jueves, abril 30, 2015

LA RUTA DE DON QUIJOTE, Y 3. LOS CRISTALINOS PALACIOS



Sierras del Cristo y de Alhambra

            Salvo el viaje a Barcelona, las correrías de don Quijote y Sancho no debieron tener lugar en un espacio demasiado extenso. Y no toda La Mancha es una llanura sin fin. En varias ocasiones, el escudero pide al caballero, tras alguna más que osada e imprudente aventura, retirarse a la cercana montaña, por miedo a que los persiga la Santa Hermandad. En la segunda parte, contando el episodio del retablo de Maese Pedro, se dice de él que hacía un tiempo que anda por esta Mancha de Aragón, o sea, entre Ciudad Real y Albacete, zona más agreste y escarpada que, hacia oriente, mira a las sierras de Alcaraz y de Segura y, hacia el sur, a Sierra Morena.
            En los alrededores de Villanueva de la Fuente sitúa Rodríguez Castillo varias aventuras del caballero contadas tanto en la primera como en la segunda parte de la novela: la del cuerpo muerto, la de los batanes, la del yelmo de Mambrino y la de los galeotes.

Ruinas de uno de los antiguos molinos
            A la salida de Villanueva de la Fuente hay un bello paraje, el nacimiento del río, que es también antiguo cruce de caminos. Uno aún lleva el nombre de Camino de los Molinos. A nuestros personajes se les vino la noche encima. Vieron una comitiva con hachones que don Quijote tomó por fantasmas, aunque no eran más que frailes que venían de Baeza y se dirigían a Segovia para dar sepultura a un caballero cuyo cadáver transportaban. Poco después, oyeron ruido de agua, cosa que les causó alegría. Como era ya noche cerrada, decidieron acogerse en una arboleda cercana, pero algo turbó aquella paz: unos golpes que sonaban al compás y un furioso estruendo de agua que los llenó de espanto. A Sancho se le descompuso el vientre. Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo, le dijo don Quijote. ¿En qué lo echa de ver?, preguntó el escudero, a lo que su señor respondió: En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar. Llegada la mañana, descubrieron, abochornados, la causa del ruido: el golpeteo de grandes batanes de unos molinos en que se curtían pieles.
            Poco después, subiendo desde los molinos hacia el pueblo, se encontrarían con el barbero cuya bacía confundió don Quijote con el yelmo de Mambrino. No lejos de allí sitúa Rodríguez Castillo el encuentro con aquella cuerda de presos, los galeotes a los que el caballero se empeñó en liberar y que tan mal le pagarían el favor recibido.

Casa de don Diego Miranda (foto de Ana Alas)
            Don Quijote nunca fue melindroso a la hora de dormir a la intemperie (ya el ventero truhán que lo armó caballero le había dicho: según eso, las camas de vuesa merced serán duras peñas), aunque tampoco hizo ascos a cobijarse en lujosas mansiones. Villanueva de los Infantes es una bella población con abundancia de ricas viviendas y palacios. De allí era posiblemente don Diego Miranda, el Caballero del Verde Gabán, con quien don Quijote coincidió en uno de aquellos caminos. Hacia su palacio iban cuando tuvo lugar la espantable aventura de los leones (¿Leoncitos a mí?). Llegados a la mansión y preguntado don Diego por aquella figura que lo acompañaba, respondió a su hijo: Solo te sabré decir que lo he visto hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos

En estas laderas pudieron celebrarse las bodas de Camacho
            Días después abandonaría el palacio con la intención de visitar la Cueva de Montesinos, de la que tantos portentos se contaban. Pero antes habría de pasar por otro episodio también interesante, el de las bodas de Camacho. De Alhambra, dice Rodríguez Castillo, era la rica Quiteria,  y de Carrizosa el humilde Basilio. Enamorados desde muy jóvenes, parece que, juntos, urdieron la ingeniosa estratagema que dejó tanto al rico Camacho como al padre de Quiteria con dos palmos de narices.
            Ni en Carrizosa ni en Alhambra me supo confirmar nadie si los jóvenes enamorados eran de allí. Algunos no habían oído hablar de ellos en la vida. Entonces fue cuando el dueño de un bar de Alhambra me dijo aquello de que todo era cosa de los ayuntamientos y que con ellos no contaban para nada. Como en todas partes.

 
Me dispongo a bajar a la Cueva de Montesinos
          
Tras los días de celebración, salió don Quijote hacia la Cueva de Montesinos. Debo decir que ha sido este uno de los momentos más gratos de la ruta. El monitor que nos la enseñó, un joven geólogo, sabía de lo que hablaba y supo sacar un rico provecho a la historia del sueño de don Quijote (Montesinos, Durandarte, doña Ruidera, sus hijas y el paje Guadiana, por qué habla don Quijote de cristalinos palacios…). Fue una hora escasa en la que, por primera vez, así se lo digo a Zalabardo, me encontraba frente a alguien que aceptase, consciente de ello, unir la realidad física del lugar con la fantasía del relato de una novela. Y bien que lo advirtió: “Para visitar la Cueva de Montesinos, hemos de dejar volar nuestra imaginación y no pensar en otras cosas”.

Ruinas del castillo de Rochafrida
            Muy cerca de la cueva están las ruinas del castillo de Rochafrida, escenario de uno de los más antiguos romances de nuestra literatura, el de Rosaflorida y Montesinos. Tal vez de ahí venga el nombre de la cueva. Y tampoco es mucho el trayecto hasta El Bonillo. Se dice que este es el pueblo en que aconteció el curioso episodio de los dos regidores y el rebuzno.
            Con los ecos del romancero, digo a Zalabardo, dimos por concluida la Ruta de don Quijote. No desaprovechamos la ocasión, ya que allí estábamos, de visitar las Tablas de Daimiel y las Lagunas de Ruidera. En esta época están que da gloria verlas.
Ruidera: unión de la laguna Redondilla con la laguna Lengua


domingo, abril 26, 2015

LA RUTA DE DON QUIJOTE, 2. LOS CAMINOS DE LA MANCHA



Por el Camino del Cristo

            Alonso Quijano vivía en un lugar de cuyo nombre Cervantes prefiere no acordarse; Dulcinea vivía en El Toboso, lugar próximo al del hidalgo. Apenas si se menciona algún otro topónimo en la novela, aunque parece claro que la mayor parte de los hechos suceden en el Campo de Montiel, comarca que se extiende por tierras de Ciudad Real y Albacete, pues ya en las primeras páginas lo leemos: “…comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”. Y era verdad que por él caminaba…
            La Mancha, y más concretamente el Campo de Montiel, es una casi inextricable red de caminos. En tiempos de Cervantes, era el cruce de los que iban o venían de o hacia Toledo, Madrid, Córdoba, Murcia, Valencia, Granada, Zaragoza… Y Cervantes conocía aquella auténtica tela de araña. Sin embargo, en la actualidad, algunos caminos, como pudimos comprobar en Herrera de la Mancha, no llevan a ninguna parte. Sobre ese mapa complicado, han abundado los intentos de situar las andanzas de don Quijote. De las diferentes tesis sobre qué ruta siguió el hidalgo, le digo a Zalabardo que me he inclinado por la de Justiniano Rodríguez Castillo. Dos razones lo explican: me parece coherente con la lectura de la novela y me resultaba más cómoda en mi proyecto, que todo hay que decirlo.
Bello camino... si condujera a alguna parte (entrada a Herrera de la Mancha)
            Vaya por delante que recorrer la ruta del Quijote —no olvidemos que se trata de una novela, que Cervantes da pocas pistas y que en ocasiones cuesta ubicar las andanzas del caballero— requiere buenas dosis de imaginación. Nada nos da certeza de que el autor pensara en tal o cual zona para situar un episodio.
            Así que, sin ser la del alba, sino más tarde, y elegida Argamasilla de Alba como patria de un Alonso Quijano trasmutado en don Quijote, creí conveniente dirigirme hacia donde debió estar la venta en la que se hizo armar caballero. Rodríguez Castillo la sitúa al sur de Villarta de San Juan. Para acortar camino, nos recomendaron ir por Herrera y de allí a Los Llanos del Caudillo, junto a la actual autovía de Andalucía. Zalabardo se ríe cuando se lo cuento porque el caso es que Herrera de la Mancha, perfectamente localizado en las señales de carretera y en los mapas, es un pueblo fantasma, deshabitado (salvo por dos feroces y enormes perros que nos salieron al paso y nos obligaron a refugiarnos en el coche a toda prisa) y del que no sale camino a ninguna parte, pues lo impide el trazado del tren.
Por aquí debió estar la venta en que fue armado caballero
            Eso nos obligó a dar un largo rodeo para llegar a Los Llanos. En un restaurante a orillas de la autovía (herederos de antiguas ventas y caminos), solicitamos información a un empleado. El pobre se sintió como si sufriera un atraco: “Si le digo la verdad, yo tuve que ponerme a trabajar muy joven y del Quijote no sé nada”. Un taxista que tomaba café en la barra nos confirmó que la carretera de Herrera a Los Llanos, aunque venga en los mapas, no existe. Pero que a cosa de quinientos metros de allí había una zona que llaman Las Ventas. Todo coincidía con la documentación de que disponíamos, pero ni rastro de Venta Quesada.
            No obstante, por allí debió ser armado caballero don Quijote; por allí tuvo el encuentro con los mercaderes que iban hacia Murcia; en una de las escasas encinas que se ven pudo Juan Haldudo tener atado al joven Andrés para azotarlo por descuidado con el ganado y por aquellos llanos debió trabar la sin igual lucha con el Vizcaíno.
Junto al Azuer, entre esos árboles, se elogió la Edad de Oro
            Algo mohínos, partimos hacia Membrilla. En las afueras del pueblo, junto a un puentecillo sobre el río Azuer, se extiende un llano y se levantan unos árboles que ofrecen amena sombra. Buen marco para la majada de los pastores que acogieron a caballero y escudero y compartieron con ellos su comida. No cuesta imaginar en aquel ambiente el eco del famoso discurso: Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados
            En tan plácido lugar llegó a sus oídos llegó la noticia del triste fin de Grisóstomo, muerto de amores por la bella Marcela. Algunos pastores tomaron la decisión de asistir al entierro que tendría lugar junto a unas peñas en que mana una fuente. En la zona no hay otras peñas que las laderas de la sierra del Cristo, sobre la que hoy se asienta San Carlos del Valle, población a la que todos siguen llamando El Cristo.
            Supuestamente, deberían haber cogido el todavía conocido como Camino del Cristo y por él preguntamos. La gente nos decía: “¿Por qué van a ir ustedes por ahí si por la carretera se llega antes y mejor?” Si les indicábamos la razón de nuestro propósito, torcían el gesto y ponían cara de considerarnos locos.
¿Dónde está el camino?
            Primero nos dieron una información equivocada y, después de mucho circular entre viñas, y viendo que nos alejábamos de la sierra, tuvimos la suerte de encontrar a un campesino (La Mancha es una llanura inmensa donde resulta difícil encontrar una casa o a una persona) que nos avisó de que íbamos mal orientados y aquel no era el Camino del Cristo. Vuelta atrás hasta Membrilla y a seguir indagando. Por fin encontramos a alguien que sí conocía el Camino, pero que insistía: “¡Pero si por la carretera se llega en un momento!”


Estos son los molinos que don Quijote encontraría hoy
            Andando y desandando entre viñedos, temiendo en ocasiones que el coche quedara atascado, descubrimos tres cosas. Una, que la gente no conoce los caminos y siempre nos soltaban la misma letanía: “¡Si por la carretera se va mejor…!” Otra, que muchos caminos han sido invadidos por los cultivos. Como por encanto de magos y hechiceros, de pronto, el camino desaparecía. Y la tercera, que no solo los caminos han cambiado en La Mancha. El paisaje se va poblando de unos molinos que poco se parecen a los que exaltaron la imaginación de don Quijote. Pudimos al fin llegar al hipotético lugar del entierro de Grisóstomo, pero ya no quedaban ni parientes ni amigos a los que dar el pésame.
 
Entre esas peñas enterraron a Grisóstomo
          
También a San Carlos llegamos, pero casi rodeando por Valdepeñas. Poco antes de entrar, un pastor se nos mostró apoyado sobre su báculo mientras cuidaba de su rebaño. Zalabardo, irónico, me dice: “¿No embestiríais a las ovejas con el coche, verdad?” He preferido no contestarle pensando el día tan asendereado (nunca mejor dicho) que tuvimos. Todo quedó compensado por el placer que para la vista supuso la contemplación de la bellísima plaza de San Carlos del Valle.
¿Qué ejércitos son estos?
            En Alcubillas hicimos un nuevo intento de retomar el Camino del Cristo hasta Villanueva de los Infantes para poder visitar las ruinas de La Casa del Capitán, supuesta Venta de Juan Palomeque, donde Sancho sufrió tan humillante manteo. Nuevo fracaso. Idas y venidas, avances y retrocesos, cruces de caminos sin señalización alguna, extravíos entre viñedos sin fin… No me extraña que don Quijote, más de una vez, ante cualquiera de estas infinitas encrucijadas, dejara que Rocinante fuera quien decidiera por dónde seguir.
La Casa del Capitán, ¿Venta de Juan Palomeque?


miércoles, abril 22, 2015

LA RUTA DE DON QUIJOTE, 1. ¿DÓNDE ESTÁ DON QUIJOTE?


En un lugar de La Mancha...

            Cuando me puse en camino para realizar la Ruta de don Quijote mis perspectivas, le cuento a Zalabardo mientras le explico la experiencia, eran diferentes a lo que la realidad me ha mostrado. Apenas si hay lugar manchego que no luzca a su entrada un cartelón verde con el logo del aspa (que es ya de 2005) y el indicativo Ruta del Quijote, ni pueblo que no muestre a cada paso esculturas del caballero y el escudero o locales con nombres de personajes de la novela. Pero la verdad es que, pese a todo eso, en mi rápido recorrido por la zona no he logrado hallar en la gente el espíritu de don Quijote.
            La Mancha cervantina (la que me interesa) tiene productos y poblaciones notables. El queso es exquisito; el vino no será el mejor del mundo, pero es apreciable. Están la bellísima plaza de San Carlos del Valle, la monumental Villanueva de los Infantes, las Tablas de Daimiel, las Lagunas de Ruidera…
¿En qué piensa Cervantes, solo, en un rincón de Argamasilla?
            Pero, por encima de todo ello, La Mancha es universalmente conocida por don Quijote. Si el humilde hidalgo, seguido pacientemente por su escudero Sancho, no hubiese cedido al desvarío de deshacer cuantos entuertos hay en el mundo (aun con la oposición de bachilleres, curas, barberos, amas y sobrinas por evitarlo) hoy sería menos conocida.
            A cambio, ¿qué ha hecho La Mancha por don Quijote? Puede que me equivoque, pero creo que poco. Alonso Quijano, el Bueno, el enamorado de Dulcinea, ocupa un espacio muy reducido en el corazón de esta gente. Los manchegos, ojalá sea falsa impresión mía, no lo aprecian como se merece. Empezando por las autoridades de la Comunidad. Pocas muestras he visto, por no decir ninguna, que nos recuerden que estamos en el iv Centenario de la publicación de la segunda parte de la mejor novela de la literatura universal.
            Me responde Zalabardo que tal vez exagere. Le doy unas muestras. Aún no existe una Ruta literaria de don Quijote fiable y cuidada. En todas partes estuvo, como si fuese ubicuo, pero nadie te da razón de él. La señalización existente está obsoleta, deteriorada e inservible por causa de los elementos o de los bárbaros. Los caminos (ya hablaré de ellos) han desaparecido en gran parte sin que se sepa bien (o se sabe, pero se mira a otro lado) por qué. La gente de los pueblos desconoce los caminos y se empeñaban en que cogiese la carretera.
El pobre Sancho ha perdido la cabeza.
            No pocos lugares y edificios ofrecen horarios deficientes o están cerrados: no he podido visitar la botica de los Académicos en Argamasilla de Alba ni la Casa del Caballero del Verde Gabán, en Villanueva de los Infantes; en plena primavera, la Cueva de Montesinos solo es posible visitarla en fines de semana. Por cierto, en el conjunto escultórico que hay a la entrada de la Cueva, al pobre Sancho lo han decapitado. El personal de las oficinas de turismo (con excepciones notables, que ya dejé reflejadas en una entrada anterior) desconoce la zona, la novela y cualquier dato que se le pregunte en torno a ella o sus personajes.
            En la Casa de Medrano (oficina de turismo, centro cultural y no sé cuántas cosas más, de Argamasilla de Alba) atrajo mi atención una, al parecer, cuidada edición del Quijote financiada por la Junta de Castilla-La Mancha en 2005 que lucía en una vitrina y de la que me dijeron que era “el texto auténtico del Quijote”. Sentí curiosidad: ¿qué es eso de “texto auténtico”? Pregunté la razón de su autenticidad, si acaso querían decirme que era un facsímil de la edición príncipe. Desconocían qué es una y otra cosa. Pedí permiso para ver el libro y me lo denegaron porque “lo había mandado allí la Junta y no se podía tocar, ya que era muy valioso”.
Dicen que en esta celda estuvo preso Cervantes
            Y fuera de los organismos oficiales, tampoco la gente común parece estar muy interesada en el asunto. La mejor definición de la situación me la proporcionó el dueño de un bar de Alhambra al que entramos a tomar un té. Le pregunté qué les parecía que su pueblo fuese, como algunos dicen, el lugar donde se celebraron las bodas del rico Camacho. “Mire usted —me respondió—, esto es cosa de los ayuntamientos. Todos quieren arrimar el ascua a su sardina y no piensan más que en sí mismos. Aquí estuvieron hace unos años unos señores dando unas charlas sobre las cosas que usted dice; luego se fueron y ahí quedó todo. Al final, los ayuntamientos grandes, La Solana, Infantes y esos son los que se quedan con el provecho”.
            No sé si tendrá razón, pero en el caso de los dos citados por él, ambos presumen de poseer el palacio de don Diego Miranda, el Caballero del Verde Gabán de la novela. No pude visitar ninguna de las dos mansiones.
¿Salió don Quijote por una puerta como esta?
            Sin embargo, digo a Zalabardo, la entrada en la Ruta fue de lo más esperanzadora que imaginarse pudiera. La casa rural que habíamos alquilado en Argamasilla, aun remozada, conserva el aire de caserón antiguo, con un portalón semejante al que debió atravesar una mañana el caballero en busca de la gloria y la fama. En mitad del salón, testimonio de la antigüedad de la construcción, una trampilla da acceso a un oscuro sótano de los que antiguamente se usaban para mantener frescos los alimentos. Y, sobre todo, Vanessa, la dueña, nos esperaba con un agasajo de bienvenida: una buena muestra del queso artesanal que su familia sigue fabricando y una botella de vino de la tierra, también artesanal. No pude evitar pensar en los pastores que acogieron a don Quijote en el lugar del que ya hablaré.
            Pero, con todo lo bueno y todo lo malo que he encontrado, le digo a Zalabardo que regreso feliz. Cierto que me queda el amargo regusto de comprobar que, en nuestro tiempo, don Quijote sería tan poco comprendido en su tierra como lo fue hace cuatro siglos. Pero, aun así, he gozado de la oportunidad de recordar episodios de la novela y de imaginar que transitaba siguiendo las huellas que el caballero dejó. Que no es poco.