ganadora del último Nadal, Mercado de espejismos, de Felipe Benítez Reyes, me topo con la palabra ludomanía, para referirse a la desmedida afición al juego de uno de los personajes. Pues bien, resulta que lo que recoge el diccionario para ese significado es ludopatía. Y como me entró curiosidad, me puse a buscar. Las palabras con el sufijo -manía (-mano, para el adjetivo) significan 'locura, preocupación caprichosa, afecto o deseo desordenado', mientras que las que tienen el sufijo -patía significan 'sentimiento, afección o dolencia'; son significados que, en algún sentido, se superponen. Y, claro, surgen ciiertas dudas; por ejemplo, si quien siente una atracción enfermiza hacia el juego es un ludópata, ¿por qué quien siente esa misma atracción hacia el alcohol es un dipsómano y no un dipsópata? Y lo mismo podríamos decir de la preferencia del diccionario por las formas cocainómano, erotómano o pirómano, por no dar más ejemplos, en lugar de cacainópata, erotópata o pirópata. Lo dicho al principio por Zalabardo, que mejor resulta caer en gracia que no lo otro.

lunes, mayo 21, 2007

LA CLAQUE

Me pregunta Zalabardo si yo he disfrutado alguna vez de una claque. Extraña pregunta, sobre todo sabiendo a lo que me dedico. No creo que él sepa que un compañero, ya jubilado, hablaba a veces, divertido, que él si había tenido una. Se trata de Pepe Luque, que contaba que, cuando aún existía el COU, había un alumno que se sentaba al fondo de la clase y que cada vez que concluía una explicación hacía ostenssibles gestos como de aplauso y después unía sus dedos índice y pulgar formando ese círculo que universalmente se utiliza como señal de aprobación; algunas veces, al salir de la clase, el alumno se le acercaba y le decía: "Profe, hoy lo has bordao". Lo gracioso es que Pepe contaba que este alumno solía suspender casi siempre sus exámenes.
Tampoco creo que Zalabardo quisiera hacerme recordar la época en que llegué a Sevilla para iniciar mis estudios universitarios. Era entonces 1964 y mi solvencia económica estaba a niveles de cero y aún por debajo, en ocasiones. La beca que me había permitido cursar el bachillerato no me la renovaron y mis padres tuvieron que realizar auténticos sacrificios para que yo pudiera seguir estudiando. Así que solo de tarde en tarde me podía permitir asistir a alguna sesión de cine y las entradas para el teatro tenían un precio prohibitivo. Bien es verdad que en los dos años de estudios comunes que permanecí en Sevilla pude asistir a dos estrenos. Ello fue posible gracias a un compañero de facultad, no recuerdo con exactitud si era Emilio Escobar, que conocía al jefe de la claque del teatro Álvarez Quintero. Algunas veces lograba que lo incluyesen a él en este grupo de animadores y aplaudidores profesionales. Y, como insinúo antes, dos veces consiguió que yo también fuera incluido.
Porque antes, no sé si ahora, los teatros disponían de su claque particular y bien organizada, es decir, un 'grupo de personas que asisten (pagados) a un espectáculo o a cualquier otro acto para aplaudir en momentos determinados'. Lo correcto en nuestra lengua es decir claque, aunque algunos pronuncian clac, a la francesa, ya que el vocablo procede del término francés claque, si bien pudiera decirse clá, que es lo que comúnmente dicen quienes lo conocen.
Y cuando le pregunto a Zalabardo la razón de tan peregrina pregunta, me enseña un recorte de hace unos días. Se cuenta que el presidente Manuel Chaves, junto con otros cinco hermanos más (se habla de que son no sé ahora si siete o nueve), han acudido a respaldar a su hermano Fernando, que se estrena en política con una candidatura a la alcaldía de El Arahal. Según se lee, el mayor de los hermanos declaró: "Estamos todos [con Fernando, porque] Manolo tiene su propio clac y no le hace falta." Por cierto que claque es palabra de género femenino; no vayamos a liarla, que con esto de las cuotas y la ley de igualdad de géneros no está el horno para bollos.
Recordando mi llegada a Sevilla he recordado que también estaban por allí, la facultad de Derecho ocupaba un ala del mismo edificio en que se hallaba la de Letras, Manolo Chaves, Felipe González, Amparo Rubiales, Rafael Escuredo y algunos más de los que años después formarían "el grupo de Suresnes". Carmen Romero, que después sería esposa del entonces futuro presidente, pertenecía a mi mismo grupo, con lo que no quiero decir que fuésemos amigos ni nada de eso. Hay que ver cómo se enlazan en los recovecos de nuestra mente cualquier hecho insignificante, una inocente pregunta, y los recuerdos del pasado.
Pero volviendo al recorte de prensa que me muestra Zalabardo. Siempre se ha sabido que los políticos van bien arropados en los actos y mítines electorales para que el triunfo esté en todo momento asegurado, pero, aunque parezca cosa de chiste, ahora que nos hemos enterado, por boca de su hermano mayor, de que nuestro presidente autonómico dispone de su propia claque, me surgen unas preguntas: ¿tendrán sus integrantes condición de personal fijo o de empleados temporales? Y en cualquier caso, ¿les pagará él, su partido o la Junta? En el próximo mítin, su hermano podría aclararlo para que nadie tuviera dudas.

viernes, mayo 18, 2007

LOS OTROS

Leía ayer una entrevista con Günter Grass, que, casi octogenario ya, en su último libro, Pelando la cebolla, próximo a editarse en España, habla de cómo a los 17 años había ingresado en las SS hitlerianas. Aunque había hablado de ello años atrás, ha sido ahora cuando su confesión ha hecho que sobre él recaiga un alud de duras críticas que el autor, según sus propias palabras, le ha sido posible superar gracias a no haber abandonado su trabajo y al apoyo de su esposa. De nada ha servido que haya tratado de explicar, no de justificar, qué le llevó a ser seducido por aquel sistema, como tanta gente de su generación, sin haber adoptado ninguna actitud crítica. Y cuando se le pregunta por el debate que se pretende abrir en España acerca de la memoria histórica, opina que dicho debate es necesario porque la juventud no debe permanecer ignorante ante su propia historia. Poco antes, dice tener interés en la reacción de los lectores españoles ante su libro porque aquí hemos vivido unos hechos comparables a los que vivió él: una ideología muy seductora por la que muchos jóvenes se dejaron arrastrar.
Zalabardo, cuando terminamos la lectura, dice que en nuestro país habría hecho falta más de una persona que abiertamente expusiera su experiencia del pasado. Me recuerda que nosotros, él y yo entre tantos más, hemos conocido treinta años de una dictadura que duró cuarenta y, quién más quién menos, formó parte de aquella estructura. Fuimos muchos los que nos educamos estudiando una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, que no era sino un adoctrinamiento en los principios del régimen. Muchos los que desde edades tempranas entraron a formar parte, como flechas, de los cuadros de la Falange y participaron en los campamentos de verano. En muchos pueblos apenas si se escuchaba otra emisora que no fuera Radio Juventud, de la cadena Azul de Radiodifusión (yo mismo hice algunas pequeñas colaboraciones en la de mi pueblo). Cuando hacíamos oposiciones, todos estábamos obligados a jurar fidelidad a los principios del Movimiento. Y no sé de nadie que renunciara al puesto de trabajo por no prestar tal juramento.
Pero lo que sucede ahora, lo que sucede desde 1975 para acá, es que también son muchos los que niegan aquella realidad y dicen que es mejor no remover las cosas. Y, por supuesto, niegan haber tenido la menor participación en nada. Nadie perteneció a la Falange, nadie se puso nunca una camisa azul, nadie tuvo carné del SEU, el único sindicato universitario posible, nadie juró fidelidad al Movimiento. Si acaso se habla de ello, siempre fueron otros los que lo hicieron, Porque es muy socorrido tener a mano alguien a quien echar las culpas. Eso lo hicieron otros; yo, nunca, decimos, y nos quedamos tan tranquilos.
Y como esos otros, innominados, no podrán nunca desmentirnos, vivimos alegres y confiados; y no queremos remover el pasado. Y si alguien tiene la osadía, o la valentía, de hacerlo, y más si reconoce haber tenido la más pequeña e inofensiva colaboración, le ocurre lo que a Grass, que se le lincha y condena como al chivo expiatorio con el que pretendemos acallar nuestras conciencias. Porque quien hace tal cosa tiene que ser de los otros; yo, nunca, seguimos diciendo. Que paguen sus culpas los otros, que nosotros nunca fuimos, ni por un casual, de los suyos.
Zalabardo cree, y yo con él, que, aunque un poco tarde, ya va siendo hora de que la historia se cuente toda, sin sombras, sin ocultamientos y sin resentimientos. Hay muchos jóvenes en España que, por desconocerla, podrían verse en el peligro de repetirla.
Zalabardo me pide que no termine hoy, pese al tema tratado, sin enviar un recuerdo cariñoso a Reyes, pachucha de salud, esperemos que no de ánimos, desde hace un tiempo. Un abrazo y que la veamos pronto reintegrada en su puesto.

jueves, mayo 17, 2007

DE MARCA MAYOR

Hay palabras por las que sentimos una especial consideración cuando conocemos su peculiar origen. Estamos acostumbrados a etimologías latinas, griegas, o árabes, entre las que más, así como a los préstamos que nos vienen de otras lenguas modernas; hoy, sobre todo, del inglés. Pero algunas palabras ofrecen unos antecedentes curiosos. Por ejemplo, una torera es una chaquetilla abierta y sin cuello, que en ocasiones se adorna con galones y pasamanería; o sea, semejante en hechuras a la propia del traje de los toreros, de donde recibe su nombre. Y siguiendo con la misma actividad, una manoletina es una zapatilla escotada hecha con cuero fino y suave o tela, de línea simple, punta redondeada, suela completamente plana y sin cierre ni apenas adornos o, si acaso, un breve lazo; como la que usan los toreros, pues no en vano uno de ellos, Manolete, le dio el nombre.
¿Es cierto que la rebeca toma su nombre del de una mujer?, me pregunta Zalabardo, y le contesto que es extraño que no lo sepa cuando es de conocimiento casi general que esa chaqueta, por lo común femenina, corta y ligera, de punto, abierta por delante y con botones, escote redondo y manga larga se hizo famosa porque era la prenda que vestía la protagonista de la película Rebeca que rodó A. Hitchcock sobre la no menos famosa novela de Daphne du Maurier. Esa es una película de marca mayor, añade de inmediato Zalabardo.
Hace tiempo tiempo que no oía esa expresión, de marca mayor, que me recuerda tiempos pasados y a mi padre, que la utilizaba en bastantes ocasiones, siempre con sentido encomiástico, para designar lo que destaca sobremanera o se sale de lo común. Y puestos a hablar de marcas, le pregunto yo ahora a Zalabardo, ya que estamos con palabras de origen más o menos curioso, si sabe muchas palabras en cuya etimología no haya otra cosa que una marca comercial. Y como intuye que, responda lo que responda, parezco dispuesto a soltarle el rollo, me dice con leve tono de sorna: Venga, empieza.
Pues empezaremos diciendo que el DRAE recoge casi ochenta palabras con tales antecedentes(a propósito, si para señalar un conjunto de equis elementos homogéneos tenemos decena, docena, cincuentena, sesentena, centena, etc., ¿por qué no ochentena?). Pero vamos a lo que vamos: algunas designan tejidos sintéticos, como el nilón, rayón, tergal, etc.; una de las más clásicas y famosas es aspirina, que no es sino la marca con que los laboratorios Bayer comercializan el acetilsalicílico; alguna otra podría sorprender, como bamba, la zapatilla playera, que se llama así por la marca Wamba, o formica, aquel recubrimiento de la madera que estuvo de moda hace ya años; otras son ya casi de andar por casa, de tan comunes: clínex, rímel, támpax, minipímer, túrmix, gillete, maicena o celo (la cinta adhesiva transparente); también cercanas resultan tirita, curita (ambas, apósitos adhesivos), michelín, potito...; hoy, con tanta campaña antitabaco, faria resulta incluso impopular; más extrañas pudieran resultar ping-pong o la moderna jacuzzi. Y así, como decía antes, hasta ochenta, aunque no es cosa de ponerlas todas.
Zalabardo se queda mirándome, sin decir nada. Pero como lo conozco, sé que está pensando algo así como: Ea, ya lo has dicho y te has quedado tan tranquilo; ahora déjanos tranquilos a los demás.

miércoles, mayo 16, 2007

TALIBANA

¿Crees que esto pueda ser verdad?, me consulta Zalabardo, como tantas otras veces, de sopetón, sin decirme siquiera de qué está hablando. Y como le pregunto a qué se refiere, me muestra la página final del diario SUR del pasado domigo, donde se inserta una entrevista con la rectora de la Universidad de Málaga, Adelaida de la Calle. Destacadas en los titulares, se ponen en su boca estas palabras: Soy talibana; si me propongo algo, lucho hasta conseguirlo. A propósito, la coma la he puesto yo por mi cuenta. Y como no sé si lo que quiere es tenderme una trampa, vuelvo a pedirle que me aclare si le preocupa el empleo del término o tan solo su forma; me responde que, ya puestos, podemos hablar de las dos cosas. Pues vaya que sea.
Entonces le propongo que empecemos por el empleo, que es lo más simple. Esta señora, para hablar de lo que considera que es una virtud poseída por ella, utiliza, curiosamente, una palabra que encierra solo connotaciones negativas. ¿Por qué? Vamos a verlo; quiere decir, y podría haber dicho, para manifestar su voluntad firme de vencer los obstáculos, que es luchadora, batalladora, tenaz, guerrera, perseverante y es posible que quepan algunos adjetivos más. Y sin embargo, escoge eso de talibana, que significa, como adjetivo, 'relativo a cierta milicia integrista musulmana' y como sustantivo, 'integrante de dicha milicia'. Y si nos molestamos en buscar lo que significa el integrismo, vemos que es una 'actitud de ciertos sectores ideológicos, religiosos o políticos, partidarios de la intangibilidad de la doctrina tradicional'. O sea, que no creo que la rectora respondiese, si se lo preguntamos de nuevo, que es talibana.
¿Y qué pasa con la forma? Pues lo siguiente: que el DRAE recoge, en un artículo enmendado, tan solo la forma talibán, ya que considera que puede funcionar como adjetivo de una sola terminación o como sustantivo común en cuanto al género, es decir, de forma invariable para masculino y femenino. En cambio, el Panhispánico de dudas nos ofrece toda una muestra de buen hacer, puesto que nos dice: primero, que aunque en su forma originaria persa talibán es un plural cuyo singular es talib, la primera forma se ha acomodado perfectamente a la morfología española y debemos, por tanto, usar el plural talibanes. Y segundo, que aunque sea frecuente su empleo como adjetivo de una sola terminación (y yo interpreto: y como sustantivo común en cuanto al género), se recomienda usar para el femenino la forma talibana, mejor acomodada a la morfología del español.
Ahora añado yo: el diccionario recoge 1329 formas con la nota de que son palabras comunes en cuanto al género; de ellas, casi 900 terminan en -a (pianista, libretista, etc.), y no hay nada que decir. Rastreando entre el resto y sin hacer una búsqueda exhaustiva, me salen algunas, pocas, que, en mi criterio, merecerían el mismo trato que la que nos ocupa, es decir, que se las dote de una forma de femenino más ajustada a lo que es el uso común entre los hablantes. Estas palabras son: juez (jueza), capitán, coronel, general, oficial (capitana, coronela, generala, oficiala), alguacil (alguacila), fiscal (fiscala), canciller (cancillera), jefe (jefa) y, si seguimos hurgando, alguna más.
Zalabardo desea cerrar esta nota opinando que, si es cuestión de votar, él está a favor.

martes, mayo 15, 2007

CINE Y BOXEO

Hay actividades que excitan prejuicios del público, así en general, y que originan actitudes contrarias a su continuidad. Tal pasa, por ejemplo, con el boxeo o con los toros, deporte el uno y espectáculo el otro, que hacen nacer encendidos elogios por parte de sus partidarios ("noble deporte" y "fiesta nacional" son llamados) y agrias críticas por la de sus detractores, que hablan de violencia cruel y sin sentido y maltrato animal injustificado. Y también es verdad que, a la hora de defender o atacar tales actividades, estas tienen suerte diversa. Yo, por ejemplo, soy admirador de las corridas de toros y alguna vez creo haberle contado a Zalabardo cómo en mi niñez jugaba con otros niños a emular a las grandes figuras del toreo de la época (Manolete, aunque a este no lo conocí, Arruza, Aparicio, Litri y otros); sin embargo, no acudiría nunca a presenciar un combate de boxeo.
No obstante, sin llegar a llenarle demasiado, Zalabardo cree, frente a mí, que el boxeo contiene unas ciertas dosis de épica y que, sometido a unos controles concretos, no habría por qué condenarlo de manera tan tajante. Me dice algunas veces que al boxeo le pasa lo que a Jessica Rabitt, protagonista de ¿Quién engañó a Roger Rabitt?, que "no es malo, sino que lo han pintado así." En cambio, continúa diciendo, las corridas de toros, aun teniendo también sus detractores, están más protegidas sin que se sepa decir exactamente por qué. A lo mejor sucede que generan un dinero al que el boxeo no llega. O vaya usted a saber.
Pero yo no quería contraponer boxeo y toros, sino hablar de boxeo y cine. Anoche estuve viendo una película sobre boxeo que no conocía de antes, Cinderella man, y, pese a lo dicho y a la violencia de algunas imágenes, he de reconocer que la cinta lleva a sentir algo más de aprecio, o menos aversión, hacia este deporte. Porque, si lo pensamos, el cine ha tratado muy bien al boxeo, hasta el punto de haberse convertido en todo un subgénero prestigioso. Pienso, por ejemplo, en Más dura será la caída, The boxer, Toro salvaje, Huracán Carter, Million dollar baby o Alí. Sé que José Manuel me podría ayudar dándome más y, por supuesto, mejores títulos de los que yo aporto. Y no digamos Pablo Cantos, que ayer comenzó el rodaje de su primer largometraje, Imaginario. Le deseo toda la suerte del mundo, porque creo que tiene la calidad suficiente para salir adelante en un mundo tan complicado. El boxeo, en el cine, se ha asociado con hombres que han superado una situación límite, con seres honestos y valientes; y, también, con lo contrario, con mundos marginales, con hampones e individuos fracasados o perdedores. Y debo reconocer que ignoro cuál de esos mundos es más auténtico.
Pero el boxeo tiene en su contra, entre otras cosas, el hecho de que una parte de la prensa se niega en redondo a informar sobre él, a no ser que sean noticias que hablen de su faceta más negra y negativa. Y aun así, no olvidemos que el lenguaje corriente está lleno de palabras y expresiones que proceden de ese campo. Entre las palabras podemos citar cuadrilátero, noquear, croché, esparrin, asalto, grogui, etc. Y las expresiones son igualmente numerosas: dar un golpe bajo, por actuar de forma malintencionada y ajena a las normas aceptables; ser buen fajador o encajador, para señalar a la persona que soporta bien los reveses; tener mandíbula de cristal, para indicar precisamente lo contrario; no bajar la guardia, por estar siempre atento a cualquier contingencia; besar la lona, por ser derrotado en cualquier lid; o ser un peso pesado (o pluma), para señalar la relevancia (o la poca relevancia) de una persona en cualquier asunto.

lunes, mayo 14, 2007

INCRÉDULOS

Hablo con Zalabardo de la actitud de algunas personas que, ante situaciones que a otros les pueden parecer muy claras, buscan ellos una explicación diferente con la que pretender convencernos de que son los otros los equivocados. Tenemos delante dos artículos recientes, ambos de escritores que, en principio, no parecen dudosos de nada y que incluso suelen ser leídos con respeto, y algunas veces con delectación, por lo cuidado de su estilo. Los artículos son Bestsellerizarse, de José Ángel Mañas, y El fin del mundo, más o menos, de Félix de Azúa.
El primero de ellos, haciendo un repaso de lo que hoy se lee y de lo que se puede encontrar en las librerías, llama catastrofistas a quienes piensan que, de alguna manera, está bajando el nivel cultural medio de la gente. Dice que eso es una especie que suele propalarse en todas las épocas y pone como prueba la figura de un profesor de la República que ya en el siglo XIX se quejaba de la decadencia de la educación española. Sin embargo, se pregunta a continuación qué pensaría este insigne maestro si conociera los discursos de nuestros políticos actuales.
Azúa, por su parte, denigra a quienes previenen contra el cambio climático y sus efectos y razona que no estamos sino en uno más de los ciclos que cada cierto intervalo de tiempo (más o menos extenso) tienen lugar y que, por tanto, no hay motivo para ninguna clase de pánico general ante lo que pueda acontecer. Acaba afirmando que habrá cambio como otras veces ha habido peste, tuberculosis o sífilis; pero que, aun en el peor de los casos, si hay hecatombe climática dejará con vida y buenas perspectivas a un número bastante repetable de habitantes del planeta.
Zalabardo, que hoy tiene más ganas de hablar que otros días, sostiene con una medio sonrisa irónica que es difícil rebatir los argumentos de Azúa por el simple hecho de que tendríamos que esperar a que se cumpla el cambio temido, que ni él ni nosotros veremos, para determinar quién tiene razón; en cualquier caso, me gustaría decirle -continúa- dos cosas: la primera, que a lo mejor ni él ni nadie tendría ya ocasión de decirle a la otra parte "¿Ves lo que te decía yo?" Y la segunda, que, dado que en nuestra mano está alcanzar unas mejores condiciones ambientales, ¿qué sentido tiene vivir en un mundo tan contaminado?
Pero del otro asunto, el de los niveles de cultura, sí podemos dar fe de que, frente a la opinión de Mañas, no resulta tan complicado hallar pruebas. Como esta de un texto aparecido en el ejemplar del diario SUR de ayer domingo; dice lo siguiente: ...se hizo pasar por una persona autorizada por la institución autonómica para estafar a una financiera con la venta de unos ordenadores... Afortunadamente, aunque algunos pensemos que no hace todas las cosas bien, la Junta de Andalucía, que sepamos, no autoriza a nadie para estafar ni a empresas ni a particulares. La confusión del texto se podría haber evitado con una redacción diferente. Por ejemplo: ...una persona estafa a una financiera al hacerse pasar por agente autorizado de la Junta para vender ordenadores con unas condiciones muy favorables... O alguna por el estilo, pues las redacciones posibles, y correctas, pueden ser varias. Solo falta pensar un poquito y elegir una de ellas.

viernes, mayo 11, 2007

LA VIGA EN EL PROPIO

Nunca negaré que Zalabardo es un perfecto punto de apoyo al que recurro cada vez que tengo necesidad de ayuda. Él me conoce quizá mejor que yo a él porque, como a veces me repite, su única actividad es la de observar qué hacen y cómo son los demás. Retirado desde hace mucho de la vida pública es una especie de Diógenes que permanece sentado junto a su tonel sin esperar nada especial, de nada ni de nadie. Zalabardo ni tan siquiera dirá eso de échate a un lado, que me quitas el sol, que, según se cuenta, exigió el filósofo a Alejandro.
Zalabardo es quien muchas veces me aconseja, quien me llama la atención sobre algo que he escrito, aunque he de reconocer que en ningún momento me ha impedido incluir algo en su agenda, aunque ello pudiera ir contra alguno de sus principios. Eso, sí, a toro pasado me hace observaciones en el tono de "no deberías haber dicho eso", "hubiese estado mejor utilizar otro tono" y cosas por el estilo. Y hoy, precisamente, me ha amonestado, sin acritud, por lo que él considera en estas notas que se acerca a eso de ver la paja en el ojo ajeno. Me dice que es una actitud muy nuestra, de los profesores (y no sé si en ese "nuestra" se incluye él mismo, porque la verdad es que nunca he sabido cuál fue su ocupación anterior a esta de observador).
Esa actitud consiste, sigue diciendo, en creer por nuestra parte que siempre llevamos la razón, aunque solo sea por eso de que somos los enseñantes y los demás son los enseñados. Como casi siempre que hablo con él, todo surgía a raíz de un caso cconcreto. Esta vez se trataba de que yo le comunicaba el enfado que me produce que muchos de nosotros nos quejemos del bajo nivel de los alumnos, y, en general, "de la gente", sin tener en cuenta que el origen del defecto está en nosotros mismos.
Un ejemplo. La mayoría de los profesores de las demás materias se dirigen a los de lengua y parecen pedirnos cuentas de que los alumnos tengan mala ortografía, como si la corrección de tal deficiencia fuese únicamente competencia nuestra. Y a estas personas que actúan así, los denunciantes, no los denunciados, ¿quién les dice que la culpa, en gran medida, es nuestra, porque somos para ellos malos ejemplos? Veamos un caso que me ha dado a conocer José Manuel Mesa. Como somos un centro TIC, se nos acaba se instalar el programa iTALC, que es una herramienta que se pone a disposición del profesor para controlar (en el buen sentido) el trabajo de clase cuando se usan los ordenadores. Pues bien, al abrir el citado programa aparecen unas mínimas instrucciones de empleo, en la que, junto a un uso, creo que correcto, de algunas expresiones en inglés, se desliza, y no una sino dos veces, el giro *hechar un vistazo; así, con esa h que hiere la vista. ¿Quién ha revisado dicho programa antes de otorgarle vía libre?
Errores, de esa o semejante naturaleza, los cometemos continuamente, por desgracia. Buscando información para saber el significado de logear, encuentro un artículo en el que se puede leer *he perpetrado un invento, sin tener en cuenta que perpetrar significa 'cometer o consumar un delito'; *pero no te lanzes, con olvido de que la z se utiliza tan solo delante de a, o, u, salvo en muy contadas excepciones que todos sabemos; o este artículo está orientado a D..., cuando lo que se ha querido decir es que se dirige a o se escribe pensando en. Claro que en nuestros claustros también se oye con frecuencia eso de *reuniones a nivel de tutores, pongo por caso, en lugar de decir reuniones de o entre, sin ese incomprensible a nivel de. Y en el parte de incidencias diarias, alguien denunció en una ocasión el apsentismo de un determinado alumno.

jueves, mayo 10, 2007

SOBRE LA POLICÍA DE DIVERSIONES

Estos días, por razones que no hacen al caso, he tenido que releer la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, compuesta en 1790 por Gaspar Melchor de Jovellanos. Es un escrito que refleja a la perfección el despotismo ilustrado del siglo XVIII y su enfoque sobre cómo encarar el ocio de los ciudadanos. Ese darlo todo para el pueblo, pero sin contar con el pueblo ha sido uno de los engañabobos más refinados de los que se ha podido valer un régimen político a lo largo de la historia.
Porque cuanto de razonable, instructivo, beneficioso y honesto pueda traslucir el término ilustrado queda desvalorizado por lo que sin disimulo supone el otro término, es decir, despotismo. Y es que tras la fachada que se pretende dar se escondía el más atroz de los absolutismos. Ya sabemos que todas las reformas emprendidas por aquel sistema, con ser muchas de ellas destacables, se pusieron en práctica sin contar para nada con aquellos a quienes se dirigían. Esa es la razón de que la burguesía de aquellos años, que en principio había apoyado el reformismo propuesto, más tarde, cuando tuvo la plena constancia de que lo más ansiado, la libertad, no se concedía, reiniciaran su lucha contra el absolutismo.
A lo que quería ir. Digo que al leer estos días a Jovellanos me he acordado de alguna que otra actitud observable en nuestros días. El polígrafo asturiano defendía que los gobiernos no han de divertir al pueblo, sino solo dejarlo que se divierta, ya que el pueblo se inventará sus entretenimientos; y basta con que se le dé libertad para ello. Claro que esta libertad tendrá que ir acompañada de protección y esas diversiones se procurará que sean útiles y honestas. Cuando salimos de los años oscuros, los del régimen franquista, parece como si una nueva especie de ilustración despótica comenzara a extenderse por nuestros lares. Iba sobre todo dirigida a la juventud, a la que se animaba a gozar de la nueva era. Uno de esos nuevos divertimientos ha derivado en lo que conocemos como botellón. En los inicios, todo fue una especie de laissez faire, una permisividad hasta cierto punto inconsciente que hoy, según algunos, resulta insostenible.
Por ello se ha impuesto la búsqueda de un arreglo para la policía de las diversiones, es decir,es decir, la búsqueda de un buen orden que guarde y conserve las ordenanzas para el mejor gobierno de las ciudades. Y como no se atreven a prohibir aquello que consideran inadecuado (podría pasar lo de hace unos días en Malasaña) no dejan de darle vueltas al magín y crear botellódromos y zonas restringidas que hagan pensar a los jóvenes que ejercen su libertad de divertirse y acalle las conciencias de los regidores con la creencia de que todo está bajo control y sometido a una buena policía. Como, por ejemplo, se ha hecho en Granada, que se prohíbe beber en las calles, aunque, al mismo tiempo, se le dice al personal en qué calles se podrá beber. Pero, como me dice Zalabardo, que hoy no ha querido intervenir, tal vez la situación no sea tan simple como yo la planteo.

miércoles, mayo 09, 2007

HETERODOXOS

No hace demasiado que yo le decía a José Francisco que llevo un tiempo en que me dedico más a la relectura que a la lectura porque no cae en mis manos un libro que de verdad me interese, me ate y me atraiga de manera que no pueda dejar de leerlo hasta llegar a su última página. Y le decía que no sabía si ello es consecuencia de la literatura del momento o una simple consecuencia de los años. No recuerdo si la conversación surgió con motivo de la reedición conmemorativa de Cien años de soledad o la razón fue diferente.
Pero hace unos días he terminado de leer Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig. De este libro, cuya primera edición es de hace poco más de un año, no he tenido conocimiento hasta que lo he visto expuesto en la Feria del Libro que hemos celebrado recientemente en el instituto. Va por su tercera edición. ¿Es una novela? Yo diría tal vez que no, que lo de novela es solamente una cobertura tras la que se oculta otra cosa. ¿Es, acaso, un manual de literatura? Pues diría que, pese a su título, tampoco, porque, por lo general, tenemos una noción diferente de lo que una historia de la literatura debiera ser.
Y, sin embargo, el libro es una aproximación novelada al periodo literario comprendido desde el Romanticismo hasta nuestros días. Eso sí, de una manera irónica, desenfadada, sin dejarse ni acobardar ni impresionar por ningún libro, momento ni autor. Es un libro irreverente escrito por una persona que demuestra poseer un conocimiento profundo de nuestra literatura. Lo novelesco del libro, la historia de Ignacio Belinchón, poeta neoclásico que compone odas cuando ya la fiebre romántica triunfaba, circunstancia que se repetirá con su hijo, y con el hijo de su hijo, y con el hijo del hijo de su hijo hasta llegar al día de hoy, ese deseo de destacar que mueve a los Belinchones y que siempre les pilla demodés, cuando ya es tarde, no es sino la cáscara tras la que se oculta un análisis serio, pero heterodoxo, de nuestra literatura. Durante la lectura, de vez en cuando le daba a leer a Zalabardo algún párrafo concreto. Y él dice que lo ha pasado tan bien como yo.
El tono de la obra se adivina ya cuando, casi al principio dice que "la literatura no es más que un tipo que está en su casa y se pone a escribir en pijama." O que, a partir del Romanticismo, "la historia de la literatura se convertirá en la historia de los movimientos literarios: una carrera de relevos que se disputan los equipos de la Vuelta a España." O que "en vida de Cervantes, sin ninguna duda el premio Cervantes se lo habrían dado siempre a Lope de Vega." O cuando al último Belinchón un editor le dice que ya no se escriben libros, que ahora los libros se producen. ¿Y qué historiador de la literatura diría eso de que "siendo aburrido, Javier Marías no se parecía gran cosa a Benet: los de Marías eran tostones de fabricación casera, casi artesanal, a menudo incluso legibles?"
En 2003, otro profesor de literatura, el granadino Antonio Enrique había tratado de contar en si libro Canon heterodoxo una historia de la literatura que atendiera a los aspectos más olvidados de los cánones oficiales de los planes de estudio. Este Rafael Reig, asturiano y profesor de literatura también, es más un heterodoxo que se propone contarnos una historia de la literatura desde una óptica diferente, irreverente, como he dicho antes. Vamos, para que no nos la tomemos demasiado en serio. Y sin embargo, hay páginas que conmueven, como aquellas que presentan los últimos días de César Vallejo.

martes, mayo 08, 2007

DE ESTA AGUA NO BEBERÉ

Hay un refrán que nos aconseja no afirmar nunca tal cosa, como hay una sentencia que nos previene de que solo quien esté libre de pecado deberá ser el primero en tirar la piedra. Sin embargo, lo cierto es que lo que más se oye decir es *este agua, pese a que tal uso sea incorrecto. ¿Cuál es la razón, me pregunta Zalabardo, de que digamos el agua y, en cambio, sea preceptivo decir esta agua? Ya hace tiempo, en octubre, dije algo acerca de esta cuestión, aunque no se explicó del todo. Como esta mañana escuchaba en la radio un anuncio que pedía que cuidáramos *nuestro agua, ahora podría ser el momento de hacerlo.
Si atendemos primero a la regla, esta nos indica que los sustantivos femeninos, nunca los adjetivos, en singular, que empiezan por a o ha tónicas se construirán con los artículos el y un y con los indefinidos algún y ningún. Por eso habrá que decir el agua, un hacha, ningún aula o algún asa. Por supuesto que en plural se utilizarán las formas femeninas normales: las aguas o algunas asas, por ejemplo. Y lo mismo pasará cuando se utilice cualquier otro determinante o se le anteponga al sustantivo un adjetivo: aquella hacha o la mejor agua del mundo.
¿Es acaso esto un capricho? Ni mucho menos. Lo que pasa es que, en estos casos, los determinantes proceden de una antigua forma femenina ela (procedente del latín illam) o de las formas femeninas una, alguna y ninguna, en las que se pierde la a final al entrar en contacto con la vocal inicial del sustantivo: el(a) hacha, algún(a) alma.
Aprovecha ya Zalabardo para pedirme que le aclare si se dice evacúo o evacuo. La verdad es que también es esta una regla que crea más de un quebradero de cabeza y hace dudar a bastantes personas. Vayamos desde el principio. La regla general nos lleva a afirmar que los verbos terminados en -uar hacen sus presentes (menos la primera y segunda personas del plural) con terminación en hiato (acentúo, continúo, puntúas, desvirtúes, gradúen, etc.) Pero existen dos excepciones a esto que decimos: si el verbo termina en -guar (hay unos treinta verbos de tal condición en nuestra lengua), hacen sus finales sin hiato, es decir, con diptongo: averiguo, atestiguo, fraguo, santiguo, amortiguo, etc. Caso diferente es el de los verbos terminados en -cuar (muy pocos: adecuar, colicuar, evacuar, licuar, oblicuar, promiscuar, anticuar y no sé si hay alguno más), que deben comportarse como los terminados en -guar (adecuo, evacuo, etc.), aunque la tendencia es a pronunciarlos con hiato, tal como los terminados en -uar (adecúo, licúo, promiscúo, etc.). Tanto el DRAE como el Panhispánico de dudas recogen ambas formas como válidas a pesar de que recomiendan la pronunciación con diptongo.
Me dice Zalabardo que hoy ha vuelto a salirme uno de esos apuntes "profesorales", pero que él me disculpa. Espero que los demás también.

lunes, mayo 07, 2007

COMIENZA EL ESPECTÁCULO

Ya tenemos en puertas las elecciones del 27 de mayo y eso significa que el pistoletazo de salida para luchar por la captación de votos ha sido dado ya. Por mucho que se emplee la palabra ciudadano, lo cierto es que para los candidatos no somos más que un posible voto que hay que conseguir al precio que sea. Trato de sonsacar a Zalabardo para que me dé su opinión al respecto y me diga, si no tiene inconveniente, su intención de voto. Pero Zalabardo me contesta que él ha votado ya todo lo que tenía que votar y que ahora les toca a otros; que, a efectos electorales, él se considera ya jubilado.
Intento convencerlo de que no es esa una actitud muy cívica y de que la democracia exige la participación de todos para que las instituciones gocen de la mayor solidez posible. Entonces me sale con que él ya no tiene confianza en unos candidatos que pierden ahora el culo prometiendo que, si salen elegidos, harán aquello que no han sido capaces e hacer, o no lo han querido, durante los años que llevan en el poder. Y me pregunta si no es cinismo, por poner un ejemplo, el triste espectáculo de uno de los candidatos a la alcaldía de Madrid uniéndose a una manifestación que protesta contra un proyecto que, en su día fue votado favorablemente por el grupo que ahora lo respalda.
No sé cómo, la conversación deriva hacia otros tiempos y otras circunstancias en las que votar no era posible e incluso, cuando se votaba, no servía para nada, salvo para darle, cara al extranjero, una mayor estabilidad al régimen franquista. Me pregunta si recuerdo aquella primera vez en que fuimos a votar. Cómo no, hace cuarenta años; fue en diciembre de 1966. Las Cortes franquistass aprobaron una Ley Orgánica del Estado y el texto fue sometido a referendo.
Aquello se presentó como un plebiscito a la figura de Franco. La propaganda institucional, la única que podía hacerse, difundió por todas partes unos gigantescos cartelones en los que se podía leer: Franco, sí. ¿Se molestaba alguien en leer el contenido de la ley sometida a referendo? ¿Podía alguien, acaso, hacer propaganda en contra? En la universidad adelantaron las vacaciones y algunos, yo entre ellos, creímos, pobres incautos, que se presentaba la ocasión de decir no al régimen.
¿Recuerdas, me dice Zalabardo, que teníamos conciencia de que en nuestra mesa, al menos siete personas habíamos depositado la papeleta del no? Con miedo, pero la habíamos depositado. Pues bien, en los resultados oficiales solo aparecieron dos votos contrarios. El referendo, en su resultado global, fue todo un éxito para para el régimen: más del 95% había votado sí. Al día siguiente, no teníamos más consuelo que seguir escuchando, a escondidas, la canción que Raimon había compuesto en 1963: Ara que som junts, / dire el que tu i jo sabem / i sovint oblidem. / Hem vist la por / ser llei per a tots. / Hem vist la sang / -que sols fa sang- / ser llei del món. / No, / jo dic no, / diguem no, / nosaltres no som d'eixe món. (Ahora que estamos juntos, diré lo que tú y yo sabemos y a menudo olvidamos. Hemos visto el miedo ser ley para todos. Hemos visto la sangre -que solo provoca más sangre- ser ley del mundo. No, yo digo no, digamos no, nosotros no somos de ese mundo.)
Los tiempos, afortunadamente, han cambiado, me dice por último. Pero a muchos de los políticos de ahora, no les importa el pueblo mucho más que a los de entonces. ¿No habéis visto a Sarkozy, en Francia, proclamar que hay que eliminar el espíritu del 68? Lo cierto es que en todas partes cuecen habas.

viernes, mayo 04, 2007

AVISOS

Los más remotos antecedentes de las publicaciones periodísticas en España son las hojas que llevaban el nombre de Avisos. Eran hojas manuscritas que tenían como objetivo anunciar o comunicar algo. No en vano leemos en el diccionario que aviso significa 'noticia o advertencia que se comunica a alguien'. Se tiene conocimiento de los que publicaban José Pellicer o Andrés de Almansa, allá por el siglo XVII. Del mismo siglo, aunque un poco posteriores son las gacetas, más parecidas a los diarios de prensa de la actualidad. La más antigua de que se tiene noticia tenía este nombre tan complicado de retener: Relación o gaceta de algunos casos particulares, así políticos como militares, sucedidos en la mayor parte del mundo. La publicaba, desde 1661, Francisco Fabro. A partir de 1697, ya muerto su editor, siguió publicándose bajo la denominación de Gaceta de Madrid, que aún perdura, aunque su denominación más extendida sea la de Boletín Oficial del Estado. Y si nos fijamos en publicaciones decanas, creo que la más antigua de España, de las que aún se pueden encontrar en los puestos de prensa, es el Diario de Barcelona, desconozco ahora su año de fundación, seguida de El Norte de Castilla (1856) y La Vanguardia (1881). Bajo la denominación de Aviso, creo que en España solamente existe el Diario de avisos, de Tenerife.
¡Venga ya, que te veo venir!, me espeta Zalabardo, que sabe que cuando me meto por los vericuetos de la exposición erudita es porque me estoy preparando para hablar de un asunto que se parece a dicha exposición como las acelgas a los plátanos. Y lleva razón, porque lo que me interesa es hacer alusión a avisos de diferente naturaleza que nos podemos encontrar por ahí.
Tenemos, por ejemplo, algunos ya clásicos en todos los bares de nuestro país: el más común, el que dice Hoy no se fía, mañana sí; el preocupado por la marcha del negocio, Si bebes para olvidar, paga antes de beber; el mala sombra, Prohibido el cante; o el disuasorio Libro de reclamaciones, situado siempre al lado de un garrote de talla XXL. Pero, a clásico, quizá ninguno gane al expresivo Tonto el que lo lea. Como chiste se suele contar que a la entrada de un pueblo se había un cartelón grande que avisaba: Prohibido el paso de animales, excepto el borrico del señor alcalde. Y ya de carácter casi metafísico son estos dos avisos que se asocian con el mayo francés del 68: Prohibido prohibir y Sé realista, pide lo imposible. Pero el más sorpresivo de todos, al menos para mí, es el que pude ver en un anchurón rodeado de árboles en la Hoz de Marín, de Archidona; decía: Se prohibe aparcar para follar.
En cualquier caso, los avisos, esa debe ser su naturaleza, son breves y directos, por lo que su contenido es fácilmente asimilable para cualquier persona que se enfrente a ellos. No requieren de dotes especiales ni de la ayuda exterior para ser interpretados. Aunque en mi instituto no es así y, al menos en algunos que se relacionaban con las Jornadas Culturales, ha habido casi que hacer un máster de traducción e interpretación para penetrar en su contenido. Tal complicación se extendía a dos: uno alusivo a las actividades de interculturalidad y otro que avisaba bien a las claras una suspensión, pero que dejaba en suspenso a los lectores que deseaban seguir leyendo. Menos mal que José Manuel Mesa, que cada día está más integrado en el centro, adivinó el sentido de ambos y no ha tenido inconveniente en hacer su glosa a todos cuantos la requerían, que éramos la inmensa mayoría.

jueves, mayo 03, 2007

LENGUAJE DE SALDO

Hace unos días hablaba de un seminario celebrado en San Millán de la Cogolla para tratar el uso que se hace de la lengua española en los noticiarios de radio y televisión. En él se anunciaba para próximas reuniones la discusión sobre el sexismo en el lenguaje. Todo ello está muy bien. Cuanto se haga por mejorar nuestra expresión, sin caer nunca en actitudes inquisitoriales, porque la lengua cambia, no lo olvidemos, será bien venido y digno de alabanza.
Recordaréis que yo destacaba unas palabras de Álex Grijelmo en las que pedía no caer en el complejo frente al inglés. Pero he aquí que la realidad nos da de vez en cuando alguna que otra colleja que casi nos vuelve del revés. Por ejemplo, ¿recordáis ese reciente programa de televisión en el que Rajoy se sometía a las preguntas del pueblo llano? ¿Cuántas veces repitió que él lo que quiere es que nuestros niños hablen inglés? Otro más; hace nada que he vuelto del instituto, de un claustro (a propósito, ¿por qué cada día son más tediosas este tipo de reuniones?). Pues bien, Zalabardo me esperaba con un diario en la mano para que le explicara una cosa. Era un anuncio de un establecimiento de moda que promete no sé qué a quienes visiten, con motivo del día de la madre, sus tiendas y outlets. ¿Qué es eso?, me pregunta.
Y aquí me tenéis, solicitando a Google que me dé algo sobre outlet. Y me sale una página de una empresa con centros en varios lugares de España (¿o debería decir del Estado?) que empieza por llamarse The original Factory. Marcas de moda, aunque es una empresa española, ya que presume de ser la empresa pionera de la implantación del outlet en nuestro país. O sea, muy española, pese a que en su cabecera se pueda leer: Spring. The original Factory. Fashion is attitude. Como veréis, todo para que lo entienda cualquiera. Cuando sigo indagando, me entero de más cosas, como por ejemplo, su filosofía: shopping culture. Como no me doy por rendido, venzo las bascas que me entran y leo un poco más. Así me entero de que el outlet no es sino un sistema del que se valen los fabricantes para dar salida a sus stocks de temporada, muestras y restos de colecciones de forma controlada y a precios muy rebajados.
¡Vaya hombre -le digo a Zalabardo-, pero si esto es lo que en el pueblo -¿recuerdas aquellos establecimientos que se llamaban Almacenes Los Caminos y Almacenes Avenida?- denominaban restos de temporada a precios de saldo! Mira por dónde, allí ya teníamos, hace tanto tiempo, la shopping culture y ni nos habíamos enterado. Va a ser verdad eso que dice Rajoy de que progresar es saber inglés.
Y me acuerdo también de lo que el otro día decía de la moderación en las críticas por influencia de José Antonio Garrido. Pero creo que hasta él tendría dificultad para callar lo que ahora se me viene a la boca cuando pienso en los ejecutivos y publicistas de esta Factory. Y para no parecer duro, me limitaré a repetir lo que ellos mismos, en el anuncio que me muestra Zalabardo, dicen: ¡La madre que los parió!

miércoles, mayo 02, 2007

PATINAZOS

Los días de lluvia hay que andar con mucho ojo porque es fácil resbalar. Andar por las aceras comporta muchas veces un auténtico riesgo y, en ocasiones, las suelas de los zapatos no son las adecuadas para andar en suelos húmedos. Pero no solo las personas son las que patinan, sino también los vehículos. Ahora, en Málaga, tenemos abierta la polémica entre los empleados de la EMT y los responsables del municipio acerca de la idoneidad del piso que presentan los nuevos carriles bus que ha implantado el Ayuntamiento en el Parque y en la Avenida de Andalucía. Los trabajadores se quejan de que, en días lluviosos como el de hoy, resultan francamente peligrosos porque al menor intento de pisar el freno los vehículos patinan.
Claro, que este tipo de patinazos no justifica de ningún modo los que de manera continuada cometemos en cuestiones del lenguaje. Ya he dejado constancia en algunas ocasiones de mi afición por la radio. Pues bien, este mediodía informaban acerca de las reuniones mantenidas por los responsables municipales de transporte y los trabajadores a cuento de dicho tema. Los munícipes han acordado colocar sobre los carriles un producto antideslizante que solucionará el problema, pero habrá que esperar a que cese la lluvia porque es imprescindible aplicar el producto sobre superficie seca. Ante este compromiso, los representantes sindicales explican que los conductores renunciarán, por el momento, a circular fuera de los susodichos carriles. En tanto, continúa la información, solicitan a todos los empleados de que tengan precaución al volante para evitar accidentes. ¿Se habrá explicado, por activa y por pasiva, en todos los medios, lo incorrecto que resulta este dequeísmo? Para evitarlo, la solución es fácil: si la construcción verbal es del tipo solicitar algo, por ejemplo, nunca cabrá el de que; en cambio, si la construcción verbal es del tipo depender de algo, pues sí es válido el de que. Así de fácil.
Pero no es ese el único patinazo escuchado en la radio. Hace dos o tres días, Zalabardo y yo veníamos atendiendo a una entrevista que se le realizaba a un representante de un Festival de cine y documentales para televisión. Y ahora que, mientras escribo, escuchamos un disco de Adriano Celentano (comparto con Zalabardo el aprecio por la canción italiana), cabría decirle al entrevistado una de las frases de la canción El rey de los ignorantes, del intérprete italiano: Facendo cosa tu stai?, ¿Qué haces, de qué vas? Y es que el buen hombre, en no más de cinco minutos, decía, indistintamente, tivi muvi (tv movies), tevé movi, teúve movi o películas para televisión. ¿Tan difícil le hubiera resultado utilizar siempre esta última expresión, o es que quería demostrar algo?
Y el último patinazo radiofónico es de apenas hace un rato. En un informativo, hablando del desgraciado accidente ocurrido en Palencia, decía un locutor: Dos desaparecidos aún bajo los escombros del edificio... Consulto el diccionario y leo que desaparecido significa, dicho de personas, 'que se halla en paradero desconoccido, sin que se sepa si vive'. Por lo tanto, hubiese sido más correcto decir que se sospecha, o se teme, que dos desaparecidos se encuentren aún bajo los escombros; porque con la primera redacción se da a entender que están sepultados allí, con lo cual no se les puede calificar de desaparecidos. No sería mala cosa pedir a los redactores de los informativos un poco más de propiedad.

martes, mayo 01, 2007

e-TIMOS

No sé si a las personas que mantienen una bitácora, una agenda como esta, les pasará lo que a mí, que antes de meterse en harina, es decir de dar comienzo al primer párrafo, se buscan el título que van a utilizar. Ya digo que a mí me sucede, que parece que hasta que no he encontrado el título para el apunte no soy capaz de llevarlo a cabo. Es Zalabardo quien me ha hecho meditar sobre tal circunstancia, pues acaba de decirme: ¡Mira que eres rebuscado algunas veces con los títulos! Procuro explicarle que mi preocupación es crear una cabecera que dé idea de lo pienso desarrollar. Y si no, se verá conforme avancemos.
Ayer hablábamos del Seminario que se está celebrando en San Millán sobre la lengua española en los noticiarios. Terminaba aludiendo a la intervención de Álex Grijelmo, que defendía los recursos de que dispone el español para designar objetos de menos de cien años con palabras que tienen siglos. En esto se basaba para rechazar el torrente de anglicismos que se nos viene encima, lo que, según él, tiene la consecuencia de "acrecentar un complejo de inferioridad del español".
En dicho Seminario ha intervenido también el Observatorrio de Neología de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. La profesora Judit Freixa, que participó en la mesa redonda sobre Nuevas palabras en los noticieros, dijo que desde que el Observatorio empezó a analizar los medios de comunicación en España e Hispanoamérica, en 2002, ha detectado 50.506 neologismos. Me pregunta Zalabardo si acaso dijo cuáles eran los más utilizados. Pues sí, y, mire usted por dónde, el más común, su uso se ha disparado en 2005 y 2006, es blog. Le siguen términos como deslocalización o sostenibilidad. El primero se refiere al 'proceso mediante el cual una empresa traslada sus centros de trabajo a países donde los costes sean menores, con frecuencia, en el Tercer Mundo'; el segundo se podría definir como 'cualidad de sostenible, es decir, desarrollo que satisface las necesidades de una generación sin comprometer las necesidades de generaciones venideras'. Ninguno está recogido en el DRAE aunque son de uso frecuente. Otro nuevo neologismo lo constituye la utilización de e- ante determinadas palabras, para hacer referencia al hecho de que lo significado por dichas palabras actúa a través de internet (e-banco, e-catálogo, etc.).
¡Ya caigo -me dice Zalabardo- por eso lo de e-timos!-. Le alabo su perspicacia y se queda la mar de contento. Pues sí, y es que un término también recogido por el Observatorio es phising, que hace referencia al sistema por el que se obtienen de forma fraudulenta y a través de internet, los datos confidenciales de una cuenta corriente o tarjeta de crédito. Próximo a este procedimiento es el de los banners, la inclusión de formatos publicitarios que nos llevan a una página no deseada o incluso pudieran conectarnos con un teléfono tampoco deseado. A todo el conjunto de procesos a través de internet que se realizan con intención de estafa o fraude se les llama scams.
Y se me ocurre a mí, y así se lo cuento a Zalabardo: ya que pudiéramos afirmar que España es el país inventor de la picaresca y los timos, allá por el siglo XVI, y tenemos cantidad de ellos (timo de la estampita, del nazareno, del latigazo, de la bombona de gas, de la lotería nigeriana...), ¿por qué no llamamos al primero timo de la pesca o del anzuelo, ya que se lanza a ver quién pica, y al segundo de la pancarta pirata, ya que como tales se nos asalta? Y puestos a corregir, en lugar de scam digamos timo o, si acaso, e-timo. Digo yo.