lunes, octubre 29, 2012

PIRATA / HACKER / JÁQUER

Tiene Zalabardo expresiones y modismos sumamente curiosos y claramente explicativos de lo que quiere decir que yo, en no pocas ocasiones, imito, aunque soy consciente de no conseguir con ellos el efecto que mi amigo. Por ejemplo, cuando quiere remarcar la suma antigüedad de algo, dice que aquello se conoce desde toda la vida de Dios. Y cuando lo que desea reseñar es la suma facilidad de un proceso, hace uso de un refrán que ignoro si es o no de su invención: más fácil que mear, que no hay más que empujar y ya está.
Viene todo esto a cuento de una conversación que manteníamos hace algún tiempo sobre la introducción y adaptación al español de algunas palabras. Él me ha echado en cara que yo machaco mucho en el repudio del extranjerismo y en la defensa de los términos propios. Sin negarle del todo la afirmación, pretendo matizarle que lo que yo defiendo es, más bien, el uso del vocablo autóctono cuando el extranjerismo no aporta nada distinto a lo que aquel señala, que no es lo mismo.
Entonces, continúa mi amigo, si un pirata es, según el DRAE, la ‘persona que junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos para robar’, ¿no estaría bien aceptar hacker para, según el DPD, la ‘persona con grandes habilidades  en el manejo de ordenadores, utiliza sus conocimientos para acceder ilegalmente a sistemas o redes ajenos’ sin tener que usar pirata informático, puesto que hay diferencia entre las dos palabras?
Cuando mi amigo me hace alguna de estas preguntas, la verdad es que me pone en un aprieto. Es entonces cuando trato de imitar su lenguaje y línea de argumentación y le digo: Mira, desde toda la vida de Dios han existido los piratas y tal palabra nos evoca inmediatamente un velero y la bandera negra con el cráneo y las tibias cruzadas. Pero el mundo ha cambiado mucho, aun así sigue habiendo piratas, y el término también, e incluso bajo su manto se han cobijado otras palabras. Si ese pirata se ponía al servicio de un rey con el que compartía el botín que obtenía, se le llamaba corsario, palabra de origen italiano. Si, por otra parte, era el antiguo europeo instalado en las costas americanas que se dedicaba a cazar y ahumar la carne en el bucán para luego venderla a los navegantes y que, una vez expulsado, se refugió en la isla Tortuga, desde donde atacaba y robaba los barcos españoles, se le llamó bucanero, formada a partir del término francés boucanage. Y si, por fin, ese pirata se dedicaba a lo dicho y simultaneaba su actividad con el contrabando, recibió el nombre de filibustero, que según diferentes interpretaciones puede proceder del holandés vrijbuiter, ‘que va a la captura del botín’ o del inglés fly-boat, por tipo de velero rápido que utilizaban. Vemos, pues, que hablamos de cuatro palabras, una de valor genérico y tres que señalan variantes de lo que aquella significa. La primera es un término patrimonial, pues nos llegó desde el griego a través del latín; las otras tres son términos adquiridos, extranjerismos necesarios porque cada uno de ellos significa una modalidad diferente de pirata. Eso sí, se han españolizado adoptando una ortografía y acentuación propias de nuestra lengua.
Hasta ahí, tenemos los piratas de toda la vida de Dios. Pero, le aclaro, ya te he dicho que el mundo evoluciona y la lengua también. Por eso, me apoyo ahora en el Diccionario del español actual, de Seco, y vemos que, tras la definición que hemos manejado hasta aquí, encontramos una segunda: ‘persona que secuestra un avión’, lo que conocemos como pirata aéreo; y aún una tercera: ‘persona que ilegalmente se adueña o hace uso de algo que no le pertenece’, donde cabe, por supuesto, el pirata informático. Aunque, como vemos, para tales conceptos hemos de utilizar dos palabras, lo que va en contra del principio de economía lingüística, que propone la utilización del menor número de elementos posibles.
Pero sucede que, aparte de su valor sustantivo, Seco señala también un valor adjetivo para esta palabra: ‘ilegal o que carece de la debida licencia’. Caben ahí, según se entiende, taxi pirata, emisora pirata, copia pirata, programa pirata y algunos usos más.
Zalabardo parece convencido con lo que le digo, pues no me hace ninguna objeción. Sin embargo, en ese momento preciso, yo, como si saltara al abordaje, me sitúo de algún modo en la ribera desde la que él habla y le digo: como la lengua no es inmutable y toda la vida de Dios se han usado neologismos y extranjerismos que han acabado por imponerse, ¿podríamos aceptar que se utilice hacker? Según y cómo. Me explico. Yo no aceptaría en nuestro ámbito el americanismo zíper (del ing. zipper) porque no aporta nada a nuestra cremallera. Pero no tendría especial inconveniente en aceptar jáquer (así, españolizado en su ortografía y acentuación) en lugar de pirata informático porque designa a un tipo muy específico de pirata y respeta el principo de economía ya citado. De hecho, en un periódico argentino, el ejemplo lo recoge lo recoge el Diccionario de dudas, se ha podido ver la frase Un pirata informático logró jaquear los sistemas de seguridad, donde, en buena convivencia, coexisten las dos modalidades del término.

lunes, octubre 22, 2012

POLITO, POLITÓN


                No sé si alguna vez he hablado aquí, son tantos los apuntes que hay ya en esta agenda, del aprecio y afición que siento por todas las manifestaciones folclóricas y populares (como si una cosa no comportase la otra). Zalabardo sabe que me gusta acudir a las fiestas populares de cualquier rincón de la provincia de Málaga. Dentro de pocos días tendrá lugar la fiesta de la castaña de Pujerra, en el valle del Genal, y allí estaremos, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, según se dice en los carteles taurinos.
            De las manifestaciones populares, hay una muestra para mí especialmente interesante: la que constituyen los romances, canciones de labor y cantos o cuentos infantiles. Aún recuerdo que una vez, hace de ello como veinticinco años, propuse a un grupo de alumnos la realización de una actividad complementaria: la recogida de romances y refranes para descubrir como en la época actual siguen teniendo vigencia determinadas manifestaciones folclóricas antiguas. Durante el trimestre que duró la experiencia recogimos casi cuarenta romances (alguno se remontaba a una tradición de muchos siglos atrás) y cerca de un millar de refranes (bastantes de los cuales no pudimos hallar recogidos en ningún refranero existente).
            Por ello me alegró que hace unos días, un amable lector, Álvaro, me elogiara un apunte de hace ya cinco años (Sardinas al pie de la torre) porque decía que le recordaba a su padre, que solía utilizar expresiones como la que daba título al apunte y me pedía información sobre otra expresión que también utilizaba su padre: Polito, politón, la sal y el perejil. Como no me dejaba ninguna dirección para contestarle de manera privada, quiero aprovechar el apunte de hoy para hacerlo.
            Una característica especial de las canciones populares y romances es que, por razón de su transmisión oral, se alteran muchas veces palabras y frases hasta derivar en soluciones extrañas. De los romances y canciones de que hablo, puedo citar cómo en uno se decía las salves iban volando en lugar de las aves iban volando, o cómo en otro se decía lo ponía en el san Juan por lo ponía en el zaguán. Se encuentra también floroso en vez de frondoso, ajilandó por aguijando o respreciado por despreciado.
            Esto explica que Álvaro Rojas no halle muestras de ese Polito, politón por el que pregunta, que no es sino una canción popular originaria de Burgos, que se usó también para el juego infantil del corro (¿juegan las niñas de hoy al corro? ¿A qué juegan niños y niñas de nuestro tiempo?). Y es que en realidad, lo que la canción original dice es Morito pititón. Como no sé de qué manera hacérsela llegar me valgo de esta Agenda de Zalabardo para ver si está esperando mi respuesta y la lee. Y si alguien más quisiera saber con qué música se canta esta canción, añado que en YouTube es posible encontrar varias versiones.

Morito pititón,
del nombre virulí,
ha revuelto con la sal
la sal y el perejil,
perejil, don, don,
perejil don, don,
las armas son,
del nombre virulí,
del nombre virulón.

Al tío Tomasón
le gusta el perejil
en invierno y en abril,
mas con la condición
perejil don, don,
perejil don, don,
la condición
que llene el perejil
la boca de un lechón.

Se ufana Melitón,
un vago del lugar,
de jamás anís catar,
mas cuando no lo ven,
perejil don, don,
perejil don, don,
el remolón
se toma sin chistar
un frasco de Chinchón.

lunes, octubre 15, 2012

LAS DOS ORILLAS DEL ESPAÑOL

En ocasiones, Zalabardo me echa en cara que no valoro suficientemente los comentarios que se hacen a los apuntes incluidos en esta Agenda. Intento hacerle ver que está errado en su apreciación, pues siempre he mantenido que nadie escribe para sí mismo, yo tampoco, sino que lo hace con la intención de ser leído por otros, lectura que nunca se agradecerá bastante. Tan lo creo así que en bastantes ocasiones he dicho que incluso quien escribe un diario (texto personal donde los haya) lo hace con la secreta esperanza de que alguien lo descubra y lo lea. Señal de que no es tan íntimo.
Pero para que vea que lo que digo es verdad, hoy quiero hacer referencia a uno de esos comentarios recibidos. Me lo envió María Elena Schlesinger, desde Guatemala, hace ya tiempo, el pasado 23 de junio y era alusivo al apunte del 19 de marzo en que comentaba aquello del ojo de boticario. Quien me siga recordará que allí defendía yo un significado que ningún diccionario recoge y apuntaba una posible explicación al refrán venir algo como pedrada en ojo de boticario también diferente a los sentidos que se le aplican en diccionarios y en los glosarios de dichos y refranes. Que alguien de Guatemala perdiese algo de su tiempo en leer uno de mis apuntes me llena de orgullo, para qué negarlo.
Pues bien, la señora Schlesinger, junto a un amable elogio del apunte, me adjuntaba el enlace para acceder a un artículo que ella había escrito en elperiodico.com, de su país (http://www.elperiodico.com.gt/es/20120623/lacolumna/214032). En él se alude a estos ojos de boticario que yo decía, ‘recipientes de vidrio llenos de agua coloreada’ y que, actuando como gran angular, ayudaban a los boticarios a vigilar el local desde la rebotica. Y en él encuentro, además, una serie de bellas palabras que en nuestro país apenas si se emplean o tienen un sentido diferente: menjurje, apotecario (que es lo que aquí llamamos albarelo, ‘recipiente de cerámica que contiene diferentes productos’), destiladera, remembranza (‘recuerdo’, ‘evocación’), valijita de parto (‘canastilla’) y algunas otras.
Y en uno de los blogs que publica el diario El País pude toparme con el comentario de una serie de modismos mexicanos: bolero (‘limpiabotas’), güero (‘persona de piel blanca y/o de pelo rubio’), vibrar algo (‘estar en la onda, estado de ánimo, sintonía’), cruzarse (‘ingerir varias drogas’) y varios más.
Dichos textos y las palabras que en ellos hallé no me permitieron solo ver que mi hipótesis era acertada, en el caso del primero, sino que, a la vez, me concedió plantearme una reflexión sobre nuestra lengua, que le expongo a Zalabardo: ¿cuántas personas hablan español? Sin entrar en el manejo de cifras oficiales, digamos que unos 400 millones. De ellos, sobre 44 millones somos los españoles; los demás se reparten por el resto del mundo, especialmente en América. Meditemos sobre el hecho de que solo México tiene dos veces y media más habitantes que nuestro país y el conjunto de los países americanos supone nueve veces más habitantes que los que aquí estamos.
¿A qué conclusión quieres llegar con tales datos?, me pregunta Zalabardo. Le contesto que a uno muy simple: que a veces nos miramos demasiado el ombligo y nos creemos los de esta orilla del Atlántico, en esto de la lengua, los reyes del mambo, los dueños del idioma. Y no consideramos que en la otra orilla también se habla el español y por muchas más personas de las que imaginamos. Y que ellos son tan dueños como podamos serlo nosotros de este idioma que nos une más que ninguna otra cosa. Que lo que se habla en América no es simplemente ‘una modalidad del español’, sino que es el español, tan correcto, y a veces más que el nuestro. Esto lo supo percibir perfectamente Juan Ramón Jiménez, quien, en Estética y ética estética (que recoge textos compuestos entre 1915 y 1954), dejó escrito lo que sigue: ¡Qué estraño oír hablar un español mejor a un colombiano, un mejicano, un boliviano! Un español mejor que el mío, ¡qué estraño! más educado que el mío [….] porque sigue en su hora y en su lugar, su espacio y su tiempo.
Si nos paramos a ver la nómina de escritores surgidos en América durante el último siglo y medio, si hablamos con cualquier americano hispanohablante, no nos costará trabajo aceptar la verdad que encierran las palabras del poeta de Moguer.
Y, aceptado todo ello, aprovecho para enviar un saludo y mi agradecimiento a todos los americanos hispanohablantes que siguen estos apuntes, que no son pocos.

lunes, octubre 08, 2012

HABLAR EN CRISTIANO

                                                                                           (Tomado de El País)


                  Solemos emplear la expresión hablar en cristiano cuando nos referimos a un modo de hablar con sencillez y claridad para que todo quisque pueda entenderlo, del mismo modo que utilizamos hablar en chino cuando lo que queremos decir es que aquello no lo entiende ni Dios, que ya es decir. Supongo que los chinos, como los árabes, los esquimales o los maoríes poseerán en sus lenguas expresiones diferentes, pero equivalentes a las que digo. Y Juan de Valdés (1509-1541), ¿cuántas veces lo habré citado aquí?, dijo: solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible.
            Hago esta introducción porque me viene Zalabardo con un recorte de un chiste de Forges, publicado en El País hace ya días, que reproduzco aquí. Lo que pasa es que Zalabardo tiene la rara costumbre de leer la prensa con varios días de retraso. Como yo una vez le preguntara la razón de esa costumbre, me respondió con toda su cachaza: porque como los periódicos siempre traen tan malas noticias, me gusta darles un tiempo a ver si mejoran.
            Forges suele dar en el blanco casi siempre y lo hace siempre sin demasiada acidez, como recomendándonos que, si podemos tomar las cosas por su lado amable, no las tomemos por el dramático. Zalabardo me pide opinión sobre el chiste y le contesto que poco hay que decir, pues la práctica diaria nos demuestra esta tendencia nuestra a utilizar extranjerismos sin meditar en las consecuencias. ¿Qué no se va a hundir el mundo por ello? Por supuesto que no, pero nuestra lengua se irá empobreciendo sin remisión.
            ¿Tú crees que es para tanto? Me pregunta Zalabardo. Entonces le hago una propuesta, que cojamos un periódico del día y nos limitemos a ojear sus páginas, sin poner demasiada atención, a ver cuántos y cuáles extranjerismos nos topamos. El resultado, como mi buen amigo comprueba, es para preocuparse. Rara es la sección en que no se desliza al menos uno.
            La relación que obtenemos es, creo, bastante sintomática: nos topamos con skaters en lugar de patinadores, thriller por (película de) suspense, catering por servicio de suministro de comida y bebida, spot en lugar de anuncio o cuña, on line en vez de en línea, top por de primer nivel o lo más distinguido, ranking en vez de escalafón o clasificación, pole por primera posición, share donde debería decirse cuota de pantalla, prime time en lugar de horario estelar o low cost en vez de barato.
            Dejo a propósito dos, le digo, por una razón especial. Una es el término cinematográfico foundfootage del que no tengo ni puñetera idea de lo que pueda ser (tendré que preguntarles a Pablo Cantos o a José Manuel Mesa) y flat white, de cuyo significado creo haberme enterado a medias. Se refiere a un tipo de café y, no sé si será eso, café con una capa de espuma de leche por encima.
            Ya ves, me interrumpe Zalabardo, con lo fácil que es pedir un café. Entonces soy yo quien lo interrumpe y le digo que, aquí en Málaga, pedir un café no es tarea tan fácil, según puede comprobar cualquier forastero. Y como a mi amigo no hay quien lo achante, añade de inmediato: pero para eso tienen los bares la chuleta aclaratoria. Esto es verdad. En muchos bares, la costumbre parece que se va perdiendo, suele, o solía haber una pizarra con los diferentes tipos de café; incluso una marca malagueña de este producto había elaborado un espejo ornamental en el que aparecían las distintas modalidades.
            Porque hay que saber que las modalidades de café que se pueden pedir en Málaga son (salvo error u omisión) las siguientes nueve: sololargosemilargosolo cortomitadentrecortocorto - sombra y nube. Los cuatro primeros son cafés solos y los cinco últimos, con leche. La muestra o chuleta a que me refiero ofrecía la imagen de nueve vasos con la cantidad de café que correspondía a cada modalidad. El Café Central tenía, no sé si continúa allí, una muestra hecha con azulejos. Cada modalidad de café aparecía con su nombre debajo, escrito también en inglés. Pero no solo eso. A los nueve tipos descritos se unía un décimo vaso, vacío, con la inscripción a mí no me ponga. ¡Típica guasa andaluza!, añade Zalabardo, que me pide, para que terminemos este apunte, que lo invite a un café.