miércoles, septiembre 19, 2007


CUESTIÓN DE CLASES
Le había prometido a Zalabardo no tratar en esta agenda el caso de Madeleine MacCann; él me había contestado que no hablase muy alto, que la tentación es fuerte y la carne débil. Yo le decía que no tuviese la menor preocupación, que mi voluntad es firme si me lo propongo; y él, de forma inmediata respondía con aquello de no decir nunca de esta agua no he de beber. Pues no le faltaba razón, ya está aquí el tema de Madeleine.
Ya que no he tenido la firmeza de carácter necesaria para resistirme, quisiera, al menos, empezar avisando que no es mi deseo que este comentario pudiese parecer morboso, cruel ni mordaz. La realidad es tan trágica que me repele que se pueda servir uno de ella tan solo para exponer simplezas o sensiblerías.
Cuando por fin me he planteado este tema para hoy, me han venido a la cabeza dos sentencias y dos refranes, que, al fin, son casi la misma cosa: dicen las sentencias, muy parecidas entre sí, que siempre ha habido clases, la una, y que siempre ha habido ricos y pobres, el otro; los refranes, también en la misma onda, afirman, el primero, que la viuda rica, con un ojo llora y con el otro predica, y el segundo, más conocido, dice que los duelos con pan son menos. Insisto, no quiero frivolizar y tengo miedo de que el apunte se me vaya de las manos.
Lo que estas expresiones vienen a enseñarnos es que en una situación de apuro, no todo el mundo está en idéntica situación (quien no tiene padrinos no se bautiza, reza otro refrán) y que ante una desgracia, del tipo que sea, la persona que goza de recursos tiene más posibilidades de sobreponerse y plantar cara al trance.
Quisiera enfrentar dos sucesos con bastantes coincidencias. En Portugal, mientras permanecía dormida en el apartamento en que veraneaba su familia y los padres cenaban en un restaurante próximo, desaparece una niña, Madeleine MacCann, sin que hasta la fecha haya noticias de su paradero. El segundo suceso: en la isla de Gran Canaria, mientras se dirigía desde un solar cercano en el que jugaba hacia su casa, desaparece un niño, Yéremi Vargas, sin que hasta el momento haya noticias de su paradero. Hasta ahí las coincidencias. Lo demás, todo es acumulación de diferencias. Para Yéremi no se han organizado campañas mundiales de búsqueda, ni se ha recogido millón y medio de euros para financiarlas, ni sus padres han sido recibidos por ningún ministro ni por el Papa, ni las televisones le han dedicado más que un breve minuto en los telediarios, en los días primeros de su desaparición, ni los periódicos han llenado páginas y más páginas analizando el caso, ni ningún multimillonario ha puesto su avión privado a disposición de los padres. Yéremi no es Madeleine, ni su familia la de ella.
Por eso se me acumulan los refranes en la cabeza (quien no tiene plata ni oro, desgraciado es en todo). Porque, por desgracia, aunque muchos pretendan demostrarnos con grandes palabras que todos somos iguales, lo cierto es que, como se lee en el libro de Orwell, siempre hay unos que son más iguales que otros. Como lo vemos también en el caso de los braceros rumanos que vendimian en La Mancha (aunque ese sea otro caso).
Lo demás que rodea a este caso, el juicio paralelo de los medios sensacionalistas, el morbo sobre cuál pudiera ser la implicación de los padres y todo lo demás, no cabe en esta agenda. Por aquello de la presunción de inocencia. Y por dignidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que el apunte de hoy arranca de un planteamiento muy justo y equilibrado; hay muchos Yéremi´s en todo el mundo y una sola Madeleine. Hasta ahí, todo correcto. Sim embargo, ¿se chupan el dedo los medios de información? Al volcar tanto morbo en el segundo caso han internacionalizado el asunto, a lo que ha contribuido la prensa española. ¿Por qué no se habrá procedido con más interés en el caso de Yéremi? Los medios de información nos arrastran y, en ocasiones, hay que detenerse un instante para distinguir las hojas de los árboles del bosque. No debería ser sólo cuestión de plata, Yéremi es una inocente criatura más de las muchas que desaparecen y caen en el olvido.
El viejo de la colina.