domingo, noviembre 24, 2019

DE NIÑOS, NENES Y UN COMPAÑERO DE ESTUDIOS

Casino de Osuna. Acuarela de Eloy Reina

            En ocasiones, le digo a Zalabardo, me encuentro en una situación, si no azarosa, sí bastante complicada al ser incapaz de dar recta y clara respuesta a una pregunta que, en apariencia debería resultar sumamente sencilla. Es el caso que, hace unos días, en Osuna, en una reunión de amigos, durante una charla informal (como deben ser todas las charlas de amigos) uno de los presentes contó que él acostumbra a llamar nena a su esposa y ella lo llama a él nene, y que le gustaría saber el origen de tales palabras. No supe contestar en el momento, pero me propuse consultarlo, sin saber en qué berenjenal me metía.
            Porque la verdad es que hay palabras de las que no se sabe cómo, ni cuándo ni por qué entraron en el diccionario al no existir un campo léxico con el que se las pueda relacionar ni un étimo al que anclarlas para proceder a su explicación. No creo que nadie dude de que nene y nena son formas de referirse a niño y niña, pero la primera sorpresa nos la podemos llevar cuando reparamos en que el latín nos ayuda bien poco cuando queremos establecer su etimología. En latín encontramos infans y puer/puella; ni la primera, ‘el que no sabe hablar’, que se aplica al bebé y de la que procede infante, ni la segunda, que designa al muchacho de hasta 17 años y de la que deriva pueril, nos dan ninguna pista para explicarnos el sentido de niño/niña, nene/nena.

Primera página del diccionario de Fco. del Rosal
            El diccionario de la Academia ha ido dando bandazos a lo largo de los años en su criterio de asignar un origen a niño: que si es voz onomatopéyica, que si es voz expresiva propia del lenguaje infantil…; en su última edición dice que procede de la voz infantil ninno, sin aclarar la razón de esta. Joan Corominas se moja algo más y mantiene que es voz común en el castellano relacionada con el catalán nin y muchas otras occitanas e italianas, todas ellas procedentes de una antigua creación expresiva romance ninnus. Pero si me voy a uno de los más completos diccionarios de lengua latina, el de Agustín Blánquez, lo más parecido que encuentro es nenia, de procedencia griega, uno de cuyos significados es ‘cantinela infantil’, de donde el verbo nenior, ‘hablar frívolamente, sin reflexión’. Y cada lexicógrafo apunta en sentido distinto: Covarrubias dice que procede del hebreo nin, ‘hijo, regalo del padre’. Rodríguez Navas, en 1876, afirma que procede de una forma de ascendencia ibero-celta ninno que, entre otras, es la que ha originado el portugués me-nino, y, en zonas de Lombardía, nana para referirse a la canción de cuna. Incluso el diccionario de Larramendi aporta un posible origen vascuence ninia. O sea, que teorías no faltan, aunque pruebas testificales hay pocas. Naturalmente, todos coinciden en aceptar que nene y nena son una forma derivada de niño y niña.
            Ahí debería haberme rendido, le confieso a Zalabardo, de no ser por haberme topado con el que se afirma ser el primer diccionario etimológico de nuestra lengua, compuesto hacia 1610, que nunca fue publicado y que ha llegado a nosotros por una copia manuscrita realizada en el siglo XVIII por el agustino Miguel Zorita, que encontró el original en la biblioteca de los agustinos de Madrid. El autor de este raro diccionario no es otro que el médico cordobés don Francisco del Rosal, que nació hacia 1537 y murió hacia 1613.

Osuna. Antigua Universidad
            Me pregunta Zalabardo cuál es el interés de este descubrimiento y le respondo que no tanto el diccionario citado, sino la figura del autor, que podemos considerar compañero de quienes ese día estábamos hablando distendidamente en un salón del Casino de Osuna. Porque este médico cordobés, Francisco del Rosal, fue bachiller en Artes por la Universidad de Osuna en 1553. Y esa Universidad es la misma que, pasados los años, fue el Instituto donde también nosotros nos graduamos como bachilleres. Del Rosal pasó después a Salamanca, donde se doctoró en Medicina y donde parece que conoció a Sánchez de las Brozas, El Brocense, el famoso gramático. Se sabe que recorrió toda Castilla ejerciendo como médico.
            De las obras de Francisco del Rosal prácticamente no se conserva nada a excepción de este citado diccionario, Origen y etymología de todos los vocablos originales de la lengua castellana. De él copio el artículo completo:
Niño y Niña, de Minimo y Minore, de donde el catalán dice Miño y el Portugués Menino. Aunque parece del Griego ínis, que es el ίνις, Hijo o Nieto, que sea criatura pequeña, de donde el Arábigo llama Nena a la Ama que cría, y de allí el Vulgo llama Nene y Neno a la criatura, y arrullandolos las Amas cantan Nenene.
            No sé, le digo a Zalabardo, cuál será en realidad la etimología de niño y nene; pero me hace gracia quedarme con la opinión de este cordobés que estudió en las mismas aulas que quienes disfrutamos hablando aquellos momentos. Imagino que quien planteó la pregunta pensará lo mismo.


domingo, noviembre 17, 2019

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO



            El azar depara inesperados encuentros. Tratando de localizar un papel antiguo, encontré una vieja carta que no sé cómo llegó a mis manos; tal vez oculta entre las páginas de un libro comprado en una librería de lance. Zalabardo y yo nos pusimos a leerla. Fechada en julio de 1924, la escribe en Bab-el Sar, durante la guerra de África, un soldado llamado Antonio Vargas Cobos, en respuesta a otra de un tío suyo que se interesaba por su estado. Con ortografía defectuosa e insegura sintaxis, el joven escribe: …con respecto álas operaciones debo desirle que si que acido un combate fuerte pero solamente uno y en la Posición de Koba-Darsa que estubo 7 – o – 8 dias aislada pero que no murieron ninguno: adonde murieron fue para sarbar la fuerza que estaba en hella y también le digo que esto no ancido operaciones esto acido un castigo para que no se metan con las posiciones. Líneas más adelante, tranquiliza a su tío: …por mi no tenga V. miedo por que yo estoy lejos de Tetuán

           Aunque parezca no tener relación, me acuerdo de un artículo de 2011 escrito por Mario Vargas Llosa, Más información, menos conocimiento, en el que denuncia la robotización humana que puede provocar un exceso de entreguismo a Internet. De ese texto es esta frase demoledora: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros. Quede claro que no es un artículo contra Internet ni contra el mundo digital. El autor reconoce el gran avance que supone, sobre todo en ahorro de tiempo, la existencia de Google, Twitter, Facebook, Skype… O la posibilidad de disponer de información sin apenas esfuerzo. Pero también avisa de algunos peligros que pasan desapercibidos.
            Como todos los suyos, el artículo está muy bien documentado. Cita, por ejemplo, un libro de Nicholas Carr, experto en el impacto de las nuevas tecnologías, que confiesa cómo la fuerte relación establecida con el mundo de Internet lo llevó de ser voraz lector de libros a no leer apenas ninguno. También cita la frase de un informático de prestigio que decía: ¿Para qué perder tiempo en leer un libro si con pulsar una tecla obtengo lo que ese libro me dice? En ese momento, recuerda Vargas Llosa que cuando la memoria deja de ejercitarse, se entumece y debilita; o que el mal no está en Internet sino en que dejemos de verla como herramienta y la convirtamos en prolongación de nuestro cerebro. Y teme que vayamos hundiéndonos en un mundo en el que cada día cueste más leer un libro completo y en el que nuestros jóvenes sean incapaces de leer el Quijote, la Celestina o cualquier obra de Shakespeare.
            Zalabardo sabe que no soy enemigo de Internet ni de las redes sociales: me ayudo de la rapidez en Google para acceder a informaciones que necesito, escribo este blog desde hace más de diez años, tengo cuenta en Facebook, acabo de leer, en formato epub La amortajada, de María Luisa Bombal (sin abandonar los libros tradicionales, como Contar los cuarenta, de Miguel Moreta, y El cazador de estilemas, de Álex Grijelmo, que leo ahora), mantengo fluido contacto con mis amigos gracias a whatsapp

            Pero nada de eso impide que sea consciente de los muchos males que aquejan al mundo informático y a las redes. A mi amigo le explico que, en whatsapp no me gustan, por ejemplo, los reenvíos si no se conoce el origen, veracidad y objetivo de lo que se reenvía. El reenvío es un peligroso método para difundir contenidos falsos o malintencionados, prueba fehaciente de que la cantidad casi inabarcable de información que Internet nos ofrece no es, en ningún modo, fuente de conocimiento. Podría hacernos reír el falso mensaje de una inexistente doctora Ana Judith Salazar, empleada de una empresa farmacéutica igualmente inexistente, que nos previene de cierto riesgo de muerte. Pero ya no es para reír que, partiendo de un hecho cierto, se extraigan argumentos con el único objetivo de dañar a personas, instituciones, partidos políticos, etc. Hace unos días tuvo lugar un vandálico incendio en una ermita zaragozana de Tauste. La lectura de la prensa aragonesa o navarra nos aclara el suceso; sin embargo, mi interlocutor me reenviaba una noticia que titulaba: Comienza el anticlericalismo y la quema de iglesias y, en su redacción, aludía a una frase escrita en el templo asaltado que en realidad no existió: Arderéis como en el 36. Todo adquiere su sentido si sabemos que la noticia se incluía tras las elecciones del pasado 10 de noviembre en rebeliónenlagranja.com, publicación digital dirigida por el presidente de Intereconomía y militante de VOX.
            Tampoco me gustan, tengo que decirlo así, esas fotos y vídeos que se emplean para saludar, desear feliz sábado, felicitar, etc. Los encuentro fríos y faltos de personalidad. Prefiero los saludos en los que un amigo me envía la imagen del pastel que está cocinando, la foto del último viaje que ha hecho, una reflexión sobre el libro que está leyendo, el vídeo de una canción que le trae recuerdos de tiempos pasados, su preocupación por cómo anda el patio político, lo hermosas que crecen las coles de su huerta, la experiencia de un reciente viaje… Pero todo ello escrito por su mano, como la carta de ese desconocido Antonio que menciono al principio.

            Porque esa es otra: ya no es que no se lea, como denuncia Vargas Llosa; es que apenas se escribe. Nos limitamos a enviar el frío saludo que otra persona escribió. Y eso si no se nos manda una imagen de un personaje ilustre, casi siempre ya difunto para que así no tenga oportunidad de desmentir nada, acompañada de una frase que, mira por dónde, digo a Zalabardo, nunca llegó a escribir ni pronunciar. Ni en el Quijote es posible leer Con la Iglesia hemos topado, mi buen amigo Sancho; ni en El Príncipe, de Maquiavelo, El fin justifica los medios; ni en ninguna obra de Einstein aparecerá eso de Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy seguro. Porque como tantísimas frases que circulan por ahí, nunca fueron dichas ni escritas.
            Las que sí son tiernas y sinceras y llegan al alma de quien las recibe son estas palabras con que cerraba su carta, posiblemente desde una trinchera, ese soldado Antonio Vargas: Muchos recuerdos para: Antonio el de María Cobos y sufamilia y para Alonso y su familia. Los más tiernos afestos para mitita y para mis primos y primas y para todo el que por mi pregunte y V. mi Querido tito Recibe cuanto quiera de este susobrino que lo quiere y no lo olvida y lo soy. Es posible que este Antonio tuviera poca formación y dificultades para acceder a la información. Pero su conocimiento de las cosas era muy claro.

sábado, noviembre 09, 2019

ZASCA



           Se está celebrando estos días en Sevilla el XVI Congreso de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española). Siempre es elogiable que haya personas y organismos que se dediquen a la atención y cuidado de nuestra lengua y que busquen aunar los criterios de uso en todos los lugares donde es lengua oficial o, al menos, tiene un empleo abundante. Pero, eso sí, respetando en cada momento las peculiaridades lingüísticas de casa zona.
            Lo que me llama la atención, le digo a Zalabardo, es que cada vez que se produce una de estas reuniones, parece que todo el interés de los medios se centra en la lista de vocablos que entran, salen, amplían o modifican sus acepciones en el Diccionario de la Lengua Española. Las reacciones no se hacen esperar: extrañeza porque entre o no tal o cual palabra, aplausos a lo que se considera acierto o críticas por lo que se considera error.
            Pienso, reflexiono en voz alta para que Zalabardo me oiga, que una gran parte de los medios, y a ellos les siguen muchas personas, tienen una conciencia poco clara de lo que es un diccionario y, en este caso preciso, de lo que es el DLE. El diccionario, cualquier diccionario, no debería ser otra cosa que el valioso instrumento que nos deja constancia del estado del léxico de un idioma en un lapso más o menos extenso de tiempo. Pero, esa es la impresión que tengo, cada adición o reforma se espera como se espera el desfile anual de los ángeles de Victoria’s Secret o la ceremonia de los óscar. Más que interés por el estado de salud de la lengua, lo que hay es expectación por las modas. Y la moda, ya lo sabemos, es algo voluble y sin firmeza.

            Un Congreso sobre la lengua es más que curiosidad por el diccionario, que debe hacerse a fuego lento, sin prisas. Las palabras y sus acepciones han de estudiarse detenidamente, ver el grado de aceptación que tienen en los hablantes, el modo como cimentan su encaje en el habla, la fuerza con que resisten el vendaval de las efímeras modas. Y, sobre todo, debe hacerse pensando en el conjunto de la comunidad hablante, en lo que a una gran mayoría le es útil. Eso es, claro está, lo que pienso yo. Los tecnicismos, regionalismos, jergas y demás, deberían ir en diccionarios específicos.
            ¿No cabe, según esto, la posibilidad de un “diccionario total, universal” que recoja todas las palabras? Ni creo en esa posibilidad ni me parece necesaria. Y menos en un mundo como el de hoy, que nos permite contar con Internet. La carta de naturaleza de una palabra no se la otorga su presencia en el diccionario; como tampoco se la quita su ausencia. Se la da el arraigo entre los hablantes.
            Muchas personas se preguntan cuántas palabras tiene el español. Esa pregunta carece de respuesta por la simple razón de que la que se dé no será válida. A ver, ¿aparece en algún lado recogida mangalaspierdes, que llaman en el pueblo jiennense Chilluévar a la ‘persona alocada, que actúa sin objetivo preciso’? Y maco, que aparece en el Diccionario de argot español de Víctor León como ‘cárcel, calabozo’, ¿tiene algo que ver con el maco, ‘pícaro, bellaco’, del diccionario académico? ¿Dónde ponemos macró, ‘chulo de putas’, que recoge el mismo Víctor León? ¿O el vilorio, ‘inquieto’, que tanto oía yo en boca de mi madre? No hace mucho, hablando de un tipo de espárragos, un amigo, Pepe Sarria, me decía que los conocía como chochas y otro amigo, Rafael Pradas, me hablaba de chupones; ¿se puede encontrar eso en algún sitio aparte del habla peculiar de cada lugar y persona?

            Consulto una página del Centro Virtual Cervantes y leo que el DLE recoge unas 93000 palabras y el Diccionario Histórico unas 150000. En otro lugar, leo que, en español, podemos calcular que hay unas 300000 palabras de las que un hablante normal utiliza solo 300, una persona culta, 500 y un escritor, 3000. La verdad, confieso a mi amigo, no puedo opinar sobre estos datos, aunque sospecho que hay muchas más.
            Todo esto surge porque en ese Congreso de Academias del que hablaba al comienzo se ha presentado un documento con las adiciones, modificaciones, etc., que ya aparecen en la versión electrónica del DLE. Y, la verdad, tengo la impresión de que las Academias se están dejando llevar por esta afición a las modas. Nunca he sido contrario, Zalabardo lo sabe, a la aceptación de nuevos términos, de préstamos que tengan una justificación, de la natural y lógica evolución de nuestra lengua. Porque los nuevos términos, los préstamos y la evolución son algo inherente a la naturaleza de las lenguas. Pero hay decisiones que hacen pensar.

            Por ejemplo, la inclusión en el diccionario de zasca, ‘respuesta cortante’, me parece precipitada; no dudo del empleo del término ni de su notable difusión. Pero ¿está suficientemente asentado o es una moda pasajera? El año pasado se aceptó la inclusión de mazo, ‘mucho’; ¿quién la usa ya? Veo que se incluye arboricidio, ‘tala indiscriminada de árboles’ o antitaurino, ‘contrario a las corridas de toros’. ¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué, en cambio, no se incluye, animalista, ‘defensor de los animales’? Un hablante debiera saber que con los sufijos -cidio o -ista, o con el prefijo anti- podemos formar una nueva palabra en cualquier momento. Otro caso: se incluye aniridia, ‘falta congénita del iris del ojo’, pero se deje fuera, junto a otras muchas, trabeculectomía, ‘abrir una vía de salida del humor acuoso desde la cámara anterior del ojo hasta el espacio subconjuntival’ ¿No estarían mejor, ambos términos, en un diccionario de medicina? ¿Tiene sentido dar entrada al extranjerismo brunch, ‘comida que se toma a media mañana, que sustituye al desayuno o a la comida principal’? Y, por último, ¿por qué se da entrada al americanismo sánduche/sanduche, ‘emparedado, sándwich’ si sánguche, también americanismo, está más extendido?
            Son solo algunos ejemplos de los muchos que se podrían dar de este modo precipitado, a mi juicio, de actuar sobre el diccionario. No debe tenerse miedo a que alguien proteste porque determinada palabra no aparezca o porque alguien considere que una acepción concreta no se ajuste a la realidad. El diccionario nunca impone nada. Se limita a dar fe de usos bien comprobados. Cuando está generalizado y asentado, lo recoge; cuando la mentalidad ha cambiado, se hace eco de ese nuevo sentir. Para modas, ya están los centros comerciales.

domingo, noviembre 03, 2019

PENDER DE UN HILO

Yggdrassil, fresno de la vida

            Cuando decimos que algo pende de un hilo, creo que todos tenemos claro lo que queremos dar a entender. El DLE dice que pender de un hilo es ‘estar en riesgo o amenaza de ruina de algo’ o que con ello ‘indicamos temor de un suceso desgraciado’. Muy semejante es colgar de un hilo, ‘estar con sobresalto, duda o temor, esperando el fin de un suceso’. Ya es menos frecuente oír estar cosido con hilo blanco, ‘no conformarse con otra cosa’ o ser de hilo negro, ‘avaro, mezquino, miserable’.
            Y pienso, le digo a Zalabardo, que es bastante probable que muchos conozcan el origen mitológico de la expresión, pese a que hoy se atienda a otras mitologías más que a las clásicas. ¿Quién no ha oído hablar de las Parcas? Incluso Serrat, en la inolvidable Mediterráneo, habla del día en que venga a buscarlo la Parca. Para los romanos, las Parcas eran divinidades identificadas con el Destino. Eran tres hermanas (Nona, Decima y Morta) que limitan a su antojo la vida de los hombres y, la última, quien decide nuestra muerte. A las Parcas romanas se le atribuyeron las mismas cualidades que a las Moiras griegas, personificación del destino de cada cual, de la suerte que ha de corresponderle a cada uno en el mundo. Parcas o Moiras (los griegos las llamaban Cloto, Láquesis y Átropo), son tres hermanas, hilanderas que manejan el hilo de la vida de los humanos, determinando su duración desde el nacimiento hasta la muerte. La primera, la más joven, maneja una rueca con la que va hilando hilos de variados colores y calidad; según la calidad o color, así será la vida de cada ser, o feliz o desgraciada. La segunda va enrollando en su huso los hilos que le presenta su hermana; cada hilo es una vida y, en su composición, siempre hay una estambre negra, que es la de la muerte. Cuando la tercera, la de más edad, corta con sus afiladas tijeras este hilo, cesa la vida de quien pende de él. En esta decisión no tiene nada que ver la edad, estado o condición de los individuos, sino el simple capricho de Morto, o Átropo, según miremos. Pierre Grimal nos cuenta todo esto muy bien en su Diccionario de mitología griega y romana. También J. Humbert en su Mitología griega y romana.

 
Parcas o Moiras
          
Pero, confieso a Zalabardo, la leyenda que más me gusta sobre el hilo de la vida es la que se nos cuenta en los relatos mitológicos escandinavos, que, aun coincidiendo en lo esencial con los relatos griego y romano, presentan en su desarrollo una mayor carga de poesía.
            Cuentan los Eddas, recopilaciones de poemas muy antiguos que recogen poemas de carácter mitológico y heroico, que en la naturaleza existen seres que, sin pertenecer a la escala de los dioses, tienen poder sobre el destino de hombres y dioses. En un lugar desconocido, se eleva un gran fresno, Yggdrassil, que puede ser considerado el árbol del mundo y de la vida, porque contiene en sí todas las fuerzas del universo. Sus ramas sostienen el cielo y sus frutos son las estrellas; lo sostienen y sustentan tres raíces. Una de ellas, la más grande e importante, se hunde hasta el mundo subterráneo de los dioses, donde hay una laguna, cuyas aguas alimentan las fuentes del conocimiento que vigila el gigante Mimir. En ese submundo habitan las Nornas, tres de las cuales (Urd, Verdandi y Skuld) son las encargadas de proporcionar a Yggdrassil el agua y arcilla del lago subterráneo para que se mantenga lozano.

 
Las Nornas
          
Pero, como las Parcas y la Moiras, son dueñas caprichosas del destino de los hombres, aunque hay una diferencia. Las Nornas tejen continuamente el tapiz de la vida; cada hilo de la urdimbre es la vida de una persona, de forma que, según la longitud que tenga, así será de corta o de larga su vida. Nadie, ni siquiera los propios dioses pueden ver qué escena es la que bordan las Nornas en el lienzo que tejen sin parar. Leo estas historias en Mitologías de las estepas, de los bosques y de las islas, magna obra dirigida por Pierre Grimal y en La magia de los árboles, de Ignacio Abella.
            Zalabardo me dice que entiende muy bien lo de colgar o pender de un hilo, porque nunca sabemos cuán largo será el de la vida de cada cosa o persona, ni cuándo será cortado por las siniestras tijeras. Pero que ya no le queda tan claro lo de estar cosido algo con hilo blanco o ser de hilo negro. Le digo que es fácil entenderlo si pensamos en la variante que las leyendas de Parcas, Moiras o Nornas presentan sobre los hilos que las hermanas tejen. El hilo blanco es el hilo de la vida feliz y próspera; el hilo negro, en cambio, es el hilo de la muerte y de las cosas desagradables.