sábado, diciembre 10, 2016

SOBRE VIEJOS VERDES Y LÍNEAS ROJAS



            ¿Ves, chulita, como de este modo estamos en el Paraíso? Así se consiguen dos cosas, la tranquilidad dentro, el decoro fuera. ¿Qué necesidad tengo yo de que me llamen viejo verde? Y tú, ¿por qué has de andar en lenguas de la gente? (Benito Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta)

            Estamos Zalabardo y yo en el bar de un polígono haciendo tiempo mientras me revisan los frenos del coche. No recurro a ningún tipo de imagen, es la verdad que escribo este apunte sentado en un bar. Oímos a un parroquiano, que conversa con otro, decirle: El pobre Manolo las pasó ayer morás. Me acordé de inmediato de La tesis de Nancy, de Sender, y de los líos que la protagonista se armaba con las expresiones populares. Tendré que buscar luego el episodio concreto recordado. Zalabardo, en cambio, va más a lo suyo y me pregunta: ¿por qué en nuestra lengua tenemos tantas expresiones en las que los colores se cargan de significado negativo.
            Tiene mi amigo la virtud de plantearse preguntas que, así de pronto, me obligan a pensar. Y pocas veces sus preguntas son baladíes. Así que, mientras doy un bocado a mi pitufo con aceite (él se lo ha pedido con tomate y jamón), me vienen varias a la cabeza: pasarlas moradas; tener la negra o verse negro para algo; ser un viejo verde, contar un chiste verde o poner verde a alguien; comerse el marrón; trazar (o no) líneas rojas; ponerse morado; prensa amarilla; poner colorado a alguien… Desconozco, le digo, la razón de este semantismo negativo de algunos colores, aunque el origen de tales expresiones pueda ser explicado las más de las veces.
            Vemos que verde es el que más se repite; y, si no me equivoco, ya digo que escribo este apunte sin tener a mano materiales de consulta, el origen de las tres parte de viejo verde. En latín, viridis significaba no solo un color, sino también ‘lozano, vigoroso’ y se aplicaba tanto a jóvenes como a mayores. De ahí que un viejo verde era quien, pese a su edad, conservaba la lozanía y vigor de la juventud. Pero llegó un momento, que no sé ahora cuál fue, en que se consideró impropio de ciertas edades mostrar inclinaciones sexuales que, se pensaba, correspondían a otra edad. Y la palabra pasó a significar ‘indecente u obsceno’. De ahí, el chiste verde es el que versa sobre obscenidades y poner verde a alguien es criticarlo porque su comportamiento no se ajusta al que se piensa debería mostrar.

            Tragarse, comerse o cargar con el marrón. La última forma me parece la más adecuada, aunque no tengo seguridad de que, aquí, marrón aluda a un color. Carga con el marrón aquel sobre quien se hacen recaer todas las culpas o la responsabilidad de un hecho. ¿Y por qué carga y, precisamente un marrón? En alguna parte creo haber leído que, en zonas de Salamanca, se llama marrón a una viga fuerte de la que se colgaban los productos de la matanza, los aperos de la labranza o cualquier cosa que hubiese que quitar de en medio. El marrón lo aguantaba todo. Por eso, la persona a quien se le echa encima una culpa o una responsabilidad se convierte en marrón.
            ¡Ay, las dichosas líneas rojas de que ahora habla todo el mundo! Cuando se pone de moda una palabra o expresión, nadie se priva de emplearla si no quiere pasar por inculto. Que sepa por qué se dice eso es harina de otro costal. La línea roja delimita el punto del que algo no debe pasar. ¿Y por qué una línea roja y no violeta, por ejemplo? Porque en las máquinas de vapor antiguas (también podemos pensar en los termómetros analógicos) había un manómetro para medir la presión. Una línea roja, bien visible, marcaba que la presión no debería sobrepasar ese nivel para evitar cualquier riesgo de explosión.
            ¿Y qué es ponerse morado? Es algo que decimos de quien se da un hartazgo de algo, bien sea comida, por lo general, o de otra cosa, por extensión. Se pone uno morado por efecto de la cianosis, que es el proceso por el que la piel toma una coloración violácea o morada como consecuencia de una deficiente oxigenación de la sangre, cosa que ocurre en quien se ha dado una comilona o tiene problemas respiratorios.
            Como las expresiones que quedan, sobre todo pasarlas moradas, alargarían este espacio, le digo a Zalabardo que me parece pertinente dejar aquí el apunte y continuarlo la semana próxima.
            Ya en casa, busco el episodio recordado de La tesis de Nancy. Hacia el final del capítulo vii, la jovencita americana cuenta a su amiga que Curro le habló de alguien que pasó las moradas y ella, cándida, piensa en pruebas espirituales relacionadas con Las moradas de Santa Teresa. Pero de eso hablaré, digo, en el próximo apunte.
            Sobre el cambio experimentado por verde y viejo verde. Covarrubias (1611) no menciona la palabra viejo, pero dice que estar uno verde es ‘no dejar la lozanía de mozo habiendo entrado en edad’. El Thesaurus de Baltasar Henríquez (1679) dice de verde vejez que es la ‘vejez sana y robusta’; en ambos casos, vemos parece claro que se alude a  cualidades positivas. Sin embargo, el Diccionario de Autoridades, de 1739, después de decir que verde es ‘metafóricamente, mozo que está en el vigor y fuerza de su edad y lo da a entender en sus acciones’, añade luego que viejo verde es ‘el que mantiene o ejecuta algunos modales y acciones de joven impropias de su edad’; también identifica verde con salaz, es decir, ‘inclinado a la lujuria’. El cambio, como se observa, ya ha tenido lugar y explica lo de chiste verde. Algo después, Terreros y Pando, en 1788, afirma que viejo verde es ‘el que lleva una vejez liviana, de poco juicio’.

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