sábado, noviembre 09, 2019

ZASCA



           Se está celebrando estos días en Sevilla el XVI Congreso de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española). Siempre es elogiable que haya personas y organismos que se dediquen a la atención y cuidado de nuestra lengua y que busquen aunar los criterios de uso en todos los lugares donde es lengua oficial o, al menos, tiene un empleo abundante. Pero, eso sí, respetando en cada momento las peculiaridades lingüísticas de casa zona.
            Lo que me llama la atención, le digo a Zalabardo, es que cada vez que se produce una de estas reuniones, parece que todo el interés de los medios se centra en la lista de vocablos que entran, salen, amplían o modifican sus acepciones en el Diccionario de la Lengua Española. Las reacciones no se hacen esperar: extrañeza porque entre o no tal o cual palabra, aplausos a lo que se considera acierto o críticas por lo que se considera error.
            Pienso, reflexiono en voz alta para que Zalabardo me oiga, que una gran parte de los medios, y a ellos les siguen muchas personas, tienen una conciencia poco clara de lo que es un diccionario y, en este caso preciso, de lo que es el DLE. El diccionario, cualquier diccionario, no debería ser otra cosa que el valioso instrumento que nos deja constancia del estado del léxico de un idioma en un lapso más o menos extenso de tiempo. Pero, esa es la impresión que tengo, cada adición o reforma se espera como se espera el desfile anual de los ángeles de Victoria’s Secret o la ceremonia de los óscar. Más que interés por el estado de salud de la lengua, lo que hay es expectación por las modas. Y la moda, ya lo sabemos, es algo voluble y sin firmeza.

            Un Congreso sobre la lengua es más que curiosidad por el diccionario, que debe hacerse a fuego lento, sin prisas. Las palabras y sus acepciones han de estudiarse detenidamente, ver el grado de aceptación que tienen en los hablantes, el modo como cimentan su encaje en el habla, la fuerza con que resisten el vendaval de las efímeras modas. Y, sobre todo, debe hacerse pensando en el conjunto de la comunidad hablante, en lo que a una gran mayoría le es útil. Eso es, claro está, lo que pienso yo. Los tecnicismos, regionalismos, jergas y demás, deberían ir en diccionarios específicos.
            ¿No cabe, según esto, la posibilidad de un “diccionario total, universal” que recoja todas las palabras? Ni creo en esa posibilidad ni me parece necesaria. Y menos en un mundo como el de hoy, que nos permite contar con Internet. La carta de naturaleza de una palabra no se la otorga su presencia en el diccionario; como tampoco se la quita su ausencia. Se la da el arraigo entre los hablantes.
            Muchas personas se preguntan cuántas palabras tiene el español. Esa pregunta carece de respuesta por la simple razón de que la que se dé no será válida. A ver, ¿aparece en algún lado recogida mangalaspierdes, que llaman en el pueblo jiennense Chilluévar a la ‘persona alocada, que actúa sin objetivo preciso’? Y maco, que aparece en el Diccionario de argot español de Víctor León como ‘cárcel, calabozo’, ¿tiene algo que ver con el maco, ‘pícaro, bellaco’, del diccionario académico? ¿Dónde ponemos macró, ‘chulo de putas’, que recoge el mismo Víctor León? ¿O el vilorio, ‘inquieto’, que tanto oía yo en boca de mi madre? No hace mucho, hablando de un tipo de espárragos, un amigo, Pepe Sarria, me decía que los conocía como chochas y otro amigo, Rafael Pradas, me hablaba de chupones; ¿se puede encontrar eso en algún sitio aparte del habla peculiar de cada lugar y persona?

            Consulto una página del Centro Virtual Cervantes y leo que el DLE recoge unas 93000 palabras y el Diccionario Histórico unas 150000. En otro lugar, leo que, en español, podemos calcular que hay unas 300000 palabras de las que un hablante normal utiliza solo 300, una persona culta, 500 y un escritor, 3000. La verdad, confieso a mi amigo, no puedo opinar sobre estos datos, aunque sospecho que hay muchas más.
            Todo esto surge porque en ese Congreso de Academias del que hablaba al comienzo se ha presentado un documento con las adiciones, modificaciones, etc., que ya aparecen en la versión electrónica del DLE. Y, la verdad, tengo la impresión de que las Academias se están dejando llevar por esta afición a las modas. Nunca he sido contrario, Zalabardo lo sabe, a la aceptación de nuevos términos, de préstamos que tengan una justificación, de la natural y lógica evolución de nuestra lengua. Porque los nuevos términos, los préstamos y la evolución son algo inherente a la naturaleza de las lenguas. Pero hay decisiones que hacen pensar.

            Por ejemplo, la inclusión en el diccionario de zasca, ‘respuesta cortante’, me parece precipitada; no dudo del empleo del término ni de su notable difusión. Pero ¿está suficientemente asentado o es una moda pasajera? El año pasado se aceptó la inclusión de mazo, ‘mucho’; ¿quién la usa ya? Veo que se incluye arboricidio, ‘tala indiscriminada de árboles’ o antitaurino, ‘contrario a las corridas de toros’. ¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué, en cambio, no se incluye, animalista, ‘defensor de los animales’? Un hablante debiera saber que con los sufijos -cidio o -ista, o con el prefijo anti- podemos formar una nueva palabra en cualquier momento. Otro caso: se incluye aniridia, ‘falta congénita del iris del ojo’, pero se deje fuera, junto a otras muchas, trabeculectomía, ‘abrir una vía de salida del humor acuoso desde la cámara anterior del ojo hasta el espacio subconjuntival’ ¿No estarían mejor, ambos términos, en un diccionario de medicina? ¿Tiene sentido dar entrada al extranjerismo brunch, ‘comida que se toma a media mañana, que sustituye al desayuno o a la comida principal’? Y, por último, ¿por qué se da entrada al americanismo sánduche/sanduche, ‘emparedado, sándwich’ si sánguche, también americanismo, está más extendido?
            Son solo algunos ejemplos de los muchos que se podrían dar de este modo precipitado, a mi juicio, de actuar sobre el diccionario. No debe tenerse miedo a que alguien proteste porque determinada palabra no aparezca o porque alguien considere que una acepción concreta no se ajuste a la realidad. El diccionario nunca impone nada. Se limita a dar fe de usos bien comprobados. Cuando está generalizado y asentado, lo recoge; cuando la mentalidad ha cambiado, se hace eco de ese nuevo sentir. Para modas, ya están los centros comerciales.

No hay comentarios: