sábado, junio 27, 2015

SUBSAHARIANOS Y HONESTOS


Subsahariano. Foto de El País

            Vaya por delante, me pide Zalabardo que lo recuerde, que este será el último apunte de la Agenda durante el verano, como viene siendo costumbre. Así que, antes de entrar en faena, deseamos a todos unas agradables vacaciones.
            Y vamos al turrón. Ya en 1991, o sea, hace casi un cuarto de siglo, don Fernando Lázaro Carreter escribía: Los idiomas no se enriquecen solo incorporando palabras para nombrar conceptos nuevos, sino también, y muy especialmente, afinando en la nitidez inequívoca de su léxico, trabajándolo para que permita diferenciar lo que siendo próximo, no es idéntico.
            La frase, le digo a Zalabardo, debería estar enmarcada y colgada en lugar bien visible en todas las redacciones de los periódicos y televisiones de nuestro país y en todos y cada uno de los despachos de tantos y tantos capitostes de ministerios, delegaciones oficiales, centros educativos, etc., etc., de los que no dejan de salir escritos merecedores, por lo menos, de pasar por el purgatorio antes de que se hagan públicos.
            Sufrimos una plaga de nuevos términos, no siempre merecedores de ser acogidos. Pero no es cosa que importe tanto. Don Quijote decía a Sancho en el cap. xliii de la segunda parte: el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso. Pero eso no impide que debamos ser respetuosos con nuestra lengua y, por desgracia, no siempre lo somos.
            Ahí es donde voy y la razón del título del apunte. La segunda parte del texto de Lázaro Carreter deja más al descubierto nuestras vergüenzas. Porque al tiempo que abrazamos con efusividad términos nuevos, despreciamos y descuidamos los que hay hasta niveles que provocan sonrojo.
Tyden Burrell a los 5 años. Foto de Martin Schoeller (NG). Afroamericano. Su documentación dice birracial.
            Por ejemplo, ¿qué es eso de subsaharianos y honestos? Con ello quiero dejar claro que no cumplimos ese consejo de Lázaro Carreter que nos pide afinar la nitidez inequívoca del léxico y diferenciar lo que, siendo próximo, no es idéntico. ¿Debería preocuparnos la raza de las personas hasta el punto de volcar esta preocupación sobre la lengua? Creo que no, pero… La dichosa norma de la corrección política en el hablar nos deja con frecuencia descolocados, hasta el punto de que acabamos por no saber ni lo que decimos. En los Estados Unidos, un día, dieron en pensar que usar el adjetivo negro referido a personas era ofensivo. Y surgió afroamericano, término del que habría mucho que hablar. Porque un americano hijo de surafricano blanco y americana rubia de Dakota (o al revés) podría reclamar para sí dicho adjetivo con todo derecho, ya que no todos los africanos son negros. Pero lo cierto es que si decimos afroamericano pensamos de inmediato en un negro americano descendiente de los antiguos esclavos traídos de África.
            Decir negro nos provoca un repelús que no existe cuando decimos blanco. ¿Pudiera alguien sentirse ofendido si se le llamara blanco? Habría que analizar el contexto. ¿Debemos, entonces, decir caucásicos? La cuestión es que, al final, tanto afroamericano como negro o como blanco, podrían convertirse en términos ofensivos.
Helen Zille, Gob. de la Prov. Occid. del Cabo. Subsahariana
            ¿Y qué pasa con subsahariano? Que levante la mano quien, al oír palabra no piensa en un negro que procede de África y que pretende entrar en Europa de matute. Luego decir subsahariano equivale a decir negro. No obstante, si lo pensamos un poco, concluiremos en que subsahariano es todo africano nacido al sur del Sáhara, por lo que, vuelvo a lo de antes, a un surafricano o un rodesiano descendientes de los antiguos colonizadores también les cuadra el adjetivo, aunque no se lo apliquemos.
            Ya que disponemos de norteamericano, centroamericano y suramericano (o sudamericano) para catalogar a los habitantes del continente americano, ¿no podríamos usar norteafricano, centroafricano y surafricano (o sudafricano) para hacer lo mismo con los africanos?
            Porque, le digo a Zalabardo, ser negro, o blanco, o amarillo, o cobrizo son meras casualidades que no deberían importarnos al mirar a una persona.
            Y vamos con la segunda parte. Los adjetivos honesto y honrado pueden, en determinados contextos, ser equivalentes. Pero, vuelvo a Lázaro Carreter, ¿por qué no afinamos la nitidez inequívoca del léxico? Si acudimos a nuestros diccionarios más clásicos, vemos que el Diccionario de Autoridades, de 1734, dice de honesto: Lo que es en sí bueno, decente, permitido y honroso. Modesto y virtuoso: y, generalmente, casto. Razonable y justo; dícese particularmente cuando se trata del precio de una cosa. En cambio, de honrado dice: Lo que está ejecutado con lustre y honor. Que obra conforme a sus obligaciones y cumple con su palabra.
 
Percy Montgomery. Nacido en Namibia. Jugador de rugby. Subsahariano
          
Hay significados y contextos que los hacen, a ambos, muy parecidos. Pero, en nuestra lengua, honesto remite básicamente a lo púdico y decente, a la castidad, mientras que honrado remite a la probidad e integridad.
            Y, sin embargo, hemos hecho un batiburrillo con los dos, pues casi hemos eliminado el empleo de honrado y lo que pedimos a un político, a un responsable de una empresa, etc., es que sea honesto. Todo, por contagio del inglés, donde honest equivale a nuestro clásico honrado. ¿No sería mejor, pregunto a Zalabardo, pedir a nuestros políticos que sean honrados y que dejemos su vida sexual a un lado? Porque, ¿de qué me vale que un gobernante sea casto, púdico y virtuoso, que eso es honesto, si luego no cumple con la probidad e integridad que el puesto le exige, que eso es la honradez?
            Así pues, vuelvo al título, si un subsahariano (sea cual sea el color de su piel) nos llega buscando una vida mejor, no les cerremos las puertas. Pidámosle, si queremos pedir algo, que sea honrado, pero dejemos a un lado su honestidad.
           

sábado, junio 20, 2015

CRÍTICA LITERARIA E INTERESES COMERCIALES



            Advierto a Zalabardo de que este apunte puede convertirse en un cúmulo de citas sobre la crítica literaria. Que recientemente haya aparecido en El País un artículo sobre el tema (http://elpais.com/elpais/2015/06/10/opinion/1433958626_272137.html) escrito por Gustavo Martín Zarco no es más que una mera casualidad. Por cierto, aconsejo su lectura a quien no lo conozca. Pero la verdadera razón del apunte la dejo para el final.
            La crítica literaria es necesaria y, contra lo que otros puedan pensar, conveniente para la salud de la literatura. La crítica no solo actúa para orientar a los lectores precisados de que alguien guíe sus pasos en el momento de escoger qué leer, sino que es a la vez espejo en el que el escritor puede contemplarse y refrenar esa vanidad que a todos nos alcanza alguna que otra vez, ya que nos devuelve los vicios, tics y fallos en los que podemos incurrir. La crítica es, me parece innegable, educativa.
            La crítica literaria, por otra parte, ha existido casi desde siempre. Según esa expresión de Zalabardo que tanto me gusta, existe desde toda la vida de Dios. Los tiempos cambian, los gustos cambian y las tendencias cambian; pero la finalidad de la crítica permanece incólume. He escogido, aclaro a Zalabardo, tres autores que no me parecen nada sospechosos en cuanto a la rectitud y validez de sus criterios.
            Horacio (siglo i a.C.) inicia su Epistola ad Pisones con el siguiente ejemplo: Si un pintor, por capricho, dotase a un rostro humano de la cerviz de un caballo, ¿sería posible contener la risa al mirar el cuadro? Eso es lo que pasa cuando vemos que un libro se compone de modo semejante, llenándolo, como si se tratara del delirio de un enfermo, de absurdas imágenes. De inmediato, el gran poeta latino reconoce que tanto en literatura como en pintura a los artistas se les conceden licencias, aunque avisa de que no hay que ser extremados en su empleo. No me diréis que, pese al tiempo transcurrido y a los cambios que el arte ha experimentado, Horacio no sigue teniendo razón. 

            El Marqués de Santillana, nacido en 1398, escribe, ya en 1449, es decir, cumplidos los 51 años un Proemio y carta al Condestable de Portugal para encabezar una copia de sus obras que se le había pedido. Con algo de modestia, se excusa de que sus escritos son algo que le ocuparon más en su juventud y que, a la edad que entonces tenía, sus preocupaciones y gustos eran diferentes. No obstante, eso no impide que comience a hablar de qué sea poesía, de la preferencia que siente por esta frente a la prosa y todas esas cuestiones. Cuando deja un poco de lado la teoría para manifestar sus preferencias personales dice: Yo prefiero, con respeto hacia quien sepa más de esto, los italianos a los franceses, pues sus obras son más ingeniosas y se adornan y componen con las más hermosas y pelegrinas historias; en cambio, superan los franceses a los italianos en ser más respetuosos con lo que el arte dispone. Y aún quedaba mucho para que llegaran las teorías de los racionalistas y los ilustrados. Lo que es indudable es que estaba haciendo crítica literaria.
            Y, por fin, en el siglo xvi, el sevillano Fernando de Herrera, llamado el Divino, se propuso en 1580, cercano pues también a la cincuentena, una edición de las poesías del toledano Garcilaso de la Vega a la que añade sus anotaciones. A eso llamaríamos hoy hacer una edición crítica. En los prolegómenos, en las anotaciones al soneto i, deja bien claro: Pienso que por ventura no será mal recibido este trabajo mío […] no porque esté necesitada y pobre de erudición y doctrina [nuestra lengua]. No soy tan temerario que espere ver mucho […] pero oso prometer que [mi trabajo] será de algún provecho a los que carecen del conocimiento de este arte. Porque los que alcanzan enteramente sus teorías […] no tienen necesidad de estas observaciones. Más claro, agua: afirma que su tarea es ayudar a quien necesite orientación, pero es innecesaria a quienes poseen un criterio formado.

            No me resisto a incluir una última cita, esta de Cervantes, del prólogo a la segunda parte, no en vano celebramos el cuarto centenario de su publicación, en la que se defiende de los ataque que Avellaneda le dirige: …bien sé lo que son las tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama. Injerta entonces el cuentecito del loco que se dedicaba a hinchar perros valiéndose de un canuto y les decía a quienes lo miraban: ¿Pensarán vuestras mercedes que es poco trabajo hinchar un perro? Cervantes aprovecha para decir: ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Cervantes no se opone a la crítica; se duele de que quien pretende desprestigiarlo no aluda a su estilo ni a su obra, sino a la circunstancia de ser viejo y manco.
            ¿Por qué traigo aquí estas citas? Porque, repito, la crítica es necesaria y benéfica. Para el lector más o menos desavisado porque lo pone en camino de aprovechar lo que lee. Para el escritor porque, no siendo nadie el mejor juez de sus propias obras, le permite ver en qué puede andar errado para, si no lo domina la soberbia y la vanidad, corregir su camino y mejorar su técnica. O buscarse otro modo de ganarse la vida, pues no solo hay ser Shakespeare o Cervantes.
            Lo que resulta inadmisible es la crítica interesada, la que es parcial y persigue unos objetivos diferentes a estos que enuncio. De esto, desgraciadamente, hay hoy bastante. Decía al principio que hay un motivo para sacar aquí el tema. He dedicado, Zalabardo y otras personas son testigos de ello, el último año y medio a trabajar en una novela. Muchas son las horas que le he dedicado, valiéndome de mi condición de jubilado. No miento si digo que escribo más por higiene mental que por otra cosa, igual que continúo haciendo senderismo por higiene corporal. Aun así, la he presentado a una pequeña editorial por si veían en ella algún mérito que la hiciese publicable. La respuesta fue desoladora. Alguien que decía ser (sin serlo) colaborador de la editorial (y que, no lo sé, pero que tal vez se dedique a hinchar perros con un canuto) me envió un breve correo en el que, en lugar de la opinión que solicito, se ofrece a dedicarme una o dos horas para hablar de mi novela si le pago 60 €, puesto que él tiene un Taller de Escritura Creativa y eso es lo que cobra por las clases que imparte. Zalabardo sabe la respuesta que le he dado. Afortunadamente, responsables de la editorial, en quienes confío, me aseguran ser ajenos a tal proceder, me piden excusas por el malestar que, indirectamente, me han provocado y me sugieren que sea otra persona quien revise mi novela y la juzgue en cuanto a las opciones que tenga de ser publicada. Eso sí me parece lícito. El valor que mi escrito pueda tener es harina de otro costal.

domingo, junio 14, 2015

¿QUÉ HACEMOS CON LOS GERUNDIOS?



            Leíamos el otro día en un medio de prensa: Se realizó un registro exhaustivo hallando en el vehículo… En un informativo de una televisión, ese mismo día, oíamos: Se ha producido un choque frontal de dos vehículos, muriendo ambos conductores. Giros así son frecuentes un día y otro. Y deben evitarse, puesto que son incorrectos.
            Comento con Zalabardo que no faltan por doquier ejemplos que tratan de ilustrarnos acerca de cuestiones de estilo, de ortografía o de gramática. Algunos son realmente curiosos. Se cuenta que Valle-Inclán, preguntado por un periodista sobre las razones de su viaje a Méjico, respondió: Yo fui allí porque México tenía la intrigante y mística x. Aunque ya hace tiempo traté aquí el porqué de esa dualidad México/Méjico, aviso que volveré pronto sobre ello.
            Gabriel García Márquez, que no hace mucho emitió algunas controvertidas opiniones sobre la ortografía, decidió un día proscribir de su escritura los adverbios terminados en –mente. En sus memorias, Vivir para contarla, escribe: La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada vez me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas. Es posible. Siempre podemos mejorar lo que escribimos o hablamos.

Viñeta de Forges
            Cuando a Azorín se le preguntó sobre los secretos de su estilo, respondió que no existía tal secreto: Simplemente —dicen que dijo— donde los demás ponen una coma, yo pongo un punto. Y Vicente Huidobro, en su poema Arte poética, pontificó: El adjetivo, cuando no da vida, mata.
            Por fin, Luis Martín-Santos, en la secuencia 13 de Tiempo de silencio, al hablar de los consejos que algunos escritores que se creen superiores dan en las tertulias a los que comienzan, escribe: Y no porque cada maestro (por otra parte por nadie reconocido como maestro) diga a cada discípulo (nunca por sí mismo tenido por discípulo): “Esto has de hacer”, “Aprende lo que digo”, “No abuses del gerundio”…; sin embargo, de inmediato, continúa el texto con un párrafo que no llega a veinte líneas en el que emplea catorce gerundios. Aquí, lo que destaca es la ironía de quien opina.
            El estilo, dicho sea de paso, es una cuestión muy particular. Frente a lo que dice Azorín, Cela compuso Oficio de tinieblas 5 sin emplear un solo signo de puntuación. O, para ser más exactos, alguna que otra vez emplea un punto que, por lo general, está mal utilizado. ¿Y qué decir de La reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo?
            Pero hay otras cosas que ya no dependen del estilo personal, sino que caen de lleno en lo que es la norma, es decir, lo que se ajusta a la naturaleza del idioma. Y el gerundio es un caso que provoca bastantes problemas a la hora de escribir. Confieso que yo mismo tengo a veces dudas sobre si no estoy incurriendo en error cuando los uso. No voy a soltar aquí, tranquilizo a Zalabardo, toda la normativa referida al gerundio. Me limitaré a los aspectos más notables.
            El gerundio, junto al infinitivo y al participio, es una de las formas no personales del verbo. El infinitivo es el nombre del verbo y expresa una atemporalidad (comprar es necesario); el participio es un adjetivo verbal y expresa proceso ya concluido (comprado el piso, nos hicimos cargo de él); por fin, el gerundio es un adverbio y expresa la simultaneidad, o la anterioridad, respecto al momento en que se habla (comprando este producto colaboramos al proyecto).
            De lo dicho anteriormente, debe desprenderse: primero, que un gerundio de posterioridad contraviene la norma y debemos rechazarlo. En los ejemplos del principio, se debería haber escrito Se procedió a un registro exhaustivo que permitió hallar (tras el que se halló o, simplemente, y se halló) en el vehículo… Del mismo modo, se debería haber dicho Se ha producido un choque frontal de dos vehículos, y han muerto (o a consecuencia del cual han muerto) ambos conductores. Pero no debe olvidarse que si el gerundio señala una posterioridad muy inmediata puede considerarse válido: Salió dando un portazo.
Sansón matando al león, de G. Doré
            Por tratarse de un adverbio, es rechazable la construcción adjetiva especificativa. En lugar de Encontró una cartera conteniendo documentos importantes, debería decirse que contenía documentos o, simplemente, con documentos. Solo se acepta este valor adjetivo en las formas lexicalizadas agua hirviendo, clavo ardiendo y algunas semejantes, como hierbas colgando.
            Como norma general, el gerundio no debe complementar a sustantivos, salvo que se trate de verbos de acción: Así, será incorrecto decir Vi al niño teniendo fiebre, pero se aceptará que se diga Vi al barco alejándose del puerto. Sin embargo, este tipo de construcciones plantean, en no pocas ocasiones, ambigüedad: Vi a tu hijo bajando del avión (¿quién bajaba?), Me encontré a tu madre comprando en los almacenes (¿quién compraba?).
            Y, por último, se consideran correctos todos aquellos gerundios que aparecen en enunciados no oracionales que forman parte de titulares, pies de fotos o nombres de ilustraciones: El rey saludando al primer ministro portugués, El capitán del equipo recogiendo el trofeo, Judith matando a Holofernes.
            O sea, lo que decía al principio. Cada uno puede tener su estilo privativo y peculiar, pero lo que afecta a la norma es de obligado cumplimiento. Salvo que la norma cambie, claro está. Y la norma cambia cuando los hablantes modifican un uso. Bien es verdad que el cambio puede ser enriquecedor o empobrecedor; ahí está el problema. En esto del gerundio, la mayoría de los tratadistas aconsejan no abusar de ellos por considerarlos inelegantes. Pero esto, como la opinión de García Márquez sobre los adverbios terminados en –mente no deja de ser una opinión, una cuestión de estilo.

domingo, junio 07, 2015

TURISTAS Y VIAJEROS


Viñeta de El Roto en El País

            Cualquier diccionario nos dirá que turismo es ‘viaje que se hace por placer’.  Según lo anterior, le hago saber a Zalabardo, el turismo es tan antiguo como el propio hombre porque, aunque no en todos los casos se hacía por placer, con suma frecuencia hallamos constancia de viajes de individuos o grupos por lugares diferentes a los suyos habituales.
            A ver, ¿eran turistas los griegos, y no griegos, que se desplazaban para asistir a los Juegos Olímpicos de la antigüedad? ¿O los que recorrían largos trayectos con el solo fin de consultar a los oráculos? Las peregrinaciones, ¿eran turismo? Pensemos que Aymeric Picaud, aunque algunos dudan de su autoría, escribió, en el siglo xii, la considerada primera guía turística de la historia, el Codex Calistinus, o al menos la parte de él dedicada a describir la ruta a Santiago para orientación y aviso de peregrinos.
            Pero le digo a Zalabardo que turismo es un término moderno y que los antiguos preferían hablar de viajes. Y aquellos viajeros, citemos los nombres de Boissier, Francis Carter, James Meyrick, William Jacob y tantos otros que por aquí vinieron, no solo pretendían llenar su tiempo de ocio; junto al mero placer espiritual, buscaban instruir a otros con las maravillas que encontraban.

Amanecer en Santa Mariña de Carracedo (Pontevedra)
            Hacer turismo, según lo veo yo, es algo diferente a viajar. Si el turismo puede provocar estrés, el viajar siempre es relajante. Se viaja, o al menos así lo pienso, buscando integrarse en una atmósfera diferente a la de cada día; extasiarse con un paisaje que no es el que ya se conoce desde que se tiene uso de razón; deleitarse conversando con personas que no pertenecen a nuestro entorno habitual, ni conocen nuestra voz como tampoco nosotros conocemos las suyas; experimentar en los sentidos sabores, olores, tactos, sonidos a los que no se está habituado.

Charco de la Virgen, Tolox (Málaga)
            El turista, en nuestros días, busca ir cuanto más lejos le sea posible para presumir de ello. El viajero solo persigue la sorpresa allí donde esté, que puede ser cerca. Me produce más placer un chapuzón en una poza de aguas cristalinas, bajo una fría cascada, como ayer en el Charco de la Virgen, en Tolox, pueblo malagueño de las estribaciones de la Sierra de las Nieves, que mezclarme con la multitud que se tuesta en cualquier playa del Caribe. Como del mismo modo prefiero las zonas rurales a las urbanas.
            Mi pasión no es viajar lejos, sino hacerlo con el anhelo de descubrir, no de que me descubran a mí. Por eso me exasperan las salvajes inscripciones de quien deja en un muro, en una roca, en una columna frases del tipo “Fulanito estuvo aquí”. O la cursilada de estropear la belleza de un puente atiborrándolo de candados. O el suplicio de entrar en un museo, caminar por un sendero, visitar un edificio, y tener que ir sorteando el bosque de palos en cuyo extremo pende un móvil con el que se hace esa autofoto que se mostrará infinidad de veces acompañada del comentario: “este soy yo delante de la torre de Pisa” Y, claro es, la foto está hecha cuidando que se lo vea bien a él, no a la torre.

Caminito del Rey, Ardales (Málaga)
            Del mismo modo, no me gusta pasar por un lugar con prisas; mi interés se afana en retener en mis retinas cuanto me sea posible, por si no tengo ocasión de volver más por allí. Le cuento a Zalabardo una anécdota que me ocurrió con uno de estos “turistas de urgencias”. Enterado de que pensaba viajar por Cuenca, alguien se empeñó en hacerme un emocionado elogio de la Hoz de Beteta. A la vuelta, me lo encontré y, recordando nuestra última charla, quise intercambiar con él todas mis impresiones sobre el paseo por la Fuente de los Tilos, el Paseo Botánico, las cuevas de la Ramera y del Armentero, la impresionante represa de los Tilos. Me oía con una cara de total extrañeza y acabó confesándome que él, simplemente, había recorrido, en coche, los seis kilómetros de la carretera que va de Beteta a Puente Vadillos.

Buitreras en el Cañón del Río Lobos, Ucero (Soria)
            Pero lo que ya me indigna es el impacto negativo de parte del turismo actual sobre las zonas que visita. Como ese afán de dejar su impronta sobre los autóctonos en lugar de tratar de ser respetuoso con sus hábitos y costumbres. O exigir que se los atienda en su lengua porque “para eso pagan”. Allí donde vaya, digo a Zalabardo, aunque me cueste, trataré de comunicarme en la lengua del lugar. Por lo menos para saludar, pedir un café y esas menudencias. O conocer las especialidades gastronómicas del lugar. Por eso no soporto a quienes dicen no entender que en Marsella, por ejemplo, no haya donde comerse un espeto de sardinas o a quienes se escandalizan de que en Varsovia no sepan que una nube es un vaso de leche con apenas cuatro gotas de café que, si en lugar de cuatro son ocho, pasa a llamarse sombra.

Confluencia del Tiétar y Tajo, Monfragüe (Cáceres)
            Y para acabar, lo más de lo más. Cada día más, muchos turistas creen que su condición les otorga permiso para ser ineducados. O desaseados que van ensuciando todo con envases, papeles, plásticos y toda clase de basura que dejan en cualquier sitio. O desaprensivos que no respetan los parajes naturales por donde atraviesan. Da igual donde sea, un sendero, la ribera de un río, un Parque Nacional… Lo he visto en Doñana, en Sierra Nevada, en el Camino de Santiago, en los Picos de Europa, en Ordesa, en el Cañón de Río Lobos… ¿Tanto cuesta meter en la mochila los desechos que generamos y depositarlos en el lugar conveniente cuando tengamos oportunidad? 

Reserva de Muniellos, Asturias


            Pero los daños pueden ser aún más graves que convertir la naturaleza en basurero. Las Barrancas de Burujón, Zona de Especial Protección para Aves en la provincia de Toledo, están sufriendo daños irreparables. Desde que el anuncio de una bebida ha dado a conocer el lugar, la zona se ha convertido en plató frecuente de rodajes y las visitas se han masificado. Ecologistas en Acción denuncia que se han malogrado todas las puestas (para este año se esperaban 60 pollos) de la colonia de garzas reales.
            ¡Cuánta razón tenía El Roto en su viñeta de hace unas semanas en El País!