domingo, febrero 22, 2015

LAGARES EN LOS MONTES DE MÁLAGA



A lo lejos, Los Almendros y una bella vista de los Montes

            No hace aún medio siglo, los vinos de Málaga competían con cualesquiera otros del mundo. Pero, en 1877, la filoxera devastó la rica zona de los Montes y de la Axarquía. De un tiempo a esta parte, algunos tratan de recuperar cepas autóctonas y van apareciendo bodegas que producen un vino más que apreciable.
            Los Montes de Málaga están llenos de antiguos lagares que dan fe de la pasada grandeza. La inmensa mayoría, por no decir todos, no son sino tristes ruinas. ¿Cuántos lagares hay? Centenares. Una tupida red de senderos nos permite disfrutar de la belleza de la zona y hacernos una idea del pasado. Los hay largos y cortos. Algunos, de no más de cinco o seis kilómetros entre la ida y la vuelta. En algún caso se debe salvar una pendiente más dura, pero se sobrelleva. Entre enero y febrero, he estado andando por allí: Serranillos, El Paleto, Morales, Los Almendros, Santillana, Timoteo, San Antonio, Rute
            Dos me han resultado especialmente llamativos. Los Almendros (al que se accede con facilidad desde Cerrado de Calderón y que da nombre al Camino de los Almendrales, que discurre desde Olletas hasta la Venta El Mirador), por las coloristas pinturas que alguien ha dejado en sus paredes. También, no sé si la misma mano, en un muro del patio ha escrito: S. Mateo, 12, 4. Ignoro por qué. En casa, he buscado el texto: ¿Cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, los que no le era permitido comer, ni a él ni a los que con él iban, sino solo a los sacerdotes? Y el Lagar de Rute, que exige algo más de esfuerzo a la vuelta, porque puede que sea el caso de ruinas mejor conservadas en los Montes. Allí sigue parte de la maquinaria, como fantasmas que se resisten a desaparecer. Pero quizá unas fotos resulten más expresivas que mis palabras.
               En estos días, he tenido de todo: sol, frío, lluvia, nieve...

Sierra de los Camarolos y San Jorge nevadas

 












Nevando en el Puerto del León















Una capa de nubes cubre desde Los Alazores hasta La Maroma
¿Quién dejaría estas muestras en Los Almendros




Toda la zona de los Montes está plagada de viejos lagares
Chinchilla vigila orgulloso desde las alturas














Morales y, arriba al fondo, Timoteo














De El Paleto no quedan sino míseros despojos















Por fin, el que me ha parecido ejemplo más destacable de los lagares visitados: el Lagar-Molino de Rute
Lagar de Rute con La Maroma al fondo
Molino de aceituna y tolva alimentadora















Viga del molino















Y, como cierre, el esplendor de los almendros floridos


domingo, febrero 15, 2015

EL VALOR DE LOS MODELOS


Grabado para una edición de 1900 de las Fábulas de Iriarte

            Conocida es —hablo con Zalabardo— la insistencia con que me refiero a la responsabilidad que incumbe a las personas para quienes el lenguaje no es mero instrumento de relación con los demás, sino base de su actividad o profesión (profesores, locutores, periodistas, políticos…). De ahí nace mi defensa del principio de las tres C: corrección (respeto de las normas gramaticales, las estructuras gramaticales, la ortografía y la puntuación), claridad (procurar ser fácilmente comprendidos y evitar los términos equívocos) y concisión (brevedad, sencillez, rechazo de la acumulación excesiva).
            Alcanzar esas tres C exige no olvidar a cuantos, en un tiempo anterior al nuestro, lo han conseguido. Requiere sacrificio y esfuerzo. Y respeto a los modelos, las personas que pueden actuar como faros para las generaciones sucesivas. El modelo es muy valioso.

Antonio Machado
            Suelo con frecuencia citar tres nombres que para mí son referencia y guía en esta cuestión. El primero es don Manuel Alvar, profesor mío en Granada, que acostumbraba repetirnos, como futuros profesores de lengua, las palabras que encabezan esta Agenda: Si no podéis mejorar la lengua que habéis heredado, procurad, al menos, no empobrecerla. El segundo, Antonio Machado, que en el prólogo de 1917 a Soledades, escribía: Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice. Y el tercero, Juan Ramón Jiménez, a quienes unos cuantos palurdos, no se les puede llamar de otro modo, calificaban de “exquisito” en tono despreciativo. Nadie en nuestra lengua y nuestra literatura puede disputarle ser el caso más preclaro de dedicación y esfuerzo por conseguir un acendramiento expresivo. A ello dedicó toda su vida. No voy a excederme en ejemplos, pues están al alcance de quien quiera buscarlos. En 1916, iniciaba Eternidades con este poema: No sé con qué decirlo, / porque aún no está hecha / mi palabra, para, en el mismo libro, pedir: ¡Intelijencia, dame /  el nombre exacto de las cosas! Tras un largo caminar hacia la expresión justa, en 1949, en Dios deseado y deseante, convencido de haberse acercado al objetivo, exclamaba jubiloso: Todos los nombres que yo puse / al universo que por ti me recreaba yo, / se me están convirtiendo en uno y en un dios. / […] El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
            Pues bien, estos nombres, estos hombres, nunca repudiaron sus modelos. Me fijaré solo en Juan Ramón. En el volumen Ideolojía, que apareció en 1990, se recoge una nota inédita hasta entonces y que ahora vuelve a aparecer en la reciente publicación Vida; se refería así a ellos: ¿Qué, quién es lo, el que yo creía y creo que en España había llegado, en poesía y en literatura, a esa lengua suficientemente fuerte y delicada? Desde luego, sin duda, San Juan de la Cruz; Góngora sin duda también en la parte más musical y sensitiva de toda su májica obra. A veces, el Marqués de Santillana, Fray Luis de León, Garcilaso, Jorge Manrique. Un poco Bécquer; Rubén Darío en muchas ocasiones; Antonio Machado en sus silvas asonantadas de la primera época. Y, desde luego, lo popular. ¿Cabe una más explícita declaración de respeto hacia unos modelos? Modelos hay muchos; cada uno tiene los suyos y algunos son universales.
            Confieso a Zalabardo que, en ocasiones, he llegado a temer que sea obsesión mi creencia de que hoy no se respeta a los modelos (ni siquiera se los reconoce) y de que muchos hacen (hacemos) dejación de la responsabilidad que cito. Me consuela ver, no obstante, que no estoy solo en este denunciar que hablan y escriben (hablamos y escribimos) mal no solo profesores, periodistas, locutores de radio y televisión, políticos, sino que —¡oh, paradoja!— bastantes de los que se llaman a sí mismos escritores, han perdido el respeto a quienes deberían servir de modelos.
            César Antonio Molina, que fue ministro de Cultura y ahora dirige la Casa del Lector, decía en un artículo titulado La cultura y los perros: Hace unos pocos meses, participando en una feria del libro, contemplé con estupor cómo un perro ocupaba una caseta para también él firmar un libro. Evidentemente un perro no puede escribir libros, pero ya es habitual que algunos de quienes los firman no lo hayan hecho. […] No es lo mismo leer un buen libro escrito por un autor, que otro “escrito” por un perro, una señora de las páginas amarillas, un convicto de homicidio o  tantos otros personajes atrabiliarios e inejemplares, por muchos volúmenes que estos puedan vender.
            Sergio Amadoz, en un reportaje sobre la eficacia de la lectura para escribir bien, se hacía eco de diferentes juicios. José Manuel Blecua, exdirector de la Real Academia, mantenía que para escribir hay que ‘copiar’, idea refrendada por Luis Alberto de Cuenca, poeta y ensayista: un escritor se hace con la lectura porque el autor tiene que ser primero el eco de otros, hasta que sube un peldaño y encuentra su propia voz. O Juan Bonilla, novelista: Soy hijo de mis lecturas; si hubieran sido otras, habría sido otro escritor o no habría sido escritor.
            Álex Grijelmo, en una muestra reciente de su semanal columna, aludía a Confucio para avisarnos de que no se puede tomar a la ligera el acto de dar nombre a las cosas. Busco el ejemplar que tengo de los aforismos de este pensador chino, nacido el siglo VI a. C., y veo que la cita completa es así: Un hombre superior no habla si no sabe de qué habla. Cuando los nombres no son correctos, el discurso no es coherente. Cuando el discurso no es coherente, los asuntos no pueden hacerse adecuadamente. […] Así, el hombre superior usa los nombres solo cuando son coherentes en el discurso y sabe que lo que dice puede hacerse adecuadamente. El hombre superior no habla por hablar.
J. L. Borges
            ¿Cuántos, en nuestros días, hablan por hablar, sin que los acompañe la coherencia? ¿Podemos considerar modelo digno de seguir la lengua que oímos en no pocos programas de televisión o radio, en mítines políticos, la que leemos en bastantes periódicos? Y le pregunto a Zalabardo: Dentro de tan solo, digamos, diez años, el recuerdo de los ejemplos que cito, ¿resistirá la comparación con Jorge Luis Borges (por ejemplo), que nació hace más de un siglo, o con Homero, nacido hace más de 2800 años, modelos a los que sería un pecado olvidar?

domingo, febrero 08, 2015

¿QUÉ PALABRAS EVITAR? (SINONIMIA)



            Dejo claro de principio que el título que utilizo en esta entrada no es mío, sino tomado prestado de El libro del español correcto, publicado en 2012 por el Instituto Cervantes. Es uno de los epígrafes del capítulo 1, Escribir correctamente. Por supuesto que tal apartado no condena (ni yo) el empleo de ninguna palabra; se limita a aconsejar cuándo debe cuidarse el uso de algunas.
            Le digo a Zalabardo que la idea para este apunte me ha surgido de la lectura de Como la sombra que se va, la última novela de Antonio Muñoz Molina. ¿Seré yo admirador de Muñoz Molina? No voy a cometer la pedantería de afirmar que he leído cuanto ha escrito, lisa y sencillamente porque no es verdad, aunque conozca bastante de su producción. Y no voy a criticar la novela, primero porque aún no la he concluido y, segundo, porque me está gustando, aunque no sea la mejor de las suyas.
            Si la traigo aquí es porque me ha sorprendido la reiteración de la expresión mirar de soslayo. Tanto que, en algún momento, me he preguntado: ¿es que no hay otras formas de mirar ni otras palabras para decir lo mismo? Y aquí tiene su justificación, aclaro a Zalabardo, la referencia al libro del Instituto Cervantes.
 
www.e-faro.info
          
Sus autores recomiendan evitar las llamadas palabras machaconas, palabras pesadas, palabras cansinas, fórmulas insípidas, bichos raros y las palabras con poco tacto. No explicaré en qué consiste cada grupo. Quien lo desee puede acudir al libro citado y se enterará mejor. Me limitaré, si acaso, a un aspecto del primer grupo y empezaré por el ejemplo que la propia publicación ofrece. Se nos dice que en un escrito medianamente extenso sobre los libros es seguro que aparecerá varias veces la palabra libro, como es natural. ¿Cómo evitar que esta reiteración pueda llegar a convertirse en una palabra machacona, molesta?
            Entre los posibles recursos está, es el más adecuado, el del empleo de sinónimos (por ejemplo, volumen, tomo o ejemplar). Pero ha de saberse, se nos advierte, que el sinónimo exacto no existe, o se encuentra raramente. Siempre hay matices diferenciadores entre un término y otro: volumen designa ‘el cuerpo material de un libro encuadernado’ (un volumen puede contener más de un libro; por ejemplo, el volumen de las obras completas de Machado); tomo es ‘cada una de las partes en que se suele dividir una obra extensa para facilitar su manejo’ (por tanto, varios tomos forman un libro; por ejemplo, una enciclopedia en diez tomos); y ejemplar es ‘cada una de las copias de un mismo libro’ (por ejemplo, el ejemplar que me firmó el autor equis). También podrían emplearse obra, escrito, producto… El Diccionario de sinónimos y antónimos de Espasa-Calpe recoge también texto, manual, compendio y vademécum. Y cada uno tiene su parcela de uso.
Borracho (Diccionario de sinónimos Gredos)
            Que los sinónimos no son exactamente intercambiables, aunque se pueda muchas veces, no acepta discusión y lo vemos en los ejemplos siguientes: Samuel Gili Gaya, en su Diccionario de sinónimos, en la entrada insuficiencia, afirma que es incapacidad, ineptitud, ignorancia, incompetencia. Pero, a continuación, reproduce lo que ya escribió José March en su Pequeña colección de sinónimos de la lengua castellana (1834), obra que, lamentablemente, no he podido encontrar: Se designa por estas palabras la falta de la disposición necesaria para salir con lo que uno se propone, pero con esta diferencia: la insuficiencia viene del defecto de proporción entre los medios y el fin; la incapacidad es la privación de los medios; la ineptitud es la imposibilidad de adquirir ningún medio. Se puede muchas veces suplir la insuficiencia; a veces se puede enmendar la incapacidad; pero la ineptitud no tiene remedio. A los autores de estos diccionarios del siglo xix les gustaba extenderse en este tipo de explicaciones. José Joaquín de Mora, académico, de quien la RAE publicó su Colección de sinónimos de la lengua castellana (1855), escribe sobre cobarde, tímido y medroso: El cobarde no tiene valor; el tímido no tiene resolución; el medroso lo teme todo. El cobarde lo es por carácter y a veces por constitución física; el tímido, por educación, por hábito, por falta de trato; el medroso, por vicio de la imaginación, por superstición o por efecto de preocupaciones arraigadas. El que huye en la pelea es cobarde; el que cede fácilmente a la reconvención, al influjo o a consideraciones de poca importancia, es tímido; el que se asusta en la oscuridad, o se estremece al menor ruido, es medroso.
            Queda patente, digo a Zalabardo, que con los sinónimos no podemos actuar a la ligera y no siempre es posible usar uno por otro (a veces, lo viejo no es antiguo). Pero lo que yo señalaba sobre la novela de Muñoz Molina es diferente. El mejor escribano echa un borrón, sostiene el refrán, y nadie está libre de cometer estos deslices. Lo digo porque en el Diccionario de sinónimos y antónimos de Espasa-Calpe se nos indica que de soslayo es igual que oblicuamente, diagonal, transversal o sesgado, y que mirar de soslayo equivale a mirar de reojo, mirar con el rabillo del ojo, mirar disimuladamente o mirar sesgadamente. Y el Diccionario de sinónimos y antónimos de Editorial Gredos recoge para de soslayo las siguientes equivalencias: de lado, de perfil, de refilón, de sosquín y oblicuamente. O sea, que hay donde escoger. Por supuesto, tan nimio detalle no me hace menospreciar la novela. Es una excusa para hablar de los sinónimos.
            Confieso a Zalabardo que esta forma, de sosquín, no la había oído en mi vida. Así, este apunte será positivo al menos para mí, por la enseñanza que me proporciona.