viernes, septiembre 28, 2007


NACE UN PERIÓDICO
El pasado miércoles, día 26, un nuevo periódico hizo su aparición en los quioscos. Público, que ese es su título, viene a sumarse a la diaria oferta que se pone a nuestra disposición. Zalabardo dice que este nacimiento es un soplo de aire fresco. Esta mañana, yo mismo trataba de inculcar en la mente de mis alumnos de Medios de Comunicación la idea de que la información es lo que de verdad nos hace libres, porque solamente estando informados, bien informados, seremos capaces de optar por aquello que más nos conviene. Nunca por mucha información que haya debemos considerarnos hartos.
Le recuerdo a Zalabardo que nosotros, dada nuestra edad, hemos visto aparecer, y desaparecer, muchos periódicos. Lo segundo es siempre algo difícil de sobrellevar, especialmente en determinadas circunstancias. Muchos de vosotros no os acordaréis ya del diario Madrid. Se había fundado este en 1939 y sobrevivió hasta 1971. Hacia 1966 logró reunir un grupo de buenos periodistas en torno a la dirección de Antonio Fontán y se convirtió en un claro referente de las aspiraciones aperturistas que despuntaban en los últimos años de la dictadura. Eso le granjeó la inquina del Gobierno, que lo atosigó con suspensiones hasta que, al fin, con la excusa de que pasaba por dificultades económicas, consiguió forzar su cierre definitivo. La voladura del edificio de su sede, en 1972, supuso una fuerte herida a la libertad de expresión y al derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz. Otro cierre sentido, en 1980, fue el de Informaciones, que había abierto en España el camino hacia una nueva forma de hacer periodismo de investigación.
Público, que nos ofrece sus páginas desde el pasado miércoles, lo hace con una declaración de intenciones digna de ser bien recibida. Uno de sus editores declara que el nuevo periódico es "progresista, popular, de izquierda, demócrata radical, pluralista, crítico, pero respetuoso." Y en el cuadernillo especial que el primer número incluía se exponía que su compromiso "es con los lectores, no con gobiernos, ni partidos ni grupos de poder" y que pretende "ser reflejo de un periodismo independiente" que aspira a contribuir a conseguir "una sociedad más justa, abierta, equitativa, solidaria y libre."
No es poco prometer. El tiempo, que rige todas las cosas, acabará por ponerlo en su debido sitio. Mientras tanto, vale la pena que le demos la bienvenida y le hagamos un lugar entre nuestras lecturas. Que se gane nuestra confianza es ya harina de otro costal. Demos tiempo al tiempo.

jueves, septiembre 27, 2007


TOPE GUAY
Todos los que de forma regular, o solo a salto de mata, sigan (no me atrevo a decir aguanten) la lectura de esta agenda, sabrán que Zalabardo y yo somos respetuosos con la norma ma non troppo. Quiero decir que defendemos cualquier cambio, alteración o modificación del sistema siempre que ello entre dentro de la lógica y no chirríe demasiado ante nuestra conciencia lingüística. Por otra parte, la norma es ya de por sí bastante flexible y no nos impone un tránsito constreñido en exceso a unos determinados usos.
Valga por caso el superlativo. ¡Mira que hay maneras de formarlo en nuestra lengua, desde los giros más informales a los más cultos y casi reservados a unos cuantos! El sistema más simple es la anteposición del artículo a la forma comparativa, el más grande, que se puede incluso reforzar con un partitivo, el más grande de todos. Pero podemos utilizar las formas llamadas orgánicas o con sufijo -ísimo o -érrimo; por cierto, que estas últimas formas, de las que hay tan solo once en nuestra lengua, podrían muy bien sustituirse, en algunos casos, por las más comunes terminadas en -ísimo (celebrísimo, asperísimo, integrísimo, negrísimo, pobrísimo, podrían usarse en lugar de celebérrimo, aspérrimo, integérrimo, nigérrimo o paupérrimo). Hay cuatro casos en que no veo muy claro lo anterior (¿podrían ser preferibles miserísimo, salubrísimo, pulcrísimo y librísimo a misérrimo, salubérrimo, pulquérrimo o libérrimo?). Y nos quedarían solo dos formas en las que el cambio lo veo difícil por no existir en castellano el correspondiente adjetivo en grado positivo (acérrimo, 'muy fuerte, vigoroso o tenaz', y ubérrimo, 'muy abundante y fértil').
Y si alguien pensara, después de lo último expuesto, que esto del superlativo es muy complicado, aún tiene otros modos de formación en su mano: puede hacer uso de una forma perifrástica con muy, muy grande; se puede servir del adjetivo en plural pospuesto al singular y uniendo ambos con de, el grande de los grandes; son válidos los prefijos re-, requete-, rete- o super-, regrande, requetegrande, retegrande o supergrande; o podemos echar mano de la locución adverbial por demás, grande por demás. Estoy seguro de que todavía quedan soluciones válidas para el superlativo.
Y siendo esto así, como se ha explicado más arriba, ¿es necesario soportar cursiladas del tipo hipergrande o megacansado o los pobrísimos (paupérrimos) tope guay, donde tope se convierte en la marca del superlativo y el guay sustituye a cualquier adjetivo ponderativo que no acertamos a encontrar? O el no menos pobre de to (todo) empleado cada día más nuestros jóvenes, he visto una peli to chula.
A esto nos referimos Zalabardo y yo en el primer párrafo. No se trata de que hablemos como unos remilgados puristas; solo es cuestión de actuar con naturalidad, valiéndonos en cada situación del más adecuado recurso de cuantos nos ofrece la lengua. Zalabardo dice que algunas veces fallaremos (¿y qué?), pero que las más de las veces acertaremos.

miércoles, septiembre 26, 2007


AHMADINEYAD
Con motivo de su estancia en Nueva York para asistir a la asamblea general de Naciones Unidas, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, fue invitado por la universidad de Columbia a dar una charla en la que pudiese defender su régimen. El presidente de dicha universidad, Lee Bollinger, lo presentó, según leo, con estas palabras: "Usted tiene todos los signos de un dictador cruel y mezquino, y cuando viene a un sitio como este se le ve simplemente más ridículo".
Converso con Zalabardo sobre el hecho de tal invitación y sobre las palabras con que fue presentado. El uno y las otras nos han merecido dos reflexiones que son las que trato de ofrecer aquí. Dice Zalabardo que al leer el desarrollo de la visita del primer mandatario iraní al centro universitario se le ha venido a la cabeza, en primer lugar el ejemplo de aquel que en sus oraciones pedía a Dios que lo librara de sus amigos porque de los enemigos sabía perfectamente cómo guardarse. ¿Se puede entender el cinismo que hace falta para invitar a una persona a tu casa y, cuando vas a presentarlo al resto de tu familia, lo llamas cruel, mezquino y ridículo dictador al tiempo que tu familia lo recibe entre abucheos y gritos? ¿No hubiera sido mejor negarle desde un principio el acceso a tu morada? Claro que el invitado no se queda a la zaga y, contestó que aquellas palabras eran un insulto a la información y a la inteligencia del auditorio y, sabiendo la ascendencia que tienen en Estados Unidos, afirma que Irán no es un peligro para los judíos, cuando todos estamos hartos de escuchar sus deseos de destruir el estado de Israel; o cuando dice que, al contrario de lo que sucede en occidente, en Irán no hay homosexuales, a pesar de que es bien sabido que las leyes iraníes consideran la homosexualidad un delito que se castiga incluso con la pena de muerte. Y así todo.
La otra reflexión nace de las paradojas que se dan en un país como Estados Unidos. Ahmadineyad, que es recibido con un titular como El diablo ha aterrizado, es, sin embargo, invitado a exponer sus ideas. El país que, llevado por unos intereses bastardos, no ha dudado, arrastrando a otros en el trance, en originar el horror que se vive en Oriente Medio nos brinda, sin embargo la más patente muestra de lo que es la libertad de expresión. Es como si la universidad de Columbia le hubiese dicho al mandatario iraní: "Rechazamos tus actos y tus ideas, pero nunca te negaremos la posibilidad de que vengas ante nosotros para tratar de justificarte. Te retamos a que nos correspondas de la misma manera". Y a lo mejor, aunque yo no lo sepa, se lo han dicho; con esas o parecidas palabras. Y Ahmadineyad (¿por qué cada vez que escribo este nombre pienso en un parque de atracciones?), esto me lo dice Zalabardo, ha tenido la chulería de aprovechar la invitación; pero no creáis que va a recoger el guante de consentir que alguien pueda manifestarse con parecida libertad en su país. Es lo que tienen estos macabros personajillos.
Ayer os hablaba de cómo a veces se acumulan los temas. Hoy ha aparecido un nuevo diario, Público. Me hubiese gustado hablar de él, pero lo cierto es, aunque tengo aquí al lado un ejemplar, aún no lo he leído. A lo mejor hablo mañana. Zalabardo, como otras veces, esboza esa risita que sabe que me incomoda y dice: "¿Es que ahora vas a iniciar la moda de anunciar cada día el tema del siguiente apunte?" Podéis estar seguros de que no.

martes, septiembre 25, 2007


UNIDAD Y DIFERENCIACIÓN
Comento a Zalabardo que hay días que cuesta trabajo hallar un tema sobre el que hablar mientras que otros, por el contrario, lo complicado es decidir cuál escoger. Para hoy estaba decidido ya a hablar sobre las diferencias entre el español americano y el de España. Pero hace un rato, se me metió por medio una información acerca de la visita a los Estados Unidos del presidente de Irán Mahmud Ahmadineyad. He resuelto la duda optando por la primera intención. Veremos si mañana me sigue interesando el presidente iraní.
La cosa es que ayer, a la caída de la tarde, me hallaba leyendo el último libro de Isabel Allende, La suma de los días. Una línea decía así: "...vestía con pantalones deformes color aceituna, botas de andinista y una cachucha de béisbol..." De inmediato, me vino a la cabeza el siguiente pensamiento: ¿quién entre nosotros emplea los términos botas de andinista o cachucha? Porque si para lo primero decimos botas de montaña o de alpinista, para lo segundo, lo común es que digamos gorra. De aquí pasé a la siguiente prueba: buscar en las dos o tres páginas anteriores, y las dos o tres siguientes, palabras que no sean comunes en España. La colecta fue en verdad pingüe: pieza por dormitorio, colchoneta de recluta por catre o cama-tijera, estar apurado por tener prisa, calzar en un ambiente por encajar, panqueca por tortita, resfrío por catarro, computadora por ordenador, mudador por vestidor, manejar por conducir, parar la oreja por poner atención, capotudo por ceñudo y guamazo por golpe. Y podía haber seguido.
¿Se puede sacar alguna conclusión de lo anterior? Sí, la unidad que rige la lengua española a uno y otro lado del Atlántico a pesar de la rica diferenciación que se observa en ambas orillas, no solo la una frente a la otra sino cada una dentro de sí. Le digo a Zalabardo que ignoro si tendría razón Bernard Shaw al afirmar que Inglaterra y Estados Unidos eran dos países separados por la misma lengua, pero estoy seguro de que tal aserto no es válido en el dominio del castellano. Hay muchas pruebas que lo demuestran. El último congreso de Cartagena de Indias, por ejemplo.
Si quisiéramos señalar un rasgo que defina la relación entre la lengua de aquí y la de allí, creo que pudiera ser este, el de la unidad dentro de la variedad. Ángel Rosenblat, filólogo e hispanista venezolano de origen polaco, nacido en 1902 y fallecido en 1984, se ocupó bastante, junto con otros, en investigar esta cuestión. Yo aconsejo la lectura de un librito que escribió en 1971 y que se titula Nuestra lengua en ambos mundos. Es una colección de ensayos, todos de bastante interés. El primero, titulado El castellano de España y el castellano de América es el que principalmente desarrolla este tema de la unidad y diferenciación no antitéticas. Vale la pena leerlo.

lunes, septiembre 24, 2007


LA PAJA EN EL OJO AJENO
Le pregunto a Zalabardo si no cree él también que, por lo general, los humanos somos reacios a reconocer en nosotros aquellos errores de los que solemos culpar a los demás sin darles siquiera lugar a explicarse. Es eso de ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga en el propio. O lo de que todo se ve de acuerdo con el color del cristal que usamos para mirarlo.
Tengo aquí delante, en mi mesa, recortes y copias de tres informaciones que, aunque muchos pudieran considerar distintas por el espacio, el contenido y la situación, lo cierto es que no lo son tanto. Leo en la primera que un grupo terrorista afín a Al Qaeda anuncia una recompensa de 100 000 dólares para quien dé muerte al dibujante sueco Lars Vilks, autor de unas caricaturas en la que se observa la cabeza del profeta Mahoma sobre un cuerpo de perro. ¡Qué barbaridad!, lanzan muchas gargantas tras la lectura.
En una segunda información, me entero de que ha salido en libertad uno de los jóvenes turistas españoles que el pasado mes de mayo, durante una visita a Letonia, descolgaron unas banderas, por lo que fueron detenidos por la policía y acusados de robo y ultraje a un de símbolo nacional. Se oye en muchas partes tras leerlo: ¡Qué barbaridad!
Finalmente, gracias a otro recorte, quedo enterado de que el pasado sábado, en Gerona, unos centenares de personas, en su mayoría jóvenes, quemaron fotos de los reyes de España como acto de apoyo a otro joven que, la semana anterior, había sido detenido y procesado por prender fuego a otra foto de los monarcas como protesta de una visita de Don Juan Carlos a la ciudad. Y no se oye otro grito: ¡Qué barbaridad!
Lo que sucede es que ese grito, el de tantos lectores de las mismas noticias responden a valoraciones diferentes de los hechos. Así, parece más que generalizada la condena, en nombre del inalienable derecho la libertad de expresión, de la amenaza que hacen fundamentalistas e integristas que no aceptan que ninguna religión ni ideología debe quedar exenta de crítica y sátira.
Pero la reacción ante la noticia del segundo texto se origina, al menos en nuestro país, en la creencia de que las autoridades letonas han juzgado con más rigor del que se merece lo que no es más que una inocente gamberrada de unos jóvenes que, eso sí, posiblemente bebieran más de la cuenta.
Y el tercer grito lo han lanzado desde bastantes instancias aquellos que piensan que es un atentado inadmisible contra uno de los símbolos máximos de nuestra nación, la monarquía. Y ello pese a que en el artículo 20 de la Constitución se lee que se reconoce a los españoles el derecho "a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción".
Que la libertad de expresión tiene sus límites ya lo sé yo sin que nadie venga a decírmelo. Pero la lectura de estas noticias, o mejor, las reacciones tras la lectura, me llevan a plantearme algunas preguntas: ¿Si la libertad de expresión justifica las críticas a cualquier religión o ideología, por qué no va a justificar la manifestación de unas ideas antimonárquicas? ¿Por qué el robo de una bandera en un país extranjero vamos a considerarlo simple "gamberrada inocente" y la quema de una fotografía del Rey "delito de lesa majestad"? ¿No será siempre preferible y más democrático el disentimiento mediante la caricatura y la quema de fotos que la realización de atentados mortales?
Zalabardo dice que no sabe responderme.

viernes, septiembre 21, 2007


UNA SELECCIÓN MUY "ASEQUIBLE"
¿Verdad que hay locuciones que nos resultan atractivas, no ya por lo que puedan significar, sino por la misma dificultad que ofrecen para explicar su origen? A Zalabardo, por ejemplo, le gusta decir que alguien habla por boca de ganso cuando no es original en sus planteamientos. En efecto, el DRAE nos indica que la tal expresión significa 'decir alguien lo que otro le ha sugerido'. Si queremos explicar su origen, la cuestión se nos complica, pues hay interpretaciones diferentes. A mí, no obstante, me gusta (lo que no quiere decir que esté acertado) algo que dice Covarrubias, quien recoge que 'dicen gansos a los pedagogos que crían algunos niños, porque cuando los sacan de casa para las escuelas los llevan delante de sí como hace el ganso a sus pollos cuando son chicos'. De esa explicación deduzco yo que hablar por boca de ganso pudiera ser repetir lo que el maestro ha dicho, aunque no debemos olvidar que, hoy, a la locución se le da un sentido más bien peyorativo.
No quiero decir que hablemos demasiadas veces por boca de ganso, aunque todos lo hacemos en alguna ocasión. Pero aunque hablemos por boca propia, lo que sí sucede más de una vez es que no reparamos lo suficiente en ver si las palabras que utilizamos son las adecuadas para lo que queremos transmitir. Unas veces es porque hay palabras que se parecen, e incluso 'nos parecen', sin que haya la menor relación en sus significados, como pasa cuando confundimos infligir con infringir, pongo por caso. Otras veces chocamos con grupos de sinónimos que usamos indiscriminadamente sin atender a que los sinónimos no valen en cualquier contexto, sino que con frecuencia precisan de uno determinado: viejo, anciano y antiguo, pudieran ser sinónimos, pero no es igual hablar de un viejo amigo que de un anciano amigo; lo primero nos puede remitir a un amigo que tenemos desde hace años y lo segundo siempre a una persona de avanzada edad que goza de nuestra amistad. Como tampoco es igual una mesa vieja (estropeada) que una mesa antigua (que tiene muchos años); y para ninguno de estos dos casos recurriríamos a decir mesa anciana.
Viene todo a cuento de que en los últimos tiempos he constatado, en diferentes medios de comunicación, cómo se utilizaban palabras en contextos inapropiados. Concluido el Eurobásquet apenas, un locutor deseaba elogiar a nuestra selección diciendo de ella que su mejor cualidad era que resultaba un grupo muy asequible. Conviene recordar que ese adjetivo designa 'lo que se puede conseguir o adquirir con facilidad', si queremos hablar del precio de algo (es una vivienda asequible a mi economía); 'que se puede derrotar sin muchos problemas', si hablamos de enfrentamientos deportivos (se trata de un rival asequible); y también 'lo que es comprensible o fácil de entender' (ha pronunciado un discurso asequible a todos). No parece que nada de ello convenga al grupo que lidera Pau Gasol. Lo que el locutor quería decir, de ahí su tono elogioso, es que es un grupo 'afable, de buen trato y abierto al resto de las personas'. Claro que ese es uno de los significados que corresponden al adjetivo accesible.
Otros de los casos que considero usos inadecuados, sin explayarme demasiado en la explicación de cada uno: es verdad que en el diccionario podemos leer que consorte es 'la persona que es partícipe y compañera de otra u otras en la misma suerte', pero si queremos hablar de quienes acompañan a un bandido en sus fechorías sería mejor hablar de secuaces o compinches y no de consorte, que en su acepción más extendida es 'el marido respecto a su esposa y viceversa'. Como tampoco debemos calificar a ese bandido de voraz, 'que come desmesuradamente y con ansia' si lo que queremos es hablar de su ambición. Y, por último, no es admisible calificar a un equipo de fútbol que ha sido derrotado por tres goles a cero de indemne, 'que no ha recibido daño', si lo que queremos dar a entender a los demás es que resultaba romo, inocente y endeble en su línea de ataque.
Evitar estos errores, para quien tiene la obligación de evitarlos, es solo cuestión de atención y de un poquitín de preocupación por el léxico que utilizamos. Para que no nos pase, como Pepe Luque solía contar con su habitual gracia, igual que a aquel que confundía creer que todo el monte es orégano con creer que todo el monte es orgasmo.

jueves, septiembre 20, 2007


VA DE NÚMEROS
Cualquiera que sea profesor de lengua podrá dar fe de la extrañeza que entre los alumnos causa que los números estén contemplados entre las diferentes categorías de palabras. Piensan, e incluso defienden con vigor, que los números son competencia exclusiva de las matemáticas. Pero que las palabras que designan a esos números puedan ser tratados como sustantivos (Has escrito un tres muy raro, Yo soy el octavo, Con un tercio tengo bastante, Te ofrezco el doble) o como adjetivos (Tiene cuatro ruedas, llegó en el quinto lugar, Heredó la doceava parte de la finca, Fue campeón de triple salto) es algo que les cuesta asimilar.
Pero aquello de lo que más se extrañan, algunos hasta se resisten a creerlo, es que junto a los números cardinales (los que expresan cantidad en relación con la serie de los números naturales: uno, dos, tres...) y a los números ordinales (los que expresan orden o sucesión en relación con los números naturales: primero, segundo, tercero...) la lengua tenga en cuenta la existencia de los fraccionarios o partitivos (los que designan cada una de las partes en que se divide un todo: medio, quinto, doceavo...) y de los multiplicadores (los que designan cuántas repeticiones o unidades iguales se dan en aquello de que se habla: doble, séxtuplo, céntuplo...). A veces he hablado con Zalabardo de que esto es una clara prueba de la fragmentación del conocimiento que se produce en la mente de los alumnos como consecuencia de la consideración de las asignaturas como entidades aisladas. También lo he hablado con Carlos Rodríguez, a quien estos temas suelen interesar. ¿Cómo entender la literatura y el arte sin tener en cuenta la evolución de las sociedades? ¿Acaso las matemáticas, y el conjunto mismo de los números, no son sino un modo de lenguaje? ¿Es posible, en el terreno de las ciencias de la naturaleza, proceder a la descripción de un fenómeno sin entender cómo actúa un adjetivo? Pero esto nos desviaría de lo que quiero decir sobre los números.
¿Y qué es lo que deseo exponer sobre ellos? Dos cuestiones muy simples que debieran ser de conocimiento general porque están en el origen de no pocos errores: la primera tiene que ver con los fraccionarios y la segunda con la ortografía general de los números.
Vamos con lo primero. Ya hemos dicho arriba cuáles son. Veamos, entonces, sus formas: los adjetivos que se corresponden con los números tres al diez, así como los correspondientes a cien, mil, millón y sus múltiplos, coinciden con los ordinales (tercera, sexta, décima, centésima, milésima...); los que se corresponden con el once y el doce tienen doble forma (undécima u onceava y duodécima o doceava); todos los demás se forman añadiendo al cardinal el sufijo -avo, -ava (veinteavo, cincuentaiseisavo...) ¿A qué error me refería antes? Pues que los terminados en -avo, -ava no pueden utilizarse, de ninguna manera y pese a lo extendido de la costumbre, en lugar de los ordinales. Es decir, que el piso número veinte, será, en todo caso, el vigésimo, pero nunca el veinteavo.
¿Y qué hay sobre la ortografía de los números? En nuestra lengua se han producido cambios al respecto. Aquí recogeré solo los más llamativos. Primero: al escribir números de más de cuatro cifras, se separarán de tres en tres, empezando por la derecha, y separando mediante un espacio en blanco cada uno de los grupos, sin utilizar puntos ni comas, como se hacía hasta ahora, y yo mismo hacía (25 347; 1 879 512...). Segundo: nunca se utilizará punto, ni coma, ni espacio en blanco en los números referidos a años, páginas, versos, portales, códigos postales o artículos legales (año 2007, página 3416, C.P. 29006, R.D. 3612...). Tercero: para separar la parte entera de la decimal, se deberá usar la coma, aunque también vale el punto con que se hace en la normativa internacional (1,5 millones, el valor del número pi es 3.1416...). Hay algunas cosillas más, pero creo que por hoy ya está bien.

miércoles, septiembre 19, 2007


CUESTIÓN DE CLASES
Le había prometido a Zalabardo no tratar en esta agenda el caso de Madeleine MacCann; él me había contestado que no hablase muy alto, que la tentación es fuerte y la carne débil. Yo le decía que no tuviese la menor preocupación, que mi voluntad es firme si me lo propongo; y él, de forma inmediata respondía con aquello de no decir nunca de esta agua no he de beber. Pues no le faltaba razón, ya está aquí el tema de Madeleine.
Ya que no he tenido la firmeza de carácter necesaria para resistirme, quisiera, al menos, empezar avisando que no es mi deseo que este comentario pudiese parecer morboso, cruel ni mordaz. La realidad es tan trágica que me repele que se pueda servir uno de ella tan solo para exponer simplezas o sensiblerías.
Cuando por fin me he planteado este tema para hoy, me han venido a la cabeza dos sentencias y dos refranes, que, al fin, son casi la misma cosa: dicen las sentencias, muy parecidas entre sí, que siempre ha habido clases, la una, y que siempre ha habido ricos y pobres, el otro; los refranes, también en la misma onda, afirman, el primero, que la viuda rica, con un ojo llora y con el otro predica, y el segundo, más conocido, dice que los duelos con pan son menos. Insisto, no quiero frivolizar y tengo miedo de que el apunte se me vaya de las manos.
Lo que estas expresiones vienen a enseñarnos es que en una situación de apuro, no todo el mundo está en idéntica situación (quien no tiene padrinos no se bautiza, reza otro refrán) y que ante una desgracia, del tipo que sea, la persona que goza de recursos tiene más posibilidades de sobreponerse y plantar cara al trance.
Quisiera enfrentar dos sucesos con bastantes coincidencias. En Portugal, mientras permanecía dormida en el apartamento en que veraneaba su familia y los padres cenaban en un restaurante próximo, desaparece una niña, Madeleine MacCann, sin que hasta la fecha haya noticias de su paradero. El segundo suceso: en la isla de Gran Canaria, mientras se dirigía desde un solar cercano en el que jugaba hacia su casa, desaparece un niño, Yéremi Vargas, sin que hasta el momento haya noticias de su paradero. Hasta ahí las coincidencias. Lo demás, todo es acumulación de diferencias. Para Yéremi no se han organizado campañas mundiales de búsqueda, ni se ha recogido millón y medio de euros para financiarlas, ni sus padres han sido recibidos por ningún ministro ni por el Papa, ni las televisones le han dedicado más que un breve minuto en los telediarios, en los días primeros de su desaparición, ni los periódicos han llenado páginas y más páginas analizando el caso, ni ningún multimillonario ha puesto su avión privado a disposición de los padres. Yéremi no es Madeleine, ni su familia la de ella.
Por eso se me acumulan los refranes en la cabeza (quien no tiene plata ni oro, desgraciado es en todo). Porque, por desgracia, aunque muchos pretendan demostrarnos con grandes palabras que todos somos iguales, lo cierto es que, como se lee en el libro de Orwell, siempre hay unos que son más iguales que otros. Como lo vemos también en el caso de los braceros rumanos que vendimian en La Mancha (aunque ese sea otro caso).
Lo demás que rodea a este caso, el juicio paralelo de los medios sensacionalistas, el morbo sobre cuál pudiera ser la implicación de los padres y todo lo demás, no cabe en esta agenda. Por aquello de la presunción de inocencia. Y por dignidad.

martes, septiembre 18, 2007


¡MUERTE A LOS ARTÍCULOS!
Pertenecer a la vieja escuela es una expresión que se utiliza para dar a entender que alguien ajusta su vida a unos modos, usos y costumbres propios de un tiempo ya pasado. No voy a salir ahora con aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni mucho menos; hasta casi estaría por decir que me uno a quienes propugnan que cualquier tiempo por venir será mejor. Tampoco se piense por ello que voy a presumir de ir a la última, pues, aparte de que no es verdad, tampoco lo considero aconsejable. Una cosa es aceptar lo nuevo (aunque no todo) como natural consecuencia del paso del tiempo y otra diferente pretender disfrazarse con ello. En resumen, lo que quiero decir es que aquello que puede resultar apropiado en Jorge, cualquiera de los dos, o en Mayte, en mí resultaría del todo inadecuado.
Porque, ya queda dicho, yo pertenezco a la vieja escuela, como también Zalabardo. Y no nos sentimos dolidos por ello. Simplemente lo aceptamos. Entre los signos de ese ser de otro tiempo a ambos nos queda, junto a otros, el de preferir el seguimiento de un partido de fútbol por la radio aunque tengamos delante un televisor. Se compatibiliza muy bien; todo es cuestión de bajar o suprimir el sonido de la tele y quedarse con las imágenes al tiempo que se ajustan a los oídos los auriculares de la radio. Pequeñita, eso sí, que en la actualidad se hacen verdaderas maravillas. Es este un resabio del pasado, cuando en aquellos años en los que la televisión no existía seguíamos las incidencias de la jornada del domingo alrededor de una mesa camilla, junto a una radio Marconi de grandes proporciones, mientras comíamos pipas y otras chucherías.
El pasado fin de semana hemos seguido de esta manera (radio y tele a la vez) la jornada liguera. Y escuchando la narración de los diferentes partidos, se me ocurrió el título de este comentario. ¿Habéis reparado en el desprecio que los narradores de estos eventos sienten por los artículos? ¿Quién sería en iniciador de tal desafuero, que ha encontrado una legión de seguidores, tan inconscientes, en este asunto, como él? Según ellos, los delanteros disparan con pierna derecha, los defensas despejan con pierna izquierda, los carrileros se echan a banda derecha o los mediocampistas se hacen dueños de zona de tres cuartos del equipo contrario. ¿Dónde aprendieron la gramática?
Hay lenguas que carecen de esa categoría de palabra llamada artículo y el mismo latín carecía de ella. Pero el castellano no. Necesitó de él cuando se deshizo la flexión de caso del latín. Primero sirvió para destacar al sujeto; luego se fue incorporando a otras funciones. De hecho, se puede reconocer la antigüedad de una población por su nombre: Molinos de Duero, por ejemplo, es una población anterior a Villafranco del Guadalquivir. La ausencia/presencia del artículo lo delata. Pero no procede hacer aquí una historia del artículo. Digamos solamente que en nuestra lengua funciona básicamente como presentador y actualizador de los sustantivos. Si yo digo Había una casa en el campo, una, artículo indeterminado, introduce el concepto casa en mi discurso. En adelante, una vez introducido, ya únicamente utilizaremos el actualizador la, artículo determinado: En la casa vivía una familia...
Pero para el comentario de hoy interesa más saber que la ausencia o presencia del artículo no es cuestión baladí. Por lo pronto, es necesario en los nombres comunes, es decir, los que designan una pluralidad de seres de la misma especie; los propios no lo necesitan. Y así, la presencia del artículo nos permite tomar el nombre en su individualidad o existencia independientes (Ha venido el médico, La madre dijo..., etc.). En cambio, su ausencia nos remite a un sentido indefinido o partitivo, a la esencia de los conceptos expresados y no a la existencia (Buscaba médico de cabecera, Tener casa es importante...). Resumiendo, la ausencia de artículo nos designa algo que desconocemos aún, mientras que su presencia señala algo concreto y ya conocido. Notemos que no es lo mismo decir Juan busca novia que hablar de La novia de Juan.
Así que esos caballeros del micrófono ya podrían ir hablando de la pierna derecha, del brazo izquierdo, el círculo central, la banda izquierda y todo lo demás. Cada cosa, con su artículo correspondiente, porque aunque sea moda que parece no haber calado todavía en el resto de la gente, nadie nos garantiza lo que pudiera suceder en un futuro. Y para terminar: me señala Javier que los apuntes se van haciendo un poco más largos. Tiene razón. Procuraré ser más conciso.

lunes, septiembre 17, 2007


SENDOS Y AMBOS
No sé por qué razón ni de qué estábamos hablando, lo único seguro es que Zalabardo me planteó un tema que, según él, constituye uno de esos asuntos que han de colocarse en el debe de los profesores. Afirma él que, por lo común, tendemos más hacia la reprensión de los fallos que hacia el elogio de los aciertos. Es como si supusiéramos, sigue diciendo, que el alumno está casi obligado a desarrollar bien las tareas y, por ello, esperamos que resuelva satisfactoriamente los problemas y dificultades que les planteamos. Luego, cuando corregimos lo que han realizado, el lápiz o rotulador, rojo por lo general, trabaja más marcando errores y señalando avisos sobre lo que consideramos incorrecto que destacando y elogiando todo lo que sea acierto y producto de su buen trabajo.
Es posible que tenga razón Zalabardo. No lo sé. Por mi parte, puedo decir que procuro ser comedido tanto en la reprensión como en el elogio, tal vez por miedo a conseguir un efecto contrario al deseado. Me explico: el alumno al que se le comenta en clase que ha errado todo o parte de su ejercicio puede sentirse avergonzado de que se le comuniquen sus fallos ante los compañeros, aunque no sea ese el fin propuesto. Del mismo modo, el alumno al que se le alaba uno o diferentes aciertos pudiera entender que ya ha hecho lo necesario para recibir el premio de la buena calificación y que no se está haciendo sino reconocer su superioridad sobre el resto de los compañeros. La verdad es que, después de tantos años dando clases y, como diría Cervantes, "puesto ya un pie en el estribo", aún no sé qué es lo mejor. Sí puedo aclarar que mi táctica es hacer correcciones en común, destacando errores y aciertos aunque "oscureciendo" a los autores de unos y otros, para que de esa manera todos saquen las pertinentes consecuencias de los mismos.
Por otra parte, y en cuanto se aviene con los comentarios propios de esta agenda, he de dar la razón a Zalabardo. Lo normal, desde el primer día, ha sido traer ejemplos de errores, de meteduras de pata en el terreno léxico y gramatical para, a partir de ellos, proponer la corrección que se ajuste a la norma. Por eso hoy voy a actuar al revés. Me da pie para ello una información de días atrás sobre accidentes laborales. El titular, no por correcto dejaba de ser menos trágico: Tres personas mueren en accidente laborales. A continuación cataloga dichos accidentes como un mal endémico; ¿debieran serlo teniendo en cuenta lo que el adjetivo significa? Pero lo que quiero comentar es otra cosa. En el comienzo del cuerpo de la noticia se escribía: Tres personas murieron ayer en sendos accidentes laborales.
Sendos, adjetivo distributivo que significa 'uno para cada una de las personas o cosas mencionadas' está perfectamente utilizado, pues en el párrafo se indica que se produjeron tres accidentes y en cada uno de ellos hubo una víctima. ¿Y por qué traigo este asunto aquí? Porque da la curiosa coincidencia que es muy frecuente el error de utilizar sendos con valor numeral y el significado de 'dos' que es el propio de otro adjetivo, ambos. Así pasa en ejemplos como Esta mañana han atracado la farmacia y el banco y, según parece, sendos atracos los ha realizado la misma persona. Se trata, por supuesto, de una frase incorrecta en la que se tendría que haber utilizado ambos (ambos atracos).
Por su parte, ambos es un adjetivo numeral dual, es decir, que implica conjuntamente a dos referentes y cuyo significado es 'los dos, el uno y el otro', como vemos en la frase He contado el plan a Luis y a Jaime; ambos están de acuerdo. Según lo dicho, entenderemos que deba evitarse decir ambos dos, porque se trata de una redundancia, y, por supuesto, que hay que desterrar giros tan incoherentes como ambos tres, que es una completa barbaridad.
En resumen, sendos, -as, 'uno cada uno'; ambos, -as, 'los dos, uno y otro'. No parece que sea muy complicado. Zalabardo me señala que notas como esta, en la que el comentario nace de un elogio y no de una censura debieran ser más frecuentes. Habrá que intentarlo.

viernes, septiembre 14, 2007

IMAZ

Anoche, en tanto que esperábamos el inicio del encuentro España-Alemania de baloncesto, leíamos Zalabardo y yo lo que aún nos faltaba por ver del periódico. Hay ocasiones en que lo hacemos así, a medias; nos dividimos las páginas y cada uno va por su lado; luego, nos intercambiamos lo que hallamos encontrado de interés. Él me aconsejó la carta de dimisión de Josu Jon Imaz de su cargo de presidente del PNV. Yo, por mi parte, le había insinuado que leyera la narración del burdo rifirrafe desarrollado en el Parlamento andaluz a cuenta del falseamiento de datos en el currículo de unos diputados que se habían adjudicado titulaciones que no tienen, o que no tenían al menos en la fecha en la que proporcionaron el dato.
Me abochorno al comparar las trascendencia de un texto y otro. Si en uno, la carta de Imaz, asistimos al clímax de trágica grandeza de quien se inmola para ser consecuente con unas ideas, en el otro, el que yo propuse, presenciamos, en cambio, una chusca escena que no genera ni siquiera la tosca risa de la astracanada.
No es costumbre en esta agenda hacer referencia a personajes políticos concretos, sabéis que tanto Zalabardo como yo somos algo reacios a entrar en los temas políticos si no inciden de una manera muy directa en lo que es la vida del común de la gente y que, en principio, desconfiamos de eso que se llama 'la clase política' donde los más son meros arribistas. Pero le comento a Zalabardo que, leyendo esa carta, he sentido hallarme ante la declaración de una persona íntegra que no actúa movida por eso que solemos denominar la atracción del poder, que incluso algunos llaman la erótica del poder, la declaración de un hombre serio y honesto que antepone la necesidad de unión en su grupo a cualquier aspiración personal y partidista. Pocos políticos españoles, le señalo a Zalabardo, han causado en mí la impresión que ha causado Imaz con su carta.
Tres ideas he sacado de ella sobre todas las demás. La primera se condensa en este párrafo que transcribo: "Siempre he defendido la política como un camino de entrada y salida. Finalizado este servicio, lo normal es que salgamos sin perpetuarnos en la actividad política." ¿Cuántos, en España y fuera de ella, se agarran a la poltrona como si en ello les fuera la vida, olvidando que la suya es una función de servicio a la comunidad y no un medio para servirse de ella y colmar ambiciones propias? Lo peor es que este afán de medrar no solo lo encontramos en la política, pues se da en todas las esferas de nuestra vida, incluso en las simples comunidades de vecinos. ¿De dónde nace ese anhelo de perpetuarse, de creerse indispensable, que anida en tantos y tantos corazones vanidosos que, por esa misma vanidad, piensan que sin ellos todo habría de ir peor?
La segunda está contenida en una frase referida a Euskadi, pero que yo me tomo la libertad de modificar (mínimamente) para que nos aproveche a todos: "Creo que [...] la voluntad democrática de [los] ciudadanos [es] la base de la mutua convivencia y [...] los acuerdos amplios entre diferentes sirven para hacer frente a los retos de futuro." ¿Hay una más clara muestra de lo que es el espíritu democrático, que no radica solo en el imperio de lo que opine la mayoría, porque no debe negarse que en todo momento y situación hay minorías a las que escuchar? Nuestra democracia tiene, entre otros defectos, el de no aceptar que si en una consulta, por ejemplo, la participación no llega ni al cincuenta por ciento, ello es índice de que algo falla en los dirigentes.
Y la última, cuando hacia el final de su carta expone que el acelerado cambio que el mundo está experimentando y que se refleja en un debilitamiento e incluso desaparición de las fronteras exige que planteemos desde nuevos supuestos cualquier decimonónica ideología trasnochada, entre ellas los nacionalismos de cualquier tipo. La carta de Imaz, me dice al fin Zalabardo, es un toque de atención no ya a la conciencia de los vascos, sino de todos los españoles.

jueves, septiembre 13, 2007


EL ORIGEN DE LAS PALABRAS (Sobre conejo y comadreja)
Hablábamos Zalabardo y yo un día de los extraños caminos por los que van surgiendo las palabras, de las razones que nos llevan a los humanos a designar de una o de otra manera las realidades del mundo en que vivimos. En un momento de la charla, no sé si fue él o fui yo, uno de los dos sacó el tema de los tabúes y los eufemismos. Hace unos días ya expliqué aquí cómo el tabú nos lleva a evitar nombres que consideramos que no pueden ser mencionados porque algún tipo de prejuicio (religioso, social, sexual, etc.) nos lo impide. Para saltar tal situación, tendemos entonces a utilizar otros nombres en su lugar; estos nombres son los que denominamos eufemismos. Por ejemplo, un supersticioso emplea el término bicha para hacer referencia a una serpiente.
Sobre este asunto, leía hace días un capítulo del interesante libro de Louis-Jean Calvet que lleva por título Historias de palabras; en él se planteaba la cuestión de si el término conejo, cuniculus en latín, es un tabú, cosa que jamás se me hubiese ocurrido. En efecto, ya Menéndez Pidal, en su Historia de la Lengua española nos cuenta que Plinio daba cuniculus como palabra hispánica que los latinos adoptaron. Pero resulta que dicha palabra no significa en principio otra cosa que 'galería subterránea', por lo que el animal queda designado con el nombre del lugar donde habita, es decir, un fenómeno de metonimia. Y sigue diciendo Calvet que son muchas las lenguas en las que se desconoce el origen de un término diferente a conejo y se emplea el derivado de cuniculus. Cita, entre otros, el italiano coniglio, el catalán conill, el portugués coelho, el inglés cony y el alemán Kanichen. ¿Qué llevó a los diferentes pueblos a utilizar ese nombre?
Entonces recordé un libro que tuvimos que trabajar en la Facultad: Lengua y cultura, de Gerhard Rohlfs. Hay un capítulo dedicado al reflejo de las creencias en las lenguas. Y nos cuenta que, en muchos idiomas, el nombre dado al mustérido que nosotros llamamos comadreja (Mustela nivalis) se forma, tal como entre nosotros (pues la palabra significa 'comadre pequeña'), con eufemismos relacionados con el concepto de 'belleza' o de 'mujer joven'. Aunque sea una lista algo prolija, me perdonaréis que la dé: en francés, belette, 'guapita'; en inglés, fairy, 'bonita'; en danés, kjoenne, 'bella'; en rumano, nevastuica, 'joven esposa'; en el dialecto de la antigua ciudad yugoslava Gottschae, práitele, 'pequeña novia'; en húngaro, menyet, 'nuera'; en albanés, ljaljese, 'cuñada'; en italiano, dònnola; en portugués, donihna; en gallego, donociña, 'señorita' estos últimos. Y explica esta coincidencia diciendo que todas estas designaciones encuentran su explicación en una antigua superstición, según la cual la comadreja está provista de fuerzas misteriosas.
Yo no sé si será verdad o no lo anterior, pero Esopo cuenta una fábula, Afrodita y la comadreja, que, en resumidas cuentas, dice así: Había una vez una comadreja que se había enamorado de un joven llamado Arístides y, como este no reparaba nunca en ella, solicitó a Afrodita que la convirtiese en mujer, cosa a la que accedió la diosa. Cuando Arístides conoció a tan bella joven, se enamoró rendidamente de ella y la solicitó en matrimonio. Cuando se hallaban en el lecho nupcial, Afrodita quiso probar si la condición de la joven se había modificado al cambiar de estado; hizo aparecer en mitad de la habitación un ratón. Entonces, la joven abandonó los brazos de Arístides y se lanzó sobre el ratón. Afrodita la castigó haciéndola recuperar su estado primero.
¿No es verdad que podríamos encontrar suficientes concomitancias entre la historia de Esopo y la denominación de la comadreja en diferentes lenguas?

miércoles, septiembre 12, 2007


EL SENTIDO DE LAS NORMAS
En alguna ocasión, me contó Zalabardo, recordando sus tiempos por las aulas universitarias que había tenido un amigo un tanto anarquistoide, y además nacido en un pueblo de Huelva, sin que una cosa tenga que ver con la otra, que gustaba de decir a quien lo quisiera oír que lo mejor de los reglamentos, las leyes y las normas es que se pueden infringir. En cada una de las ocasiones en que me ha sacado el tema, pues Zalabardo es reiterativo en la narración de anécdotas de su pasado, le he preguntado si él también comulga con esa idea. Y siempre, muy serio, me ha respondido que, sin ser perfecto, difícilmente contravendrá a propósito una norma o ley. Conociéndolo como lo conozco, tengo que decir que eso es verdad.
Pero no todo el mundo es igual. Y sin querer afirmar que sea de forma voluntaria, tengo la impresión de que hay muchas personas que las vulneran por pura desidia, por falta de la atención suficiente, lo que no sé si es peor. Es eso algo que pasa bastantes veces en el periodismo o, mejor, en la redacción de los textos periodísticos. Raro es hoy el diario o publicación que no tiene su propio Libro de estilo. ¿Creéis que sus contenidos se respetan de modo escrupuloso? Traigo hoy dos ejemplo para verlo. Son dos titulares, uno de una publicación digital y otro de una edición impresa.
El Libro de estilo de El País dice de los titulares: "Los titulares han de ser inequívocos, concretos, asequibles para todo tipo de lectores y ajenos a cualquier clase de sensacionalismo. Asimismo [no] se eludirán las normas elementales de la sintaxis castellana." El de ABC, por su parte, impone: "Los títulos expresarán de forma sintética, pero gramaticalmente correcta, lo sustancial de la información."
El primero de los titulares que quiero comentar dice así: Un tercio de los españoles sólo podrá ver televisión digital en 2009. El titular es cualquier cosa menos inequívoco, porque la frase se puede interpretar de manera diversa: que nada más que un tercio de españoles podrá ver la TD en 2009 es una interpretación y que un tercio de españoles habrá de esperar hasta 2009 para ver TD es otra; pero ninguna de las dos es correcta porque si leemos el cuerpo de la noticia, que versa sobre el apagón analógico, nos enteraremos de que lo que se quiere decir es que un tercio de los españoles verá, en 2009, solamente la TD. Todo se hubiera arreglado colocando el adverbio detrás del verbo: Un tercio de los españoles podrá ver sólo televisión digital en 2009. ¿Tan difícil hubiera sido darse cuenta de ello?
El segundo ejemplo es más simple y, si queréis, puede responder al deseo de buscar tres patas al gato. Esta es la redacción que presenta: El Gobierno cambiará 1.500 kilómetros de guardarraíles peligrosos para 2008. Sé que os reiréis de mi simpleza, pero ¿para quién son peligrosos? Es un poco como aquel ejemplo de Se venden pantalones para caballeros de tergal. ¿Quiénes son de tergal? En las dos frases, el problema deriva de que no se ha tenido en cuenta la ambigüedad que a veces se crea por no colocar, cuando hay diferentes complementos, cada uno en su lugar preciso. ¿No hubiese sido mejor escribir: El Gobierno cambiará, para 2008, 1.500 kilómetros de guardarraíles peligrosos?
¿Verdad, le digo yo a Zalabardo, que los redactores deberían leerse de vez en cuando las normativas que rigen en sus respectivas empresas?

martes, septiembre 11, 2007


NACIONALIZACIÓN
A raíz de que se nos hiciera la pregunta acerca de qué forma de palabra es más correcta, ticket o tique, discutíamos Zalabardo y yo sobre quién tiene la culpa de que se tienda a utilizar más ticket. Parecía, como algunas veces ocurre, que no acabaríamos de ponernos de acuerdo, aunque entre nosotros, afortunadamente, la sangre nunca llega al río, sea cual sea el motivo por que discutimos. En el tema aludido, Zalabardo defiende que, dada la internacionalización del inglés como especie de lengua franca, no tiene nada de particular que elementos suyos se incrusten en otras lenguas con el consiguiente enriquecimiento de estas. Por mi parte, yo defendía lo contrario, que cada lengua debe conservar en todo momento sus propias esencias y, si se ve precisada de utilizar elementos foráneos, lo más deseable es que los adapte a su propia configuración fónica y ortográfica; en suma, que los nacionalice.
Le seguía diciendo yo que si para las personas está prevista la posibilidad de, en determinados casos, adoptar una nacionalidad diferente sin abandonar la propia, bien sea por razón de conveniencia, valga por caso laboral, o sea por gratitud hacia el país de acogida, ¿por qué no vamos a hacer lo mismo con las palabras? Y si en las personas el proceso se consigue acatando la constitución del país acogedor, en las palabras se conseguiría lo mismo acatando una fonética y una ortografía.
Y continuaba argumentando yo que quienes no lo hacen así, quienes tratan de usarlas tal cuales son en sus lenguas de origen, no se comportan más que como esnobs o engreídos que presumen de conocer lenguas extrañas sin darse cuenta de que lo que en realidad manifiestan es un craso desconocimiento de la propia. Y si tienen una mínima relevancia pública que pueda inducir a otros a imitar sus modos y maneras, también los lingüísticos, entonces ese esnobismo se convierte en algo peor, irresponsabilidad.
Porque no hay que ser excesivamente riguroso en la crítica de, por ejemplo, una barraca de feria que exhiba un cartel en el que se lea "compren sus tickets en taquilla", aunque se les deba avisar de cuál sería la redacción aconsejable de dicho cartel. Pero sí se debiera meter en cintura, por parte de quien tenga competencias para ello, a un periódico, por muy gratuito que sea, que llama a su edición del viernes ADN Weekend! y titula su columna de la página final The end. A esas cosas me refiero al hablar de tener culpas.
Sigamos con la palabra que da pie a este apunte en la agenda. La razón se inclinará de mi parte si tenemos en cuenta que para significar lo que significa ticket el castellano posee las voces vale, bono, recibo, billete, boleto o entrada. Pero, aun así, si deseamos utilizar el anglicismo, si tenemos el irresistible capricho de hacerlo, ¿nos lo va a impedir alguien? Por supuesto que no, aunque si empleamos la forma tique todos podremos quedar contentos, ¿verdad que sí?
Miremos qué ocurre con otras palabras; hemos aceptado con toda naturalidad champú (de shampoo), blíster (de blisterpack, 'pequeño envase de cartón sobre el que va una lámina de plástico con cavidades para recoger en ellas el producto envasado') o estrés (de stress); ¿Por qué, entonces, nos hemos de resistir a bisnes (de business, 'negocio'), filin (de feeling, 'estilo musical' o 'buena sintonía entre dos o más personas'), travelín (de travelling, 'plataforma sobre la que se monta una cámara' o 'desplazamiento de una cámara sobre ruedas') y algunas más que pudiéramos traer a colación? Todas las aquí recogidas son palabras aceptadas y bendecidas por el criterio de la Real Academia, que no quiero que nadie piense que son simples propuestas que a mí se me ocurren.
Zalabardo parece que, finalmente, se aviene a razones. Pero con su socarronería habitual, me pide, y dice que si es necesario ponerse de rodillas lo hará, que no se me ocurra invitarlo nunca a güisqui, que si a los académicos les atrae el garrafón, allá ellos; que a él, sin ser un gran bebedor, le apetece más un poco de whisky, sin que tenga que ser de 20 años. Con ello, me aclara, lo que quiere decir es que si estamos muy hechos a ver, no solo a oír, una palabra, toda la teoría que he desarrollado es más difícil de cumplir. Y tiene razón.

lunes, septiembre 10, 2007

LA DESTRUCCIÓN DE SODOMA
Sabido es que, conocida la intención de destruir Sodoma por parte de Yavé, Abraham se le dirigió y le dijo: "Señor, piensa que lo que vas a hacer provocará no solo la muerte de los pecadores sino también la de los justos; si yo lograra reunir cincuenta justos en ella, ¿evitarías el castigo de la ciudad?" Y Yavé le respondió: "Si hallares allí cincuenta justos, por ellos perdonaría a todo el lugar." Abraham prosiguió su parlamento con Yavé rebajando cada vez el número de justos que sería suficiente para el perdón de Sodoma. Y habló de cuarenta y cinco, de treinta, de veinte, de diez justos, y siempre recibía la misma respuesta por parte de Yavé. Pero en el Génesis leemos que tras haber propuesto su última hipótesis, la de los diez justos, Abraham se retiró a su lugar. Y ya sabemos cómo una lluvia de fuego y azufre cayó sobre la ciudad y solo se salvaron Lot, sus dos hijas y su esposa, si bien esta terminaría convertida en estatua de sal por desobedecer la orden de no mirar hacia atrás mientras se alejaban de la ciudad.
En los Estados Unidos, hay operadores que están cortando el acceso a Internet a determinados usuarios que hacen un empleo abusivo de la banda ancha. Un operador malévolo, convencido de que existe un número excesivo de bitácoras y de que muchas de ellas podrían ser perfectamente eliminadas con la excusa de que no concitan el menor interés entre los internautas, ingenió una trama con la que enredar a cuantos incautos se dejaran pillar. Quiso reproducir el juego dialéctico entre Yavé y Abraham, con alguna modificación, y se inventó un cuestionario que distribuyó entre quienes mantenían cualquiera de las muchas bitácoras que existen por ahí a ver si desanimaba a alguien.
Zalabardo, ya sabéis que esta agenda está inscrita a su nombre y que gentilmente me la cede para que sea yo quien se haga la ilusión, inocente vanidad, de que sus ideas sobrevuelan el espacio virtual y se codean con otras que, con mayor mérito, circulan por la cibergalaxia, también ha recibido el cuestionario y, solo después de haberlo contestado y remitido, ha tenido la gentileza de entregármelo para que lo lea. La escala de preguntas es más amplia, pero yo destaco aquí solo algunas de ellas con sus respuestas.
Decía la primera pregunta: "Si usted fuese leído por no más de cincuenta personas, y solo la mitad de ellas se sintiera inclinada a comentar alguna que otra vez sus anotaciones, ¿mantendría abierta su bitácora?" Responde Zalabardo: "Si hubiese cincuenta personas que me leyesen, y aunque solo un veinticinco por ciento comentase lo que allí escribimos (fijaos que escribe en plural, con lo que se reconoce corresponsable de cuanto aquí aparece), sería feliz por haber superado con creces la meta propuesta el primer día."
Continúa en otro lado el cuestionario: "¿Y si únicamente fuesen veinte las personas que leen su agenda y no más de cinco las que incluyen algún comentario?" Y Zalabardo contesta: "Sería un resultado aceptable y elogiable en su justa medida. Pues sería señal de que nos siguen no solo los amigos, algunos de los cuales podrían sentirse atados por algún tipo de compromiso, sino también por alguna otra persona cuya existencia desconocíamos tal como ella desconocía la nuestra. Ello constituiría, además, un acicate para continuar."
Y terminaba, por fin, con lo que podría llamarse la pregunta trampa: "¿Y si su bitácora tuviese un solo lector, eso sí, tan fiel y persistente en incluir sus propios comentarios que alguien pudiera insinuarle que lo que pretende es hacerle sombra para dar entrada a sus ideas al amparo de las de usted?" Zalabardo escribe en la respuesta: "La libertad de opinión y expresión es sagrada mientras no se atente contra el nombre y dignidad de nadie y mientras no se pretenda suplantar a nadie. Por otra parte, una bitácora, esta agenda, es un cuaderno con suficientes hojas en blanco para que las rellene quien quiera y sepa hacerlo. Y si hubiera un único lector que siguiera nuestra agenda y encontrara en ella cauce para la difusión de sus propias ideas, le extendería no ya una mano, sino las dos, en señal de amistad y lo animaría a que siguiera por ese camino.Daría a conocer el caso a los cuatro vientos como prueba de que la voz de los hombres nunca se pierde por completo en el vacío, sino que siempre hay alguien que recoge siquiera uno de sus ecos. Y, por supuesto, mantendría esta agenda con mayor interés."

viernes, septiembre 07, 2007


HUMOR SE ESCRIBE CON H
Bien sabe Zalabardo, y cualquiera puede preguntarle, que aunque yo a veces dé la impresión de poseer un carácter adusto, ello no es más que producto de mi radical timidez y lo cierto es que no estoy reñido en absoluto con el humor. Como también es verdad que en todo momento procuro mantener cada cosa en su límite natural y no soy muy dado a mezclar la gimnasia con la magnesia, como en tantas ocasiones suele acontecer. Y aunque no me opongo a eso de que hay que echarle su pizquita de salsa a la vida, no puedo negar que estoy más entre quienes creen que los asuntos serios son para tomarlos con seriedad.
Por otra parte, siguiendo con el tema, nadie me negará que vivimos en un país donde eso del humor está casi a flor de piel. De humor está cargada nuestra mejor obra literaria, el Quijote, y humor destilan las obras de Quevedo, sin que falte en las de Villarroel, Larra o en las de Valle-Inclán. Y dice Zalabardo que aunque casi siempre nuestro humor esté teñido de color negro, no deja por eso de ser humor. Si nos vamos al cine, ¿recordáis aquella película de Manolo Summers titulada La niña de luto? ¿Y la célebre escena, no se sabe si más cómica que impía o al revés, de la cena en la película Tristana, de Buñuel? Seguid pensando y hallaréis ejemplos de todo tipo.
Recalando en el humor gráfico, para qué contar: La Ametralladora, La Codorniz, Hermano Lobo, El Jueves..., no hay época sin su representación. Y si miramos al plano individual y tomando solo nombres recientes, al instante nos asaltan los de Mingote, Forges, Máximo, Martímorales y tantos más.
Pero lo que hoy me interesa no es sacar a la palestra toda esa buena nómina de humoristas, sino insistir en el hecho de que el humor, y me refiero ahora solo al gráfico, no debe estar reñido con la ortografía. Digo esto porque últimamente me estoy encontrando más ejemplos de los necesarios en los que unos buenos "monos"se ven acompañados de una descuidada ortografía. Como muestra, la imagen que incluyo hoy, que nos ofrece un erróneo del por qué donde debiera haber aparecido simplemente del porqué.
Y aunque en diciembre pasado hubo un apunte sobre esta cuestión, no creo que esté de más insistir en ella, pues se trata de un uso que genera, es cierto, muchas dudas y equivocaciones. En nuestra lengua podemos encontrar los siguientes casos:
Hay un porque, conjunción causal o final, que es una sola palabra llana y sin tilde (Hago esto porquea causa dete aprecio; hago esto porquepara quete sientas bien).
También hay un porqué, sustantivo sinónimo de razón o motivo, que es una sola palabra aguda y con tilde y que siempre va precedida de determinantes (Ignoro el porqué de su conducta; no tienes ningún porqué para hablar así).
Hay, además, un por qué que no es sino el pronombre interrogativo qué (con tilde) precedido de la preposición por (¿Por qué me has engañado?; no sabía por qué hizo tal cosa).
Se da un por que, que es el pronombre relativo que (sin tilde) precedido de la preposición por (Esa es la ventana por que por la cualentró el ladrón).
Y, finalmente, existe un por que que es la conjunción completiva que (sin tilde) acompañada de la preposición por exigida por el verbo que antecede y que encabeza oraciones subordinadas sustantivas (No hay que preocuparse por que vuelvan los malos tiempos).
Espero que la exposición pueda servir a alguien para aclarar las dudas que en este caso concreto se le puedan presentar. Zalabardo, al menos, me dice que él ya lo ha entendido.

jueves, septiembre 06, 2007



LA LEY DE MEMORIA HISTÓRICA

Cuando hace unos días leía en la prensa las objeciones que CiU y otros partidos hacen al contenido de la llamada Ley de la Memoria Histórica, aunque su nombre no sea ese sino otro, y para cuya aprobación el Gobierno está encontrando tantas reticencias que parece difícil que pueda salir adelante, le expresé a Zalabardo mi deseo de leer el articulado de dicha ley para así poder conocerla de primera mano.
Tengo que reconocer que Zalabardo torció el gesto y dijo entre dientes algo que no llegué a entender en su totalidad pero que, por el tono, interpreté más o menos como deja las cosas tal cual están y no te metas donde no te llaman, que no sé cómo te las ingenias siempre para involucrarte en estos berenjenales y luego se arma la que se arma.
Sin hacer caso de sus avisos, antes molesto porque me aconsejara no leer un documento que, si llega a aprobarse, pudiera tener bastante trascendencia, solicité a Google que me localizara la tal Ley y, con interés y sosiego, me he leído la exposición de motivos, los veinticinco artículos, las cuatro disposiciones adicionales y las tres disposiciones finales del proyecto de ley elevado al Consejo de Ministros con fecha de veintiocho de julio de 2006.
Si soy sincero, tengo que decir que al concluir la lectura me surgió una duda: si exponer la impresión que la lectura me ha provocado o limitarme a criticar algunas cuestiones del léxico del texto, como el empleo del verbo inadmitir en lugar de rechazar o del adjetivo supérstite en lugar de sobreviviente. Pero como mi intención primera era la otra, allá voy.
Para empezar, tengo que decir que una ley que, como esta, pretenda la superación del ya tan añejo, por los muchos años, conflicto que ya Goya reflejó a la perfección en su cuadro Lucha a garrotazos, el eterno enfrentamiento entre Caín y Abel, esa lacra infame de las dos Españas, quiero decir, que persiga acabar con las secuelas que nuestra guerra civil última dejó en tanta gente, debiera ser más clara, firme, contundente y, sobre todo, imparcial, para que pueda ser dicho de ella que es una verdadera ley de punto final, que es lo que se pretende. Pero, tras la lectura, siento como si en su redacción hubiera habido algo de miedo y el resultado da la impresión, me la da a mí, de ser un texto algo sesgado, por insuficiente.
Me explico: considero endeble la redacción del artículo segundo, referido al reconocimiento de quienes quedan afectados por la ley. La condena debería alcanzar, sin exclusión de ninguna clase, a las barbaridades cometidas por ambos bandos contendientes. Doy un ejemplo de por qué digo esto: siempre se ha presentado como muestra evidente de la cruel represión ejercida por los levantados contra la República el asesinato de García Lorca la noche del 17 al 18 de agosto de 1936. ¿No deberíamos también recordar la muerte de otro poeta, el malagueño José Mª Hinojosa, que tras ver cómo su casa era saqueada y quemada, igual que tantas otras, por milicias anarquistas incontroladas, fue fusilado el 23 del mismo mes y año, sin formación de causa y sin juicio? Situaciones como la de estos dos poetas fueron vividas, desgraciadamente, por muchos inocentes sin nombre conocido que cayeron víctimas de la barbarie de aquella guerra civil.
Como no quiero ir artículo por artículo, me limitaré a decir que considero justa la petición de CiU, en la línea del párrafo anterior. Como me parece justo que se ahonde más en las peticiones que se hacen sobre el tratamiento de los juicios franquistas. Bien está silenciar el nombre de los jueces, pase, pero se podría avanzar algo más hacia la nulidad de tales juicios y no declararlos simplemente ilegítimos. ¿Por qué, aunque se cree un Centro Documental de la Guerra Civil, no se devuelven a sus legítimos propietarios determinados documentos, como los pertenecientes al Gobierno Vasco? Ya se hizo lo mismo con la Generalitat. Habría que ser también más firmes con todo lo que sean símbolos y monumentos que recuerden la guerra solo desde una perspectiva y, sin derribarlos, los edificios, convertirlos de alguna manera en centros de superación del conflicto.
Hay algunas cuestiones más de la ley que considero mejorables, pero me extendería ya demasiado. Le pregunto a Zalabardo, por fin, si cree que este apunte será tan conflictivo como me pronosticaba. Se lo piensa un poco y dice que está de acuerdo con casi todo lo dicho. Y ahí se queda, sin aclarar ese casi. Así que lo dejo yo también y no le insisto más.

miércoles, septiembre 05, 2007

TENER AGALLAS

En todas las lenguas se dan expresiones que, aunque posean un sentido claro y sean fácilmente inteligibles para la mayoría de la gente, resultan algo más oscuras en cuanto a la delimitación de su procedencia. Nuestra lengua no es una excepción y una de estas expresiones es lo que intento tratar hoy.
Debemos empezar explicando que la homonimia es un tipo de relación entre dos o más palabras que, teniendo un origen bien diferenciado, han venido, sin embargo, a coincidir en su forma, aun manteniendo cada una su significado distinto. A veces, la coincidencia es tan solo fónica (valla / baya); pero, en otras ocasiones, dicha coincidencia es incluso ortográfica, como la que se da entre haya (del verbo haber) y haya (árbol). Las razones de tales homonimias obedecen, casi siempre, a una curiosa semejanza de evolución fonética. En el último de los ejemplos dados, haya (de haber) procede de una forma latina habeam, mientras que haya (árbol) procede de la forma latina fagea. Que ambas palabras hayan derivado hacia la misma forma es mera coincidencia.
Le aclaro a Zalabardo, antes de que él me pida nada, que esta introducción que he hecho la considero necesaria para explicar por qué curiosos caminos se puede llegar a una expresión, en este caso, tener agallas o ser un tipo con agallas que, como sabemos, no significa otra cosa que 'ser una persona de valor contrastado'. ¿Pero cuál es el origen de la expresión?
Tanto el DRAE como el Diccionario de uso de María Moliner nos presentan este término, agalla, en una sola entrada, como si se tratase de una única palabra, lo cual, y lo digo con absoluta humildad, considero errado. En cambio, tanto Covarrubias como Joan Corominas hablan de dos términos, aunque no coincidan al señalar la etimología. También es verdad que este último parece confundir un poco el sentido de uno y otro. En lo que sí coinciden los dos autores es en señalar la existencia de una voz, agallas (generalmente en plural), para el primero procedente del griego galeos y para el segundo de origen incierto, que se refiere al órgano respiratorio de peces y otros animales marinos, es decir, a lo que que más técnicamente se llama branquias.
Junto a esta presentan una segunda voz, agalla, derivada en opinión de ambos del latín galla, que para Covarrubias es un 'vicio que echan los árboles, como los robles, redondo, a manera de bodoques o bolas pequeñas' y para Corominas una 'excrecencia que se forma en el roble'. El DRAE define esta agalla como 'excrecencia redonda que se forma en el roble, alcornoque y otros árboles y arbustos por la picadura de ciertos insectos e infecciones por microorganismos'.
Y ya nos vamos acercando a eso de tener agallas. En su origen hay que considerar dos cuestiones: una metáfora, en primer lugar, y un uso eufemístico, a continuación. Veamos la metáfora. Debido a la forma que tiene la agalla, la palabra se utiliza también con el significado de amígdala. El DRAE recoge este significado, aunque no lo explica; lo que ya no recoge, y que sí vemos en Corominas es que, también metafóricamente, y por la misma razón de la forma, agalla se utiliza para significar testículo. A partir de ahí, el empleo eufemístico nos debe resultar ya muy claro. Si el eufemismo es el empleo de una palabra en lugar de otra que, pensamos, debe silenciarse o evitarse, tener agallas no es más que la equivalencia eufemística de tener cojones y, por ello, ser un valiente.
El DRAE, que considera la palabra cojón malsonante, recoge la locución tener agallas y su significado, aunque no explica la razón. Aquí la dejo para todos aquellos que sientan curiosidad por estas cuestiones de la evolución de los significados. Zalabardo me dice que puedo darme por satisfecho con que haya una sola persona, de entre quienes lean esta nota, que no supiese lo aquí expuesto. Pues vale.

martes, septiembre 04, 2007


PRIDIE NONAS SEPTEMBRARIAS
¿Se puede saber a qué viene ese título con cierto aire cabalístico?, me dice Zalabardo nada más darse cuenta de la imagen que he escogido para hoy y el título que doy al apunte. Pero procuro tranquilizarlo y le pido un poco de paciencia, pues mi intento no es otro que el de hablar de algo muy común en estos días en que nos vamos metiendo en la tarea escolar: el calendario y su diferencia con lo que sea un almanaque.
Porque aunque, por lo común, se tomen como palabras sinónimas lo cierto es que en su origen no lo son, e incluso daré un ejemplo actual que nos ayude a entender la diferencia. En el principio, podríamos decir imitando al Génesis, fue el almanaque y solo más tarde aparecieron los calendarios. Zalabardo queda expectante, esperando ver por dónde salgo; así que voy a ello sin dilación y, de ser posible, con brevedad.
En los albores de la humanidad, los hombres nómadas regían su actividad por el movimiento del sol y por la búsqueda de las circunstancias, de temperatura, pastos, etc., más favorables. Cuando se hicieron sedentarios y dejaron de viajar tras el sol, necesitaron estudiar este movimiento para conocer cuándo habría lluvia y cuándo sequía, cuando crecerían los ríos, cuándo germinarían las semillas y cuándo estarían en sazón. De esta manera aprendieron a leer en el curso del sol las horas, los días, las semanas y los meses, las estaciones y todo cuanto precisaban. De esta forma, dividieron el firmamento en doce casillas o manakh y estudiando las condiciones de cada uno, determinaban la época apropiada para cada actividad, y se señalaban qué días serían afortunados y cuáles infaustos, y se hacían predicciones y augurios. Parece que fueron los egipcios los primeros en actuar así. Luego, los árabes nos transmitieron la palabra con la forma al-manakh, de donde nuestro almanaque. Por eso, Covarrubias decía que los almanaques "son tablas de astrología". En el siglo XVIII, Diego de Torres y Villarroel se hizo famoso, entre otras cosas, por sus almanaques, en uno de los cuales llegó a predecir, incluso, la Revolución Francesa. En nuestros días, se sigue publicando el tan clásico como añejo Almanaque El Firmamento, es decir, el famoso Almanaque Zaragozano, de Don Mariano Castillo y Ocsiero.
El calendario es otra cosa. Lo inventaron los romanos ante la necesidad de señalar los días en que vencían los préstamos y las deudas de los negocios. El día primero de cada mes se celebraban las Calendas (de ahí calendario). El día de la luna llena eran los Idus, que, según los meses, coincidía con el día 13 o 15. Y la otra marca importante para los romanos eran las Nonas, que tenían lugar nueve días antes de los Idus. La víspera de cada uno de estos días era el Pridie. Y si nosotros contamos los días con referencia al pasado (hoy han pasado cuatro días desde el inicio del mes) los romanos contaban con referencia a un dato futuro (hoy es la víspera —pridie— de las Nonas —nueve días antes del 13, que son los Idus— del mes de septiembre). Por eso el raro título de hoy. Pero los cristianos convirtieron este calendario romano —relación de los días de un mes— en, como dice Covarrubias, el "catálogo y martirologio para el rezado y leyenda de los santos". Por eso, hoy se celebra la festividad de los santos Cándida, Rosa, Consolación, Rosalía y Marino.
Me dice Zalabardo que lo dejo anonadado con tanta cantidad de datos. Pero yo le quito importancia y le digo que esto no tiene ningún valor, porque la información, como se decía de la realidad en Expediente X, está ahí afuera y solo hay que buscarla. Eso sí, le pido disculpas si este apunte ha resultado un poquitín largo, pero era difícil condensarlo más.