sábado, noviembre 11, 2023

EL LIBRO DE VISITAS DE ZALABARDO

 

Un libro de visitas es eso, un libro con las páginas en blanco ―en estos tiempos el soporte puede ser otro, electrónico― que encontramos en ciertos lugares y acontecimientos de tipo público ―museos, restaurantes, instituciones, bodas, funerales…― para que quien lo desee deje expuesto cuanto le parezca oportuno. En las páginas webs y en los blogs, por ejemplo, la función de ese libro la ocupa el espacio que se deja para comentarios de los visitantes.

            Cuando tras el verano reanudé estos encuentros semanales que Zalabardo y yo mantenemos con los lectores, confesé que, hasta ese momento, había atendido poco los comentarios que se hacían a nuestros apuntes. La comunicación pretendida era, por tanto, incompleta. Y asumí la culpa de esta descortesía porque, aunque la Agenda sea propiedad de Zalabardo, soy yo el responsable de lo que en ella aparezca. Prometí, entonces, que, periódicamente, respondería a lo que se me dijese en el espacio para comentarios, es decir, en el libro de visitas, pues no hay mayor muestra de desagradecimiento que la de no atender a quienes a ti se dirigen.

            El apunte de hoy va sobre eso. No siempre citaré el nombre de quienes han dejado su comentario, porque no me ha sido revelado. En ese caso, por defecto, el sistema lo adjudica a Desconocida, que interpreto como «persona o procedencia desconocida», aunque a veces haya rasgos que permiten reconocer en ellos la voz de una mujer o de un hombre.

            Por una razón de curiosidad y asombro, le digo a Zalabardo, deseo comenzar mencionando un comentario hecho el pasado 1 de julio por una persona sin identificar que habla de un apunte publicado en los albores de esta Agenda, allá en 2006. Me asombra que, pasados 17 años, aún rebrote y sea leído alguno de aquellos escritos primerizos. Se limita esta persona a comunicarme que, en su niñez, oía a su padre utilizar la frase que yo comentaba en el apunte, ¡Sardina al pie de la torre! Si la lectura del apunte le sirvió a esta persona para recordar a su padre, me doy por satisfecho.

            Hay seguidores fieles que no necesitan hacer comentarios. Es un placer para mí que nos lea Eulalia Pedrinaci, la estimada Lali, compañera en la Universidad de Granada; Mario Pavón, que fue, alumno mío; Salvador Cortés, que suele compartir, como Mario, lo que publico, Juan Manuel Verdugo… Muchas personas. Gracias a todos. De agradecer son el seguimiento y los frecuentes comentarios de Carlos Ipiéns, entrañable y querido amigo; los de Víctor M. Pérez Benítez desde su blog Siroco. Encuentros y amistad; los de un «desconocido» ―entrecomillo porque creo saber quién es― que me decía el pasado 3 de noviembre haber estudiado la tradición de la Ureña en Cuevas de San Marcos, los de Jorge W. Álvarez. Felices nos sentimos por haber alegrado a Mar, que el 11 de septiembre iniciaba su comentario del apunte Por la peana se adora al santo con unas risas.

            Y especialmente agradecido debo sentirme hacia Daniel M., que el 30 de octubre se dirigió a mí por Venimos de la guerra con unos elogios que no creo merecer. Me abruma. Sinceramente le digo que ya me gustaría a mí parecerme a ciertos articulistas. Soy seguidor de muchos columnistas y he admirado a muchos ya difuntos ―Eduardo Haro-Tecglen, Vázquez Montalbán, Paco Umbral, Antonio Gala, Javier Marías― como admiro a otros felizmente vivos ―Manolo Vicent, Maruja Torres, Lola Pons, Javier Cercas, Muñoz-Molina, Irene Vallejo, Juan José Millás, Rosa Montero, Manuel Jabois…―con quienes jamás osaría compararme.


           Sin embargo, quiero recordar lo que una vez me dijo un amigo, lamentablemente desaparecido, Pablo Cantos: que no hay que abusar de la captatio benevolentiae, aquel tópico literario por el que se rebajan los méritos propios para ganarse el favor del público. A este respecto, recuerdo también el episodio que Antonio Machado incluye en Juan de Mairena en que al escuchar el profesor apócrifo a uno de sus alumnos comenzar una exposición así: «Señores, nadie menos autorizado que yo para dirigiros la palabra: mi ingenio es nulo; mi ignorancia, casi enciclopédica…», lo interrumpió de esta manera: «No se achique usted tanto, señor Rodríguez. Agrada la modestia, pero no el propio menosprecio». Quiero decir con esto que hay ocasiones en que quedo bastante contento con los textos que publico, contento del que participa Zalabardo, mi amigo y confidente. Por citar solo algún ejemplo, me siento orgulloso de que Álex Grijelmo, autor del Libro de Estilo de El País y columnista de dicho periódico, en uno de sus artículos de la serie En la punta de la lengua, citara en términos muy positivos La Agenda de Zalabardo y calificara de muy acertado el apunte en que analizábamos la muy extendida confusión entre lo que es un «comité de expertos» y lo que sea un «comité de sabios». Y cómo no voy a sentirme orgulloso de que en el instituto en que me jubilé hace ya quince años ―el IES Pablo Picasso―, una profesora, Elena Picón, propusiera a sus alumnos como material de trabajo El orgullo de ser un país plurilingüe, un apunte publicado en la Agenda el pasado 23 de setiembre.

            Pero mi alegría no se queda en eso. Dejo para el final el comentario más entrañable que he recibido en mucho tiempo. El día 13 de octubre pasado, una mujer que no da su nombre declara ser hija de Rafael Zalabardo, funcionario del Estado y que son seis hermanos, todos residentes en Málaga. Me cuenta más cosas familiares. Pero me interesa destacar que le produce alegría ver en este blog ese apellido suyo, del que se siente ufana por su rareza y escasez. Su caso no es único. Ya hace años, recibí un cometario de un tal José Zalabardo, residente en una ciudad inglesa, que me preguntaba la razón de haber elegido este nombre. Si ambas personas me siguen leyendo, prometo contar toda la historia. Ahora me limito a decir que, en Málaga, en la esquina entre la calle Martínez Maldonado e Ingeniero De la Torre Acosta, en la zona de Las Chapas, había una Inmobiliaria Zalabardo. De ahí lo tomé yo, pero a eso siguieron otros acontecimientos.



            Porque es verdad que Zalabardo es un apellido raro. En España, según datos del Instituto Nacional de Estadística, son 106 personas quienes lo tienen como primer apellido y 100 como segundo; total, 206 Zalabardos. Aunque ya antes creo haber contado algo, no me importará repetir, en el apunte próximo, esta curiosa historia.

            Y a todos, Zalabardos o no, muchísimas gracias por seguirme.

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