Tiene Zalabardo expresiones y modismos sumamente curiosos y
claramente explicativos de lo que quiere decir que yo, en no pocas ocasiones, imito,
aunque soy consciente de no conseguir con ellos el efecto que mi amigo. Por
ejemplo, cuando quiere remarcar la suma antigüedad de algo, dice que aquello se
conoce desde toda la vida de Dios. Y cuando lo que desea reseñar es la
suma facilidad de un proceso, hace uso de un refrán que ignoro si es o no de su
invención: más fácil que mear, que no hay más que empujar y ya está.
Viene todo esto a cuento de una conversación que manteníamos
hace algún tiempo sobre la introducción y adaptación al español de algunas
palabras. Él me ha echado en cara que yo machaco mucho en el repudio del
extranjerismo y en la defensa de los términos propios. Sin negarle del todo la
afirmación, pretendo matizarle que lo que yo defiendo es, más bien, el uso del
vocablo autóctono cuando el extranjerismo no aporta nada distinto a lo que
aquel señala, que no es lo mismo.
Entonces, continúa mi amigo, si un pirata es, según el DRAE,
la ‘persona que junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de
barcos para robar’, ¿no estaría bien aceptar hacker para, según el DPD,
la ‘persona con grandes habilidades en
el manejo de ordenadores, utiliza sus conocimientos para acceder ilegalmente a
sistemas o redes ajenos’ sin tener que usar pirata informático,
puesto que hay diferencia entre las dos palabras?
Cuando mi amigo me hace alguna de estas preguntas, la verdad
es que me pone en un aprieto. Es entonces cuando trato de imitar su lenguaje y
línea de argumentación y le digo: Mira, desde toda la vida de Dios han existido
los piratas
y tal palabra nos evoca inmediatamente un velero y la bandera negra con el
cráneo y las tibias cruzadas. Pero el mundo ha cambiado mucho, aun así sigue
habiendo piratas, y el término también, e incluso bajo su manto se han
cobijado otras palabras. Si ese pirata se ponía al servicio de un
rey con el que compartía el botín que obtenía, se le llamaba corsario,
palabra de origen italiano. Si, por otra parte, era el antiguo europeo
instalado en las costas americanas que se dedicaba a cazar y ahumar la carne en
el bucán
para luego venderla a los navegantes y que, una vez expulsado, se refugió en la
isla Tortuga, desde donde atacaba y robaba los barcos españoles, se le llamó bucanero,
formada a partir del término francés boucanage. Y si, por fin, ese pirata
se dedicaba a lo dicho y simultaneaba su actividad con el contrabando, recibió
el nombre de filibustero, que según diferentes interpretaciones puede
proceder del holandés vrijbuiter, ‘que va a la captura del
botín’ o del inglés fly-boat, por tipo de velero rápido que utilizaban. Vemos,
pues, que hablamos de cuatro palabras, una de valor genérico y tres que señalan
variantes de lo que aquella significa. La primera es un término patrimonial,
pues nos llegó desde el griego a través del latín; las otras tres son términos
adquiridos, extranjerismos necesarios porque cada uno de ellos significa una
modalidad diferente de pirata. Eso sí, se han españolizado
adoptando una ortografía y acentuación propias de nuestra lengua.
Hasta ahí, tenemos los piratas de toda la vida de Dios.
Pero, le aclaro, ya te he dicho que el mundo evoluciona y la lengua también.
Por eso, me apoyo ahora en el Diccionario del español actual, de Seco, y vemos que, tras la definición
que hemos manejado hasta aquí, encontramos una segunda: ‘persona que secuestra
un avión’, lo que conocemos como pirata aéreo; y aún una tercera:
‘persona que ilegalmente se adueña o hace uso de algo que no le pertenece’,
donde cabe, por supuesto, el pirata informático. Aunque, como
vemos, para tales conceptos hemos de utilizar dos palabras, lo que va en contra
del principio de economía lingüística, que propone la utilización del menor
número de elementos posibles.
Pero sucede que, aparte de su valor sustantivo, Seco señala también un valor adjetivo
para esta palabra: ‘ilegal o que carece de la debida licencia’. Caben ahí,
según se entiende, taxi pirata, emisora pirata, copia pirata, programa
pirata y algunos usos más.
Zalabardo parece convencido con lo que le digo, pues no me
hace ninguna objeción. Sin embargo, en ese momento preciso, yo, como si saltara
al abordaje, me sitúo de algún modo en la ribera desde la que él habla y le
digo: como la lengua no es inmutable y toda la vida de Dios se han usado
neologismos y extranjerismos que han acabado por imponerse, ¿podríamos aceptar
que se utilice hacker? Según y cómo. Me explico. Yo no aceptaría en nuestro
ámbito el americanismo zíper (del ing. zipper) porque no aporta
nada a nuestra cremallera. Pero no tendría especial inconveniente en aceptar jáquer
(así, españolizado en su ortografía y acentuación) en lugar de pirata
informático porque designa a un tipo muy específico de pirata
y respeta el principo de economía ya citado. De hecho, en un periódico
argentino, el ejemplo lo recoge lo recoge el Diccionario de dudas, se
ha podido ver la frase Un pirata informático logró jaquear los
sistemas de seguridad, donde, en buena convivencia, coexisten las dos modalidades
del término.
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