sábado, diciembre 13, 2014

CIEN AÑOS DE “PLATERO Y YO”

Fuentepiña. Al pie de ese pino está enterrado Platero

            Hay libros que, de tanta fama como han adquirido, parecen despertar una especie de miedo (injustificado) entre la gente. Eso hace que muchos hablen de ellos, que digan conocerlos, que reciten de carrerilla su inicio: En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…, Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón… Pero, sin embargo, y por desgracia, muchos son también los que no pasan de ahí.
            El año próximo se cumple el cuarto centenario de la segunda parte del Quijote. Pero antes, esta Navidad, se cumple el primero de la aparición de Platero y yo. Muchos tópicos  se levantan sobre uno y otro: del primero, la cansina insistencia en que es la historia de un hidalgo que enloquece por leer libros de caballerías; del segundo, la banalidad de que es un libro para niños. Ni lo uno ni lo otro, pues, aunque valgan en parte ambas afirmaciones, tanto el Quijote como Platero son mucho más que eso.
 
Doble página de la edición de 1914
          
Sobre el segundo, me voy a remitir a su propio autor, Juan Ramón Jiménez. En la edición princeps de Platero, la de 1914, se incluía un prologuito en el que leemos (advierto de que respeto la peculiar ortografía de Juan Ramón): Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para… ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!
            Pero es que existe un prólogo inédito, cuyo original se conserva en la Sala Zenobia-Juan Ramón, de la Universidad de Puerto Rico, en el que se dice: Francisco Acebal, director de «La Lectura», que leyó algunos de mis manuscritos de «Platero», me pidió una selección para su «Biblioteca de juventud». Yo no le toqué a lo escojido para él. Yo (como el grande Cervantes a los hombres) creía que a los niños no hay que darles disparates (libros de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de seres y cosas reales tratados con sentimiento profundo, sencillo y claro. Y esquisito.
            No es, pues, «Platero», como tanto se ha dicho, un libro escrito sino escojido para niños.
            Juan Ramón compuso Platero y yo entre los años 1906 a 1912 (la mayor parte). En 1914, le pidieron permiso para seleccionar unos capítulos que la editorial La Lectura publicó por Navidad. Es lo que se conoce como edición menor. En 1917, Calleja lanzó la primera edición completa. Pero abundan quienes se quedaron con aquel librito de tres años antes. Y muchos siguen hoy sin ver cuanto encierra Platero y yo.
Ilustración de R. Álvarez Ortega
            Aunque pudiera parecer petulancia por mi parte (Zalabardo sabe que no lo es) quiero dejar constancia aquí de un dato, por demás irrelevante. Dispongo de cuatro ediciones diferentes del libro, tres de ellas con bellas ilustraciones. La primera que cayó en mis manos es de Aguilar. Le faltan una página al principio (la portada) y una al final (parte del índice). Creo, no obstante, que es de 1957 y que las ilustraciones son de Rafael Álvarez Ortega. Alguien, cuyo recuerdo no conservo, lo compró en una librería de lance y me lo regaló. Fue mi encuentro con el libro. También tengo dos ediciones facsímiles: la de 1914 de La Lectura, con ilustraciones de Fernando Marco, y la de 1953, publicada en Francia por la Librairie des Editions Espagnoles, ilustrada por Bernardo Lobo. Y, por fin, una, digamos normal, concretamente la de Cátedra.
            ¿Debiera explicar qué es Platero y yo?, pregunto a Zalabardo. Temo que hacerlo sí fuese gesto petulante.  Por eso me limito solo a llamar la atención sobre la crítica social que recorre algunos capítulos: …Sólo que Judas, hoy, Platero, es el diputado, o la maestra, o el forense, o el recaudador, o el alcalde, o la comadrona; y cada hombre descarga su escopeta cobarde, hecho niño esta mañana de Sábado Santo, contra el que tiene su odio (viii, Judas). Nunca oí hablar más mal a un hombre ni remover con sus juramentos más alto el cielo. Es verdad que él sabe, sin duda, o al menos así lo dice en su misa de las cinco, dónde y cómo está allí cada cosa (xxiv, Don José, el cura). También hay denuncia de la violencia y crueldad de algunas costumbres: …los pobres gallos ingleses, dos monstruosas y agrias flores carmines, se despedazaban, cogiéndose los ojos, clavándose, en saltos iguales, los odios de los hombres, rajándose del todo con los espolones con limón… o con veneno. No hacían ruido alguno, ni veían, ni estaban allí siquiera… (lviii, Los gallos).
 
Dedicatoria autógrafa a su madre en la edición de 1914
          
Pero quizá sea mejor copiar uno de los múltiples fragmentos que a mí más me gustan: Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color… Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos… ¿Qué haré yo con tantas rosas?
            ¿Sabes tú, quizá, de dónde es esta blanda flora, que yo no sé de dónde es, que enternece, cada día el paisaje y lo deja dulcemente rosado, blanco y celeste —más rosas, más rosas—, como un cuadro de Fra Angélico, el que pintaba el cielo de rodillas? (x, ¡Ángelus!).

Platero, en el patio de la Casa-Museo. Moguer
            Zalabardo me sugiere que este puede ser un buen apunte para cerrar la Agenda por unos días, hasta pasadas las fiestas. Estoy de acuerdo y deseo, en nombre de los dos, nuestros mejores augurios para todos.



sábado, diciembre 06, 2014

PACIENCIA Y BARAJAR…



 
Naipes sobre el Quijote (H. Fournier)
          
Don Quijote, en la segunda parte de la novela, cuenta que, en su bajada a la cueva de Montesinos, el caballero Durandarte, hablando de que las grandes hazañas se guardan para los grandes hombres, dijo: Y cuando así no sea, paciencia y barajar. Poco después, uno de los que habían oído su relato, incrédulo ante la historia, repuso que al menos le había permitido entender la antigüedad de los naipes, que por lo menos ya se usaban en tiempos del emperador Carlomagno.
            Zalabardo y yo no acostumbramos a jugar mucho. Si acaso, algo al parchís y al tute, siendo la modalidad que más nos gusta de este la del llamado tute subastado. Y, cuando no le van bien las cosas, mi amigo acostumbra a decir eso de paciencia y barajar.
            Paciencia y barajar es una expresión antigua que, según el diccionario, se utiliza para ‘animar a alguien o a uno mismo a perseverar en un intento después de un fracaso’. Mas su origen es confuso, como confuso es el origen del juego de naipes o de la palabra barajar.
            Empecemos por naipe. O naipes, que en principio era la forma más comúnmente utilizada. Su procedencia es, ya digo, incierta, aunque el DRAE la hace derivar del catalán naíp, que a su vez la tomaría del árabe. Lo primero pudiera ser; lo segundo es negado por bastantes que sostienen que es un juego que tuvo sus inicios en Europa. De hecho, la primera vez que se menciona parece ser en el siglo xiv, en un texto en el que Alfonso xi de Castilla lo prohíbe expresamente a los caballeros.
            Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana (1611), da una explicación curiosa. Dice de naipes: libro desencuadernado en que se lee comúnmente en todos estados, que pudiera estar en el catálogo de los reprobados. Dijéronse naipes de la cifra primera que tuvieron, en la cual se encerraba el nombre del inventor. Era una N y P y de allí pareció llamarlos naipes. Pero las dichas letras decían Nicolao Pepín.
Naipes R. Fábrica de Macharaviaya (Málaga), fin. s. XVIII
            Sin embargo, hay un libro curiosísimo, anterior, de 1603, titulado El desengaño contra la ociosidad y los juegos, escrito por Francisco Luque Fajardo, clérigo de Sevilla, que nos orienta hacia otra dirección (sobre el origen del juego, que no de la palabra). Hablando del juego entre los romanos, afirma que entre ellos no se conocía entonces el naipe dañoso (ocupación de españoles holgazanes). Y añade que supuesto que son tan comunes los naipes, es mucha oscuridad [su origen] pues de ellos no he hallado [autor] moderno que haga memoria.
            Pese a tal aserto, a continuación inicia una larga, erudita ¿y contradictoria? exposición de sus estudios sobre el tema. Afirma, basándose en Herodoto, que el juego de naipes, o de hojas, lo inventaron los lidos, así llamados por su provincia, Lidia, región limítrofe con Anatolia. Y que los romanos lo llamaron ludus chartorum, cosa que explicaría la sinonimia entre naipe y carta. De hecho, Nebrija recoge en su Diccionario (1495) naipes como ludus chartorum. Sigue Luque Fajardo explicando que, en principio, los egipcios hacían estas hojas (que no naipes) de papiro; que después se hicieron de pergamino, como antes los babilonios las habían hecho de tablillas de barro. Por fin, mantiene que Platón atribuye su invención a Theuth, de donde, asegura, proviene la palabra tahúr. Las dos afirmaciones deben ponerse en duda, pues en Platón se lee que el dios egipcio Theuth inventó la escritura, el número, el cálculo, la geometría y la astronomía, aparte de los juegos de damas y dados, aunque nada dice de los naipes, y tahúr palabra de la que Corominas dice tener un origen incierto y el DRAE le asigna una procedencia armenia.
            Aun con esas prevenciones y ese galimatías, los capítulos seis y siete de este libro son una delicia, pues, para acabar, atribuye su introducción en nuestro país, del juego de naipes, a un tal Vilhan, del que dice ser francés y un pobre hombre que lo perdió todo en el juego.
            Y en Luque Fajardo es en quien primero hallo la frase con que titulo el apunte, pues, después de contar la historia de Vilhan, mantiene que los jugadores cuando más alcanzados de sufrimiento a causa de las pérdidas, dicen paciencia y barajar

Naipes sobre obras de Shakespeare. Museo Peterhof
            ¿Y qué pasa con baraja? También es de origen incierto. El DRAE dice que pudiera venir del portugués y Covarrubias opta por defender su origen hebreo. Y así dice que, en principio, la palabra significaba ‘pendencia’, ‘confusión’, ‘mezcla’ y barajar, ‘reñir’. En su favor aporta dos refranes: Cuando uno no quiere, dos no barajan y A cuentas viejas, barajas nuevas.
            Y sigue: Los que juegan a los naipes llaman baraja al número de ellos con que juegan por ser ocasión de contender unos contra otros, y al revolver unos naipes con otros llaman barajar.
            Como último dato (“¡No vayas a parecerte a Luque Fajardo!”, me dice Zalabardo), el Diccionario de autoridades, de 1770, recoge que baraja significa 1. ‘conjunto de cartas’ y 2. ant. ‘riña, contienda, reyerta’. Todavía hoy, el DRAE, en su acepción número 13 (¿no podía ser otra?) dice que barajar es ‘reñir, contender o altercar con otros’.
            Y tras esto, nos disponemos a jugarnos una cerveza, con su tapa correspondiente, a la carta mayor.