sábado, noviembre 25, 2023

LOS DUEÑOS DE LAS PALABRAS (SOBRE NACIÓN Y PATRIA)

 

Así iniciaba Juan Ramón Jiménez, aún joven, Eternidades, de 1916: «No sé con qué decirlo / porque aún no está hecha / mi palabra». Pueden servir esos versos para expresar cuánto nos cuesta a veces decir lo que pensamos. Fórmulas recurrentes que empleamos son: «No sé cómo te lo diría…», «A ver cómo te lo digo…». No siempre encontramos la palabra precisa o la sentimos insuficiente para exteriorizar lo que nos bulle dentro.

        Es complicado delimitar el campo significativo de una palabra; no es fácil decir qué entendemos por palabra. Eso debería servir para contenerse y no arriesgarse a según qué juegos, para pensar el uso que hacemos de las palabras. No en vano los gramáticos vienen luchando, sin haber llegado aún a una meta válida, para encontrar una definición de lo que la palabra es.

        Una de las más tradicionales la describe como un elemento lingüístico compuesto por uno o varios fonemas dotado de un significado. Definición insuficiente porque, entre otras cosas, la realidad nos muestra que una palabra puede tener varios sentidos. El estructuralismo quiso solventar la cuestión proponiendo la oposición entre término y palabra; el término, propio de los lenguajes técnicos, designaría el empleo monosémico de una unidad léxica. La palabra aludiría a la unidad léxica esencialmente polisémica. Intento que tampoco prosperó, porque lo que más utilizamos en nuestra relación con los demás son palabras y no términos.

        Dejemos, pues, que sean los especialistas quienes resuelvan la cuestión. Me interesa denunciar cómo tantas veces, al apropiarnos de una palabra, la prostituimos. Porque las palabras, sus significados ―uno o múltiple― no son propiedad exclusiva de nadie, son de todos y nadie tiene derecho a imponerles un sentido único e interesado. Es Zalabardo quien me sugiere hablar de esto, porque mi amigo no es un personaje que asiente a cuanto digo, sin rechistar, o que se doblega sin resistencia a mi pensamiento como alguien ha insinuado. Zalabardo es, eso sí, prudente y educado.


    
    En una época de crispación desatada, en la que desde una tribuna del Congreso se llama hijo de puta al presidente de la nación, en que el presidente de un partido, despechado por no haber conseguido la investidura, lo llama mentiroso, en que el presidente de otro partido incita a la rebelión y al golpe de estado, vemos usar las palabras con enorme irresponsabilidad. Zalabardo, en cambio, guarda la compostura y la serenidad y es él quien me aconseja moderación cuando el cuerpo me pide decir palabras más gruesas. Mis palabras no son una defensa de Pedro Sánchez; ni a Zalabardo ni a mí nos gusta; pero pensamos que el ciudadano de a pie muestra su disconformidad en las urnas; y el político profesional, que habla en representación de los ciudadanos que lo han elegido, debe hacer valer sus ideas en el Parlamento con argumentos veraces y no en la calle con algaradas e insultos.

        Asistimos al bochornoso espectáculo de dejar volar libremente demasiados insultos y no el argumento, al reinado de la desmesura y no la razón. En eso pensaba al señalar la dificultad de hallar la palabra necesaria Y lo peor es que esa falta de comedimiento, esa propensión a la injuria, se disimula tras el empleo, prostituido, de palabras que merecen mayor respeto: nación y patria. Cuando tal cosa sucede, a Zalabardo y a mí se nos plantea la duda de si, al hacerlo, se sabe de qué se habla, si se hace a sabiendas o de forma ignorante.

        Sería un proceso largo de explicar e intentaré resumir. Nación, aunque pueda extrañar, proviene de una raíz indoeuropea gen-, ‘dar a luz’. De ahí procede gente, ‘tribu, pueblo’. Una forma sufijada *gna-sko- acaba en el latín nascor, germen del que salen tanto nacer como nación. Porque nación es el ‘lugar en que se ha nacido’. La evolución de su significado tampoco es fácil. Un artículo muy interesante y documentado de Andrés de Blas Guerrero y Pedro Carlos González Cuevas incluido en el Diccionario Político y Social del siglo XX Español nos puede orientar bastante. De ahí tomo que, en España, se han dado dos formas principales de entender qué sea una nación.

        Una interpretación, que podría llamarse «liberal», la entiende como una gran comunidad aglutinada en torno a la defensa de un orden de derechos y libertades. Es una interpretación política, fruto de la historia, que admite emergentes nacionalidades culturales que podrían hallar su encaje dentro de un «Estado integral». Otra interpretación, «conservadora», la entiende como la decantación de un largo pasado de raíz católica. España, defiende esta postura, nace con la conversión al catolicismo del rey visigodo Recaredo, se desarrolla a lo largo de la Reconquista y llega a su plenitud con los Reyes Católicos, que logran la unidad nacional y la evangelización de América.

        En la guerra civil, los sublevados monopolizaron la causa nacional retomando la tesis tradicional conservadora (aunque excluyendo el liberalismo y la Ilustración del XVIII). Negaron los hechos diferenciales, las pluralidades lingüísticas, o cualquier intento de descentralización del Estado. A la muerte de Franco, la democracia recupera la idea de que en la nación que llamamos España cabe el autogobierno de las regiones y que somos una «nación de naciones» o un «Estado plurinacional». La Constitución lo recogió así, aunque con la oposición de Alianza Popular, que se arrogó el papel de defensora de la «unidad de la patria».

 


       Y en esas estamos, porque quienes defienden un concepto centralista, unitario, de nación, se amparan en un viejo y manido concepto de patria, que, frente a lo que se pretende hacer creer, debería ser un concepto más fácil de entender. Patria deriva de la raíz pðter-, ‘padre’, y designa ‘lo relativo al padre’ aunque, de manera más amplia, pasa a designar ‘la tierra natal o adoptiva a la que se siente unido el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos’, noción que nos permite hablar de la patria chica para hacer mención del lugar en que hemos nacido. Eso debería convencernos de que puede haber una patria catalana, una patria asturiana, una patria motrileña…, sin que ninguna de ellas tenga que entrar en colisión con una patria española. Salvo que queramos abandonar el terreno de lo político, que acoge a todos, y adentrarnos en el más farragoso de los sentimientos religiosos, que apuntan más a lo personal.

        No estaría mal recordar las palabras de Cicerón en De natura deorum: «Non curat singulos homines. Non mirum: ne civitates quidem; non eas; ne nationes quidem et gentis», es decir, que Dios no se cuida de los individuos particulares, ni tampoco se cuida de las ciudades, ni tampoco de las naciones ni de los pueblos. También deberíamos recordar que Neruda decía que, a veces, las palabras se arrastran como serpientes. O que Blas de Otero pedía la palabra, sí, pero unida con la paz.

sábado, noviembre 18, 2023

¿PERO QUIÉN ES ZALABARDO?

 


La pregunta me la han planteado varias veces: ¿Pero, quién es Zalabardo? A veces ha sido una variante: ¿Quién se esconde tras Zalabardo? Comienzo aclarando que Zalabardo es un personaje de ficción. Ni seudónimo ni heterónimo. El seudónimo es un nombre supuesto tras el que se esconde una persona real. Cecilia Böhl de Faber escribió bajo el nombre de Fernán Caballero, seudónimo. El heterónimo es algo más; a ese nombre supuesto se le añade, además, una identidad y una biografía e incluso se le atribuyen obras. Un caso claro: Juan de Mairena, heterónimo famoso del que se valió Antonio Machado. Zalabardo no es ni una cosa ni otra; es un personaje ficticio al que, con el tiempo, he convertido en mi amigo y, no pocas veces, confidente.

            En el apunte anterior me comprometí a desvelar quién es y cómo apareció en mi vida. ¿Qué sentido tendría dilatar la cuestión si lo puedo hacer hoy mismo? Vamos a situarnos en un tiempo y un espacio. 1975 es fecha fácil de recordar: muere Franco y en España se inicia una nueva era. En 1977 fue legalizado el Partido Comunista y en 1978 fue aprobada, en referéndum, la Constitución. Es decir, vivíamos los primeros y esperanzadores pasos de la Transición. Ese mismo año, 1978, se creó el Instituto Nacional de Bachillerato Mixto nº 3, en la Barriada Nueva Málaga. Con el tiempo, ese largo nombre terminaría siendo IES Pablo Picasso.

            Pusimos en marcha ese instituto un grupo de profesores nuevos, que no novatos, pues casi todos teníamos amplia experiencia docente. Todos con inquietudes, con deseos de renovar el campo de la enseñanza, de aplicar reformas pedagógicas. También coincidieron allí ideologías bastante diversas. Y aunque había acuerdo en las ganas de trabajar, con frecuencia surgían roces debidos al modo distinto de enfocar cada asunto. En los ambientes educativos de Málaga se extendió la idea de que el Picasso era un «instituto conflictivo». Yo no diría tanto. El paso del tiempo me ha hecho ver que, pese a la diversidad ideológica, a todos nos empujaba el deseo de defensa de la libertad y de fortalecimiento de un espíritu renovador. Emulando a Calderón, podría decirse de nuestra actuación que «errar lo menos no importa si acertó lo principal». Por eso, a nosotros nos gustaba más hablar del «espíritu del Picasso».


           Me digo a veces que tal vez la existencia de esos roces es lo que me sugirió la idea, era ya 1996 y el instituto había alcanzado su madurez, de hacer algo que ayudara a una mejor convivencia entre los profesores. Opté, aprovechando la celebración de la Semana Cultural, por escribir un cuento del que dejé copias en la Sala de Profesores: ¿Quién mató a Matías Zalabardo? (relato-concurso).

            ¿Qué tenía aquel breve relato? Su trama: tras la vuelta de vacaciones de Navidad, en un aula aparece el cadáver de un alumno identificado como Zalabardo, a quien, no obstante, nadie conocía; ni siquiera en los registros de Secretaría existía documentación acreditativa de que estuviese matriculado. A esto se unía que, en mi intención de atraer la atención, los personajes de la historia fuésemos los profesores que componíamos el claustro, presentados con nuestras manías, nuestras virtudes y nuestros defectos, aunque siempre en un tono humorístico. Un segundo factor clave era que el difunto Zalabardo había dejado, escritas con su propia sangre en el suelo, unas pistas que delataban a su asesino; pero estas pistas, según se interpretaran, podían conducir a muchos de nosotros. Y, por fin, me pareció fundamental que en el relato no se desvelara el final. Eso me permitía invitar a mis compañeros a resolver el enigma de aquella muerte.

            ¿Por qué el nombre de Zalabardo? Pura casualidad. Era un apellido raro, pero sonoro y llamativo, que, curiosamente, aparecía en un elegante rótulo azul con letras blancas ―Inmobiliaria Zalabardo― sobre un local en la esquina entre las calles Martínez Maldonado e Ingeniero de la Torre Acosta, por donde yo pasaba cada día. ¿Y por qué no llamar así a mi personaje? Me gustó, además, que el posible origen de ese apellido fuese un término marinero, ya que salabardo significa «arte de pesca consistente en un bolso de red sujeto a una armadura con mango, que se emplea para extraer la pesca de las redes grandes», una red que nos recogiera a todos.

 


           La historia caló entre los profesores más de lo que yo pudiese esperar. Hubo interés en tratar de adivinar quien de ellos podría haber sido el asesino e incluso entre algunos había temor a ser el «malo» de la historia. Como se aproximaba la jubilación de un profesor de Física, Pepe Melero (febrero de 1996), le dediqué el cuento y esperé al acto de despedida para desvelar el misterio. A la vista de la buena acogida, y creyendo que Zalabardo podía ser un elemento integrador, no tardé mucho en «resucitar» al personaje y, en mayo, escribí El regreso de Matías Zalabardo. ¿Importaba mucho que en el relato inicial ya apareciera muerto? Los lectores aceptan las licencias de ese tipo con toda naturalidad. El curso 1998-99 volví a la carga con ¡Maldición, otra vez Zalabardo! Y, aprovechando el 25 aniversario de la creación del instituto, en el 2003 escribí Que veinte años no es nada (¿Qué decir entonces de veinticinco?). Apuntes para unas memorias de Matías Zalabardo. Incluso el propio instituto hizo una publicación, Todo Zalabardo, que recogía las diferentes historias.

            Pero se recuerda en el Quijote la máxima de Hipócrates, «toda hartazga es mala», y ahí se cerró el ciclo. No obstante, llegó 2006, se habían impuesto los ordenadores y apareció la moda de los blogs. También yo me sentí atraído por esa tendencia, me abrí una cuenta y di comienzo al mío. Si Alonso Quijano anduvo ocupado ocho días hasta ponerse como nombre don Quijote, no sé cuánto estuve dándole vueltas al caletre para ver qué nombre elegir. Hasta que me pareció buena idea recuperar al buen Zalabardo. De personaje literario lo transformé en apócrifo amigo y acompañante leal. La atribuí ser dueño de una agenda que no utilizaba y que había puesto a mi disposición para que en ella escribiese lo que me pareciera. Así nació La Agenda de Zalabardo.

            Entre el cuento inicial y la posterior Agenda, el personaje Zalabardo vivió, y yo con él, bastantes vicisitudes. Tantas, que llevo años empeñado en escribir su historia en forma de novela. ¿Su título provisional?: El extraño, inquietante e inverosímil caso Zalabardo. Dedico un tiempo a ella, la dejo reposar y más tarde continúo. La verdad es que no tengo prisas por terminarla.

            Y esta es la historia de mi Zalabardo. En el próximo apunte retomaremos la línea habitual.

sábado, noviembre 11, 2023

EL LIBRO DE VISITAS DE ZALABARDO

 

Un libro de visitas es eso, un libro con las páginas en blanco ―en estos tiempos el soporte puede ser otro, electrónico― que encontramos en ciertos lugares y acontecimientos de tipo público ―museos, restaurantes, instituciones, bodas, funerales…― para que quien lo desee deje expuesto cuanto le parezca oportuno. En las páginas webs y en los blogs, por ejemplo, la función de ese libro la ocupa el espacio que se deja para comentarios de los visitantes.

            Cuando tras el verano reanudé estos encuentros semanales que Zalabardo y yo mantenemos con los lectores, confesé que, hasta ese momento, había atendido poco los comentarios que se hacían a nuestros apuntes. La comunicación pretendida era, por tanto, incompleta. Y asumí la culpa de esta descortesía porque, aunque la Agenda sea propiedad de Zalabardo, soy yo el responsable de lo que en ella aparezca. Prometí, entonces, que, periódicamente, respondería a lo que se me dijese en el espacio para comentarios, es decir, en el libro de visitas, pues no hay mayor muestra de desagradecimiento que la de no atender a quienes a ti se dirigen.

            El apunte de hoy va sobre eso. No siempre citaré el nombre de quienes han dejado su comentario, porque no me ha sido revelado. En ese caso, por defecto, el sistema lo adjudica a Desconocida, que interpreto como «persona o procedencia desconocida», aunque a veces haya rasgos que permiten reconocer en ellos la voz de una mujer o de un hombre.

            Por una razón de curiosidad y asombro, le digo a Zalabardo, deseo comenzar mencionando un comentario hecho el pasado 1 de julio por una persona sin identificar que habla de un apunte publicado en los albores de esta Agenda, allá en 2006. Me asombra que, pasados 17 años, aún rebrote y sea leído alguno de aquellos escritos primerizos. Se limita esta persona a comunicarme que, en su niñez, oía a su padre utilizar la frase que yo comentaba en el apunte, ¡Sardina al pie de la torre! Si la lectura del apunte le sirvió a esta persona para recordar a su padre, me doy por satisfecho.

            Hay seguidores fieles que no necesitan hacer comentarios. Es un placer para mí que nos lea Eulalia Pedrinaci, la estimada Lali, compañera en la Universidad de Granada; Mario Pavón, que fue, alumno mío; Salvador Cortés, que suele compartir, como Mario, lo que publico, Juan Manuel Verdugo… Muchas personas. Gracias a todos. De agradecer son el seguimiento y los frecuentes comentarios de Carlos Ipiéns, entrañable y querido amigo; los de Víctor M. Pérez Benítez desde su blog Siroco. Encuentros y amistad; los de un «desconocido» ―entrecomillo porque creo saber quién es― que me decía el pasado 3 de noviembre haber estudiado la tradición de la Ureña en Cuevas de San Marcos, los de Jorge W. Álvarez. Felices nos sentimos por haber alegrado a Mar, que el 11 de septiembre iniciaba su comentario del apunte Por la peana se adora al santo con unas risas.

            Y especialmente agradecido debo sentirme hacia Daniel M., que el 30 de octubre se dirigió a mí por Venimos de la guerra con unos elogios que no creo merecer. Me abruma. Sinceramente le digo que ya me gustaría a mí parecerme a ciertos articulistas. Soy seguidor de muchos columnistas y he admirado a muchos ya difuntos ―Eduardo Haro-Tecglen, Vázquez Montalbán, Paco Umbral, Antonio Gala, Javier Marías― como admiro a otros felizmente vivos ―Manolo Vicent, Maruja Torres, Lola Pons, Javier Cercas, Muñoz-Molina, Irene Vallejo, Juan José Millás, Rosa Montero, Manuel Jabois…―con quienes jamás osaría compararme.


           Sin embargo, quiero recordar lo que una vez me dijo un amigo, lamentablemente desaparecido, Pablo Cantos: que no hay que abusar de la captatio benevolentiae, aquel tópico literario por el que se rebajan los méritos propios para ganarse el favor del público. A este respecto, recuerdo también el episodio que Antonio Machado incluye en Juan de Mairena en que al escuchar el profesor apócrifo a uno de sus alumnos comenzar una exposición así: «Señores, nadie menos autorizado que yo para dirigiros la palabra: mi ingenio es nulo; mi ignorancia, casi enciclopédica…», lo interrumpió de esta manera: «No se achique usted tanto, señor Rodríguez. Agrada la modestia, pero no el propio menosprecio». Quiero decir con esto que hay ocasiones en que quedo bastante contento con los textos que publico, contento del que participa Zalabardo, mi amigo y confidente. Por citar solo algún ejemplo, me siento orgulloso de que Álex Grijelmo, autor del Libro de Estilo de El País y columnista de dicho periódico, en uno de sus artículos de la serie En la punta de la lengua, citara en términos muy positivos La Agenda de Zalabardo y calificara de muy acertado el apunte en que analizábamos la muy extendida confusión entre lo que es un «comité de expertos» y lo que sea un «comité de sabios». Y cómo no voy a sentirme orgulloso de que en el instituto en que me jubilé hace ya quince años ―el IES Pablo Picasso―, una profesora, Elena Picón, propusiera a sus alumnos como material de trabajo El orgullo de ser un país plurilingüe, un apunte publicado en la Agenda el pasado 23 de setiembre.

            Pero mi alegría no se queda en eso. Dejo para el final el comentario más entrañable que he recibido en mucho tiempo. El día 13 de octubre pasado, una mujer que no da su nombre declara ser hija de Rafael Zalabardo, funcionario del Estado y que son seis hermanos, todos residentes en Málaga. Me cuenta más cosas familiares. Pero me interesa destacar que le produce alegría ver en este blog ese apellido suyo, del que se siente ufana por su rareza y escasez. Su caso no es único. Ya hace años, recibí un cometario de un tal José Zalabardo, residente en una ciudad inglesa, que me preguntaba la razón de haber elegido este nombre. Si ambas personas me siguen leyendo, prometo contar toda la historia. Ahora me limito a decir que, en Málaga, en la esquina entre la calle Martínez Maldonado e Ingeniero De la Torre Acosta, en la zona de Las Chapas, había una Inmobiliaria Zalabardo. De ahí lo tomé yo, pero a eso siguieron otros acontecimientos.



            Porque es verdad que Zalabardo es un apellido raro. En España, según datos del Instituto Nacional de Estadística, son 106 personas quienes lo tienen como primer apellido y 100 como segundo; total, 206 Zalabardos. Aunque ya antes creo haber contado algo, no me importará repetir, en el apunte próximo, esta curiosa historia.

            Y a todos, Zalabardos o no, muchísimas gracias por seguirme.

viernes, noviembre 03, 2023

LA UREÑA Y OTRAS TRADICIONES PERDIDAS

 

Costumbres y tradiciones de hondo arraigo las hay dondequiera que vayamos. Las que tienen que ver con la muerte, quizá porque esta no deja de ser algo tan incomprensible para los humanos que nos cuesta no pensar en ella, se encuentran entre las más generalizadas. El día de Todos los Santos y el día de los Difuntos son fechas en que, paradójicamente, lamentamos y celebramos la muerte al mismo tiempo. Y es una de las fuentes más universales de tradiciones.

            Entre las más sonadas, en los últimos tiempos se ha implantado Halloween, si bien con un sentido alejado bastante del primitivo religioso. Le digo a Zalabardo que el Halloween de otro tiempo (‘víspera de Todos los Santos’), posible cristianización de la fiesta celta de Samhain, que tenía un carácter más pagano, ha ido perdiendo sus connotaciones religiosas hasta quedar convertido en fiesta totalmente profana.


            Los tiempos cambian y las costumbres también. Hasta las «tradiciones de toda la vida» dejan de ser intocables. Pero no hay que escandalizarse por ello. Sin embargo, le digo a mi amigo, lo que a mí sí me hace reflexionar es que no siempre estos cambios se produzcan de modo natural, sino impulsados por razones económicas y comerciales. Eso provoca, pienso, que, en no pocas ocasiones, una tradición exótica desplace a otra de sabor autóctono. No digo que haya que ir contra lo nuevo; lo que pretendo decir es que no hay por qué arrinconar lo antiguo si, en el fondo, viene a ser casi lo mismo que la novedad impuesta.

            El día 1 de noviembre lo pasé en Casabermeja, disfrutando de lo que allí llaman Fiesta de la Laureña. No es fiesta única, ya que en muchos pueblos de la comarca de Antequera (Fuente de Piedra, Cuevas Bajas, Algaidas, Villanueva del Rosario…) se recuerda y hay quienes se esfuerzan por recuperar la antigua tradición de la Ureña (ese es su nombre más correcto), que por toda esta zona se mantenía desde mucho antes de que entre nosotros se supiera nada del halloween actual. De esto saben bastante, porque lo han vivido y han escrito sobre ello, mis buenos amigos Juan Benítez, de Cuevas de San Marcos, aunque residente en Antequera, Paco Álvarez Curiel, de Villanueva del Rosario o Luis Lozano, de Casabermeja.


            En la Ureña, sigo contándole a Zalabardo, se reconocen muchos elementos presentes en Halloween como la fecha (víspera de Todos los Santos) o la importante participación de los niños, que, disfrazados o no (en Villanueva del Rosario son los maramantas), recorren las casas solicitando golosinas mediante un rito concreto ―en una es el «truco o trato» y en la otra «la ureña». Las diferencias, aparte de las marcadas por la sociedad de procedencia, son que en Halloween se piden golosinas y en la Ureña alimentos propios de la estación.

            En esencia, la Ureña consiste en lo siguiente. Los monaguillos, que habían de pasar la noche de la festividad de Todos los Santos, así como ese mismo día, tocando las campanas ―doblando por los difuntos― eran recompensados con algo que los ayudase a sobrellevar la tarea. Ese algo que se les daba, la Ureña, no eran golosinas, sino productos alimenticios propios de ese tiempo de otoño: membrillos, batatas cocidas, castañas, dulces típicos de esos días, morcilla o chorizo de la matanza…


            Hoy ya no hay monaguillos y son todos los niños quienes participan en la fiesta. En su recorrido en petición de la UreñaJuan Benítez y Paco Álvarez Curiel coinciden en este punto con leves matices― los niños interpretaban cancioncillas cuya primera parte recogía la petición: «Ureña, Ureña, / vamos por leña. / ¿Hay Ureña?». Si su petición era atendida, se respondía: «En esta buena casa, / a la gloria vayan, vayan. / Las ventanas son de hierro / y las puertas de madera». Si, por el contrario, no se les daba nada, se cantaba: «En esta mala casa, / al infierno vayan, vayan. / Las ventanas son de alambre / y las puertas de cartón». De un pueblo a otro, estas canciones pueden variar. No estoy seguro de si es en Fuente de Piedra donde, en plan de broma, hay quien contesta a la petición: «Coge el borriquillo / y ve por leña», aunque en realidad accedan luego al regalo. En Casabermeja, donde pase ayer el día de Todos los Santos, la canción comienza: «Ureña, Ureña, / ¿Me da la Ureña?». En caso afirmativo, se responde: «En casa de buena larga / cuando alguien falte al cielo vaya»; y en el caso negativo: «En casa de mala larga /cuando alguien falte, al infierno vaya».


           Que la Ureña es una tradición de siglos lo explica lo siguiente. A mí me extrañó siempre su nombre, Ureña, que mi amigo Álvarez Curiel aclara con un argumento que tiene muchos visos de verosimilitud. Toda esta comarca dependía de la castellana familia Téllez, a la que Enrique IV concedió el Condado de Ureña ―y a uno de sus miembros, Juan Téllez-Girón, Felipe II otorgó el Ducado de Osuna. Este aguinaldo, en origen, lo darían los señores, aunque, pasado el tiempo y generalizada la costumbre, se continuara utilizando el nombre de Ureña.

            ¿Y cómo es la fiesta en Casabermeja? Intentaré explicársela a Zalabardo y a cuantos me lean de la manera más clara posible. Todo el festejo se desarrolla entre la iglesia y la ermita de San Sebastián, patrón del pueblo, que se encuentra en el interior del cementerio. A media mañana, los niños se reúnen en la iglesia para vestir los trajes de monaguillos o los que la Hermandad del Santísimo Sacramento tiene preparados al efecto. Luego, bajan por la calle de San Sebastián hacia la ermita. Allí se encomiendan al santo y le hacen una ofrenda colocando cada niño una vela a los pies del altar. Tras esto, salen ya a la calle a pedir la Ureña por las casas.


           Luego está la sesión de la tarde, donde la petición de ureña cede paso a otros actos culturales. Una vez iluminada toda la calle de San Sebastián con velas, se inicia una visita nocturna, guiada, por el cementerio, Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural. Es uno de los más bellos cementerios de España y Luis se encargó de servirnos de experto guía e informarnos sobre toda la historia, estructura arquitectónica, mitos y leyendas del lugar. A esa visita siguió un recital músico-poético ―cada año se homenajea a un escritor― que estuvo dedicado en su presente edición a Rosalía de Castro. Todas las lecturas fueron hechas por habitantes del pueblo.

            Y, por fin, el Ayuntamiento ofrecía su propia Ureña a todos los participantes y visitantes de la localidad: chocolate y magdalenas con que combatir el frío de la noche. Que este año no ha sido tanto, pero que en estas fechas es ya lo que procede.