domingo, junio 05, 2022

TERUEL: DE LUGARES, TRADICIONES Y LEYENDAS

Una breve estancia por tierras de Teruel explica que faltásemos a la cita la semana anterior. Tampoco creo que sean muchas las quejas por la ausencia. Lo que sí quiero avisar es que, tras este apunte, Zalabardo y yo nos tomaremos un descanso para regresar una vez que pasen las calores. Es costumbre de esta Agenda desde su aparición en 2006.

           


Zalabardo, que es listo y me conoce bien, no comete la torpeza de decir: «¿Teruel? ¿Y qué vas a hacer en Teruel?» Tampoco caerá en el irrespetuoso tópico de «¿Pero Teruel existe?» y cosas así. Sabe mi amigo que no me atraen, por ejemplo, Punta Cana y lugares semejantes porque para playa y bullicio ya tengo al lado la Costa del Sol. De sucumbir al turismo impuesto por agencias, me iría a Ipanema, más que nada porque me ilusionaría encontrar «a coisa mais linda», la garota a la que cantó Vinicius de Moraes.


            Teruel, provincia que desconocía, me ha permitido disfrutar de las múltiples posibilidades que ofrece al viajero. Ya justificaría la visita apreciar de cerca esas joyas del arte mudéjar que son la catedral, las torres de San Pedro o la del Salvador y otros lugares. Pero es que se puede hacer un recorrido por los pueblos de la Sierra de Albarracín, donde, aparte de su núcleo principal, Albarracín, una auténtica joya, se puede tomar conciencia de qué es eso de la España vaciada: pueblos en cuyas calles apenas se ve a nadie, hermosas iglesias en estado ruinoso, cerradas, casas abandonadas. En Gea, un vecino nos paró y se interesó por nosotros: «¿Están ustedes de pensión?» Le dijimos quiénes éramos, de dónde veníamos y qué buscábamos. Nos confesó que, de sus 94 años, solo ha estado dos fuera del pueblo, en Barcelona. «Pero ahora los jóvenes se van», dijo en tono triste. Estábamos junto al abandonado convento del Carmen: «Esto era un convento de frailes. Al lado había uno de monjas. Entre uno y otro había un pasillo subterráneo que los comunicaba; parece que tenían sus cosillas». Y se reía.

           


En Calomarde, Carmen, no dudó en dejar las patatas puestas al fuego, «si se queman, haré otra cosa», para enseñarnos la iglesia, de la que tenía llave: «Aquí no hay cura. El que viene, ha de atender a varios pueblos; en este vivimos unas veinte personas y, cuando viene los domingos, a la iglesia solo vamos dos o tres».

 


           En este paseo por la Sierra de Albarracín encontramos pueblos semejantes: Royuela, Frías de Albarracín, Griegos, Villar del Cobo, Tramacastilla… Sin cura, sin farmacia, sin tienda… Carmen nos dijo entre carcajadas: «Una vez, uno que pasó por el pueblo me preguntó dónde estaba el Mercadona». Pero, a falta de otras cosas, tienen maravillas naturales, como la Cascada Batida, un gozo para los sentidos, o el nacimiento del Tajo, que obliga a pensar que, por grande e importante que uno pueda llegar a ser, todos tenemos un momento en que hemos sido pequeños e insignificantes.

 


           A Teruel nos atrajo otra ruta que, sorprendentemente, desconocen muchos turolenses, la Ruta del Silencio, que no me explico por qué Turismo de Aragón se empeña en llamar pomposamente, en inglés, The Silent Route: 63 kilómetros con pueblos y paisajes maravillosos y sorprendentes (Cañada de Benatanduz, Villarluengo, Pitarque, Montoro de Mezquita, Ejulve…)


            Y, claro está, a Teruel acudimos para saludar, de parte de un amigo, Rafael Jiménez Pradas, al torico. Lo saludamos y él nos pidió que devolviésemos el saludo a nuestro amigo. Y, cómo no, a Teruel acudimos hechizados por la historia de Diego de Marcilla (en realidad Juan Martínez de Marcilla) y de Isabel de Segura, los famosos Amantes de Teruel, trágica historia de un amor ejemplo que dura más allá de la muerte. ¿Se puede morir de dolor? En este caso, parece que fue así.


            Digo «parece» y digo «historia». Porque este relato levanta muchas dudas. Y le digo a Zalabardo que ahí reside, al menos para mí, el atractivo de esta tradición; porque yo, vaya por delante, respeto que en Teruel nadie ponga en duda esta tradición que, cuentan, se remonta al siglo XIII, pero me quedo con que es una leyenda basada, eso sí, en unos hechos que pudieron ser reales, al menos en parte.

 


           Ana Carmen Bueno Serrano tiene un magnífico estudio, Los Amantes de Teruel a la luz de la tradición folclórica (2012) que nos ilustra muy bien sobre los hechos. Teruel, como cualquier otra ciudad medieval, presentaba historias de familias enfrentadas y de familias que pretendían imponer su dominio. No todas sus actuaciones eran lícitas ni justas. Pero los poderosos buscaban los medios para legitimar su linaje y separarlo de cualquier historia turbia. Dice esta estudiosa que un relato maravilloso de un rito de amor y muerte entre miembros de familias podía convertirse en mito de fundación y legitimación de esas familias. Así, el enfrentamiento entre dos extremos absolutos, la verdad y la mentira, la ficción de entretenimiento y la exaltación de un amor mítico-sagrado, constituyen la dicotomía perfecta sobre la que germina la leyenda.

 


           ¿Fue historia lo que ocurrió entre Diego de Marcilla e Isabel de Segura? Contarlo como historia unos hechos pasados ayuda a que el pueblo los tome como tradición. Y esa tradición convierte en verdad la leyenda. Dos jóvenes de clase social diferente se enamoran; él, pobre, fue rechazado por la familia de ella. Diego pide a Isabel que espere cinco años, pues se marchará a la guerra y volverá con nombre y riquezas. Pasado el plazo, algo impide la vuelta de Diego. A Isabel, su familia le impone una boda acorde a su rango a la que no puede negarse. Ya casada, regresa Diego. Ella, sin poder cumplir su promesa y fiel a su marido, le niega lo único que él le pide: un beso. Diego muere de dolor. Isabel cuenta a su marido lo sucedido y este le afea no haber concedido aquel beso. Isabel acude a las exequias de Diego dispuesta a posar sobre el cadáver el beso antes negado. Su dolor es tanto, que muere. Todos acuerdan unir en la muerte a quienes no pudieron unirse en vida y se los entierra juntos

 


          Pero, le digo a Zalabardo, aunque nadie en Teruel dude de esta historia, y no hay que pedirles que renieguen de ella, hay muchas dudas sobre la autenticidad y la fecha del texto en que la historia se narra. Y no podemos olvidar que, en el folclore popular y en la literatura encontramos leyendas muy semejantes (Romeo y Julieta, Calisto y Melibea…). En el siglo XIV, y eso hace a muchos decir que el relato se inspira en la historia de los Amantes, Boccaccio incluyó en su Decamerón (Jornada cuarta, cuento 8) lo que sucedió entre Girolamo y Salvestra. Pero ya en el siglo XII, antes por lo tanto que la historia de los Amantes, tenemos la Historia de la perra llorosa, que Pedro Alfonso incluyó en su Disciplina clericalis. Y al siglo XI pertenece la leyenda vikinga de Hialmar y Gunhilda, todas ellas muy parecidas.


            O sea, que hemos ido a Teruel por muchas razones y hemos vuelto dejando cosas sin conocer. Pero la satisfacción es grande. Y ahora, esta Agenda se cerrará para cargar pilas y volveremos con el mismo ánimo. Buen verano a todos.