VA DE NÚMEROS
Cualquiera que sea profesor de lengua podrá dar fe de la extrañeza que entre los alumnos causa que los números estén contemplados entre las diferentes categorías de palabras. Piensan, e incluso defienden con vigor, que los números son competencia exclusiva de las matemáticas. Pero que las palabras que designan a esos números puedan ser tratados como sustantivos (Has escrito un tres muy raro, Yo soy el octavo, Con un tercio tengo bastante, Te ofrezco el doble) o como adjetivos (Tiene cuatro ruedas, llegó en el quinto lugar, Heredó la doceava parte de la finca, Fue campeón de triple salto) es algo que les cuesta asimilar.
Pero aquello de lo que más se extrañan, algunos hasta se resisten a creerlo, es que junto a los números cardinales (los que expresan cantidad en relación con la serie de los números naturales: uno, dos, tres...) y a los números ordinales (los que expresan orden o sucesión en relación con los números naturales: primero, segundo, tercero...) la lengua tenga en cuenta la existencia de los fraccionarios o partitivos (los que designan cada una de las partes en que se divide un todo: medio, quinto, doceavo...) y de los multiplicadores (los que designan cuántas repeticiones o unidades iguales se dan en aquello de que se habla: doble, séxtuplo, céntuplo...). A veces he hablado con Zalabardo de que esto es una clara prueba de la fragmentación del conocimiento que se produce en la mente de los alumnos como consecuencia de la consideración de las asignaturas como entidades aisladas. También lo he hablado con Carlos Rodríguez, a quien estos temas suelen interesar. ¿Cómo entender la literatura y el arte sin tener en cuenta la evolución de las sociedades? ¿Acaso las matemáticas, y el conjunto mismo de los números, no son sino un modo de lenguaje? ¿Es posible, en el terreno de las ciencias de la naturaleza, proceder a la descripción de un fenómeno sin entender cómo actúa un adjetivo? Pero esto nos desviaría de lo que quiero decir sobre los números.
¿Y qué es lo que deseo exponer sobre ellos? Dos cuestiones muy simples que debieran ser de conocimiento general porque están en el origen de no pocos errores: la primera tiene que ver con los fraccionarios y la segunda con la ortografía general de los números.
Vamos con lo primero. Ya hemos dicho arriba cuáles son. Veamos, entonces, sus formas: los adjetivos que se corresponden con los números tres al diez, así como los correspondientes a cien, mil, millón y sus múltiplos, coinciden con los ordinales (tercera, sexta, décima, centésima, milésima...); los que se corresponden con el once y el doce tienen doble forma (undécima u onceava y duodécima o doceava); todos los demás se forman añadiendo al cardinal el sufijo -avo, -ava (veinteavo, cincuentaiseisavo...) ¿A qué error me refería antes? Pues que los terminados en -avo, -ava no pueden utilizarse, de ninguna manera y pese a lo extendido de la costumbre, en lugar de los ordinales. Es decir, que el piso número veinte, será, en todo caso, el vigésimo, pero nunca el veinteavo.
¿Y qué hay sobre la ortografía de los números? En nuestra lengua se han producido cambios al respecto. Aquí recogeré solo los más llamativos. Primero: al escribir números de más de cuatro cifras, se separarán de tres en tres, empezando por la derecha, y separando mediante un espacio en blanco cada uno de los grupos, sin utilizar puntos ni comas, como se hacía hasta ahora, y yo mismo hacía (25 347; 1 879 512...). Segundo: nunca se utilizará punto, ni coma, ni espacio en blanco en los números referidos a años, páginas, versos, portales, códigos postales o artículos legales (año 2007, página 3416, C.P. 29006, R.D. 3612...). Tercero: para separar la parte entera de la decimal, se deberá usar la coma, aunque también vale el punto con que se hace en la normativa internacional (1,5 millones, el valor del número pi es 3.1416...). Hay algunas cosillas más, pero creo que por hoy ya está bien.
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