domingo, diciembre 18, 2016

PASARLAS MORADAS / PASAR LAS MORADAS



Ya no irás, Rosa del alma,
sentada tras de mi silla
baquera y sobre mi tordo
a la feria de Lebrija.
Ni embosaos, yo en mi capa
y tú, Rosa, en tu mantilla,
iremos ya a Puerta é Tierra
a merendá pescaíyas
vivitas, con aceitunas
gordas, morás y partías.
(Manuel M. de Santa Ana)

            Nos quedamos en el apunte anterior sin comentar algunas expresiones en las que el color tiend a manifestar una valoración negativa de lo que se dice.
            Pasarlas moradas es una de ellas. No creo que haya quien no la conozca y no la haya empleado alguna vez. El Diccionario de la Academia señala que con esta locución se da a entender que alguien se encuentra en una situación difícil, dolorosa o comprometida. De lo que ya no nos informa ese diccionario, y creo que tampoco otros, es de las vicisitudes por las que ha pasado la expresión y de cuál pueda ser su origen. Porque, vamos a ver, le digo a Zalabardo, ¿por qué alguien que se halle en una situación difícil las va a estar pasando moradas?
            Pedro Álvarez de Miranda, académico y bibliotecario de la RAE nos ayuda a resolver la duda. Creo que ya lo trata en un libro reciente, Más que palabras, que no conozco; pero sí leí su argumentación en su sección Rinconete, de la página del Instituto Cervantes. Nos explica, primero, que pasarlas moradas no es sino una deformación de pasar las moradas, formas que, fácilmente se aprecia, suenan exactamente igual al oído. Pasar las moradas, la forma clásica, es lo que llevó a más de uno, y Sender se valió de ello para el episodio de La tesis de Nancy que citaba, para relacionar la locución con el libro de santa Teresa de Jesús, que no tiene nada que ver en este asunto.
            Pero aportando numerosísima documentación, Álvarez de Miranda llega a la conclusión de que la expresión original es de origen andaluz —Cecilio Benítez incluso llega a decir que sevillano— y que hacía alusión al padecimiento de quienes sufrían tal penuria que no tenían para alimentarse más que aceitunas y pan. En esa exposición suya nos enteramos también, y lo corroboran bastantes textos de que en sus orígenes la expresión era más compleja, pues lo que se decía era pasarlas con las morás y las partías, es decir, con lo que hubiera.

            ¿Y de dónde viene eso de calificar a la prensa sensacionalista, que se vale de titulares llamativos y que, además se solaza con informaciones escandalosas o de sucesos como amarilla? Parece que la costumbre surgió a finales del siglo xix y que la razón hay que encontrarla en el enfrentamiento de dos periódicos americanos, el New York World, de J. Pulitzer y el New York Journal, de W. R. Hearst, por atraerse el favor del público. Hay quien habla del tono del papel utilizado y cosas así; pero lo cierto es que la explicación es más fácil. En ambos periódicos se publicaron unas tiras cómicas y críticas de Richard F. Outcault en las que había un personaje que alcanzó enorme popularidad: The Yellow Kid, El chico amarillo. Por eso, a partir de ellos, a cualquier publicación que se basaba en contenidos y tratamientos sensacionalistas se le comenzó a llamar prensa amarilla.
            Y nos queda el negro. Es posiblemente el color que mayor número de expresiones ha dado y creo, le digo a Zalabardo, que no cuesta comprenderlo. El negro lo asociamos con la oscuridad, con la dificultad, con lo desfavorable. Tener la negra o tocarle a uno la negra, expresiones con las que indicamos que algo nos ha salido mal o que hemos padecido alguna gran dificultad o revés, que tenemos mala suerte, tiene un origen muy remoto. Ya en Grecia y en Roma se resolvían algunas cuestiones recurriendo a meter en una bolsa unas habas o piedrecitas blancas entre las que se colocaba una de color negro. Quien sacase de la bolsa esta última era el perdedor del litigio que se mantuviese. 

            Para el curioso, recomiendo el artículo Expresiones eufemísticas en la prensa diaria, de Roberto Olaeta y Margarita Cundín, ambos de la Universidad del País Vasco, que se publicó en el volumen Discurso y sociedad (2008) de la Universidad Jaume i. Ahí hallamos, entre otras, la expresiones estar negro, ‘estar enfadado’; pintarlo todo negro, ‘verlo todo desde el lado más negativo’; tenerlo negro, ‘tener difícil conseguir algo’; verlo todo negro, ‘adoptar una actitud pesimista’; verse negro, ‘tener dificultades’…
            Y como ahora llegan unos días de ajetreo y continuadas reuniones familiares, le digo a Zalabardo que nos tomaremos un descansito hasta que pase las fiestas. En tanto, deseamos a quien nos lea que lo que emprendan les salga de color de rosa, porque no todo va a ser negativo.

sábado, diciembre 10, 2016

SOBRE VIEJOS VERDES Y LÍNEAS ROJAS



            ¿Ves, chulita, como de este modo estamos en el Paraíso? Así se consiguen dos cosas, la tranquilidad dentro, el decoro fuera. ¿Qué necesidad tengo yo de que me llamen viejo verde? Y tú, ¿por qué has de andar en lenguas de la gente? (Benito Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta)

            Estamos Zalabardo y yo en el bar de un polígono haciendo tiempo mientras me revisan los frenos del coche. No recurro a ningún tipo de imagen, es la verdad que escribo este apunte sentado en un bar. Oímos a un parroquiano, que conversa con otro, decirle: El pobre Manolo las pasó ayer morás. Me acordé de inmediato de La tesis de Nancy, de Sender, y de los líos que la protagonista se armaba con las expresiones populares. Tendré que buscar luego el episodio concreto recordado. Zalabardo, en cambio, va más a lo suyo y me pregunta: ¿por qué en nuestra lengua tenemos tantas expresiones en las que los colores se cargan de significado negativo.
            Tiene mi amigo la virtud de plantearse preguntas que, así de pronto, me obligan a pensar. Y pocas veces sus preguntas son baladíes. Así que, mientras doy un bocado a mi pitufo con aceite (él se lo ha pedido con tomate y jamón), me vienen varias a la cabeza: pasarlas moradas; tener la negra o verse negro para algo; ser un viejo verde, contar un chiste verde o poner verde a alguien; comerse el marrón; trazar (o no) líneas rojas; ponerse morado; prensa amarilla; poner colorado a alguien… Desconozco, le digo, la razón de este semantismo negativo de algunos colores, aunque el origen de tales expresiones pueda ser explicado las más de las veces.
            Vemos que verde es el que más se repite; y, si no me equivoco, ya digo que escribo este apunte sin tener a mano materiales de consulta, el origen de las tres parte de viejo verde. En latín, viridis significaba no solo un color, sino también ‘lozano, vigoroso’ y se aplicaba tanto a jóvenes como a mayores. De ahí que un viejo verde era quien, pese a su edad, conservaba la lozanía y vigor de la juventud. Pero llegó un momento, que no sé ahora cuál fue, en que se consideró impropio de ciertas edades mostrar inclinaciones sexuales que, se pensaba, correspondían a otra edad. Y la palabra pasó a significar ‘indecente u obsceno’. De ahí, el chiste verde es el que versa sobre obscenidades y poner verde a alguien es criticarlo porque su comportamiento no se ajusta al que se piensa debería mostrar.

            Tragarse, comerse o cargar con el marrón. La última forma me parece la más adecuada, aunque no tengo seguridad de que, aquí, marrón aluda a un color. Carga con el marrón aquel sobre quien se hacen recaer todas las culpas o la responsabilidad de un hecho. ¿Y por qué carga y, precisamente un marrón? En alguna parte creo haber leído que, en zonas de Salamanca, se llama marrón a una viga fuerte de la que se colgaban los productos de la matanza, los aperos de la labranza o cualquier cosa que hubiese que quitar de en medio. El marrón lo aguantaba todo. Por eso, la persona a quien se le echa encima una culpa o una responsabilidad se convierte en marrón.
            ¡Ay, las dichosas líneas rojas de que ahora habla todo el mundo! Cuando se pone de moda una palabra o expresión, nadie se priva de emplearla si no quiere pasar por inculto. Que sepa por qué se dice eso es harina de otro costal. La línea roja delimita el punto del que algo no debe pasar. ¿Y por qué una línea roja y no violeta, por ejemplo? Porque en las máquinas de vapor antiguas (también podemos pensar en los termómetros analógicos) había un manómetro para medir la presión. Una línea roja, bien visible, marcaba que la presión no debería sobrepasar ese nivel para evitar cualquier riesgo de explosión.
            ¿Y qué es ponerse morado? Es algo que decimos de quien se da un hartazgo de algo, bien sea comida, por lo general, o de otra cosa, por extensión. Se pone uno morado por efecto de la cianosis, que es el proceso por el que la piel toma una coloración violácea o morada como consecuencia de una deficiente oxigenación de la sangre, cosa que ocurre en quien se ha dado una comilona o tiene problemas respiratorios.
            Como las expresiones que quedan, sobre todo pasarlas moradas, alargarían este espacio, le digo a Zalabardo que me parece pertinente dejar aquí el apunte y continuarlo la semana próxima.
            Ya en casa, busco el episodio recordado de La tesis de Nancy. Hacia el final del capítulo vii, la jovencita americana cuenta a su amiga que Curro le habló de alguien que pasó las moradas y ella, cándida, piensa en pruebas espirituales relacionadas con Las moradas de Santa Teresa. Pero de eso hablaré, digo, en el próximo apunte.
            Sobre el cambio experimentado por verde y viejo verde. Covarrubias (1611) no menciona la palabra viejo, pero dice que estar uno verde es ‘no dejar la lozanía de mozo habiendo entrado en edad’. El Thesaurus de Baltasar Henríquez (1679) dice de verde vejez que es la ‘vejez sana y robusta’; en ambos casos, vemos parece claro que se alude a  cualidades positivas. Sin embargo, el Diccionario de Autoridades, de 1739, después de decir que verde es ‘metafóricamente, mozo que está en el vigor y fuerza de su edad y lo da a entender en sus acciones’, añade luego que viejo verde es ‘el que mantiene o ejecuta algunos modales y acciones de joven impropias de su edad’; también identifica verde con salaz, es decir, ‘inclinado a la lujuria’. El cambio, como se observa, ya ha tenido lugar y explica lo de chiste verde. Algo después, Terreros y Pando, en 1788, afirma que viejo verde es ‘el que lleva una vejez liviana, de poco juicio’.

domingo, diciembre 04, 2016

GENTILICIOS Y APODOS COLECTIVOS



            Si alguien oye hablar de un cheposo en Huesca, seguro que no tiene duda de que se está refiriendo a un zaragozano (y no a alguien con joroba). Si la conversación transcurre en la capital aragonesa y se refiere a un oscence, entonces este será fato (Cristina Adán)

Adentrarse en el asunto de qué sean los gentilicios es, seguro, meterse en un buen berenjenal, pues no está demasiado claro qué haya de entenderse por tal. María Moliner dice que son  nombres y adjetivos que expresan naturaleza o nacionalidad. El DRAE recoge tres acepciones: 1. Que denota relación con un lugar geográfico. 2. Perteneciente o relativo a las gentes o naciones. 3. Perteneciente o relativo al linaje o familia. Está claro que sevillano, muniqués o tailandés son gentilicios. Pero cuando, por ejemplo, al portero del Real Madrid Keylor Navas se le llama tico, ¿usamos un gentilicio?
            Gregorio Salvador trata de explicarnos dos cosas al respecto: que un gentilicio es algo más y que hay que diferenciarlo de lo que sea apodo colectivo. Para ello nos remite a la Gramática descriptiva, de Ignacio Bosque. Y, en efecto, si acudimos a esta, nos encontramos con que se dice que el gentilicio designa características geográficas, étnicas, políticas y religiosas y que, por lo común (ojo, no siempre), se derivan de la raíz del nombre de un lugar. O sea, que americano es un gentilicio propiamente dicho, pero que también se pueden considerar como tales, según los contextos, mahometano, conservador o negro. Cosa diferente es el apodo colectivo, que se caracteriza por indicar una nota (cualidad o defecto) particular de uno o más individuos, que puede ser cariñoso, ofensivo o despectivo y que, con bastante frecuencia, aplican los habitantes de un lugar a los de otro próximo. Según esto, sería apodo colectivo, próximo al gentilicio, llamar caballas a los de Ceuta o perotes a los de Álora.

           Le comento a Zalabardo que, hasta ahí, todo está meridianamente claro y, para una persona común y corriente, no hace falta meterse en más honduras. Pero hay una cuestión que sí quiero mencionar. Se dice, con razón, que el gentilicio suele derivarse de la raíz del nombre al que se aplica. Así, el madrileño es de Madrid como el valenciano es de Valencia. Pero, en ocasiones, nos encontramos ante situaciones por lo menos sorprendentes. Aquellas que crean personas que, sin entrar en más razones, publican artículos con títulos como Los más raros gentilicios de España, o algo parecido. Y citan, doy una corta lista, iliturgitano (de Andújar), bilbilitano (de Calatayud), astigitano (de Écija), ilerdense (de Lérida), sexitano (de Almuñécar), brigantino (de Betanzos), mirobrigense (de Ciudad Rodrigo) o ursaonense (de Osuna). Lo que suelen ocultar la mayoría de estos artículos (ignoro la razón) es que tales gentilicios no derivan del nombre actual de la población sino del latino, al menos en los casos que he citado: Iliturgi, Bílbilis, Astigi, Ilerda, Sexi, Brigantium, Miróbriga y Urso, respectivamente.

 
José Solís Ruiz
          
El creciente desprecio hacia las humanidades, y en este caso el latín, explica la dificultad que tenemos para reconocer estas cuestiones. Y esto me trae a la memoria una anécdota en la que se vio involucrado Ministro Secretario General del Movimiento en las Cortes franquistas, José Solís Ruiz, nacido en Cabra, cuando emprendió una reforma del sistema educativo en la que se pretendía potenciar el deporte en el bachillerato a costa de quitar horas de latín. En el debate, el ministro llegó a afirmar: Porque, en definitiva, ¿para qué sirve el latín? A estas palabras respondió Adolfo Muñoz Alonso, participante en el debate, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y defensor de la cultura clásica: Por de pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa. Y es que, aunque el topónimo Cabra deriva de la forma árabe Qabra, su origen más remoto es el latín Egabrum.

           En cuanto a los apodos colectivos, el asunto se complica. Como decía más arriba, con bastante frecuencia suelen nacer de la intención burlesca de algún pueblo vecino o de una característica peculiar, no siempre fácil de explicar. Son apodos colectivos, que hay tantos o más que gentilicios, gato (de Madrid), boquerón (de Málaga), morisco (de Almogía), chichilindris (de Arroyo de la Miel), pechero (de Alozaina), alcaudón (de Osuna), panciverde (de Aguadulce, Sevilla), cuervo (de Villanueva del Duque), manano (de Lucena), mochano (de Antequera) y un larguísimo etcétera. A veces, varias poblaciones comparten un mismo apodo aunque por razones diferentes. Los habitantes de los pueblos malagueños Humilladero y Mollina, según la tradición, se llevan muy mal, ‘como perros y gatos’. Por este motivo, a los del primero se les llama gatos y a los del segundo, perros. Pero no siempre es tan fácil la explicación, pues incluso podemos encontrarnos con casos en que diferentes personas dan razones muy distintas.